Cuando los indigenas mostraron que su medicina curaba

“…Este concepto sobre el torrente sanguíneo fue expresado siglos antes de que un conocimiento similar llevara a
Miguel Servet 1511-1553 a la hoguera, en pleno Renacimiento. Sucesos con fondo similar, hace aproximadamente
quinientos años indujeron a Hernán Cortés a recomendar a Carlos V que no enviase más médicos, pues los curanderos
indígenas eran excelentes y suficientes. En la época prehispánica existían personas y lugares para curar a los enfermos por
medio de la medicina herbolaria. En el año de 1527 se inician las funciones del Tribunal del Protomedicato en la Nueva
España por medio de Pedro López; dicho tribunal se basaba en la Ley Pragmática que habían establecido los reyes
católicos en 1477. Este tenía como función principal el dar licencias para ejercer la profesión de médico y, ante este hecho,
los curanderos indígenas tenían problemas para obtener la licencia que los posibilitara para atender a sus pacientes. Es
importante mencionar el Códice Badiano, escrito en náhuatl, español y latín, el cual es un compendio de la medicina
herbolaria prehispánica que en la década de los ochenta del siglo pasado retornó a México.
Artemio De Valle-Arizpe (888-1961 describe los problemas que pasó un médico indígena de nombre Martín de
Iricio para obtener la mencionada licencia. “El médico indio fue examinado por los doctores del Real Tribunal del
Protomedicato sobre los conocimientos de medicina a los cuales no pudo contestar por desconocimiento de causa, al
sentir que iba a ser rechazado por el tribunal, proporciona al jurado una hierba cenizosa de hoja rizada para que la huelan,
produciéndoles una hemorragia nasal profusa, algunos de ellos se desvanecieron. El médico indígena afirmó -quítense
ahora sus mercedes esa hemorragia con la escogida ciencia que tienen entre sus cuerpos. Yo me voy a mi campo a arar-.
¡Como no tengo licencia para seguir curando!… Posteriormente, Martín de Iricio dijo que él tenía la cura, procediendo a
darles una raíz para que la masticaran y así parando la hemorragia nasal. El indio sonreía ladino. Los doctores,
refunfuñando, le expidieron en el acto las respectivas licencias para que continuara curando, y no hubo un solo médico en
1 todo México que opusiera ninguna objeción, ni la más mínima, a aquel permiso” . Este pasaje de la historia médica sirve
para comprender a carta cabal la imbricación de la medicina herbolaria y la medicina novohispana.

La narración en el párrafo anterior, realizada por
quien fuera cronista de la Ciudad de México, nos remonta
hacia la cultura de los pueblos ancestrales de la geografía
mesoamericana; época de dioses, indómitos reyes
guerreros y sobre todo de hospitales, en donde se aplicaba
el agua curativa, el copal y la medicina herbolaria que dejó
perplejos a los médicos europeos. Adolfo Benito Narváez
Tijerina afirma que “…hablar de la Colonia y de sus
hospitales es sumergirse en una novela de García Márquez,
donde Sierva María de Todos los Ángeles palidecía de los
sangrados y las purgas para expulsar a los demonios de su
cuerpo virgen. Es a veces oscuridad y peste, pero también
es tesoro rescatado por viejos y tozudos frailes
mendicantes, eremitas, y piadosas hermanas que
solamente querían aliviar el sufrimiento. Un hospital del
siglo XVI, como el de la Santa Cruz en Oaxtepec, Morelos, es
concebir un desarrollo especial no muy diferente de un
convento, con la oración resbalando por los pisos fregados
con alumbre, y los enfermos tratados en una suerte de
sincretismo entre las sangrías medievales y el copal
indígena…”
Este mismo fenómeno de salud y social se
implementó en plena época Colonial (siglo XVII) en Saltillo,
en el Convento de San Esteban, donde existieron
instalaciones hospitalarias que estaban ubicadas en las
actuales calles de Allende (De la Acequia) y Melchor
Ocampo (De la Cárcel). En ellas se aplicaban los
conocimientos de la medicina del renacimiento y de la
edad media. Dicho hospital fue administrado por los frailes
franciscanos. Posteriormente, al instalarse los tlaxcaltecas
en la región, crearon el Hospital del Pueblo ubicado en las
nuevas tierras de San Esteban de la Nueva Tlaxcala (donde
se ejercía la medicina herbolaria aplicada por los
chamanes, por medio del conocimiento de plantas
naturales, hechizos y magia simpatética, producto de su
cultura milenaria). El inmueble estaba localizado junto a las
Casas Consistoriales, en las actuales calles de Pérez Treviño
(Del Hospital) entre Allende y Padre Flores. Las
construcciones fueron producto de la arquitectura
vernácula, la cual era una masa uniforme y espontánea, sin
la pretensión de ser original, ya que sólo tenía como
objetivo defenderse y sobrevivir, acoplándose a los medios
existentes de vida y de lo que se tiene al alcance para
solucionar sus necesidades. Es decir, en esta materialidad
convivían, simultánea y permanentemente, tres
dimensiones: la física, la histórica y la psicológica.
Tiempo después, por la presencia de una
epidemia, el nosocomio fue trasladado a los límites de
Saltillo, en un lugar conocido como Los Cerritos, el cual se
ubica en el actual Barrio del Calvario.
Las políticas hospitalarias..”