EL HAIKU
EL HAIKU
Una pura actualidad del siempre: el haiku
por Ana Mª Pérez Cañamares
Por
Donde hay hombres,
habrá moscas, y habrá
Budas también.
-Issa.
El haiku es un poema de origen japonés, singularmente breve (tres versos de 5-7-5 sílabas, por lo general), nacido al cobrar importancia la estrofa introductoria de un poema más largo, el tanka, que se improvisaba entre varios poetas. En la evolución que ha sufrido a lo largo de este siglo, su forma se ha visto afectada, aproximándose a un “haiku de verso libre”, si bien hay discusiones entre los expertos sobre si el resultado puede seguir mereciendo tal nombre. En la forma original del haiku predominan los sintagmas nominales, y los verbos, cuando aparecen, suelen estar desposeídos de flexiones temporales y personales (cosa difícil de mantener en traducciones, aunque se preserve el predominio de los sustantivos). El haiku aspira a captar el momento, el aquí y ahora, de una forma tan radical que los límites entre el observador y lo observado, el sujeto y el objeto se disuelvan, para procurar, en sus mejores manifestaciones, una experiencia mística de no dualidad, de totalidad.
Intuición e iluminación
En este mundo,
encima del infierno
viendo las flores.
-Issa.
A diferencia de otros géneros o autores que hacen hincapié en razón o emoción como eje o impulso de sus obras, el haiku hace de la intuición su motor y su aspiración; ya que no sólo parte de ella sino que aspira a recrearla en el acto de la lectura. Sin embargo, el gran Bashô habla de que hay que seguir “la naturalidad que procede del corazón”, lo cual podría identificarse más con un movimiento emocional. La diferencia estriba en que, si bien el haiku puede partir de una emoción, no se recrea en ella, sale hacia fuera, de modo que esta emoción compartida ya no es simple sentimiento, sino fogonazo de totalidad: entendimiento, compasión, vislumbre que iluminan el universo y se funden en él.
El momento del haiku puede equipararse con un momento de iluminación. Aspira a abarcar la totalidad del momento, con lo cual queda excluido cualquier intento de reflexión, de intelectualismo, de recreación. No es sólo una exigencia a priori al escritor de haiku, sino una necesidad intrínseca a su práctica. Su brevedad es una exigencia de su esencia y viceversa. A causa de su corta extensión formal, la inspiración coincide con la creación. En el haiku habita una contradicción entre el elemento temporal y su fuga hacia la eternidad. No sería posible que la coexistencia de tal tensión fuera más allá del momento concreto de la iluminación y su expresión.
Paradójicamente, cuando uno se adentra en el momento presente hasta tal punto, el momento se eterniza. La imagen así sentida pasa a ser símbolo universal.
El poeta, en el momento de la creación del haiku, se identifica con la naturaleza en su labor creadora, pero esta identificación no le encumbra, sino que le sumerge en la sensación captada, en la absoluta complejidad de la total presencia y captación del momento. En palabras de Blyth, uno de los mayores estudiosos de haiku: “La alegría de la obvia re-unión de nosotros mismos con las cosas, con todas las cosas, es así la alegría de ser nosotros mismos”.
Haiku, ¿literatura o camino?
Cuando mi vida
atiende al crisantemo
se tranquiliza
-Shuoshi.
Bashô dijo: “Aprender quiere decir unirse a las cosas y sentir la íntima naturaleza de esas cosas”. Y Aroo, poeta moderno de haiku, dice que el haiku no es solamente un arte, sino que expresa la verdad que creamos viviendo con energía, buscando algo.
Algunos críticos han afirmado que el haiku no es un fenómeno literario; quizás sea esto debido a su sencillez y falta de retórica, elementos extraños durante siglos para el canon occidental. No suele contemplarse en nuestra tradición que la sencillez y la claridad sean una meta, sino un signo de ignorancia o inexperiencia. En mi opinión, el haiku puede entenderse, leerse, vivirse como arte, pero también es algo más; los planos literario y espiritual en vez de restarse, se suman; lo que resulta es un arte que es también camino de ascesis, de comunión espiritual, tanto para quien los escribe como para quien los lee. Porque también está en el ánimo del haiku disolver las diferencias lector/escritor.
El hecho de que esté al alcance de cualquiera escribir un buen haiku y de que en la producción de poetas consagrados haya haikus mediocres, lleva a algunos críticos a afirmar que el haiku es un arte menor. Pero es que la poesía en la vida japonesa fue entendida como un deber moral, no como una práctica de unos pocos: “Cualquiera que sea la injusticia o la desgracia que te turbe, renuncia cuanto antes a tu resentimiento o a tu pena y escribe, como ejercicio moral, algunas líneas de versos sobrias y elegantes”. Este entramado de ética, lírica puede seguir resultándole extraño a los críticos literarios; incluso, este ocultamiento del poeta detrás de lo que ve, el amor y la compasión que traslucen sus textos, y la humildad que le lleva a ahorrar palabras, en una tensión hacia el silencio (huyendo del despliegue y la vanidad), a jugársela como artista (si es que tal cosa importa) en una o dos frases.
Para llegar a esta expresión de su percepción, el poeta debe estar embarcado en un camino de despojamiento, de desnudez, porque su vanidad, su ego, su personalidad, sólo serán velos que ocultarán el verdadero sentido de lo que desea comunicar. En palabras del teórico y poeta Otsuji: “(Podemos entrar en el mundo de la creación) cuando somos completamente sinceros y humildes ante la naturaleza, aunque libres y sin temor; cuando nunca estamos separados de la naturaleza; cuando no introducimos perezosa fantasía o nos ponemos a pensar”. Fernando Rodríguez Izquierdo añade: “En la experiencia del haiku se ve el mundo dotado de la perfección de finalidad”.
Usar la palabra para ir más allá de la palabra
Viento otoñal.
Dentro del corazón,
montes y ríos
-Kioshi.
Según F.F. Villalba, el haiku es “un símbolo de la visión intuitiva de la realidad; supone la liberación de los límites del lenguaje, la experiencia del estado pre-simbólico”. Se podría decir que el haiku se viste de palabra para señalar la desnudez del silencio, ya que “tanto sentido estético hay en lo expresado como en lo silenciado”. Tanto en el Vacío como en la Plenitud.
El haiku es una manifestación de la palabra, aunque ésta esté al servicio del conocimiento, de la sugestión, de la sutileza. El ingenio puede estar ahí, pero nunca sustituyendo o sometiendo a la experiencia. En este caso, en palabras de Huxley: “el lenguaje es un instrumento para extraer el misterio de la realidad” (*). La profundización en la realidad hasta tal punto conlleva una labor selectiva de la palabra.
Un signo de la riqueza del fenómeno del haiku lo dan las paradojas que conviven dentro de él:
1. El haiku se sirve de la palabra para ir más allá de la palabra.
2. Utiliza el instante para alcanzar la eternidad; lo concreto para llegar al símbolo; la sensación para atraer lo espiritual.
3. Narrando un acontecimiento nimio, da cuenta de la gran rueda de cambios y transformaciones. Se ocupa del cambio y la permanencia, de la semejanza y el contraste, aspirando a resolverlos en el Todo. Expresa lo casi inexpresable.
El haiku insinúa comparaciones, aunque no las consuma, pues más bien las deja a la capacidad interpretativa del lector. Rehuye la metáfora puesto que ésta cristaliza la comparación, que habita en la mente del poeta y es por tanto un producto intelectual, así como cierto tipo de adjetivación. Sí gusta, sin embargo, de juegos de palabras (que retratan la naturaleza paradójica de las cosas, relajan las connotaciones fijas de las palabras), las onomatopeyas, las aliteraciones, las sinestesias, que se adaptan a la impresión de la experiencia.
Las estaciones
Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol en árbol
-Aró.
Ha sido tradicional mantener una alusión dentro del haiku a alguna de las estaciones del año, ya que en el transcurso de cualquiera de ellas la naturaleza adquiere un carácter especial, distintivo, que hace de nexo entre el instante captado y el flujo natural de la vida cósmica. Hoy en día ya no se considera necesaria, si bien suele flotar en el haiku gracias a cualquier detalle que a través de él se observe.
En el interior de este requisito contra el que se han revelado algunos escritores de haiku, también habita una paradoja. Porque aunque puede ser interpretado como una restricción, mi impresión es que se trata de un ejercicio para estimular el músculo de la percepción, para aguzar la vista y abrirnos a los cambios y signos más imperceptibles que nos rodean. A su favor está también la concisión (que, según Rodríguez-Izquierdo, reúne los elementos dispersos de la intuición). Especialmente en una sociedad como la nuestra que olvida los hechos más naturales y sencillos, aquellos que la intervención del ser humano no puede alterar, los cambios estacionales nos dan la medida de nuestra soberbia al soñarnos omnipotentes, importantes, imprescindibles.
Lo que la naturaleza transmite a través de las estaciones es, según Bashô: “la verdad inmutable en forma cambiante”.
Haiku y belleza
Blanco rocío.
Cada púa en la zarza
tiene una gota
-Buson.
Al escritor de haiku no le importa la belleza, al menos como es concebida en Occidente, de forma restrictiva y selectiva. El poeta abre los ojos y cuenta lo que ve, sin excluir nada. Bashô dice: “Haiku es simplemente lo que está ocurriendo en este sitio, en este momento”.
Sin embargo, no es extraño percibir el aliento de lo bello en la lectura del haiku, aunque se trataría de una belleza como la descrita por Huxley: “La belleza brota cuando las partes de un conjunto se relacionan unas con otras y con la totalidad, de manera tal que las aprehendamos en orden y con sentido” (1).
Rodríguez-Izquierdo habla de una “estética de lo incompleto”, que incluye varias ideas: 1) lo interesante de las cosas es su principio o fin, y no precisamente su momento de esplendor 2) en la incompletitud hay lugar para el crecimiento 3) la belleza está irremediablemente unida a la caducidad 4) la perfección pone límites a la imaginación.
Por qué el haiku hoy
Hasta una choza
en mundo de mudanzas,
es casa de muñecas
-Bashô.
El haiku es un camino: quien lo siga ha de hacerlo con respeto tanto a los otros caminantes como a sí mismo; un camino puede ofrecer diferentes estadios, moradas, paradas y descansos (estoy pensando en las polémicas acerca de temas y formas). Siempre habrá quien busque atajos, distracciones, pero eso no ha de importar a los que se ocupen honradamente de su propio viaje y sepan que el haiku aguza la mirada, abre los brazos, enseña a recibir lo inesperado, acepta la divergencia (no todos los grandes poetas de haiku han tenido los mismos intereses, para Bashô fue la compañía perfecta para su vida de monje zen, Issa puso su sello de rebeldía, amargura y melancolía, Buson y Shiki tendieron hacia un arte más estético e impresionista; en cada uno de ellos ha predominado una de las múltiples facetas del haiku).
En este siglo, se han escrito haikus de un verso y también de cuatro, con un número de sílabas variable. Bashô afirma que la consecución del ritmo no depende de un número exacto de sílabas, sino de que haya una sola sílaba de más. En la pauta silábica clásica están de algún modo en síntesis el ritmo y el acento del haiku. La experiencia de leer haikus adaptados a esa pauta crea un ritmo interno, una especie de ritmo de caminante. Que el último verso sea más corto que el central deja una puerta abierta que se adecua perfectamente al carácter continuo de la experiencia: un culmen en el centro y una caída, un suspenso al final.
Es justo que en el siglo XX se hayan incorporado temas y alterado formas; pero volviendo a los antiguos poemas de los maestros, uno se da cuenta que lo que era digno de apreciarse entonces sigue siéndolo ahora. Y esa no deja de ser una buena enseñanza.
Otras literaturas
Yo que me voy,
y tú que te quedas,
son dos otoños
-Shiki.
Sería necesario un estudio más profundo y panorámico para poner el ánimo subyacente en el haiku en relación con otros géneros. Quisiera mencionar aquí la “prosa espontánea” de los beats, que aspiraban a reflejar en sus textos la vida sin cortapisas, y que por otra parte se acercaron en diversos grados a las filosofías orientales. Antes que ellos, está la “escritura automática” de los surrealistas, que, según Víctor García de la Concha, “imprime a la escritura aquella tensión fluídica que, con la implantación del racionalismo realista, había perdido” (2).
Como corresponde a una literatura que es algo más, el haiku tiene también relación con filosofías orientales como el Zen (“Tu mente ordinaria; ése es el camino”), el Confucionismo (“Sólo aquel que ha alcanzado la perfecta sinceridad bajo el cielo puede consumar las infinitas potencialidades de su naturaleza”) o el Tao (cuyos principales libros, el Tao-Te-Ching o el Chuang-Tsé, describen el estado espiritual del haiku bajo otras formas).
El propio haiku, en sus inicios, había buceado en la poesía china y japonesa, y siempre creció cercano a otras artes como la pintura. Uno de sus estudiosos, Ebara, afirma: “El espíritu que sustenta la base de todo arte tiene que ser uno”.
Y me gustaría terminar con las palabras de María Zambrano, escritora y filósofa tan cercana a los presupuestos y pulsiones que habitan en el haiku y a quien debo el título de este artículo: “La verdad necesita de un gran vacío, de un silencio donde pueda aposentarse, sin que ninguna otra presencia se entremezcle con la suya, desfigurándola. El que escribe, mientras lo hace, necesita acallar sus pasiones y, sobre todo, su vanidad. La vanidad es una hinchazón de algo que no ha logrado ser y se hincha para recubrir su interior vacío. El escritor vanidoso dirá todo lo que debe callarse por su falta de entidad, todo lo que por no ser verdaderamente no debe ser puesto de manifiesto, y por decirlo, callará lo que debe ser manifestado, lo callará o desdibujará por su intromisión vanidosa”. (3)
Quien haya elegido el haiku como camino aspirará a decir todo lo que, por ser verdaderamente, debe ser puesto de manifiesto.
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Nota:
Todas las citas de este artículo han sido extraídas del libro de Fernando Rodríguez-Izquierdo El haiku japonés, Editorial Hiperión, Madrid, 3ª edición, 1999, excepto:
(1) Huxley, Aldous, Sobre la divinidad, Editorial Kairós, Barcelona, 2000.
(2) García de la Concha, Víctor, La poesía española de 1935 a 1975 (de la preguerra a los años oscuros 1935-1944), Editorial Cátedra, Madrid, 1977.
(3) Zambrano, María, Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Las traducciones de haikus forman parte de la antología Jaikus inmortales, selección de Antonio Cabezas, Editorial Hiperión, Madrid, 1983.