EL CULTO A MAXIMÓN

De: Alias de MSNThe_dark_crow_v301  (Mensaje original) Enviado: 16/09/2005 11:46

EL CULTO A MAXIMÓN

Por Erika Mendoza / Fotos por Ricardo Mata, Diego Molina y Johan Willens.

Aunque de origen desconocido, Maximón podría interpretarse como la reencarnación del dios maya Mam. También éste fue representado en una figura de madera, a la cual solía vestirse como persona y se le ofrecían alimentos. Hoy, Maximón tiene imágenes en muchos poblados guatemaltecos, como San Jorge y Nahualá, aunque es en San Andrés Itzapa, Santiago Atitlán y Zunil donde goza de gran fama. Cada Maximón posee diferente hechura y luce ropas distintas, pero todos son objeto de profunda adoración.

    Con la superimposición del catolicismo sobre las anteriores creencias durante los siglos XVI y XVII, Mam se convirtió en San Simón. Sin embargo, en la actualidad la mayoría de sus fieles lo llaman Maximón, palabra formada por los vocablos max (tabaco, en maya; de ahí que siempre se le vea con un gran puro en los labios) y Simón.

    A lo largo de un año, Maximón reside en casa de algún miembro de la cofradía de la Santa Cruz, la principal autoridad indígena de Atitlán . Ahí puede recibir visitantes de todo el país, quienes llegan para pedirle favores y le dejan dones en dinero y en especie, pues se considera una grave falta no ofrecerle nada.

    El día siguiente, un dignatario maya recogerá las ropas de Maximón, y todos los cofrades o miembros del concejo indígena sesionarán para presenciar la vestidura de la imagen, ceremonia que va acompañada de constantes sorbos de licor y dos o tres paquetes de cigarrillos.

    La figura es revestida tanto con atuendo típico de los Altos de Guatemala como europeo: muchas bufandas de seda, algunos sombreros de fieltro y un gigantesco puro en la boca. Vestir a Maximón es equivalente a “hacer a la imagen”, ya que su cuerpo no es otra cosa que capa sobre capa de ropas y bufandas. Luego, resplandeciente con su nueva indumentaria, Maximón es venerado.

    Hasta hace unos años, como parte de los festejos de la Pascua en Santiago Atitlán, Guatemala, la imagen de Maximón era ahorcada de una viga en la iglesia del pueblo. Tal ceremonia fue prohibida y ahora la figura es colocada en una pequeña capilla blanca y crema, de donde con anterioridad han sido retiradas las demás imágenes sagradas.

    Maximón permanecerá en la capilla hasta después de las tres de la tarde del Viernes Santo, cuando su guardián lo saque a hombros para participar en las tradicionales procesiones que caracterizan la Semana Santa guatemalteca. Su paso va acompañado del sonido de una gran carraca (rueda dentada de madera cuyo mango alguien mueve haciendo que la rueda gire; entonces, una lengüeta de madera salta de un diente a otro de la rueda y produce un ruido sordo). La muchedumbre se aparta para darle paso. El mar de sombreros de paja que rodea la capilla se pone en marcha -Maximón es venerado sobre todo por hombres- mientras él y sus bufandas ondean airosamente en medio del gentío hasta llegar adonde se ha formado la procesión, que marchará por las calles del pueblo.

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Un encuentro con Maximón

    Nuestra colaboradora Lola Reid viajó a Guatemala en busca de Maximón, la imagen sacra más venerada por la población maya del país. En la siguiente crónica, ella narra lo que, en sus propias palabras, fue un inspirador encuentro.

    Rodeada por los picos azul pizarra de cuatro volcanes, camino por las calles de Santiago Atitlán, en los Altos de Guatemala. Me dirijo hacia una pequeña casa de cemento, en exceso decorada, que se levanta en la cumbre de una colina, como si se tratase de un templo colocado en la cima de una antigua pirámide maya. Una franja de medio metro de pintura morada oscura decora la mitad inferior de la pared, mientras que la mitad superior es verde rojiza. Estos contrastantes colores compiten en llamar la atención al lado de varias guirnaldas llenas de banderas de plástico, “herencia” del Día de Muertos (2 de noviembre), con figuras recortadas de esqueletos que bailan, comen y ríen.

    En el interior de la casa, dos estatuas de cristianos de piel oscura crucificados, flanquean un Cristo blanco, muerto, colocado en un ataúd de cristal. Lucecitas de navidad rojas y verdes, en alternado parpadeo, proyectan una espectral iluminación sobre su cara pálida. Acurrucados en una banca de madera, junto a la pared, ocho cofrades charlan amigablemente en tzutujil, su lengua materna. Tambaleantes llamas de más de setenta candelas crean sombras en la oscuridad. La mortecina luz del sol que se pone envuelve nuestro mundo en un sudario de negrura.

    Tres hombres suben por una escalera de mano y desaparecen por una escotilla que hay en el piso superior. Minutos después, un Maximón de madera, de más o menos un metro de alto, es colocado reverentemente sobre una esterilla de bejuco, símbolo de nobleza entre los antiguos mayas. Su boca aprieta firme un puro sin encender. El jefe se limpia, sahumándose con la resina que arde en un incensario hecho de un bote de café con asas de colgador de ropa y luego ofrece el sahumerio a los demás, incluyéndome a mí.

    De hinojos ante Maximón, el jefe inicia la ceremonia en el latín que aprendió en las misas católicas, pero luego pasa al tzutujil. Durante casi cincuenta minutos, este jefe y otro hombre permanecen de rodillas. El ronroneo del tzutujil y el incesante vaivén del incensario me hipnotizan. El humo invade la habitación y su disipación se entiende como que los dioses y los antepasados lo consumen.

    Llega una pareja tuztujil vestida a la usanza tradicional, con cuatro hijos y la abuela. Tras la presentación de las velas, el alcohol y el incienso, la joven madre se sienta en una silla de madera de respaldo recto, frente a Maximón. La mujer calza, sin calcetines, zapatos de charol de hombre, demasiado grandes para sus pies. Le colocan sobre la cabeza el sombrero de Maximón. Las bufandas pegadas al sombrero caen por la espalda de la mujer. El marido se arrodilla junto a ella. Los tres niños mayores, serios, se quedan sentados con la abuela, que sostiene a un bebé. Varias veces, durante el rito de dos horas, el rezador hace girar el sombrero, de manera que las bufandas cubren la cara de la mujer. De vez en cuando, coloca una capa sobre la cabeza del marido, que le llega hasta los hombros. Casi al final del rito, la abuela y los cuatro hijos se agazapan en el suelo junto al hombre y la mujer.

    Una vez que la familia se ha ido, me explican que la mujer está perdiendo la vista. Los doctores creen que podría mejorar con una operación en Ciudad de Guatemala, pero la enferma prefiere apelar a la imagen, cuyos poderes curativos son legendarios. Listos para beber, tras la larga ceremonia, los cofrades ofrecen a Maximón, y a ellos mismos, más aguardiente. Estoy ansiosa de que me incluyan. Brindamos en honor de Maximón y luego entre nosotros. Agradezco a los hombres su hospitalidad y nos despedimos con un apretón de manos.