MISTERIOS DE CIVILIZACIONES OLVIDADAS

MISTERIOS DE CIVILIZACIONES OLVIDADAS
                                                                    escribe Gustavo Fernández

            Desde que Erich Vön Däniken lanzara en su libro “Recuerdos del futuro” la teoría de que fuimos visitados en la más remota antigüedad por seres inteligentes provenientes de otros planetas, muchos investigadores se han lanzado a la búsqueda de pruebas de esa presencia extraterrestre. Esas evidencias son hoy más que populares: los misterios de las pirámides de Egipto y México, el “astronauta” de Palenque, las “pistas de aterrizaje” de Nazca… Pero, paralelamente, fueron surgiendo hechos que no terminaban de acomodarse con esa hipótesis y sí abonaban otra presunción: la de que en un tiempo increíblemente remoto existió, sobre la hez de la Tierra, una o varias culturas avanzadas que desaparecieron, vaya uno a saber si por razones naturales o se autodestruyeron, hasta casi desaparecer toda huella de su paso por nuestro planeta.

            Los científicos insisten en negar que pudiesen coexistir dinosaurios y seres humanos hace unos sesenta millones de años. Con suerte, el protohombre aparece hace unos cuatro millones y, según afirman, sólo hace cien mil que adquirimos algún grado de organización cultural. Sin embargo, ninguno de ellos ha sabido aclarar ciertas contradicciones presentadas en diferentes puntos del mundo.

            Por ejemplo, ¿cómo explicar el hallazgo realizado por el doctor Clifford L. Burddick, geólogo de Arizona, a orillas del río Paluxud en el estado de Texas?. Eran unas huellas petrificadas, unas junto a otras, que pertenecían a un dinosaurio y a un ser humano de gran estatura, cuyo pie debió medir no menos de cuarenta centímetros. Pero más sensacional resultaría el descubrimiento hecho en 1968 en la localidad de Antelope Springs (Utah, EEUU). Consistía en las huellas fosilizadas de un par de sandalias, en una de las cuales se veía un trilobite (molusco prehistórico) también fosilizado, como si alguien lo hubiera aplastado al pisarlo.

            ¿Vendría a ser este hallazgo la prueba de que hace cien millones de años existía ya en nuestro planeta una humanidad que caminaba calzada con sandalias?.

            Algo más moderna sería la pisada descubierta en 1959 en el curso de la expedición chino-soviética que, al mando del profesor Chun-Min Chey, se internó en el desierto de Gobi. Éste, que se encuentra entre el Himalaya y Mongolia, fue en otros tiempos un mar que desapareció a resultas del levantamiento de aquellas montañas.

            La huella era de un zapato, claramente estampada en una roca de dos millones de años cuando todavía era blanda arena.

            El periódico “London Times” dio a conocer en sus ediciones del 24 de diciembre de 1851 y 22 de junio de 1884 dos ejemplos sumamente significativos. El primero fue protagonizado por Hiram de Witt, quien había abandonado California rumbo a Springfield (Massachussets, EEUU) con un fragmento de cuarzo aurífero en el bolsillo, voluminoso como un puño. Se le cayó al suelo, por un descuido, y se partió en dos. En el interior halló Hiram un clavo de metal, ligeramente oxidado, derecho y dotado de una cabeza perfecta. ¿Era simplemente una broma de la naturaleza?.

            ¿Podría decirse lo mismo del hilo de oro que apareció incrustado en una roca, a tres metros de profundidad?. Esto fue lo que encontraron unos obreros ingleses en la cantera de Rutherford Mills, cercana al río Twead, según informaría el periódico mencionado en 1884.

            En el órgano informativo de la British Association, número 51 de 1845, se dio a conocer el hallazgo realizado en una cantera de Kingoodie, en el norte de Inglaterra, avalado por el científico sir David Brewster.

            Era un clavo de hierro incrustado en un bloque de piedra. Los obreros trabajaban en la cantera desde hacía veinte años, pasando de una capa a otra de roca sólida, y el clavo se encontraba a varios metros de profundidad. ¿Se sabe quién –o qué– colocó el clavo y en qué momento de la prehistoria lo hizo?. En absoluto.

            Tampoco se sabe quién fue el artista que modeló el jarrón hallado en 1852 en la población de Dorchester, Massachussets. La revista “Scientific American”, número 7298 de aquél año informaría que una fuerte explosión sucedida el 1º de junio reveló la existencia del jarrón, hundido en la roca como los objetos mencionados. Tenía forma de campana y estaba hecho de un material indefinido, decorado con motivos florales de plata.

            En su obra “El hombre eterno”, Jacques Bergier se refería al hallazgo que tuvo lugar el 13 de febrero de 1961 en la población de Olanhs, California. Mike Milesell, Wallace Lane y Virginia Maxey encontraron una geoda que seccionaron con una sierra de diamante. Las geodas son formaciones de roca aparentemente macizas, pero que en su interior contienen cristales. En esta ocasión, además de los cristales apareció un fragmento de porcelana acompañado de una varilla de dos centímetros de largo y dos milímetros de grosor. Nadie supo explicar porqué se encontraba la porcelana y la varilla dentro de una geoda formada hace millones de años.

Otros hallazgos impresionantes

            En el cañón Sisher, en el estado de Nevada (EEUU), fue descubierta la huella dejada por un zapato con viejas costuras en una roca que databa del Triásico. ¿Qué ser humano pisó el lugar, si se ha dicho que el hombre prehistórico no sólo iba descalzo, sino que apareció unos cuantos millones de años después?.

            No muy lejos de ese lugar, cerca de Delta (Utah, EEUU), el geólogo William Meister halló en 1968 otras huellas de pisadas. Y en una de ellas había unos trilobites enterrados, cuya antigüedad se calculó en unos doscientos millones de años. ¿Acaso existió una humanidad muy anterior a la conocida por los historiadores?. ¿Fueron viajeros de una máquina del tiempo los que dejaron las huellas, o seres venidos de lejanas galaxias?.

            En 1924 apareció en el cañón Hava Supai (Arizona EEUU) una roca grabada con un dibujo que representaba a un tiranosaurio, un reptil asesino de la era Secundaria. Algún tiempo después, el antropólogo norteamericano Hyatt Verrill estudió una antigua cerámica de Panamá en la que se veía dibujado un tipo de dragón alado muy semejante al pterodáctilo, reptil volador del grupo de los dinosaurios. Y en la legendaria ciudad de Tiahuanaco, que se encuentra entre Perú y Bolivia, se halló la figura de un toxodonte, ser que perteneció a la era Terciaria. ¿Vivían ya en aquellos tiempos seres humanos que dibujaron a bestias prehistóricas que ya no existen?.

            Por otra parte, no hubo manera de analizar algunos hallazgos realizados durante el siglo pasado, o se perdieron misteriosamente. Algo así fue lo que sucedió con cierto objeto de forma cúbica hallado en una mina de carbón de Austria y que se conservó largo tiempo en el museo de Salzburgo. La prestigiosa revista científica “Nature” relataría a fines del siglo pasado el caso del exedro en cuestión que tenía una incisión en un costado y dos caras opuestas ligeramente redondeadas. Era sin duda un producto manufacturado, pero el bloque de carbón dentro del cual apareció data del Carbonífero, hace doscientos millones de años. ¿Vendría este hallazgo a demostrar que durante la prehistoria vivió en la Tierra una tecnología metalúrgica avanzada?.

La increíble pila atómica natural hallada en África

            El antropólogo Adrian Dossier y el geólogo Peter Beaumont, ambos australianos, descubrieron hace unos años una vieja mina de hematite en la región de Swazilandia, en el África del Sur, que había sido explotada activamente hace la friolera de cuarenta mil años. Pero no se compara este hallazgo con el realizado en 1972 en el Gabón, territorio africano que perteneció en tiempos pasados a Francia.

            Desde 1969 se había comenzado a explotar el uranio de la mina de Okla, pero tres años después se encontró en aquél lugar lo que parecía una verdadera pila atómica. El doctor Francis Perrin, directivo de la Comisión Francesa de la Energía Nuclear, arribó a Okla para redactar un informe que presentó a la Academia de Ciencias de París. Declaraba en él que los científicos franceses que supervisaron la producción de uranio se dieron cuenta de que la composición del elemento obtenido difería notablemente del de otros conocidos en otras minas del planeta. Debía existir alguna explicación para aquella anomalía. Y surgió entonces una hipótesis para aclarar el fenómeno: parecía que los cambios sufridos por el uranio en su estructura fueron provocados hace millones de años por una pila atómica semejante a la utilizada en los actuales laboratorios de energía nuclear. Y aquella supuesta pila atómica prehistórica dejó de funcionar cuando el así llamado uranio 235 fue insuficiente para formar una reacción en cadena.

            Los investigadores supusieron que esto debió de suceder hace unos mil años, pero en cuanto a cuál fue la técnica utilizada para poner en marcha la increíble pila atómica natural y qué desconocido pueblo la llevó a cabo, eso ninguno lo pudo determinar.

            Otros descubrimientos incomprensibles han sido: el clavo de hierro, de un largo de dieciocho centímetros, encontrado por los españoles en el Perú en el siglo XVI, que no había sufrido oxidación y estaba enterrado en una mina de plata. El clavo fue entregado al virrey don Francisco de Toledo, quien lo conservó en su poder largo tiempo. Otro hallazgo increíble fue el de doscientos pares de zapatos de fibra vegetal, hábilmente trenzados, que encontró el doctor Luther S. Cressman, profesor de la Universidad de Oregon, en una cueva de Lamos, Nevada. Las pruebas realizadas con el calzado probaron que su edad era de nueve mil años. ¿Perteneció el calzado a un pueblo ya extinguido, capaz de crear admirables obras de artesanía?.

            Este caso en particular es para mí especialmente importante, porque además de la rareza histórica del caso, sociológicamente nos dice mucho; concretamente, que ya en aquél entonces no solamente un pueblo tenía la técnica sino (lo que es mucho más importante como indicativo de civilización) más aún: excedente de producción para el consumo.

            Ya que un pueblo primitivo sólo produce lo que estrictamente necesita: caza y pesca lo justo, se fabrica lo imprescindible. Pero cuando alguien puede dedicarse tiempo completo a fabricar sandalias y a acapararlas, es porque especula con la oferta y la demanda, ya que no se desembaraza de ellas inmediatamente lo que a su vez implica una ya compleja economía de mercado, y en segundo lugar porque es que entonces alguien caza, pesca y recolecta por él, así como alguien guerrea por él, y otro alguien construye refugios por él. Esta distribución de tareas exclusivas es típico de bien estructuradas culturas.

La ciencia perdida de los antiguos
El número 71 de “Annals of Scientific Discovery” informaba sobre un curioso hallazgo realizado en la cámara del tesoro del Palacio Real de Nínive, antigua capital de Asiria. Era una lente de cristal perfectamente tallada. Por aquellos mismos días, sir David Brewster mostraría a sus colegas londinenses otra lente cortada en cristal de roca, acerca de cuyo uso no lograron ponerse de acuerdo los científicos. ¿Era un objeto de adorno o fue parte de un telescopio?. Este objeto, encontrado en la actual Libia, tenía su correspondiente en el territorio americano.

            Cerca de Esmeralda, Ecuador, fue encontrada una lente convexa de obsidiana, de cinco centímetros de diámetro, que podía funcionar como un espejo capaz de reducir una imagen sin distorsionarla. Y en terrenos de La Venta, estado de Tabasco, México, aparecieron lentes pulimentadas que pudieron servir para montarlas en telescopios o para producir fuego aprovechando los rayos del sol.

J.S. Bailly, en 1781, descubrió que el plano de la órbita terrestre es elíptico y coincide con el plano del Ecuador. Este astrónomo, sin embargo, ignoraba que en el siglo III antes de Cristo el griego Aristarco de Samos había informado ya que la Tierra gira en torno al Sol, y por esta razón sus paisanos lo acusaron de turbar el reposo de los dioses. En Samos había estado antes Pitágoras. ¿Llegaron hasta Aristarco las lecciones del maestro, quien a su vez las había aprendido –como tantas otras cosas– de los egipcios?.

En cuanto a Eratóstenes, contemporáneo del anterior, calculó con exactitud la circunferencia de la Tierra. Este sabio griego había sido conservador de la biblioteca de Alejandría y, en consecuencia, debía tener acceso a textos poco conocidos. ¿Fue culpa de su indiscreción que hubo más tarde interés en destruir esa biblioteca –un total de siete veces– porque no deseaba alguien que la humanidad supiese demasiado?.

Se odia a veces a la ciencia porque se le teme

            Un fraile español llamado Diego de Landa, que llegó a convertirse en obispo de Yucatán, mandó quemar una verdadera montaña de documentos indígenas porque consideraba que podrían perjudicar a la religión católica. Años después vino a darse cuenta que había cometido un disparate y quiso recuperar lo poco que se había conservado de los textos mayas. Pero el daño estaba hecho. Y no fue el único personaje que haría lo mismo. En sus tiempos, el cardenal Cisneros había quemado públicamente en la ciudad de Toledo miles de viejos manuscritos, porque no le parecían muy cristianos.

            Antes que ellos, el emperador León III, llamado “el Isáurico”, que reinó del 717 al 741 de nuestra era en Bizancio y se distinguió por su lucha feroz contra las imágenes, extremó su celo iconoclasta al grado de quemar unos trescientos mil volúmenes en la ciudad de Constantinopla; por culpa de él, la ciencia sufrió un considerable retraso.

            La colección de Pisístrato quedó destruída por el fuego en la Atenas del siglo IV antes de Cristo. Por fortuna se salvaron los poemas de Homero. También quedaron destruidos los papiros conservados en el templo de Ptah, en Menfis, y la biblioteca de Pérgamo, en el Asia menor, que constaba de doscientos mil volúmenes. En cuanto a la ciudad  de Cartago, devastada por los romanos en el año 146 antes de la era cristiana, después de arder durante tres semanas, perdió para la cultura del mundo medio millón de importantes documentos escritos, muchos de los cuales tal vez se referían a las tierras situadas en la otra orilla del Atlántico.

            También en la cultura china se quemaron libros en otros tiempos. En el año 312 a.C., el emperador Tsin-Shi Huan-Ti dictó una ley por la cual se ordenaba destruir por el fuego todas las bibliotecas de China. ¿Para que el pueblo no tuviese oportunidad de instruirse o porque abundaban textos que no convenía dar a conocer?. O como aquél califa musulmán que alimentó durante seis meses las calderas de los baños públicos de Bagdad con libros de todo tipo, basado en el argumento de que si lo que contenían esos libros estaba en el Corán, entonces eran superfluos, y si no lo estaban, eran herejes.

         
Los antiguos y el cielo

            En el techo del templo egipcio de Denderah puede verse esculpido un zodíaco. Pero lo asombroso es que las estrellas aparecen en él tal como estaban en el firmamento hace unos treinta mil años, mucho antes del comienzo de la cultura egipcia tal como la conocemos, cifrada por los arqueólogos alrededor del año 2.800 antes de Cristo, es decir, hace menos de cinco mil años. Y no se trata este de un caso aislado, puesto que en el siglo IV de nuestra era diría Simplicio que los egipcios conservaban observaciones astronómicas de los últimos seiscientos mil años. Aunque este sabio hubiese sufrido el error de decir “años” en lugar de “meses”, lo que es muy improbable, la antigüedad de las observaciones sigue siendo increíble, ya que se remontaría a cincuenta mil años atrás. Diógenes Laercio databa los cálculos astronómicos de los egipcios en unos cuarenta y ocho mil años antes de la llegada de Alejandro Magno al país. Y Marcino Capella decía que los egipcios estudiaron las estrellas durante cuarenta mil años antes de revelar sus conocimientos al mundo.

         

¿Conocieron los antiguos los poderes de la electricidad?

            En los años ’30, el ingeniero alemán Wilhem Köning, a cargo por ese entonces del alcantarillado de la ciudad de Bagdad, visitó un domingo el Museo Arqueológico de esa ciudad. Le llamó la atención una vitrina que reunía una serie de objetos bajo el ambiguo rótulo de “objetos de culto” (una imprecisa denominación con que los arqueólogos reúnen las cosas a las que no pueden darles una explicación), y sus ojos de técnico descubrieron algo que hablaba de ciencia en lugar de mística. Eran unos recipientes de barro, de unos quince centímetros de altura, que contenían un cilindro de cobre tapado en su parte inferior. Dentro del cilindro vio Köning una varilla de hierro. Aquello podía ser cualquier cosa menos un objeto de culto. Investigó en el interior del recipiente y halló vestigios de ácido, que había corroído el metal. ¿Tenía frente a él una pila eléctrica utilizada hacía catorce siglos por lo menos?.

            Vino el paréntesis de la Segunda Guerrra Mundial y años más tarde el científico Willy Ley construyó un duplicado del recipiente en el laboratorio de alto voltaje de la General Electric. Su colaborador Willard Ley introdujo sulfato de cobre en el recipiente, ácido acético y cítrico, conocidos en la antigüedad, y la pila comenzó a trabajar.

            Se descubrió a continuación que aquellas pilas de Bagdad eran nuevas si las comparaban con otras halladas por el mismo rumbo, que se remontaban al siglo X antes de Cristo. Cuatro recipientes de barro con cilindros de cobre aparecieron cerca de Tell Olar, próximo a Bagdad. Y diez más en Ktesifon, hallados por el profesor E. Kuhnel, del Museo de Estado de Berlín. En la biblioteca Prince, en Uijjain, India, se conserva un documento conocido como “Agastya Samshita”, que también data del siglo X antes de Cristo. Contiene la descripción de una batería eléctrica, así como un aparato para dividir el agua en sus dos elementos, oxígeno e hidrógeno.

            No existen pruebas de que los antiguos utilizasen la electricidad producida por estas pilas para iluminarse, pero sí las hay en cuanto a su aplicación para dar baños electrolíticos a ciertas piezas. El arqueólogo francés Augusto Mariette halló a mediados del siglo pasado objetos recubiertos con una delgadísima capa de oro, en la región de Gizeh. Pero jamás se encontraron los aparatos que sirvieron para dar estos baños. El secreto de la electricidad fue muy bien guardado, pero hay veladas alusiones a lámparas y aparatos utilizados en aquellos tiempos.

            ¿Qué clase de energía utilizaba la lámpara mencionada por Pausanias, quien vivió en el siglo II de nuestra era, la cual ardía en el templo de Minerva sin extinguirse?. San Agustín decía que en un templo egipcio dedicado a la diosa Isis vio una lámpara que ni el más fuerte viento podía apagar. En su “Historia de la Magia”, Eliphas Levi (seudónimo de Alphonse Louis Constant) menciona a un rabino francés llamado Jequiel, quien vivió en la corte de Luis IX, en el siglo XIII. Este hombre utilizaba una lámpara que no quemaba aceite y que colocaba en la puerta de su casa para ahuyentar a los ladrones. Recibían éstos una descarga si querían forzar la puerta. Jamás reveló a nadie la clase de energía utilizada en la lámpara, que recordaba a la que menciona el Antiguo Testamento en el capítulo dedicado al Arca de la alianza.

            Éstas son, si se quiere, gotas de misterios. Indicios crepusculares y poco conocidos, pero no por ello menos apasionantes, de que la Historia, la que se enseña todos los días en escuelas, colegios y universidades, tiene Otra Realidad que no merece ser olvidada.