Comentario a propósito de la detención del sanador Ricardo Jiménez.

Ceremonial de Enteógenos
jueves 4 de diciembre de 2008

Ingesta Ceremonial de Enteógenos con Fines de Sanación…
¿Farsa o Realidad?
Comentario a propósito de la detención de Ricardo Jiménez

Por Matías Méndez López
Escuela de Psicología, Universidad Diego Portales
Santiago de Chile

La detención del sanador Ricardo Jiménez y su socia es un hecho lamentable, pero existe un elemento que la convierte en una oportunidad sin precedentes: abre la posibilidad para plantear el debate acerca de la validez del uso terapéutico de las plantas de poder (más conocidas como “alucinógenas”) en nuestro país, una agenda que había permanecido restringida a un grupo extremadamente reducido de la población, y cuya lógica pivotea entre los polos del prejuicio y el fanatismo. Esta opción que se nos abre para dar cabida a una reflexión fundada en hechos y experiencias es una bendición que no podemos dejar pasar, pues aunque la resistencia de parte del sistema es potente, hay muchas personas cuyo espíritu no los abandona a la hora de defender la tradición y la sabiduría que sustenta el milenario arte de sanar por medio de las medicinas enteogénicas.
El término “enteógeno” es un concepto acuñado por el etnobotánico Carl Ruck para designar a aquellas especies vegetales que al ser consumidas en contextos ceremoniales permiten a los participantes acceder a estados no-ordinarios de conciencia. El historiador chileno Cristián Vergara Oliva (1996, pág. 39) comenta: “Antes que el especialista de Grecia, Carl A. P. Ruck, propusiera el término enteógenos para designar aquellas sustancias vegetales que, cuando se ingieren, provocan una experiencia divina, eran mal denominadas alucinógenas, psicodélicas, psicotomiméticas [que generan estados o experiencias similares a la psicosis], etcétera”.
Una “alucinación” es una experiencia sensorial que no encuentra asidero en la realidad. Es decir, consiste en ver, oír, sentir, oler o probar algo que no existe. Históricamente, desde la perspectiva psiquiátrica y psicológica tradicional de occidente, se ha considerado que los efectos que produce la ingesta de especies vegetales como el San Pedro (Trichocereus Pachanoii), los hongos mágicos o “niñitos de luz” (Psilocybe cubensis y otras variedades) o el Ayahuasca (Banisteriopsis caapi) sobre la experiencia sensorial de quien las consume son alucinógenos, y que las visiones que emergen en su campo perceptual no son más que fantasías creadas por las reacciones electroquímicas de un sistema nervioso alterado.
Actualmente existen numerosas investigaciones que, viniendo del campo de la psiquiatría y la psicología clínica, sostienen que dichos efectos “visionarios” tienen nada que ver con lo anterior. Reconocidos investigadores como Stanislav Grof, Roger Walsh y Richard Noll, entre otros, han dado cuenta en sus trabajos que las visiones producidas por la ingesta guiada de plantas de poder distan de ser meras alucinaciones, sugiriendo que su verdadera naturaleza y origen radica en elementos de la conciencia humana mucho más profundos y trascendentes que la “volada” que describen los miopes estudios del “main stream”. Son estos estudios los que avalan el uso del término “enteógeno” en remplazo de “alucinógeno”, y a continuación veremos el por qué de esta sugerencia.
Vergara (op. cit., pág 39) retoma la idea explicando que “en un sentido muy amplio de la palabra, cada una de estas sustancias es una droga, pero hay que evitar el error sistemático de confundirlas con aquellas drogas que inducen al deseo físico de su repetición o que embotan los sentidos como el alcohol o los sedantes. Oficialmente están clasificadas como alucinógenos, un término increíblemente inexacto, puesto que aquellas sustancias no producen sensaciones imaginarias”.
Volviendo atrás, veíamos que las sustancias enteógenas son aquellas que “provocan una experiencia divina” en quienes las ingieren ceremonialmente. Más o menos desde los años ’60 en adelante ha existido un amplio interés por el estudio riguroso de los fenómenos psicológicos asociados a las diversas prácticas espirituales que se desarrollan en todo el mundo a lo largo de la historia de la humanidad. Desde la psicología, el movimiento humanista-transpersonal ha sido el encargado de llevar la bandera de lucha de esta opción teórica, metodológica y epistemológica, impulsando interesantes estudios sobre el potencial curativo de las así llamadas “experencias cumbre” (siendo Abraham Maslow uno de los primeros investigadores en formular un marco teórico sobre el tema) o “experiencias místicas”. Dichos estudios han ido aumentando tanto en número como en calidad (tanto en términos de rigurosidad metodológica como de precisión teórica) durante las últimas décadas, decantando en un nutrido corpus de conocimiento científico que actualmente permite comprender, al menos en parte, aquél fenómeno que más arriba identificábamos como experiencias de encuentro con “lo divino”.
Stanislav Grof es quizás el investigador más reconocido y respetado en el ámbito del estudio científico de las experiencias transpersonales (más allá de la “persona”, más allá del ego) de conexión con las dimensiones trascendentes de la realidad. Médico psiquiatra, fue uno de los primeros profesionales en incursionar en el uso clínico del LSD, diferenciándose de otros médicos quienes, siendo contemporáneos a él, no supieron llevar adelante un programa serio y responsable del uso de dicha droga en contextos terapéuticos.
Grof ha desarrollado una larga trayectoria investigando los fenómenos de “expansión de la conciencia” que ocurren durante estados profundos de meditación, ejercicios de respiración (presentes en varios sistemas religiosos de oriente y occidente), técnicas corporales, entre otras “tecnologías de lo sagrado” (Grof, 2002). Por “tecnologías de lo sagrado” Grof se refiere a todas aquellas técnicas o prácticas que inducen estados mentales que van más allá del funcionamiento “normal” de nuestra conciencia vigil, y que han sido consideradas históricamente como elementos clave del desarrollo de prácticamente todas las grandes tradiciones espirituales de oriente y occidente. Son estos estados “transpersonales” los que son experimentados por quienes acceden a una “experiencia divina”.
La ingesta ceremonial de enteógenos es una “tecnología de lo sagrado” tan antigua como antigua es nuestra especie. En todo el mundo puede encontrarse evidencia del uso de plantas de poder como parte de rituales de sanación y sacramentales asociados a lo que comúnmente se conoce como “chamanismo”. América del Sur es una región particularmente dotada de poderosas plantas de poder, cuyo potencial curativo ha sido bien explotado por los pueblos originarios de la zona. Una increíble variedad de especies visionarias han sido empleadas como medicinas y oráculos por chamanes, curanderos y brujos, todos ellos instruidos en el delicado arte de sanar por medio de la modificación de la conciencia ordinaria.
El uso del San Pedro por parte de los pueblos andinos es un claro ejemplo de lo anterior. Los hombres de medicina o “taitas” que trabajan con este cactus visionario conocen muy de cerca sus efectos y los usos que se les pueden dar con fines de sanación y desarrollo personal; la inducción de un profundo estado de relajación cuasi-meditativo y la consiguiente agudización de los cinco sentidos que permite esta planta de poder es el trasfondo fenomenológico preciso para llevar adelante un proceso de autoexploración y sanación personal.
Recientemente llevé a cabo una investigación que intenta esclarecer de manera incipiente cómo es que opera la sanación enteogénica desde la óptica de la psicología y la psiquiatría de occidente (Méndez, 2008). Para dicha investigación recurrí a numerosos artículos y libros escritos por profesionales y reconocidos autores de las más diversas áreas del saber (psicología, psiquiatría, antropología, sociología, medicina, botánica, química, filosofía, teología, entre otras disciplinas) con el fin de alcanzar una mirada global (integral) sobre el tema, evitando caer en los reduccionismos que suelen ser la tónica de la mayoría de los estudios sobre el tema. A continuación deseo compartir algunas de las conclusiones a las que llegué tras concluir mi investigación, con el objetivo de animar el debate presentando como estímulo inicial una serie de planteamientos que vienen de una muy extensa reflexión e integración de conceptos y visiones de diversa procedencia, y de un acercamiento empírico al fenómeno de la sanación enteogénica.
En primer lugar, mi trabajo parte del supuesto de que las ceremonias de ingesta enteogénica cumplen una función específica dentro de las comunidades indígenas que tiene que ver con la sanación de los enfermos y el contacto con los espíritus o divinidades. Ambos componentes (medicina y sacramento) son inseparables por cuanto en dichas culturas el proceso salud/enfermedad no se encuentra separado del desarrollo espiritual de los individuos, así como tampoco lo está dimensión alguna de la existencia humana. El chamán o curandero es un personaje que condensa en su persona ambos roles (médico y sacerdote), pudiendo a través del contacto con lo trascendente transmutar la enfermedad en salud y bienestar.
Un segundo supuesto que se sigue del anterior es que dichas ceremonias cumplen efectivamente con su cometido, por cuanto la investigación etnográfica y etnopsiquiátrica devela que los enfermos son sanados tras participar en estos esotéricos rituales. Además, el hecho de que esta clase de práctica se sostenga en el tiempo y además sea transversal a cientos de grupos humanos en todo el mundo dice mucho de su efectividad, dado que una técnica que no funciona tiende a ser descartada o bien reemplazada por una práctica más eficiente.
En tercer lugar, es necesario diferenciar entre el consumo irresponsable e indiscriminado de plantas o sustancias alucinógenas y la ingesta ceremonial de plantas sagradas. La segunda práctica consiste en un consumo guiado por un experto (el chamán, curandero, hombre de medicina, etc.) que se realiza dentro de los límites de una experiencia de sanación, enmarcada a su vez en una cosmovisión particular que avala y justifica el uso visionario de los enteógenos; mientras que la primera consiste básicamente en un uso recreativo y sin un sentido más “elevado” de plantas y sustancias que en otros contextos son consideradas medicinas sagradas. Ahí es donde radica la diferencia entre “droga alucinógena” y “medicina enteogénica”… si bien estamos hablando de las mismas sustancias, el uso que se les da las transforma en los hechos en instrumentos culturales totalmente diferentes.
En relación a lo anterior, Roger Walsh y otros investigadores han descrito dos variables que determinan tanto el formato del consumo como la experiencia que se vive tras la ingesta de una sustancia enteogénica: “Set” y “Setting”. El “set” tiene que ver con la intención con que se lleva a cabo la ingesta, la cual puede versar sobre diversas temáticas: recreación, distracción, sanación, búsqueda de desarrollo espiritual, etc., mientras que el “setting” tiene que ver con el contexto en el cual se lleva a cabo el consumo. Este contexto puede ser una fiesta (donde las intenciones –set– normalmente tienen que ver con fines recreativos y de esparcimiento), una ceremonia de sanación (donde las intenciones apuntan en dirección a un trabajo consciente y profundo de introspección y sanación), etc. En una ceremonia de ingesta, la disposición contextual de los elementos ceremoniales (fuego, participantes, preparación de la medicina, etc.) condiciona una experiencia que, en términos tanto de la vivencia subjetiva del participante como de la vivencia colectiva del grupo que participa del ritual, resulta altamente significativa y sanadora, a diferencia de lo que ocurre en una fiesta, donde el set y el setting determinan que la experiencia no vaya más allá de una “volada” (que, en términos reales, puede llegar a ser extremadamente peligrosa).
Cuando la disposición de los elementos contextuales y la intención de los participantes se alinean en pos de un objetivo que tiene que ver con la sanación y el desarrollo personal, los procesos psicológicos que se ponen en marcha durante una ceremonia de ingesta son muy potentes. Los enteógenos son sustancias que amplifican todas las funciones psicológicas y organísmicas. Así pues, nuestros cinco sentidos se agudizan, así como también lo hace la función propioceptiva de nuestro sistema nervioso que tiene que ver con la percepción consciente de nuestros procesos internos. Nuestros sistemas perceptivos se ven sobrecargados de información real sobre nuestro estado en el mundo que emerge en forma de imágenes, sensaciones corporales y otras formas de sensorialidad. Y es en este gran torrente de información donde radica el potencial curativo de estos estados “expandidos” o “no-ordinarios” de conciencia.
De acuerdo a la psicología experiencial (con Carl Rogers y Eugene Gendlin a la cabeza), nuestro organismo reacciona constantemente a los estímulos del medio, de modo tal que dichas reacciones pueden ser percibidas por nuestra conciencia momento a momento. Cuando nosotros nos percatamos de estas reacciones, podemos acceder a una fuente valiosísima de información acerca de cómo debemos actuar frente a determinados eventos. Eso es lo que algunos llaman desde el sentido común la “intuición”. Desde la psicología humanista, esto se llama “valoración organísmica” (Rogers) o “experiencing” (Gendlin). Cuando atendemos a esta valoración que hace nuestro organismo momento a momento del entorno y sus condiciones, nos encontramos en un estado de conciencia que nos permite adaptarnos sabiamente a las cambiantes situaciones de nuestro medio, puesto que nuestro cuerpo posee de manera instintiva una suerte de “brújula” interna que nos permite orientarnos sin problemas en medio de las vicisitudes de la vida. El perro sabe instintivamente, organísmicamente (intuitivamente) qué alimento es nocivo y cuál nutritivo, aún antes de probarlo. Nosotros podemos acceder a ese entendimiento que es pre-conceptual y pre-racional.
Cuando no estamos en contacto con ese flujo de información organísmica emerge lo que se conoce como neurosis. La neurosis es el desajuste psicológico que nace de la pérdida de contacto con el referente sentido de nuestra experiencia de ser-en-el-mundo y comenzamos a vivir de acuerdo a pautas mentales aprendidas del tipo “los hombres no lloran”, “si lo dice la autoridad debe ser verdad”, “los adultos no se equivocan”, “debo ser perfecto, no puedo equivocarme”, “soy una mala persona”, etc. Perdemos la orientación que nos proveen las sensaciones organísmicas y extraviamos nuestra noción de ser individuos existentes más allá de la mente racional y las pautas que hemos introyectado por nuestro paso por la sociedad.
El fenómeno de amplificación de los enteógenos permite acceder con mayor facilidad a los mensajes que provienen de nuestro organismo, puesto que todas nuestras funciones psicológicas se encuentran en alerta y funcionando al doble de su capacidad “normal” en vigilia. Ocurre acá que gracias a la guía del chamán y la disposición con la que nos acercamos a la ingesta ceremonial de las plantas de poder, podemos acceder a un estado de conciencia donde somos capaces de “focalizar” nuestra atención sobre este contenido que yacía inconsciente en nuestra experiencia organísmica (en nuestra “sombra” diría Jung) para así develar sus significados e ir sanando poco a poco aquellos nudos neuróticos que nos causan dolor y sufrimiento.
De este modo, comprendemos que las plantas de poder pueden ser usadas como drogas, pero también pueden ser empleadas como un medio para obtener notables avances en el proceso de autoexploración que emprende quien se acerca a un psicólogo, un psiquiatra o un sanador “no-convencional”. Hoy son miles de personas las que se benefician de estas prácticas ceremoniales, pero siempre bajo un velo de clandestinidad en vista de que el uso de estas plantas de poder es ilegal en nuestro país y en muchos otros. “Neo-chamanes” como Ricardo Jiménez son perseguidos aquí y en muchas otras partes, producto de la ignorancia y la negativa de autoridades y altos mandos a abrirse a esta nueva información que proveen los estudios que actualmente están a la vanguardia de la investigación sobre la conciencia humana. Desde hace muchos años que existe información disponible en internet y en las universidades sobre la posibilidad de aprovechar los métodos ancestrales de sanación para el beneficio de nuestras comunidades occidentales urbanas. Son cientos de miles los sanadores que en todo el mundo sacan partido a la sabiduría que ha acumulado la humanidad durante siglos de historia ligada a la ingesta enteogénica, dando la posibilidad a tantos otros cientos de miles de sanarse y mejorar significativamente su calidad de vida.
Esto no tiene que ver con sectas, fanatismo, drogadicción ni mucho menos con microtráfico. No hay nada en este tipo de actividades que se asemeje a un engaño o una farsa. Es verdad que está lleno de farsantes y “chantas” que intentan vender experiencias a los crédulos, pero no por ello se catalogará a todos quienes trabajan con plantas de poder como delincuentes y estafadores. El verdadero peligro es la ignorancia de quienes no quieren ver. La verdadera amenaza radica en la resistencia que presenta el sistema ante estas otras formas de sanar, que se alejan de los grandes sistemas médicos oficiales de una sociedad demasiado ensimismada en sus propios procesos de alienación sistemática como para querer ver más allá.
No nos dejemos manipular por la información que presentan los medios de comunicación. Tampoco nos dejemos llevar por lo que nos cuentan los artífices del sistema. Y por favor tampoco se queden tranquilos con los que aquí he escrito. Es preciso informarse y desarrollar una mirada crítica para entender este tipo de cosas que escapan muchas veces a nuestro entendimiento. Nosotros somos los únicos que estamos capacitados para construir nuestras verdades, y no podemos permitir que nos digan qué pensar. Abramos el debate y seamos conscientes de que es posible ver este tipo de fenómenos desde varias perspectivas, y la que he presentado aquí es sólo una de ellas.
Lo importante es decir que esta visión cuenta con un respaldo serio y que no es una idea al aire o una arista de un irresponsable movimiento “hippie”. Estamos discutiendo al mismo nivel que quienes quieren echar abajo la medicina ancestral y no tememos enfrentarnos cara a cara con nuestros opositores, pues entendemos que su visión y la nuestra son sólo dos parcialidades de una realidad mucho mayor que no se agota en un paradigma limitado y miope. En lo personal, entiendo perfectamente la visión de quienes ven en estas prácticas un delito. Sólo pido que ellos también se abran a entender la nuestra.

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