MUERTE INICIATICA-1330

MUERTE INICIATICA

René Guénon

Otra cuestión que parece ser poco comprendida por la mayor parte de nuestros contemporáneos interesados en estos estudios, es la de la denominada “muerte iniciática”; así pues, a veces nos hemos encontrado expresiones como la de “muerte ficticia”, lo cual demuestra la más completa incomprensión sobre las realidades de este orden.

Quienes así se expresan sólo ven la parte exterior del rito, sin tener ninguna idea de los efectos que deben producirse sobre aquellos que están verdaderamente cualificados; habría que decir que esta “muerte”, muy lejos de ser “ficticia”, es, por el contrario, en cierta manera, más real incluso que la muerte entendida en el sentido ordinario de la palabra, pues es evidente que el profano que muere no consigue la iniciación. La diferenciación del orden profano (incluyendo en éste no sólo todo lo desprovisto del carácter tradicional, sino también todo exoterismo) y del orden iniciático es la única que sobrepasa las contingencias inherentes a los estados particulares del ser y que tiene, por ello, un valor profundo y permanente desde el punto de vista universal. Nos conformamos con recordar que todas las tradiciones insisten en la diferencia esencial existente en los estados póstumos del ser humano según se trate de un profano o de un iniciado; si las consecuencias de la muerte, considerada en su significado habitual, están condicionadas por esta diferenciación, el cambio que da acceso al orden iniciático corresponde pues a un grado superior de la realidad.

Es evidente que la palabra “muerte” debe ser tomada aquí en su sentido más general, según el cual podemos decir que todo cambio de estado es a la vez una muerte y un nacimiento, según se mire desde un lado u otro: muerte con relación al estado anterior y nacimiento con relación al estado resultante. La iniciación es descrita en general como un “segundo nacimiento”, como es en efecto; pero este “segundo nacimiento” implica necesariamente la muerte al mundo profano después de la cual vendrá inmediatamente el “nacimiento”, siendo estos dos fenómenos las dos caras de un mismo cambio de estado. En cuanto al simbolismo del rito, estará basado en la analogía que existe entre todos los cambios de estado; en razón de esta analogía, la muerte y el nacimiento en el sentido ordinario simbolizan en sí mismos la muerte y el nacimientos iniciáticos, como imágenes que han sido transpuestas por el rito para expresar otro orden de la realidad. Puede señalarse al respecto que todo cambio de estado se lleva a cabo desde las tinieblas, lo cual explica el simbolismo del color negro: el candidato a la iniciación debe pasar por la oscuridad donde se efectúa lo que es designado como el “descenso a los Infiernos”, de lo que ya hemos hablado en otro lugar: podríamos decir que es como una especie de “recapitulación” de los estados antecedentes, por la cual las posibilidades relacionadas con el estado profano quedan agotadas definitivamente, a fin de que el ser pueda desarrollar libremente desde entonces otras posibilidades de orden superior que lleva dentro de él, y cuya realización pertenece al dominio iniciático.

Por otra parte, como pueden aplicarse consideraciones similares a todo cambio de estado, y además los grados ulteriores y sucesivos de la iniciación corresponden también a otros cambios de estado, puede decirse que, para acceder a cada uno de ellos, habrá muerte y nacimiento, aunque el “corte” sea menor no tan importante ni fundamental como en la iniciación primera (la que pasa del orden profano al orden iniciático). Además, los cambios sufridos por el ser en el curso de su desarrollo son de una multitud indefinida; los grados iniciáticos conferidos de forma ritual, dentro de cualquier tradición, sólo pueden corresponder a una clasificación general de las principales etapas que se han de recorrer, y cada uno de ellos puede resumir en sí mismo todo un conjunto de etapas secundarias e intermediarias. Pero hay un punto más importante en particular, dentro de este proceso, en donde el simbolismo de la muerte debe aparecer de nuevo de una manera más explícita; y esto requiere aún algunas explicaciones.

El “segundo nacimiento”, entendido como correspondiente a la iniciación primera, es, tal como ya hemos dicho, lo que puede denominarse una regeneración psíquica; y es, en efecto, en el orden psíquico, es decir en el orden donde se sitúan las modalidades sutiles del ser humano, en donde deben efectuarse las primeras fases del desarrollo iniciático; pero esta fases no constituyen un objetivo en sí misma, pues sólo son preparatorias con relación a la realización de las posibilidades de un orden más elevado, y queremos decir del orden espiritual en el verdadero sentido de esta palabra. El punto del proceso iniciático al que acabamos de aludir es el que marcará el paso del orden psíquico al orden espiritual; y este paso podrá ser considerado como una “segunda muerte” y un “tercer nacimiento”. Conviene añadir que este “tercer nacimiento” será representado mejor como una “resurrección” que como un nacimiento ordinario, porque no se trata ya de un “comienzo” en el sentido que se le daba a la iniciación primera; las posibilidades ya desarrolladas, y adquiridas de una vez por todas, deberán encontrarse después de este paso, pero “transformadas”, de una manera análoga a como el “cuerpo glorificado” o “cuerpo de resurrección” representa la “transformación” de las posibilidades humanas, más allá de las convicciones limitantes que definen el modo de existencia de la individualidad como tal.

La cuestión es bastante simple; lo que la complica son, como casi siempre, las confusiones que se comenten al mezclar consideraciones que se refieren a otras cosas diferentes. Es lo que sucede sobre todo con respecto a la “segunda muerte”, a la que muchos pretenden otorgar un significado fastidioso, ya que no saben hacer ciertas distinciones esenciales entre los diversos casos en que tal expresión puede ser empleada. La “segunda muerte”, después de lo que acabamos de decir, no es otra cosa que la “muerte psíquica”; puede considerarse este hecho como algo susceptible de producirse fuera de todo proceso iniciático, en un plazo más o menos largo después de la muerte corporal de cualquier hombre ordinario; pero entonces esta “segunda muerte” no dará acceso al dominio espiritual, y el ser, saliendo del estado humano, pasará simplemente a otro estado individual de manifestaci6n. Nos encontramos aquí con una eventualidad temible para el profano, quien tiene la ventaja de ser mantenido mediante lo que hemos llamado los “prolongamientos” del estado humano, lo cual además constituye, la principal razón de ser de los ritos funerarios en todas las tradiciones. Pero es diferente para el iniciado, ya que éste sólo realiza las posibilidades del estado humano para llegar a superarlas, debiendo salir necesariamente de tal estado, sin tener necesidad para ello de disolver la apariencia corporal, para pasar a los estados superiores.

Añadamos aún, para no omitir ninguna posibilidad, que hay otro aspecto desfavorable de la “segunda muerte”, relacionado con la “contrainiciación”; ésta, de hecho, imita a la verdadera iniciación en sus fases, pero sus resultados son contrarios, en ningún caso puede acceder al dominio espiritual, pues por el contrario sólo aleja al ser cada vez más de tal dominio. Cuando el individuo que sigue esta vía llega a la “muerte psíquica”, se encuentra en una situación no exactamente parecida a la del puro y simple profano, sino peor aún, debido al desarrollo que ha dado a las posibilidades más inferiores del orden sutil; pero no insistiremos más en adelante, y nos contentaremos con remitimos a algunas alusiones que ya hemos hecho en otras ocasiones, pues, en verdad, es un caso que no presenta más interés que desde un punto de vista muy especial, y que no tiene nada que ver con la verdadera iniciación. Los llamados comúnmente “magos negros” sólo se consideran a sí mismos, y sería por lo menos inútil el proporcionar un alimento a las divagaciones más o menos fantásticas como ya sucede muy a menudo; sólo conviene ocuparse de ellos para denunciar sus fechorías cuando las circunstancias lo exijan; y desgraciadamente, en una época como la nuestra, estas fechorías están tan singularmente extendidas que no pueden imaginárselas quienes no hayan tenido la ocasión de percatarse directamente.

Consideraciones sobre la iniciación