LA AUSTRALIA DE LA EDAD DEL ENSUEÑO.

LA AUSTRALIA DE LA EDAD DEL ENSUEÑO.

Por Waldemar Stohr

  PRESENTACIÓN

  Los pueblos aborígenes australianos comparten una creencia común: la rememoración de un “tiempo de ensueño” en el cual los seres divinos, “los antepasados totémicos” crearon a los animales, las plantas, los hombres y todo lo que es.  Los arandas son un pueblo que todavía preserva las ancestrales creencias a pesar de la colonización occidental del continente australiano. En su cosmovisión todavía ahora los lugares, objetos y actos relacionados con los seres de la edad del ensueño dimanan gran sacralidad. Estos lugares son sitios de culto generalmente reservados a los iniciados. En la cultura aranda, como en todas las culturas del tipo tradicional o arcaico, es fundamental la apertura a lo sagrado. Su objeto de culto esencial es el Tjurunga, una tabla oblonga de madera, cubierta con dibujos geométricos. Estas creencias tradicionales fluyen desde hace alrededor 40.000 años. Para aproximarnos a este universo cultural, nos guiará Waldemar Stohr, autor de dos ensayos sobre el tema incluidos en la esencial obra “Historia de las ideas y creencias religiosas” dirigida por Mircea Eliade.
 
La decoración corporal posee en la Australia indígena un gran significado religioso. Los motivos denotaban identidades totémicas o dibujos relacionados con iniciaciones. Arriba, derecha, imagen de un joven a punto de tomar parte en una ceremonia en la región norte-central australiana, en la Tierra de Arnhem.

LA AUSTRALIA DE LA EDAD DEL ENSUEÑO

Por Waldemar Stohr

  “Ensoñación”, en el sentido que le dan los aborígenes australianos, es un concepto nuevo para nosotros. Según H.P.Duerr, por lo que podemos colegir de sus escritos, significa simplemente lo irracional. En todo caso, no le falta razón cuando dice que este concepto no tiene equivalente exacto en nuestro mundo de ideas. Sólo nos es posible describirlo de manera aproximada. “Ensoñación” traduce libremente la palabras alcheringa de las tribus aranda del centro de Australia. Los etnólogos australianos han optado en general por este término (dreaming) prefiriéndolo a “tiempo de ensueños” (dream time), si bien esta diferencia no denota gran cosa. En otras lenguas australianas existen voces con significado igual o muy parecido. Por “ensoñación” se entiende el remotísimo tiempo mítico en que los seres divinos desplegaron su acción creadora dando origen a hombres, animales, plantas y todo cuanto existe, incluidas las manifestaciones terrenales de ellos mismos y la materialización de su virtud creadora en el culto.
  Curiosamente los etnólogos especializados en el estudio de los orígenes de Australia evitan en lo posible el uso de las palabras “dios”, “dioses” y “divino”, como si  estos conceptos estuvieran protegidos por alguna ley de propiedad literaria. A los personajes de la “ensoñación”  prefieren llamarlos “héroes”, “héroes culturales”, “seres celestiales” o “demiurgos”. Tal vez esa reserva conceptual tenga  algo que ver con el rechazo de las antiguas teorías. El padre E.A. Worms, misionero y gran investigador,  habla expresamente de “seres sagrados” y dice al respecto que no ha podido hallar en Australia ningún ente espiritual “al que se atribuya un poder ilimitado y exclusivo sobre todas las realidades espirituales y físicas”. Quien se atiene a tan severas normas debiera también degradar a los antiguos dioses griegos y llamarlos meramente “seres sagrados”. Es un hecho, sin embargo, que los protagonistas de la ensoñación se asemejan más a Hércules que a Zeus. En este sentido, la noción intermedia de “seres divinos” o “héroes divinos” parece una componenda aceptable.

  Aunque de la tradición de los aborígenes australianos sólo ha podido compilarse y conservarse así una pequeña parte, nos topamos en los escritores correspondientes con una confusa plétora de personajes, animales, nombres, sucesos e imágenes de todo tipo. No obstante, examinando las cosas con mayor atención, observamos en la tradición de cada una de las regiones de Australia-no en los detalles, pero sí en la tendencia general del acontecimiento mítico- una serie de coincidencias que permiten remontarse a una más antigua mitología común.

  Una de esas grandes regiones es el fértil sudeste del continente, que abarca hoy los Estados federales de Victoria y Nueva Gales del Sur. Las tribus que vivían allí fueron las primeras en enfrentarse con los colonos europeos, que desde mediados del siglo XIX llegaban cada vez más numerosos. Todas ellas, salvo unos pocos restos, han desaparecido; la mayoría de aquellos aborígenes sucumbieron víctimas del alcohol y de las enfermedades traídas por los blancos. Las principales informaciones que poseemos acerca de su religión se deben a los misioneros que trabajaron entre ellos. 

  En los sucesos que constituían la “ensoñación” de las tribus del sudeste predominaba un ser creador que podía asumir figura de hombre o de animal, pero que en cualquier caso se percibe como personalidad claramente definida. Los nombres de tales seres divinos, como Bunjil, Baiama o Daramulun gozan de gran notoriedad y se han explotado a fondo para cimentar las teorías de que antes hablábamos. Bunjil, por ejemplo, era venerado por las antiguas tribus que ocupaban la zona de la actual Melbourne. Al parecer procedía de sí mismo, aunque según otras tradiciones lo habían creador águilas y cornejas. Una de las manifestaciones de Bunjil es el halcón-águila, que en la corneja Waang posee a la vez un aliado y un rival, con un poder casi tan grande como el suyo. Bunjil tiene hermanos, mujeres e hijos. Como a creador del género humano, las tribus lo llamaban también “Nuestro Padre”. En la época en que erraba por la tierra, originalmente árida y desierta, Bunjil creo los fenómenos ambientales y todo lo importante para la vida del hombre. El introdujo en las tribus las “clases matrimoniales”, para que en adelante las uniones obedecieran a un orden. En su forma de halcón-águila es el totem de una clase, siendo la corneja Waang el de la otra. Al acabar su obra, Bunjil provoco una gran tempestad que lo trasladó al cielo, y desde entonces no tendría ya ningún influjo directo en la existencia terrena.

  Debido a su ideología cristiana, los antiguos misioneros insistieron tal vez demasiado en el carácter “divino” de Bunjil, Baiama, Daramulun, Nurenderi, Biral y otros personajes semejantes. No cabe duda que hoy resulta imposible verificar tales informaciones. El padre W. Schmidt estiliza esas figuras hasta identificarlas con otras formas de un “ser supremo”, haciéndolas así encajar en su teoría del “monoteísmo primitivo”. Con todo, incluso el escéptico etnólogo australiano A.P. Elkin, que llama a esos entes de la ensoñación “héroes del cielo” o “seres celestiales”, les reconoce un carácter divino.

  Enteramente distinto es el contenido de la “ensoñación” de las tribus aranda del centro de Australia. También aquí se habla de un “ser celestial” a quien se da el nombre de “Gran Padre” (Kngarijta), pero este ser apenas significa algo para los hombres. En lugar de piernas, posee patas de emú, y su mujer de perro. Ambos tienen numerosos hijos e hijas, respectivamente también con patas de emú o de perro. Los seres celestiales disfrutan de eterna juventud. Se alimentan de los abundantes frutos que crecen en el cielo mismo atravesado por un anchuroso río, la Vía Láctea. Hay allí también aves, pero ningún otro tipo de animal. El “Gran Padre” no ha creado ni la tierra ni los animales ni las plantas. Tampoco dio vida a los “antepasados totémicos” de los hombres ni tuvo nunca en ellos influencia alguna. Como dice expresamente un mito, carece de todo poder sobre vientos y nubes, sobre la enfermedad y la muerte, y no castiga a los que hacen el mal. Manifiestamente al “ser celestial” le es indiferente lo terreno. Quizá los aranda se construían así, con ese esplendoroso cielo y la dichosa vida de sus seres con patas de emú o de perro, una especie de mundo ideal que contrapesaba las preocupaciones y miserias de la existencia real. Quizá también se haya perdido una parte de su tradición. En todo caso es obvio que ese curioso “Gran Padre” nada tiene que ver con la creación, relativa sobre todo a la tierra.

  Esta aparece al principio, en los mitos de los aranda, llana y sin ningún perfil. Toda ella es un desierto, pero no está completamente vacía. En varios lugares, que más tarde se reconocerán como bolsas de agua o lagos de sal, hay  gran cantidad de formas embrionarias del futuro ser humano adheridas a las extremidades y constituyendo así una especie de red. Boca, ojos y nariz estaban cerrados. Aquellos entes semihumanos no podían aún evolucionar hasta convertirse en verdaderos hombre y mujeres, mas tampoco podían morir ni corromperse. Por otra parte, poblaban el subsuelo terrestre millares de seres sobrenaturales sumidos en profundo sueño; también en Sol, la Luna y las estrellas se ocultaban allí. La “ensoñación” comienza cuando todos esos seres, llamados comúnmente “antepasados totémicos”, se despiertan y rompen la corteza terrestre para abrirse paso hacia la superficie. A su vez salen los astros, yendo a ocupar sus puestos en el firmamento, y el Sol empieza a calentar la Tierra, hasta entonces fría y tenebrosa. Los “lugares de nacimiento”, por donde esos antepasados totémicos han perforado la Tierra se llenan de su presencia y fuerza. Más adelante serán centros de culto, donde sólo algunos iniciados tendrán derecho a penetrar, y ello en contadas ocasiones. Los antepasados totémicos, al decir de los arandas, “nacieron de su propia eternidad”. En las formas que adoptan se manifiesta la estrecha vinculación existente entre hombres, animales y plantas. Algunos de esos antepasados se asemejan al canguro, al emú o a otros animales, pero piensan y obran como ser humanos. Otros tienen figura de hombre o mujer, aunque pueden transformarse tomando la de un animal. Los antepasados totémicos relacionados con las plantas aparecen siempre en forma humana.

El arte rupestre es la forma más perdurable de las culturas más arcaicas. Arriba, izquierda, unos grabados sobre rocas, con forma laberínticas. Se encuentran en la Australia Meridional y, quizá, poseen alrededor de 40.000 años.

  Tales antepasados, según la tradición aranda, recorrieron la Tierra y fueron dándoles sus contornos. Los mitos mencionan todas las montañas, dunas, llanuras, valles, pantanos, manantiales y otros puntos de agua que surgieron así en el vasto territorio de los arandas. Esos mismos antepasados dieron vida a los preexistentes embriones del ser humano arrancándolos de su “red” y abriéndoles la boca, los ojos y la nariz. Muchos de ellos actúan como auténticos “héroes culturales” y enseñan a los hombres a hacer fuego, cazar, preparar la comida y servirse de las armas.

  Después de tanto peregrinar y acabadas sus obras, los antepasados totémicos se sintieron invadidos por un gran cansancio y decidieron regresar a sus antiguas profundidades. Los puntos por donde penetraron en ella se convertirían también en lugares de culto, como aquellos por donde habían salido. Durante su existencia en la superficie de la Tierra, varios de esos antepasados experimentarían el dolor y la enfermedad, al igual que los hombres, y algunos incluso perecerían violentamente. Mas todos son en realidad inmortales, pues hasta los asesinados siguen viviendo en rocas, árboles y sobre todo objeto de culto. Y aún existe otra forma de supervivencia: allá por donde pasaron muchos de ellos o donde perduran materializados en rocas y árboles quedan vestigios de su fuerza vital, ciertas partículas o emanaciones de su esencia capaces de penetrar en el cuerpo de una mujer encinta y reencarnarse en el feto. La noción de “hijos-espíritus” preexistente no significa, como a veces se ha dicho, que los aranda desconozcan la relación fisiológica entre procreación y nacimiento, pues para ellos todo ser humano tiene una segunda alma que se remonta inequívocamente a los padres. 

Tjurunga: manifestaciones terrenas de la ensoñación

  Las lenguas australianas incluyen palabras que corresponde aproximadamente a nuestra noción de “sagrado”. Sin embargo, tales conceptos no representan los del mundo profano, sino que delimitan algo en este último para destacarlo de lo ordinario, en el sentido de “secreto”, “peligroso”, o “consagrado” y por ende “inaccesible a los no iniciados”. Tienen carácter sagrado los lugares, actos y objetos directamente vinculados con los seres de la “ensoñación” y su actividad creadora. Puede tratarse de rocas y otros accidentes naturales más o menos llamativos en los que esos personajes se han materealizado. Son los caminos por donde discurrieron o los sitios donde se establecieron cuando daban forma a la Tierra y, para los arandas, los puntos del suelo terrestre abiertos por sus antepasados totémicos para salir a la superficie o regresar a los abismos una vez acabada su tarea. En esto lugares se celebran con frecuencias actos de cultos que, por actualizar la presencia de los entes de la “ensoñación”, son también sagrados, pudiendo únicamente realizarse por hombres iniciados. En varias regiones de Australia, los lugares de culto aparecen señalados por monolíticos dispuestos en círculo, dólmenes y otros monumentos de piedra.

  Tjurunga es una de esas palabras que denotan lo sagrado. Procede de la lengua de los aranda del dentro de Australia. En sentido estricto, tjurunga designa el objeto de culto más importante de los aborígenes, consistente en una tabla oblonga de madera, muy estrecha, de forma oval y de aproximadamente de un metro de longitud. Por ambas caras estas tablas suelen estar recubiertas de dibujos geométricos: círculos, meandros y rombos o cuadriláteros imbrincados; raras veces aparecen talladas junto con ellos algunas imágenes figurativas. La fabricación de un tjurunga es, desde la tala de un árbol, un acto de culto. Los aborígenes estiman que los motivos de la futura ornamentación están ya en la madera misma y que el escultor no hace sino liberarlos. En Australia central, entre los arandas, el tjurunga puede también ser de pizarra u otra roca esquistosa. Tiene forma análoga al de madera, pero es infrecuente que mida más de treinta centímetros de largo. Algunos tjurungas llevan dibujos asimétricos que constan de círculos y líneas y reproducen, como en un mapa, los caminos y lugares de asentamiento de los antepasados totémicos.

 

 

 

 

 

 

  Arriba, izquierda, un Tjurunga, la tabla de madera oblonga con dibujos geométricos, uno de los objetos de mayor sacralidad para  los aborígenes australianos.

    Al tjurunga se le daba antiguamente el nombre de “palo de las almas”, si bien esto parece aplicarse sobre todo a piezas pequeñas que sus poseedores llevaban en la cabeza, como tocado, y que debían de estar relacionados con sus “hijos-espíritu”. Los tjurungas no cobraban eficacia hasta que se utilizaban en el culto junto con la recitación de los mitos. Las piezas más antiguas se trataban con respeto, pero podían venderse; al fin y al cabo el dinero formaba también parte de lo sagrado. Entre una celebración cultual y otra se guardaban los tjurungas en un lugar que pareciera seguro. Como para cada iniciación se fabricaban nuevos objetos de culto, llegaban a acumularse allí a menudo más de un centenar de tjurungas, inclusive de los tatarabuelos y antepasados cercanos, hasta que acababan por destruirlos el clima, el fuego o las termitas.

Los “palos zumbantes”  son, por su forma y ornamentación, muy parecidos a los tjurungas y suele incluso dárseles este nombre, pero tiene un tamaño muchas más pequeño y están perforados en uno de sus extremos, que acaban en punta. Cuando por medio de un cordel se agitan en él describiendo círculos, producen una especie de zumbido de mayor fuerza, que durante los actos religiosos denotan la presencia de los seres de la “ensoñación”. También otros objetos resonantes, como cuerpos o palillos, poseen carácter sagrado, y asimismo la música, ligada exclusivamente al culto.

Fuente:  Waldemar Stohr, Tótem, ensoñación, Tjurunga. Las religiones de Australia, en Historia de las Ideas y creencias religiosas (obra colectiva dirigida por Mircea Eliade),  Barcelona, Ed. Herder.