LOS NOMBRES DE MARÍA

LOS NOMBRES DE MARÍA

François Chenique

ECCE MATER TUA

Estudiaremos ahora la maternidad de la Virgen y las consecuencias que se desprenden de ello: la Virgen es la madre de Cristo y el misterio de la Encarnación le vale el título de Madre de Dios; por vía de consecuencia, María es la madre de los hombres.

MADRE DE DIOS

La teología explica que la Virgen ha traído al mundo al Hijo de Dios encarnado proveyéndole de la naturaleza humana. Pero, a pesar de la dualidad de las naturalezas, la Persona de Jesucristo es única. Es por eso que María ha verdaderamente traído al mundo la Persona del Hijo de Dios –o de Jesucristo– y no solamente su naturaleza humana; puede ella entonces a justo título ser llamada Madre de Dios (1).

San Anselmo dice que «el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen son un solo y mismo Hijo». El título de Theotokos (Madre de Dios) ha sido vigorosamente defendido contra los heréticos y la Iglesia de Oriente lo inscribe en letras de oro en sus iconos. Santo Tomas dice que «la Virgen está situada en los confines de la divinidad»; es por eso que ella es honrada con un culto eminente o culto de hiperdulia.

Lo que hemos dicho en el capítulo III (2) permite captar mejor lo que significan las expresiones a veces antinómicas de la teología. Hemos explicado como la «Perfección pasiva» que es el aspecto femenino de la Esencia divina «anterior» (3) a la Personalidad divina, puede ser llamada «Madre de Dios». Este aspecto «maternal» de la Deidad se refleja en la Substancia universal, después en todo lo que manifiesta más especialmente cualidades femeninas tales como la bondad, la belleza, la pureza, la misericordia, y por lo tanto también en la Virgen María.

Una dificultad puede surgir: ¿cómo se pueden aplicar aquí cualidades al aspecto substancial mientras que solo la cantidad es el «signo» de la «materia»?. Hemos ya explicado que la cantidad pura no podría en realidad encontrarse en ninguna parte en el universo, y que todo ser manifestado participaría a la vez de la cualidad y de la cantidad, de la Esencia y de la Substancia. Sin embargo ciertas cualidades son más «pasivas», más propiamente «femeninas» y el ser que las soporta se puede decir que participa predominantemente mas del aspecto substancial que del aspecto esencial (4). Así, la mujer refleja predominantemente la substancia, y el hombre predominantemente la esencia, sin que por ello la «feminidad» sea solamente una «carencia» con relación a la «virilidad». Es en realidad un aspecto diferente, complementario de la virilidad, como la Substancia es el correlativo de la Esencia (5).

La Virgen que manifiesta aquí abajo la Sabiduría divina, como lo hemos explicado precedentemente, y que es por ello llamada «Sedes Sapientiae», manifiesta también el «aspecto femenino» de la Deidad. Y como la Deidad es «anterior» a la Divinidad personal o a Dios concebido en tanto que Ser, este aspecto femenino puede verdaderamente ser llamado «Madre de Dios», como la Virgen misma.

Se puede decir además que la maternidad de la Virgen, en tanto que ella engendra el Hijo de Dios encarnado, es el reflejo, y la manifestación aquí abajo, de lo que se puede llamar una «maternidad principial». En efecto, si la maternidad terrestre de la Virgen –maternidad totalmente contingente– no fuera el reflejo de algo que ocurre «in divinis» por toda la eternidad, esa maternidad no tendría ninguna realidad. Si María engendra a Jesucristo en la tierra, es que ella ha engendrado ya al Hijo de Dios «anteriormente» y en alguna «otra parte» (6).

Desde el punto de vista del Principio, se pueden invertir los términos de la enseñanza corriente: la Virgen es la madre de Cristo (Mater Christi) porque ella es la Madre de Dios (Mater Dei).

Esto permite comprender la palabra de santo Tomas que hemos citado, y la razón del culto especial rendido a la Virgen. Sin embargo, esta enseñanza no está carente de peligros desde el punto de vista teológico; es esto lo que explica la prudencia de la Iglesia en sus definiciones, y también el rechazo de la Iglesia de Oriente de expresar en definiciones dogmáticas cosas tan complejas como la Inmaculada Concepción ya que, para ella, la noción de «creatura perfecta» es contradictoria. Además las herejías no han cesado de producirse, sobre todo en Oriente donde la mariolatría adoraba a la Virgen divinizada, cosa contraria a la Revelación cristiana con toda evidencia.

MADRE DE LOS HOMBRES

La Virgen no es solamente Mater Dei y Mater Christi: ella es también «Mater hominum». En la cruz, Jesucristo pronuncia las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu madre». Por ello, la Virgen ha devenido la madre del género humano según el orden de la gracia.

Lo que hemos dicho del papel de la Substancia en la manifestación universal permite comprender que, ahí también, el orden principial es determinante, y que María ha devenido «Mater hominum» según la gracia porque ella lo es de alguna manera según la «naturaleza», es decir según el orden de la manifestación de los principios metafísicos. La maternidad espiritual de la Virgen tiene además consecuencias muy importantes que estudiaremos en la tercera parte.. si la Substancia «produce» la manifestación, ella debe también permitir a esta manifestación volver al Principio; es por lo tanto un principio de «vida espiritual» y un canal de la misericordia divina para la manifestación.

La parte tomada por la Virgen en el sacrificio de su Hijo le vale el título de «Corredentora». Por su actitud espiritual, ella participa de la redención y llega a ser «regina martyrum». Aquí también las relaciones de la Esencia y de la Substancia aclaran el asunto. Estas relaciones son en suma las mismas, tanto si se trata del «nacimiento» según el orden de la naturaleza, o si se trata del «nacimiento» espiritual operado por la redención según el orden de la gracia.

MARIA MEDIADORA

La Virgen es también «Mediadora de todas las gracias». La teología explica que la parte toma por María en la Encarnación y la Redención le vale este título. El Padre ha subordinado la venida de su Hijo al fiat de la Virgen; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo (la gracia) pero por intermediación de María. «Todos los dones del Espíritu Santo son distribuidos por María a aquellos que ella quiere, cuando ella quiere, como ella quiere, y tanto como ella quiere», dice santa Bernadina de Siena. «Por la comunión de dolores y de voluntad entre Cristo y María, dice san Pío X, esta última a merecido llegar a ser la dispensadora de todas las bendiciones que Jesús nos ha adquirido por su sangre» (7). Esta intervención «actual» de María juega un papel preponderante en el mundo de la gracia.

A decir verdad, es Cristo «solo» el que nos salva (8), y la mediación de María, por necesaria que sea, no es por ello menos «subordinada» a la de su Hijo. La teología se esfuerza en distinguir y en precisar estas dos mediaciones. La dificultad se resuelve si recordamos que estas dos mediaciones son las de la Esencia y la Substancia con relación a la manifestación. Son por tanto las dos necesarias, pero no idénticas, y la una puede verdaderamente ser denominada como «causa» de la otra.

María es por lo tanto verdaderamente «Madre», a la vez de Dios, de Cristo y de los hombres. Pero ella permanece «siempre virgen», como lo hemos explicado. María es también «esposa», esposa de san José por su matrimonio con él, pero sobretodo esposa del Espíritu Santo de quien ella ha concebido (8). María es por lo tanto la única mujer que es a la vez y plenamente, Madre, Virgen y Esposa; las otras mujeres pueden permanecer «vírgenes» y ser relativamente «madres» por una «maternidad espiritual»; o bien, estando casadas, pueden permanecer relativamente vírgenes por la fidelidad a su esposo. María asocia plenamente estas tres cualidades, lo que prueba que en el orden de los principios, los contrarios subsisten, pero no se oponen, y cuando un principio se manifiesta en el seno de la propia manifestación, no está sometido a las leyes de ésta.

María ha provisto una naturaleza humana al Hijo de Dios. Esta naturaleza no tiene personalidad propia, sino que unida hipostáticamente al Verbo, ella es totalmente la humanidad asociada a la divinidad. María ha manifestado por lo tanto al Hombre universal, en el sentido definido más arriba; ella es por lo tanto verdaderamente la Madre universal, como hemos intentado mostrar en este capítulo.

MADRE DE LA IGLESIA

Al finalizar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI ha saludado a María con este título. Subrayaremos solamente que en las letanías de la Virgen algunas invocaciones fueron los atributos de la Iglesia antes de ser los de María: «Arca de la Alianza», «Torre de David», «Puerta del Cielo», «Refugio de pecadores»; inversamente las imágenes de la «Esposa» y del «Tabernáculo de Dios» utilizadas en la liturgia de la Dedicacia, convienen tanto, si no mejor, a María como a la Iglesia (9).

Tras la «manifestación temporal» es necesario que examinemos ahora las consecuencia que se desprenden directamente para la vida espiritual. Como hemos dicho, la metafísica no debe limitarse a la teoría y los Principios no se manifiestan más que para hacer posible esta «realización» metafísica ya evocada.

Examinaremos en primer lugar y sin orden aparente, los principales nombres que la liturgia y la devoción privada dan a la Virgen. Sin embargo la unidad de la exposición será muy real puesto que se trata de aplicaciones directas de los principios expuestos en las dos primeras partes (del libro).

LAS LETANIAS

Las letanías de la Virgen son las más antiguas tras las de los santos. Entran dentro de lo que podríamos llamar la oración de invocación o «encantación». Enumeran en suma todas las cualidades de la Virgen y del nombre de María de la que constituyen una «invocación difusa».

Para las invocaciones «Dei genitrix», «Mater Christi», «Mater divinae gratiae», «Mater Creatoris», «Mater purissima», es suficiente con remitirse a las explicaciones ya dadas. Estas invocaciones son otra cosa que literatura piadosa o alabanzas hiperbólicas dirigidas a la Virgen ya que ellas traducen realidades metafísicas muy importantes para la vida espiritual.

Las palabras «Sedes» (Sedes sapientiae), o «Vas» (Vas spirituale) se explican muy claramente por la noción de Substancia que hemos desarrollado. La Virgen es llamada «Arca de la Alianza» (Foederis arca) ya que el Arca de la Alianza era para los Hebreos el «soporte» de la Presencia divina entre ellos, y como el «mediador» entre ellos y Dios (10).

En cuanto a la invocación «Rosa mystica», hay que acordarse antes que nada del papel importante que ha jugado la rosa durante toda la Edad Media: símbolo de amor y de conocimiento, a menudo asociado a la Cruz, es un emblema iniciático muy importante cuyo adjetivo «místico» precisa aquí el alto nivel espiritual (11). Es necesario traducir «místico» por «misterioso» o al menos precisar que no se debe entender la palabra «místico» con el matiz bastante especial que le da el Occidente cristiano. «Místico» proviene etimológicamente de «misterios», es decir de aquello que tiene relación con la misteriosa transformación del alma en Dios por su ascensión espiritual, transformación que es propiamente «inexpresable» porque sobrepasa el ámbito de la «forma». El misterio es por lo tanto lo inexpresable, y no lo incomprensible, y lo que hemos dicho del simbolismo deja entender que lo que puede ser dicho del «Misterio de la Virgen» no puede serlo más que de una manera simbólica (12).

La Virgen es también «Puerta del Cielo» (Janua Coeli). Mediadora de todas las gracias, ella nos facilita el acceso a su Hijo, y es gracias a su «fiat» que el Cielo ha podido sernos abierto. Para los Antiguos, la Puerta del Cielo era al mismo tiempo la Puerta del infierno (Janua Inferni) y esta puerta estaba situada en la esfera de la Luna. Hemos ya señalado la relación de la Virgen con la Luna. Es en la esfera de la Luna donde se elaboran las «formas» y es ahí donde se opera la «selección» póstuma para saber si las almas serán arrojadas a los «estados periféricos» (lo que equivale a la condenación), quedarán un tiempo en las regiones intermedias, o podrán continuar su ascensión hacia la esfera del Sol. La Virgen está pues destinada a cuidar de esta expulsión a las «tinieblas exteriores» o a esa transformación (pasaje más allá de la forma) al menos virtual del ser humano tras la muerte. Bien entendido que todo esto es simbólico puesto que tras la muerte nosotros estamos en un estado que no es ya condicionado por el espacio (13).

La Iglesia canta en una Antífona a la Virgen: «Salve Raíz, Salve Puerta de donde la luz ha venido al mundo» (Salve radix, salve porta, ex qua mundo lux est orta) (14) y en otra: «Madre que mantienes la puerta abierta en el cielo» (Mater quae pervia coeli porta manes) (15). La Virgen es la «Puerta del Cielo» como acabamos de explicar; una puerta que se abre o se cierra según el estado de aquellos que allí se presentan. En cuanto a la palabra «radix» (16), hemos señalado que la «Materia Prima» o «Substancia Universal» es la «raíz tenebrosa» de la manifestación.

La Virgen es llamada «Reina de los Cielos» y «Reina de los Angeles». En efecto, ella ha sido llevada al más alto lugar de los Cielos por los Angeles, hasta los «confines» de la divinidad (santo Tomas). Los Cielos pueden ser concebidos como los «Estados del Ser» que hay que recorrer, y cada «Paraíso» es una identificación a un «Nombre» o «Aspecto» divino. El Paraíso más alto es el de la Esencia; es la fuente insondable de la Deidad de la que habla el Maestro Eckhart.

La Virgen es «Reina de la Paz». La Paz es el estado de reposo que proviene del equilibrio de las tendencias opuestas (17).

La Paz es la consecuencia de la presencia divina, la «Shekhinah» que en los Hebreos habitaba el Sancta Sanctorum. La adquisición de la «pax profunda» equivale a la entrada del alma en Dios donde ella «pierde» su «yo» en el océano insondable para «reencontrar» lo que ella era desde toda la eternidad.

Citemos finalmente el pasaje de san Juan (Ap. 12,1). «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza». La Virgen es así «envuelta» por la gracia divina; ella está más allá incluso de la Substancia vista al nivel de la manifestación formal, ya que la Luna está bajo sus pies; las doce estrellas son los «Nombres divinos» o «cualidades» de los que ella es más especialmente la manifestación.

Los exégetas discuten sobre el significado del Nombre de María. Pero el título más frecuentemente dado a la Virgen en Occidente es el de «Señora» (Dama), o «Nuestra Señora». La Virgen es la Señora (la Dama) o la Mujer por excelencia. Se podría decir que ella es el «Eterno femenino» si esta expresión no hubiera sido utilizada injustamente por la literatura teosófica y de tendencia ocultista.

Los Nombres y los Símbolos de la Virgen son auxiliares poderosos de la vida espiritual; tanto por su contenido como por su eficacia. Todo Nombre de la Virgen puede así ser invocado ya que cada uno de esos Nombres corresponde a una «cualidad» que uno desea realizar o de la que uno desea beneficiarse: Vultum tuum deprecabuntur omnes divites plebis. Memores erunt nominis tui in omni generatione et generationem. Propterea populi confitebuntur tibi in aeternum et in saeculum saeculi» (Sal. 44)(18).

NOTAS –––––––––––––––––––––––––––––––––

1.- «Para volver a la Santísima Virgen, podemos decir esto: ella está “coeternamente” en Dios, sin lo cual no habría en el mundo perfecciones que faltan al Creador: ella está aquí de dos maneras: primeramente en tanto que “Substancia existencial” o Materia Prima (la divina Prakriti de la doctrina hindú), y en segundo lugar en tanto que “Cualidad divina” (y por tanto Aspecto de Purusha, Principio masculino del Acto creador) o de “Nombre divino”; de esta manera ella es la Belleza, la Pureza, la Misericordia de Dios; pero está también, por lo mismo y a fortiori, presente en el Espíritu divino manifestado o creado, del cual es la Belleza misericordiosa y también la Pureza severa; finalmente, ella está encarnada en María –y en otras formas humanas, deviniendo lo Único forzosamente múltiple desde el momento que se manifiesta en el plano formal, sin lo cual él aniquilaría esté plano– y ella puede aparecer gracias a su forma individual y síquica, incluso en el plano corporal» (F. SCHUON, El Ojo del corazón)

2.- Se refiere al capítulo III del libro del que está extraído este fragmento: «Le Culte de la Vierge, ou la Metaphysique au Feminin», Editions Dervy 2000, ISBN 2-84454-054-6.

3.- Se trata, desde luego, de una anterioridad lógica y no cronológica.

4.- Se puede decir, de una manera más simple, que la Substancia no reviste el aspecto de «cantidad» más que con relación a nuestro mundo (es decir en tanto que Materia secunda) que está sometida a esta condición especial de manifestación que es la cantidad. Se puede decir que la Substancia universal o la Existencia universal, contiene en ella todas las cualidades en estado indiferenciado y que ella disuelve en esta indiferenciación todos los desequilibrios y las vicisitudes cósmicas, de ahí su aspecto «misericordioso», «maternal» y «femenino». Cf. R. GUENON, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. I y II.

5.- «En otras partes de la humanidad terrestre, el mismo Prototipo –divino y angélico a la vez– tomará las formas apropiadas al ambiente respectivo; aparecerá lo más a menudo con los rasgos de una bella mujer, como es el caso de las apariciones de la Shekhînah en el Judaismo, de Durgâ, “la Madre”, en el Hinduismo, o de Kwan-Yin en Extremo Oriente; por lo mismo también, en la tradición de los Indios Siux, el Calumet –la “Pipa de la paz”, instrumento sagrado por excelencia– fue traído del Cielo por una joven maravillosamente bella, y vestida de blanco. Pero el Principio misericordioso puede tomar también –cuando hay analogía inversa, no paralela– una forma masculina, por ejemplo la de Krishna o la del Bodhisattwa Avalokitéshwara, – asimilado además a Kwan Yin, «Diosa de la Gracia», en el Budismo chino y japonés – o también, en el Islam, la forma del Profeta del que uno de sus Nombres es precisamente “Misericordia” (Rahmah)». F. SCHUON, El Ojo del Corazón.

6.- El lenguaje humano del tiempo y del espacio es muy precario para expresar tales misterios, pero el simbolismo enseña que incluso las imágenes espaciales y temporales tienen una significación metafísica.

A propósito de las apariciones de la Virgen en Occidente, Frithjof Schuon escribe: «Esta «huella» divina en la manifestación supra-formal o “luminosa” comporta además, por “repercusión cósmica” una huella síquica, –o más bien sico-física, puesto que lo corporal puede siempre surgir y reabsorberse en lo síquico del que no es en último análisis más que un modo,– y es esta “huella” síquica lo que es “María” en su forma humana; es por esto que los Prototipos universales, cuando se manifiestan en la parte de la humanidad para la cual María a vivido en la tierra, lo harán a través de la forma síquica, y por tanto individual y humana, de la Virgen; esta forma puede siempre reabsorberse en sus Prototipos, como el cuerpo puede reabsorberse en el alma, y como el Prototipo creado –el “Espíritu” en su Función de Misericordia– puede reabsorberse en el Prototipo increado, que es la infinita Belleza, Beatitud y Misericordia de Dios. (F. Schuon, El Ojo del Corazón)

Ver también del mismo autor: La Virgen Negra de Czenstochowa en Estudios Tradicionales, número de mayo de 1940.

7.- El corazón traspasado por la flecha de los dolores es análogo al corazón atravesado bajo la lanza en la cruz (cf. Luc 2,35 y Jn 19,34). La cita es de la Encíclica Ad diem illum del 2 de febrero de 1904.

8.- El Padre R. Laurentin estima por su parte que es teológicamente criticable decir que María es la esposa del Espíritu Santo. Muestra por el contrario que María es la esposa del Verbo, de la misma manera que de la Iglesia de la cual ella es la figura y el «tipo». Cf. Initiation théologique, tomo IV, p. 305.

9.- Debemos esta consideración al estudio del Padre R. Laurentin (Ibid. P. 307). Las dificultades que han surgido a propósito de la iniciativa del Papa Pablo VI (para unos era demasiado y para otros demasiado poco) muestran, a nuestro entender, que la ciencia marial no dispone de una metafísica adecuada. se encontrarán buenos desarrollos en René Laurentin; Structure et théologie de Luc I-II, particularmente en el capítulo VI: Marie fille de Sion et tabernacle eschatologique. Por el contrario nosotros no podemos por menos que expresar nuestro total desacuerdo con la concepción «midrashica» que desarrolla el autor a propósito de los dos primeros capítulos del Evangelio de San Lucas.

10.- Ver J. M. BEAURIN, L´Arche e notre alliance par un moine bénédictin.

11.- Ver E. BERTAUD, Etudes de symbolisme dans le culte de la Vierge, pag. 21 a 31.

12.- Vladimir Lossky recuerda que la tradición oriental no ha hecho nunca una distinción tajante entre la teología y la mística, entre el dogma y la experiencia espiritual. Según el metropolita filareto de Moscú:

«Ninguno de los Misterios de la Sabiduría mas secreta de Dios no debe parecernos extraña o totalmente transcendente, pero con toda humildad debemos adaptar nuestro espíritu a la contemplación de las cosas divinas.» V. Lossky comenta así este párrafo: «Dicho de otra manera, el dogma expresando una verdad revelada, que nos aparece como un misterio insondable, debe ser vivido por nosotros en un proceso en el curso del cual, en lugar de asimilar el misterio a nuestro modo de entendimiento, será necesario, por el contrario, que nosotros procuremos hacer un cambio profundo, una transformación interior de nuestra alma, para hacernos aptos a la experiencia mística. Lejos de oponerse, la teología y la mística se sostienen y se completan mutuamente. La una es imposible sin la otra: si la experiencia mística es una puesta en valor personal del contenido de la fe común, la teología es una expresión, para la utilidad de todos, de aquello que puede ser experimentado por cada uno. Fuera de la verdad guardada por el conjunto de la Iglesia, la experiencia personal estaría privada de toda certeza, de toda objetividad; sería una mezcla de lo verdadero y de lo falso, de la realidad y de la ilusión, el “misticismo” en el sentido peyorativo de esta palabra. Por otra parte, la enseñanza de la Iglesia no tendría ninguna influencia sobre las almas, si no expresase de alguna manera, una experiencia íntima de la verdad dada, en una medida diferente, a cada uno de los fieles. No hay por lo tanto mística cristiana sin teología, pero sobre todo, no hay teología sin mística» (Essai sur la théologie mystique de l´Eglise d´Orient, pp. 6-7).

13.- R. GUENON, El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap XXI: “El «viaje divino» del ser en vías de liberación”.

14.- Antífona Ave Regina Caelorum.

15.- Antífona Alma Redemptoris Mater.

16.- Es propiamente Mûla-Prakriti, ya que «mûla» significa «raíz».

17.- El Bhagavad Gitâ explica que el alma individual debe elevarse por encima de las tres «gunas» o «cualidades manifestadas» para que cese la actividad de Prakriti y que ella recobre el equilibrio indiferenciado de su naturaleza primordial. Las tres «gunas» son «sattva», la tendencia ascendente y luminosa de la sabiduría; «rajas» la tendencia expansiva y operativa de la pasión; «tamas» la tendencia descendente y oscura de el sopor espiritual. Estas tres gunas son como las tres actitudes espirituales fundamentales del hombre; el progreso espiritual, es antes que nada el triunfo de la luz sobre las tinieblas y sobre el desequilibrio relativo que son la acción y la pasión.

La teoría de las tres gunas es susceptible de numerosas aplicaciones tanto sobre el plano del universo (macrocosmos) como en el ámbito individual (microcosmos). La enseñanza del Gitâ sobre estos puntos es de una importancia capital.

A propósito de la analogía entre la Virgen y el Profeta, Frithjof Schuon escribe:

«Bajo un cierto punto de vista, la Virgen y el Profeta “encarnan” el aspecto –o el “polo”– pasivo o “femenino” de la Existencia universal (Prakriti); ellos “encarnan”, por este hecho mismo, a fortiori, el aspecto benéfico y misericordioso de Prakriti, a saber Lakshmî (la Kwan-Yin de la tradición extremo-oriental), lo cual explica su función esencial de “intercesión”, y los nombres tales como “Madre de Misericordia” (Mater misericordiae) o “Nuestra Señora del perpetuo socorro” (Nostra Domina a perpetuo succursu) o, en lo que concierne al Profeta; “Llave de la Misericordia de Dios” (Miftâh Rahmat Allâh), “Misericordioso” (Rahîm), “Aquel que cura” (Shafi), “Aquel que quita las penas” (Kâshif el-kurab), “El que borra los pecados” (Afuww) o la “Mas bella creación de Dios” (Ajmalu khalq Allah). Ahora, ¿qué relación hay entre esta “misericordia”, este “perdón” o esta “beneficencia” y la Existencia universal? A eso respondemos que, la Existencia siendo “indiferenciada”, “virgen” o “pura” por relación a sus producciones, ella puede reabsorber en su indiferenciación las cualidades diferenciadas de las cosas; en otros términos, los desequilibrios de la manifestación pueden siempre ser integrados en el equilibrio principial; así pues todo “mal” viene de una cualidad cósmica (guna), y por lo tanto de una ruptura de equilibrio, y como la Existencia lleva en si todas las cualidades en equilibrio indiferenciado, puede ella disolver en su “infinitud” todas las vicisitudes del mundo. La existencia es realmente “Virgen” y “Madre”, en el sentido de que, por una parte, no está determinada por nada, fuera de Dios, y que, por otra, ella da a luz al Universo manifestado: María es “Virgen-Madre” en razón del misterio de la Encarnación; en cuanto a Mahoma, él es “virgen” o “iletrado”, nosotros lo hemos dicho, en tanto que él no recibe la Inspiración más que solo de Dios, y no recibe nada de los hombres, y “Madre” en razón de su poder de intercesión cerca de Dios». (De la Unidad Transcendente de las Religiones).

18.- «Todos los ricos del pueblo implorarán tu rostro… Ellos recordarán tu nombre de generación en generación; es por eso que los pueblos te alabarán eternamente, y por los siglos de los siglos» Salmo 44 según la traducción latina en uso en la liturgia romana.

( Fragmentos extraídos del libro de FRANÇOIS CHENIQUE : «Le Culte de la Vierge, ou la Metaphysique au Feminin», Editions Dervy 2000, ISBN 2-84454-054-6 )

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MISTERIOS CRISTIANOS

MISTERIOS CRISTIANOS

François Chenique

LOS NOMBRES DIVINOS

«Dios y su Nombre son idénticos» (1). Para aquel que no comprende esto en ningún grado, el Rosario no puede tener ningún sentido. Es evidente que el «simple» que recita su Rosario lo comprende ya en un cierto grado. Es el increyente el que no comprende nada, ya que un Nombre divino no es nada para él. Las palabras de Cristo son formales: hay que orar en su Nombre, pedir en su Nombre, reunirse en su Nombre. El Nombre divino no es «manifestación de Dios», sino que es «Dios en su manifestación», ya que es antes que nada «Dios» antes que ser otra cosa. El Nombre divino es inexpresable en su esencia, pero en su Misericordia, Dios revela un Nombre que es su Presencia en medio de los hombres: este Nombre es el soporte de todas las cualidades divinas que nosotros podemos conocer y realiza en nosotros estas cualidades en la medida en la que nosotros hacemos presente a nosotros mismos este Nombre por la invocación. Jesús es «Dios que salva»; si él a dejado a los hombres su Nombre, es para que los hombres sean salvados por este Nombre, ya que «quienquiera que invoque el Nombre del Señor será salvado» (Joel 3,5; Rom 10,13).

Hay por lo tanto que aceptar la «técnica» de la invocación de los Nombres sagrados. Jesucristo mismo ha dicho: «Todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, él os lo dará» (Jn. 15,16) y además: «Ahí donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20). El Nombre divino es entonces dejado tras la Ascensión, como un «memorial», una llamada y una verdadera «presencia» del Señor.

En efecto, puesto que el Nombre divino no es solamente «manifestación del Principio», sino antes que nada el «Principio manifestado», este Nombre divino es una «presencia real», análoga a la de la Eucaristía. Además las técnicas de comunión y de invocación eran utilizadas simultáneamente en la Iglesia primitiva. El Nombre divino tiene por lo tanto los mismos efectos «transformantes» que la Eucaristía, y hay que subrayar que la comunión y la invocación utilizan el mismo órgano: la boca. La comunión es más bien pasiva en tanto que ella es «recibida»; la invocación es activa en tanto que es «hecha» y es el complemento indispensable de la comunión (2).

La invocación del Nombre de Jesús se ha desarrollado primeramente en los desiertos del Oriente cristiano utilizando cortas fórmulas en las que estaba insertado el Nombre divino. Después, la plegaria de invocación ha sido transportada al Monte Athos donde ha nacido esa forma de espiritualidad llamada «hesicasmo». A pesar de los ataques de que ha sido objeto, sobre todo en el momento de la querella Palamita, el hesicasmo ha continuado dando sus frutos hasta nuestros días. El interés despertado en Occidente por la publicación de las Relatos del peregrino ruso muestra que el hesicasmo no es un simple accidente en el desarrollo de la espiritualidad crística. En la Iglesia ortodoxa, nunca se ha cesado de invocar el Nombre divino a través de la plegaria de Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador»; como lo explican los Padres, todo el misterio de la salvación esta encerrado en esta fórmula. Traducciones de los principales pasajes de la Filocalia han sido igualmente publicados. Los católicos se interesan por la cuestión, y la invocación del Nombre divino es susceptible de aportar un apoyo a Occidente para su restauración espiritual.

El Edad Media latina ha conocido ciertas formas de invocación, aunque solo fuera el Kyrie eleison de la misa y en las letanías, pero no ha conocido lo que Oriente llama la «Oración de Jesús», formula indefinidamente repetida, susceptible de producir maravillosos efectos espirituales, a condición de que la recitación esté acompañada de una ascesis conveniente y sea hecha bajo la dirección de un guía espiritual experimentado. No obstante San Buenaventura y San Bernardino de Siena han escrito sobre el Nombre de Jesús, y la devoción de San Francisco de Asís hacia el Nombre divino es bien conocida.

Parece que la Edad Media en su final haya querido condensar en una sola fórmula a la vez lo que había descubierto de mejor como método espiritual, y lo que hay de más alto como doctrina. El Rosario es por excelencia un método de invocación y un resumen de la doctrina metafísica, tal como lo hemos expuesto en capítulos precedentes (3).

El Rosario se compone esencialmente del Pater y del Ave. El Pater es la oración revelada por Jesucristo mismo, y el Ave es la oración aportada por el cielo a través del Ángel. Ambas dos tienen por lo tanto un origen no humano. La piedad moderna parece caracterizarse por el rechazo de toda «forma» y de toda «fórmula». Ciertamente, el formalismo es siempre algo a evitar, pero se olvida que la oración espontánea, surgida del corazón, es ya un estado espiritual elevado, y que no conviene comenzar por ahí. Cuando los apóstoles han pedido un «método de orar» han recibido una fórmula, el Pater.

El Pater es una fórmula de alabanza y de purificación, ya que pide perdón por las ofensas. El Ave es la fórmula de invocación de los Nombres sagrados. La salutación del Ángel y la de Isabel no contienen, en efecto, los Nombres de Jesús y de María; se insertaron a continuación, como joyas en el noble joyero de la escritura.

Por el saludo «Ave María», el alma entra en relación con la Virgen o Substancia universal, de la que quiere realizar sus perfecciones, gracias al nombre sagrado de María que es eficaz, como lo hemos explicado más arriba.

María, o la Substancia, es «gratia plena» (4). Inmaculada desde su concepción, María está colmada de la gracia de lo alto. El alma desea recibir esta gracia y conformarse lo más posible a la perfección de la Virgen.

Dominus tecum: el Señor está siempre presente en la Substancia, puesto que es él el que actúa en ella, o por ella, y la hace producir. Por lo mismo, la presencia divina es adquirida por el alma que se conforma en tanto que substancia individual a las cualidades de la Substancia universal de la que está separada por la caída original.

Benedicta tu in mulieribus: cuando la Substancia se manifiesta, ella es bendecida entre todas las mujeres. La misma bendición es adquirida en el alma en la cual Dios reconoce la imagen divina impresa en ella por su presencia. En realidad, solo Dios puede ser dicho «bendito» y es su presencia en la Substancia la que le da a esta su bendición.

Et benedictus fructus ventris tui: la Substancia se vuelve fecunda por la presencia divina, y el fruto que ella engendra se dice «bendito». Por lo mismo, el alma individual debe engendrar en ella la imagen del Verbo y este fruto de ella será bendecido. En realidad, cuando el alma produce, es que ella muere en Dios. El fruto del alma es así más real que ella misma, puesto que ella se extingue en este fruto divino por reintegración esencial.

En su conjunto, el Rosario describe las principales etapas de la vida espiritual: la purificación, la perfección y la unión; todo ello por el Pater que purifica de las faltas, por el Nombre de María que es la «creatura perfecta» y por el nombre de Jesús que nos reintegra en la unidad divina.

Por el Ave nos ponemos en correspondencia con la Madre universal y realizamos las cualidades virginales por la invocación de su Nombre: el alma se vuelve «pura», es decir «virgen» y Dios puede reflejarse ahí como el Espíritu que planeaba sobre la superficie de las aguas; puede el alma pronunciar el «Fiat Lux» que engendra el Verbo divino en el alma; esta dará a luz a Dios y podrá escuchar la palabra de adopción: «Este es mi Hijo bienamado» (Mat, 3,17)

El nombre de María realiza en nosotros las cualidades virginales; el de Jesús realiza las cualidades crísticas: cada virtud es un «ojo que contempla a Dios», y cada una de ellas es asimilable a un Nombre divino. Finalmente el alma recibirá un Nombre que ella sola podrá leer (Apoc, 2,17), lo que quiere decir que se identificará con el Nombre divino al cual está predestinada desde toda la eternidad.

Por el Pater, el alma se purifica: se pone afinada con la voluntad divina y pide perdón por sus faltas. Por el Ave atrae sobre ella la bendición contenida en los Nombres sagrados y realiza en ella los misterios contenidos en esos Nombres, lo que nos llevará a hablar de los misterios del Rosario (5).

LOS MISTERIOS

El Rosario es a la vez oración, invocación y meditación. En nuestros días, la meditación y la oración son ejercicios separados, hechos a menudo sin orden y sin progresión metódica. La meditación se pierde en la raciocinación y no es más que una discusión de la mente consigo misma; la oración se pierde en las efusiones sentimentales y se sofoca en busca de «piadosas afecciones», sin tomar apoyo en la doctrina. La vida espiritual se vuelve subjetiva; el «yo» se vuelve la principal de las consideraciones, y el pecado sería casi la materia primera de la vida espiritual.

El Rosario no tiene estos inconvenientes: está centrado en los misterios crísticos y los misterios mariales; es «objetivo» y el «yo» debe desaparecer ante lo que contempla. Pero sobretodo el Rosario es metódico: la invocación es facilitada por la meditación, y la meditación se hace fecunda por la invocación; además los misterios describen el ciclo espiritual que debe recorrer el alma y constituyen una potente síntesis doctrinal que se trata de realizar en la vida espiritual. La meditación sola no es fecunda; la invocación sola corre el riesgo de perderse, sobretodo al comienzo de la vida espiritual; cuando se invoca un Nombre divino en el misterio que se medita, se permite que ese Nombre realice en nosotros el contenido del misterio.

La naturaleza humana es dispersión, debilidad y pobreza. Para ir a Dios, el hombre tiene necesidad de concentrarse y de unificarse. Por el ritmo, el cuerpo participa en la plegaria, pero el hombre es también «pensamiento»; si debe ir a Dios con todo lo que él es, le es necesario ir a Dios con su pensamiento.

Meditando los misterios del Rosario, el hombre utiliza en la medida de lo posible su mente para ir a Dios. Pero la mente es débil y se dispersa con facilidad: la invocación por medio de las fórmulas del Rosario facilita la meditación operando la concentración del ser y pone en valor esta meditación. A su vez, la meditación facilita la invocación.

Pero es necesario insistir aquí: la meditación no tiene ningún poder por si misma ya que la raciocinación no lleva a nada: es la gracia –por el soporte del Nombre divino en su materialidad– la que realiza el contenido del misterio que se medita. El hombre es incapaz de concentrase: solo el Nombre divino unifica al ser, pero la mente tiene como función despejar los obstáculos.

Meditando los misterios del Rosario, el alma realiza –o más bien el Nombre divino realiza en ella– los misterios de su existencia. Cada misterio contiene una «virtud» que el alma realiza de una manera inmediata. La palabra «virtud» puede en primer lugar ser tomada solamente en un sentido moral, pero es también, y por encima, una «virtud espiritual», reflejo de una «cualidad divina», por lo tanto algo que sobrepasa el ámbito moral y opera la transformación del alma (6).

El alma realiza el contenido del misterio, pero esta realización está más allá del ámbito sicológico. Queremos decir con esto que las representaciones imaginativas o emocionales pueden a veces ser útiles pero a veces también perjudiciales. Pueden ser un modo de conformidad secundaria, pero la gracia está más allá de su ámbito. El hombre es incapaz de «concentrarse», ya que la concentración, que es reflejo de la Unidad divina, es gracia. El hombre se agita mentalmente, ya que la mente es dispersión. Lo que el hombre puede hacer es «rectificar» su «intención» (7). El hombre tiene la intención de concentrarse sobre el misterio: lo mira y lo examina desde todos los ángulos; sobretodo se esfuerza en eliminar los obstáculos, pero la gracia opera el resto, a condición de que se conozca el significado del misterio, de ahí la importancia de un cierto conocimiento teórico de base.

He aquí algunas reflexiones breves sobre los misterios, reflexiones que desarrollaremos más adelante:

– En los misterios gozosos, el alma se abre a lo divino. En la Anunciación, el alma virgen recibe en ella al Verbo y da a luz a Cristo. En la Visitación, el alma se concentra gozosamente sobre la presencia divina y actúa en conformidad con esta presencia. En la Natividad, el alma expresa a Dios por el Nombre divino que ella invoca. En la Presentación, el alma se somete, a pesar de las ebriedades de la gracia, a la ley exterior. En el Encuentro, el alma encuentra toda su alegría en la Realidad de Dios presente en ella.

– Los misterios dolorosos retrazan las tribulaciones del Verbo encarnado. Si el «yo» quiere evitar estas tribulaciones al Verbo divino, debe tomarlas sobre él. Para que Dios se expanda en el alma, la resucite y la transforme, es necesario antes que nada que el «yo» sea flagelado, coronado de espinas y muerto, si no, es Dios quien muere en el alma y esta permanece estéril.

– Los misterios gloriosos retrazan la «transformación» del alma y su vuelta a Dios. En la Resurrección, Dios solamente es real; el alma reencuentra en Dios lo que había perdido anteriormente por su renuncia o «extinción». La Ascensión es la elevación del alma a través de los estados superiores del Ser; el alma deja todas las cosas creadas para unirse a la naturaleza divina. En Pentecostes, el alma deificada es colmada por la gracia del Espíritu Santo. En la Asunción, el alma, semejante a la Virgen, «se extingue» perdiendo su «yo»; el alma se «despierta» a continuación en la Coronación, pero en Dios, donde deviene lo que ella es desde toda la eternidad.

LAS TRES VÍAS

Las verdades metafísicas y religiosas pueden ser meditadas según tres perspectivas que revelan tres grandes vías que conducen a las almas a Dios. Estas tres vías don la vía de la acción, la vía del amor, y la vía del conocimiento. Estas son las tres vías fundamentales que corresponden a los elementos activos, afectivos y cognitivos de la naturaleza humana. En el hombre concreto encontramos una mezcla variable de estos tres elementos; el elemento que predomina colorea la mentalidad de este hombre y explica la vía espiritual que le es asignada por su naturaleza individual (8).

Cada vía, a su vez, se divide en tres grados que contienen simbólicamente las tres vías. La vía de la acción se divide en vía de «trabajo», vía de las «obras» y vía de «ascesis» o de «sacrificio». Si el trabajo puede, en principio, ser santificado, él no es ni santo, ni santificante por si mismo; es por eso que en si mismo no constituye una vía espiritual, pero puede sin embargo ser integrado en las dos otras vías, o en los dos grados superiores de la vía de acción.

La vía del amor se divide en vía de «confianza», vía del «amor heroico» y vía del «amor supremo».

La vía del conocimiento se divide en vía del «estudio» o de la «ciencia», vía de la «meditación especulativa» y vía de la «concentración contemplativa».

En la primera vía, solo el «trabajo» es, hablando con propiedad, una acción, ya que los dos otros grados sobrepasan esta vía y se imponen al hombre que sigue una vía de amor o una vía de conocimiento. En la vía del amor, solo el amor heroico constituye esta vía hablando con propiedad, puesto que la «confianza» no es todavía el amor y que el «amor supremo» sobrepasa la perspectiva de esta vía. Finalmente solo la « concentración contemplativa» constituye la vía de conocimiento de una manera exclusiva.

Todas las categorías posibles de meditaciones pueden ser recogidas en seis «temas» fundamentales que resumen y recapitulan las tres vías. La acción comporta un aspecto negativo: es la «pureza» en la que el alma «teme» a Dios y se desapega del mundo; y un aspecto positivo: la «invencibilidad» en la cual el alma combate sus pasiones y opone al mal la fuerza victoriosa de Dios. El amor comporta un aspecto pasivo: la «belleza» en la cual el alma reposa en Dios y encuentra «al céntuplo» lo que había previamente dejado, y un aspecto activo: la «bondad» en la cual el alma se aparta del ego endurecido hacia Dios y hacia el prójimo «que no es otro que yo mismo». Finalmente, el conocimiento es «unicidad» o «vacío» ya que solo Dios es real por una parte, y por otra el conocimiento es «divinidad» o «plenitud», ya que, según san Gregorio Palamas, «los santos que participan en la gracia divina, se vuelven, conforme a la Gracia, sin origen e infinitos». La pureza, la bondad y la belleza pueden ser relacionadas con la Virgen; la invencibilidad, la unicidad y la divinidad pueden ser relacionadas con Cristo. Estos seis temas resumen todas las meditaciones que se pueden hacer sobre los misterios de la vida cristiana (9).

 

LOS MISTERIOS CRISTIANOS

Recordemos una vez más que, según su etimología, el «misterio» es lo «inexpresable», y no lo incomprensible. El «misterio» es lo «inexpresable» en primer lugar por que no se debe «echar las perlas a los puercos» ni «profanar» lo sagrado, pero sobre todo porque las palabras humanas son impotentes para traducir de una manera adecuada las verdades «sobre-naturales». Estas no pueden ser «asentidas» más que en una instrucción iniciática hecha «de boca a oído» (10) con la ayuda de «símbolos» apropiados, y porque finalmente, estas verdades deben ser «realizadas» ontológicamente, y no solamente percibidas especulativamente, y esto con la ayuda de los mismos símbolos.

Los «misterios» de la vida de Cristo y de la Virgen son los «temas» fundamentales cuya meditación es siempre necesaria para realizar la «conformidad» a imagen del Hijo de la que habla San Pablo. Estos misterios crísticos y mariales se han resumido en los 15 misterios del Rosario, repartidos en misterios gozosos, dolorosos y gloriosos.

A cada misterio del Rosario se le atribuye en general una o varias «virtudes». De una manera general, hay que entender por «virtud» una fuerza que realiza en el alma orante y contemplativa las «virtualidades» contenidas en los misterios, es decir que vuelve «reales» las «cualidades» de los personajes a los que se liga la meditación. Esto se opera en el alma, por la «virtud» (la fuerza) del Nombre de Jesús que se invoca en cada Ave del Rosario. Las virtudes son por lo tanto «aspectos» o «calidades» del Nombre divino que el alma busca realizar en si misma.

Mostraremos como los misterios de Cristo y de la Virgen revelan las tres vías espirituales de acción, amor y conocimiento, y se relacionan en definitiva con los seis temas fundamentales descritos más arriba.

Si se meditan los misterios del Rosario según la perspectiva de la acción, se pondrá interés sobre todo en el aspecto «moral» de las virtudes y en las aplicaciones más prácticas que se pueda hacer de ello. En la perspectiva del amor, el alma se aplica en la «virtudes espirituales» que son las «raíces» de las virtudes morales y son las «cualidades» divinas que ella debe realizar. En las perspectiva del conocimiento, el alma considera la misteriosa «transformación» de la que es objeto por la potencia de la gracia y la virtud del Nombre divino. Es, hablando con propiedad, el punto de vista de la «teología mística», aquella que estudia la «deificación» (theosis) en la que «el hombre se vuelve por gracia todo lo que Dios es por naturaleza». Está aquí el ámbito del «amor supremo» que coincide con el «conocimiento supremo».

A pesar de que cada categoría de misterios (gozosos, dolorosos y gloriosos) puede ser meditada según las tres perspectivas, los misterios gozosos se relacionan más directamente con la «acción», los misterios dolorosos con el «amor» y los misterios gloriosos con el «conocimiento». Es por eso que estas categorías de misterios presentan un orden de dificultad creciente en la meditación. Si los misterios gozosos son, en principio, accesibles a todo hombre, como lo es el «trabajo», los misterios dolorosos revelan más particularmente el «amor heroico» y los misterios gloriosos el «amor supremo» o el «conocimiento supremo». Se puede decir además que en los misterios dolorosos, el acento está puesto en la «unión»: se busca imitar al amado, sufrir las penas como él y reparar las ofensas de las que él es objeto. En los misterios gloriosos, el acento está puesto en la «unidad»; en la «unión» se es dos; en la «unidad» ya no se es más que uno, como en el «amor supremo» o en el «conocimiento supremo». La «unión» es Dios y yo; la «unidad» es «Yo soy El que es, tu eres el que no es» (11).

– La Anunciación es la entrada de Dios en el hombre, tal como tiene lugar en los sacramentos que confieren Cristo o el Espíritu Santo, es decir en los sacramentos de la iniciación cristiana. El alma pura y virgen recibe en ella y alumbra a Cristo a su vez bajo la influencia del Espíritu Santo; en efecto, se ha escrito: «Dedi eis potestatem filios Dei fieri… iis qui credunt in Nomine eius.» Y según san Pablo, el cristiano está predestinado a volverse «conforme a la imagen del Hijo de Dios», esto por el renacimiento espiritual y la agregación al cuerpo místico. Cuando esta imagen es perfecta, el Padre puede pronunciar las palabras de adopción: «Filius meus es tu; hodie ego genui te.» Según los Padres, «Dios se ha hecho verdadero hombre para que el hombre se vuelva verdadero Dios»; y Maestro Eckhart comenta así:

«Los maestros dicen que la similitud sola justifica plenamente la unión; por lo mismo es necesario que el hombre sea virgen para concebir a Jesús virginal… Decimos todavía más: es el fondo del que el Padre engendra su Verbo eterno el que la hace fecunda (el alma a la vez “virgen”, es decir pura, y “mujer” es decir fecunda) y le permite alumbrar al mismo tiempo que engendra el Padre» (12).

( Al cabo de seis meses, Dios envió el ángel Gabriel donde una joven virgen que vivía en una ciudad de Galilea llamada Nazareth y era prometida de José. Entro el angel a su casa y le dijó: “Alégrate tú, la Amada y Favorecida; el Señor esta contigo.” Estas palabras la impresionaron muchísimo y se preguntaba que querría decir ese saludo. Pero el ángel le dijo: “no temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande, y con razón lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de David, su antepasado. Gobernará por siempre el pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. María entonces dijó al ángel: “¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con un hombre?” Contestó el ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso tu hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel: en su vejez ha quedado esperando un hijo, y la que no podía tener familia se encuentra ya en el sexto mes del embarazo; porque para Dios nada es imposible.” Dijo María: “Yo soy la servidora del Señor; que haga en mí lo que has dicho.” Después de estas palabras el ángel se retiró. Luc 1,26-38) (13)

– La Visitación es la «concentración» gozosa y devocional del alma en la «Presencia divina», la consciencia que tiene el alma de llevar en ella el «Germen divino»; el alma actúa desde ese momento conforme a esa presencia, franquea las montañas de Judá para ejercer la caridad, lo que significa que sobrepasa los límites del ego y toma consciencia de que el «prójimo no es otro más que ella misma»; dicho de otra manera, realiza de cara al prójimo la misma actitud que Dios cara a ella misma. Es por eso que el Germen divino que está en ella puede santificar aquellos que se le aproximan y que de su alegría brota el Magnificat eterno cuando toma consciencia de la operación de Dios en ella.

( Por esos días, María partió apresuradamente a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró a la casa de Zacarías y saludó a Isabel. AL oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!” María dijo entonces: Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva porque quiso mirar la condición humilde de su esclava, en adelante, pues, todos los hombres dirán que soy feliz. En verdad el Todopoderoso hizo grandes cosas para mí reconozcan que Santo es su nombre. Luc 1,39-49)

– El Nacimiento es análogo a la «invocación» del Nombre divino que actualiza y «realiza» las virtualidades espirituales implicadas en la «presencia». El órgano generador de la Virgen es asimilable al «corazón puro» que engendra Dios, o a la boca que pronuncia el Nombre divino o absorbe las especies eucarísticas. En el Nacimiento el alma expresa a Dios por el Nombre divino que ella invoca. El alumbramiento es aquí una invocación global y «existencial» del Verbo: la Virgen «emite» el Verbo hecho carne por su órgano generador, como la boca «profiere» el Nombre divino «encarnado» en la formula.

( Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había hallado lugar en la posada. En la región había pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. El ángel del Señor se les apareció, y los rodeó de claridad la gloria del Señor, y todo esto les produjo un miedo enorme. Pero el ángel les dijo: “No teman, porque yo vengo a comunicarles una buena nueva que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy nació para ustedes en la ciudad de David un Salvador que es Cristo Señor. En esto lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en una pesebrera.” Lc 2,6-12)

– En la Presentación, el alma embriagada por la Gracia permanece consciente de sus límites de creatura, y como tal, permanece sometida a la Ley exterior. Así pues, el alma continúa purificándose por los ritos y ofreciendo al Padre el Germen divino que lleva en si, esto por el sacrificio que ella ofrece en el «altar del corazón», fuego divino que exhala la invocación del Nombre y destruye las especies eucarísticas. El alma que toda su vida a buscado y deseado a Dios lo recibirá en los brazos de la Inteligencia y de la Voluntad como el anciano Simeón, mientras que tras haber cantado su «Nunc dimittis», ira a contemplar la «luz increada» que los apóstoles han visto en el monte Thabor (14).

( Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación de la madre, llevaron al niño a Jerusalén. Ahí lo consagraron al Señor, tal como esta escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. Además ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley: una pareja de tórtolas o dos pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era muy bueno y piadoso y el Espíritu Santo estaba en él. Esperaba los tiempos en que Dios atendiera Israel y sabía por una revelación del Espíritu santo que no moriría antes de haber visto al Cristo del Señor. Vino, pues, al Templo, inspirado por el Espíritu, cuando sus padres traían al niñito Jesús para cumplir con él los mandatos de la Ley. Simeón lo tomó en brazos, y bendijo a Dios con estas palabras: Señor, ahora, ya puedes dejar que tu servidor muera ¨ en paz, como le has dicho. Porque mis ojos han visto a tu Salvador ¨ que tú preparaste para presentarlo a todas las naciones. Luz para iluminar a todos los pueblos ¨ y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que decía Simeón del niño. Simeón los felicitó y después dejo a María, su madre: “Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán, y a ti misma una espada te atravesará el alma. Pero en eso los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones.” Luc 2,22-35)

– Finalmente, el Niño Perdido y Encontrado en el Templo indica como el alma debe buscar a Dios en las sequedades que puede experimentar. El alma busca a Dios en primer lugar entre sus conocimientos, es decir entre los rudimentos del mundo que ella conoce por su experiencia; después se dirige hacia la «Ciudad santa» que es la Iglesia, y finalmente encuentra a Aquel que busca en el santuario, una vez que ha penetrado en la «cripta secreta» de la Escritura y de los sacramentos. Ahí, el Verbo argumenta con los Doctores y los confunde, es decir que la eterna Sabiduría sobrepasa y rechaza el saber profano y los frutos de la habilidad humana.

( Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y cuando cumplió doce años fue también con ellos para cumplir con este precepto. Al terminar los días de la Fiesta, mientras ellos regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo notaran. Creyendo que se hallaba en el grupo de los que partían, caminaron todo un día, y después se pusieron a buscarlo entre todos sus parientes y conocidos. Pero como no lo hallaron prosiguieron su búsqueda, volvieron a Jerusalén. Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Al encontralo, se emocionaron mucho y su madre les dijo: “Hijo, ¿por qué te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados.” El les contestó: “¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que tengo que estar donde mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les acababa de decir. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles. Su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos. (Lc 2,41-51)

Jesucristo en las otras religiones

Jesucristo en las otras religiones
Fco. Javier Avilés Jiménez
No pasa Jesús de Nazaret inadvertido en las grandes religiones. Después de siglos de mutuo rechazo, las grandes tradiciones religiosas se plantean el reto del diálogo y la cooperación para evitar la intolerancia y apoyar, unidas, la paz, la justicia y el respeto de la naturaleza.
Jesús en el Corán.
Si algo caracteriza la visión musulmana de Dios es su radical distancia respecto al hombre y al mundo. Alá es clemente y misericordioso, pero ante él la única postura es la de la más perfecta sumisión (islam). Aquí surge una diferencia importante con el cristianismo, que si bien respeta la distancia entre la divinidad y la realidad creada, mantiene que Dios es experto en salvar distancias y aproximarse sin pudor al hombre y la creación.
Mahoma se refiere repetidamente a Jesús, considerándolo un caso paralelo al suyo: un profeta que por revelación de Dios predica la verdad. Pero en cualquier caso, se trata de un hombre (sura 43,63) que anuncia a los judíos la venida de Mahoma (61,6). Los milagros fueron auténticos pero hechos con le permiso de Dios (3,49). Jesús fue uno de los justos y allegados a Dios (3,45) que, como hacen los buenos creyentes (musulmán) practica la oración y la limosna (19,32). Rechazado por los judíos, estos creyeron matarlo, pero Dios se lo impidió llevándoselo al cielo (4,157). Esta negación de la muerte en la cruz de Jesús se corresponde con la idea del éxito de los profetas.
A pesar de que está claro para el Corán que Jesús no es Dios, se le pone a la altura del profeta. Se reconoce su nacimiento virginal (19,21), no como muestra de divinidad sino de la omnipotencia de Dios. Incluso de le llama la Palabra de Dios, pero sin identificarlo nunca con él. Las premisas para un diálogo fecundo entre el Islam y el Cristianismo están aquí, pero pasan por la superación de las diferencias históricas: reconciliación por la vía del reconocimiento mutuo de errores y agresiones.
El Hinduismo y Jesús.
A pesar de que le demos un nombre unitario, son numerosas y distintas las tradiciones religiosas que dan contenido a lo que nosotros llamamos hinduismo (por ejemplo, visnuismo, sivaísmo y saktismo, que son los cultos más profesados…). No deja de ser un concepto expresivo del colonialismo intelectual de Occidente. También es verdad que dentro de su pluralidad todas tienen en común una convergencia intencional superior: abrir al hombre un acceso a la divinidad o al Absoluto (Brahma).
Ni que decir tiene que esta interna constitución del hinduismo como pluralidad de tradiciones religiosas hace de él un fenómeno de tolerancia. La divinidad supremo no considera rivales a otros dioses, todos ellos existen por él y manifiestan su realidad.
Muy temprano aparece el cristianismo en la India, hacia el s. II, relacionado con la tradición de Sto. Tomás. Para los hinduistas el sermón del monte es cercano a su propia fe. También la idea de encarnación o manifestación humana de lo divino (avatara) es familiar para la historia de las tradiciones hinduistas (Krisna, por ejemplo). Sin embargo, esa misma apertura la reconocimiento de la presencia humana de la divinidad se opone a toda reivindicación de exclusivismo por parte de ninguna de sus manifestaciones, como sería el caso de Jesucristo. Entre las muchas avataras de la divinidad, Jesucristo bien puede ser una, como reconoce Gandhi, que lo proclama su modelo da noviolencia.
Una cristología hindú partiría del Jesús histórico y el ethos que se desprende de su predicación, de sus bienaventuranzas: la defensa de los pobres y la propuesta del amor noviolento. La ley eterna del amor sería una coincidencia profunda del hinduismo con el cristianismo. Y desde ahí habría una valoración de lo que de eterno y divino se hace presente en Cristo.
Jesús ante el Budismo.
La diferencia más plástica y expresiva entre Cristo y el Buda se ve en la contraposición del rostro sufriente del crucificado y la sonrisa pacificadora del iluminado (Buda). El budismo no acepta que el Iluminado sufriera en vida después de llegar a la iluminación. El Buda Gautama estuvo por encima del sufrimiento, pues no en vano ahí radica la esencia del budismo, en la superación del sufrimiento. Pero Budismo y Cristianismo coinciden en que el sufrimiento es superado al final. comparten la esperanza en la liberación del sufrimiento.
Como en el caso del hinduismo, el Budismo admite pluralidad de iluminados, pluralidad de Budas (el Buda Gautama tiene predecesores y sucesores). Aquí habría una diferencia fundamental con el cristianismo que mantiene que Jesucristo no es un caso más de acceso a la perfección. Y es que el Budismo es una tradición cíclico-mística que busca una vía de liberación interior y el cristianismo es histórico-profético, cree en la acción de Dios en determinados acontecimientos.
Por último está el gran escollo para la comprensión religiosa del Budismo. Buda calló sobre Dios, no se planteó esa cuestión por considerar que suponía otra forma de apego a la realidad material. Por encima del posible valor que pudiera suponer la búsqueda de Dios está el carácter radical de contingencia de toda la realidad y la necesidad de liberarse de ella para que cese el sufrimiento, condición metafísica de la existencia. Jesús habla de Dios con la confianza del chiquillo en su padre (Abba).  Y propone que esa confianza sea más fuerte que la aparente victoria de la muerte. Desde esa confianza, el amor solidario y compasivo y el compromiso por evitar la parte de sufrimiento causada por la injusticia tiene sentido, es el sentido cristiano de la vida.

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER
Cristina Galletero, bachiller en teología
 
Basta dar una vuelta por los centros de estudios teológicos para constatar que el número de mujeres estudiantes de teología es bastante reducido. Mayor aún es el vacío en las librerías religiosas, donde casi es nulo el número de libros de contenido teológico escritos por mujeres. Desde esta constatación y como mujer que estudia teología me pregunto el por qué de esta situación .
En primer lugar, es evidente que en la Iglesia (y en la sociedad en la que está inmersa) se ha dado (y se sigue dando a ciertos niveles) una discriminación de la mujer por el hecho de serlo. Algo se ha avanzado, pero los frutos de siglos de desigualdad no son fáciles de superar. En esta situación se puede notar lo siguiente, por una parte la mujer ha estado y esta activamente en ciertos campos de la vida religiosa (cuando no ha sido considerada como criada) y por otra parte el estudio, la formación intelectual y teológica le han estado vedados por mucho tiempo.
Por efecto de todo lo anterior, la mujer ha tenido y tiene todavía en amplios sectores un arraigado complejo de inferioridad, sobre todo en campos como el intelectual-teológico, que le lleva a una pasividad y dependencia de los hombres. Baste constatar que la mayoría de los ejercicios espirituales, conferencias, charlas, retiros, etc… son llevados a cabo por hombres.
Pero creo que es hora de tomar conciencia a todos los niveles de que la Iglesia, la evangelización y el hacer presente el Reino anunciado y vivido por Jesús es obra de to- dos, mujeres y hombres, unidos en el
 
hacer y en el pensar, en la reflexión y  en la acción.
Hacer realidad el Reino es promover el desarrollo integral de la persona, posibilitando las condiciones de vida, la formación y la cultura para que de una manera real pueda ser libre y pueda asumir las riendas de su vida. Lo cual conlleva  denunciar todo tipo de injusticia y superar todo tipo de desigualdad, incluyendo la discriminación de la mujer allí donde la haya (tanto a nivel social como eclesial). Desde este punto de vista, pienso que la teología ha de ser llamada y tarea de la mujer. Y entiendo por teología no una estéril especulación y simple acumulación de saberes y conocimientos, sino una misión, porque misión es proclamar la Buena Noticia del Reino inculturado, inserta en las situaciones de cada mujer, hombre y pueblo, proclamada en su claves vitales. Tener formación teológica es urgente para todo cristiano, incluidas mujeres sin ningún tipo de complejo de inferioridad o inercia cómoda.
Desde aquí, y si este artículo pudiera ser tribuna de mi voz y de mi pensar en alto, animaría de manera muy especial a las mujeres para que desde sus posibilidades concretas de tiempo, estudios, trabajo, etc… estudien teología, lean teología, y aporten así a este mundo y a la Iglesia no sólo sus posibilidades y capacidades intelectuales, sino también su visión femenina del mundo, de la persona, de la fe, de Dios, que completaría la hasta ahora casi exclusiva visión masculina.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.
José Vicente Monteagudo.
  “Teología” es un concepto que puede evocar resonancias distintas: para un no-creyente es un discurso vacío de contenido, pues Dios no es más que una idea creada por el hombre; para un creyente al que las “movidas”  de la Iglesia le “resbalan” es cosa de curas y en todo caso, una reflexión sobre una idea muy particular y personal sobre Dios; para los que nos movemos en el mundillo de la Iglesia tiene también varias connotaciones: es un pozo inagotable desde el cual justificar razonablemente una ideología y una tendencia eclesial; o una ciencia que, sistemáticamente elaborada, se estudia en facultades, seminario y centros teológicos (y que está alejada de la realidad social y cultural); o una simple especulación sobre conceptos inmutables, reservada para unos pocos “sabios”( y para la curia romana).
Sin embargo, tiene también un sentido para mí más significativo: indudablemente es un discurso racional y riguroso, pero cuyo estímulo, objeto y finalidad es la fe y su sentido para  el cristiano. Surge de la experiencia de fe, desde la que éste se pregunta por las implicaciones que para su vida y la de los demás tiene, y por cómo hacer esta fe inteligible al mundo del que forma parte el hombre de hoy. Es una reflexión que busca superar todo fundamentalismo porque sirve de motor dinamizador de las fórmulas demasiado rígidas de los dogmas (si bien éstos hacen un servicio a la identidad de la propia fe).
 
En resumen, el contexto cultural concreto en que uno vive plantea determinadas preguntas a la vivencia del creyente: su fe, para madurar y no quedarse en un nivel de inocencia o de simple contestación social tiene que dar respuestas adecuadas a la realidad que le rodea y entrar en diálogo con ella. Durante muchos años, la teología ha tenido una formulación caracterizada por una centralización del saber (no sólo teológico) en los países desarrollados. La teología europea ha marcado la pauta desde unas bases filosóficas e ideológicas también europeas (platonismo, aristotelismo, tomismo, escolástica, existencialismo, liberalismo, etc.).
Pero las diferentes iglesias cristianas se han extendido enormemente por América Latina, Africa, Asia y Oceanía, lugares que culturalmente son incluso radicalmente distintos a la vieja Europa. ¿Cómo puede transmitirse el Evangelio en esas culturas sin imponer nuestras categorías teológicas que responden a esquemas grecolatinos?¿No es la fe acaso un don que se recibe y no algo impuesto y aprendido de memoria? También, en el primer mundo aparecen en nuestros días otros planteamientos culturales e ideológicos que afectan a estas cuestiones: cultura gitana, feminismo, nacionalismos, inmigrantes, etc.
Existen actualmente muchísimas visiones del mundo distintas dentro de una misma Iglesia, y cada comunidad tiene derecho a expresar su fe también desde esquemas distintos, con una teología contextualizada, propia, local. Surge aquí otra cuestión: ¿puede la comunidad ser fiel tanto al propio entorno cultural en que vive, piensa y siente, como a la fe en Cristo recibida de la tradición cristiana?
 
Hay un sentimiento creciente de que las teologías heredadas de las iglesias del primer mundo no se adaptan de forma adecuada a circunstancias culturales muy diferentes. Se les ha acusado de paternalistas y colonialistas porque no ofrecen una respuesta real a sus inquietudes y problemas. Documentos del Concilio Vaticano II (Decreto “Ad Gentes”) o la  “Evangelii Nuntiandi” de Pablo VI hablan de una teología misional y emplean vocablos como: “indigenización”, “inculturación”, “adptación”, “localización”, “contextualización”, etc.
Esta nueva teología o mejor dicho estas nuevas teologías desarrollan su labor precupadas por el contexto, método e historia. Comienzan por un estudio detallado del contexto, por lo que echan mano, no sólo de la filosofía sino también de la antropología, sociología, etnología, semiótica, etc.: su desarrollo da más prioridad al papel de la comunidad como creadora de teología a la luz de la historia de su contexto (dominaciones raciales, económicas, sexuales e ideológicas). A este trabajo teológico se le ha llamado “teologías indígenas”, “etnoteología”, “inculturación”, “teología contextual” o “teología local”: este último´es el término más apropiado, porque hace referencia a la “iglesia local” y porque cada contexto admite un acercamiento distinto.
En su proceder, las teologías locales responden a diversos modelos:

1) Se dan modelos de traducción. Buscan un paralelismo entre lo esencial de la fe y de la cultura en que se transmite, pero su análisis cultural es superficial e interesado por la urgencia pastoral y porque lo que se transmite como esencial de la fe no va desnudo culturalmente hablando, sino que conlleva imposiciones de la cosmovisión occidental.

2) Modelos de adaptación: tratan a la cultura con mayor seriedad, se dividen en tres grupos.  El primero intenta construir una cosmovisión de la cultura local que sirva de base para la elaboración teológica; sin embargo pretende una teología académica y sistemática que no responde a las inquietudes profundas de la cultura: no deja de ser un esquema noratlántico de elaborar teología.
El segundo se basa en la fidelidad a la “Iglesia uniforme del Nuevo Testamento” (propio de las iglesias calvinistas) como base filosófica fundamental; pero se trata de una precomprensión europea de la reforma protestante del siglo XVI.
El tercer grupo busca anunciar la fe apostólica para que sea asimilada por la cultura local desde sus propios esquemas vitales: respeta así la tradición cristiana y las tradiciones autóctonas, pero ¿dónde se puede encontrar una cultura pura en la que el cristianismo no haya influído ya? ¿Vamos a negar a determinadas tribus o etnias la posibilidad de responder desde su fe a las influencias del mundo occidental que ya han calado en su cultura?

3) Por fin, contamos con los modelos contextuales: se fijan más en el contexto cultural peculiar en que la fe es recibida, se expresa y asimila para que desde las comunidades cristianas de este entorno sean capaces de construir una teología propia, o “su” teología.
Dos son los procedimientos que sigue este modelo: a) los procedimientos etnográficos, que se preocupan por responder a los problemas de la identidad racial, nacional, femenina, etc. dónde ésta ha sido “colonizada” o es absorvida por otra identidad cultural dominante. Analiza la problemática del entorno e interpela desde ahí a la tradición cristiana. Su debilidad consiste en no atender al cambio social que crea conflictos en un determinado contexto. Puede convertirse entonces en un conservadurismo cerrado sobre sí que dogmatiza la propia herencia histórica.b) Los procedimientos de liberación atienden a los conflictos que genera el cambio social y el choque de culturas con intereses divergentes. Se centran en la situación de violencia, opresión, pobreza y discriminación que sufren determinados pueblos y sectores sociales, y desde aquí hacen una lectura creyente desde la oferta de salvación que en la Biblia aparece. Su peligro consiste en que pueden centrarse demasiado en la acción liberadora y no tienen en cuenta la profundidad del mensaje de la fe, con lo que se cierran en una lucha irracional contra el poder y destruyen la religiosidad popular. Sin embargo estos procedimientos son los que mejor han dado respuesta a la realidad de la cultura local.

Después de éste análisis, hay que rercordar que el sujeto principal que elabora una teología local es la comunidad cristiana: ella puede hacer una lectura de la Escritura y la Tradición desde su propia identidad y situación. La teología se convierte así en una pedagogía para la acción. Es en este momento cuando aparece la figura del teólogo profesional, que toma esa experiencia vivida  en su comunidad y la contrasta con la experiencia de otras comunidades y con la experiencia del pasado, abriéndo su comunidad a nuevas perspectivas. Después adquieren protagonismo los  “profetas” y los “poetas”. Los primeros son las voces críticas  de la comunidad y los que descudren la Palabra de Dios en los “reglones torcidos” de aquélla; los poetas traducen todo ello a símbolos y metáforas que manifiestan con profundidad toda esa experiencia de vida.
Con todo ello, vemos que tanto el evangelio como la iglesia (católica o protestante) se interrelacionan dentro de una cultura a través de una comunidad concreta. Esta se pone a la  escucha de la cultura, no desde un análisis funcionalista (demasiado pragmático y poco atento a lo simbólico), ni desde materialismos o ecologismos (útiles para contextos culturales en cambio, pero reduccionista en su interpretación de cosmovisiones sólo a partir del entorno físico), ni tampoco desde lecturas estructuralistas (que descubren estructuras de identidad y cambio cultural pero que, al basar la elaboración cultural en estructuras mentales, subordinan demasiado lo empírico), sino desde el análisis semiótico. Éste permite acercarse a la cultura local dejando hablar a la misma; se acerca a sus “textos” (expresiones mínimas de identidad o de cambio social de una cultura: peleas de gallos, corridas de toros, bodas gitanas, reducción de la cultura vitivinícola de Albacete, etc.,) y descubre en ellos un conjunto de signos y metáforas que se interrelacionan y transmiten mensajes.
De esta forma, la cultura se manifiesta por sí misma en su significación profunda. La labor de la teología se situaría por ello desde la perspectiva del receptor (y no desde el emisor como en los modelos de traducción y adaptación). Éste me dice qué simbología y qué reglas he de seguir para que la fe pueda decir algo a la experiencia de la cultura en que una comunidad está insertada. La teología se constituye entonces en un instrumento al servicio de la autenticidad de la fe encarnada en la vida del hombre concreto.

LA MUERTE-3885

LA MUERTE
Antonio Carrascosa Mendieta

El reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

(Mt 13, 44-45)

¿No es una inmensa alegría haber encontrado aquello por lo que merece la pena vender todo? ¿Qué es la vida humana sino el tanteo por encontrar ese único tesoro? Cada vez que me enfrento con verdad a mi vida más percibo la venta continua, permanente, imparable, brutal… que la preside. Como un goteo persistente, vendemos nuestros días, nos vendemos en ellos sin parar.
Tú me han enseñado que somos capaces de encontrar la razón de esta venta de vida, que no son una venta absurda nuestros días, que merece la pena venderlo todo y con urgencia cuando descubrimos el tesoro. ¡Qué alegría si podemos encontrarlo! Tú sí que encontraste esta perla de inigualable valor, la perla que le da valor a todo… Encontraste en tu misión por el Reino aquello que justifica cualquier entrega… Y me invitas a descubrirme en mí escondido en lo que vivo día a día, a palpar aquél que soy, y tocándome decirme: merece la pena venderlo todo para ser yo cada vez más. ¿Hay tesoro mayor?Merece la pena vender mi vida gota a gota a favor de este proyecto que soy. Meerce la pena incluso, … tu lo sentiste como nadie…, venderse a través de la muerte si uno descubre que sólo a través de ella llegarás a ser el que quieres ser. Y no será una venta ajena a lo que hemos ido vendiéndonos toda la vida. Al contrario, porque hará que tengan su único sentido.
Un tesoro que hay que guardar en lo escondido, porque sólo allí es tesoro. Y allí secretamente voy buscándolo, y voy alimentándome y alimentando a otros… Y un tesoro que fecundará a nuevos buscadores de tesoros sólo a través de mi muerte, como tú con tu muerte fecundas nuestra búsqueda. En lo escondido, allí la muerte hará que seamos aquello que, después de haberlo vendido todo, queríamos ser. Y entonces, sólo entoncer,  será “mi” muerte…  y entonces, sólo entonces,  seré por fin yo… Y entonces, sólo entonces, serás tú en mí para siempre.

0. Confesión personal.
Una confesión personal: me da mucho respeto hablar de este tema, me sobrecoge un poco… Lo cual entra dentro de lo normal, no creo que lo tenga que justificar. Pero me apetecía también acercarme a este tema para poner palabra a lo que voy tímidamente buscando, palpando y tanteando, también acompañado por alguno de vosotros.
Y me da mucho respeto y sobrecoge no tanto por la misma muerte, sino por mis palabras. Me da miedo que suenen a hueco, que sean meras especulaciones, que no terminen de llegar, que se caigan y no duren cuando nos enfrentamos a la experiencia de la muerte cara a cara. O más bien, cuando nos enfrentemos a la vida cara a cara.
Sólo puedo decir que acepto el riesgo. Que sé que mis palabras nunca podrán acertar del todo ni en esta experiencia ni en ninguna, pero que tienen que ser dichas para acercarme a ellas.

1. Las dificultades que rondan este tema.
Cuando uno se propone hablar de esta realidad aquí o en cualquier otro momento apropiado para ello encuentra muchas barreras. Podríamos resumirlas diciendo algo muy simple (ojalá que todo lo que diga sea tan simple…): casi siempre preferimos eludir el tema. Supone casi una reacción instintiva el deseo de quejarnos cuando en una conversación ha aparecido el tema. Incluso culpabilizamos de masoquismo impropio al que hace aparecer el tema de la muerte entre nosotros.
Y no sólo en la conversación, sino, lo que es más grave, en la propia experiencia que tenemos de la muerte, tanto si nos toca en primera persona como en segunda muy cercana. La reacción más natural es eludirla
Incluso estoy seguro que para más de uno de los que estamos aquí nos crea una cierta incomodidad que este tema se haya hecho un hueco en unas charlas de formación y nada menos que en un ciclo con el tema de “creer en la iglesia del futuro”.
¿Y por qué este reparo, este querer pasar por alto? Yo apuntaría varias causas. No me detendré demasiado, porque no es a este nivel al que quiero tratar el tema. Si acaso algo más en la última de las razones.
–    La primera es nuestra propia cultura que acalla la muerte, que la saca de la experiencia cotidiana. Son otros los intereses de una cultura donde se prima fundamentalmente el disfrute, la vida, la salud, etc. También desde un cansancio de una época (bastante lejana ya, todo hay que decirlo) donde tenía un protagonismo impropio y bastante inhumano.
–    Nuestro propio miedo, nuestra inexperiencia en temas que requieren de una profundidad importante. Es algo tan serio que no nos valen los esquemas que habitualmente tratamos para abordar otras experiencias mucho más epidérmicas
–    Y yo quisiera traer aquí una tercera dificultad: las soluciones precipitadas que a veces hemos dado a este tema no han favorecido un clima de acercamiento a la realidad de la muerte. Es tan dura la realidad que casi siempre hemos acudido a ella con “tranquilizantes” mal utilizados. Me refiero, por ejemplo, al tema de la resurrección y la vida junto a Dios. Quiero decir que en ocasiones hemos querido tapar con la Resurrección la muerte, poniendo como fuera de consideración lo que significa morir. Y así, la fe en la resurrección ha sido otra manera más de eludir la muerte.
Y no porque no crea en la Resurrección. Ni porque no crea que la fe en la Resurrección no pueda aportar nada a nuestra reflexión sobre la muerte. Pero intuyo  que sin comprender la experiencia de la muerte no podemos comprender lo que significa resucitar, porque percibo que es precisamente en el corazón de la experiencia de la muerte donde se nos revela lo que significa eso que llamamos resurrección.
Hablaré por tanto poco de la Resurrección. Siento si con ello os decepciono (ya me pasó una vez cuando me tocó hablar de la muerte de Jesús). Creo en la resurrección porque creo en la muerte. Y cuando digo creo en la muerte digo algo más que el hecho de que va a suceder como acontecimiento físico, que en él se esconde el misterio de lo que soy… Pero vayamos por partes.

2. Nuestro objetivo.
Ésta última idea me permite aclarar lo que pretendemos en esta reflexión. Por supuesto, no hablamos de la muerte para, como era norma en otros tiempos, asustar la vida, relativizar el valor de la vida o amenazarla, Pero tampoco quiero hablar de la muerte para ayudarnos a domesticarla, a taparla, a subordinarla a otra pretendida experiencia más nuclear.
Quiero hablar de la muerte para vivirla humanamente, para comprenderla desde la vida y desde el ser humano que somos cada uno de nosotros. Mirarla cara a cara (en la medida que esto es posible) desnudándola de todos los ropajes que nuestra culutura, nosotros o esas respuestas precipitadas le han puesto encima para ocultarla. Yo lo expresaría con un juego de palabras, pero que a mí me dice mucho: vivir humanamente la muerte, humanizar vivamente la muerte. Hacerla parte esencial de lo humano y hacerla parte esencial de la vida (no flotando sobre ella o en un rincón de la misma).
No quiero pensar en este tema con el deseo de “prepararnos” para poder apaciguarla y no nos muerda en exceso, sino para vivir el hecho de que vamos a morir. Para que algo tan serio como es la muerte sea vivido por mí, desde nuestra experiencia de hombres y mujeres, para que algo tan nuestro como es nuestra muerte se perciba desde la vida y no desde ningún lado oscuro (o excesivamente brillante…)
Y quiero que lo hagamos como discípulos de Jesús. Ello quiere decir que su propia experiencia ilumina la nuestra. De cómo él fue viviendo su muerte podemos encontrar luz sobre cómo vivirla nosotros. Y al contrario, también experimentando la muerte desde nuestra vida podremos adentrarnos más en la experiencia del maestro, comprenderla y adherirnos a él. No nos será difícil adentrarnos en esta experiencia de Jesús porque es un tema nuclear en los evangelios, yo diría que es “el” tema sobre el que los evangelistas construyen sus relatos.
Esta tarea que es vivir humanamente la muerte estoy convencido de que es un camino vital. Es decir, que no es que en un momento puntual de la vida adquiramos esa comprensión, sino que esto supone todo un camino… Y camino vital porque no es una comprensión intelectual (ésa me temo que no sirve para nada)lo que buscamos, sino una compresión desde la vida.
Bueno pues este camino es que pretendo iluminar… Más bien, el camino que quiero recorrer y en el que me gustaría sentirme acompañado por vosotros. En esta luz para el camino, intento orientar, apuntar solamente

3. El camino.
1). Porque es un camino esencialmente personal y tiene que ser recorrido personalmente. Por ahí precisamente quisiera empezar: comprender la muerte supone un camino que tiene que recorrer cada uno personalmente porque es “su” muerte y no otra la que tiene que humanizar desde su vida, vivir desde su humanidad. Esta es mi primera intuición: nadie puede recorrer este camino al que me invito y os invito y no debemos delegar en nadie este camino. Necesito hacer de la muerte mi muerte (qué duras suenan estas palabras… uno siente la tentación de suavizarlas). Mirar cara a cara esta verdad tan humana.
Entre otras muchas cosas, esto nos alerta contra soluciones generales, teorías, ideologías, etc. Ni yo ni nadie puede dar recetas para nada en la vida, porque lo vital tiene que ser recorrido por uno mismo
Cierto que esto no se hace en todos los momentos, no vamos a estar a todas horas con esta mirada directa. Pero aunque no se haga en todos los momentos, requiere sus momentos. Hay momentos en que nos queremos dejar coger de tu mano… Desde nuestras cegueras reconforta sentir únicamente el calor de tu mano. Sin ver por dónde vamos, pero conscientes de que nos sacas de nuestro pueblo, a un apartado… Para con saliva y tierra ir lavando nuestros ojos. Sabiendo que no vemos nítidamente ni siquiera con tu ayuda, pero con la esperanza de que los ojos se nos abrirán del todo…
2) El proceso quiere dotar de sentido a la muerte. Algo que visto desde fuera es una cuestión puramente física darle un sentido humano. Quizás suene algo raro esto, pero en definitiva es también lo que hacemos con la vida: también la vida es algo puramente físico… y es posible vivirla así, como cualquier organismo vivo. Sin embargo, intentamos durante toda la existencia elevarnos sobre esta facticidad, sobre esta pura animalidad e intentar encontrar un sentido, algo que trascienda lo puramente físico. De tal manera que convertimos lo importante no tanto en el hecho de vivir, sino en lo que le de significado y color en la vida (amor, verdad, belleza, comunicaciónetc).
Pues lo mismo quizás podríamos decir de la muerte (quizás no sea mucho, pero no es poco tampoco): lo que físicamente es pura desaparición y destrucción puede ser “sentidizado”, es decir, dotado de un sentido. Reconozco que quizás sea más difícil que en el caso de la vida, pero quizás no tanto…. Bueno..
Cuál sea ese sentido es precisamente lo que buscamos con este camino y, como decía en el anterior punto, no es algo que esté al principio y se nos dé, sino que tendrá que buscarlo cada uno. Hacer de la muerte “mi” muerte consiste en darle un sentido, un significado para mí… Y destaco aquí sobre todo este para mí.
En este punto quería tan solo advertir que el camino requiere como un presupuesto: es posible darle sentido a mi muerte (no sé si a la muerte en general, pero sí a mi muerte. No lo tengo, lo busco… pero creo que es posible.
3) Intuyo,  y esto sea quizás el núcleo de todo lo que voy a decir, que comprender la muerte va muy de la mano de comprender esencialmente la vida, darle un sentido a mi muerte es dar sentido a mi vida. Caminan juntas ambas búsquedas de sentido, una seguro que nos lleva a la otra y se iluminan mutuamente. Porque ambas están tejidas del mismo género. Si algún sentido tiene la muerte tendrá que estar muy ligado al que tenga la vida. Por eso tomarse en serio la muerte y mirarla cara a cara nos pide tomar en serio la propia vida y mirarla cara a cara. Quizás uno de nuestros problemas y miedos, nuestros reparos a encararnos con la muerte sea que no tenemos la seriedad de vida que se requiere para un experiencia así. Y para ello hay que volverse no sobre a vida en general, sino sobre “mi” vida. El camino de búsqueda de sentido de la muerte no es otro que el de la vida. No busquemos en los huecos, en los reversos, en los aposentos anteriores, superiores o inferiores de la vida. Busquemos en la vida misma, en mi vida misma.
Si algo hemos aprendido de ti, Maestro, es la unidad que tiene en ti muerte y vida, tan íntimamente unidas que tus discípulos, cuando recordaban lo vivido contigo, todo parecía ser parte de tu muerte y parte tu vida a la vez. Cualquier gesto o palabra tuya era recordada como activando tu muerte y tu vida a la vez.
Por eso, la propuesta que aquí os hago es emprender un camino que nos lleve a desentrañar el sentido que tiene “mi” vida. Por eso quizás hable aquí más de la vida que de la muerte.
4) Para emprender este camino necesito releer mi vida y ver que no sólo he sido un organismo vivo (lo decíamos antes), sino que ha habido experiencias que me han elevado de la mera condición física, experiencias de sentido diría yo, que dan color a la vida. Experiencias como el amor, la paternidad y la filiación, la amistad, la alegría de ciertos momento, el goce estético… Pero no sólo lo positivo: también nuestros fracasos, nuestros desalientos, nuestros límites nunca aceptados, etc.¿No es todo esto un paso más allá que lo puramente fenoménico?
¿Y no es todo ello lo que en definitiva somos? Claro que sí. En todo ello es en lo que nos hemos ido dibujando a lo largo de la vida.
Y todas estas experiencias, aquellas que nos hacen, tienen el eco de lo definitivo, de lo irrepetible, de que una vez vivido queda para siempre sin poder volver a ser: una experiencia de amistad o amor, un fracaso, un momento especialmente intenso de amistad… cosas que brillan en el firmamento de nuestra vida de una vez para todas, sin posibilidad de repetirse, pero con un eco que llega a nuestros días. Vamos descubriendo lo de irrepetible y definitivo que tiene todo lo que hacemos. Ha sido… Y no volver a ser… Y es que no puede ni debe volver a ser… Pero ha sido.
Pero aun irrepetibles, si son evocadas con esta intensidad es porque permanecen presentes en nosotros de algún modo, que hay una línea que las une a lo que ahora estamos viviendo.
Os invito a percibir lo que somos. No somos únicamente un fruto de casualidades y de las corrientes de la vida que nos llevan. Por debajo de todo ello (y todas estas experiencias nos lo demuestran) existo yo. No soy simplemente vivido: vivo yo. Existo yo!
5) Desde esta mirada, que como os vengo diciendo, se desarrolla a lo largo de toda una vida de búsqueda, voy intuyendo poco a poco lo que podríamos llamar mi lugar en el mundo, el para qué de mi estar vivo. Como veis casi estamos dando vueltas a lo mismo (aunque supongo que en cada vuelta nos llevamos “algo”). A través de esa mirada que me va descubriendo los momentos y las experiencias que me hacen ser humano puedo ir acercándome al para qué de mi vida. No con frases hechas, no con doctrinas religiosas o ideológicas impuestas desde fuera. Tampoco desde la culpabilidad de lo que no he llegado a ser ni desde la fantasía de lo que me hubiera gustado ser. No desde lo que he vivido como fundamental soy capaz de trazar una línea que conecte todo y percibir lo que llamaría mi misión. ¿Qué es lo que estamos llamados a ser en nuestra vida? Esta es la pregunta. Y para responderla no podemos echar mano de ningún manual sino de lo que hemos ido viviendo. Allí está escrito si sabemos leerlo. Unos pueden intuir la entrega familiar como misión, otros una profunda misión profesional que da sentido a todo, etc.
Creo que así fue, Jesús, como fuiste tomando conciencia de que todo te llevaba hacia una misión que pusiste como centro organizador de su vida. Le llamaste Reino: esa vida la organizaste en torno a hacer presente la gracia amorosa de Dios para con Israel. Sabemos que esta conciencia no te llegó por ciencia infusa, sino la destilaste de tu propia experiencia, de tus propios tanteos, de tantas horas con los tuyos hablando y escuchando. Allí descubriste qué era lo que en el fondo movía tu vida como centro más profundo. Allí queremos vernos de tu mano: ver nuestra propia misión, el para qué de lo que vivimos.
Y en esa misión no sólo veo mis decisiones, mi voluntad, sino también descubro que siendo mía, brotando de mí, alguien la ha puesto en mí, alguien la sostiene. Me atrevo a nombrar a Dios desde mi misión. Lo que me hace ser más yo es lo que más me une a Dios.
6) Y permitidme aquí que sugiera un nuevo paso en este camino: uno puede leer todo lo que es su misión desde una clave: la desposesión de sí. Ese hilo conductor que es la misión, el para qué de la vida, no es sólo realización personal sino irse “entregando”. O mejor dicho, me realiza entregándome fuera de mí.
Uno va viendo que su vida adquiere sentido en la medida en que va saliendo de sí: va siendo a través de ir gastando el ser.
Las experiencias citadas antes (amor, fracaso, alegría, paternidad, etc.) son auténticas experiencias de desgaste. Una desposesión en la línea de la misión, pero no por ello menos “entrega”. Y no sólo por nuestra voluntad: el desgaste de las fuerzas, la desaparición de otros, la lejanía, nos hace ir viendo que la vida es precisamente esta continua experiencia de desgaste. Unas veces ofrecida… Otras arrancada.
No era eso, Jesús, lo que querías decir con aquello de que quien pierde la vida la gana: precisamente vivir es ir desposeyéndonos de la vida: mostraste en tu propia misión que desgastarse es humanizarse. Así enseñaste a los tuyos a ser humano: dándote todo a ellos, entrega que sólo con nuevas entregas se renueva.
7) Y no es ésta una desposesión que se derrame y pierda, sino que da su fruto, como la semilla que muere. La desposesión y entrega que ha nacido de nuestra misión ha “fructificado” en algo distinto de ella misma.
Por frutos se entiende siempre algo que brota de sí (muy nuestro) pero que a la vez se desprende de nosotros y es distinto… Son frutos en otros seres humanos cercanos, en la historia humana, en la naturaleza… En todo lo que podríamos llamar patrimonio humano.
Frutos de nuestra desposesión que hacen vivir y crecer a otros. En algunos casos los tenemos muy conscientes y presentes, fundamentalmente hablo de los que sentimos más cerca… (es lo que hemos sembrado en los hijos, en los amigos, padres, hermanos,…) Pero también sin saberlo a ese pozo común en el que la humanidad se nutre.
Cuando hablo de frutos pienso no en ayudas externas, en enseñanzas, en cosas materiales, en lo genético: no es algo de mí que está en el otro (el que conozco y también el que no conozco)… Por eso que soy de verdad, por esa misión por mi humanidad desposeída habito en los otros.
Quizás en este punto pueda parecer esto un poco teórico, subido a las nubes… Pero no: lo que ocurre es que estas intuiciones no son accesibles con la sola voluntad de tenerlas: a veces se nos presentan. Y no siempre son fáciles de decir.
Hay algo en cada uno de nosotros que se ha enraizado ya fuera de nosotros, que nos ha llevado a otros hogares. Necesitamos una mirada tranquila y profunda para ver todo esto.
Ayúdanos, Maestro a sostener esta mirada en la tuya, donde ibas percibiendo cómo quedabas en los tuyos más cercanos, cómo no eras sólo para ellos un rabí o un sabio, sino que aquello que tú vivías con tanta intensidad estaba empezando a nacer en ellos.
¿Qué es la Iglesia sino estos frutos que unos a otros nos vamos entregando? No somos un mero grupo, pero tampoco algo invisible o abstracto previo a nosotros. No. la iglesia son todos estos frutos de creyentes, el fruto de todas nuestras desposesiones y entregas, sostenidas por la del Maestro de Galilea. De ello nos alimentamos. Creer en la Iglesia es creer que todos los que tras generaciones hemos intentado seguir a Jesús hemos creado un patrimonio compartido con nuestras entregas. Y que todo esto es indestructible, piedra fuerte que ni el peor de los males puede destruir
8)Y desde ahí te atreviste a una apuesta más nuclear y definitiva. Jesús: viste que crecías en ellos y ellos en ti, que tu presencia les hacía crecer. Pero también entreviste que sólo había una manera de lograr que esta presencia fuera definitiva: la muerte. Los acontecimientos violentos en tu contra, la más que probabilidad de que acabases violentamente fue la ocasión que aprovechaste para aquellas desposesión total que haría que los tuyos te recogieran para siempre: una muerte provocada por una fidelidad a la misión hasta el extremo haría que quedases en ellos como ninguna otra experiencia pudiese lograrlo.
Ello me hace preguntarme, nos hace preguntarnos, si, en coherencia con nuestra desposesión, desgaste, entrega en la misión, no habrá frutos que sólo nuestra muerte hará madurar, si no habrá una presencia en los otros, en ese patrimonio común, que sólo con mi muerte podré lograr. Pensar que hay algo de mí, algo de lo que soy que sólo puede comunicarse a través de mi muerte. Una irradiación a los demás, al mundo, a nosotros mismos que nunca lograré de otra manera. Sé que es un atrevimiento… pero me atrevo porque tú te atreviste.
Una entrega final, total, un fruto total en continuidad con lo que he sido y no como destrucción de lo que he sido. La entrega final unida a todas las anteriores.
Permitidme una comparación (que tiene, claro está, la limitación de todas las comparaciones): la muerte como esa clave de las cúpulas: es la última que se pone, sin las anteriores piedras no podría ponerse esta última. Pero luego sostiene a todas las demás. La muerte sostiene así toda nuestra vida, todo lo que hemos sido. Da razón última a toda la vida Muerte como palabra final de todo el relato de mi vida, clave para entenderlo y no sólo un abrupto final del libro.
9) Con todo lo dicho creo que entenderemos que sólo hay una manera de acoger y hacer nuestra la muerte: con una fe desnuda. Ante la muerte, más desnuda que nunca.
Y me refiero a una fe en nosotros, en uno mismo. Es fe en el fruto que somos y que vamos madurando. Fe en que no somos un mero devenir, una caña agitada por el viento, sino que existimos de verdad. Fe en que esa línea fundamental que veo en mi vida, esa misión, es lo que soy. Fe en la realidad misteriosa que soy. Y desnuda, porque la muerte me pone de manifiesto no soy más que esa realidad misteriosa. Nada más. Pero indestructiblemente eso.
Fe en Dios. No en el Dios que está detrás de la muerte, sino que Dios que me habita toda mi vida, que es el núcleo de ese misterio que soy. Eres ese Tú en mí, que en un cortejo que dura toda la vida nos vamos buscando. Tú que me has llamado a ser yo mismo. Quisiéramos que en el momento final de nuestra vida podamos decir: sé tú todo en mí, sin reservas, porque sólo así podré llegar a ser yo de verdad.
Fe en Dios que es pura y desnuda porque ya no caben más mediaciones, ni imaginaciones, ni medias tintas, ni siquiera palabras que puedan expresarla: sólo nos quedará la fe en ti.
En la muerte aprendemos que la desposesión de nuestra vida pide una totalidad insuperable. Ocasión para mostrar que nuestra apuesta por lo que somos no esconde trampa. Así podemos decir contigo, Jesús, maestro y compañero de camino, lo mismo que susurraste en la cruz después de una búsqueda humana insuperable: todo está cumplido. No queda nada ya que hacer, que dar, que desposeer, que entregar para llegar a ser uno mismo. El fruto está maduro y sólo queda de nosotros la fe desnuda, es decir: entonces ya somos lo que hemos estado buscando toda una vida, ya somos de Dios sin reservas: todo está cumplido. En mí, en lo que de mí queda en los otros, en lo que de mí queda en Dios… Todo esta cumplido.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.
Que no hay libro de instrucciones para ser hombre de fe en nuestro tiempo, hace tiempo que lo sabemos. Lo que sí tenemos a mano es la memoria de los empeños de otros por vivir en la verdad, una verdad que sólo puede ser precariamente alcanzada en la medida en que se la persigue, porque aún no la poseemos. Y no es poco que estemos alerta para que, en la medida de lo posible, podamos saborear eso que a ellos nos une y descubrimos misteriosamente en nosotros. Por eso convocamos en estas páginas de RUT a tres personas en quienes reconocemos una búsqueda sincera, búsqueda a la que se han dedicado con una constancia y seriedad sólo comparable a lo desapercibidos que pasan para la sociedad.

Aunque alguno de nuestros tres invitados no se reconoce como cristiano, en los tres apreciamos una vida que es consciente de sí misma, que ha cuidado el silencio y la reflexión; en los tres apreciamos que siguen intentando decir su propia palabra sobre la humanidad, sin pretender ir más allá de lo que sinceramente creen y modestamente viven. Por eso, nos atrevemos a presentarlos como contemplativos.

Sin haberlo pretendido, en esta entrevista por triplicado hemos reunido a dos hombres y una mujer cuya historia ha comenzado, ha pasado, o se desarrolla hoy en Cataluña. MONTSERRAT DE LA CRUZ (Barcelona, ¿1950?) es Carmelita Descalza en el Convento de La Inmaculada de Villarrobledo (Albacete). Durante años ha sido superiora de su comunidad y siempre ha estado dispuesta a la animación y el acompañamiento de otros. JOAN CARLES ELVIRA (Barcelona, 1956) es un monje Benedictino del Monasterio de Montserrat y se dedica, entre otras tareas, a coordinar la revista “Studia Monastica”. MANUEL GRANADOS (Granada, 1960), que se confiesa agnóstico, es profesor de guitarra flamenca en la Escuela de Música del Liceo de Barcelona. Su vigoroso espíritu humanista nos ha interesado tanto como su talante inquieto y dialogante. A estos amigos les planteamos tres preguntas.

1. La primera tiene que ver con el papel que las religiones puedan jugar en el enriquecimiento de lo humano. Bueno será que reflexionemos sobre ello, sin olvidar los pecados históricos de las religiones pero sin pretender que éstos las desautorizan y expulsan del diálogo sobre lo que hoy necesitamos para ser más humanos. Concretamente les preguntamos: ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?.

2. En la segunda pregunta pedimos que se nos describa ese ahondamiento en la humanidad, o lo que es lo mismo: ¿cómo describirías el crecimiento espiritual?.  La estrecha relación que descubrimos entre estas dos preguntas pone en evidencia nuestra convicción de que se puede hablar de lo espiritual en sentido amplio, no específicamente religioso, y que esa espiritualidad “primaria”, tiene que ver con la búsqueda de la autenticidad humana.

3. Por último, y centrándonos ya en la tradición cristiana, pedimos a estos buscadores que compartan algún eco que haya tenido en ellos y en su itinerario ese Jesús siempre “perdido y hallado”: constantemente perdido en milenarias tradiciones pero una y otra vez hallado en el templo de la humanidad auténtica. Concretamente, les preguntamos: ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Estos investigadores no nos ahorran nuestra investigación, pero sí pueden ayudarnos a reconocer algunos elementos de nuestro paisaje humano, social y religioso, elementos a los que quizá no habíamos puesto nombre aún.

Joan Carles Elvira. Monasterio de Montserrat.

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Existe un viejo adagio latino que reza así: corruptio optimi pessima (la corrupción de lo óptimo es pésima). La religión puede ser ocasión de lo mejor y de lo peor con respecto a lo humano. En el fondo, las personas, más que buenas o malas somos sobre todo ambiguas. Cuanto más se alza uno hacia lo mejor de sí mismo, más sutiles son las tentaciones que lo asaltan. Cuanta más luz irradia una persona, mayor es la sombra que proyecta su figura. La fe –la fe en Dios unida a la fe en uno mismo- nos permite avanzar a través de esa ambigüedad constitutiva, al no ahorrarnos es esfuerzo de la lucidez. La verdadera fe evita que acabemos evadiéndonos de la realidad, por más que nuestras autodefensas instintivas nos inciten a ello tan a menudo. Cuando vivimos de la fe, la conciencia de nuestra finitud no nos aplasta y podemos reconocer en paz que nunca vivimos aquello que habíamos deseado vivir. Pero precisamente la fe puede hacer de esa conciencia un estímulo par avanzar por nuestro camino. La fe, en definitiva, debería ayudar al creyente a vivir mejor su condición humana.

No tengo claro que el cristianismo sea una religión más entre las otras. Con esta afirmación no hago ningún juicio acerca de la superioridad o no del cristianismo desde el punto de vista religioso. Me pregunto únicamente si, a medida que la cultura moderna se universaliza, el atavismo religioso –se exprese como se exprese- inherente a la condición humana no sostendrá cada vez menos la fe en Jesús. Quizás entonces comience una nueva etapa de la misión de un cristianismo en vías de mutación: favorecer una búsqueda de Dios que tenga en la profundización de lo humano su punto de partida. ¿Cómo se concreta esto? Me parece que cada uno debe descubrirlo por sí mismo y para ello hay que prestar especial atención a los acontecimientos y a los encuentros personales que pueblan nuestra vida, pasada y presente. La palabra de Dios, convenientemente interpretada, puede aún ofrecernos valiosas pistas para esa búsqueda. Creo, sobre todo, que cuando alguien alcanza a vivir cercano a Jesús de Nazaret de una manera estable, la fe que deposita en él es factor de maduración humana por las llamadas y exigencias que comporta. Diría que el evangelio, meditado y orado a lo largo de una vida, no ayuda a ahondar y crecer en humanidad por la luz que nos viene de la humanidad misma de Jesús. Nos humanizamos cuando la alegría de las bienaventuranzas llega a sernos connatural, a fuerza de tantos momentos en los que aprendemos a amarlo todo con dolor callado.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

Entiendo por crecimiento espiritual aquel itinerario de fe que logra articular madurez humana y experiencia de Dios. A mi entender, la dimensión personal constituye el punto de partida de la experiencia espiritual. Todo itinerario de fe es siempre un asunto personal, aunque no individualista. Hay crecimiento espiritual cuando uno percibe determinadas llamadas que se traducen en la exigencia interior de un cambio de vida y en el descubrimiento de una nueva manera de ver las cosas. Por la respuesta de fidelidad que estas llamadas suscitan a lo largo de los años tomamos conciencia de la obra de Dios en nuestra existencia y, por extensión, en la de los demás. Esta toma de conciencia revela progresivamente la Presencia que nos habita y que es fundamento de la propia interioridad y de toda comunión interpersonal.
Un itinerario de estas características tiene su pedagogía específica, de la que podrían destacarse tres etapas fundamentales. En un principio se parte de la realidad personal asumida positivamente, como mejor base para iniciar un discernimiento sobre el camino a tomar. Sigue un periodo de integración que pasa por la purificación del corazón, sede del deseo, y por el aprendizaje de una autonomía abierta a la alteridad, cuando es su apertura el Tú divino y a los que le son encomendados el sujeto trasciende desde dentro su subjetividad si negarla. Sólo entonces, en un tercer momento, se atisba la meta del itinerario espiritual, que no es otra que la madurez de la persona centrada en Dios mediante una donación de sí sin reservas pero libremente asumida.

A las etapas de la vida espiritual corresponden otras tantas de crecimiento humano. Así, por ejemplo, la edad de la juventud tiene sus ritmos propios que conviene respetar. Hoy sabemos que, si no explicaciones causales, sí podemos evidenciar ciertas constantes que nos orientan acerca de tendencias verificables en muchos itinerarios personales. Normalmente uno de los momentos más significativos resulta ser el del acceso a la vida adulta, que se sitúa aproximadamente en torno a los cuarenta años. Su signo característico acostumbra a ser una crisis de realismo, cuando la identidad personal y el correspondiente proyecto vital no se armonizan bien con unos ideales venidos a menos. Llega entonces la hora de la verdad de una existencia humana y, bajo una perspectiva cristiana, la hora de la segunda conversión, el momento de la experiencia teologal, cuando nos sostenemos principalmente gracias a la fe, la esperanza y el amor desde una experiencia de Dios en la que la búsqueda de certezas inmediatas deja paso a la confianza radical.

Entre el momento de la juventud y el de la vida adulta media un espacio que, a mi juicio, es decisivo para el crecimiento espiritual. En ese periodo se ponen las bases de la personalidad, con sus raíces y equipamientos. También germinan entonces las semillas de no pocos fracasos que apuntan siempre en el horizonte de la vida humana. Mientras dura el ciclo expansivo de la juventud, nada mejor, pues, que potenciar de manera simultánea la búsqueda de Dios y un sano desarrollo personal. Se crece por esta vía cuando uno explora, desde sí mismo, nuevas síntesis entre lo humano y lo espiritual. Con el tiempo, sin embargo, llegará un momento de ruptura –el de la experiencia teologal-, ruptura que, en el caso del joven abierto a la fe, conviene no forzar antes de tiempo pero tampoco retrasar indefinidamente.
El crecimiento espiritual es siempre una delicada obra de discernimiento, cuyos rasgos más genuinos son la discreción y la paciencia de los lentos avances .

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Me limitaré a señalar un aspecto, el de la comunión que se llegó a establecer entre Jesús y sus discípulos. Una comunión que, a mi entender, era fruto tanto de lo que Jesús aportó a sus discípulos como de lo que éstos, a su vez, suscitaron en Jesús. Es a ese nivel como mejor se nos revela, a mi entender, lo esencial del cristianismo.
Para ilustrar lo que quiero decir intentemos aproximarnos a la experiencia de Jesús. Vista de manera global, su vida puede dividirse en dos periodos. El de los inicios, un tiempo de expansión, de éxito, en el que la palabra y la acción de Jesús llegan a las multitudes y provocan una reacción de entusiasmo colectivo. Un tiempo en el que todo parece confirmar las expectativas mesiánicas de un pueblo que no consigue levantar cabeza. Los discípulos participan también de esas mismas expectativas, pues, al igual que los demás judíos, viven de una herencia común. Jesús, sin embargo, descubre, no sin experimentar sus dudas, que de seguir por ese camino dejaría de ser fiel a su misión. Comienza entonces un segundo periodo en el que Jesús se niega a jugar el papel que le viene impuesto por el entorno. Inevitablemente, los enfrentamientos con los representantes del pueblo judío se hacen cada vez más fuertes y el abandono de las multitudes, más evidente. Incluso entre sus allegados se inician las deserciones. Jesús comprende que sus días están contados. Pese a todo, un grupo de discípulos permanece a su lado, a pesar del desconcierto que experimentan ante el comportamiento del Maestro –desconcierto que podemos entrever en numerosos pasajes del evangelio. No llegan a vislumbrar el alcance de lo que se avecina pero confían noblemente en quien les ha despertado a lo mejor de sí mismos, haciéndoles entrever la posibilidad de una existencia totalmente nueva. Nunca nadie como Jesús les había calado tan hondo… Es entonces cuando Jesús cambia de estrategia y se concentra en el reducido número que permanece a su lado. Jesús toma conciencia de la imposibilidad de la obra de Dios entre los hombres si o es desde la humildad y desde la pobreza de medios, e intenta transmitir este mensaje a sus discípulos más íntimos. Comprende que su presencia en ellos y en medio de ellos constituirá el verdadero fermento que prosiga la obra iniciada por él, cuando después de amarles hasta el extremo entregará su vida como última exigencia de su misión. Con el tiempo, nuevos discípulos se irán uniendo a esa comunidad originaria y el futuro quedará abierto. Se cumple de este modo la verdad del mensaje que anunciaban las parábolas: en lo pequeño y humilde se manifiesta eficazmente la obra salvadora de Dios. Reconocemos ahí toda la espiritualidad del “pequeño resto” que recorre la azarosa historia de Israel…

Es en las relaciones de persona a persona como Dios quiere hacerse presente a la humanidad. “Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”. En Jesús somos revelación los unos para los otros. Crecemos en humanidad cuando nos damos a los otros, recibiendo de ellos, en ese don, lo que nosotros solos no llegaríamos a descubrir de nosotros mismos. Marcel Legaut ha puesto de relieve, con la finura humana y espiritual que le caracteriza, el alcance de esa comunión: “Todo induce a pensar que Jesús y sus discípulos conocieron ese alumbramiento recíproco. Jesús los reveló a sí mismos tanto más cuanto que por su parte se descubría progresivamente a sí mismo a través de su misión siempre más clara, imperiosa y original, abierta paulatinamente al infinito del hombre. Y tanto más recibió de ellos cuanto más les dio lo que justamente esperaban sin poderlo expresar o incluso sin ser conscientes de ello. Así, una comunidad de naturaleza absolutamente nueva se estableció entre Jesús y sus discípulos. Nació de lo que se engendraba en él para ellos y por ellos, y de lo que se desplegaba en ellos por él y para él. Esa comunidad ¿acaso no fue, de alguna manera, el origen de la importante intuición que hizo afirmar a Jesús su unión con Dios y con sus discípulos, y descubrir la básica identidad de ambas uniones? Esa comunidad ayudó intrínsecamente a la realización de Jesús y de su misión. Y luego, en el surco de esa primera comunidad, bajo su inspiración y en relación con ella, otras comunidades nacen constantemente, la renuevan y la perpetúan”. 

De este texto de Legaut destaco dos intuiciones que, a mi entender, dibujan perspectivas del cristianismo apenas exploradas, a no ser por la experiencia mística. La primera es la de la básica identidad entre la unión de Jesús con Dios y la de Jesús con sus discípulos. Así como Dios era para Jesús el padre que le engendraba en su ser de hijo, así Jesús es para sus discípulos el padre espiritual que los engendra a la fe y los transforma interiormente. De igual modo, así como Dios estaba presente en Jesús de una manera única, así Jesús se hace presente entre sus discípulos y es el fundamento de su comunión fraterna. La “resurrección” de Jesús cobra de ese modo contenido existencial para nosotros: Dios quiere hacérsenos presente a través de Jesús. Y segunda intuición: la comunión engendra una comunidad, crea la Iglesia. En esa comunión se da de igual modo reciprocidad: lo que sería imposible que se diese en solitario se alcanza gracias a la colaboración creativa de la comunidad. Me parece que a eso se refería Jesús cuando pidió a sus discípulos que se amaran los unos a los otros como él los había amado. Jesús se dio totalmente a sí mismo para que esa fraternidad fuese fermento de una humanidad que necesita de ella para llegar a su plenitud. En esa humanidad cumplida Dios se reconocerá para serlo todo en todos. Con palabras de Legaut: “Todo sucede como si Dios se buscara a través de un mundo al que intenta crear a su imagen para encontrarse en él de una manera nueva. Dios estaría ligado a la suerte de una creación que Él reemprende constantemente porque constantemente decae. Por ella y con ella, Dios se habría puesto en manos de los hombres. Entonces, la misión de Jesús consistiría en ir hasta el límite de sus fuerzas y de su luz con una perfección digna de la llamada divina, y en introducir así a sus discípulos en los caminos de la obra divino-humana de la que dependen tanto Dios como el hombre”. 

Montserrat de la Cruz. Carmelita Descalza. Villarrobledo. 

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Cuando la religión causa efectos negativos, es sencillamente porque se ha vivido mal, ya que “volver” a las Fuentes de la Espiritualidad, es la “salvación del mundo” y la plenitud de toda vida humana. Lo que la dimensión religiosa aporta al crecimiento y desarrollo del ser humano es dignidad y plenitud. Porque el ser humano, creado “a imagen y semejanza de Dios”, es demasiado grande para contentarse con cualquier cosa. La persona humana no es “una máquina productiva”, ni un sujeto que sólo aspire al éxito o al bienestar. Y sabemos que la superficialidad lleva al ser humano a un callejón sin salida. Cuando la persona está creada sobre todo, para cultivar el espíritu, acoger al misterio y, como fruto de esto, experimentar el gozo interior.

Una sociedad huérfana de salvación y de esperanza necesita muchas cosas, pero de lo que más tiene necesidad, aunque no lo sepa, es de personas orantes, espirituales, místicas. Porque para crecer, la persona debe adentrarse en su misterio y llegar al corazón de su vida. Lo dijo hace años el Vaticano II: «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su creador».

El problema principal de toda persona, no es la religión, sino la vida, el vivir de una manera digna del ser humano. Y lo que está en la base de todo ser humano, es dar sentido a la propia existencia, actuar de manera responsable y caminar por la vida con esperanza.

La persona de hoy, como la de todos los tiempos, no puede acallar los interrogantes que le grita nuestra existencia. Sólo los espirituales -yo diría, y sin miedo, los místicos, los que acogen el misterio- nos enseñan a intuir el enigma del ser humano. Nacido para vivir y abocado a la muerte, buscando remedio a todo, y sin capacidad para remediarse a sí mismo; anhelando la verdad, y autoengañándose constantemente; reclamando la libertad y con miedo a disfrutar de ella… Y éstas no son situaciones extraordinarias, es la realidad cotidiana de cada jornada, que debe ser iluminada por la luz del Dios revelado en Jesucristo.
Sólo personas que vivan desde ahí aportarán salvación y esperanza a nuestro mundo.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

El crecimiento espiritual es un trabajo de “limpieza”, realizado en el corazón. Toda la corriente profética del Antiguo Testamento así lo proclama y predica, y Jesús, lleva a plenitud esta realidad salvadora.

Opta por la vida interior es entrar en un camino liberador de todas las conscientes o inconscientes esclavitudes que padecemos y nos acechan. Entrar en la Escuela del Evangelio es aprender a amar en libertad, y tener desde ahí una pertenencia fecunda en la Iglesia y con el mundo, si no exenta de conflictos, si cuajada de futuro. Y esto, porque el problema que resquebraja la libertad y superficializa nuestro vivir religioso está dentro del corazón humano.

Las crisis son necesarias en todo crecimiento humano y espiritual. Los apóstoles siguen a Jesús en un primer momento, dejando barcas, casa, familia…, después, viene la crisis y el desconcierto del viernes y del sábado. El Domingo, son “encontrados” por el Resucitado, es con esa experiencia cuando aprenden a amar, y el amor hace que se olviden de ellos mismos: …Señor, tu lo sabes todo, tú sabes que te quiero (Juan 21, 17).

Y sólo después de esa conversión, Jesús entrega “sus ovejas”, “su Reino”, y confirma a Pedro en su misión. Este proceso es válido para nuestro momento actual. Estamos, creo, los cristianos y los consagrados, demasiado preocupados de nosotros mismos. Nuestro momento histórico tiene sed de respuestas, y nosotros debemos buscar cómo mostrar a los demás el Evangelio, traducido en formas de vida.

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?
La “espiritualidad del seguimiento de Jesús” es mucho más que un texto o una página del Evangelio. Seguir a Jesús es optar por lo que él optó, y hacer el camino que Él hizo, que Él es. El seguimiento es “muerte” a una forma de vida… y resurrección a otra forma de ser. Cambiar de “lugar” teológica y socialmente.
Será porque el Señor me ha regalado la vocación de la vida contemplativa, pero creo que los momentos destacados de la vida de Jesús siempre se realizan en un “espacio” contemplativo. La oración es un hecho destacado en la vida de Jesús; un rasgo esencial que lleva al centro de su Evangelio. Por eso, la oración es un modo fundamental de seguir a Jesús, y de significar el ser de la Iglesia. Por eso, la oración se justifica a sí misma, es seguimiento de Jesús; y es servicio eclesial. El problema de la Iglesia es problema contemplativo místico.

Si por un imposible se quisiera borrar a Dios de la conciencia humana, la persona quedaría reducida a un proyecto inacabado. Y todos sabemos que detrás de cualquier tramo de nuestra historia personal, y como respuesta a nuestros interrogantes más hondos, siempre está Jesucristo, como el único Salvador. Un Salvador del que hoy muchos dudan, y al que no pocos han abandonado. Un Dios al que muchos buscan sin saberlo. Un Dios al que, como Pedro, he respondido en los momentos más críticos de mi vida: Señor ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna… (Juan 6, 68). Esta respuesta, más con el ser que con los labios, siempre se realiza en un momento contemplativo. Místico.

En mi afán por rescatar la palabra místico y misterio del lugar común donde se la quiere abandonar, debo recordar que en el Nuevo Testamento no tiene el significado que ordinariamente se le da en nuestro lenguaje. Solemos decir: “Es un misterio para mí. Me supera. No lo entiendo”; y si digo: “es un místico”, todavía es una expresión más ambigua, lejana y desconocida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento su significado es distinto. El misterio, aunque nunca llegue a ser agotado completamente, puede ser conocido y sobre todo puede ser vivido gradualmente, y además desde la normalidad. Aunque requiera un proceso de formación y de crecimiento en la fe. Este proceso, nos lleva a una creciente comprensión de nosotros mismos, de la sociedad, de la historia y, por encima de todo, de Dios (Lucas 2,52).

La persona humana es un misterio también. Somos un misterio unos para otros. Pero lentamente, gradualmente, nos vamos revelando unos a otros, y cuanto más vivimos en relación de amistad, más crecemos y experimentamos el conocimiento. El misterio así vivido es fuente de gozo y liberación.

Manuel Granados
1.- Como describirías lo que es el crecimiento espiritual:

El crecimiento espiritual como cualquier otro tipo de crecimiento tiene que ver con la formación y el medio que te rodea, Nada te es ajeno, los seres y el medio físico que te envuelve en diferentes etapas de tu vida, te sensibilizan hacia unos sectores y sus pronunciamientos, y te alejan de otros. En realidad lo que existen son posicionamientos en muchos casos involuntarios. Dónde más se pone de relieve el crecimiento espiritual es en la etapa de la madurez, en  ella considero que se consolida una visión nueva de la realidad propiciada por las experiencias anteriores ahora asimiladas. Este pasado comprendido e interpretado es el que se convierte – siempre que se mantenga viva una actitud de búsqueda – en una llama encendida.

2.- Como  ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad:

Lo religioso que podríamos denominar ética y nunca liturgia ni ritual, te debe de ayudar a crecer en humanidad en la medida de los valores que promulgues o busques basándote en los preceptos tópicos de cada religión, desgraciadamente el binomio religioso-humanidad, al no tener contenido, te aleja de la realidad y en cambio si ayuda a crear una humanidad virtual.

3.- Aspectos de la figura de Jesús…

Jesús aporta una visión racional y equitativa de las cosas, del mundo y del hombre; proporciona dignidad al ser humano y a su vez una confianza radical en el prójimo, la cual le posibilita madurar y crecer.
Quiero destacar un perfil de Jesús que la instituciones religiosas han desacreditado, hablamos del Jesús más social y crítico con la religión.
La dignidad, la capacidad de lucha, el tesón en la búsqueda de un encuentro mejor entre los hombres no es por otra parte patrimonio de ese imaginario, se podría decir que la figura de Jesús sigue siendo importantísima pero entendiendo que otras muchas también lo son, lo fueron y lo serán. Por eso se puede hablar de búsquedas sin tener que recurrir a él y entender que hay otras en las que él es un eslabón indispensable.

REGLA PARA EREMITAS

REGLA PARA EREMITAS

Padre Fray Alberto E. Justo, O.P.

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Para los que vivimos en cualquier parte.
En el mundo o fuera de él

más allá de todo mundo
y en cualquier tiempo

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LECTOR:

tienes la oportunidad de dejar este mundo y de seguir al Señor. No dudes un instante. No permanezcas observando lo que queda atrás, en el camino, ni sueñes con tu fantasía, gestando fantasmas en un futuro que no es y que, seguramente, nunca será.

Deja. Aventúrate, en cambio, por las sendas de la Eternidad, que ya están a tu disposición. No sólo no están lejos sino que en este mismo instante se abren para ti.

Tal vez pensabas que alcanzarías una vida mejor mudando de lugar o escapándote del tiempo. Nada de eso. Aquí hallarás una pequeña senda para horadar el instante y el lugar en que te encuentras y pasar del otro lado. Más allá.

No te turbe tu pasado. No te angustie el mañana. Simplemente estás aquí y ahora con el Señor. Es Él quien te llama.

Y no quieras saber otra cosa. No te pierdas en vericuetos ni te distraigas en tu propio laberinto. No te justifiques buscando razones para escapar de la senda del Señor. Que no te deslumbren los espejismos de un mundo que perece.

Aquí intentamos no caer en el precipicio de la muerte. Aquí pedimos al Señor la Salvación… No pretendemos dar lecciones sino aprender a abrir las puertas de par en par al Salvador.

Abre estas páginas y reconoce, en ellas, una insinuación. Una suerte de invitación a subir mucho más alto. Solo son un punto de partida.

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PRIMERA PARTE

Conducta y actitudes en la jornada

1. Al comenzar el día, ármese, el lector, con la señal de la Cruz y conságrelo, todo entero, en un breve acto al Señor.

2. Renuncie explícitamente, con una cortísima invocación, a cualquier vanidad o distracción durante la jornada. Haga el propósito, sinceramente, de no apartarse del Señor. Recuerde el aforismo de San Juan de la Cruz que nos enseña que sólo Dios es digno del pensamiento del hombre.

3. Pida, en fin, con plegarias e invocaciones, la gracia de la contemplación y de su perseverancia.

4. Sepa que el diablo lo tentará con muchisimas distracciones u ocupaciones disfrazadas de la razón de bien. Rechace, con vigor, estos engaños y no viva volcado hacia afuera sino recogido y advertido. Pida al Señor el don del discernimiento y busque la paz. Su principal ascesis sea el silencio.

5. No por mucho empeñarse logrará mejores resultados. Combata la ansiedad que lo oprime y permanezca quieto, atento al silencio interior. El Señor no quiere esos sus trabajos y sus cosas sino a toda su persona. No pierda el tiempo.

6. El mundo, en el que le toca peregrinar, se asemeja al caos. La mayoría de los hombres, en los centros urbanos, vive en desorden y desarmonía. No tema, ni se deje atrapar por ningún lazo. Sobre todo, no preste atención a lo efímero.

7. La mano izquierda no ha de saber lo que hace la derecha. Transcurra la jornada en olvido de sí.

8. Recuerde que lo más grande siempre resulta incómodo. Con la ayuda de Dios vencerá cualquier asedio. El Verbo de Dios, en la estrechez e incomprensión de este mundo, en su humillación y obediencia, no pierde grandeza sino que es exaltado.

9. No se apresure. Deténgase y sosiéguese. No haga una cosa después de otra con precipitación. Anímese a dejar que se vaya su medio de locomoción. No corra detrás de nada. Vuélvase a cerrar delicadamente las puertas cuando pasa a través de ellas y, como aprenden los Cartujos en su Noviciado, no las cierre de un golpe sino articulando su mecanismo. Entre paso y paso descubrirá el silencio.

10. Interrumpa, con frecuencia, sus movimientos. Respire hondo e invoque al Señor antes y después de cada paso. Sosiéguese. No se apresure ni en hablar ni en responder.

11. No se apresure por hacer esto o aquello. Con antelación a cualquier trabajo o empeño diga una jaculatoria. Desconfíe de sus propias urgencias.

12. Sea firme en sus convicciones, pero siempre dispuesto y pronto para abrazar la verdad.

13. Trabaje en silencio, sin decir lo que hace. No busque reconocimiento ni aplauso. Acepte lo que la misma Providencia le depara en todo lo que se refiere a sus acciones.

14. Sepa, en todo lo que emprende, que su Patria verdadera es el Cielo y que ahora se halla en el misterio del exilio. Pero no olvide que encontrará ya el cielo en su alma. Su mismo espíritu le anticipa la eternidad.

15. No establezca ni se ate con un horario rígido. Adhiera a un orden armónico que pueda, fácilmente, adaptar. Busque también la belleza en la sucesión de las horas.

16. Intente integrar las sorpresas, esto es: lo imprevisto. No desvanezca ante ello. La vida contemporánea abunda en lo que no se aguarda. En ocasiones se trata de las trampas del diablo para que pierda el equilibrio en su camino. No preste atención ni se angustie, que todo pasa. Continúe como si nada ocurriera, morando en el silencio de su propio interior. Cultive la paz.

17. Aprenda a vivir en algunos minutos o, quizá, en algunas horas, lo que otros viven a lo largo de todo su tiempo. Así la soledad, el retiro, el recogimiento… Sea monje de un sólo día. Aproveche los momentos y las auroras. Descubra en las horas y en los paisajes, en la música y en toda manifestación de la belleza, la hondura de su verdadera soledad interior.

18. Se ha dicho que el verdadero hombre es el del verdadero día, del eterno día. Es capaz de vivir toda la vida en un solo día. Quizá porque todas sus jornadas son las de siempre. Oriéntese, pues el lector y peregrino, hacia el último día. Cada instante le entregará la Eternidad.

19. Aprenderá a prolongar los instantes privilegiados, cuando el tiempo es atravesado verticalmente. Así la Santa Misa, como toda celebración de la Liturgia en la que haya participado. Y aún aquéllas que le son lejanas, en el tiempo y en el espacio. Únase, por dentro, a la vida que no ve y que, sin embargo, requiere de su plegaria y de su vigilia.

20. Lo mismo en los instantes de silencio y de recogimiento. Especialmente descubra el misterio religioso de la noche y haga de esas horas su propio desierto.

21. Tenga en cuenta que velar en la noche puede ser mayor que esconderse en el fondo del desierto. La soledad –decía André Louf– era un porción del mundo que servia al ermitaño para situarse en el universo. La porción que ahora le pertenece es: tiempo. Vigile y vele, según sus posibilidades, y proyecte su vigilia en todas las horas.

22. Tenga presente lo que enseñaba San Isaac el Sirio: si un monje, por razones de salud, no pudiese ayunar, su espíritu podría, por las solas vigilias, obtener la pureza de corazón y aprender a conocer en plenitud la fuerza del Espíritu Santo. Pues sólo quien persevera en las vigilias puede comprender la gloria y la fuerza que se esconden en la vida monástica.

23. Permanezca en vigilia por medio de la oraciones breves. Practique la Lectura espiritual y, a ser posible, rece, diariamente, todas las horas del Oficio Divino.

SEGUNDA PARTE

Elementos generales

El lector ha de tener en cuenta su posición con respecto al mundo, una vez que lo ha dejado todo por Dios. La formulación exacta es la siguiente: se ha dejado a sí mismo y ha acudido al llamado del Señor que es su vida. Antes que cualquier decisión posterior se ha postrado para adorar. Con ello reconoce el primado de la contemplación.

Ahora, con abandono, siga su camino y observe:

24. No afincarse en época ni en lugar alguno. Renunciar decididamente a cualquier forma de poder aún cuando aparezca conveniente o con el pretexto de contribuir a formas apostólicas. Despojarse de cualquier medio y presentarse en el Nombre y la Palabra de Dios. No apelar a ninguna alianza ni servirse de ella.

25. No habitar espiritualmente ningún lugar transitorio. Los cristianos habitan el mundo pero no son del mundo… los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos (Ep Diogn. VI.3 y 8), Habitan sus propias patrias como forasteros… Toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña (Ibid. V.5). Ser, por tanto, peregrino en el desierto de este mundo.

26. Abandonarlo todo en el Señor. Abandonar todo es consecuencia de la metanoia. Lo que caracteriza el desierto interior es el total abandono en el Señor. La apatheia cristiana – ha dicho Hans Urs von Balthasar – es lo contrario de una técnica hecha para protegerse del sufrimiento, es el puro abandono al amor eterno, más allá del placer y del dolor. Dejar de lado previsiones e inquietudes. Péguy decía que no es mayor pecado la inquietud que la pereza.

27. La renuncia a cualquier poder de este mundo, comporta armarse de las propias fatigas. La misma palabra kopos utilizada por San Juan (Jn. 4,38) y por San Pablo (I Cor. 3,8) para designar las fatigas del apostolado es empleada en los Apotegmas de los Padres para expresar los trabajos del monje.

28. Dejar cualquier compromiso con el poder de este mundo implica, desde luego, disponerse a la contemplación y a la única obra de Dios.

29. El peregrino no ha de temer la lucha sino confiar en la Gracia del Señor con humildad y con paciencia. Tenga presente el siguiente texto de Diadoco: La impasibilidad no consiste en no ser atacado por los demonios, pues entonces deberíamos, como lo dice el Apóstol, irnos de este mundo (I Cor. 5,10), sino en permanecer inexpugnables cuando nos atacan (XCVIII-160).

30. Practique el silencio interior según el siguiente Apotegma: El Abad Isaac estaba sentado un día junto al Abad Poimén; se oyó, entonces, el canto de un gallo. Aquél dijo: ¿es posible oír esto aquí, Abad? El otro respondí: ¿Isaac, por qué me fuerzas a hablar? Tú y los que se te asemejan escucháis esos sonidos, pero el hombre vigilante no se preocupa por ello (Poimén 107 – Sentencias 245).

31. Convertirse en discípulo que sabe escuchar y discernir. En muchas ocasiones los sonidos manifiestan el silencio. En efecto, lo importante no es lo que llega sino cómo lo recibimos.

32. Permanecer débil y vulnerable, sin fuerzas, sin alianzas comprometedoras, sin tratados ni defensas. En lugar de espiritualidades, dar lugar al Espíritu.

33. Tenga el corazón fijo en Dios y cuando padezca la adversidad o sufra algún despojo, o lo que sea, no se compadezca a sí mismo ni se observe, no guarde en la memoria ni recuerde. Pase por encima de las miserias de este mundo, respetando y aceptando el nivel de cada cosa.

TERCERA PARTE

El Recogimiento

34. El recogimiento es lo esencial de esta Regla. Se entiende por recogimiento la unificación interior de la persona en la Presencia de Dios.

35. Aún cuando no pudiera, por motivo válido, ser observado uno u otro de los artículos de esta Regla, bastará esta tercera parte para cumplir con ella.

36. Vivir de la Presencia de Dios en todo tiempo y lugar y someterle todo.

37. Estos artículos no se refieren, desde luego, a cuanto compete al cristiano en su condición de tal. Presuponen el llamado a la santidad y a la unión con Dios. En cambio apuntan al recogimiento habitual de los que perciben una especial vocación a la contemplación y a la intimidad con el Señor.

38. La Contemplación consiste en atender y adherir a la Presencia de Dios en el fondo, raíz y centro de nuestro ser. Teniendo en cuenta que ésta es una gracia, viva de ella y pídala constantemente. Recuerde que el contemplativo no conoce más o menos que otros, sino que –como decía un cartujo– es capaz de extasiarse donde los demás pasan con indiferencia.

39. La Contemplación no es un camino de conocimiento sino un llamado a una experiencia que trasciende todo camino o proyecto.

40. Disponga de un tiempo infinito para Dios. Practique, asiduamente, la Lectura espiritual.

41. Si, alguna vez, se hallara en un ambiente adverso y descubriera que los más cercanos son los más distantes, convierta todo ello en escuela de Caridad y aprenda a trascender, por lo alto o por lo bajo, las imposiciones de cualquier lugar.

42. No deje de combatir. Sea fiel y constante. Huya de los laberintos. La lucha es siempre saludable. Sea perseverante en las pruebas.

43. Silencio y recogimiento. Solo Dios basta. En un corazón puro no existen más disonancias ni distancias con Dios. Está abierto al Misterio y se halla en conformidad con la Voluntad del Padre. El auténtico silencio es propio de un corazón puro, semejante y unido al Corazón de Dios. Podrá, pues, vivir en un silencio completo cuando descanse sin reparos, como un niño, en el mismo Señor.

44. El silencio consiste, sobre todo, en callar para oír algo siempre más grande. Deje sus análisis y el alud de sus deducciones. Permita que el silencio se manifieste en su interior. Puede estar muy empeñado en todo tipo de actividades y, al mismo tiempo, gozar del silencio, que es patrimonio del alma y expresión de Dios.

45. No cometa agresiones ni abuse de cuanto pasa. Respete y no se apresure a responder o a intervenir en lo que sea. Mira con benevolencia. Todo está a su favor.

46. Libérese de todo lo que no lo atañe. No dependa de personas o de situaciones. Calle las voces que lo lleven a analizar en exceso. Busque su refugio y su auxilio en sólo Dios. Nunca será defraudado.

47. Corazón puro. Unificado en el Señor. Va a Dios por Dios. Dios mismo es su vida. Que la invocación del Nombre de Jesús le recuerde, constantemente, la Presencia del mismo Señor y su unidad interior e intima en Él.

48. Encuentre el misterio del desierto en su proprio interior y en cuanto eventualmente lo circunda.

49. Toda desolación o prueba podrá conducirlo, si así lo quiere, al Misterio de Cristo.

50. Es propio del solitario estar con el Señor en su Agonía. Ofrezca y consagre las horas y el sufrimiento consciente de su fecundidad.

PEQUEÑO TRATADO DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA

PEQUEÑO TRATADO DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA

PARA BUSCADORES SOLITARIOS DE DIOS

Según la Inspiración del Espíritu y la experiencia personal

de un Ermitaño Anónimo

ALGUNOS CONSEJOS A LA HORA DE USAR UNA IMAGEN

Una Imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno.

Ha sido creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de pequeños grupos.

Manténla oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas de otras personas o las tuyas propias cuando no estas orando.

No es un objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la casa.

Es una evocación de lo Sagrado a través de una imagen.

Antes de elegir un Icono, una Imagen o una figura, mira bien si realmente evoca en ti lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tomate todo el tiempo que haga falta.

Un Icono, una figura, una Imagen, un Templo o cualquier lugar de oración no es imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo que tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te hace falta ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy sincero y si no es así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas iglesias o cualquier otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo Sagrado, entonces es bueno y sabio el que lo utilices.

ALGUNOS CONSEJOS SOBRE LA ORACIÓN

En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que El quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que El es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor …

No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.

Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu que es el espíritu de Dios.

Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aun teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.

Sumergirse en el “acto orante” es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes… Todas las virtudes están contenidas en la oración.

Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.

No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.

El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Manténlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Manténte todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.

Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo no por obligación sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferente.

El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la practica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos¡ No hagas caso al pensamiento ! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.

Ten en cuenta que esto te sucederá incluso después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos “lugares del Espíritu”. Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiperdesarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.

* * *

Enciende una vela delante del Oratorio y siéntate en el suelo, con las piernas cruzadas, sobre los talones o en un banquillo, según prefieras.

Puedes permanecer así desde unos minutos…. hasta el día entero. No hay límite para la adoración. Acuérdate del consejo evangélico de «permanecer en oración constante»

Preferentemente puedes rezar el Santo Rosario o el Ave María, haciéndolo con tranquilidad y dejando que en tu alma se reproduzca la receptividad de la Virgen María ante el anuncio del Angel.

También puedes emplear una invocación más simple como por ejemplo:

AVE MARIA, ORA PRO NOBIS

La repetición se ira poco a poco uniendo a la respiración, AVE MARIA al tomar aire, ORA PRO NOBIS al expulsarlo.

En algún momento o circunstancia puedes añadir la invocación de una cualidad marial que sea adecuada a ese momento. Por ejemplo: Ave María, Ora pro Nobis; Stella Matutina, Ora pro Nobis. O también: Ave María, Ora pro Nobis; Salus infirmorum, Ora pro Nobis. Tu verás que cualidad es la necesaria en ese momento. Las letanías son una fuente de inspiración permanente para estos casos.

Puede llegar un momento en el cual el aliento en si, se transforma en oración. El contenido de la palabra se trasvasará al aliento, al cuerpo y al mundo. Entenderás lo que es «ver a Dios en las formas y las formas en Dios».

Si decides usar otra plegaria, mira que sea una sencilla frase o palabra que evoque en ti lo Sagrado y que repetirás con tranquilidad dejándote impregnar por su sabor.

Puedes centrar tu atención en el Corazón. Eso enraiza la oración en el cuerpo y despeja a la mente del continuo pensamiento. De esa manera el espíritu se “corporaliza” y el cuerpo se “espiritualiza”. En el corazón vivirá entonces una llama orante permanentemente encendida; como una luz que señala donde hay un “templo vivo de Dios”.

Puedes de vez en cuando abrir los ojos un momento y mirar a la imagen que te inspira de manera que añadas un impulso más hacia las alturas a través de la visión.

No fuerces la plegaria ni mucho menos la respiración, una de las claves fundamentales de la oración está en aprende la manera de que la plegaria “suceda” por si misma a su propio ritmo, “se rece” en ti, lo mismo que la respiración “ocurre” sin ningún esfuerzo.

Los momentos más propicios para la oración son el amanecer y el anochecer (los tradicionales momentos de Laudes y Vísperas), pero puedes hacerlo en cualquier otro momento del día o de la noche.

Con el tiempo la oración se irá haciendo continua en tu vida, tanto la «Oración Verbal» cuando sea posible, como la «Presencia en el Sabor de lo Sagrado» que se mantendrá como plano de fondo a lo largo de todo el día. De la “oración verbal” se pasará a la “oración de actitud” o a la “oración de estado”. Será el “estado de belleza” o el “estado de amor” o el “estado de alegría” el que se estabilizará como plano de fondo de la acción y ese estado será una oración continua.

Sobre ese sagrado “lienzo de fondo” veras que se van dibujando las situaciones, los movimientos, las conversaciones, el trabajo etc… Toda tu vida quedará cubierta por el manto de tranquilidad de lo Sagrado e iluminada por la “dorada luz del Thabor”; un gran manto de tranquilidad, lucidez, comprensión y gracia que irá abarcando las situaciones, las personas, los paisajes, en cada momento de tu vida.

También con el tiempo esa invocación, ese sabor o esa luz, se mantendrán por la noche durante los sueños.

Si sois una familia, acostumbraros a orar juntos al atardecer o antes de dormir. ¡Apaga la televisión y enciende el Oratorio… tu alma te lo agradecerá!

A los niños les resulta muy fácil la oración siempre y cuando no se les complique con palabrerías inútiles o con doctrinas que no llegan a comprender. Enséñales a orar con el Ave María o con una invocación Mariana simple. Ya tendrán tiempo para doctrina y teología más adelante. Los niños captan magníficamente el “sabor” de lo Sagrado y les deja un recuerdo indeleble en sus almas. Valen más unos minutos de oración contemplativa todas las noches –viendo además el ejemplo de sus padres– que todas las explicaciones teóricas que se les pueda dar. Cuando sean mayores te agradecerán las horas pasadas en esa atmósfera sagrada en vez de viendo la televisión. Habrás sembrado una semilla de paz, alegría y plenitud con unas consecuencias que ni siquiera imaginas ahora.

Si en periodos largos de oración sientes molestias en el cuerpo, aprende a moverte muy lenta y armoniosamente. Inclínate hacia delante, hacia los lados o extiéndete hacia atrás. Haz armoniosa y lentamente torsiones hacia los lados o cualquier otro movimiento que te alivie las molestias. Aprende a moverte tan suavemente que el movimiento no perturbe el estado de oración. Así el movimiento también será oración e invocación.

De la misma manera que una palabra o una frase pueden invocar y evocar lo sagrado, también un movimiento, un gesto o la evocación visual de una imagen pueden hacerlo. Si sinceramente ese es tu caso hazlo así, pero no lo hagas por estar a la moda o por ser original; mira si eso realmente te sitúa en presencia de lo Sagrado. A fin de cuentas lo que importa es llegar a la presencia de Dios y el vehículo que empleemos para ello será simplemente aquel que más nos ayude a ese fin.

Reconocerás la presencia del Espíritu por sus frutos. Ahí donde aparezca una Alegría sin motivo mundano, una Bondad desinteresada, un Amor en estado puro y sin excepciones, una Belleza que todo lo abarca con su manto, una Paz interior y un Agradecimiento independientes de las circunstancias exteriores, ahí estará sin duda el Espíritu.

Cuando aparezca esa Alegría sin objeto, contémplala, quédate mirándola; permanece en esa vivencia durante todo el tiempo que puedas, minutos, horas o días. Cuando aparezca la Bondad, contémplala, quédate impregnándote de esa vivencia; quédate con ella todo el tiempo que puedas. Así con todas las demás cualidades divinas: el Amor, la Libertad, la Misericordia, La Infinitud, el Silencio, la Paz profunda, etc… Conforme vayan apareciendo en la oración, quédate contemplándolas y así irán tomando cada vez más presencia en tu vida.

También reconocerás la presencia de lo Sagrado cuando al intentar describir la vivencia aparezcan las paradojas. Expresiones como: una “vacuidad plena”, una “plenitud sutil”, un “silencio sonoro”, una “densidad ligera”, una “soledad acompañada”, etc. denotan que se ha visitado ese lugar donde mora el Espíritu.

A veces también lo puedes reconocer por algunos cambios físicos: notarás un cambio en la respiración que tomará una calidad “diferente”, más profunda o más intensa o más lenta, según el momento o las personas. Puedes notar también algunos cambios en la calidad de la mirada, o en la relajación de la columna o de los plexos nerviosos. Pero todos estos cambios, si es que ocurren, ocurrirán de manera espontánea y como consecuencia de la profundización, no puedes forzarlos ni fingirlos desde afuera.

De la oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una unidad, entonces de manera natural cesará la repetición de la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística…. ni siquiera alcanzan el primero de paz interior. El silencio forzado será un silencio “vacuo”, desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido espiritual. Con frecuencia incluso se convierte en algo angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.

La palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil veces.

Por otra parte no debes tampoco forzar la oración verbal, la palabra, cuando veas que el silencio te ha tomado o esté llamando a tu puerta. En esos momentos, incluso la palabra que te elevaba puede convertirse en un estorbo y hacerte descender de esa «ligereza plena». No tengas miedo al silencio. La simple presencia, o el simple aliento son oración cuando están impregnados de Gracia y de Sacralidad.

Si tienes la bendición de encontrar un maestro de oración aprende de él, será una gran suerte. Desgraciadamente en los tiempos que corren, esto es cada vez más difícil por no decir imposible. Esto no debe desanimarte, confía en la inspiración y en la ayuda del Espíritu Santo y haz el camino en soledad. Si no tienes ayuda en la tierra confía en la ayuda del Cielo. La ayuda para la vida del espíritu siempre llega a las pocas personas que, en este profanado mundo de hoy en día, optan por una orientación interior. Con el tiempo puede que encuentres a algunas pocas personas como tú. Os reconoceréis enseguida.

Aunque estés en soledad, ponte en camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha estado desde siempre lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual descalabro espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las ciudades. Si lo puedes hacer en grupo o en familia hazlo así, pero sea cual sea la situación no dejes de Meditar, Orar y Contemplar lo Sagrado.

No puede un ser humano hacer acto más bello que la oración. Sumergirse en el acto orante es sumergirse en la belleza que encierra dicho acto… El abandono y la entrega al acto orante es la mayor belleza que puede acompañar nuestra vida; esa entrega… esa rendición ante lo que nos sobrepasa…

Uno puede optar por cubrir su vida con un manto de belleza o permanecer en la sequedad, el desasosiego, la inquietud, la fealdad o en la amargura. En algún momento de tu vida tendrás que optar por lo uno o por lo otro, más allá de ideologías, argumentaciones y razonamientos de la mente pensante.

Merece la pena apostar por lo primero y que tu paso por este mundo esté acompañado de la Luz, el Calor y la Belleza de lo Sagrado, convirtiéndote así en un foco de irradiación de esas cualidades para tu entorno.

Si tu impulso y tu vocación son fuertes, esa opción se hará de una vez y para siempre. Pero lo más habitual es que esa opción sea un gesto que se renueva cada día o cada momento del día en una apuesta y una decisión constante.

Hay momentos de “sequedad” interior; cuando la “noche oscura”, el desánimo y la aspereza invaden cada célula. En esos momentos lo mejor es poner orden en la vida exterior y mantener un “mínimo” de oración. Pueden bastar tres avemarías a la mañana y tres a la noche. Eso no cuesta ningún esfuerzo a pesar de que estemos en plena “noche oscura”. Aunque te parezca poco, eso es mejor que nada. En esos momentos tienes que ser humilde y reconocerte en tu humanidad. No puedes en ese estado ponerte metas muy altas; se como un niño, Dios no te pide nada más allá de tus posibilidades actuales. Comprobarás como tan solo tres avemarías pueden obrar milagros…

LA INTERCESIÓN

En un momento de la historia como este en el que ya casi nadie ora, ni tiene atracción por la oración, ni sabe orar, ni quiere aprender a orar, es un gran acto de amor y caridad el “orar en vez de” los que no oran. Lo primero que debes saber es que, en los momentos de santo silencio, en los momentos de contemplación sin palabras, cuando Dios entre en tu interior, verá ahí a las personas a las que amas y las llenará de su Soplo aún cuando tú no seas consciente de ello. En otras ocasiones en las que la oración adopta una forma más verbal, en cada frase, palabra o jaculatoria, puedes hacer presente en ti a una persona a la que te gustaría hacer partícipe de tu estado orante. Las personas que amas, las que odias, las que te son indiferentes, las personas anónimas que están a tu lado mientras oras en el autobús, en el metro, las que te cruzas paseando por las calles… Cada jaculatoria será para una persona… Muchas personas recibirán un reflejo de Dios y un atisbo del perfume de lo sagrado gracias a ese acto de caridad tuyo… y tu recibirás el ciento por uno… Incluso verás como en los momentos de sequedad, en los momentos en los que atraviesas un desierto, la intercesión te abrirá de nuevo al Soplo al abrirte tú, en Dios por Dios y para Dios, al mundo…

ALGUNOS CONSEJOS PARA CUANDO SE HACE ORACION EN GRUPO

Si en algún momento tienes la bendición de encontrar otras personas que, como tú, también practican la oración contemplativa, puede ser positivo el reunirse para orar en común algún día de la semana o quizás en períodos más largos como un fin de semana.

Cuando varias personas se reúnen es necesario un mínimo de estructuración para que la reunión pueda ser espiritualmente productiva y no termine por ser un desorden y una dispersión totalmente antiespiritual. Recuerda que la belleza y el orden son un reflejo y una cualidad de lo Absoluto.

Al tomar cualquier decisión, hasta la más mínima, o hasta la que parezca sin ninguna importancia, no perdáis nunca de vista el objetivo de «estar en presencia de lo Sagrado». Comprobar si aquella decisión realmente es buena para favorecer la presencia de Dios o no.

Hay que ser muy sincero y muy tajante en esto porque de ello depende la eficacia espiritual del grupo.

Tanto en el caminar solitario como cuando se hace en pequeños grupos, es posible y puede ser incluso recomendable la practica del Oficio Divino o la simple salmodia del Salterio como fuente de gracia, de inspiración y, cuando se hace en grupo, como oración compartida. Esto se puede hacer al comienzo del periodo de practica y sin que llegue a ser la parte predominante, de manera que la mayor parte del tiempo sea de oración interior.

Los salmos se pueden recitar en grupo simplemente con el tono normal de lectura, pero todavía mejor es hacerlo con la entonación gregoriana que es muy sencilla de aprender y practicar, y que además crea una atmósfera mucho más contemplativa.

En reuniones de varios días y si esto fuera posible se puede incluir la celebración de la eucaristía. Hacerlo de la manera más austera. Hacerlo sin prisa. Que no se pierda el sabor interior orante durante la celebración.

De utilizar cánticos, que sean gregorianos, evitando esa clase de músicas emocionales y dulzonas que se acostumbran hoy en día y que no favorecen para nada la elevación espiritual. No confundáis una subida emocional o sentimental, con la ascensión espiritual. Es mejor no emplear cantos antes que emplearlos mal. Si no conocéis la música gregoriana mejor hacerlo con la simple y austera palabra, y con abundantes momentos de silencio…. la mejor de las músicas.

Al estar en grupo es mejor marcar unos periodos de oración que resulten adecuados para el grupo. Alguien se encargará de marcar el tiempo con un toque de campana y si se hace la salmodia, alguien se encargará de dirigirla mínimamente.

Sobre todo nada de complicación y de dispersión. Lo más simple es lo más eficaz. Si a la simple oración se añaden algunos elementos es con el fin de facilitar la presencia del Espíritu, la inspiración, o el funcionamiento grupal, pero no es para nada obligatorio. Si no es necesario añadir nada, tanto mejor; y si se hace, que sea para mejorar la calidad de transparencia interior no para difuminarlo todo con decoraciones o emocionalidades.

El lema de un grupo contemplativo orante debe de ser el tradicional monástico de «Soledad compartida».

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AVE MARIA

GRATIA PLENA

DOMINUS TECUM

BENEDICTA TU IN MULIERIBUS

ET BENEDICTUS FRUCTUS VENTRIS TUI JESUS

SANCTA MARIA

MATER DEI

ORA PRO NOBIS PECCATORIBUS

NUNC ET IN HORA MORTIS NOSTRAE

AMEN

* * * * * * * * * *

SANCTA MARIA

SANCTA DEI GENITRIX

SANCTA VIRGO VIRGINUM

MATER CHRISTI

MATER ECCLESIAE

MATER DIVINAE GRATIAE

MATER PURISIMA

MATER CASTISSIMA

MATER INVIOLATA

MATER INTEMERATA

MATER IMMACULATA

MATER AMABILIS

MATER ADMIRABILIS

MATER BONUM CONSILII

MATER CREATORIS

MATER SALVATORIS

VIRGO PRUDENTISSIMA

VIRGO VENERANDA

VIRGO PRAEDICANDA

VIRGO POTENS

VIRGO CLEMENS

VIRGO FIDELIS

SPECULUM IUSTITIAE

SEDES SAPIENTIAE

CAUSAE NOSTRAE LAETITIAE

VAS SPIRITUALE

VAS HONORABILE

VAS INSIGNE DEVOTIONIS

ROSA MYSTICA

TURRIS DAVIDICA

TURRIS EBURNEA

DOMUS AUREA

FOEDERIS ARCA

IANUA COELI

STELLA MATUTINA

SALUS INFORMORUM

REFUGIUM PECCATORUM

CONSOLATRIX AFFLICTORUM

AUXILIUM CHRISTIANORUM

REGINA ANGELORUM

REGINA PATRIARCHARUM

REGINA PROPHETARUM

REGINA APOSTOLORUM

REGINA MARTYRUM

REGINA CONFESSORUM

REGINA VIRGINUM

REGINA SANCTORUM OMNIUM

REGINA SINE LABE ORIGINALI CONCEPTA

REGINA IN CAELUM ASSUMPTA

REGINA SACRATISSIMI ROSARII

REGINA PACIS

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Los Papas del Vaticano II

Los Papas del Vaticano II

INDICE

I Algunos principios a recordar 4
II Los frutos más evidentes del Vaticano II 12
III Errores doctrinales del Vaticano II 20
IV Los papas del Vaticano II, ¿son verdaderamente papas? 35

APREMIANTE LLAMADA A LOS LECTORES 46

Desde la promulgación y la aplicación de los actos del concilio Vaticano II la doctrina del papa Pablo VI y de sus sucesores plantea un problema de conciencia a los católicos. En la Iglesia, un poco por todas partes, millares de fieles, centenares de sacerdotes, y tres obispos, los Excmos. Monseñores Kursch, Lefebvre y De Castro Mayer; han rechazado públicamente someterse a su autoridad especialmente en lo referente a los nuevos ritos.

Ante estos actos graves y públicos de rebelión que duran desde hace más de veinte años, las autoridades parecen haber capitulado. En lugar de promover un proceso en buena y debida forma para confundir a los rebeldes, reducirlos o expulsarlos, y sobre todo para que estalle a plena luz la perfecta ortodoxia de la enseñanza del Vaticano II puesta en duda por estas resistencias, los Pontífices postconciliares, bajo pretexto de longanimidad y misericordia, han adoptado la aptitud de un jefe que se negase a reconocer sus errores. «Dejémosles hacer», «No hablemos más de ello», «Ignorémoslos», o más bien la de un usurpador que sabe perfectamente que traducir en justicia a los que le resisten, sería proporcionarles la ocasión de demostrar la ilegitimidad de su poder. En el estado actual de cosas, no deja de tener interés interrogarnos sobre la ortodoxia de los papas conciliares.

El problema de la herejía eventual del papa reinante es incontestablemente el más grave que pueda plantearse a la conciencia católica. Pero la Iglesia, que es divina, posee necesariamente la solución para ello y una solución al alcance de todos los fieles; cualquiera que tenga la fe católica no puede ponerlo en duda.

Al escribir en primer lugar, para lectores que no son católicos, vamos a recordar ciertos principios que hay que tener presentes para seguir el razonamiento que pudiese establecer la herejía de estos papas.

I- ALGUNOS PRINCIPIOS A RECORDAR

La fe

Es una virtud teologal por la cual, advertidos por Dios y ayudados de su gracia, consideramos como verdadero y cierto todo lo que Él ha revelado. El fiel no se adhiere a los dogmas porque ve la verdad intrínseca de ellos, sino únicamente por el testimonio de Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos. «La fe, afirma el Apóstol, es (…) la prueba de las realidades que no se ven » (Heb. XI., 1).

Necesidad de la fe

Cuando, antes de su Ascensión, el Maestro dio a sus Apóstoles la consigna «de ir por el mundo entero a predicar el Evangelio a toda criatura», subrayó la necesidad absoluta de esta virtud: «El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado» (Mc. XVI, 15-16).

Este imperativo del Señor manifiesta que la fe teologal es la condición sin la cual no es posible salvarse. El Espíritu Santo lo ha confirmado en la epístola a los Hebreos: «Sin la fe, no es posible agradar a Dios» ( XI, 6).

El Concilio de Trento dice de esta virtud que es «el comienzo de la salvación del hombre, el fundamento y la raíz de toda justificación» (Denzinger, 801).

Objeto de la fe

¿Qué es lo que hay que creer? Todo lo que Nuestro Señor ha venido a revelar a los hombres de parte del Padre: «Enseñadles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt. XXVIII, 20).

Garantía de la fe

Cualquiera que admita de un lado, la divinidad de Jesús y de otro, la absoluta necesidad para salvarse de creer todo lo que el Hijo de Dios ha venido a revelarnos, no puede dudar que Jesús, antes da dejar a los suyos, haya instituido un medio eficaz, capaz de garantizar a todos, hasta el fin de los tiempos, la integridad y la autenticidad de todo lo que El ha revelado. Este medio, es el magisterio vivo e infalible de la Iglesia, es decir, el Papa reinante y los obispos que están en comunión con él.

La infalibilidad de este magisterio viviente, compuesto de hombres falibles —«Omnis homo mendax, afirma el Espíritu Santo, todo hombre es mentiroso» (Salmá 115 II y Rom. III, 4)— Es un dogma de nuestra fe. El cristiano cree en él, es decir que lo tiene por verdadero y por cierto porque Dios lo ha revelado.

El cristiano recuerda también, que las obras de Dios son perfectas y que «Hace todo lo que quiere así en el cielo como en la tierra» (Salmo 134, 6); luego nunca está corto de medios para realizar sus planes. Así, Jesús ha revelado que para poseer en ellos la vida divina, a fin de resucitar en el último día para una resurrección de vida, sus discípulos deberían «comer su carne y beber su sangre». He aquí un medio que repugna a la razón natural, por lo menos tanto como la infalibilidad de un magisterio compuesto de hombres falibles: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» se preguntan desconcertados sus oyentes. Reconozcamos cuán misterioso era este mandato para toda inteligencia aunque fuese sublime y, fuera de la fe, imposible de aceptar hasta para los corazones mejor dispuestos. La aquiescencia de los Apóstoles formulada por Pedro, no pudo ser dada sino porque éste se colocó en el acto y únicamente en el plano de la fe: «Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Pero nosotros, hemos creído y hemos conocido que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios» (Jn VI, 52-69).

Su fe, lo sabemos, no fue defraudada. En la tarde del Jueves Santo comprendieron cómo podían verdaderamente comer la carne y beber la sangre de su Señor. Y desde entonces, incluso entre los que se dicen discípulos de Jesús, ¿quién admite su presencia real en el Sacramento de la Eucaristía? Los que creen verdaderamente, sinceramente, que es Cristo, el Hijo de Dios. Sólo estos no dudan de El cuando les dice: «Este es mi cuerpo, esto es mi sangre».

Sucede lo mismo con el carisma de la infalibilidad. ¿Cómo el Papa, que es un hombre pecador, falible, puede ser infalible en su función oficial de Papa? He aquí un aserto tan difícil de admitir, para todos los hombres en general y para los sociólogos en particular, como el que afirma que hay que comer la carne de Cristo y beber su sangre. Pero para los católicos, para los que creen que Jesús es verdaderamente Cristo, el Hijo de Dios, el que posee realmente las palabras de vida eterna, este carisma no admite ninguna duda, puesto que está garantizado por la Palabra todopoderosa que dijo a Simón Pedro: «He rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca» (Lc. XXII, 32). La infalibilidad del Papa, que descansa sobre la única promesa de Dios-Hombre, sólo puede admitirse a la luz de la fe teologal.

Precisión sobre el objeto de la fe

Su objeto, lo hemos dicho, es todo lo que Cristo ha revelado y que su Iglesia infalible propone como divinamente revelado.

Pero conviene hacer una distinción.

Ciertas verdades han sido reveladas por Dios DIRECTAMENTE, por ejemplo la imposibilidad de error de la Sagrada Escritura, la doble naturaleza de Cristo —es verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre—, la Asunción corporal de María, la infalibilidad del Papa en su magisterio ex cathedra.

Otras lo han sido sólo INDIRECTAMENTE, pero hay que creerlas porque su negación lleva consigo necesariamente la negación de un dogma de fe: «Elcana es el padre del profeta Samuel». Negar esta verdad, es negar indirectamente la imposibilidad de error de la Biblia, que afirma que Ana concibió a Samuel de Elcana (I Samuel, I, 19-20): «En Jesús hay dos inteligencias y dos voluntades». Negar esta verdad, es negar indirectamente el dogma que afirma que Jesús es hombre perfecto y Dios perfecto. «Pío XII ha sido verdaderamente Papa de la Iglesia católica.» Negarlo lleva consigo necesariamente la negación del dogma de la Asunción de la Virgen definido y proclamado por este Papa. «La publicación de un ordo missae para la Iglesia universal es un acto del magisterio infalible del Papa.» Negarlo es admitir, contra el dogma de la infalibilidad, que el Papa puede imponer errores a la Iglesia universal.

La herejía

Es el pecado del que niega con obstinación una verdad revelada. Propiamente hablando, la obstinación no constituye el pecado de herejía, sino que lo manifiesta y permite distinguir al herético, que niega voluntariamente una verdad de fe, del que está en el error de buena fe.

Puesto que hay dos clases de verdades reveladas, ¿qué pecado comete el que niega una verdad indirectamente revelada?

Si se da cuenta que su negación acarrea necesariamente la negación de un dogma, es culpable de un pecado de herejía. Si no, su negación de buena fe no es una herejía.

Cuando la negación de una verdad trae consigo indirectamente la negación de un dogma, no es raro sobre todo cuando los que la niegan son numerosos, que haya en la Iglesia un periodo de fluctuación durante el cual los espíritus están divididos, unos, afirmando y otros, negando que esta negación acarree necesariamente el rechazo de un dogma. En este caso es necesario que la Iglesia intervenga para zanjar la diferencia con su autoridad soberana. Así es como condenó, por ejemplo, a los monotelitas que, al negar la existencia de dos voluntades en Cristo, negaban indirectamente la doble naturaleza del Dios-Hombre.

Pero antes de la intervención del Magisterio, ¿se puede tachar de herejía a los que niegan una verdad indirectamente revelada? Escuchemos lo que de ello dice Cayetano: «Mientras no haya definición de la Iglesia, ¿cuándo diremos que es manifiesto que tal tesis acarree una consecuencia contraria a la fe? No basta con que muchos lo piensen entre los doctos, si hay otros que son de opinión contraria. En semejante caso se dispensará de herejía, e incluso de todo pecado, a los que tengan una falsa opinión, si en su categoría, según sus luces, estiman seguir el partido más razonable, guardando la reverencia debida a la Iglesia» (Summa Teológica, ed. de la Juventud. Q. 32, a.4 conclusión, nota 92).

Consecuencia del pecado de herejía

Todo pecado mortal hace perder el estado de gracia pero, incluso privado de la gracia divina, el pecador es siempre miembro de Cristo. Un miembro muerto en el cual la vida ya no circula, pero todavía unido al sarmiento. Pío XII lo ha recordado: «Los pecadores están en la Iglesia de la que siguen siendo miembros» Mystici Corporis.

No solamente los pecados de herejía y de cisma dan la muerte espiritual, sino que separan a los que los cometen del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. El hereje ya no le pertenece, ya no es miembro suyo.

Separado de la Iglesia, el hereje, si está dentro de las órdenes sagradas (diácono, sacerdote, obispo), conserva los poderes inherentes al orden recibido, pero ya no tiene el derecho de ejercerlos. Sería un sacrilegio. Además, pierde toda jurisdicción. «Los Santos Padres enseñan unánimemente, no solamente que los herejes están fuera de la Iglesia; sino que también están privados ipso facto de toda jurisdicción y dignidad eclesiásticas. San Cipriano dice «Nosotros afirmamos plenamente que ningún hereje o cismático no tiene, ni poder, ni derecho» (Da Silveira, La messe de Paul VI Qu’en penser? p 262).

Si el herético es Papa, por el solo hecho de su pecado, pierde su cargo. «La razón, de ello es, dice San Roberto Belarmino, que no puede ser la cabeza de la Iglesia el que ya no es miembro de Ella» (Citado por Da Silveira, p. 261).

¿Se podría admitir la buena fe de un Papa que enseña oficialmente al error en materia doctrinal?

El Papa que ha caído en herejía como doctor privado (como doctor oficial está preservado de ello) podría manifestar su error doctrinal de dos maneras:

? como doctor privado, en este caso, como para todo fiel que se equivoque, no solamente se puede, sino que se debe suponer su buena fe, sobre todo si se enmienda desde que está advertido de su error, como lo hicieron Pedro (Gal. 2, 11) y Pascual II.

? en forma oficial. En este caso ni siquiera puede suponérsele buena fe. En efecto, es un dogma de nuestra fe que en el ejercicio de su cargo el Papa no puede enseñar el error. Luego si un Papa lo enseñase de forma oficial, por el hecho de hacerlo, manifestaría que habría perdido anteriormente el papado al caer en la herejía como doctor privado. Y es por lo que ha podido enseñar el error no ex cathedra, sino en la forma ex cathedra .

A la luz de la fe, no aceptar la consecuencia necesaria de esta constatación sería negar indirectamente el dogma de la infalibilidad, o lo que sería más grave todavía, acusar a Cristo de infidelidad. En efecto, el error ha sido enseñado a la Iglesia universal de forma oficial. Si se supone la buena fe del Papa, no se le podría tener por responsable. Como no hay jamás efecto sin causa, en esta hipótesis, el responsable de este error sería Cristo que habría faltado a su promesa de asistencia: «Simón, (…) he pedido para que tu fe no desfallezca y tú confirma a tus hermanos» (Luc. XXII, 32). ¿Por muy ligero que fuese un creyente se atrevería a sostener una hipótesis que lleva consigo tal consecuencia?

¿Existe una enseñanza oficial del Papa para la Iglesia universal que no esté revestida por el carisma de la infalibilidad?

No, no existe y no puede tenerlo, por la simple razón de que el Papa ha recibido su autoridad de Cristo sobre toda la Iglesia (Jn. XXI, 17) para confirmar la fe de sus hermanos» (Lc. XXII, 32) y para decir auténticamente a la Iglesia, con ellos, todo lo que el Maestro ha revelado (Mt XXVIII, 20) y que los fieles deben creer y practicar para salvarse (Mc XVI, 16). Esta enseñanza oficial, digámoslo otra vez con Pío XI, «el Pontífice Romano y los Obispos que están en comunión con El, la ejercen todos los días» Mortalium animos, y cada día Cristo los asiste Él mismo y por el Espíritu Santo (Mt. XXVIII, 20; Jn. XIV, 16-26). Si por un imposible la enseñanza oficial del Papa fuese errónea, «resultaría, como no teme decirlo claramente León XIII, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres: «Señor, si estamos en el error, sois Vos mismo quien nos habéis engañado» Satis cognitum.

Una distinción tan esclarecedora como importante

Es la que conviene hacer entre los falsos y los malos pastores. El mal pastor escandaliza al rebaño por una conducta que desmiente su enseñanza. Pero, poseyendo la fe católica, sigue siendo pastor.

El falso pastor, es el que no es dueño del redil, aquél a quien no pertenece el rebaño, el que no tiene de pastor más que las apariencias.

Reglas de conducta

Tres textos de los santos Evangelios nos las proporcionan.

El primer texto lo leemos en San Mateo, capítulo VII, versículos 15 al 20.

Jesús sabía muy bien que surgiría una multitud de falsos profetas que perderían a muchas gentes. Para que sus discípulos pudiesen distinguir fácilmente los verdaderos de los falsos profetas, les dio un medio de discernimiento tan sencillo como absoluto «por sus frutos los conoceréis.»

El verdadero profeta, «sentado en la cátedra de Moisés», participa del poder profético de Cristo y habla en nombre de Dios. Su palabra, que es la de Cristo (Lc. X, 16), da normalmente frutos de santidad, pues «todo árbol bueno produce buenos frutos y no puede producirlos malos».

El falso profeta al contrario, no estando, o no estando ya «sentado en la cátedra de Moisés», no participa del poder profético del Maestro. Su palabra no es pues la de Jesús y no puede producir sus frutos. «¿Acaso se cogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Todo mal árbol produce malos frutos, no puede producirlos buenos». «Por sus frutos distinguiréis los falsos de los verdaderos profetas», los falsos de los verdaderos pastores.

El segundo texto lo leemos en el capítulo XXIII del mismo evangelio, versículos 1 al 3. Regula la conducta que los fieles deben tener con los malos pastores.

Aunque malos, continúan con su cargo y, por este hecho, siguen participando en los poderes de Cristo. Por ellos, Cristo continúa enseñando y mandando y Jesús ha sido terminante: hay que escucharles y obedecerles. «Están sentados en la cátedra de Moisés, escuchadles, pero no los imitéis, pues hablan pero no hacen lo que dicen.»

El tercer texto es de San Juan, capítulo X, versículos 1 al 5 y 10. Jesús indica a sus fieles el comportamiento que deben adoptar con toda naturalidad con los «extranjeros », los «falsos profetas», los que no son «de la misma familia de la fe». (Gal. VI, 10). El Maestro, que ha comparado a menudo su Iglesia a un rebaño , los invita a imitar a las ovejas que huyen de todo extranjero. ¿En qué reconocen que no es su Pastor? En la Voz. Mientras que la del pastor les es familiar y les da confianza, una voz desconocida los asusta. Instintivamente se apartan del extranjero y huyen.

Tal debe ser el comportamiento del rebaño del Señor. Es por la voz, es decir por la doctrina que oyen predicar, por la que los fieles de Cristo reconocen que un pastor no es del redil. Así como, confiados en la voz del verdadero pastor, le siguen normalmente, seguros de seguir a Jesús, de la misma forma, inquietos, turbados por la nueva doctrina del extranjero, le huyen instintivamente «pues no conocen la voz de los extraños».

La voz, repitámoslo, es la doctrina, es la enseñanza; él es nuevo y se revela como extraño. Sin saber explicarlo —Dios no se lo pide— los fieles se dan cuenta de que este supuesto pastor no participa del poder profético de Cristo, puesto que «su voz» turba su fe. Luego no está sentado en la cátedra de Moisés, «su cátedra es una cátedra de pestilencia» (Salmo I, 1). Como dice el Maestro, se ha infiltrado en el aprisco «para robar, degollar y destruir». He aquí por qué los fieles le huyen.

¿Por qué razón, a pesar de todas las apariencias contrarias, no está o ya no está sentado en la cátedra de Moisés? No están obligados a saberlo. Una sola cosa les importa y los tranquiliza: desde el momento que su fe perturbada es la que les impide escucharle, es que el pretendido pastor no está en la cátedra de Pedro que es una cátedra de verdad, no es pastor de la Iglesia; ni bueno, ni malo, es un extraño, no hay que escucharle, hay que huirle.

II- LOS FRUTOS DEL VATICANO II

Para juzgarlos no hay necesidad de ser especialista en algo. Ni siquiera es necesario poseer la fe católica. Basta con mirar lo que se hace y escuchar lo que se enseña en la Iglesia desde el acceso de Pablo VI al solio pontificio.

a – Aceleración de la descomposición del mundo moderno

Es el fenómeno más evidente engendrado por este concilio.

Sin duda alguna, en el momento en que Juan XXIII convocó el concilio, se anunciaba una crisis sin precedentes y, por más que digan los partidarios del Vaticano II que no debe ser considerado como responsable de la descomposición actual de la sociedad, esta excusa no puede ser aceptada. Es evidente que el mundo estaba profundamente minado, pero los defensores a toda costa del Vaticano II no dicen que siempre haya sido así; los concilios anteriores se han reunido siempre a causa de las crisis que sacudían a la Iglesia y amenazaban con llevarse todo, para tomar las medidas necesarias que pusiesen un término a esta situación. Y no solamente han reabsorbido siempre las crisis que habían motivado su convocatoria, sino aún más, han manifestado siempre la vitalidad sobrenatural incomparable de la Iglesia. Para no hablar más que del concilio de Trento o del primer concilio Vaticano, ¡Cuántas órdenes religiosas se han fundado! En las órdenes religiosas que ya existían, ¡Cuántas saludables reformas! ¡Cuántos frutos de santidad han madurado en los dos cleros, secular y regular, y hasta entre los laicos de todos los ambientes! Y por los frutos de santidad traídos por todos los concilios, el pueblo cristiano reconocía que estas importantes reuniones eclesiales se habían celebrado verdaderamente bajo la dirección del Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, Espíritu de Santidad.

b – Autodestrucción de la Iglesia

En el curso de la audiencia del 15 de julio de 1970, Pablo VI podía declarar: «un segundo aspecto que hoy mantiene la atención de todos, es la situación presente de la Iglesia comparada con la de antes del concilio… En muchos aspectos, hasta ahora, el concilio no nos ha dado la tranquilidad deseada, más bien ha suscitado alteraciones y problemas.»

Esta declaración que fue hecha a poco menos de cinco años después del Vaticano II, por el testigo más autorizado de este concilio, era la confesión de un clamoroso fracaso.

Desde este discurso: «La situación de la Iglesia comparada con la de antes del concilio» ¿habría mejorado? Después de 22 años de aggiornamento, ¿ha dado por fin el Vaticano II a la Iglesia la tranquilidad deseada, o bien ha agravado las alteraciones y los problemas que ha suscitado? Interroguemos a otro testigo al que la nueva iglesia no puede recusar, al cardenal Joseph Ratzinger. En su Entretien sur la foi —Informe sobre la fe— (1985) confiaba a Vittorio Messori: «Los Papas y los Padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y, al contrario, se ha ido hacia una disensión que —repitiendo las palabras de Pablo VI— parece haber pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo y con demasiada frecuencia se ha llegado, al contrario, al tedio y al desánimo. Se esperaba un salto hacia adelante y nos hemos encontrado al contrario, frente a un proceso evolutivo de decadencia, que se ha desarrollado en gran medida refiriéndose notoriamente a un pretendido «espíritu del Concilio» y que, de esta manera lo ha desacreditado cada vez más.»

Diez años antes, ya había dicho: «Hay que afirmar bien alto que una reforma real de la Iglesia presupone un abandono sin equivoco de las vías erróneas cuyas consecuencias catastróficas son en adelante incontestables.» (p.30)

Hablando de la crisis de los eclesiásticos, el cardenal declaraba: «bajo el choque del postconcilio, las grandes órdenes religiosas (es decir, precisamente las columnas tradicionales de la reforma siempre necesaria de la Iglesia) han vacilado, han sufrido grandes hemorragias, han visto reducirse las nuevas entradas a límites jamás alcanzados antes, y parecen todavía hoy, sacudidas por una crisis de identidad. (…) Frecuentemente son las órdenes tradicionalmente más «cultivadas», las mejor equipadas intelectualmente, las que han soportado la crisis más grave» (p. 61).

La importancia de las hemorragias subrayada por el cardenal había sido ya denunciada por la publicación de una estadística oficial aparecida en el número de abril-mayo de 1978 de la revista Missi. La habíamos citado en nuestra Conférence romaine —Conferencia romana— la reproducimos ahora, pues es especialmente reveladora de los desastrosos resultados del Vaticano II.

Los efectivos de 63 congregaciones de hombres, teniendo cada una más de 1000 miembros en 1962, habían sido contabilizados. Las cifras manifiestan una serie de hechos cuya absoluta convergencia es extraordinaria.

Sin ninguna excepción, las congregaciones censadas estaban en crecimiento hasta 1964. 1964 marca un alto en el avance y es el comienzo, para todas, de una caída espectacular de los efectivos.

De 1964 a 1967, los efectivos acusan una pérdida de:

2.463 miembros en los Benedictinos
3.276 “ Capuchinos
4.507 “ Salesianos
5.636 “ Franciscanos
6.497 “ Hermanos de las Escuelas Cristianas
7.930 “ Jesuitas

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