Tierra Media

La Tierra Media fue el gran continente-escenario de “El Señor de los Anillos” de Tolkien. Un lugar donde habitaban distintos pueblos, infinidad de fauna y gran variedad de flora. Eran las tierras de los mortales, un extenso territorio donde la mayoría de sus habitantes, con el tiempo, crecían y morían. Aunque a menudo, con ellos, convivían seres inmortales que por circunstancias del destino, también habitaban en la Tierra Media. Este gran continente empezó a tomar forma en los primeros días del mundo de Arda. La Tierra Media quedaba al este del otro gran continente, el de Aman, conocido como las Tierras Imperecederas y que estaba separado de la Tierra Media por Belegaer, el Gran Mar. Al final de la Segunda Edad del Sol, cuando Númenor fue destruida, las Tierras Imperecederas fueron arrancadas de las Esferas del Mundo. Pero la Tierra Media permaneció. Sus características se vieron alteradas y sufrió cambios con el paso del tiempo… hasta convertirse en algo muy parecido a nuestro planeta tierra. Como en las tierras impedecederas existen tambien varias edades en su formación:

La Creación de Arda

Según el «Ainulindalë», el primer libro de El Silmarillion, cuando no había más que oscuridad y un gran Vacío, existía un Ser omnisciente que vivía solo en la nada. Se llamaba Eru el Único o, como lo llamarían después los elfos, Ilúvatar. Éste era el Ser que para Tolkien sería el origen de toda creación. A lo largo del «Ainulindalë» Tolkien nos cuenta cómo los pensamientos elementales de Ilúvatar se convirtieron en una raza de dioses, llamados los Ainur (los «santos») y cómo mediante el poder de Su espíritu -la «Llama Imperecedera»- Ilúvatar otorgó a los Ainur la vida eterna. Para esta raza de dioses, Ilúvatar creó una morada en el Vacío, que recibió el nombre de Palacios Intemporales. Aquí, Ilúvatar enseñó a los Ainur a cantar, y éstos se convirtieron en un enorme coro celestial. De la música de estos espíritus divinos surgió una sagrada Visión que era un mundo esférico que giraba en el Vacío. Arda, el mundo de Tolkien, literalmente surgió del canto, y cada miembro de la hueste celestial tuvo una parte en su concepción, incluso el poderoso espíritu satánico llamado Melkor, quien cantaba sobre la lucha y la discordia. Sin embargo, la Música de los Ainur no había creado más que una Visión; hizo falta la palabra y la orden de Ilúvatar (y el poder de la Llama Imperecedera) para crear Eä, el Mundo que es. De esta forma se le dio a la Visión sustancia y realidad. Y a ese mundo descendieron aquellos de los Ainur que más habían tomado parte en su concepción y que deseaban participar aún más en su formación. Así relataba Tolkien la creación de su planeta, al que llamó Arda. Su concepción es a la vez extrañamente etérea y vastamente operística. Además, es una especie de doble creación, porque, cuando los Ainur llegaron a Arda, encontraron que ellos tenían que darle forma. La Música y la Visión no eran más que grandes temas generales y profecías de lo que había de venir. Darle forma y crear su historia resultaron tareas mucho más difíciles. Tolkien nos dice que la mayoría de los Ainur permanecieron con Ilúvatar en los Palacios Intemporales, pero no vuelve a referirse a ellos. Sus historias tratan solamente de aquellos que entraron en las Esferas del Mundo. Aquí, estos espíritus divinos y sin cuerpo adoptaron manifestaciones de índole más física. Se convirtieron en los elementos y poderes de la naturaleza, pero, al igual que los dioses nórdicos o griegos, poseían una forma física, una personalidad, un género y estaban emparentados los unos con los otros. Los Ainur que entraron en Arda se dividen en dos órdenes: los Valar y los Maiar; los dioses y semidioses. Los Valar eran quince: Manwë, Rey de los Vientos; Varda, Reina de las Estrellas; Ulmo, Señor del Océano; Nienna, la Plañidera; Aulë, el Herrero; Yavanna, Dadora de Frutos; Oromë, Señor de los Bosques; Vána, la Joven; Mandos, Guardián de los Muertos; Vairë, la Tejedora; Lórien, Señor de los Sueños; Estë, la Curadora; Tulkas, el Fuerte; Nessa, la Bailarina, y Melkor, a quien más tarde se daría el nombre de Morgoth, el Enemigo Oscuro. Los Maiar eran multitud, pero sólo unos cuantos de estos inmortales aparecen nombrados en las crónicas de Tolkien: Eönwë, Heraldo de Manwë; Ilmarë, Doncella de Varda; Ossë de las Olas; Uinen de los Mares Tranquilos; Melian, Reina de los sindar; Arien, Conductora del Sol; Tilion, Conductor de la Luna; Sauron, Señor de los Anillos; Gothmog, Señor de los balrogs; Thuringwethil, la Vampira; Ungoliant, la Araña; Draugluin, el Licántropo; Baya de Oro, la Hija del Río; Iarwain Ben-adar (Tom Bombadil), y los cinco magos: Olórin (Gandalf), Curunir (Saruman), Aiwendil (Radagast), Alatar y Pallando. Tan sólo después de la creación del mundo y de que los Ainur entraran en él comenzó la cuenta del tiempo en Arda. Dado que durante la mayor parte de la historia de Arda no hay sol ni luna para medir el paso del tiempo, Tolkien nos da la medida cronológica del año valariano y de las edades valarianas. Cada año valariano, nos cuenta Tolkien, equivale a diez años tal y como los conocemos nosotros. Y dado que cada edad valariana contiene cien años valarianos, equivale a mil años humanos. Aunque hay numerosos sistemas superpuestos y variaciones en acontecimientos y fechas en los distintos escritos de Tolkien, existe la suficiente coherencia para estimar con cierta precisión que el tiempo transcurrido desde la Creación de Arda hasta el final de la Tercera Edad del Sol (poco después de la Guerra del Anillo) fue de treinta y siete edades valarianas, o, para ser más exactos, de 37.063 años humanos. Dentro de este vasto esquema temporal, los poderes recién llegados pasaron las primeras edades valarianas dando forma a Arda. Sin embargo, así como hubo discordia en la Música de los Ainur, también, cuando comenzó la verdadera formación de Arda, una hueste de espíritus Maiar, guiados por el poderoso Vala satánico llamado Melkor, el Enemigo Oscuro, originaron un gran conflicto. Fue ésta la Primera Guerra que llevó a que la simetría natural y la armonía de Arda se trocaran en confusión. Aunque Melkor acabó siendo rechazado, las tierras y mares de Arda conservaron cicatrices y desgarros y la posibilidad de Arda como mundo ideal, tal y como la había mostrado la Visión, se perdió para siempre.

Las Edades de las Lámparas

Después de la era de la Creación y de la formación de Arda, el «Quenta Silmarillion» y las publicaciones posteriores de los apuntes y cronologías de Tolkien en «El Ambarkanta» y los «Anales de Valinor» nos hablan de una época idílica que recibió el nombre de Edades de las Lámparas, cuando, a pesar de la Injuria de Arda durante la Primera Guerra, los Valar llenaron el mundo de maravillas naturales de gran hermosura y armonía. Se llamó así a estas edades porque los Valar crearon dos colosales Lámparas mágicas para iluminar el mundo. Fue el Vala llamado Aulë el Herrero quien forjó estos recipientes dorados, mientras que la Reina de las Estrellas, Varda, y el Rey del Viento, Manwë, las llenaban y las hacían refulgir de luz. Se necesitaron los poderes combinados de los demás Valar para alzar cada Lámpara sobre enormes columnas, mucho más altas que cualquier montaña. Se colocó una Lámpara en el norte de la Tierra Media y se la llamó Illuin, que se alzaba en el centro de un mar interior llamado Helcar. La otra estaba en el sur, y se llamó Ormal, y se alzaba en el centro del mar interior llamado Ringil. Durante las Edades de las Lámparas se creó el primer reino de los Valar, en el Gran Lago de la isla de Almaren, en el centro exacto de Arda. Era una maravilla, lleno de hermosas mansiones y torres de los Valar y Maiar, y el mundo se llenó de alegría y de luz. Esta era idílica recibió también el nombre de «Primavera de Arda», porque Yavanna la Fructífera creó los grandes bosques y las vastas praderas, y muchos pacíficos y hermosos animales y criaturas del campo y el agua. Pero Almaren no fue el único reino que se creó en ese tiempo. Lejos, al norte, los espíritus malignos Maiar volvieron a reunirse y Melkor regresó a Arda. En secreto, mientras los Valar descansaban de sus tareas, Melkor alzó las enormes Montañas de Hierro, como un gigantesco muro que cruzaba las tierras septentrionales, y bajo ellas construyó una fortaleza del Mal, llamada Utumno. Desde aquel refugio comenzó a corromper las creaciones de los Valar y hubo venenos que se mezclaron con las aguas y los bosques. Las hermosas criaturas de Yavanna fueron deformadas y torturadas de forma que se volvieron monstruosas y sedientas de sangre. Por último, cuando creyó que ya era lo bastante fuerte, Melkor avanzó con su ejército maligno y declaró la guerra a los Valar. Cogiéndolos por sorpresa, derrumbó los pilares de las Grandes Lámparas de manera que las montañas quedaron hechas pedazos y las feroces llamas de las Lámparas se extendieron por todo el mundo. En el cataclismo quedó totalmente destruido el reino de Almaren. Con este terrible conflicto terminó la Primavera de Arda y el mundo quedó sumergido otra vez en la oscuridad, a excepción de la luz de los destructivos fuegos de la tierra, envuelto en el tumulto de los terremotos y el rugir de los mares. Hizo falta toda la fuerza de las huestes valarianas para sosegar estos poderosos cataclismos y evitar que el mundo entero quedara destruido. En lugar de luchar contra Melkor en medio de aquel tumulto, provocando aún mayor destrucción, los Valar abandonaron Almaren y la Tierra Media. Se retiraron a la parte más occidental, al gran continente de Aman que recibiría el nombre de Tierras Imperecederas. De esta forma las Edades de las Lámparas llegaron a su fin, mientras los Valar creaban un nuevo reino en el oeste y las devastadas regiones de la Tierra Media quedaban esclavas del poder maligno de Melkor.

Las Edades de la Oscuridad

Mientras que Valinor y las Tierras Imperecederas eran bañadas por la resplandeciente y brillante Luz de los Árboles, todas las regiones de la Tierra Media se veían sumergidas en la oscuridad. Aquéllas fueron las Edades de la Oscuridad en la Tierra Media, cuando Melkor excavó los infernales pozos de Utumno, en lo más profundo de las Montañas de Hierro. Con maligno esplendor, dio forma a demoníacos palacios subterráneos con enormes salas abovedadas, túneles laberínticos e insondables mazmorras hechas de piedra negra, fuego y hielo. En aquel horrible lugar, reunió el Señor de la Oscuridad a todos los poderes malignos del mundo. Su número parecía infinito, y Melkor nunca se cansaba de crear nuevas y aún más terribles formas. Espíritus crueles, fantasmas, espectros y demonios acechaban en las estancias de Utumno. Todas las serpientes del mundo se criaron en los pozos de un reino tenebroso que era el hogar de licántropos y vampiros e innumerables monstruos que se alimentaban de sangre, e insectos que volaban o se arrastraban. Dentro de Utumno, todos obedecían a los demonios discípulos de Melkor, los terribles espíritus Maiar llamados los balrogs, con sus látigos flamígeros y sus negras mazas. El principal de ellos era el Gran Capitán de Utumno, Gothmog, el Balrog. Pero Utumno no era el único dominio de Melkor. Al principio de las Edades de la Oscuridad, Melkor se alegró de su victoria sobre los Valar y de la destrucción de Almaren y las Grandes Lámparas de Luz. A partir de entonces, buscó sin descanso aumentar más y más su poder y en la parte más occidental de las Montañas de Hierro construyó un segundo dominio. Éste fue la gran fortaleza y armería llamada Angband, la «Prisión de Hierro». Entonces nombró Señor de Angband a su discípulo más poderoso, Sauron, el hechicero Maia. Con excepción de Manwë, Señor de los Vientos, cuya penetrante mirada vigilaba desde la sagrada montaña de Taniquetil, y las escasas visitas de Oromë el Jinete Salvaje, Yavanna, la Protectora de los Bosques y las Praderas, era la única Vala que visitaba la Tierra Media en aquellos días. Así pues, fue la Dadora de Frutos quien lanzó un sortilegio protector, el Sueño de Yavanna, sobre toda la flora y fauna que había creado para que pudieran sobrevivir a la oscuridad y a la maldad del gobierno de Melkor. Y éstas fueron las Edades de Gloria para Melkor, el satánico Señor de la Oscuridad. Al destruir las Lámparas de la Luz, Melkor se adueñó de todas las regiones oscurecidas y devastadas de la Tierra Media. Y sobre ellas ejerció su dominio durante diez mil años humanos.

Las Edades de las Estrellas

Transcurridas muchas Edades de la Oscuridad, Varda, la Señora de los Cielos, recogió el rocío del Árbol Plateado de los Valar y, cruzando los cielos, encendió de nuevo las tenues estrellas que brillaban débilmente sobre la Tierra Media, de manera que se volvieron brillantes y cegadoras en la noche aterciopelada. Las criaturas de Melkor estaban tan poco acostumbradas a la luz que gritaron de dolor cuando aquellos rayos de luz estelar atravesaron sus tenebrosas almas. Aterrorizadas, huyeron y se escondieron. Pero, por encima de todo, el Renacimiento de las Estrellas significó el Despertar de los elfos. Porque, cuando las estrellas brillaron sobre la Tierra Media, los elfos despertaron con la luz estelar en sus ojos, y algo de aquella mágica luz quedó para siempre en ellos. El lugar del Despertar fue la laguna de Cuiviénen, en las orillas de Helcar, el mar interior a los pies de las Orocarni, las Montañas Rojas. Las Edades de las Estrellas fueron también el tiempo en que despertaron otros dos pueblos parlantes: los enanos, que fueron concebidos por Aulë el Herrero, y los ents, que fueron concebidos por la esposa de Aulë, Yavanna, la Dadora de Frutos. También entonces, Melkor crió otras dos razas de criaturas malignas en los pozos de Utumno. Fueron los orcos y los trolls: formas de vida corruptas hechas a partir de elfos y ents torturados que cayeron en sus manos. Cuando Oromë el Jinete descubrió el Despertar de los elfos y los Valar se enteraron del mal que Melkor les había infligido, se reunieron en consejo de guerra. Los Valar y Maiar se dirigieron hacia la Tierra Media dispuestos a batallar contra Melkor. Durante esta Guerra de los Poderes, exterminaron las legiones malignas de Melkor, derrumbaron la gran muralla de las Montañas de Hierro y destruyeron completamente Utumno. El dominio de Melkor sobre la Tierra Media había terminado. Aquél fue cargado de cadenas y permaneció prisionero en Valinor durante muchas edades. Este período se conoció como la Paz de Arda y fue la época del Gran Viaje, cuando los elfos realizaron sus grandes migraciones hacia el oeste, a Eldamar, en las costas de las Tierras Imperecederas. En su mayor parte, éstos fueron años gloriosos para los elfos, tanto en la Tierra Media como en las Tierras Imperecederas. Los Altos elfos que consiguieron terminar el Gran Viaje y que se establecieron en Eldamar construyeron las ciudades maravillosas de Tirion, Alqualondë y Avallónë. Pero muchos otros se quedaron atrás, debido al amor que profesaban a la Tierra Media. Crearon sus reinos en tierras mortales y vivieron vidas gloriosas. Durante las Edades de las Estrellas hubo un gran reino élfico en Beleriand, en el noroeste de la Tierra Media. Lo crearon los elfos del pueblo de los teleri que seguían al rey Thingol y a la reina Melian la Maia. Se los llamó elfos grises o sindar, y su reino era la enorme región boscosa de Doriath. Su capital fue Menegroth, las Mil Cavernas, y las cavernas y cuevas de su ciudadela constituían una de las maravillas de la Tierra Media. Menegroth estaba hábilmente tallada para parecer un bosque de hayas subterráneas, con árboles, aves y animales esculpidos en piedra y grandes salas pobladas de fuentes plateadas e iluminadas por lámparas de cristal. Los señores de los sindar fueron los amos de Beleriand y los elfos más poderosos de la Tierra Media en las Edades de las Estrellas. Sus aliados eran los elfos marinos de las Falas, los laiquendi (o elfos verdes) de Ossiriand y los enanos de Belegost y Nogrod en las Montañas Azules. Estos reinos enanos de Nogrod y Belegost prosperaron merced a su comercio con los elfos de Beleriand a lo largo de las Edades de las Estrellas. Maestros en el trabajo de la piedra, excavaron enormes galerías bajo las Montañas Azules en busca de metales preciosos y fueron contratados por los elfos para excavar la mayoría de las grandes estancias y salas de Menegroth. Los enanos de Nogrod eran considerados los mejores herreros de la Tierra Media y forjaban espadas y lanzas del mejor acero, mientras que los enanos de Belegost fueron los primeros en fabricar cotas de malla y armaduras a prueba de dragones. Hasta cierto punto, las alianzas de los elfos de Beleriand se extendían hacia el este, hasta el enorme bosque primitivo de Eriador. Porque allí, durante las Edades de las Estrellas, la raza de los ents, los gigantescos Pastores de Árboles, vivió y ofreció su amistad a los elfos sindar de Beleriand y a los elfos silvanos. Más allá de Eriador, en las Montañas Nubladas, se encontraba Khazad-dûm, el más importante de los reinos enanos. También prosperó en las Edades de las Estrellas y extendió sus construcciones bajo las montañas, aunque no desempeñó un gran papel en las historias y fortunas de Beleriand. Las Edades de las Estrellas duraron diez mil años humanos y fueron tiempos de descubrimientos y maravillas, de gloria y de magia. Pero todo esto terminó cuando Melkor fue por fin liberado en Valinor. Tras un período de aparente arrepentimiento, se alzó en toda su ira y destruyó los Árboles de los Valar. Luego huyó a la Tierra Media septentrional, donde volvió a ocupar su fortaleza de Angband en las Montañas de Hierro. La Paz de Arda terminó cuando el conflicto se extendió a la Tierra Media, y las Edades de las Estrellas tocaron a su fin.

La Primera Edad del Sol

Aunque las Edades del Sol son el núcleo principal de prácticamente todas las historias de Tolkien, este astro no surge en el cielo hasta la trigésima edad valariana o, lo que es lo mismo, 30.000 años humanos después de la Creación de Arda. Aun así, el tiempo transcurrido en años solares es muy extenso. Al final de la Guerra del Anillo y de la Tercera Edad habrán transcurrido 7.063 años humanos. En las primeras cronologías de los «Anales de Valinor», Tolkien nos cuenta que 29.980 años humanos después de la Creación de Arda, Melkor y la Gran Araña Ungoliant pusieron fin a las Edades de los Árboles en Valinor y extinguieron su luz para siempre. Pero las Valar Yavanna, Dadora de Frutos, y Nienna, la Plañidera, consiguieron extraer de sus restos arruinados una única flor de plata llamada Isil la Refulgente y un único fruto dorado llamado Anar el Fuego de Oro. Fueron colocados en grandes recipientes forjados por Aulë el Herrero y, en el año 30.000 (cronología humana) de la Creación de Arda, estos brillantes recipientes fueron llevados a los cielos. Eran el Sol y la Luna y a partir de entonces iluminaron todas las tierras de Arda. Igual que el Renacimiento de las Estrellas significó el Despertar de los elfos, el Amanecer del Sol señaló el Despertar de los hombres. Cuando la primera luz de la mañana penetró en los ojos de los hombres, despertaron a una nueva edad. Porque Ilúvatar, igual que había creado la raza inmortal de los elfos en el principio de los tiempos y la había escondido en la laguna de Cuiviénen, también había creado la raza mortal de los hombres y los ocultó en el este de la Tierra Media, en un lugar llamado Hildórien, la «tierra de los seguidores», al otro lado de las Montañas del Viento. Este nuevo pueblo no podía compararse con los elfos en cuanto a fuerza de cuerpo y alma. Eran mortales y su vida era breve, incluso comparada con la de los enanos. Compadecidos, los elfos enseñaron a estas gentes enfermizas todo lo que pudieron, pero terminaron descubriendo que en su mortalidad residía una fuerza secreta. Porque esta raza resultó ser más adaptable a las exigencias de un mundo cambiante y, a pesar de morir fácilmente y en gran número, también se reproducían más rápido que cualquier otra raza con excepción de la de los orcos. Las tribus de este pueblo nómada vagaron por todas las regiones de la Tierra Media. Pero los mejores y los más fuertes de ellos fueron los edain, aquellos que llegaron primero a los reinos eldar de Beleriand. La Primera Edad del Sol fue la Edad Heroica que comenzó con la llegada de los Altos elfos noldor procedentes de Eldamar, quienes perseguían a Melkor, a quien llamaban Morgoth, el Enemigo Negro. Porque Morgoth no sólo había destruido los Árboles de la Luz sino que también atacó la fortaleza élfica de Formenos, mató al Gran Rey de los noldor y se apoderó de las joyas mágicas llamadas los Silmarils. Estas tres gemas eran el mayor tesoro de los noldor, puesto que las habían creado a partir de la luz de los Árboles de los Valar. La pugna por la posesión de estas joyas desembocó en la Guerra de las Grandes Joyas y le proporcionó a Tolkien el tema de El Silmarillion. Esta conflagración duró seis siglos y en ella destacaron seis grandes batallas. Morgoth acabó con los Árboles de la Luz, se apoderó de los Silmarils y huyó a Angband unos veinte años humanos antes del inicio de la Primera Edad del Sol. Las Guerras de Beleriand comenzaron una década después, cuando Morgoth envió sus legiones de orcos contra los elfos de Beleriand. Aquélla fue la Primera Batalla, en la que las hordas de orcos fueron derrotadas al fin y rechazadas a Angband. La Segunda Batalla tuvo lugar cuatro años humanos antes de que surgiera el Sol y recibió el nombre de «Batalla bajo las Estrellas», Dagor-nuin-Giliath. Las fuerzas de Morgoth salieron al encuentro de los recién llegados elfos noldor en Beleriand noroccidental. A pesar de ser inferiores en número, los noldor lucharon ferozmente durante diez días. Mataron a todos los que les plantaron cara y obligaron a los demás orcos a retirarse a Angband. En el año 56 de la Primera Edad del Sol, las fuerzas de Morgoth habían recuperado la suficiente potencia como para enviar un ejército mayor que los dos anteriores juntos. Esta Tercera Batalla recibió el nombre de Batalla Gloriosa, Dagor Aglareb, porque los elfos, además de vencer a las legiones orcas de Morgoth, les cortaron la retirada y las aniquilaron. La victoria fue tan completa que, durante casi cuatro siglos, los elfos sitiaron Angband. Durante este período se produjeron incursiones de orcos en Hithlum y, en el 260, Glaurung el Dragón intentó un ataque, pero durante casi todo el tiempo reinó la paz en Beleriand. Pocos siervos de Morgoth se aventuraban a ir al sur de las Montañas de Hierro. Sin embargo, cuando Morgoth rompió por fin la Larga Paz, estaba verdaderamente preparado. En el año 455, sus legiones de orcos estaban mandadas por balrogs y dragones con aliento ígneo. Ésta fue la Cuarta Batalla, que se llamó Batalla de la Llama Súbita, o Dagor Bragollach. Fue seguida por la Quinta Batalla, la Batalla de las Lágrimas Innumerables, o Nirnaeth Arnoediad. Estas dos batallas terminaron con una victoria aplastante de Morgoth y significaron la destrucción de todos los reinos élficos de Beleriand. Nargothrond fue saqueada en el 496. Poco después fue arrasada Menegroth, y el 511 vio la caída de Gondolin, el último reducto élfico. Durante casi un siglo, Morgoth retuvo su férreo control de la Tierra Media. Por fin, los Valar y los Maiar no pudieron tolerar más su maldad y en el año 601 llegaron por tercera y última vez para hacer la guerra al Enemigo Negro en un cataclismo que recibió el nombre de Guerra de la Ira y Gran Batalla. El conflicto fue tan terrible que no sólo Angband fue destruida sino que con ella desaparecieron las hermosas tierras de Beleriand. Y, aunque Morgoth recurrió a todos sus monstruos y demonios, e incluso a una legión de dragones de fuego, fue vencido y arrojado para siempre al Vacío. Pero esta victoria supuso un precio. Beleriand quedó arrasada. Las Montañas de Hierro y las Montañas Azules fueron desgarradas y dejaron paso a las aguas del mar. Toda Beleriand quedó inundada y se hundió por fin bajo el Mar Occidental. Así terminó la Primera Edad del Sol.

La Segunda Edad del Sol

La Segunda Edad fue la Edad de los númenóreanos. Como se narra en el «Akallabêth» o «La Caída de Númenor», éstos eran hombres que descendían de los edain de la Primera Edad y a quienes los Valar habían entregado la tierra recién creada en mitad del ancho mar que separaba la Tierra Media de las Tierras Imperecederas. Se concedió a los númenóreanos una esperanza de vida mucho mayor que la de los humanos corrientes, y con el paso de los siglos su poderío y riqueza crecieron, y su marina navegó por todos los mares del mundo mortal. Númenor, que a menudo se traduce por Oesternesse, era llamada también «tierra de los dones», «tierra de la estrella» y Atlantë, porque era, de hecho, la reinvención de Tolkien del antiguo mito del continente perdido de Atlantis. La Númenor de Tolkien era un reino que ocupaba una isla con forma de estrella de cinco puntas. En su punto más estrecho medía cuatrocientos kilómetros de anchura y casi el doble en el punto más ancho. Se dividía en seis regiones: una por cada península y una sexta que era el centro de la isla, donde se alzaba la montaña sagrada, Meneltarma, o «pilar del cielo», la cima más elevada de Númenor. En sus laderas se encontraba Armenelos, la «ciudad de los reyes», donde habitaba el rey, que era la ciudad más poblada de Númenor. Más abajo se encontraba el puerto real de Rómenna. Los otros puertos importantes, Eldalondë y Andúnië miraban a Occidente, hacia las Tierras Imperecederas. El primer rey de Númenor fue Elros, hijo de Eärendil y hermano gemelo de Elrond Medio elfo; esto fue porque, al final de la Primera Edad, cuando los Valar dijeron a los gemelos Medio elfos que debían elegir su destino, Elrond escogió el de los elfos inmortales, mientras que Elros se convirtió en rey de los edain mortales. Sin embargo, al ser Medio elfo, se le concedió una vida de quinientos años y gobernó como rey de Númenor hasta el año 442 de la Segunda Edad. Mientras los númenóreanos prosperaban en su isla, los Altos elfos que habían sobrevivido a los conflictos de la Primera Edad y que quisieron quedarse en la Tierra Media se reunieron bajo el estandarte de Gil-galad, el último Gran Rey elfo, en el reino de Lindon. Esta pequeña región, la única que escapó a la destrucción de Beleriand, se encontraba a ambos lados del golfo de Lune. A medida que fueron pasando los años, muchos de estos Altos elfos de Lindon viajaron hacia el este y fundaron nuevos reinos. Los señores sindar establecieron reinos entre los elfos silvanos de Bosqueverde el Grande y el Bosque Dorado de Lothlórien en la cuenca del Anduin. En el siglo octavo, los elfos noldor de Celebrimbor establecieron el reino de los Herreros elfos de Eregion, justo al oeste del reino enano de Khazad-dûm. Pero no fueron sólo los elfos y los enanos quienes prosperaron y crecieron durante esta época. Sauron el Hechicero permaneció en el mundo mortal y se esforzó en ser el sucesor de Melkor como Señor Oscuro de la Tierra Media. En el año 1000, Sauron comenzó a crear en secreto su reino maligno de Mordor, esclavizando a las razas de hombres bárbaros del este y del sur y reuniendo a orcos y otros seres malignos en su reino. También comenzó a edificar la Torre Oscura de Barad-dûr. Asumió una apariencia hermosa bajo el nombre de Annatar, que significa «señor de los dones», e intentó seducir a los elfos con su sabiduría y su poder. Sólo Celebrimbor y los Herreros elfos de Eregion creyeron el engaño. Usando los poderes combinados de la magia y la metalurgia, Sauron y los Herreros elfos colaboraron en la creación de muchos objetos fantásticos. En el año 1500 alcanzaron la cúspide de su capacidad y, siguiendo las instrucciones de Sauron, comenzaron a forjar los Anillos de Poder. Para el año 1600 todos los Anillos estaban acabados; Sauron regresó a Mordor subrepticiamente, donde terminó la construcción de la Torre Oscura de Barad-dûr y forjó el Anillo Único, con lo que se convirtió en el Señor de los Anillos. Cuando los Herreros elfos se dieron cuenta de que habían sido utilizados para que Sauron se convirtiera en el todopoderoso Señor de los Anillos, se rebelaron contra él y entre 1693 y 1701 se libró la sangrienta Guerra de Sauron y los elfos. En ese conflicto Sauron mató a Celebrimbor, destruyó la ciudad de los Herreros elfos, arrasó Eregion y ocupó casi todo Eriador. Los enanos de Khazad-dûm evitaron la guerra y cerraron sus puertas al mundo exterior. A partir de entonces, el reino oculto fue conocido como Moria, el «abismo negro». En la terrible pugna murieron la mayoría de los elfos de Eregion. Los pocos que sobrevivieron fueron guiados por Elrond Medio elfo a las estribaciones de las Montañas Nubladas, donde fundaron la colonia de Imladris, que los hombres llamarían más tarde Rivendel. Tras su victoria sobre Celebrimbor, Sauron reunió sus fuerzas y marchó contra Gil-galad de Lindon. En el último momento, una imponente flota de númenóreanos se unió a las fuerzas élficas, y el ejército combinado resultó tan potente que las legiones de Sauron fueron completamente aplastadas y él tuvo que retirarse a Mordor. Durante los siguientes mil años, Sauron no hizo nada contra los elfos sino que se dedicó a las tribus bárbaras de Orientales y haradrim, extendiendo su tenebrosa sombra por el mundo. Entre los salvajes reyes de estos pueblos, y entre los númenóreanos negros, distribuyó los Nueve Anillos de los Hombres Mortales. Al llegar el siglo veintitrés se habían convertido en los Nazgûl, sus principales siervos malignos, llamados por los hombres Espectros del Anillo. Entretanto, los númenóreanos se habían convertido en la máxima potencia naval del mundo. Crearon numerosas colonias en las costas de la Tierra Media, así como los puertos-fortalezas de Umbar y Pelargir. Por último, el crecimiento del imperio marítimo de Númenor y del imperio terrestre de Mordor llevó a una confrontación. En el año 3261, una enorme armada númenóreana tocó puerto en Umbar y de ella salió una fuerza potentísima que marchó sobre Mordor. Sauron se dio cuenta de que su poder no era tan grande como el de los númenóreanos y que no tenía posibilidad de vencerlos, ni siquiera recurriendo a la fuerza de las armas. Aun así, los pueblos del mundo quedaron asombrados cuando el Señor de los Anillos bajó de su Torre Oscura en Mordor y se entregó. Los númenóreanos cargaron de cadenas a Sauron, lo llevaron a su reino y lo encerraron en el más seguro de sus calabozos. Pero, por medio de la astucia, Sauron consiguió lo que no le fue posible por la fuerza de las armas: aconsejó falsamente a los orgullosos reyes númenóreanos y los corrompió, de manera que llegaron a hacer planes contra los mismísimos Valar. Tan eficaz resultó esta corrupción que los númenóreanos osaron reunir la mayor flota de barcos que nunca se había visto y zarparon hacia el oeste para hacer la guerra a los Poderes de Arda. Debido a este acto, Ilúvatar hizo que la hermosa isla de Númenor se hiciera pedazos. Las montañas y las ciudades se derrumbaron, el mar se alzó iracundo y todo Númenor se hundió en un abismo acuático. Con aquel cataclismo llegó también el Cambio del Mundo. Las Tierras Imperecederas fueron situadas más allá de las Esferas del Mundo y quedaron para siempre fuera del alcance de todos, con excepción de los Escogidos, quienes viajaban en barcos élficos por el Camino Recto atravesando las esferas de ambos mundos. Aquél fue el fin de la Edad de Atlantis, tal y como la conocemos en los mitos, y el mundo se cerró en sí mismo. Ya no era un mundo plano limitado por un Mar Circundante y encerrado dentro de una esfera de aire y éter, sino que se convirtió en el planeta esférico que nosotros conocemos. Pero la Segunda Edad no terminó con el Hundimiento de Númenor en el año 3319, ni tampoco desapareció completamente la herencia de los númenóreanos. Porque, como cuentan las historias de esa época, había algunos de entre los númenóreanos, mandados por los príncipes de Andúnië, que se denominaron a sí mismos los Fieles y se negaron a dar la espalda a los Valar y los eldar. Guiados por Elendil el Alto, navegaron a bordo de nueve barcos en dirección este, hacia las costas de la Tierra Media, en el momento del cataclismo. Éstos fueron los dúnedain, los Fieles númenóreanos supervivientes que establecieron los reinos de Arnor y Gondor en la Tierra Media. Pero casi inmediatamente hubo pugnas y conflictos porque, gracias al poder del Anillo Único, Sauron también escapó de la Caída de Númenor y regresó a Mordor, donde comenzó a planear la destrucción de todos los reinos élficos y dúnedain que quedaban en la Tierra Media. Como respuesta se formó la Última Alianza de elfos y hombres, y el ejército de Sauron fue derrotado en la Batalla de Dagorlad. Entrando en Mordor, la Alianza puso sitio a la Torre Oscura durante siete largos años hasta que Sauron fue vencido. En este último combate, el rey dúnadan Elendil y su hijo Anárion, así como el último Gran Rey de los elfos en la Tierra Media, Gil-galad, fueron muertos antes de que Isildur, hijo de Elendil, cortara el dedo en el que Sauron tenía el Anillo. Con la conquista de Mordor, la destrucción de la Torre Oscura, la expulsión de los Espectros del Anillo y la caída de Sauron, en el año 3441, la Segunda Edad del Sol terminó.

La Tercera Edad del Sol

Los dos temas dominantes en la historia de Tolkien de la Tercera Edad del Sol son la supervivencia de los reinos de Arnor y Gondor, y el destino del Anillo Único de Sauron. Ambos temas están relacionados. Al terminar la Segunda Edad, cuando Sauron, el Señor de los Anillos, fue vencido, fue Isildur, que sería Gran Rey del Reino Unificado de Gondor y Arnor, quien cortó el dedo que llevaba el Anillo Único. En aquel momento, se creyó que aquél era un acto correcto y la única manera de acabar con el poder del Señor Oscuro. Sin embargo, en el momento en que Isildur cogió el Anillo Único, una parte de él se corrompió bajo los efectos de su maligno poder, pues, a pesar de ser fuerte y virtuoso, Isildur no pudo resistir sus promesas de poder. Aunque llegó a las laderas volcánicas del mismísimo Monte del Destino, en cuyos fuegos se había forjado el Anillo y el único lugar donde podría ser destruido, no fue capaz de arrojar el Anillo. Isildur sucumbió a la tentación y tomó el Anillo Único para sí, de manera que la maldición cayó sobre él. En el segundo año de la Tercera Edad, Isildur y sus tres hijos mayores viajaban hacia el norte por la cuenca del Anduin, cuando su séquito cayó en una emboscada de los orcos. Ésta fue la Batalla de los Campos Gladios en la que perdieron la vida Isildur y sus tres hijos y en la que el Anillo Único se perdió en las aguas del río Anduin. Hicieron falta tres mil años para enderezar las desastrosas consecuencias de lo ocurrido en los Campos Gladios. La pérdida del Anillo Único significaba que el espíritu maligno de Sauron no descansaría hasta que el Anillo fuera encontrado y destruido, mientras que la muerte del Gran Rey del Reino Unificado de los dúnedain significó la partición de éste en dos reinos separados: Arnor y Gondor. En efecto, al sucumbir Isildur a la tentación del Anillo Único, la maldición de éste cayó sobre todo el pueblo dúnadan. Esta maldición dominó toda la Tercera Edad, porque el Reino Unificado no podía ser restaurado en tanto no se destruyera el Anillo Único y un único heredero legítimo (que tuviera la capacidad de resistir a las tentaciones del Anillo) fuera reconocido por todos los dúnedain. Sólo entonces volvería a gobernar un Gran Rey sobre el Reino Unificado. Con todo, durante el primer milenio de la Tercera Edad, el poderío del reino meridional de Gondor creció a pesar de los constantes conflictos en sus fronteras y de las invasiones de Orientales en los siglos quinto y sexto. Al llegar el siglo noveno, Gondor había reunido una poderosa flota que podía sumar al poderío militar de su ejército. En el siglo once, Gondor alcanzó su apogeo: rechazó a los Orientales hasta el mar de Rhûn, convirtió Umbar en una fortaleza de Gondor y sojuzgó a las gentes de Harad. Aunque el reino septentrional de Arnor nunca llevó sus fronteras más allá de Eriador, prosperó hasta el siglo noveno. Entonces las disputas internas llevaron a la división del reino en tres estados independientes que acabaron peleándose entre sí. Al llegar el siglo doce, el espíritu de Sauron había regresado en secreto a la Tierra Media, con la forma de un ojo maligno y único envuelto en llamas. Se refugió en el Bosque Negro meridional, en la fortaleza de Dol Guldur. A partir de entonces, las fuerzas de la oscuridad fueron adquiriendo más y más poder en toda la Tierra Media. A partir del siglo trece, Arnor fue viéndose reducido por una combinación de catástrofes naturales y luchas internas. Pero la mayor de sus maldiciones fue el principal siervo de Sauron, el Señor de los Espectros del Anillo, quien se convirtió en rey brujo de Angmar y mantuvo un estado de guerra durante más de cinco siglos contra los reyes de Arnor. Al fin, en 1974, el rey brujo tomó el último reducto arnoriano, Fornost, y Arnor dejó de existir como reino. Después de la muerte del vigésimo tercer rey de Arnor, el linaje real continuó a través de los Capitanes tribales de los dúnedain. La decadencia del reino meridional de Gondor durante el segundo milenio de la Tercera Edad se debió a tres causas. La primera fue la Guerra entre Parientes del siglo quince. Ésta fue una sangrienta guerra civil que ocasionó miles de muertos, la destrucción de ciudades, la pérdida de gran parte de la flota de Gondor y el fin de su control sobre Umbar y Harad. La segunda maldición fue la Gran Plaga de 1636 que Sauron lanzó sobre Gondor y Arnor. Los dúnedain nunca se recobraron de esta calamidad, porque fueron tantos los muertos que zonas enteras de su reino quedaron desiertas para siempre. La tercera maldición fueron las invasiones de los Aurigas en los siglos diecinueve y veinte. Estas invasiones, llevadas a cabo por una confederación bien armada de pueblos Orientales, duraron casi cien años. Aunque los Orientales acabaron siendo derrotados y expulsados, debilitaron de manera decisiva el ya disminuido poder de Gondor. En el año 2000, el mismo rey brujo que había destruido el reino septentrional de Arnor, salió de Mordor. Con su terrible ejército atacó directamente a Gondor y tomó la torre de Minas Ithil, que rebautizó como Minas Morgul. En el año 2050, el rey brujo mató al trigésimo primero y último rey de Gondor. A partir de entonces, Gondor careció de heredero legítimo al trono y fue gobernado por la dinastía de los Senescales gobernantes. En resumen, Arnor tenía un rey sin reino, mientras que Gondor tenía un reino, pero no un rey. Lo que es más, inspirados por la maldad de Sauron, se produjeron sucesivas invasiones y ataques por parte de los Orientales, balchoth, Sureños, númenóreanos negros, Corsarios, dunlendinos y Montañeses, contra los dúnedain y sus aliados. A esto hay que añadir el despertar del Balrog, el resurgir de los dragones, las invasiones de manadas de lobos y huargos y la creación de las nuevas criaturas malignas, los uruk-hai, los olog-hai y los Medio orcos. Todos ellos se sumaron a las legiones de orcos y trolls que reconocían a Sauron como señor. Durante otros mil años, el poder de Sauron no hizo más que aumentar, mientras que el de los dúnedain disminuía. La culminación de todos los acontecimientos de la Tercera Edad llegó en el año 3019, con el estallido de la Guerra del Anillo, cuando Sauron, el Señor de los Anillos, se lo jugó todo apostando por su hechicería y su poderío militar en un intento de destruir a los últimos dúnedain y de ocupar todas las regiones de la Tierra Media. Es en ese contexto en el que J. R. R. Tolkien ambientó su obra maestra, El Señor de los Anillos. Resulta interesante observar cómo todo el peso de esos tres mil años de historia se proyecta en los dos años, 3018 y 3019, de los que trata la trilogía. Los acontecimientos de la Misión y de la Guerra del Anillo están cargados de importancia histórica porque el lector se da cuenta del hecho de que cada acción de los personajes principales es decisiva para el resultado y desenlace de toda la edad. La Tercera Edad termina cuando es destruido el Anillo Único; el imperio de maldad de Sauron se derrumba, los otros Anillos de Poder se dejan inactivos y el último heredero legítimo al trono de los dos reinos es coronado Gran Rey del Reino Unificado de los dúnedain. Se trata de la resolución, no sólo de la novela, sino de toda la Tercera Edad. De hecho se asiste al desenlace de los conflictos habidos durante los 37.063 años de historia de Arda.

La Cuarta Edad del Sol

Con el fin de la Guerra del Anillo, la paz y la prosperidad regresaron a la Tierra Media. Pero al mismo tiempo se ordenó que los últimos grandes poderes élficos desaparecieran de las tierras mortales. Los últimos buenos y grandes personajes de esta raza -junto con unos cuantos escogidos de la Comunidad del Anillo- se embarcaron en las naves élficas y por el Camino Recto navegaron hacia Occidente, hacia las Tierras Imperecederas. De esta manera, la Tercera Edad deja paso a la Cuarta, conocida como la Edad del Dominio de los hombres; una edad en la que desaparecen las últimas influencias élficas y en la que los grandes poderes se alejan, más allá de nuestra comprensión. Desde entonces, las Tierras Imperecederas se alejan de las esferas de la existencia humana, colocando a dioses y elfos más allá de nuestro alcance y, sin duda, la física del mundo se adapta a nuestro actual sentido del tiempo y el espacio, de manera que la Tierra comienza a girar alrededor del Sol.