Biografía de Agustín Guzmán
Agustín Guzmán nació hace 54 años en un lugar de los Andes peruanos cercano a la frontera con Ecuador. Es el sexto hijo de una familia compuesta por siete hermanos y sus padres, Jova y Agustín, campesinos analfabetos originarios de la Nación Quechua. Pasó su infancia en las áridas montañas andinas en donde aprendió a descifrar los secretos de la Naturaleza; la vida andina exige de sus hijos voluntad y fe inquebrantables de esta manera, desde muy pequeño comprendió que el diálogo permanente con ella permite mantener el delicado equilibrio necesario para la subsistencia.
Por un cerro salía el Sol y por el otro se escondía…hasta allí quería llegar Cinco días de caminata le tomaría llegar hasta el cerro que se tragaba al Sol. Cuando llegara lo tomaría con sus manos, ese era su anhelo. Su padre lo miraba desconcertado.
Tradicionalmente, en las comunidades quechuas, los hombres acostumbraban llevar el pelo largo y trenzado pero, el ingreso a la escuela estatal obligó a sus padres a traicionar las costumbres; este episodio dejo una huella imborrable en él y, si bien acató obediente las normas impuestas, fue origen de su posterior rebeldía. Se prometió a sí mismo que el día que pudiera decidir sobre sus actos, volvería a dejar largos sus cabellos para poder trenzarlos. La tradición dice que, cuando a un hombre se le corta el cabello también su fuerza ha de menguar, no hablamos de fuerza en un sentido vulgar, sino de la resistencia a sobreponerse a lo de dentro y lo de afuera. Pertenecer a una de las últimas generaciones que orgullosamente portaban trenza como sinónimo de identidad fue, en cierta forma, el hito que marcó su camino.
En los Andes, cuando los padres labran la tierra, los niños pequeños acostumbran juguetear cerca de ellos, más tarde se incorporan a esas tareas; esta cercanía le permitió observar la idílica ritualidad que su padre mantenía con sus cultivos. Muy temprano se levantaba para hablar a los sembradíos y, en las noches de luna llena, les echaba oraciones a su modo pidiéndole a los cultivos que crecieran y dieran frutos; cuando al niño le llegó el tiempo del ingreso a la escuela esta más que enseñanzas le ofreció decepciones. Lo primero que le enseñaron los profesores fue que los animales y las plantas no tenían inteligencia ni sentimientos. ¿Como aceptar esos conceptos cuando se ha compartido la unción con que un padre dialoga con las plantas? Pero su padre era analfabeto. ¿Quien podría creer en las palabras de alguien que no sabía escribir? Nuevamente la rebeldía.
Amparado en sus sueños, sueños que le develaban que mas allá de lo que se veía había otras cosas, otros mundos, otras realidades; sirviéndose de ayunos y silencios deambulaba en busca de esos secretos por las serranías. Dormía debajo de los árboles buscando respuestas al sueño recurrente que lo persiguió hasta la adolescencia: hacía fuerza con sus manos y conseguía mover las montañas, veía como las piedras caían deshaciéndose en mil pedazos.
Mal alimentado. Mal vestido. Sintiendo vergüenza. Rezumando dolores Trabajaba duramente una tierra que pedía retribuciones, una vez al año acompañaba a sus padres a un curandero para ofrendar sus mesas* y devolver a la Pacha* lo recibido. Kintus de Coca, aguardiente, conchas marinas, tabaco, agua florida… y bebían Wachuma, el cactus que se hizo nombrar San Pedro para legitimizarse ante los curas que habían traído la espada oculta tras la cruz. La rebeldía continuaba. Finalizó sus estudios secundarios y decidió no ser agricultor. Quería conocer el mundo. Ir hasta el último hueco donde se escondía el Sol.
Como cualquier provinciano, llegó a Lima creyendo que podría treparla como trepaba los cerros, quería estudiar filosofía o psicología para saber que pasaba en el interior de las personas, entrar en sus cabezas, saber porque lloraban o reían. La fantasía duró poco, su hermano, que ya estaba estudiando en la ciudad, apenas sobrevivía con lo que le enviaban los padres. Imposible estudiar. Trabajó de cartero para poder caminar como cuando era niño. Caminaba hambreado por una ciudad a la que poco le importaban los sueños y el hambre de un cholo*; se sentaba en los bancos de las plazas a mirar mas allá de lo que veía y, fue sentado en esos mismo bancos, desde donde vio crecer los cimientos del edificio que luego sería un lujoso hotel internacional, el sitio en donde un año después hallaría su castigo y salvación.
Cuando ingresó al grupo de trabajo del hotel, ocupaba el ultimo puesto y salario; poco tiempo después comenzó a ascender. Trabajaba sin descanso. Olvidado de antiguas penurias, el dinero era el placebo que adormilaba la rebeldía, creía que era eso lo que realmente deseaba para su vida.
Su padre había muerto y la última de sus hermanas había llegado a Lima a estudiar obstetricia, sabedor de lo que eso significaba no se daba tregua pero, comenzó a tener gusto por el alcohol. A mas holgura económica más alcohol. Llevaba ocho años trabajando sin vacaciones, recibía excelente paga por sus servicios pero quería más. Como otros peruanos confió en que emigrar sería la solución no solo para su vida sino para la de su familia; pasaporte en mano subió al avión que lo llevaría a Alemania, pequeña valija con ropas y la cabeza llena de proyectos: quedarse a vivir en Europa, trabajar, estudiar y casarse. Una semana después de la llegada una voz comenzó a martillearle en los oídos: Regresa. No le hacía caso, la voz gritaba más fuerte Regresa. No quería oírla, la voz aullaba Regresa. Luego de cuarenta y cinco días de resistencia se decidió a obedecerle, pero ella, acostumbrada a la terquedad de aquel hombre y, aún sabiendo que ya estaba sobre el avión, firmemente volvió a ordenarle Regresa.
En los días que pasó en Alemania, Francia, Bélgica y Holanda las personas le preguntaban sobre los contrastes del Perú, nada podía decirles, no conocía su tierra. Había salido de su pequeño terruño a la gran ciudad, en una y otra el trabajo eran su única distracción. Cerca del Sol esta vez se prometió que no dejaría sitio sin visitar. El hombre que bajó en el aeropuerto de Lima no era el mismo que se había ido, ya no quería ser el mejor trabajador, había comprendido que el trabajo era el medio para conseguir otras cosas. El alcohol continuaba y lo había convertido en adicto.
Viajó hasta los sitios menos recomendables del Perú. Quería conocerlo todo. Ese era el mundo que lo llamaba. En un viaje que hizo a Piura, conocida por sus curanderos y las aguas milagrosas de sus lagunas, deseoso de abandonar el vicio, se acercó a uno de ellos. El hombre trabajaba la Wachuma con rezos cristianos, una vez al año lo visitaba para quitarse del alcohol, pero en uno de esos viajes le dijo no voy a recibirte más, ve y sánate tú mismo, tú sabes y debes hacerlo. Se sintió abandonado. De regreso a Lima recordó aquel incidente ocurrido a los doce años que ahora podía ver como un rito iniciático, el trance del sufrimiento chamánico. Al atardecer, una insoportable comezón en la espalda llegaba a hacerlo revolcar de dolor, el fuego duraba no más de media hora, Doña Jova miraba sin saber como ayudar a su hijo hasta que lo llevó a un curandero que, con sus rezos logró mejorar la dolencia, ese fuego siempre le acompañó como señal de algo que no lograba aún recordar. El regreso a su cultura le estaba permitiendo comenzar a reconocerse. Había querido ser un profesional y creía que esas cosas solo se logran si dejan atrás las raíces, vivir en la ciudad alejado de su Memoria y anestesiado por el alcohol.
Por ese tiempo su hermana lo había inducido a comenzar la universidad. Comenzaba a ver más claro, el trabajo sería el medio que le permitiría estudiar pero esa convicción duro poco, si continuaba allí le sería difícil dejar la bebida. El día que se quiso abotonar su camisa y se percató que no lograba coordinar sus manos, comenzó a preparar su propia Medicina. Las primeras tomas lo desintoxicaron y en las siguientes llegaron las visiones y los sueños, la autocuración había comenzado. Renunció al trabajo, ya dominaba el idioma inglés y, terminado sus estudios de turismo, era tiempo de dar el salto.
El nuevo trabajo le permitió conocer gente de muchos lugares a quienes llevaba a visitar esos sitios especiales del Perú de los que antes no había podido siquiera hablar, los turistas que lo buscaban, más parecían peregrinos que viajeros, cada viaje se convirtió en aprendizajes y milagros. Acompañando a los extranjeros pronto se dio cuenta que de aquella otra realidad él sabía mucho más de lo que creía. No obstante, algo no funcionaba como esperaba, con enorme crueldad el terrorismo había asaltado a su país espantando viajeros y ganancias. Las deudas comenzaron a amontonarse en su escritorio, pero a modo de rescate, los milagros o cosas extrañas se sucedían. Trabajaba duramente con la Wachuma, poco a poco el alcoholismo formó parte del pasado y comenzó a comprender sus sueños.
Las personas comenzaron a buscarlo, ya no para guiarlos en sus recorridos sino en sus viajes de retorno a si mismos. Portando su Medicina viajó a Argentina y más tarde a Brasil; en San Pablo un reportero de la revista Planeta, dedicada a temas espirituales, lo buscaba para hacerle su primera entrevista. Pero, como en el mito de Quirón, el sanador jamás olvida que él también fue un herido y renueva en el dolor ajeno sus propios dolores ya sanados. El conoce la ruta de la curación. Él puede anudar la trama justo allí donde el hilo se ha cortado. Solo él tiene el coraje necesario para regresar al infierno y salir acompañado de ese otro que ha venido a en busca de ayuda. Si bien la tradición de la Wachuma se había perdido y, algunos decían que no se podía usar fuego en las Ceremonias, a él el fuego lo llamaba diciéndole que lo usara, la Planta lo iba guiando. Sabía que cuando la Medicina comienza a hacer efecto, el frío se hace intolerable, el viento helado de las Andes lo toma a uno prisionero y no permite concentrase en las visiones. En uno de sus viajes a Brasil convoca a una Ceremonia en la playa e, intuitivamente, hace que todos se adentren en las cálidas aguas del Atlántico, comprende que algo nuevo le ha sido revelado: la Wachuma es con Agua. Con el agua la Medicina se potencializaba. Agua y Fuego. Las aguas termales de los Andes serían como un útero acogedor; la energía femenina de la Planta fluiría trabajando las emociones y ampliando la conciencia, el fuego que tomaba al cuerpo para devolverle la Memoria. El trabajo con dos energías femeninas como el Agua y la Wachuma serían como dos madres yendo al rescate de lo olvidado. No es el cuerpo quien enferma, es el Alma quien se agota y lleva señales de alarma al cuerpo físico; tanto buscar contrariando a su naturaleza que al fin sabía desde donde venía alumbrando la enfermedad.
Hoy dice que hay tres formas de volverse sanador, por herencia, iniciado por algún fenómeno natural y la autocuración del Sanador-Herido. Hoy puede darle a los demás todo el apoyo que él no pudo encontrar.
Sabe que si uno logra equilibrar las emociones el camino se hace más fácil; ejercer la humildad, algo que aprendió de su padre, le hizo ser mejor persona. Cuando viajaba por la India y le señalaban a los Iluminados se dio cuenta que ese tipo de iluminación existía también en los Andes.
Nunca se casó ni tuvo hijos pero, los hijos del Alma no le fueron negados, uno tiene que saber alejarse del mundo, sin riquezas materiales, solo inversiones espirituales, nos dice. La soledad no le provocaba dolor aunque, hasta que llegó Silvia, una bellísima mujer brasileña quien ahora es su compañera, se preguntaba si siempre sería así.
Se confiesa sin Maestros, pero agradece al único curandero al que visitó por haberlo echado a su suerte en busca de su curación. Sus ojos se llenan de lágrimas cuando habla de su padre y de lo que este en silencio le enseñó. La voz se le quiebra al recordar la conversación de despedida con doña Jova: vaya tranquila ya estoy bien y, seguramente en esas palabras, su madre haya comprendido el porque de aquella aparición de Jesús mirándola serenamente.
Para dejar salir en vuelo a sus sueños, a fines del año 2001 convocó a otras personas para fundar ONG Comunidad Tawantinsuyu, dedicada a revalorizar la Medicina Tradicional y el Patrimonio Tangible e Intangible de nuestras Culturas quien, desde sus comienzos ha participado y organizado diferentes eventos culturales relacionados a las Culturas Andino Amazónicas.
Sabe que hay mucho por hacer. El mundo sigue siendo injusto, desigual y, a veces consigue derrumbarnos pero, eso debe darnos fuerza para continuar. Nuestra Medicina es alquimia y ritual. Estar al servicio de las personas es reconfortante, entender sus sueños es como leer el libro de sus vidas.
Agustín ahora comparte su vida con Silvia, una brasileña muy linda, que vino para juntarse en su caminada.
Nación Quechua: la Nación Quechua (nombrada en Ecuador como Kiwchas) se extiende a lo largo de toda la columna vertebral de Los Andes, dividida luego de la Conquista, en la actualidad sus hijos habitan países y se encuentran separados por fronteras (Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia)
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Mesa: Ceremonia andina con que se ofrenda a la Pachamama agradeciendo el alimento que nos brinda
Pacha: dada la riqueza expresiva de la lengua quechua, este término tiene variados significados, tiempo, tierra, cosmos, mundo
Kintu: grupo de tres hojas de Hoja de Coca seleccionadas para usar en Ceremonias.
Cholo: nombre despectivo con que, aún en la actualidad, se nombra a los quechuas.
Texto de Aymara Flacón