500 años de chamanes y chamanismo

escrito por Narby,J- Huxley, F.
martes, 21 de febrero de 2006
Hace quinientos años, cuando los primeros europeos iniciaron la exploración de América, se encontraron en numerosas comunidades con personas que aseguraban comunicar con los espíritus con el fin de aprender sobre la vida y la curación. Algunos de ellos ayunaban hasta la emaciación, otros bebían jugo de tabaco licuado o llevaban collares llenos de hormigas venenosas. De este modo, al presenciar tales hechos y escribir sobre ellos, los recién llegados expresaron a menudo una profunda aversión. En 1557, por ejemplo, el misionero francés André Thévet visitó Brasil y llamo a estas personas “pastores del Diablo”. Thévet cuestionó la búsqueda por conocer lo que el consideraba un saber prohibido: “¿Qué necesidad hay de buscar con excesiva curiosidad los secretos de la naturaleza y otras cosas de las que Nuestro Señor se ha reservado el conocimiento para el solo?” Tal curiosidad es una muestra de juicio imperfecto, ignorancia y falta de fe y buena religión.

En el siglo XVII los rusos empezaron la colonización de Siberia y ellos también se encontraron con personas que afirmaban comunicar con los espíritus. Entre la población de habla tungusa de Siberia oriental, estos eran conocidos como saman o shaman. Estos shaman tocaban el tambor, cantaban y actuaban como ventrílocuos y juglares, imitaban los sonidos de los animales en la oscuridad o fingían clavarse cuchillos a si mismos. Aseguraban que podían curar a las personas o causarles daño, influir sobre el tiempo o las presas de la caza y prever el futuro. El padre Avakum Petrovich, quien proporciono el primer relato escrito de un shaman siberiano, le describió como “un vil mago que invoca a los demonios”.

A medida que los exploradores occidentales se extendían por el mundo, encontraron gentes distintas que declaraban comunicar con los espíritus para aprender sobre la vida y la curación. Estas personas recibían distintos apelativos en sus correspondientes lenguas, como page, piaye, angakkut, arendiouannens o shaman. Pero los exploradores, que provenían de países como España, Inglaterra, Francia, Rusia o Alemania, se refirieron a ellos como juglares, hechiceros, magos, taumaturgos y otros términos, a menudos descalificativos.

En el siglo XVIII, en el marco de la Ilustración, los occidentales empezaron a observar el mundo con una nueva mirada. Así, el filosofo alemán Immanuel Kant proclamó el que sería el lema del Siglo de las Luces: “¡Atrévete a conocer!”. Aunque, en general, los primeros observadores racionalistas continuaron menospreciando a los chamanes, al menos ya no se temía al conocimiento. Pero el extraño comportamiento de los chamanes aun resultaba perturbador puesto que, según su punto de vista, los rituales chamánicos y sus trucos poco tenían que ver con el verdadero conocimiento.

Estos observadores pre-científicos buscaban tener una mirada prudente y “objetiva” sobre los hechos y su objetivo era comprender el mundo a partir de la razón. Así pues, cuando se encontraron con los chamanes tendieron a verles como impostores que había que desenmascarar. En este sentido, cuando el profesor alemán Johann Gmelin presenció en Siberia la ceremonia de un chamán tungus y su entorno, llego a la conclusión de que, ante tales “patrañas”, todos ellos merecían trabajar de por vida en las minas de plata.

El siglo XIX vio nacer el estudio académico del ser humano en una nueva disciplina que recibió el nombre de antropología social o etnología. Esta tuvo un pobre inicio, puesto que los primeros antropólogos creían que los pueblos indígenas eran “salvajes” y “primitivos” y que pertenecían a sociedades inferiores”. Por desgracia, en un periodo en el que la civilización occidental tenia en gran consideración las sociedades indígenas y en el que el chamanismo se hallaba en un proceso de rápida transformación, estos primeros investigadores no aportaron demasiado material útil sobre los chamanes.

No obstante, en las postrimerías del siglo XIX, algunos antropólogos se dieron cuenta de que no existía ninguna diferencia esencial entre ellos y las gentes que estaban estudiando. Así, en 1887, el antropólogo germano-estadounidense Franz Boas escribia: “el esquimal es un hombre como nosotros; sus emociones, virtudes y defectos se fundamentan, como los nuestros, en la naturaleza humana”.

A principios del siglo XX, los antropólogos empezaron a tener en cuenta sus propios prejuicios, hecho que mejoro significativamente su capacidad de observación y les condujo a escribir un número sin precedentes de informes detallados sobre los chamanes. También empezaron a dar la oportunidad a los chamanes de expresarse por si mismos, como el antropólogo danés Knud Rasmussen quien, por ejemplo, puso por escrito relatos de los inuit, que publico en la década de 1920. Entre estos, un chaman llamado Igjugarjuk relato a Rasmussen: ” El verdadero saber solo se puede encontrar lejos de la gente, allí afuera, en la gran soledad, y no se encuentra en la acci6n sino solamente a través de la paciencia. La soledad y la paciencia abren la mente humana, por lo que es aquí donde el chaman debe buscar su saber.” A través de tales textos fue posible aprender sobre estos practicantes con mayor empatía.

Pero, en tiempos de Rasmussen, no todos los antropólogos fueron tan abiertos de mente. Algunos vieron a los chamanes como enfermos mentales, puesto que consideraban como reales las alucinaciones que sufrían, afirmaban comunicar con los espíritus y hablaban con voces que no eran las suyas. Así pues, durante décadas, los antropólogos discutieron sobre la salud mental de los chamanes, hasta que el antropólogo francés Claude Levi-Strauss, con su estilo refinado, dio un giro radical a la cuestión y afirmo que los chamanes debían compararse más con los psicoanalistas que con los psicópatas. Otros observadores confirmaron que los chamanes se encontraban a menudo entre los miembros más sanos de su comunidad y que sus iguales solían considerarles como médicos.

A mediados del siglo XX, los antropólogos habían descrito en detalle a los chamanes de regiones tan remotas entre si como Australia, el Ártico o el Amazonas. En cada lugar, estos recibían distintos apelativos, pero todos los apelativos parecían ser sinónimos del termino shaman, procedente de Siberia. En vistas de tal similitud, el antropólogo suizo Alfred Metraux utilizó el termino para describir a los piai del Amazonas, que el estudiaba. Según Metraux, las funciones del chaman comprendían la curación de enfermedades, los hechizos, la interpretación de signos o presagios, la actuacón sobre el clima y la predicción del futuro, así como la capacidad de hacer daño. Pero entre esta desconcertante variedad de habilidades y funciones, Metraux vio una unidad subyacente. Así, en 1944 definió al chaman como “toda persona que sostiene por profesión y en interés de la comunidad una comunicación intermitente con los espíritus, o que es poseída por ellos”. Incluso en la actualidad, esta sigue siendo la definición más sencilla de un fenómeno que, a menudo, se presta a confusión.

En 1951, el historiador de las religiones rumano Mircea Eliade publico su obra central El chamanismo y las técnicas arcaicas de éxtasis, que documentaba correspondencias asombrosas entre las prácticas, las cosmologías y las conductas simbólicas chamánicas de centenares de sociedades en todo el mundo. La obra de Eliade mostró que las practicas y las concepciones chamánicas eran antiguas y profundamente humanas, y, por lo tanto, dignas del interés general. Eliade también presagió el motivo por el cual el chamán se convertiría en una figura tan relevante en la segunda mitad del siglo XX, en una época de descontento por la religión tradicional. Eliade escribió que el chamanismo es “la experiencia religiosa por excelencia” y que “el cháman, y sólo él, es el gran maestro del éxtasis”, lo que presagiaba la explosión del interés por el chamanismo, que llegaría a su ápice con los movimien¬tos New Age.

Los investigadores, por su parte, desarrollaron también un método de observación que transformaría el rostro de los estudios antropológicos: la llamada “observación participativa”, que comportaba vivir con la gente y participar en sus actividades al mismo tiempo que se intentaba observarles con distanciamiento. De este modo, los antrop6logos tomaron parte activa en las sesiones chamánicas con el fin de comprenderlas mejor.

En la década de los anos cincuenta, científicos de otras disciplinas y escritores descubrían los efectos de los alucinógenos, como el LSD y la mescalina, y se percataban de que estas sustancias podían modificar radicalmente la conciencia de una persona sobre la realidad. Este hecho indicaba que los alucinógenos actuaban por medio de la alteración química del cerebro, y no gracias a la superstición y la sugestión.

Cuando los observadores occidentales empezaron a participar en sesiones chamánicas, en las que se hacia use de plantas alucinógenas, se dieron cuenta, para gran sorpresa suya, de que podían tener experiencias parecidas a las que describían los chamanes. Un testimonio en particular fue objeto de una gran atenc16n. En México, el banquero americano Gordon Wasson comió hongos que contenían psilocibina en una se¬sión dirigida por la chaman mazateca Maria Sabina. Mas tarde, en 1957, en un extenso articulo publicado por la revista Life describió como había volado fuera de su cuerpo. Hasta aquel momento, la mayoría de los relatos sobre el chamanismo habían aparecido en revistas académicas especializadas pero, por primera vez, cientos de miles de personas leyeron el relato de Jasón y muchos siguieron su ejemplo, lo que supuso un serio problema para Maria Sabina.

En efecto, en los anos sesenta, muchos jóvenes de todo el mundo probaron las substancias alucinógenas. En aquel momento llego Carlos Castaneda, un estudiante de antropología que afirmaba haber estudiado con un indio yaqui en Arizona y México al convertirse en “aprendiz de brujo”. Castaneda llevó la observación participativa un paso mas allí y proporcionó una descripción de un mundo extraño pero coherente, una “realidad no ordinaria”, a la que viajó bajo la influencia de las plantas alucinógenas. Castaneda publico en 1968 el testimonio de su propia experiencia de aprendizaje titulado Las enseñanzas de Don Juan. Una forma yaqui de conocimiento. El libro y sus continuaciones se convirtieron en grandes ventas en todo el mundo.

Castaneda llamo a su maestro “brujo”, en el sentido de “adivino”, pero en castellano el termino ha adquirido una connotación negativa y ha pasado a designar aquel “hombre al que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo”, según el Diccionario de la Academia. Castaneda no describió a su maestro como a un curandero sino como a un hombre de conocimiento interesado en la obtención de poder. Este hecho, combinado con la descripción de técnicas que el lector podía practicar por si mismo, cautivo la imaginación de millones de personas. La búsqueda de un “sitio de poder”, el use de la visión periférica para ver o la ingestión de hongos que contenían psilocibina daba a los lectores la excitante impresión de que ellos, también, podían ser aprendices de brujo y tener una experiencia chamánica.

Sin embargo, al cabo de poco tiempo, voces críticas empezaron a expresar sus dudas acerca de la autenticidad de los escritos de Castaneda. Parece ser que este maquillo algunas partes de su relato, aunque a partir de experiencias e investigaciones reales. Por encima de todo, los escritos eran fáciles de leer y entretenidos. Haciendo use de recursos literarios, Castaneda ponía trampas a sus lectores al estilo de un chaman y habilidosamente los desconcertaba para liberar sus mentes de las preconcepciones sobre la realidad.

Con los libros de Castaneda, mucha gente empezó a interesarse por el chamanismo de un modo directo y se origino un gran florecimiento de neo-chamanismo a través del movimiento New Age, que se concentro sobre todo en los Estados Unidos pero que progresivamente se expandió por todo el mundo. Los neo-chamanes siguen siendo un fenómeno escasamente estudiado.

A lo largo de las tres últimas décadas del siglo XX, las investigaciones científicas produjeron mas estudios sobre el chamanismo que en cualquier otro periodo anterior, y los chamanes mismos empezaron a escribir sus propias obras. Así, por ejemplo, se publico la autobiografía oral de la chamán mazateca María Sabina, que desde entonces ha sido traducida a varias lenguas.

Al observar con detalle el chamanismo, los antropólogos descubrieron una forma de comprender el mundo coherente y de gran riqueza interior. En los últimos años se ha llegado a considerar al chamanismo como “un conjunto de técnicas de conocimiento” en palabras del antropólogo británico Graham Townsley. En la actualidad, por lo general, los investigadores ya no ven a los chamanes como meros curanderos sino como complejos elaboradores de sentido. De este modo han empezado a situar a los chamanes en el mismo nivel intelectual que ellos mismos.
Sin embargo, aun queda mucha investigación por realizar. Mientras los científicos han indagado en el conocimiento de los chamanes sobre las plantas medicinales para producir medicamentos, aun no se ha estudiado la eficacia de la curación chamánica ni la concepción chamánica de la naturaleza y el mundo. Parece ser que los chamanes son antiguos exploradores de la mente humana, pero sus sistemas de psicología han sido escasamente estudiados. A la luz de lo que en la actualidad se sabe sobre la curación mente-cuerpo, los chamanes ya no tienen por que seguir siendo vistos como charlatanes que embaucan a la gente haciéndoles sentirse mejor o como impostores que hacen use de la prestidigitación y el ventrilocuismo. Mas bien debería considerárseles como médicos de la mente.

La reciente voluntad de los científicos por tomar en serio a los chamanes muestra que es posible el dialogo entre estas dos visiones del mundo, aunque no será fácil. Mientras el chamanismo se apoya en el individuo y la subjetividad, el método científico busca mantener el yo subjetivo del investigador aparte del objeto de estudio. En muchos sentidos, el chamanismo es una “autologia”, o el estudio de si mismo, mientras que la ciencia es una “heterologia”, o el estudio del otro.

En la actualidad, algunos psicólogos y médicos ven al chamanismo como un método para canalizar el poder de la imaginación mental. Pero el chamanismo es mucho más que eso, puesto que concierne al conocimiento, la curación y el poder, además de ser ambiguo por naturaleza. Los aprendices de chamán a menudo sienten un fuerte deseo de abusar de sus nuevos poderes y dañan a otros, como el chamán secoya Fernando Payaguaje señala en su propio libro, mientras otros sucumben al lado oscuro de la brujería. Como escribe el antropólogo norteamericano Michael Brown: “el chamanismo afirma la vida pero también engendra violencia y muerte”.

Llegamos entonces al punto de partida, a los testimonios de los observadores del siglo XVI, que vieron a los chamanes como representantes del diablo. Una visión parcial, pero no del todo desencaminada.

Si miramos atrás, no parece equivocado considerar a los chamanes como ilusionistas, en el sentido de que son capaces de manejar varias cosas al mismo tiempo e introducir nuevos elementos en sus actos. Gracias a ello, en la actualidad, los chamanes del Amazonas se hallan a salvo, viven tanto en la selva como en la ciudad, hablan castellano y portugués, así como sus respectivas lenguas indígenas, y se mueven tanto en¬tre la población mestiza como entre la indígena.

Los chamanes siempre se especializaron en ir de un mundo a otro y nada hace creer que se encuentren menos preparados que otros para hacer frente a este mundo cambiante en el que nos encontramos nosotros mismos. El chamanismo es flexible y “camaleónico”, como lo describe el antropólogo británico Pirex Vitebsk, y puede adoptar ingeniosos nuevos disfraces.

Los chamanes y sus observadores han estado realizando una extraña danza desde hace siglos. Aunque muchos observadores han empezado a tomarlos en serio, aun parece existir un “campo de fuerza” que nos aleja de los chamanes, según la expresión de la antropóloga norteamericana Edith Turnar. De hecho, nos encontramos ante un conflicto de creencias sobre la naturaleza fundamental de la realidad. Muchos ob¬servadores, en especial aquellos que han sido formados como científicos, poseen una visión materialista, creen que todo cuanto existe esta compuesto de materia o depende de ella para existir. Pero no es así para los chamanes: ellos creen en los espíritus.

Incluso después de quinientos años de testimonios sobre el chamanismo, este sigue siendo hoy un misterio. A pesar de ello, hay algo que sí ha cambiado a lo largo de estos cinco siglos, la mirada del obervador. Éste se ha abierto y la comprensión está a punto de florecer.