Tecaztlipoca el sacrificado

Tezcatlipoca (Tezcatl-Espejo Tlític-Negro Poca, popoca-que humea, Espejo negro que humea).

Uno de los más importantes dioses de los aztecas, venerado principalmente en Texcoco. Era considerado la misma providencia y representaba al cielo nocturno, en oposición a Huitzilopochtli que representaba al cielo diurno.
Se le representa de color negro con la cara cruzada por rayas horizontales negras y amarillas; es hermano y al mismo tiempo enemigo de Quetzalcoátl con el que lucha y con el que acaba por reconciliarse para sostener juntos el cielo, donde la Vía Láctea señala el camino por ellos recorrido. Es también un dios guerrero e inventor del fuego.
Porta un escudo, un adorno de plumas de garza y el átlatl o lanzadardos. Tiene el cabello cortado en dos diferentes alturas. Pero lo más característico de su representación es el espejo humeante, aludiendo a su nombre, colocado en la sien y en sustitución del pie derecho. Presidía los banquetes con el nombre calendárico de Ome Acatl.
Diccionario de México (Juan Palomar Miguel Edit. Trillas)

Tezcatlipoca.
Deidad mexica cuyo nombre significa el sacrificado.
“Era tenido por verdadero dios e invisible, el cual andaba en todo lugar, en el cielo, en la tierra y en el infierno y tenían que cuando andaba en la tierra, movía guerras, enemistades y discordias y por esto le llamaban Nécoc Yaotl” (Sahágun).
Entendía en el regimiento del mundo y daba y quitaba las riquezas. Era puro espíritu, o sea el viento de la noche, soplo que indica su presencia.
Era el cielo nocturno conectado con todos los dioses estelares y con todas las deidades que significan muerte, maldad y destrucción, por lo que era el patrón de los hechiceros y de los salteadores. Pero no envejece nunca, siempre es jóven, por lo que se le nombre Telpochtli.
Y como patrón de los guerreros en Yaótl, el enemigo. Identificado con Huitzilopochtli y unido con el en una dualidad.
Tezcatlipoca es el guerrero del norte de Mictlán, región de la muerte, mientras que Huitzilopochtli lo es del sur, región de la vida, de la exuberancia.
Como inventor del fuego Tezcatlipoca es llamado Xiuhtecuhtli, Señor del Fuego.
Es el sol mismo, pero el sol que ha muerto en el poniente, donde ha sido sacrificado, convirtiéndose en Yoaltecuthli, señor de la noche, indetificándose con Mictlantecuthli, señor de la muerte, porque la noche es la muerte del Sol del día.

Como gran hechicero aparece en todas partes, es el tigre que guarda el agua dentro de los montes con el nombre de Tepeyolotl, corazón de la montaña, es el coyote hechicero, Huehuecoyotl el coyote anciano.
Uno de sus nahuales es el guajolote, animal en que se transforman los hechiceros durante la noche y entonces se llama Huexólotl, el gran Xolotl, el hermano gemelo de Quetzalcoátl representado por la estrella de la tarde.
Como deidad del norte se identifica con Mixcóatl, la serpiente de las nubes que produce las trombas y que es el gran guerrero y dios de los cazadores.
El jeroglífico que da nombre a esta deidad está formado por un espejo redondo de obsidiana del que brota humo, por lo que se ha traducido como espejo (Tezcatl) negro (Tliltic) que humea (Popoca).
Pero es un jeroglífico ideográfico en que Tezcatl -espejo- debe interpretarse por Téchcatl, piedra del sacrificio y el humo es la ofrenda que se hace a los dioses del cielo. Por tal razón este ideograma debe traducirse “el ofrendado en el sacrificio” o simplemente “el sacrificado”. Por eso el pie que le falta está sustituido por el espejo, indicando que le fue sacrificado. Este pie le fue devorado por el monstruo de la tierra, según la mitología Nahua, pero la purépecha dice que luego de emborracharse los dioses del cielo lo empujaron hacia la tierra y asi quedó cojo.
Parece ser que la constelación que representa a esta deidad en el cielo, es la de la osa mayor, que en este caso debe ser un tigre, tiene una de las estrellas que representan su pie oculto por la tierra en el poniente.
En el códice Telleriano-Remensis y en el Vaticano-Ríos el pie arrancado esta sustituido por el espejo redondo, una serpiente y el jeroglífico de la guerra sagrada.
En la simbiosis religiosa originada por la conquista española el indígena mexicano tomo a Cristo por Tezcatlipoca, en cuanto que Cristo es un sacrificado. Así se ve en la cruz atrial de Taximaroa, hoy Cd. Hidalgo Michoacán, el indio que la labró puso el espejo redondo de obsidiana rodeado de la corona de espinas, allí debía aparecer el rostro de Jesucristo.
Enciclopedia de México.
Director José Rogelio Álvarez.
Tomo XIII
Cd. de México 1996.
ISBN 1-56409-016-7
EdeM

Tezcatlipoca.
Deidad nahua, se le reconocía incluso superior a Huitzilopochtli y a Quetzalcoátl. Durante mucho tiempo se pensó que el nombre de este dios significaba “espejo humeante” ya que el jeroglífico de la deidad esta formado por un espejo redondo de obsidiana del que brota humo. Sin embargo algunos autores sostienen que el jeroglífico es ideográfico y que en realidad su nombre significa “el ofrendado en sacrificio” o el “sacrificado”.
De acuerdo con el códice Zumárraga los dioses originales Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl que habitaban el décimo tercer cielo tuvieron cuatro hijos.
Tlatlauhqui Tezcatlipoca que nació rojo.
Yayauhqui Tezcatlipoca que nació negro.
Quetzalcoátl y
Omiteotl, también llamado Inaquizcóatl o Huitzilopochtli del que nació sólo el esqueleto.
El primer Tezcatlipoca, Tlatlauhqui fue adorado principalmente por los nahuas de Tlaxcala y Huejotzingo por lo que practicamente fue eliminado del panteón mexica. El segundo al que Bernardino de Sahágun llamó el Júpiter mexicano fue venerado principalmente por los pueblos del valle de México y se creía que “estaba en todo lugar, sabía todos los pensamientos y conocía todos los corazones”.
Según la mitología nahua Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl encomendaron a sus cuatro hijos la creaión del mundo, aunque solo Yayauhqui Tezcatlipoca y Quetzalcoátl fueron autores de la creación, después de eso ambas divinidades iniciaron una lucha en la que alternativamente cada uno de ellos vencía y era vencido, como representación de la pugna entre el día y la noche. Finalmente Yayauhqui Tezcatlipoca derrotó a Quetzalcoátl y lo expulsó de Tula. Yayauhqui Tezcatlipoca tenía diversos nombres, según la función que desempeñase en determinado momento: era llamado
Necocyautl-sembrador de discordias en ambas partes.
Moyocoyatzin-el que hace cuanto quiere o el aire
Teyocoyani-el creador
Techimaltini-el protector
Xiuhtecuhtli-señor del fuego
Mictlantecuthli-señor de la muerte
Yaótl-el enemigo, patrono de los guerrero en una simbiosis con Huitzilopochtli.
Telpochtli-el mancebo, puesto que al representar también el vigor no podía envejecer
Yoalehécatl-viento de la noche, patrono de la noche y de los hechiceros para quien se habían mandado poner bancas de piedra en todas las esquinas de la Triple Alianza.
Titlacahua-cuyos esclavos somos, la unica deidad ante la que se arrodillaban los mexica y según Francisco Javier Clavijero “el dios de la providencia, el alma del mundo, el creador del cielo y la tierra y el señor de todas las cosas”.
Tras la conquista y la consiguiente imposición del catolicismo, los indígenas sometidos identificaban a Tezcatlipoca en la figura de Jesucristo, pues este también había sido sacrificado.

Milenios de México: Diccionario enciclopédico de México.
Humberto Musacchio
Edit: Raya en el agua 1999
ISBN Obra completa 968-6565-34-5
ISBN Tomo II 968-6565-36-1

Pedro Miguel
Evocación de Tezcatlipoca

El enigmático Espejo Humeante
Destrucción del logos prehispánico

“Cuando somos un instrumento peligroso no parpadea la locura” Juan Bañuelos Espejo humeante

Dice la versión que recogió Angel Ma. Garibay: “Un día vino a Quetzalcóatl el mago Tezcatlipoca y envuelto en telas traía un espejo de doble faz… Después de saludarlo diciendo: ‘Señor, rey y sacerdote, vengo a mostrarte a Quetzalcóatl Uno Caña: tu cuerpo, tu propia carne’, respondió el rey: ‘¿Cuál es mi imagen? Muéstrala, déjame que yo la vea’. Dijo el mago: ‘Esta que ves es tu imagen… Mírala bien: cual ella del espejo sale, así has de salir tú en tu propia figura corporal’. Vio Quetzalcóatl el espejo y lleno de ira lo arrojó de sí. Dio gritos lleno de enojo: ‘¿Es posible que me vean, que me miren mis vasallos, que me vean sin alterarse, sin que se alejen de mí? Feo es mi cuerpo: ya estoy viejo, ya tengo de arrugas surcado el rostro, todo el cuerpo acancerado y mi figura es espantosa’.” Horrorizado y desolado, el hasta entonces recto gobernante de Tula emborrachose y copuló con Quetzalpétatl, su hermana. En la interpretación de Agustí Bartra dice el Humeante al soberano humillado por sus propios desmanes: “No seré tu fin ni seré tu principio, Quetzalcóatl. Silbo tu Tú. Habito en tu yo. Hagamos división de poderes: sé tú la Estrella de la Mañana y que yo sea la Estrella de la Tarde. Accede a mi sí e hinca la otra rodilla. Nada puedes contra el eternamente joven, la fuerza que domina a la conciencia, el sol de la noche. En mi espejo duerme y vela el tiempo. Lo sé todo.”

Otras definiciones del Espejo Humeante eran titlacahuan, “de quien somos esclavos”, telipchti, “joven”, y moyocoyotzin, “dios caprichoso”. Se lleva muy bien y muy mal con su hermano Quetzalcóatl: colabora con él para restaurar la Tierra, ambos se convierten en árboles gigantescos para ir a la morada de Tonacatecutli a colocar el Cielo en su lugar, se transforman en un nudo de serpientes para derrotar, juntos, al monstruoso Cipactli, quien en el combate devora un pie al Señor Espejo. Se relaciona con la ingesta de excrementos divinos -lo que lo vincula, a su vez, con Atlazoltéotl, la comedora de inmundicias- y con la secreción de “sustancias espumosas” amarillas o blancas.

Entre las deidades de la cultura náhuatl, Tezcatlipoca es -vaya descubrimiento- la más oscura. Pero no hablo de su nocturnidad y de sus humos, sino de la dificultad para entenderla. Con Tláloc uno la tiene fácil: agua, lluvia, versión masculina de la fertilidad; con Quetzalcóatl no está tan en chino: vientos, movimiento, totalidad del universo. Ante la terrible figura de Huitzilopochtli uno puede decir, temblando de susto, que representa eso que se percibe como la ojetez intrínseca del mundo: tu alimento está en los otros seres vivos y tu vida depende de su muerte (no me vengan ahora con historias de bondad vegetariana, porque la semana pasada un enjambre de hormigas borró de este mundo un hermoso naranjal que cultivé durante un año). Matas para sobrevivir y mueres para que otros vivan, ecuación a la que el cristianismo le rebanó piadosamente la primera mitad. Pero está más difícil con este dios con la pierna derecha rematada por un muñón de hueso y que es jaguar, Primer Sol, noche, fuerza principal de la cosmovisión mexica, expresión e instrumento del “Dios dual, Nuestro Padre, Nuestra Madre, y asimismo de todos los dioses” y, en una extrapolación riesgosa, equivalente mesoamericano del demiurgo platónico: “poietes kai pater, hacedor y padre del mundo”. Tezcatlipoca es representación de casi todo y, por consiguiente, no es casi nada: su identidad se disuelve en la inmensidad de sus atributos. Está bien: seré muy tonto y además los inventores de ésta y otras deidades mesoamericanas tenían un pensamiento muy complicado. Pero tal vez la comprensión enfrente un tercer obstáculo, que sería, más o menos, así:

Pasado mañana, día martes, llegan los extraterrestres y le meten fuego a las mil bibliotecas más grandes del mundo, borran con unos imanes potentísimos el contenido de los mayores 10 mil servidores del planeta, achicharran en una gran pira 10 mil millones de discos compactos de todas clases; luego, se pasan los próximos 100 años hurgando en oficinas, tiendas, templos y hogares para detectar y destruir cuanto registro encuentran -en bronce, tela, cartón, madera, celuloide, vinil, acetato, policarbonato, silicio- del conocimiento, la cultura, las creencias y el pasado de los terrícolas, los cuales, para colmo, mueren en el proceso en proporción de 19 de cada 20. Ahora tomemos lo que haya quedado de la civilización humana a comienzos del siglo XXII y tendremos una idea del estado en que quedaron las culturas mesoamericanas en los albores del XVII.

Desconocemos la cantidad de códices que había en las tierras mayas a la llegada de los conquistadores, pero deben haber sido al menos varios centenares. Sólo en el Auto de Fe de Maní (1562), Diego de Landa quemó “27 rollos de signos y jeroglíficos” y se sorprendía, el muy animal, de que sus propietarios mostraran “mucha aflicción” ante tal barbarie. Unas décadas antes, y 2 mil kilómetros al noroeste de Maní, Juan de Zumárraga convirtió en cenizas la biblioteca de Texcoco, que a decir de Servando Teresa de Mier, “se levantaba tan alta como una montaña”. Fuentes y autores de los entrecomillados, en navegaciones.com.mx.

Se ha puesto de moda pensar y decir que el medioevo no fue una época tan mala, e incluso que fue muy bonita. Lo cierto es que en esos tiempos la mayor parte de los europeos se dedicó al deporte de los clavados en las aguas de la ignorancia, el fanatismo y la superstición; mientras tanto, en Damasco, Bagdad, Toledo y Granada, los árabes (a ver si se enteran de esto, anunciadores del “choque de civilizaciones”, el “islamofascismo” y demás idioteces racistas) les cuidaban a su Aristóteles, a su Platón y a su Arquímedes: “En el Occidente cristiano la cultura de la Antigüedad clásica se conoció, en la mayoría de los casos, por traducciones realizadas a la lengua árabe, y sin esta salvedad, no se sabría de gran parte de ellas”. El logos prehispánico no tuvo esa suerte. Las culturas originarias del hemisferio occidental fueron aniquiladas, demolidas, reducidas a una pedacería inconexa. De todos los documentos pictográficos en papel amate y piel de venado que existían en Mesoamérica, sólo quedaron 22, entre ellos tres mayas y cuatro nahuas. Dicho sea de paso, esto no es uno más de esos reproches a destiempo a los españoles: no va contra ustedes, hermanos peninsulares, porque ustedes son tan culpables como nosotros -es decir, nada- por la idiotez criminal de algunos de nuestros ancestros comunes. Dejemos, eso sí, que el tontín de Ratzinger se dé el gusto de creer que la evangelización de América fue un acto de amor. En todo caso, después de tanto amor resulta muy difícil hacerse una idea de la cosmovisión de los antiguos mesoamericanos como un todo más o menos coherente, a la manera en que entendemos las mitologías griega, romana o egipcia. Por eso, el espejo de Tezcatlipoca ya no refleja casi nada.

Un comentario

  • Crow

    CITA
    Tezcatlipoca era considerado por los mexicas como verdadero dios, invisible y presente en todo lugar: en la tierra, en el cielo, y en el mundo inferior… (Shagún:31). Torquemada afirma que sólo ante Tezcatlipoca se arrodillaban y postraban los mexicanos, pues era el mayor dios, puro espíritu (Robelo:543)

    Fuente:
    Tezcatlipoca. Elementos de una teología nahuatl

    Autor:Barjau, Luis.