LOS RARAMURIS O TARAHUMARAS

LOS RARAMURIS O TARAHUMARAS

Según la leyenda de los antiguos pobladores de la sierra, el mundo fué
creado por Rayénari -dios sol- y Metzaka -diosa luna-. En su honor, hoy en
día bailan, sacrifican animales y beben tesgüino.
Ahí donde la Sierra Madre Occidental se torna más agreste y accidentada
viven los tarahumaras o tarahumares, que se llaman a sí mismo rarámuri.
Hace unos 300 años los tarahumaras se disgregaron de un grupo nómada que
viajaba por la costa oocidental de México rumbo al sur. Conforme el grupo
avanzaba, se iba dispersando. A los que llegaron al sur de la sierra se les
conoció como huicholes y coras, y los que se establecieron en Sonora y
Sinaloa formaron más tarde los grupos yaqui y mayo. Se cree que otro grupo
viajó río arriba, por profundas barrancas, atravesó la Sierra Madre
Occidental y habitó las planicies cercanas a la actual ciudad de Chihuahua.
Con la llegada de los españoles, los tarahumaras se refugieron en las
montañas y barrancas de la sierra. Se trata de un pueblo muy resistente a
las adversidades, que vive en pequeños núcleos.
La mayoría cultiva máiz y frijol, y cuenta con un poco de ganado. Debido a
lo precario de su economía algunos buscan trabajo en los aserraderos. La
vida de este grupo ha cambiado; el antiguo rarámuri tenía una dieta bien
balanceada, pues además de consumir los productos agrícolas de la región,
comía carne de animales silvestres que él mismo cazaba; en la actualidad han
incorporado a su alimentación productos industrializados, que la más de las
veces no son lo suficientemente nutriticvos. Actualmente los tarahumaras
constituyen el grupo indígena más numeroso del estado de Chihuahua.
Héroe de la sierra, con fuerza de hierro, voluntad indomable y la palabra de
poeta. Levantó a sus hermanos e incendió la sierra con su oratoria. Hizo
renacer el alma indígena en el coraje y orgullo de su casta. El alma fuerte
y misteriosa de los raramuri sigue viva después de siglos, como la voz del
guerrero poeta Teporaca, que aún resuena en las montañas.
En la Sierra Madre Occidental, han vivido por cientos de años los rarámuri
(“los de los pies ligeros”) o tarahumaras. Durante la Colonia los misioneros
jesuitas lograron llegar hasta lo alto de la sierra a enseñar a los indios
la religión y costumbres cristianas. Sin embargo, hoy en día los tarahumaras
viven y dominan esa sierra magnífica manteniendo una mezcla de creencias
entre su religión y la que antaño predicaron los msioneros. Los hombres son
esbeltos, con músculos fuertes, han sido reconocidos como los mejores
corredores de resistencia. Las mujeres son más bajitas, su faz es ovalada,
de ojos negros y oblicuos y nariz recta. Ambos tienen una negrísima
cabellera, lacia y pesada. El hombre lleva un taparrabo sujeto a la cintura
con un triángulo largo de tela hacia atrás, camisa suelta, huaraches y la
frente ceñida con una tira “kowera”.
Las mujeres usan falda ampona y blusa suelta, casi siempre cubren su cabeza
con una pañoleta, llevan una faja de lana tejida, “pukara”, alrededor de la
cintura. Su lengua es dulce y predominan los vocablos referentes a sus
costumbres y su entorno, con palabras corteses como “te saludo, como la
paloma gorjea, te deseo salud y felicidad con los tuyos”.
El clima les marca su lugar de habitación: durante primavera, verano y
principios de otoño, viven en los altos valles, sembrando y cosechando; al
llegar el frío invierno bajan la sierra hasta llegar a sus aldeas, a casitas
de madera o a sus amplias cuevas. Cada casa tiene su fogón y en las cazuelas
que fabrican cocinan los granos de maíz y frinol que cosecharon en la
temporada. Entre los tarahumaras todo pertenece a todos, no existe la
propiedad privada, así comparten techo y comida. Entre todos eligen un
gobernador -un hombre que destaca por sus servicios e inteligencia-, que a
su vez elige gobernadorcillos: sacerdotes, curanderos y sabios. Estos
recorren las aldeas que les corresponde cuidar predicando el orgullo de ser
rarámuri, las costumbres y moral que deben tener, fungen como jueces en
problemas y se encargan de los rezos. Para preparar su bebida ritual: “el
tesgüino”, usan ollas de barro donde se fermenta el maíz con que se elabora.
Para almacenar agua utilizan medias calabazas, y para efectuar sus largos
recorridos cargan pinole -polvo de maíz endulzado- en sus guajes. Fabrican
violines y grandes tambores para tocar en sus ceremonias. De sus tradiciones
culinarias todavía conservan un platillo que se prepara en distintos sitios
del estado: “chacales”, delicioso caldo preparado con máiz quebrado y
cocido.
Ritos Raramuris
Rayénari, tu eres el padre, te reverenciamos cuando apareces en el
horizonte, con todo tu poder, luz y calor, llenas de brillo el mundo. Ya se
ha ido a descansar, nuestra madre, la luma Metzaka. que es blanca y pura.
Por eso sacrificamos borregas blancas, gallos blancos y chivos blancos.
“Los tarahumaras le rinden culto a un principio trascendente de la
naturaleza, que es macho y hembra, y dicho principio lo llevan sobre sus
cabezas, en una cinta con dos puntas, eso indica que son una raza unida a
las fuerzas originales, macho y hembra, con las cuales trabajó la
naturaleza”. Así describió el fundamento religioso de los rarámuri Antonin
Artaud -gran poeta francés-, que vivió en 1936 una temporada en la sierra
tarahumara. El “yumari” es uno de los bailes más importantes para los
rarámuri, durante toda una noche se ayuda al Padre Sol y a la Madre Luna a
producir lluvia. En la danza se imitan los movimientos de los venados, que
fueron los que enseñaron a los hombres el yumari. Las mujeres forman un
círculo alrededor de una fogata, se hincan y pegan la frente al suelo y
cantan el coro “el yumari”. Al ritmo de los tambores bailan, dibujan con sus
pies al sol, la luna y las estrellas. Para todas sus ceremonias preparan
tesgüino, una bebida muy importante para ellos, hecha de maíz molido y
fermentado; durante las ceremonias lo beben en jícaras. Por eso son llamadas
por los “chabochis” -hombres blancos-, “tesgüinadas”.
El Peyote
El peyote, “jículi”, es para los tarahumaras un cacto protector, guardian
contra ciertas enfermedades y peligros. Además es motivo de una de las
fiestas mas importantes que se llevan a cabo en su honor por medio del baile
jículi. Para esta ceremonia preparan “tonari”, comida ritual que es un
cocido de res, papas y calabazas, sazonado con especies recolectadas en la
sierra. También se bebe tesgüino de hecho, antes de comer el peyote, éste
mismo se rocía con la bebida ceremonial. El baile se hace alrededor de una
fogata y una cruz, el sacerdote escoge dos mujeres que se encargan de moler
el peyote en un metate, el jugo -que es espeso y de color pardo- se vierte
en una jícara, y de ésta beben los participantes en el baile. La ceremonia
dura toda la noche, y en distintos intervalos, se bebe, se baila y se come.
Además del tonari, las mujeres han cocido gorditas, atole, tamales y
mazorcas cocidas, todo condimentado con especies y frutos silvestres. Al
salir el sol, almuerzan tranquilos para reponer fuerzas y luego regresan a
sus casas.
Semana Santa
Desde una semana antes del jueves santo, vuelcan toda su energía y trabajo
conjunto para la celebración, durante tres largo días, de la Semana Santa.
Los jóvenes regresan del bosque cercano con pequeños pinos con los que se
construiran arcos hasta de cuatro metros de alto, para colocarse frente y
alrededor de la iglesia. Estos arcos, coronados con grandes flores de yuca,
sirven durante el ritual de Semana Santa como estaciones, en donde un grupo
de hombres y mujeres -previamente designado- bailan y rezan. Estos arcos
también se instalan frente a la casa donde se prepara y se sirve el
tesgüino.
Durante tres días no dejan de sonar los tambores. Flautas y violines hacen
recordar música de antaño. Hay mucha actividad en el pueblo; los ancianos
van y vienen, mientras los niños juegan entre las mujeres que muelen el maíz
para el tesgüino. Justo antes del anochecer, uno de los chamanes entra al
atrio de la iglesia seguido por tres hombres que portan pequeñas vasijas
llenas de esta bebida. El chamán sostiene sobre su cabeza olotes ardiendo y
un cuchillo, los cuales utiliza para señalar, frente a la cruz de madera,
los cuatro puntos cardinales. Los tres hombres que lo acompañan rocían el
piso con el líquido de sus vasijas, el rito se repite tres veces.
El jueves santo, a media noche, la muchedumbre se dispersa, y cerca de la
una de la mañana sólo el misterioso sonido de los tambores se escucha en la
oscuridad.
La mañana del viernes santo, los soldados y fariseos, representados por dos
grupos de hombres pintados con cal y ocre, “los pintos” danzan durante
treinta y seis horas. Donde quiera que ellos realizan su representación, se
sirve tesgüino. Los danzantes llevan dos figuras de paja -una femenina y
otra masculina- representando a Judas. El viernes es el único día que
participan las mujeres en la procesión, cantando y echando incienso
alrededor de la iglesia.
Para entonces, el atrio se encuentra atestado de bailarines y músicos
tocando sus tambores, violines y flautas; los ancianos también están
presentes. Esa noche es cuando los tarahumaras realmente gozan de la fiesta:
beben, bailan, ríen y chismean; despúes más baile y saltos, acompañados
siempre del agudo sonido de los tambores. El sábado en la mañana los grupos
de soldados y fariseos danzan en los cerros. Al mediodía los grupos de
danzantes llevan a cabo su representación en el atrio del templo. Son los
“matachines” que se mueven rítmicamente al compás del violín y la guitarra.
En la tarde, el maestro de ceremonias destruye todos los arcos que están al
frente de la iglesia, mientras los artistas y espectadores se retiran
lentamente hacia el campo. Allí son quemados los Judas.
Olimpiadas en la Tarahumara
Se organiza entre varias aldeas una competencia deportiva. Los hombres hacen
carrera de bolas y las mujeres lanzamiento de aro. Los recorridos de la
carrera llegan a ser de hasta 200 km, y duran dos o más días. La noche
anterior cada grupo hace una ceremonia preparatoria, practican abstinencias
y se masajean los músculos con grasa de borrego. Un jugador de cada equipo
arranca pateando una bola hecha con madera de encino, y corre seguido de sus
partidarios, turnándose la pelota hasta llegar a la meta; la ruta se traza
de antemano por los vericuetos de las montañas. Las apuestas se hacen con
costales de maíz, ropas y animales de granja,. Los atletas son muy
reconocidos en las comunidades. Las mujeres empujan un aro de ramas tejidas
con un palo curvo, su trayecto es más corto que el de los hombres. También
hay dos bandos y apuestas. Al terminar las justas, hay banquete y
tesgüinada.