Los 6 Soles

Los 6 Soles

El Sol de Agua.

He aquí el relato que solían contar los Viejos Abuelos, en un cierto tiempo que ya nadie puede contar, del que nadie ahora puede acordarse, fue que nació el primer Sol o era que se inició cuando Quetzalcóatl alienta con su soplo divino el desarrollo de los primeros seres humanos, pero en este primer Sol, Tezcatlipoca su eterno adversario provocó un gran diluvio e hizo que los seres humanos perecieran ahogados y se convirtieran en peces. En esta época se comía el teocentli.

El Sol de Fuego.

Pasaron muchos años en que la tierra se mantuvo a obscuras y sin seres humanos que la habitaran. Pero entonces los dioses iniciaron de nuevo otro intento de perfección y pusieron a Tlalóc, el dios de la lluvia y el fuego celeste ha crear el siguiente Sol. Pero ahora Quetzalcóatl hizo que lloviera fuego y los seres humanos se quemaran convirtiéndolos en pájaros. La comida de esa época era -el acecentli- llamado maíz de agua.

El Sol de Viento

Nuevamente la tierra paso muchos años sin la luz del Sol y sin seres humanos que adoraran a los dioses. Fue entonces que Quetzalcóatl hizo el tercer Sol, otro intento de mejorar a la humanidad. Fue en aquella época cuando los seres humanos comían accocentlí, una bellota que se da en los pinos. Pero ahora Tezcatlipoca provocó grandes vendavales que derribaron a todos los árboles y acabaron con casi todos los humanos y los pocos que se salvaron se convirtieron en monos.

El Sol de Tierra.

Este Sol fue alentado por Tezcatlipoca, para que lo poblaran creó a los gigantes, seres muy grandes que cuando se caían ya no se levantaban. Estos gigantes no sembraban ni cultivaban la tierra, ellos sólo comían raíces, bellotas y frutos que recogían del campo. Sin embargo un día Quetzalcóatl derribó a Tezcatlipoca con su bastón e hizo que cayera en el agua, transformándose en un tigre quien se comió a todos los gigantes dejando nuevamente despoblada a la tierra y sin Sol.

“El Temblor”

Cuando aún era de noche,
cuando aún no había día,
cuando aún no había luz,
se reunieron,se convocaron los dioses allá en Teotihuacán.
Dijeron,
Venid acá,
¡Oh dioses!
¿Quién se hará cargo
de que haya días,
de que haya luz?

Según Dicen Nuestros Antepasados, cada ciclo destructivo en las diferentes etapas de la tierra, representaban soles.

Los soles representaban una etapa destructiva hacia la tierra, inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, caída de meteoritos, incendios, Etc.

De estos ciclos, en el que nos encontramos actualmente, se llama, el Quinto Sol,

del cual existe un pequeño relato tolteca.
Quinto Sol “Nahui Ollin”

Los Dioses se reunieron en Teotihuacan, y todos se formaron al rededor de una hoguera. Los dioses hablaron así…

Vamos A crear un Quinto sol, para eso, uno de nosotros tendrá que arrojarse a la hoguera. – Dijo un Dios ahi reunido – Nadie Hablo… la hoguera ardía vivamente, pero todo era silencio. Se levanto alguien, un ser envuelto en mantos negros, un dios cubierto de verrugas y costras. Se levanto con timidez, y se puso a temblar. Los demás dioses, lo miraban con desprecio. El arrogante Tecuciztecatl, vio un dios tan pequeño, y sin embargo, se había ofrecido para convertirse en el Quinto Sol, se puso de pie. – ¡Silencio! -Grito.

Ea pues, Tecuciztecatl, entra en el fuego, – dijeron los demás dioses – El dios arrogante, sonríe mientras va caminando hacia la viva hoguera, pero al sentir al calor, pierde la confianza, le da miedo. De nuevo intenta, cierra los ojos y camina de nuevo, lanza un grito al acercarse al Fogón Divino, pero no puede avanzar mas. Los demás dioses, se levantan indignados, Tecuciztecatl, ruge e intenta lanzarse a la hoguera, lo intenta cuatro veces.

Nanahuatzin, prueba tu.

El dios feo, arrugado y tembloroso, arranco sus vestiduras negras y se para en frente del fogón divino. Nanahuatzin se arroja a las llamas del fogón, y en aquella plaza de teotihuacan, hubo una gran explosión, Nanahuatzin fue tragado por el cielo, y todo se torno oscuro y frió.

Luego, en esa noche obscurísima, los dioses se sientan, exhaustos a esperar la salida del nuevo sol. Al fin comienza a ponerse colorado el cielo y en todas partes aparece la luz del alba. Exhalando un suspiro los dioses se hincan de rodillas para ver por donde saldrá el feo Nanahuatzin. Miran por todas partes sin poder acertar donde aparecerá. Solo el dios Quetzalcoatl sabe el lugar en que aparecerá el Quinto Sol. Y cuando aparece en el cielo, por el oriente, emerge de un color rojo encendido y tambaleandose de uno a otro lado. Nadie lo puede ver, tan brillante y dorada es la luz que despide.

-Pero, como habremos de vivir?- clamann entonces los dioses- No se mueve el Sol! No sigue su camino por el cielo! No hay ni noche ni día!

El Sol sigue tambaleándose de un lado a otro. Sin embargo, no avanza por el cielo. Tiene vértigo. Alguien canta allá a lo lejos: “El Quinto Sol se llama el Sol del Movimiento porque sigue su camino; pero tú no te mueves, Nanahuatzin! ¡TU NO TE MUEVES!

Los dioses dan un grito y se clavan en las venas sus cuchillos de obsidiana, ofreciéndole al Sol su propia sangre, que va subiendo hasta el cielo. Luego la sangre se convierte en un gran viento que sopla sobre el Sol y lo hace levantar como si estuviera flotando. Este pasa volando por delante de los sacerdotes, quienes se afanan por detenerlo, pero el Sol ya esta bajando por la escalinata, precipitadamente… huyendo hacia el horizonte que empieza a empaparse de sangre…”

Este es el sol que nos alumbra, nos alimenta y nos calienta. Se esta moviendo constantemente sobre nuestras cabezas, y moviéndose nuestro sol, vamos a perecer, para dar paso al siguiente sol, mas perfecto.

El sol simbolo

Culto al Sol, devoción religiosa al Sol, considerado tanto una deidad como símbolo de la divinidad. La adoración al Sol era practicada en Estados Unidos por la confederación iroquesa y el pueblo tsimshian, así como por algunas culturas de las Grandes Llanuras, y alcanzó un alto grado de desarrollo en el México y el Perú precolombinos. En el México prehispánico, la mitología náhuatl consagró a Teotihuacán como la ciudad de los dioses cuando éstos se reunieron después de la desaparición de los primeros cuatro soles que habían alumbrado al mundo. El dios Nanahuatzin, débil y enfermo, se sacrificó arrojándose al fuego para convertirse en el quinto Sol, gracias al cual sigue existiendo la vida. Teotihuacán fue el precursor de la que siglos más tarde sería la Gran Tenochtitlan, el Imperio del Sol, centro religioso, cultural y político de Mesoamérica.

El conjunto de culturas mesoamericanas compartía una forma de pensamiento en la que el Sol es el fuego, el cielo diurno, el dador de vida. Así, en la cultura náhuatl se le llama Tonatiuh, en la zapoteca Copijza, en la maya Hunabku y en la tarasca Curicaveri.

El Sol era considerado el símbolo de la vida al que es necesario asegurar la fuerza para luchar contra los enemigos de la noche y, que de esa forma, pueda alumbrar cada mañana, gracias al alimento divino que es la sangre humana. El ciclo solar recrea la existencia humana en un solo día; así, el Sol joven sale en la mañana, madura al mediodía y envejece al atardecer. En el ocaso lo devora la Tierra y se sumerge en el inframundo, en el dominio de los muertos. Para volver a nacer cada día debe nutrirse de lo más preciado del ser humano: su sangre.

Algunos historiadores afirman que el juego de pelota (como el de la ciudad maya de Chichén Itzá), un rito deportivo-alegórico, simboliza el combate entre las fuerzas antagónicas del cosmos: el bien contra el mal, el Sol contra la Luna, el Cielo contra la Tierra. Tradicionalmente se ha afirmado que los perdedores en el juego de pelota eran sacrificados para ofrecer su sangre a los dioses, pero una revisión moderna de la historia apunta a que pudieran ser los vencedores a quienes se les concedía el honor de ofrendar su sangre como alimento de las deidades solares y, de ese modo, morir como los guerreros en batalla, a los que se aseguraba la gloria eterna. Los muertos en combate eran los encargados de conducir al Sol que nace cada día, mientras que las mujeres muertas en el parto lo acompañaban por la tarde a su morada final. Según los aztecas, el papel que debía cumplir el individuo era estar del lado del Sol, del bien, para que éste siguiera prodigando la luz del día, así como los demás dioses proveían de agua o de semillas. Las personas no debían preocuparse por sus problemas sino porque los dioses siguieran vivos para poder resolverlos.

El culto al Sol en la Gran Tenochtitlan condujo a organizar, a mediados del siglo XV, las ‘guerras floridas’, una serie de enfrentamientos que llevaron a cabo los aztecas o mexicas y los texcocanos contra señoríos vecinos, sin que existiera enemistad previa ni afán de dominación, sino el propósito místico de tomar prisioneros para sacrificarles a los dioses que habían mandado sequías y hambrunas, tal vez como síntoma de su molestia por la falta de alimento espiritual.

En el Perú prehispánico, la muerte de los primeros tres soles por la indiferencia de los humanos dio origen al cuarto Sol, obra de Viracocha. Este dios emergió del lago Titicaca para crear el Cielo, la Tierra, el Sol y la Luna y mandar salir a los hombres de las profundidades de la Tierra; luego desapareció en el mar. Después de Viracocha, Inti, el Sol, es el dios más importante ya que a él se deben todos los beneficios que hacen posible la agricultura. El inca, supremo soberano, recibía su poder directamente de Inti, siendo considerado hijo del dios Sol. La adoración del Sol comprendía un gran número de templos dedicados a él, dentro de los cuales destaca el Koricancha (Cuzco), un séquito de mujeres llamadas Acllas dedicadas a la elaboración de chicha y tejidos para los ritos en su honor, una serie de posesiones materiales y una fiesta que se prolongaba durante todo el mes de junio, cuando se celebraba el Inti Raymi. Además, todos los días del año se sacrificaba una llama en honor del Sol, excepto el primer día de cada mes, cuando se llegaban a sacrificar hasta un centenar de llamas que luego eran consumidas por el fuego.

En la India, el Sol personificado como Surya era un dios hindú, considerado maléfico por los drávidas del sur y benévolo por los munda de las zonas centrales. Los babilonios eran adoradores del Sol, y en la antigua Persia la adoración del Sol formaba parte del elaborado culto a Mitra, que más tarde se extendió por todo el Imperio romano. Los egipcios de la antigüedad adoraban a Ra, dios del Sol. La diosa del Sol, Amaterasu, es la deidad más elevada del panteón sintoísta y tutelar de la casa imperial japonesa.

En la antigua Grecia, las deidades del Sol eran Helios y Apolo. La adoración a Helios estaba muy extendida; templos dedicados a él fueron construidos en Corinto, Argos, Troezen (que ya no existe) y otras muchas ciudades, pero el asentamiento principal se encontraba en la isla de Rodas, en el Dodecaneso, donde cada año se sacrificaban al dios cuatro caballos blancos. Un sacrificio similar se ofrecía en la cima del monte Hagios Elias, en los montes Tayeto de Laconia. Más tarde casi todas las funciones de Helios fueron atribuidas al dios Apolo, en su advocación de Febo. La adoración del Sol continuó en Europa incluso después de la introducción del cristianismo, como se hace patente por su pervivencia disimulada bajo ritos y celebraciones cristianas tradicionales, como la hoguera de Pascua y el leño de Navidad que se quema en los países anglosajones. La adoración del Sol, o al menos las religiones centradas en una deidad solar, es poco frecuente en general. La mayoría de las culturas que muestran cultos solares estaban altamente organizadas y gobernadas por un monarca, emperador o elite aglutinadora que se sumaba al ideal del reino solar para justificar y consolidar su posición.

tonalpohualli cuenta de los dias y el tonamalatl

La mayor parte de los estudiosos del saber tolteca suelen traducir la voz tonalpohualli por “cuenta de los días y de los destinos”, entendiendo que este vocablo nahua se refiere a un conjunto de 260 signos, cada uno de los cuales sirve para denominar a un día ó tonalli, y caracterizando a este sistema simbólico como calendario adivinatorio.

Filósofos y sacerdotes nahuas llaman Tonalamatl al libro ó amoxtli que desarrolla la representación gráfica de la cuenta de los destinos. La Historia general de las cosas de Nueva España en su libro IV, obra escrita por fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), muestra ejemplarmente lo que debería entenderse, según la versión castellana clásica, en relación al amoxtli y a su contenido.

Sahagún se negó a considerar a la tonalpohualli como calendario y a las interpretaciones proféticas del libro como legítimas: “Estos adivinos [los tonalpouhque] no se regían por los signos ni planetas del cielo, sino por una instrucción que según ellos dicen se la dejó Quetzalcóatl la cual contiene veinte caracteres multiplicados trece veces…Esta manera de adivinanza en ninguna manera puede ser lícita, porque ni se funda en la influencia de las estrellas, ni en cosa ninguna natural, ni su círculo es conforme al círculo del año, porque no contiene más de doscientos sesenta días, los cuales acabados tornan al principio. Este artificio de contar, o es arte de nigromántica o pacto y fábrica del demonio, lo cual con toda diligencia se debe desarraigar”.

En el pasaje citado de la obra del franciscano se plantean los asuntos que son cruciales esclarecer para comprender el mensaje del Tonalámatl: el origen divino de la tonalpohualli, sus características como concepto matemático y su relación con la astronomía, con la cronometría y con la adivinación.

El comentario al Tonalamatl transmitido en caracteres latinos más importante existente se encuentra en el Códice Florentino, se expresa en lengua náhuatl y fue asentado según los conocimientos de los informantes indígenas de fray Bernardino de Sahagún durante el siglo XVI. Al menos una veintena de ancianos, tres escribanos y cuatro gramáticos latinos, entre los que sobresale Antonio Valeriano, participaron bajo la dirección del franciscano en la elaboración del códice de Florencia.

En el libro IV del Códice Florentino el comentario se hace en torno a la tonalpohualli distribuida en 20 grupos de 13 tonaltin cada uno. Tal distribución de la cuenta de los destinos aparece congruentemente ilustrada en el Códice Borbónico, en el Tonalámatl de Aubin, en los códices Vaticano A, Vaticano B, Telleriano-Remensis, y en el Códice Borgia. Anotaciones y glosas explicativas escritas con letras latinas aparecen además en los códices Telleriano, Vaticano A y Borbónico. En todas las fuentes escritas de este conjunto se enfatiza la relación de la tonalpohualli con la adivinación, procurando asociar a cada uno de sus signos con la fortuna buena, mala ó indiferente que le corresponde. Ninguna de estas fuentes aventura una razón que apunte a explicar el origen lógico de la cuenta.

El Tonalámatl es una obra muy compleja; se trata al mismo tiempo de una composición pictórica que literaria; contiene mensajes con valores lo mismo lógicos que analógicos; difícilmente puede establecerse para él una clasificación entre los géneros de la literatura conocidos por los europeos. Se ha dicho del Tonalámatl que es un libro de sortilegios, lo cual es sólo una parte de la verdad. Ciertamente ha sido un libro utilizado hasta hoy por algunas personas para realizar adivinaciones; mas el contacto directo con el amoxtli también revela otras vertientes de lectura.

Como pictografía, en el Tonalámatl, materiales, colores, formas, dimensiones relativas de los elementos, distribución de éstos, en fin, el arreglo todo, tienen un cometido expresivo, al mismo tiempo ritual y simbólico. Como obra literaria, se organiza de tal modo que describe el despliegue de un argumento en 20 partes. En su aspecto expositivo se revela conteniendo el desarrollo de diversas bases numéricas, 9, 13, y 20 principalmente, relacionadas entre sí. Por estas razones, una lectura analítica del Tonalámatl ha de comprender al menos dos etapas: una en la que se describan los mensajes lógicos del manuscrito y otra en la que se describan sus mensajes analógicos.

El mensaje lógico más evidente del Tonalámatl es matemático, pues el manuscrito muestra la estructura interna de la tonalpohualli. Dado que cada término de la cuenta de los días y de los destinos representa igualmente valores cuantitativos que cualitativos, el Tonalámatl resulta ser al mismo tiempo una obra objetiva que subjetiva, en sí mismo abarca las dos posibilidades. En cuanto que obra objetiva, el Tonalámatl muestra los aspectos matemáticos, geométricos y astronómicos que son la base de la ciencia tolteca. Como obra subjetiva el amoxtli muestra las figuras arquetípicas con que se relaciona cada una de las 260 cifras de la tonalpohualli; cada tonalli dibujado en el amoxtli puede asociarse a diversos objetos, a veces a una parte del cuerpo, otras a un rasgo de personalidad, otras a un rumbo del espacio, otras a un ave, otras a un vegetal, y así casi de modo indefinido. La matemática tolteca, a diferencia de la moderna, se halla íntimamente ligada a la metafísica y aún a la poesía.

En el proceso de lectura cognitiva, el mensaje primero del Tonalámatl es geométrico y matemático, el mensaje segundo es astronómico, el tercer mensaje es mitológico, de éste se derivan mensajes metafísicos: éticos y ontológicos. Como si fuese un mapa (un dibujo a escala de un territorio dado), el Tonalámatl muestra a sus lectores la estructura de los fenómenos en el espacio-tiempo y la carga energética relativa de cada una de sus partes, así como ilustra los juicios correctos y la conducta justa para cada situación vital.

Para conocer, al menos en sus aspectos más sobresalientes, las características y aplicaciones de la tonalpohualli es preciso conocer el libro que la contiene. De los libros elaborados en tiempos anteriores a la conquista, el llamado Tonalámatl de Aubin, al que prefiero denominar Tonalámatl de Tlaxcala, servirá aquí como modelo de tal obra. El manuscrito citado fue compuesto sobre una tira de papel de amate plegada en 20 folios. El pintor analizó la superficie total del papel en 1440 unidades cuadradas. En cada folio reservó un área de 20 unidades cuadradas para dibujar la escena que se conoce como regencia de la trecena; el resto del espacio se divide en unidades cuadradas mediante líneas rojas. En cada folio aparecen los signos de 13 tonaltin, 13 representaciones de personajes divinos asociables cada uno a un numeral de la trecena, 13 volátiles y 13 personajes divinos de una serie de 9 (por lo cual 4 de ellos se repiten en la misma trecena); cada uno de estos elementos se dibuja dentro de un cuadrado de tal modo que el área total de cada folio se analiza en 20 unidades cuadradas para la regencia y 52 unidades cuadradas para los tonaltin y sus elementos asociados, sumando 72 unidades cuadradas que multiplicadas por 20 arrojan el área total que tiene la superficie de la tira de papel sobre la que se extiende la pintura.

Existen diversos modos de representar cantidades; hoy como antaño se ha representado a las cantidades mediante numerales, letras y formas geométricas. Los olmecas crearon un sistema de escritura numeral y también usaron logogramas y formas geométricas para representar números; ellos estructuraron la tonalpohualli combinando logogramas y numerales para crear pares ordenados de números. Como es sabido actualmente, un par ordenado de números ha de graficarse en el plano complejo y no en la recta numérica ó sistema Coordenado Lineal. Todo término de la tonalpohualli vale, en cuanto que relación de un logograma (de base 20) con un numeral (de base 13), como un número que tiene su gráfica en el plano. Un rectángulo de 260 unidades cuadradas representa geométricamente a la tonalpohualli. En la cronometría maya, heredera de la olmeca, la base aritmética 260 se pone en relación con la base 360 para medir los ciclos astronómicos que sirven de referencia para llevar la cuenta de los múltiples calendarios cívicos. Para el astrónomo tolteca es práctico suponer que un ciclo tiene una forma circular: de este modo puede calcular la medida de su perímetro a-priori, asumiendo que tiene 360 partes. Así, un día contiene 360 partes lo mismo que una veintena de días ó que un año, ó que una Era Precesional: la observación y el cálculo permiten entrever de qué parte se trata. Como a la observación, los ciclos celestes particulares no se presentan en números exactos de días, el astrónomo intuyó la presencia de una regla de variación de la medida “real”, representable por fracciones, con respecto a la medida “ideal”, expresada en números enteros. A-priori, todo ciclo presenta 360 partes, todos los ciclos son en ese sentido idénticos, varían sólo con respecto a una escala, siendo un círculo n veces más grande ó más pequeño que otro.

Para representar en un área rectangular las partes constitutivas de todo ciclo cronométrico mesurable al modo tolteca, se requiere una cantidad que sea múltiplo de 360; para que esa área sea cuadrada se toman 4 ciclos juntos para ser analizados en 1440 partes. Esta regla matemática, que establece por convención el análisis de un todo en 1440 términos, se muestra a sí misma en las medidas y divisiones del manuscrito de Tlaxcala.

Las bases aritméticas 13 y 20, sin ser las únicas usadas por los toltecas, sirven perfectamente, funcionando en relación una con otra, para representar los momentos básicos del despliegue ó manifestación de cualquier ente. Cada uno de los 260 estadios de manifestación de un todo se simbolizan mediante la animación y la personificación en el Tonalámatl. Las bases 9, 13 y 20 son con evidencia usadas en el amoxtli; los toltecas consideran que inteligencias supremas simbolizadas por estos números influyen sobre la vida humana y por ello representaron sus términos gráficamente como divinidades.

La clave para entender el simbolismo de la tonalpohualli y del Tonalamatl se encuentra en el sistema numérico vigesimal. Los 20 signos de cempohualli, “una cuenta”, lo mismo representan la categorización del Ser en la ontología, que la del espacio-tiempo y sus transformaciones en la cosmología, ó la del ser microcósmico en la antropología. A cada número de la veintena corresponden asociados una altura solar con respecto al plano terrestre en la cronometría diaria y un dedo del cuerpo humano. Cada término de la veintena, y cada término de la tonalpohualli connotan valores matemáticos, astronómicos y antropológicos, asociados a valores ontológicos, teológicos y éticos.

Los sabios mesoamericanos utilizaron diversas bases aritméticas aplicadas a la comprensión de un mismo objeto; entendieron que toda base numérica es múltiplo ó submúltiplo de otra, así 20 es múltiplo de 5 y submúltiplo de 260. Los números se piensan en el plano. El Tonalámatl es un modelo plástico de la estructura del movimiento del espacio-tiempo en el plano complejo, muestra, si se quiere “primitivamente”, el modo en que la unidad plana crece. El Códice Dresde, a diferencia de otros, contiene tablas numéricas que exponen con suficiente claridad el modo en que la tonalpohualli se aplica al cálculo astronómico; entre las cantidades registradas en este libro maya se encuentran los llamados “Números de Anillo”, que son análogos a los números negativos de la matemática moderna; tal vez no sean números negativos, pero se constituyen de tal modo que hacen posible la noción de inverso de un número. El Manuscrito de 1558, documento elaborado en lengua nahua, contiene información que desde el punto de vista matemático alude al conocimiento de cantidades elevadas al cuadrado y al conocimiento del conjunto de los números reales. En prácticamente todos los llamados códices mesoamericanos conservados, y no sólo en los nahuas, se representa de algún modo a la tonalpohualli y a sus términos como pares ordenados de números; mixtecas y mayas también registraron en sus libros signos para la cuenta de 260 términos. La arqueología confirma que ya los zapotecos durante el preclásico conocieron la cuenta de los destinos, establecida presumiblemente por los olmecas a quienes se atribuye también el descubrimiento del cero. Desde tiempos de los olmecas los toltecas tuvieron conocimiento del plano complejo, el Tonalámatl de Tlaxcala muestra perfectamente cómo este plano es graficado.

El Tonalamatl representa la conciliación entre los términos del ente y los días del año vigesimal con el número 1440, ó sea, 4 veces 360; de este modo el amoxtli se convierte en un verdadero resumen plástico ó modelo físico de las relaciones entre Ser y Tiempo. El Tonalamatl enseña que el Ser es Uno Dual y que existen 20 diferentes modos de hablar de Él. También enseña que cada uno de los 20 aspectos del Ser presenta a su vez 13 momentos ó niveles, por lo que las formas de hablar del Ser se elevan a 260. Cada tonalli en el amoxtli expresa simbólicamente la constitución dual del ente mediante números: su aspecto masculino en base 20, el femenino en base 13. La tonalpohualli forma parte esencial de un sistema lógico-matemático, que permite al usuario de cualquier especialidad científica categorizar sus entes, lo mismo diacrónica que sincrónicamente, aplicando de modo simultáneo el sistema vigesimal y otras bases aritméticas (4, 5, 9 y 13 principalmente) al análisis de un objeto de conocimiento considerado como un todo, ó bien a la comprensión del objeto en términos de su pertenencia a una totalidad. En este sistema algebraico un tonalli representa no sólo a un día, sino a cualquier ente. El Tonalamatl representa para el astrónomo la estructura de un ciclo completo de precesión del eje terrestre. Para comprender y explicar en qué sentido son idénticos un día, un año solar y una era precesional, los sabios anahuacas realizaron complejos cálculos matemáticos; el sistema aritmético de base 20 por sí sólo era y es insuficiente para servir como modelo estructural de las transformaciones del espacio-tiempo al modo en que fueron concebidas por aquellos pensadores. Matemáticamente un tonalli no es sólo signo de un número entero, sino que explícitamente es además signo de un par ordenado. La tonalpohualli es modelo lógico-matemático (tezcanicuilli) lo mismo del macrocosmos (Cemanahuac) que del microcosmos (Tlacatl). Según el sistema de pensamiento tolteca, todo ente es categorizable en 260 términos, siempre los mismos; lo cual equivale a decir que lo micro es estructural y esencialmente idéntico a lo macro. La elegancia y belleza del sistema matemático tolteca permite no sólo calcular con precisión ciclos astronómicos, sino también vislumbrar a través de lo cíclico el sentido de la condición humana. El hombre se concibe entre los toltecas como un microcosmos, formado a imagen y semejanza del macrocosmos. Todo individuo tiene su lugar propio en el universo, el momento en que nace determina sus ritmos de vida; como los ciclos astronómicos también la vivencia humana es categorizable en 260 términos, alrededor de uno de estos 260 caracteres gira la psicología individual. Al registrar términos algebraicos a los que pueden asignarse valores astronómicos y al asociar a cada término un simbolismo teológico y filosófico, el Tonalámatl se constituye como el mejor resumen pictórico-literario del saber ancestral tolteca.

Al conocer correctamente el contenido del Tonalamatl será posible conocer mejor los principales rasgos de la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos todos, y no únicamente los de los nahuas: su Ciencia, su Teología, su Filosofía, su Mitología y su moralidad. Sin duda la lectura de los aspectos adivinatorios del Tonalámatl ha predominado sobre la lectura de los aspectos matemáticos, geométricos y metafísicos del manuscrito al menos a lo largo de los últimos 5 siglos: las razones han sido múltiples. Una lectura crítica del amoxtli que abarque lo mismo sus aspectos filosóficos que científicos está aún por hacerse, sin duda especialistas de diversas disciplinas intervendrán en su elaboración. Sobre todo es deseable que sean no los historiadores de la filosofía ni los antropólogos únicamente sino también los iniciados en la Machiliztli quienes comenten el libro. El presente trabajo se limita a recoger, de las fuentes más directas y al alcance de los estudiosos, evidencia de que la lectura del Tonalámatl no se restringe a la profética, evidencias por cierto que no pretenden ser determinantes sino indicativas; por método tal tarea ha supuesto destacar los aspectos lógicos del amoxtli, procedimiento ajeno al discurrir tolteca y que aquí sirve sólo para sugerir que fueron los antiguos sabios de mesoamérica también insignes científicos.

para ver mas sobre el tonamalatl
http://www.tuobra.unam.mx/publicadas/05102…6-Cap_iacu.html

Las críticas de Bernal Díaz del Castillo a la “Historia de la conquista de Méxic

de López de Gómara

Se ha dicho —lo ha dicho Prescott— que los dos pilares en que reposa la historia de la conquista de México por los españoles son las crónicas de Gómara y de Bernal Díaz del Castillo. Ahora bien, estos dos pilares, más que como tales, con su inmutable simetría, yo los veo como sensibles columnas termométricas que varían de continuo según se producen en el ambiente determinadas alteraciones.

En la actualidad asistimos a un alza de Bernal Díaz, quien parece haber sobrepasado definitivamente a Gómara, sin que a éste le queden ya posibilidades de recuperar el terreno perdido. Yo mismo, en el XXVI Congreso de Americanistas, celebrado en Sevilla en 1935, rompí una lanza en favor de Bernal —con la edición de cuya crónica me ocupaba entonces—. Me hice eco de las críticas al uso contra Gómara y le llamé panegirista de Cortés, adulador servil y no sé si alguna cosa más.

Lo que, en realidad, me pasaba entonces, es que no había leído con suficiente detenimiento a Gómara. No es que yo quiera sugerir que todos aquellos que mantienen hoy la actitud mantenida por mí en 1935 están en el mismo caso, no. Pero lo cierto es que, habiendo leído a Gómara con mayor atención, y habiendo cotejado su obra con la de Bernal Díaz, he llegado a conclusiones bastante distintas a las de entonces, hasta el punto de que el presente trabajo viene a ser una lanza rota en favor de Gómara, o, por lo menos, un intento para reestablecer un equilibrio tan fuertemente alterado hoy en favor de Bernal Díaz.

Como es bien sabido —acepto aquí la versión corriente; véase el estudio que sigue—, este conquistador, siendo ya viejo, emprendió el relato de la Conquista. Llevaba algunos capítulos escritos cuando llegó a sus manos la obra de Gómara. La primera impresión que le produjo su lectura fue el desaliento; pensó que su relato nunca podría competir con el del clérigo, y estuvo a punto de abandonarlo, pero siguió leyendo, y se encontró —según él nos dice— con que la obra de Gómara estaba tan llena de falsedades que se animó a proseguir la suya, con ánimo de rebatirlas.

Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay, así haré yo en decir los borrones de los cronistas; mas no será todo, porque si parte por parte hubiesen de escribir, sería más la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias.
Hoy, en líneas generales, se da por buena esta opinión de Bernal Díaz. Su historia de la Conquista es la verdadera, como él la llamó. Esto parece implicar que la de Gómara no lo es. Y sobre ello quisiera llamar brevemente la atención del lector.

Antes de seguir debo hacer una observación. Yo no creo en la imparcialidad histórica en el sentido que la historiografía liberal positivista ha dado a este término, el de la existencia de una verdad exclusiva, única, que se puede alcanzar. Cuando yo estudiaba química en el bachillerato —y hago esta salvedad porque no estoy muy al tanto del estado actual de la cuestión— había un cierto número de cuerpos simples más allá de los cuales no se podía llegar en la descomposición de una materia que se suponía única. De manera análoga podría explicarse lo que yo entiendo por verdad histórica. Los hechos se han producido, sin duda, en determinada manera, de manera única; pero en su averiguación, como en el análisis de los mismos, nosotros no podemos ir más allá del punto de vista de quienes los han presenciado y los han vivido, dando cuenta de ello. El punto de vista del narrador inmediato es el cuerpo simple con que tropezamos en nuestra investigación. Cuando los actores o testigos que narran los hechos son varios, podremos reunir sus puntos de vista en grupos afines, pero si hay disparidad entre ellos, en la selección que nosotros hagamos entrará un nuevo factor que será, querámoslo o no, nuestro propio punto de vista, tan condicionado, tan limitado por una serie complicada de factores, como lo son aquellos que sometemos a examen. No creo, como normalmente ha venido aceptándose, que una mayor distancia proporcione por sí sola una mejor visión de los hechos históricos.

Un caso típico de lo que voy diciendo es el que se produce con la historia de la conquista de América por los españoles. Según quienes sean los que la escriben, conforme a sus razas y creencias, las opiniones se enfrentan bravamente, y las plumas prolongan las luchas que narran. En el congreso de Americanistas antes aludido, hubo sesión en que los congresistas estuvieron a punto de llegar a las manos, al ponerse a discusión la figura y la obra del padre Las Casas. “!Qué espectáculo deplorable!”, pensaba yo. Si la vida es siempre lucha y conflicto, la narración de esta lucha, la historia, tiene que ser apasionada, parcial.

Podremos darnos por contentos si la pasión se mantiene dentro de términos nobles y si el relato de los hechos no se falsea deliberadamente; pero lo que no podremos evitar nunca es que el hecho estudiado varíe según el punto de vista de quien lo contempla y analiza.

Temo hacer demasiado larga esta digresión pero la creo precisa para que se vea con claridad adónde quiero ir a parar. Admitiendo la relatividad, el contingentismo del conocimiento histórico, adquirimos una mayor libertad de movimientos, una mayor validez para nuestras conclusiones, puesto que reconocemos a priori su limitación.

Vengamos concretamente al problema planteado por la historiografía de la conquista de México,a la apreciación de sus dos textos básicos. En nombre de una pretendida imparcialidad histórica se prefiere hoy la obra de Bernal a la de Gómara. ¿Por qué? ¿Es realmente Bernal más sincero, más desapasionado que Gómara en el relato de los hechos? Espero poder demostrar que no. ¿Son razones literarias, de estilo, las que motivan la preferencia? Tampoco. Porque si bien es cierto que la obra de Bernal tiene condiciones únicas de espontaneidad y frescura, la de Gómara es uno de los productos más bellos del idioma castellano. Pero, entonces, ¿a qué se debe la preferencia? ¿A qué se deben las frecuentes reediciones de Bernal, mientras Gómara, que tuvo éxito sin precedentes a raíz de su publicación, es hoy un autor que se encuentra con dificultad y que pocas personas han leído —fuera de los especialistas, claro estᗠtanto en España como en México?

La preferencia se debe a lo que antes he dicho del punto de vista. A que por las páginas de Bernal, no obstante sus continuadas protestas de lealtad y admiración, corre un descontento apenas reprimido contra Cortés, un deseo enconado de rebajar sus méritos, mientras en las de Gómara se glorifica al conquistador. Y así el punto de vista de Bernal viene a coincidir con el de una época que se ha esforzado por nivelarlo todo, que ha visto con recelo a los hombres geniales, sobre todo en el campo de la acción política y guerrera. Entiéndase bien que yo no soy antidemócrata —que si lo fuera, no estaría aquí—. Lo que hago es señalar ciertas tendencias del pensamiento democrático que en el terreno de la investigación histórica han llevado a actitudes plenamente demagógicas. No me cabe la menor duda de que la conquista de América es una empresa de tipo popular, que la masa juega en ella papel destacado, pero lo que esta masa da de sí cuando no encuentra hombres superiores que alumbren sus ideales y encaucen sus energías, lo vemos en la conquista de las islas, en las guerras civiles del Perú y en toda una serie de episodios que no es preciso recordar aquí.

Cortés, con todos sus defectos —dejaría de ser hombre si no los tuviera— era un hombre superior. Y esto es lo que no quería admitir Bernal: el carácter de excepción que tiene la personalidad de Cortés. Para Bernal, Cortés era un buen capitán y nada más, un buen capitán, fruta que abundaba entonces entre los españoles. Para Gómara, Cortés era un genio. Y hoy los historiadores ven con simpatía el testimonio de Bernal, por la misma razón que los hace exhumar devotamente cualquier declaración de cualquier criada que pueda ser desfavorable al conquistador, en su proceso de residencia. Todo ello, claro está, en nombre de la imparcialidad histórica.

Las cosas se aclararían, tal vez, si admitiéramos que tan parcial es Bernal Díaz como Gómara, que sus puntos de vista son opuestos, lo cual se manifiesta sobre todo cuando enjuician la obra de Cortés. Gómara, el capellán del marqués del Valle, que tiene con él estrecha relación durante su estancia en España, escribe su vida y recibe dinero por hacerlo. En cambio Bernal, soldado que hubiera quedado en el anónimo de no remediarlo él mismo, le tiene enemiga a Cortés porque éste maneja siempre con gran desenvoltura la primera persona del singular, olvidándose de los méritos de sus compañeros, que no eran escasos. Bernal le acusa sin ambages.

Y esto digo que cuando Cortés, a los principios, escribía a Su Majestad, siempre por tinta le salían perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. Según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba, ni de Grijalva, sino de él solo, a quien atribuía el descubrimiento, la honra y loor de todo, y dijo que ahora al presente que aquello estuviera mejor por escribir y no dar relación de ello a Su Majestad, y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir lo que pasa.
Si Cortés falsea la verdad, según Bernal Díaz, es con miras interesadas, para conseguir mercedes del emperador, sin acordarse para nada de los demás. Cuando estuvo en España, “no curó de demandar cosa ninguna para nosotros que bien nos hiciese, sino solamente para él”. Ésta era acusación muy dura en boca de Bernal, quien no era precisamente un dechado de desinterés y que tampoco tenía escrúpulo en falsear la verdad. De continuo se lamenta por su pobreza y desamparo, en desacuerdo con los datos documentales que poseemos referentes a la última época de su vida, que es cuando extrema las lamentaciones.

Y diré con tristeza de mi corazón, porque me veo pobre y muy viejo, y una hija por casar, y los hijos varones ya grandes y con barbas, y otros por criar, y no puedo ir a Castilla ante Su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio, y también para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas.
Si comparamos estas afirmaciones con los resultados que arrojan los documentos aludidos, veremos que hay que andar con sumo tiento con lo que Bernal dice. Tenía la misma codicia desenfrenada de todos sus compañeros, lo cual no disimula, pues da la busca de riquezas como uno de los móviles de la Conquista. “Murieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente venimos a buscar.”

Bernal tenía mentalidad de resentido. Reprocha a Cortés siempre el que se haya quedado con la parte del león en el botín de la Conquista. Y tampoco soporta que su nombre no destaque en el relato de la empresa. Como su papel debió ser secundario, tiene que alzar el nivel de todos y rebajar el de Cortés, para ponerse así en primer plano. Porque no sólo era el deseo de riquezas el que movía a Bernal, sino también el de gloria, tan típico entre los hombres de esta época renacentista. Al final de su obra hay un breve diálogo, que no llega a serlo plenamente, con “la buena e ilustre Fama”, en que para nada recata su despecho.

La Fama da grandes voces, y dice que fuera justicia y razón que tuviéramos buenas rentas; y asimismo pregunta que dónde están nuestros palacios y moradas, y qué blasones tenemos en ellas diferenciados en las demás, y si están en ellas esculpidos y puestos por memoria nuestros heroicos hechos y armas.
También pregunta la Fama dónde están las tumbas de los conquistadores, y Bernal le responde:

que son los vientres de los indios, que los comieron las piernas y muslos y brazos y molledos y pies y manos, y lo demás fueron sepultados, y sus vientres echaban a los tigres y sierpes y halcones que en aquel tiempo tenían por grandeza en casas fuertes, y aquéllos fueron sus sepulcros, y allí están sus blasones.
La codicia, el deseo de gloria y el resentimiento se dan la mano en el remate del diálogo.

A esto que he suplicado a la virtuosísima Fama, me responde y dice que lo hará de muy buena voluntad, y dice que se espanta cómo no tenemos los mejores repartimientos de indios de la tierra, pues que la ganamos, y Su Majestad lo manda dar, como lo tiene el marqués Cortés, no se entiende que sea tanto, sino moderadamente.
Si Cortés deja a sus compañeros sin la recompensa merecida, el relato de Gómara les quita hasta la última esperanza de obtenerla, pues pasa por alto sus hazañas. De aquí que Bernal envuelva a los dos en sus reproches. Con frecuencia repite que si Gómara escribió en la forma que lo hizo, ensalzando tan sólo a Cortés y dejando de consignar los hechos de los demás capitanes y soldados es porque “le untaron las manos”, le dieron dinero para ello. Las noticias de Gómara son falsas; pero el falsificador es Cortés. “Y en lo que escribe va muy desatinado, y a lo que he sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó.”

Según Bernal, tanto peca Cortés por falsear la verdad, como Gómara por meterse a relatar lo que no ha visto. Es típico en todas las guerras el desprecio de los conbatientes por la gente de la retaguardia, y la indignación que les produce que hablen de hechos militares sin haber tomado parte en ellos. Bernal, que tenía muy bien puesto su orgullo de soldado, zahiere de continuo a Gómara por este motivo. El “no me extraña que no acierte lo que dice, pues lo sabe por nuevas”, el “no le informaron bien”, contrasta vigorosamente con la precisión de sus propios recuerdos: “Ahora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó”. Un licenciado “que era muy retórico y tal presunción tenía de sí mismo”, a quien Bernal mostró su manuscrito, le reprochó que hablara demasiado de sí. Le replica Bernal que sólo puede hablar de la guerra quien en ella ha estado; “más el que no se halló en la guerra, ni lo vio ni entendió ¿cómo lo puede decir? ¿Habíanlo de hacer las nubes o los pájaros que en el tiempo que andábamos en las batallas iban volando, sino solamente los capitanes y soldados que en ellas se hallaron?”

Esto va contra Gómara. Quien, para mayor desesperación de Bernal, poseía un estilo que da gran realce a su narración. Bernal aparenta no concederle importancia, pero otra le queda dentro. “Y quien viere su historia, lo que dice creerá que es verdad, según lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó.” “Y no miren la retórica y ornato, que ya cosa vista es que es más apacible que no está tan grosera.” Que esta modestia de Bernal es falsa, y que no le eran tan indiferentes las galas literarias como él pretendía, se ve en el diálogo aludido con los licenciados, pues éstos le dijeron de su manuscrito “que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni policía dorada, que suelen poner los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo buen hablar”.

Gómara, que no ha estado en la conquista, Gómara, que posee talento literario, es, para colmo de desdichas, clérigo. Ahora bien, Bernal comparte la ideas del propio Cortés y de tantos otros conquistadores respecto a la actuación de los clérigos en Indias. Todo lo que en él hay de respeto y veneración por los frailes, lo hay de animadversión hacia los clérigos. No precisa espigar demasiado en su libro para encontrar frases como éstas:

He querido traer esto aquí a la memoria para que vean los curiosos lectores, y aun los sacerdotes que tienen cargo de administrar los santos sacramentos y doctrina a los naturales de estas partes, que porque aquel soldado tomó dos gallinas en pueblo de paz, aína le costara la vida, y para que vean ahora ellos de qué manera se han de haber con los indios, y no tomarles sus haciendas… Y tenían los indios estos cumplimientos con los clérigos; mas después que han conocido y visto algunos de ellos, y los demás, sus codicias, y hacen en los pueblos desatinos, pasan por alto, y no los querrían por curas en sus pueblos, sino franciscos o dominicos, y no aprovecha cosa que sobre este caso los pobres indios digan al prelado, que no lo oyen. !Oh, qué había que decir sobre esta materia! Mas quedarse ha en el tintero.
Con este bagaje de fobias que Bernal tiene contra Gómara, no cabe esperar que la sonda de que antes nos habló funcione con precisión. En efecto, la mayoría de sus comentarios tienen carácter de simples exabruptos.

Desde el principio, medio ni cabo no hablan de lo que pasó en la Nueva España; que es todo burla lo que escriben acerca de la Nueva España; en todo escriben muy viciosos. ¿Y para qué yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Yo lo maldigo, puesto que lleve buen estilo; y si todo lo que escribe de otras crónicas de España es de esta manera, yo los maldigo como cosa de patrañas y mentiras, puesto que por más lindo estilo lo diga.
Todo esto nos interesa como índice de un estado de espíritu del que no podemos prescindir para valorar debidamente las críticas propiamente dichas que Bernal hace a Gómara. Mi trabajo no tiene carácter de confrontación exhaustiva, que sería muy conveniente hacer, pero que estaría desplazada aquí. Es una simple llamada de atención

¿Cuales son, concretamente, los reparos que Bernal hace a Gómara en el relato de los hechos? Son muchas las ocasiones en que la observación que suele poner Bernal al concluir sus capítulos, “esto es lo que pasa, y no la relación que sobre ello dieron al cronista Gómara”, “aquí es donde dice el cronista Gómara muchas cosas que no le dieron buena relación”, etc. no se encuentra justificada después de una atenta confrontación de los textos. Véase en ambos autores el relato de los preparativos de Cortés para su empresa, o el del encuentro con Jerónimo de Aguilar, o el de la entrevista con los emisarios de Moctezuma en San Juan de Ulúa. Yo confieso ingenuamente que no encuentro ninguna diferencia esencial que justifique las observaciones y salvedades hechas por Bernal Díaz. Sin duda él, que poseía un gran sentido del detalle, una memoria de fidelidad sorprendente, podría apreciar pequeñas diferencias que se escapan a nuestra atención. Pero su comentario es siempre desproporcionado. Y que no cabe hablar de una gran exactitud en el manejo de la sonda nos lo prueban dos episodios que quiero subrayar. Bernal, en deseo de contradecir a Gómara, no sólo manifiesta discrepar de él al concluir relatos de episodios fundamentalmente idénticos, sino que le hace decir a Gómara cosas que en éste no aparecen por ninguna parte. Así ocurre al hablar de la estancia de los españoles en Cempoal. Dice Bernal Díaz:

Aquí es donde dice el cronista Gómara que estuvo Cortés muchos días en Cempoal, y que se concertó la rebelión y liga contra Moctezuma; no le informaron bien, porque, como he dicho, otro día por la mañana salimos de allí. Y dónde se concertó la rebelión, y por qué causa, adelante lo diré.
Ahora bien, si consultamos el relato de Gómara, veremos que para nada habla de que en Cempoal se formase la liga contra Moctezuma. Lo que dice es que el cacique de Cempoal, “el cacique gordo”, se quejó a Cortés de la tremenda esclavitud a que estaban sometidos —lo mismo que dice Bernal— y que la rebelión y la liga contra el monarca azteca se planearon más tarde en Quiahuiztlán —como dice Bernal también—.

Lo mismo ocurre con el relato de la ocupación de Cingapancinga. Afirma Bernal: “Y esto de Cingapancinga fue la primera entrada que hizo Cortés en la Nueva España, y fue de harto provecho, y no, como dice el cronista Gómara, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapancinga”. Veamos lo que dice Gómara y encontraremos que para nada habla de combate, por la sencilla razón de que no lo hubo, pues los naturales no ofrecieron resistencia, y la fuerza de Moctezuma abandonó el lugar. “Y rogó a Cortés [relata Gómara] que no hiciesen mal a los vecinos y que dejasen ir libres, mas sin armas ni banderas, a los soldados que lo guardaban. Fue cosa nueva para los indios.” Las muertes de millares de indios no aparecen por ningún lado, estaban en la cabeza de Bernal, en su deseo frenético de desacreditar a Gómara.

Hasta aquí las críticas de Bernal son injustificadas. Hay otro aspecto en ellas que merece examen más cuidadoso: el referente a lo dicho por Gómara de la actuación de Cortés. En esto se fue, sin duda, la mano a Gómara. Su libro habría salido ganando con llamarse Vida de Hernán Cortés, en lugar de la Conquista de México.2Hay en él una concentración exclusiva de la atención sobre el héroe extremeño, un continuo atribuirle toda clase de hazañas, que pueden justificar la exclamación indignada de Bernal:

Cortés ninguna cosa decía ni hacía sin primero tomar sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros, puesto que el cronista Gómara diga “hizo Cortés esto, fue allá, vino de acullá”, y dice otras tantas cosas que no llevan camino, y aunque Cortés fuera de hierro, según lo cuenta Gómara, en su historia, no podía acudir a todas partes.
Admitamos que tiene Bernal razón en esto, como la tiene en la apreciación de hechos de detalle: que no fue Cortés quien entró en el río de Alvarado, que no fue Cortés, sino Alvarado, quien por primera vez penetró la tierra dentro a poco de desembarcar los españoles, etc. Todo esto está muy bien; pero con lo que ya no podemos estar conformes es con el continuo plural de Bernal Díaz, con el “acordamos”, “ordenamos”, “hicimos”, que reduce a Cortés a simple instrumento en manos de sus capitanes. “Parece ser que a los soldados nos daba Dios gracia y buen consejo para aconsejar que Cortés hiciese las cosas muy bien hechas.” “Y digamos cómo todos a una esforzábamos a Cortés y le dijimos que cuidase su persona, que ya allí estábamos.” Con todo lo unilateral que es la visión de Gómara al prescindir de los compañeros de Cortés, yo la creo menos inverosímil que ésta de Bernal al darnos un Cortés sometido a las opiniones de una camarilla.

Siento no tener datos más precisos sobre la organización de la jerarquía militar en aquella época. Desde luego, entonces no existían los que hoy llamamos Estados Mayores, con su misión especifíca de preparar las decisiones de los jefes. Pero entonces, como hoy y siempre, la decisión, con asesoramiento previo y sin él, era atributo del jefe y no de los subordinados. El propio Bernal se contradice en esto, pues al darnos su semblanza del carácter de Cortés, insiste en que era muy porfiado.

Y era muy porfiado, especial en las cosas de guerras, que por más consejo y palabras que le decíamos en cosas desconsideradas de combates y entradas que nos mandaban dar cuando rodeamos la laguna; y en los peñoles que ahora llaman del Marqués le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas y peñoles, sino que le tuviésemos cercado, por causa que de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían desriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del ímpetu y golpe con que venían y era aventurar a morir todos porque no bastaría esfuerzo, ni consejo, ni cordura; y todavía porfió contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos mucho peligro, y murieron ocho soldados, y todos los más salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo.
Todo esto va dicho contra Cortés, pero se vuelve en contra de la afirmación de que el conquistador era llevado y traído por las opiniones de sus capitanes. La realidad debió ser exactamente la contraria. Lo que pasa es que Cortés era tan hábíl, y tenía tal manera de exponer sus planes a sus hombres, que éstos llegaban a creer que se les habían ocurrido a ellos. Es muy justa la reflexión de Orozco y Bernal al hablar de la prisión de Moctezuma. “El general tenía formado su proyecto, mas, como siempre, aparentaba acomodarse a la opinión ajena, a fin de no ser solo en la responsabilidad, caso de haberla.”

Ésta es la verdad, y Bernal intenta en vano deformarla. Cuando la destrucción de los navíos, el propio Bernal reconoce que la idea salió de Cortés. “Y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí le propusimos, el propio Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandesen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar.” Luego se indigna mucho porque Gómara afirma que el conquistador mantuvo su plan dentro del mayor secreto posible y da a entender que los soldados lo conocían.

Aquí es donde dice el cronista Gómara que cuando Cortés mandó barrenar los navíos que no lo osaba publicar a los soldados que querían ir a México en busca del gran Moctezuma. No pasó como dice, pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante y estarnos en parte que no tengamos provecho y guerras?
Muy bien esta apreciación de la bravura —y de la codicia— de los españoles; pero es lástima que Bernal se contradiga una vez más, pues el mencionar las manifestaciones de unos soldados deseosos de que Cortés renuncie a la empresa, les hace decir: “Y que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos para necesidad, si se ocurriese, y que, sin darles parte de ello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través”.

Realmente, estas famosas imparcialidad y veracidad acrisoladas de Bernal Díaz embrollan las cosas de modo tremendo. Si los soldados habían sabido que iban a ser destruidos los navíos, ¿a qué se quejan luego de que no se lo habían comunicado? El mentir requiere buena memoria, amigo Bernal. Más valdría que te hubieras limitado decir que Cortés se asesoraba en ocasiones con algunos de sus capitanes, pero sin dar a entender siempre que son ellos y los soldados quienes todo lo deciden, como si Cortés no existiera. La guerra no se decide a base de comités y votaciones, como quiere indicar Bernal al relatarnos la reunión celebrada en Cholula cuando los españoles se creen expuestos a un ataque de los naturales.

Luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decían que sería bien torcer el camino e irnos por Guaxocingo; otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos y que no nos volviésemos a Tlaxcala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquier parte nos tratarían otras peores, y pues que estabamos allí en aquel gran pueblo y había hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirían en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tlaxcaltecas que se hallasen en ello; y a todos pareció bien este postrer acuerdo.
Cortés no abre la boca. Claro que a veces se le escapa a Bernal que es él quien decide en momentos graves, como en la bifurcación de los caminos que conducen a México: “Entonces dijo Cortés que quería ir por el que estaba embarazado”. Pero ésta es la excepción. El Cortés de Bernal es tan opaco como lo son sus compañeros en Gómara; pero si en Gómara hay omisión, en Bernal hay deformación.

Un último ejemplo: el relato de la prisión de Moctezuma, Bernal nos dice en él quiénes componen la camarilla de Cortés, esa camarilla que es órgano consultivo y ejecutivo, sin la que el conquistador no da un paso. Naturalmente que Bernal forma parte del grupo. “Cuatro de nuestros capitanes, juntamente, y doce soldados de quien él se fiaba, y yo era uno de ellos.” Son ellos y no Cortés quienes idean apoderarse de Moctezuma, quienes precisan hasta los menores detalles de la forma en que ha de realizarse la atrevida prisión. Cortés —claro, un hombre tan irresoluto— no ve bien cómo va a ser posible detener a Moctezuma en medio de sus guerreros. “Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León, y Diego de Ordaz, y Gonzalo de Sandoval, y Pedro de Alvarado, que con decirle que ha de estar preso,que si se altera o diere voces que lo pagará su persona, y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les dé licencia, que ellos lo pondrán por obra.” Creo que no hay mejor comentario a esta desenvoltura de Bernal, que como vamos viendo nada tiene que envidiar a la de Gómara, que aquel párrafo de la segunda carta de relación de Cortés en que alude a la primera, perdida: “Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor, a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a V. A. que lo habría preso, o muerto, o súbdito de la corona real de V. M.” Es decir que la idea de la prisión del soberano estaba concebida por Cortés desde que había tenido noticias de su existencia.

Bastará con admitir, de las afirmaciones de Bernal, la existencia de un grupo de capitanes —lo de los soldados ya parece más dificil— con quienes Cortés se asesoraba antes de tomar las decisiones graves; pero sin que este grupo fuera el eje de la conquista, el inspirador y el fortalecedor de Cortés, como Bernal nos dice. De todas maneras, las críticas señaladas no justifican que la obra de Gómara esté sepultada en el descrédito y el olvido. Téngase en cuenta que Bernal no refuta el relato de Gómara en su conjunto más que en los exabruptos mencionados. Deja pasar sin contradicción los hechos esenciales de la Conquista: guerra de Tlaxcala, matanza de Cholula, entrada en México, lucha con Narváez, huida de la capital, cerco y toma de la misma, viaje a las Hibueras. Y que no se me diga que es porque Bernal anuncia su propósito de no volver a mencionar a Gómara poco después de relatar la primera entrada de México: “Y porque ya estoy harto de mirar en lo que el cronista va fuera de lo que pasó lo dejaré decir”. Eso es superior a las fuerzas de Bernal, quien vuelve a la larga contra Gómara siempre que encuentra, o cree encontrar ocasión para ello. Así lo hace, por ejemplo, al comentar el salto de Alvarado: “Digo que en aquel tiempo ningún soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos que salvar nuestras vidas”.

Antes de terminar, quisiera observar algo que brindo a la atención de algún estudioso pacienzudo. Insístase más en el cotejo de los textos de Bernal y Gómara, y quizá se encuentre que éste le prestó a aquél un precioso servicio, ayudándole a dar forma a su obra, a distribuir los capítulos, etc. Es una simple sugerencia que yo no puedo justificar plenamente; pero creo que Gómara no sólo estimuló a Bernal, sino que lo sirvió de pauta en su relato. Esto ya de por sí sería un mérito para Gómara, autor que merece nuestra atención por muchos conceptos. Edítese y estúdiese en buena hora a Bernal —nadie menos sospechoso que yo para decirlo, pues dediqué cerca de cuatro años a una edición de su crónica que la guerra de España me impidió concluir— pero que no sea el resentimiento quien estimule la pasión por Bernal y el olvido de Gómara. Porque su obra —como la propia de Cortés— podrá discutirse cuanto se quiera, pero nunca ignorarse.

Tiempo, México, junio-julio, 1940

Tenochtitlan

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/fondo2000/vol2/05/htm/sec_1.html

A VECES los libros se convierten en guías para un turismo imposible que nos lleva a lugares que ya no existen y nos presenta con personas que ya no viven. Aunque la inmensa ciudad de México está asentada sobre el mismo espacio geográfico que ocupara la gran Tenochtitlan, es evidente —y lamentable— que el Valle de Anáhuac ya no cuenta con las faccciones ni el semblante que definieron su belleza de hace siglos. Sólo por libros sabemos que este majestuoso valle, que se eleva a más de dos kilómetros por encima del nivel del mar, mostraba un limpio paisaje de lagos como espejos, bosques como alfombras e imponentes montañas y volcanes nevados que se dejaban ver sin el estorbo de la moderna contaminación.

FONDO 2000 presenta aquí una selección del célebre libro Tenochtitlan en una isla, de Ignacio Bernal, quien, a través de hondas investigaciones entre los restos de nuestra memoria prehispánica y gracias también a incansables lecturas de las primeras crónicas españolas de la Conquista, realizó una de las mejores descripciones de lo que él mismo definió como “un cuadro de fantástica belleza”. Más que hacer un minucioso panegírico de las grandezas de la civilización azteca, Bernal se preocupó por desentrañar las diversas etapas en el poblamiento del Valle de Anáhuac que precedieron a la época del esplendor mexica, realizando un recorrido historiográfico, por las sucesivas generaciones que “perecieron víctimas de sus locuras y destrozadas por los eternos bárbaros”.

Nacido en la ciudad de México en 1910, Ignacio Bernal dedicó su vida al estudio de la antropología y llegó a se director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia de 1968 a 1970; ocupó en dos ocasiones la dirección del Museo Nacional de Antropología (1962-68 y 1970-76) y desempeñó diversos encargos diplomáticos. Prolífico autor de artículos, ensayos y libros, Bernal fue miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua así como de la de Historia. En 1969 recibió el Premio Nacional y a lo largo de su vida obtuvo numerosas distinciones internacionales.

Como un moderno Bernal Díaz del Castillo, Ignacio Bernal es un testigo privilegiado del grandioso paisaje de nuestro pasado. El lector de estas páginas recorrerá los espacios de un paisaje sumergido en la noche de los tiempos, una planicie ahora sembrada de edificios y cuadriculada por miles de kilómetros de asfalto, que antiguamente mostraban maravillosos lagos y fértiles tierras, los cuales, en palabras del propio autor, “son también los creadores y destructores de los pueblos que allí vivieron. Ahora, secos, cobran venganza de la ciudad haciendo de ella un barco que se hunde lentamente”.

Los nuevos bárbaros
Con la caída de Tula , otra gran oleada de pueblos nómadas se dirige como un torbellino hacia el sur, invade las tierras de los pueblos sedentarios y arrasa todo a su paso. Son los cazadores bárbaros que se enfrentan de nuevo a los agricultores civilizados. Tula vencida, no quedaba ningún poder lo bastante fuerte para oponerse a sus incursiones. Conocemos a estos nómadas con el nombre genérico de chichimecas. Esta palabra no indica una tribu específica sino más bien un conjunto de grupos, a veces bastante diferentes, que se alían en ciertos momentos y en otros combaten entre ellos, pero cuyo rasgo común es un seminomadismo.

La palabra chichimeca en náhuatl significa, según se dice, “linaje de perros”. No debemos dar a este nombre el sentido infamante que tendría entre nosotros, ya que muy probable se refiere a un nombre tribal en que el perro es el tótem de la tribu, como es tan frecuente encontrar en otras varias partes de América y aun, a veces, en el centro y noroeste de México. Con el tiempo, el significado de este nombre se amplió hasta incluir no sólo a los chichimecas originales, sino a todos los recién llegados o a los emigrantes que llevaban vida nómada. Por lo tanto, en un sentido general, vino a simbolizar la oposición entre el chichimeca bárbaro y el tolteca culto. Es posible también, como lo ha sugerido Jiménez Moreno, que el nombre chichimeca provenga de una vieja leyenda de origen huichol. Cuentan que la madre de los dioses habló a un leñador anunciándole un diluvio en el que morirían todos los hombres, para salvarse debía encerrarse en un tronco hueco, en la curiosa compañía de una perra. Esto hizo el leñador y como la diosa cerró muy bien el tronco, éste flotó hasta que pasó la inundación y salieron el leñador y su perra. Se instalaron en una cueva y él salía diariamente a cortar leña. Como el leñador era el único hombre sobreviviente, le extrañaba muchísimo que, al regresar a la cueva, todos los días encontrara agua del río y tortillas calientes. Presa de curiosidad decidió esconderse y entonces vio que la perra se quitaba la piel y se convertía en una mujer. Mientras iba al río a traer agua, el leñador quemó la piel de la perra. La mujer inmediatamente empezó a gritar sintiendo terribles dolores en la espalda, y es que tenía la espalda quemada al igual que la piel de la perra. El leñador le echó el agua con la que se preparaba la masa para las tortillas y con eso se alivió. Después se casaron y sus hijos explican las palabras “linaje de perros”. Tal vez sea el recuerdo de esta historia lo que hizo que al aparecer los chichimecas en el valle de Puebla les arrojaran el agua del nixtamal, llamándolos hijos de perros.

A primera vista resulta un poco difícil entender cómo estos cazadores nómadas pudieron reunir la fuerza suficiente para asediar y aun vencer a los grandes imperios establecidos. Pero las ruinas de Chalchihuites y especialmente de La Quemada, así como sitios en Durango, Querétaro y otros indican que estas tribus, aunque fundamentalmente nómadas, no lo eran del todo. Habían construido centros donde probablemente se reunían para las fiestas o para comerciar, que sirvieron de núcleo de atracción a grupos esparcidos. Durante siglos recibieron influencias teotihuacanas y toltecas y muchos rasgos civilizados. La Quemada, en Zacatecas, es una ciudad de extensión considerable rodeada de muchas otras poblaciones que dependían de alguna fuente permanente de abastecimientos. Esta fuente no podía ser sino la agricultura; es decir que, en este caso, como en varios otros, se habían formado en el área de los nómadas islotes agrícolas más ricos y poderosos. En otras palabras, la frontera de Mesoamérica se extendía más al norte que en el siglo XVI. Estos sitios demuestran la existencia de grupos con una cohesión más o menos permanente y una población bastante mayor que la que jamás hubiera podido tener una simple tribu de cazadores-recolectores. Sin embargo, La Quemada, con todo y su tamaño y el evidente esfuerzo que representa, está lejos de llegar a los refinamientos de otras ciudades de su época. Los edificios son de piedra sin tallar y sin empleo de mezcla. Las paredes no están revestidas de estuco y no encontramos ningún rastro de murales o de escultura. Esto es cierto en todos los sitios al norte de Mesoamérica.

Es probable que de esta ciudad, o de otras similares, salieran los innumerables grupos que en diversos momentos se lanzaron a la conquista de sus vecinos del sur.

Entre todos estos grupos se mueve uno de mínima importancia y que quizá sólo asistió como espectador, o cuando menos con un papel insignificante, a la ruina del imperio tolteca. Debía, con el tiempo, ilustrarse extraordinariamente; se trata de los mexicas, que aparecen por primera vez en el escenario de la historia.

Los datos más antiguos que poseemos sobre ellos son semihistóricos y semilegendarios. Se cuenta que salieron de una cueva situada en una isla llamada Aztlán, de donde, por cierto, deriva su nombre de aztecas, aunque éste era más bien su nombre de “mexicas”, de aquí el mexicano de hoy. Con el tiempo y las grandezas se harán llamar “culhuas”, para indicar con ese término su descendencia tolteca, es decir, civilizada.

Eran, por lo pronto, una pequeña tribu dirigida por cuatro jefes-sacerdotes cuya única posesión de valor era un bulto en el que estaba envuelta la estatua de un dios, hasta entonces desconocido: Huitzilopochtli. Este dios, al triunfar su tribu, se convertiría en el gran dios del Anáhuac. Después de largas emigraciones se habían instalado en los alrededores de Tula, y ahí había tenido lugar un acontecimiento mitológico-astronómico que tanto había de pesar en sus destinos futuros. Cuenta su leyenda que vivía en Tula una señora viuda, de conducta irreprochable, que había tenido una hija y cuatrocientos (es decir, innumerables) hijos. Un día estaba esta piadosa señora barriendo el templo y se encontró una bola de plumas que guardó en su seno. Pasados algunos meses notó que estaba encinta y, un poco más tarde, su hija y sus hijos se dieron cuenta de ello. Indignados ante lo que consideraban como una ligereza de su madre, decidieron matarla. Armáronse los 400 hijos y marcharon contra la viuda. En ese momento oyó una voz dentro de ella que le decía: “No temas”; y nació un hijo grande y vigoroso armado de todo a todo, como la Minerva clásica. Llevaba en las manos no sólo el átlatl y el escudo, sino una nueva arma divina de efectos definitivos: la serpiente de fuego, que es el rayo, con la cual cortó la cabeza de su hermana y mató a los innumerables hermanos. Este guerrero prodigioso era nada menos que el dios Huitzilopochtli.

Es curioso comprobar cómo se conservó viva y profundamente creída la historia de este nacimiento y la eficacia infinita de la serpiente de fuego. En 1521, en los últimos días de la defensa de la capital azteca contra Cortés, Cuauhtémoc decide que ha llegado el momento de recurrir al arma suprema. Se implora al dios Huitzilopochtli y se viste a un guerrero joven y valiente con los vestidos de un antiguo emperador conocido como gran general victorioso. Sobre todo se le pone en la mano el arma del dios con la cual podrá vencer a los españoles. Sale a la lucha, pero tras una ligera escaramuza en la que sólo logra tomar prisioneros, tiene que retirarse. El arma divina había fracasado. La conquista era, pues, inevitable.

Pero volviendo al mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la viuda significa la Tierra, de donde nacen todas las cosas; la hija es la Luna y los 400 hijos son las estrellas que palidecen y desaparecen totalmente al levantarse el Sol representado por el dios Huitzilopochtli. Siendo éste el dios de los mexicas, su identificación con el Sol es de primera importancia, pues los convierte en el “pueblo del Sol”, como lo ha dicho brillantemente Alfonso Caso.

Serán, por lo tanto, los representantes del Sol en la Tierra y los encargados de mantenerlo con vida. Esta dignidad y esta obligación van a pesar fuertemente sobre su historia y nos explican muchos de sus episodios. Pero dejemos esto para más tarde, ya que por ahora sólo se trata de una tribu de ínfima importancia.

El fin del siglo XII y los primeros años del siglo XIII ven sucederse una serie de interminable de pequeñas invasiones chichimecas que sólo son un preludio de la gran invasión de 1224, la de los chichimecas llamados de Xólotl. Éstos parecen proceder de una región cercana al valle del Mezquital. Su jefe, Xólotl, los lanza en una carrera de conquistas que había de acabar, como en todos los casos, por establecer una nueva dinastía y un nuevo imperio sobre las ruinas de los anteriores. En los códices pictóricos, este grupo de Xólotl aparece como un cazador vestido con pieles de venado y habitando cuevas.

“Cuando se establecieron nuestros antepasados, nuestros primeros, quienes vinieron a gobernar el país incultivado de las yerbas y los árboles, el páramo; los bienes que traían consigo eran codornices, serpientes, conejos y venados y los comían cuando pasaban a sus años y días en las caminatas. Dieron buen ejemplo los demás porque levantaron y conservaron sus pueblos y su señorío sólo con la ayuda del Ipalnemoani, porque en todo vive el Señor del mundo”.

En pocos años parecen haberse apoderado de una gran parte del valle de México y tras algún otro intento establecen su capital en un nuevo sitio llamado Tenayuca. En este lugar levantan una pirámide que sería continuamente ampliada por sus sucesores; resulta muy importante hoy día, pues es el único monumento chichimeca del valle de México que conocemos bien. Toma muchos de sus elementos arquitectónicos de templos más antiguos; pero inaugura cuando menos una nueva idea más económica: el colocar dos templos separados sobre un solo basamento. En sus primeras épocas, una enorme escalinata lleva a los dos santuarios. Más tarde es separada en dos secciones iguales por una ancha alfarda. En esta forma cada uno de los templos conserva su independencia y tiene la misma importancia. Uno de ellos estaba dedicado al representante principal de la civilizaciones antiguas, Tláloc, el dios de la lluvia; el otro, al gran dios tolteca-chichimeca, Tezcatlipoca.

El templo de Tenayuca, hábilmente explorado y en parte reconstruido hace unos años, resulta una de las visitas interesantes que hace en los alrededores de la ciudad de México. Sus numerosas superposiciones están construidas con el mismo sistema: un núcleo de piedra y tierra revestido de pequeñas piedras, recubierto a su vez de una gruesa capa de estuco. Independientemente de la magnitud del edificio mismo, se admiran las espléndidas serpientes y cabezas que lo rodean y que, siguiendo en parte la tradición inaugurada en Tula, forman el “muro de serpientes”. Se han encontrado en Tenayuca alrededor de 800 serpientes de formas y tamaños diversos.

Indudablemente que se trata en conjunto de un edificio dedicado al culto solar, especialmente al de sol poniente, el sol moribundo que tanto preocupará al alma indígena. Así este aspecto del culto solar, como el muro de serpientes, como los dos templos colocados sobre la misma base, serán imitados siglos más tarde en Tenochtitlan, sólo que en proporciones mucho mayores. Allí Tláloc seguirá reinando en uno de los templos, pero en el otro encontraremos a Huitzilopochtli en vez de a Tezcatlipoca, puesto que se trata del gran templo mexica donde naturalmente su propio dios habrá tomado el sitio principal. Este cambio en realidad es menor de lo que pudiera imaginarse a primera vista, ya que Huitzilopochtli no es sino un Tezcatlipoca de cuño más reciente.

Xólotl, con todo y la construcción que empieza de este santuario de Tenayuca, sigue siendo fundamentalmente un nómada y por tanto cambia continuamente de residencia. Las crónicas nos dicen que sus agentes no sembraban, lo que no es exactamente cierto. No sembraban maíz, pero sí algunas otras semillas. Aunque eran fundamentalmente cazadores, completaban el producto de la caza, para entonces bien escasa en el valle de México, con cosechas temporales que no necesariamente implican una permanencia fija en un sitio determinado.

Xólotl es un nuevo Mixcóatl. Nos lo representan las fuentes como otro conquistador siempre victorioso y como el terror de los pueblos que lo rodean. Podría fácilmente compararse a Gengis Khan; los dos son la avalancha que viene de las estepas y que, como un Atila —a pie— seca todo a su paso. Además, tanto Xólotl como Mixcóatl son los primeros en usar en la América Media el arco y la flecha, arma mucho más eficaz que el átlatl de los viejos sedentarios.

Si Xólotl no tiene la fortuna de procrear un hijo tan ilustre como Quetzalcóatl, en cambio se convierte en el origen de un linaje que había de reinar casi sin interrupción hasta la conquista española. Sus descendientes, además de ocupar el trono chichimeca, se mezclarán con todas las familias reinantes; entre ellos se cuenta otra de las figuras más extraordinarias del México antiguo, Nezahualcóyotl, el rey poeta de Tezcoco.

Los restos de los toltecas venían sufriendo persecuciones sin cuento a manos de los nuevos pueblos dominantes. En una forma muy pintoresca, la historia tolteca-chichimeca nos relata la forma en que, civilizando a los chichimecas, lograron una vida más fácil.

“Durante un año los colonos hicieron sufrir mucho a los toltecas, porque querían destruirlos. Por eso los toltecas suplicaron a su dios y amo llorando de tristeza y de tribulaciones y le dijeron: ‘Señor nuestro, amo del mundo, por quien todo vive, nuestro Creador y Hacedor, ¿ya no nos brindarás aquí tu protección? Los xochimilcas y los ayapancas nos molestan mucho porque desean destruir nuestro pueblo. Tú sabes bien que no somos muchos. Que no perezcamos a manos de enemigos. Compadécete de nosotros que somos tus vasallos y aleja la guerra. Dios hombrudo, escucha nuestro lamento y llanto. Que no seamos destruidos. Antes bien, que el poderío de nuestros enemigos sea aplastado y que perezca su pueblo y su dominio, su nobleza y su gente’. Y luego él contestó y ellos escucharon una voz que les dijo: ‘No estéis tristes ni lloréis. Yo ya lo sé. Ya os digo, Icxicóuatl y Quetzalteuéyac, idos al cerro de Colhuaca, allá están los chichimecas, grandes héroes y conquistadores. Destruirán a vuestros enemigos, los xochimilcas y ayapancas. No lloréis. Idos ante los chichimecas e imploradles insistentemente. Observadlo bien. Todo esto os lo mando’.”

Después de seis días de marcha, llegaron al cerro de Culhuacan y encontraron a los chichimecas dentro de la cueva. Tras una serie de ritos mágicos, obtuvieron los embajadores toltecas que salieran los chichimecas junto con su intérprete, necesario ya que hablaban una lengua distinta. A continuación, dijeron los embajadores: “Escucha, Couatzin (el interprete), venimos a apartaros de vuestra vida cavernaria y montañesa”. Terminada la conversación, ambas partes entonan un canto prácticamente ininteligible para nosotros y los chichimecas entienden por fin el fondo del mensaje. Consiste éste en proponerles un acuerdo por medio del cual los toltecas civilizarán a los chichimecas y éstos les ayudarán en la guerra contra sus opresores. “Nos buscan”, dicen, “por motivo de su guerra y la vara tostada y el escudo son nuestra suerte y nuestro destino”. Terminada la conferencia, los embajadores toltecas ennoblecen a los jefes chichimecas, perforándoles el septum de la nariz en la forma tradicional con el hueso del águila y del jaguar. Y como dice la crónica, “aquí terminan los caminos y los días”.

Esta extraordinaria transacción, en la cual cada parte permuta los productos que posee —los toltecas la civilización, los chichimecas la fuerza armada—, produce con el tiempo magníficos resultados. Veremos la fusión de las dos fuerzas, tradición y novedad, producir el imperio mexica. Este proceso que la crónica indígena nos muestra en forma mágica y simplificada, se desarrollará durante los siglos XIII y XIV. Y nos recuerda lo que ya había acontecido con los nonoalcas en Tula. Los chichimecas, rodeados de los viejos pueblos sedentarios que habían conquistado, sin hacerlos desaparecer, absorbieron poco a poco la vieja cultura tolteca. Es el caso típico entre Grecia y Roma.

Esta fusión se acelera con la llegada, bajo el reinado de Tlotzin, nieto de Xólotl, de una serie de emigrantes más cultos portadores de antiguos conocimientos. Los más interesantes son los que las crónicas nombran los “regresados”. Probablemente se trate de un pueblo que había vivido en el valle, emigró a la Mixteca, adquiriendo allí la refinadísima cultura de esa gente y después volvió al valle de México, de donde el nombre con que la conocemos. Posiblemente a estos “regresados” se deba la fina orfebrería mexica, descendiente directa del estilo mixteco, así como el arte de pintar los jeroglíficos y los libros históricos que tan desarrollado se encontraba en esa región oaxaqueña. Se dice que estos emigrantes, junto con otros que llegaron en ese época, levantaron las primeras casas de Tezcoco hacia 1327 e introdujeron entre un grupo chichimeca la agricultura, la cerámica y muchos otros adelantos. Debido al aumento que en esta época tiene el nivel de los lagos, las chinampas vuelven a ser una importante fuente de productos.

Los cambios causan un cisma, ya que una parte de los chichimecas, más reaccionaria que la otra, se negó a aceptar estas novedades y trató de imponerse; pero fue vencida y desde ese momento el grupo más adelantado obtiene el predominio y lleva a la monarquía chichimeca a convertirse, un siglo más tarde, bajo el reinado ilustre de Nezahualcóyotl, en el centro mismo de la cultura indígena, lo que con el tiempo valió a Tezcoco el nombre de la “Atenas americana”.

Para llegar a este momento glorioso, la monarquía chichimeca fue —como la España de los Reyes Católicos— una monarquía sin capital fija. Sólo a mediados del siglo XIV se instala definitivamente en Tezcoco, volviéndose sedentaria. Pero antes de proseguir con la historia de estos chichimecas, nos es necesario estudiar en somera revista cuando menos algunos de los grupos más importantes que se habían instalado en diversas fechas en el valle de México. Sin ellos serán ininteligibles los acontecimientos ocurridos en los siglos XIII a XVI.

Durante el tiempo de la supremacía chichimeca en el valle de México se conserva un último reducto, Culhuacan, donde han venido a refugiarse los toltecas vencidos. Allí reina, durante el siglo XIII y parte del siglo XIV, una dinastía que legítima o ilegítimamente se hace descender de los reyes de Tula y por tanto de Quetzalcóatl. A esto debe su prestigio. Además, aprovecha hábilmente esta situación, ya que había de ser un imperativo que el gobernante tuviera sangre tolteca. Por ello vamos a ver a los jefes de los nuevos grupos que entran en el valle desear un jefe o una mujer de la casa de Culhuacan. Para los señores de Culhuacan, estas alianzas dinásticas permiten, cuando menos, una sombra de independencia.

Habíamos dejado a los mexicanos en Tula, convirtiendo a su dios en sol; ni por esta transformación divina había de mejorar rápidamente su situación. Así los vemos ir de sitio en sitio hasta que después de 1215 llegan al valle de México, donde siguen cambiando continuamente de residencia. En general son mal recibidos en todas partes y a poco tiempo de instalados expulsados, ya que su conducta resulta insufrible a sus vecinos. Rápidamente adquirieron una fama —bien merecida— de pendencieros, crueles, ladrones de mujeres, falsos a su palabra. Por otro lado, en extremo valientes, “los mexicanos se sostuvieron únicamente mediante la guerra y despreciando la muerte” como dicen los Anales de Tlatelolco.

La “Historia de Tlatelolco desde los tiempos más remotos” menciona su pobreza y su simplicidad primitivas: “su indumentaria y sus bragueros eran fibra de pluma, sus sandalias de paja entretejida, asimismo sus arcos, sus morrales”. La descripción de los mexicanos en este nivel cultural nos recuerda a los nómadas del norte de Mesoamérica, en donde, hasta el siglo XVI, el modo de vida casi no cambió ya que no participaron de la civilización con la que lindaban al sur. El descubrimiento de la cueva de la Candelaria, cerca de Torreón, ha mostrado algunos objetos probablemente similares a los usados por los mexicas en la época de su peregrinación. En efecto, en la Candelaria se conservaron cosas de madera o de tela que la humedad ha destruido en otras partes: sandalias de fibra, arcos o lanzadores, cuchillos de piedra con mango de madera pintada, redes utilizadas como bolsas, gruesas mantas coloreadas con que se envolvía a los muertos, etcétera.

Por fin, no sabemos bien cómo, lograron establecerse en Chapultépec, donde, gracias al valor estratégico del lugar, permanecieron bastantes años, posiblemente hasta una fecha que varía entre 1299 y 1323. El cerro famoso, de gran valor estratégico, donde años después los emperadores mexicanos mandarían grabar sus retratos en la roca viva, donde edificarán una casa los virreyes españoles, donde tendrá lugar la defensa heroica de los Niños Héroes y Maximiliano dejará un espléndido palacio, es hoy —muy justamente— el Museo de Historia Mexicana. Aquí los mexicanos conocieron los primeros años de una tranquilidad relativa.

Para entonces tenían una cultura más avanzada y aun bastante completa. Habían aprendido algo de las técnicas agrícolas, aun de las más avanzadas, como la de las chinampas. En los momentos de crisis volvían a su pobreza original, pero conocían —aunque no pudiera utilizarla— la civilización de sus vecinos. Así sabemos que ya tenían entonces libros pintados, un calendario, fiestas cíclicas y aun construcciones de piedra, por muy rudimentarias que hayan sido. Pero Huitzilopochtli velaba, y logró hacerlos cada vez más odiosos a sus vecinos hasta que se formó una coalición contra ellos encabezada por los tepanecas y la gente de Culhuacan. Por traición lograron los aliados que salieran los hombres de su fortificación y mientras tanto cayeron sobre las mujeres y los niños. Con esto desmoralizaron a los mexicanos y los vencieron llevándolos prisioneros. El jefe, Huitzilíhuitl el Viejo, fue sacrificado en Culhuacan y los demás quedaron cautivos de los culhuas. Un poema antiguo narra este episodio:

La margen de la tierra se rompió
funestos presagios se levantaron sobre nosotros
el cielo se dividió sobre nosotros
y sobre nosotros bajó Chapultépec
aquel por quien todo vive…

Se dice con toda razón
que los mexicas no existen más
que en ninguna parte más está la raíz de su cielo;
mas aquel por quien todo vive dice:
“oh, aunque ya no seas grande, no llores”.
Él no será privado de sus criaturas.

¿Entonces por qué permanece alejado?
Su corazón llora
porque perecerán sus vasallos.
Por el escudo volteado hacia varios lados
perecimos en Chapultépec.
Yo, el mexicano.
El colhua se cubrió de gloria, el tepaneca se cubrió de gloria.
Los mexicas fueron llevados como esclavos hacia los cuatro puntos cardinales.
El jefe Huitzilíhuitl se deplora
cuando en Culhuacan pusieron en su mano la bandera del sacrificio.
Mas los mexicas, que escaparon de las manos enemigas
los viejos se fueron al centro del agua…
allí donde los tules y la caña se mueven susurrando…

Después dice el mexicano Ocelopan:
“Qué felices son los nobles señores Acolnauácatl y Tezozomoctli,
quienes ganaron este país mediante ejercicios de penitencia.
Quizá no sea favorable la palabra de los príncipes de Azcapotzalco.
Ojalá que el tepanécatl no lleve a vuestros hijos al país de los muertos
que no nos sobrevenga enemistas y sangre”.

Poco después de la terrible derrota de Chapultépec, Achitómetl, rey de Culhuacan, les da tierras en Tizapan con la esperanza secreta de que las innumerables serpientes de ese sitio destruyan a los mexicanos, pero irónicamente cuenta la crónica que “los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes y las asaron y cocieron todas y se las comieron”. Cuando los emisarios del rey de Culhuacan le contaron esto, dijo desolado: “Ved pues cuán bellacos son: no os ocupéis de ellos ni les habléis”.

Con todo y la atracción de tan deliciosos banquetes, los mexicanos no duraron mucho en Tizapan; su dios velaba y no les permitía establecerse en el lujo, muy relativo, de un festín de serpientes.

Según la Crónica mexicáyotl les dijo Huitzilopochtli: “Oíd, no estaremos aquí sino más allá donde se hallan quienes apresaremos y dominaremos; mas no iremos inútilmente a tratar familiarmente a los culhuacanos, sino que iniciaremos la guerra; os lo ordeno, pues, id a pedirle a Achitómetl su vástago, su hija doncella, su propia hija amada; yo sé y os la daré yo”.

Incontinenti fueron los mexicanos a pedir a Achitómetl su hija doncella; rogáronsela diciéndole: “Todos te suplicamos nos concedas, nos des tu collar, tu pluma de quetzal, tu hijita doncella, la princesa, noble nieta nuestra que la guardaremos allá en Tizapan”. Y al punto dijo Achitómetl: “Está bien, mexicanos, lleváosla pues”. En cuanto llegaron a Tizapan dijo Huitzilopochtli: “Matad, desollad os lo ordeno, a la hija de Achitómetl y cuando la hayáis desollado vestidle el pellejo a algún sacerdote. Luego id a llamar a Achitómetl”. Los mexicanos hicieron lo ordenado y Achitómetl, habiendo aceptado la invitación, se presenta con hule, incienso, papel, flores, tabaco y alimentos para ofrecérselos al dios. Coloca su ofrenda a los pies del pretendido dios que se encontraba en un cuarto oscuro, pero al hacer fuego para quemar el incienso se da cuenta de que el dios no es sino un sacerdote vestido con la piel de su hija. “De inmediato, llamó a gritos a sus copríncipes y a sus vasallos diciéndoles: ‘¿Quiénes sois vosotros, ¡oh culhuacanos!, que no veis que han desollado a mi hija? No durarán aquí los bellacos, matémoslos, destruyámoslos y perezcan aquí.”

La consecuencia de esta horrible historia es naturalmente otra guerra en la que los mexicanos son expulsados de Tizapan; como nadie quiere aceptarlos, se ven obligados a refugiarse en el agua, en los pantanos, a esconderse entre los juncos. Huitzilopochtli, terrible e inmutable, sigue ordenándoles todo lo que han de hacer. La vida casi acuática de esta gente en estos momentos permite a los sacerdotes del dios dar su dictado supremo, el más hábil de cuantos habían pronunciado: la fundación de Tenochtitlan sobre una isla. Insignificante el principio, este acontecimiento debía tener las más grandes repercusiones sobre el futuro de México.

La Crónica mexicáyotl en forma poética narra este episodio. Nos cuenta que estando desterrado y sin sitio en el cual colocar el templo de su dios Huitzilopochtli se les aparece de nuevo y les ordena que sigan buscando hasta encontrar el lugar preciso que, desde el principio de los tiempos, él tiene señalado para la fundación de la capital mexicana. “Dentro del carrizal, se erguiría y lo guardaría él, Huitzilopochtli, y ordenó a los mexicanos. Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza allí y la caña y el junco blanco y la rana y el pez blanco y la culebra del agua y luego vieron había una cueva. En cuanto vieron esto lloraron los ancianos y dijeron: ‘De manera que aquí es donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli, el sacerdote’… Luego volvió a decir Huitzilopochtli: ‘Oíd que hay algo más que no habéis visto todavía e idos incontinenti a ver el Tenoch en el que veréis se posa alegremente el águila, la cual pone y se asolea allí por lo cual os satisfaréis, ya que es donde germinó el corazón de Copil. Con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean, a todos los que conquistaremos, apresaremos, pues ahí estará nuestro poblado, México, el lugar en que grita el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que se desgarrada la serpiente y acaecerán muchas cosas’. Y llegados al sitio vieron cuando erguida el águila sobre el nopal come alegremente desgarrando las cosas al comer y así que el águila los vio agachó muy mucho la cabeza, aunque tan sólo de lejos la vieron y su nido todo él de muy variadas plumas preciosas, y vieron, asimismo, esparcidas allí las cabezas de muy variados pájaros. E inmediatamente lloraron por esto los habitantes y dijeron: ‘Merecimos, alcanzamos nuestro deseo, puesto que hemos visto y nos hemos maravillado de donde estará nuestra población. Vámonos y reposemos’…”

“Asentaremos luego el Tlachzuitetelli y su Tlalmomoztli. Así, pues, paupérrima y misérrimamente hicieron la casa de Huitzilopochtli; cuando erigieron el llamado oratorio era todavía pequeño, pues estando en tierra ajena cuando se vinieron a establecer entre los tulares y los carrizales de dónde habían de tomar piedra o madera, puesto que eran tierras de los tepanecas así como de los tezcocanos encontrándose en el lindero de los culhuacanos, por todo lo cual sufrían muchísimo. Todo esto en el año 2-casa (1325) de que naciera Jesucristo, nuestro Salvador, fue cuando entraron, llegaron y se asentaron dentro del tular y el carrizal, dentro del agua en Tenochtitlan los ancianos mexicanos aztecas”.

La fundación de Tenochtitlan resulta no sólo el episodio más característico de toda la historia azteca, sino el que mejor nos revela su modo de ser, esa combinación de inteligencia práctica y habilidad política mezclada al fanatismo y al desdén del sufrimiento.

Así, es interesante hacer notar, en primer lugar la selección aparentemente absurda, en realidad extraordinaria, que los sacerdotes hicieron del sitio en que habían de fundar su ciudad. Un pequeño islote, casi un pantano del que sólo sobresalían una rocas, rodeado de cañaverales, en el lago de Tezcoco. Sitio tan poco atractivo, que ninguno de los innumerables habitantes anteriores lo había ocupado. Los brillantes directores aztecas deben haber comprendido el valor estratégico y político que representa este sitio. Tratándose de una isla la defensa era muy fácil, ya que sólo podía atacársela por agua; pero además estaba colocada en los confines de tres reinos, por lo que en realidad, siendo de los tres, no era de ninguno. Daba a los nuevos pobladores una posición de relativa independencia y les permitía apoyarse en cualquiera de sus vecinos, en contra de los otros.

En el transcurso del siglo siguiente habían de aprovechar a fondo esta ventajosa posición y los vamos a ver, como mercenarios de Azcapotzalco, atacar a los demás, luego aliarse con Tezcoco para vencer a los tepanecas y así sucesivamente, hasta colocarse por encima de todos, conservando siempre su ciudad libre de ataques enemigos. Desgraciadamente no nos es posible saber hasta qué punto los jefes se dan cuenta de todas estas ventajas; pero es evidente, a través de toda la historia de la peregrinación, que aunque sea confusamente, buscaban un sitio similar, una “tierra prometida”, y que estaban decididos, por todos los medios, a llevar a su pueblo a la hegemonía de los valles.

Con el tiempo, la isla había de presentar otra gran ventaja; ésta de tipo comercial. El sistema de transporte que prevalecía en el México antiguo era tan primitivo que solamente el hombre podía utilizarse como animal de carga. Como la rueda no pasó de ser un juguete, no había vehículo alguno de tracción. En estas condiciones, el transporte de mercancías, sobre todo cuando se trataba de alimentar una ciudad grande, se convertía en un problema prácticamente insoluble. En cambio una sola canoa, con poco esfuerzo, podía hacer el trabajo de muchos hombres durante varios días. Este factor constituye seguramente una de las causas del desarrollo extraordinario que pronto había de alcanzar Tenochtitlan. Otra vez el lago parece dictar los destinos mexicanos.

Otras de sus armas eran la austeridad y el fanatismo. No permitiendo durante siglos que la población se quedara nunca permanentemente en parte alguna, obligándola continuamente a moverse, impedían así la acumulación de riquezas, el aprovechamiento de tierras cultivadas, o la formación de costumbres de ocio y de lujo, los hombres aztecas estaban eternamente preparados para la guerra o para el sacrificio, justamente porque tenían tan poco que perder, porque su vida estaba lejos de ser agradable. La pobreza misma del sitio escogido los obligaba a tratar continuamente de arrebatar a sus vecinos más ricos todas las cosas que ellos no tenían, o si no podían hacerlo por la fuerza, a trabajar sin descanso para obtenerlas por comercio; así vemos, por ejemplo, que a poco de fundada su ciudad se dedican a reunir una gran cantidad de peces, camarones, anfibios y otros productos de la laguna para permutarlos por madera o piedra para construir el templo de su dios, aun antes que sus propias casas. Trabajo, austeridad, fanatismo.

Ya es tiempo de preguntarnos quién es ese Huitzilopochtli que a través de siglos guía a su pueblo convirtiéndolo en un “pueblo elegido”. En las crónicas siempre aparece como el dios supremo cuya voz es escuchada con temor y reverencia por los sacerdotes. Evidentemente se trata de un pequeño, muy pequeño grupo —tal vez no más de cuatro personas— de sacerdotes-directores que, usando del artificio de la voz divina, guían a su pueblo y forman el destino de los mexicas. Lo interesante del caso es que desde el principio de su historia se tiene la impresión muy clara de que seguían un verdadero programa preestablecido, programa que se desarrollará a través de siglos; de una concepción de gobierno brutal pero genial que, seguida al pie de la letra por esta pequeña, indomable élite, llevará a su pueblo a través de miles de peligros, privaciones y sacrificios, hasta obtener el triunfo final, el imperio. El pueblo es empujado sin consideración a su cansancio o a su hambre, con todo y las mujeres y los hijos que se mueren, contra todo, hacia el destino que esta élite le ha prometido. Claro que es imposible pensar en que los mismos dirigentes pudieran haber establecido y seguido este plan, casi diabólico, a través de tanto tiempo. Pero los primeros formaron el “tipo” que fue seguido por sus descendientes hasta el fin. Huitzilopochtli habla sin descanso, en todas las ocasiones importantes, como el más cruel pero también como el más hábil de los políticos. Nunca se cansa, nunca se detiene, nada le basta. Durante quince generaciones su voz temible abruma al pueblo de trágicos consejos de violencia sin un minuto de reposo.

El triunfo —mucho más tarde— ha de significar para Huitzilopochtli, como para todos los pueblos que triunfan brutalmente, el principio del fin. Al momento del apogeo mexica ya no oímos su voz poderosa repercutir a través de las crónicas. Ya el pequeño grupo de jefes se ha convertido en una vasta aristocracia que no puede tener ni la fuerza ni la coherencia originales. El imperio y la riqueza habrán de gastar la voluntad inquebrantable de los primeros tiempos.

El momento culminante de la historia de estos sacerdotes geniales y terribles, el momento en que mejor vemos trabajar su brillante inteligencia, es justamente éste de la fundación de su ciudad.

Sabían que para un pueblo como ellos, sólo este sitio de Tenochtitlan, despreciado por todos lo demás, les daba la posibilidad de llegar al fin de sus ambiciones, de convertirse en un gran poder. Empiezan por comprender que sólo si son forzados querrán los mexicas vivir en esa isleta pantanosa. Tal vez por ello los obligan a representar el drama que había de costar la vida a la hija de Achitómetl de Culhuacan. Entonces ya no es cuestión de escoger; ya no queda sino el lago, eterno centro de los destinos del México antiguo. Pero no bastaba la compulsión física; era necesaria la compulsión moral. Entonces resulta que al establecerse en el lago se cumplen las profecías, ya que en el lago descubren muy a su satisfacción la famosa águila, sobre el tunal, sobre la piedra, comiéndose a la serpiente, en el sitio mismo donde había sido arrojado el corazón de Copil.

Una vez asentados los mexicanos en su isla y construido el primer templo de su dios, que no fue sino un pobre edificio que desaparecerá en el esplendor futuro, comprenden que no es posible ir demasiado aprisa. Aún no son siquiera dueños del islote en que se han refugiado. Aprovechando sus cualidades principales, el valor y la habilidad guerrera, se convierten en mercenarios del poder más cercano a ellos constituido en este tiempo por los tepanecas que reinan en Azcapotzalco. Éstos les imponen además de la obligación de ayudarlos en la guerra, una serie de tributos, a veces excesivos, a cambio de su protección. Son, por tanto, en parte mercenarios y en parte tributarios de los tepanecas. Éstos, para molestarlos, les pedían como tributo cosas imposibles; por ejemplo, debían llevarles patos de la laguna que pusieran huevos en el momento de ser entregados.

En 1367, siempre en provecho de Azcapotzalco, destruyen Culhuacan, el último centro de alguna importancia donde todavía, como una verdadera supervivencia histórica, reinaban gentes que se consideraban toltecas. Este evento tiene una importancia futura, ya que abría la “sucesión tolteca” que años más tarde los mexicanos reinvindicarán en su provecho. En 1371, la otra fracción mexicana, los tlatelolcas, toman Tenayuca, que conquistan también para provecho de Azcapotzalco y a expensas de los señores chichimecas de Tezcoco.

Cinco años más tarde, se consideran lo bastante importantes para tener un rey, como lo han hecho ya los de Tlatelolco. Entonces, con su gran habilidad política, no lo piden a la casa reinante de Azcapotzalco, la aparentemente más fuerte, sino que eligen a un descendiente del desposeído rey de Culhuacan. Este primer señor de los mexicanos se llamaba Acamapichtli. Esta selección, a primera vista insignificante, iba a darles un cierto derecho a reivindicar a su favor la sucesión tolteca, puesto que se considerarían de aquí en adelante como los legítimos herederos de los viejos reyes. Había de germinar esta idea y este vago derecho en forma tan fructífera, que cien años más tarde los mexicanos serían dueños no sólo de casi todo el imperio tolteca sino aun de tierras mucho más extendidas, pretendiendo ser los reivindicadores de una herencia ancestral.

Pero esta gloria futura todavía está en la mente de los dioses. Por lo pronto, Acamapichtli, dominado por Azcapotzalco, se lanza en una larguísima guerra contra la gente del valle de Morelos, guerra que no debía terminar sino muchos años después de su muerte y cuyos episodios relataremos más tarde.

Ya hemos hablado mucho de los tepanecas de Azcapotzalco. Es necesario regresar un poco atrás para ocuparnos de este grupo que va a llenar el escenario político del valle hasta la segunda década del siglo XV. Esta gente, originaria del valle de Toluca, había conservado en grado bastante alto la civilización tolteca, ya que esa región no parece haber sido invadida en el siglo de confusión que sucede a la caída de Tula. Una vez en el valle, establecen su capital en el sitio que había servido de epílogo a la civilización teotihuacana: Azcapotzalco, hoy día un barrio al noreste de la ciudad de México. Este acontecimiento sucede hacia 1230. Durante poco más de un siglo, Azcapotzalco progresa lentamente bajo una serie de reyes oscuros. Pero hacia 1363 ocupa el trono un hombre extraordinario, Tezozómoc, bajo cuyo reinado, que dura hasta 1426, Azcapotzalco se convierte en la ciudad más importante del valle.

El largo reinado de Tezozómoc está marcado por una serie interminable de guerras. Ya vimos que, utilizando como mercenarios a los mexicanos, conquista Culhuacan. Esta victoria abre a la ambición tepaneca todo el sur del valle y la posibilidad futura de pasar a los llanos de Morelos. Vimos también cómo conquistaron Tenayuca, la hasta poco antes capital de los señores chichimecas. Esta nueva conquista despierta su apetito hacia la posibilidad de englobar finalmente todo el antiguo imperio de Xólotl. En efecto, con momentos de tregua y otros de guerra, Tezozómoc no abandona un instante su empresa hasta lograr mucho más tarde el triunfo total.

Pero para lograr sus fines necesita consolidar su posición en la región del sur del valle de México, absorbiendo un grupo considerable de señoríos independientes de los que no nos hemos ocupado aquí para no hacer aún más confusa esta historia, pero que daban a los valles centrales durante le siglo XIII y la mayor parte del XIV un carácter feudal a base de muchos pequeños señoríos en continuas luchas, alianzas y rupturas. Esta situación recuerda la de Italia en época similar, donde vemos el mismo juego eterno y vano de ligas más movedizas que la arena, de estériles batallas y de efímeras victorias.

Habiéndose apoderado de todo el centro del valle entre Culhuacan y Tenayuca, podía Tezozómoc proseguir tanto hacia el norte como hacia el sur. En esta dirección ya hemos visto que lanza sus mercenarios como punta de flecha sobre la región de Morelos. Al norte quedaban, aislados y listos para ser vencidos, por un lado Xaltocan y por otro el poderío chichimeca. Xaltocan cae hacia 1400 y entonces ya sólo falta llevar a su fin la conquista de Tezcoco y de su imperio.

Este imperio había sido dividido en señoríos, lo que facilitó la empresa. Así lo vemos caer uno a uno. Cuando Ixtlilxóchitl sube al trono de Tezcoco, probablemente en 1409, la situación ya es angustiosa y su reinado de nueve años se pasa en continuas alertas y falsas promesas de paz de parte de Tezozómoc.

El problema se plantea desde los primeros días del reinado. En 1410, Ixtlilxóchitl convoca a la ceremonia de su jura como soberano chichimeca. A ella no asisten, según su historiador descendiente del mismo nombre, sino dos señores. Los demás se excusan pretextando la defensa de las fronteras. Pero la ausencia más ominosa a esta ceremonia es la de Tezozómoc, el viejo tirano, que no sólo se niega a asistir, sino que pretende competir en la sucesión ya que ambos reyes eran descendientes de Xólotl. Manda a Ixtlilxóchitl una embajada portadora del supremo insulto: una carga de algodón en bruto para que le sea devuelta en mantas tejidas. Esto indica, según la costumbre indígena que considera a Ixtlilxóchitl como una débil mujer que sólo es capaz de hilar algodón. El problema es crucial para Ixtlilxóchitl. Si devuelve el algodón con palabras injuriosas manteniendo así su dignidad, esto significa de inmediato la guerra contra Tezozómoc. Ixtlilxóchitl. no tiene ejércitos ni armas preparadas. Entonces se somete, para ganar tiempo. Manda reclutar soldados, fabricar armas y concentrar en el centro mismo de su país todas las fuerzas, hasta entonces dispersas en sus posesiones lejanas.

Así, al principio las pretensiones del rey tepaneca parecen no tener éxito, e Ixtlilxóchitl toma el poder muy a pesar de su rival. Se casa con una hermana de Chimalpopoca de México, por cierto nieta de Tezozómoc, y empieza a reinar.

En 1414 Ixtlilxóchitl ve claramente que la situación se vuelve cada vez más desesperada. Decide en ese año hacer jurar a su hijo, Nezahualcóyotl, como su heredero. Con ello piensa obtener dos ventajas: salvar , si no su reino, cuando menos el derecho futuro de su dinastía, y además saber cuáles señores le son aún leales. Era difícil definir esto sin una ceremonia que claramente deslindara los campos, ya que Tezozómoc emplea no sólo la guerra, sino la astucia, la traición, las alianzas y aun la corrupción para allegarse amistades en el campo opuesto.

Ixtlilxóchitl da cita a todos los jefes cerca de Huexotla en una gran llanura donde ha mandado construir un trono. Llegado el día, se desarrolla pomposa ceremonia conforme a los viejos ritos toltecas: pero en presencia de muy pocas personas importantes, pues la mayor parte ha preferido no asistir por temor a Tezozómoc.

El lamentable resultado de esta junta inicia la agonía del trono de Ixtlilxóchitl. Éste, con un nuevo ejército, logra empezar otra campaña, al principio victoriosa, ya que invade terrenos de Azcapotzalco y aun dice su cronista (muy favorable a él y por tanto difícil de aceptar íntegramente) que Tezozómoc, perdido, pidió la paz. Ixtlilxóchitl la acepta, considera la guerra terminada y manda disolver su ejército. El hecho es que en 1418 las tropas de Tezozómoc están a las puertas de Tezcoco: muchos de sus antiguos enemigos se han pasado a su campo e Ixtlilxóchitl se encuentra casi solo.

Acompañado de su hijo Nezahualcóyotl, y rodeado de sus últimos fieles, se hizo fuerte en un bosque donde, viéndose perdido, se retiró a una barranca profunda. Bajo un gran árbol caído pasó la noche en compañía de su hijo y de dos capitanes. Al salir el sol, al día siguiente, llegó un soldado a decirle que lo habían descubierto y que a gran prisa venía gente armada para matarlo. Entonces pidió a los soldados que lo dejaran solo, llamó a su hijo y le dijo: “Hijo mío muy amado, brazo de león, Nezahualcóyotl, ¿adónde te tengo de llevar que haya algún deudo o pariente que te salga a recibir? Aquí ha de ser el último día de mis desdichas y me es fuerza el partir de esta vida; lo que te encargo y ruego es que no desampares a tus súbditos y vasallos, ni eches en olvido de que eres chichimeca, recobrando tu imperio que tan injustamente Tezozómoc te tiraniza y vengues la muerte de tu afligido padre, y que has de ejercitar el arco y las flechas. Sólo resta que te escondas entre estas arboledas porque no con tu muerte inocente se acabe en ti el imperio tan antiguo de tus pasados”.

Después de tan tierna escena, el pequeño príncipe se esconde y entre las ramas ve cómo los enemigos matan a su padre, Una vez idos, recoge el cuerpo y ayudado por algunos amigos adereza el cadáver y lo quema. Ixtlilxóchitl fue el primer emperador chichimeca quemado según los ritos y ceremonias toltecas en vez de ser enterrado en una cueva con sus antepasados.

Con la muerte de Ixtlilxóchitl comienza el “gobierno en exilio” de la dinastía chichimeca representada por el joven Nezahualcóyotl, “el coyote hambriento”, legítimo heredero del imperio. Este muchacho, de juventud tan azarosa, había de convertirse en la figura más ilustre de su siglo por lo pronto tiene que refugiarse de un sitio a otro, perseguido implacablemente por el odio de Tezozómoc, que deseaba verlo desaparecer ya que era el único rival legítimo que quedaba. Poco después se establece en Tlaxcala y a veces en la corte de su tío Chimalpopoca.

Nos relatan las crónicas innumerables episodios más o menos verídicos, de las aventuras que ocurrieron a Nezahualcóyotl durante su exilio. Los peligros no le impidieron, como dice su descendiente, irse “por diversas partes de las tierras no dejando reino, ciudades, provincias, pueblos y lugares que no entrase en ellos para conocer los designios y voluntades de los señores de estas partes. En unas le recibían con mucho regocijo; en otras muy secretamente, avisándole que se guardase de sus enemigos. A veces disfrazado entraba y oía lo que se decía de él, averiguando por tanto la opinión de los señores y las órdenes de Tezozómoc”. Tanto preocupaba su vida al tirano que hasta dicen que lo soñó dos veces. “La una hecho águila real, que le daba grandes rasguños sobre su cabeza y que parecía que le sacaba las entrañas y el corazón y que le despedazaba los pies”.

En medio de aventuras sin cuento, escapando siempre de la ira de Tezozómoc, protegido a veces por su astucia y otras por los muchos parientes importantes que tenía, el joven Nezahualcóyotl ve pasar con amargura los años del exilio, pero mientras él tiene la juventud que le permite esperar, su rival, el viejo Tezozómoc, está cada vez más enfermo no de enfermedad sino de años, “y era tan viejo, según parece en las historias y los viejos principales me lo han declarado, que lo traían como a una criatura entre plumas y pieles amorosas metido y siempre lo sacaban al sol para calentarlo y de noche dormía entre dos braseros de fuego grandes que jamás se apartaba de la calor porque le faltaba la calor natural”. Como era de esperarse en estas circunstancias, por fin muere el tirano en 1426, y un aire de independencia sopla entonces en el valle.

El largo reinado de Tezozómoc, 63 año tuvo una importancia mucho más grande que la simple consolidación de la supremacia tepaneca. Tezozómoc fue el primero que, desde los días ya lejanos de la caída de Tula, logró unir bajo su dominio directo o indirecto, por medio de su quíntuple alianza”, todo el valle de México, gran parte de los otros valles circundantes y aun terrenos mucho más lejanos, ya que sus tropas llegaron hasta la región de Taxco. Esto marcó el fin de innumerables pequeños señoríos que se habían dividido esas tierras como una consecuencia de la dispersión de los toltecas. A los tepanecas, en cierto modo, cabe el honor de haber puesto fin a esta situación. al reunir esos feudos semiindependientes, preparan la unificación mayor que harán los mexicas.

Pero Tezozómoc gobernaba un grupo que no era realmente local, ya que hablaba el matlatzinca, en vez del náhuatl, y cuyas raíces por tanto no pudieron ser tan hondas. Ésta era la debilidad profunda de su imperio, oculta durante su brillante reinado, pero que a su muerte debía aparecer muy claramente.

La extraordinaria inteligencia de Tezozómoc, ayudada por su perfidia y su falta total de escrúpulos, fue completada por la fortuna de una larguísima vida que le permitió llevar a cabo su obra. Logró así prestigio incomparable. Pero su obra, como todas las obras de violencia, no podía perdurar.

No sólo utilizó la guerra como arma de expansión, sino una tortuosa política de alianzas y traiciones que le habían de valer el apoderarse de un número de sitios que no había podido vencer con su fuerza militar, o cuya conquista lo hubiese obligado a una serie de campañas. Apoyó su proceder con una sistemática serie de alianzas dinásticas. Con el tiempo había casado a muchos de sus hijos y nietos con los herederos de casi todos los señoríos del valle de México. A través de su dispersa familia intervino en los asuntos de todas las ciudades y se convirtió en el señor indiscutido de la región.

Desgraciadamente tenemos pocos datos sobre este personaje, que sería muy interesante conocer más a fondo. Aparece y desaparece fugazmente en las crónicas; pero lo poco que sabemos de su personalidad nos hace pensar que, mucho mejor que César Borgia, habría servido como modelo para El príncipe de Maquiavelo.

Dejó en la mente de sus sucesores políticos una nueva fórmula del arte de gobernar, fórmula admirablemente adaptada a las calidades de los mexicanos que, como dice Jiménez Moreno, “aprendieron en la escuela de Tezozómoc de Azcapotzalco”. Los vamos a ver pronto aplicar brillantemente esos principios de realismo brutal. Pero antes necesitamos regresar un poco hacia atrás para estudiar lo que durante los años del esplendor tepaneca aconteció en Tenochtitlan.

A la muerte de Acamapichtli, el primer señor, sube al trono su hijo Huitzilíhuitl, que siempre por cuenta de Tezozómoc, guerrea victoriosamente contra varios pueblos del valle y sobre todo continúa la lucha contra la gente del valle de Morelos, capitaneada ésta por el señor de Cuernavaca.

Entre las pausas de la lucha, nos cuenta la Crónica mexicáyotl cómo Huitzilíhuitl se enamora de la hija del señor de Cuernavaca: “Su corazón fue solamente a Cuernavaca, por lo cual inmediatamente envió a sus padres a pedirla por esposa”.

Pero el padre de la joven era un brujo: “Llamaba a todas las arañas así como al ciempiés, la serpiente, el murciélago y el alacrán, ordenándoles a todos que guardasen a su hija doncella, que era bien ilustre, para que nadie entrase donde ella ni bellaco alguno la deshonrara; estaba encerrada y muy guardada hallándose toda clase de fieras por todas puertas del palacio; a causa de esto había muy gran temor y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa la solicitaban los reyes de todos los poblados porque querían casarla con sus hijos; pero su padre no aceptaba ninguna petición”.

En cuanto oyó el de Cuernavaca que el señor de México solicitaba a su hija, dijo a los enviados: “¿Qué es lo que dice? ¿Qué podrá él darle? Lo que se da en el agua, de modo que, tal como él se viste con ropa de lino acuático, así la vestirá. Y de alimentos ¿qué le dará? ¿O acaso es aquel sitio como éste donde hay de todo, viandas y frutas muy dilectas, el imprescindible algodón y las vestiduras? Idos a decir todo esto a vuestro rey antes que volváis aquí”. Muy afligido se hallaba Huitzilíhuitl al saber que había sido rechazada su petición cuando en sueños se le apareció el dios Tezcatlipoca y le dijo: “No te aflijas, que vengo a decirte lo que habrás de hacer para que puedas tener a la doncella. Haz una lanza y una redecilla con las cuales irás a casa del señor de Cuernavaca donde está enclaustrada su hija. Haz también una caña muy hermosa; ésta adórnala cuidadosamente y píntala bien plantándole además en el centro una piedra muy preciosa, de muy bellas luces. Irás a dar allá por sus linderos, donde flecharás todo e irá a caer la caña en cuyo interior está la piedra preciosa allá donde está enclaustrada la hija del rey de Cuernavaca y entonces la tendremos”. El enamorado hizo exactamente lo que el dios le había indicado y cuando cayó la caña la doncella la vio bajar del cielo, la tomó, la rompió por el medio y vio dentro la piedra preciosa. Quiso, muy femeninamente, asegurarse de que era buena la piedra, mordiéndola; pero se la tragó y ya no pudo sacarla, con lo cual se halló embarazada. Siendo el señor de México la causa del embarazo, su padre se la dio por esposa.

Al leer cuidadosamente la crónica, nos damos cuenta de que esta página de amor es bastante menos romántica de lo que parece a primera vista; en realidad, así como la joven demuestra su interés al morder la piedra para ver si era fina, el móvil verdadero del señor de México era menos la pasión que el deseo de obtener la rica producción de algodón de la región de Morelos y desquitarse justamente de lo que le reprochaba su futuro suegro, o sea, de andar vestido de ropa tejida con plantas acuáticas. A partir de estas fechas se podía adquirir ropa de algodón en el mercado de Tlatelolco.

A la muerte de Huitzilíhuitl, en 1417, lo hereda Chimalpopoca, nieto, por su madre, de Tezozómoc de Azcapotzalco.

Este parentesco fue muy provechoso a los mexicanos, ya que el abuelo de su nuevo rey les exigía cada vez menos tributos. Probablemente se deba al parentesco de Chimalpopoca con Tezozómoc el que haya sido elegido al rango supremo, pues apenas tenía doce años cuando subió al trono. Los diez años de su reinado fueron poco importantes en los anales mexicanos. En 1426 muere cargado de años y de gloria el viejo Tezozómoc y estalla entre dos de sus hijos una guerra, pues ambos pretendían ser sus herederos.

Chimalpopoca comete el peor error que pueda hacer un gobernante: apoya al hermano que pierde la batalla. El vencedor, Maxtla, manda matar a la mayor parte de los que, partidarios de su hermano, han conspirado contra él. Chimalpopoca fue encarcelado y parece que ahí se le ahorcó a los 22 años de edad.

Con la muerte de Tezozómoc y el fin poco glorioso de su nieto Chimalpopoca, llegamos al momento más importante de la historia mexicana, cuando se inicia una nueva etapa que lleva a Tenochtitlan a la hegemonía sobre los valles centrales.

Fernando de Alva Ixtlilxóchitl: el rescatista de las tradiciones prehispánicas

INTRODUCCIÓN

Una de las etapas menos conocidas por los mexicanos es, sinduda, el México prehispánico; de aquí que se deduzca que si bien no nosagrada la lectura –mucho menos histórica-, los elementos con los que podemoscontar para describir un pasaje de la antigüedad mexicana sean nimios. Estasituación ha comprometido, entonces, que el conocimiento sobre nuestras raícesindígenas sólo tenga unos cuanto visos, con lo que estaremos expuestos a caeren malas interpretaciones sobre nuestra historia.

Al respecto de esta literatura sobre el México prehispánicohan existido innumerables plumas que han tratado de difundir sus conocimientospara dar a conocer el proceso por el que se llevó a cabo ese encuentro de dosmundos. Entre estos escritores localizamos a los religiosos, Sahagún,Motolinia, Duran, entre otros, y los participantes directos, como podrían serCortés y Bernal Díaz del Castillo. Este tipo de historiadores seríannetamente españoles, mientras que otro grupo estaría representado por loscronistas mestizos que se encargaron de rescatar la historia indígena a la luzde una educación ya españolizada, como es el caso de Chimalpahin, AlvaradoTezozómoc y Alva Ixtlilxóchitl). Este hecho lo afirma Léon-Portilla:

“En México mismo, especialmente a principios del XVII, varios indígenas o mestizos como don Fernando Alvarado Tezozómoc, Chimalpain e Ixtilixóchitl, descendientes de la antigua nobleza indígena, escribieron en idioma náhuatl o en castellano sus propias historias, basadas principalmente en documentos de procedencia prehispánica. Imbuidos ya en la manera europea de escribir la historia, sus imágenes del mundo antiguo pueden describirse, no obstante como los primeros intentos indígenas de defender ante el mundo español sus tradiciones e historia”

Posteriormente se podría hacer referencia de historiadoresque poseen ya mejores herramientas para hacer una historia más objetiva y que dépie a la controversia, como el caso de Ignacio Manuel Altamirano en su Paisajesy Leyendas o, bien, García Izcalbaceta en sus Indagaciones…, los cualescrearon todo un debate en cuanto a que la aparición de la virgen María fue tansólo una invención. Cuestión que hasta nuestros días continua siendo tema deestudio, ya sea por enigmático –poco probable- o porque uno de los límites alos que se enfrenta el historiador es la fe intocable del humano.

Actualmente, podemos apreciar trabajos más elaborados y quetambién han dado pie a la crítica sobre la temática del México prehispánicoy poshispánico, en este caso no podía faltar Edmundo O´Gorman con su Invenciónde América, la cual abriría el horizonte sobre ese manejo de la sociedad através de la religiosidad, para conseguir fines políticos o económicos. Otambién podemos apreciar el caso de los historiadores que han buscado rescatary hacer de dominio público los escritos y poesías indígenas, entre los queresaltarían León-Pórtilla y Garibay (aquí también figura O´Gorman).

De esta forma podemos reconocer que el trabajo realizado poralgunos personajes de oficio histórico ha contribuido seriamente a reconocer lahistoria de ese México que muchos creen perdido, pero que nada hacen paraencontrarlo. En este sentido, urgiría en las aulas una buena dosis de historiadel México Antiguo para reconocer cómo fue el proceso que condujo al mestizajey no caer en fanatismos como el de “yo odio a los españoles porque nosconquistaron” o frases de ese estilo.

Con el propósito de reconocer un episodio de esa historia dela que ya he hecho tanta publicidad, opté por escoger a un personaje que nofigurará como español “puro” (si así puedo llamarle) y que tampococontuviera elementos netamente indígenas. Por esta razón me incliné por leera Fernando de Alva Ixtlixóchitl, que si bien tenía por descendencia el linajetexcocano, fue también un hombre que pasó por ese proceso de mestizaje, en elcual recibió una educación a la española, dejando de lado la idolatría delos dioses aztecas para recibir el catolicismo.

Asimismo, Ixtlilxóchitl representa a ese linaje texcocanodel que sobresale el rey Nezahualcóyotl como emisario de las buenas artes y delcual se encargará de rescatar los escritos y códices que mejor pueda pararealizar una historia sobre él y enaltecerlo.

El presente trabajo tiene como propósito reflejar esa funciónque Ixtlilxóchitl representa como un rescatista de las tradiciones prehispánicas,que si bien ya podían haberlo realizado los clérigos (donde resalta Sahagún)él expone su historia con el ahínco que representa hablar de los antepasadosque enorgullecen tras memorizarlos.

Este trabajo busca visualizar si en verdad Ixtlilxóchitlpugnó por el rescate de la fuentes indígenas para realizar una historia quelos enalteciera o, en el mejor de los casos, los rememorara.

EL RESCATISTA DE LAS TRADICIONES PREHISPÁNICAS

A Ixtlilxóchitl se le debe gran parte de la historia quehabla de Nezahualcóyotl, ya que es de suponer que tendría mayor interés enhacer alusión sobre este personaje por haber sido antepasado suyo. La obra deIxtlilxóchitl puede localizarse en sus Obras Históricas, las cuales setraducen en la práctica a dos espesos libros que exponen sus historias desde elnacimiento de la cultura tolteca hasta la elección de Cuauhtémoc en Tenochtitlán.De entres estos escritos el que se refiere a las hazañas y creaciones del reyNezahualcóyotl fue llamado “Historia de la nación chichimeca”.

Así, comenzaré a relatar algunos pasajes que Ixtlilxóchitlnos regala dentro de “La historia de los señores tultecas”, dondedescribe a esta cultura como la primigenia del pensamiento indígena mexicano,por lo que abunda mucho en tratar acerca de su cosmogonía, la cual giraba entorno a la dualidad; es decir daban relevancia equitativa tanto a lo masculinocomo a lo femenino. Dentro de sus creencias los toltecas decían haber nacido detal dualidad que era representada por dos dioses: Tonacatecuhtli yTonacacihuatl, como lo definiría mejor Ixtlixóchitl:

“Los ídolos de los tultecas que antiguamente tuvieron, fueron los más principales que fue Tonacateuhtli, y hoy en día está su personaje en el cu más alto, que es dedicado al sol, de este pueblo, que quiere decir dios del sustento y [a] su mujer tenían [por] otra diosa, y dicen que este dios del sustento era figurado al sol y su mujer a la luna, y otras diosas que llamaban las hermanas del sol y la luna, que todavía hay pedazos de ellas en los cues de este pueblo”

Asimismo hace un repaso de esa leyenda en la que se describelas diferentes etapas por las que ha pasado el hombre en la conformación de sushistoria, relatando, por ejemplo que:

“y dicen que el mundo fue criado en el año ce técpatl, y este tiempo hasta el diluvio le llamaron Atonatiuh, quiere decir, edad del sol de agua, porque se destruyó el mundo por diluvio. (…)duró esta edad y mundo primero, como ellos le llaman, mil setecientos dieciséis años, que se destruyeron los hombres con grandísimos aguaceros y rayos del cielo y toda la tierra sin quedar cosa alguna”

En estas líneas cabría reflexionar que si bien Ixtlilxóchitlexplica una historia indígena americana muy alejada en espacio geográfico ypensamiento –según mi parecer- nos regala una serie de analogías que hablansobre la similitud en el relato del diluvio, tal y como lo relata el AntiguoTestamento. Y no conforme con este anacronismo explica líneas atrás que tambiénel relato se asemeja en cuanto al nacimiento de los hombres de un hombre y unamujer, cuando, como ya quedo asentado, vimos que este nacimiento se dio pordioses (o si somos más directos de la naturaleza, recordemos que Tonacacihuatly Tonacatecuhtli son luna y sol, respectivamente), por lo que cuál similitudexiste si queda asentado en el nuevo Testamento que Adán y Eva fueron yahumanos creados por Dios. por si esto no fuera poco también relata que:

“y se escondieron y se metieron dentro de las aguas los más altos montes cáxtol moletltli, que son quince codos; y de aquí, añaden asimismo otras fábulas, y de cómo tornaron a multiplicar los hombre de unos pocos que escaparon de esta destrucción dentro de un toptlipetlacali, que casi significa este vocablo arca cerrada; y como después, multiplicándose los hombres, hicieron un zacuali muy alto, y fuerte que quiere decir, la torre altísima, para guarecerse en él cuando se tornase a destruir el segundo mundo.”

Estos párrafos no permiten la duda en cuanto a que Ixtlilxóchitl,quien escribía principalmente para los religiosos y nobles españoles, trata demoldear una historia indígena a los parámetros de la fe católica, la cualpredominaba en su tiempo como un factor de consolidación del poder ante los indígenasque pretendían convertir. Y es que, lo vuelvo a repetir, las líneas de Ixtlilxóchitlno permiten margen de duda para reconocer que, o bien trata de hacer la moldurade la que hable, o simplemente no puede ir en contra de los valores que lefueron enseñados; es decir que su educación ya occidentalizada no lepermitiera traer al presente las ideas antiguas, tal y como son para reafirmarque el catolicismo es la única fe del mundo. Si no es así, cómo explicar queIxtlilxóchitl haga analogías tales como un arca de Noé y una torre de Babelen la ideología indígena.

Más adelante, Ixtlilxóchitl relata la cronología de losreyes toltecas, en este apartado resalta su gran intelectualidad, puesto que encada crónica que hace de los reinados de esta cultura, anexa –supongo quepara una mejor ubicación cronológica- los personajes europeos que gobernabanal mismo tiempo que los reyes toltecas. Esta situación da a entender queIxtlilxóchitl no era un neófito en letras y que posiblemente su estatus denoble le permitía el acceso a los libros provenientes de Europa, donderesaltaban los escritos griegos y la literatura religiosa medieval. Paraejemplificar mejor esta situación expondré un párrafo de Ixtlixóchitlnarrando el tiempo de gobierno de un rey tolteca:

“Cumplidos los cincuenta y dos [años] murió el rey Nacáxcoc, heredándole su hijo Mitl que fue en el año de 5 calli, y ajustado este tiempo con la nuestra, fue en el de 822, al sexto año de pontificado de Pashal romano, y el octavo año del imperio de Ludovico primero de este nombre y emperador romano, y en España, el rey Ramiro I de este nombre, y al primer año de su gobierno.”

Es así que Ixtlixóchitl da cuenta de la cronología toltecahasta su decadencia. Dentro del relato tolteca encontramos la presencia deQuetzalcóatl, aquel humano o, mejor dicho semidios, a los ojos de nuestroautor, que proveyó a la sociedad tolteca de los conocimientos que llevaron aesta cultura a ser una de las más prósperas de Mesoamérica; él, el barbado ybuen hombre, que prometió regresar para enmendar su culpa, fue el que debióincorporar la duda en los indígenas para no exteriorizar su rechazo a los españoles.Asimismo no debemos obviar al gran sabio Topiltzin sobre el que Ixtlixóchitl dagran relación.

Ixtlilxóchitl, a pesar de la subjetividad que maneja encuanto a su credo religioso, busca enaltecer, como dije anteriormente, lacultura prehispánica para evitar su olvido. En este sentido cabe exponer lo queél piensa sobre otros autores que manejaron, también, la historia del MéxicoAntiguo:

“Muchas historias he leído de españoles que han escrito las cosas de esta tierra, que todas ellas son tan fuera de los que está en la original y las de todos éstos, y entre las falsas, la que en alguna cosa conforma es la de Francisco Gómara, clérigo, historiador que fue del emperador Don Carlos, nuestro señor, que tenga Dios en su gloria, y no me espantó que como son relaciones de pasada unos dicen cestas y otros ballestas , como se suele decir, por demás por decir una cosa dicen otra, hablan unos de pasión, otros de afición, y otros cuentan fábulas compuestas por palabras sucedidas y ciertas , y otros no entendiendo bien la lengua y lo que lo viejos les dicen, como a mi me ha sucedido muchas veces con los naturales, siendo nacido y criado entre ellos”

Aquí bien se aprecia la forma en la que Ixtlixóchitl deseahacer la historia y, por lo tanto, el objetivo que busca al realizarla: el hechode poner gran énfasis en los testimonios, habla sobre que el historiador creeque sería la información de primera mano y la más confiable, en consecuencia.Ixtlixóchitl hace patente que para escribir una historia verdadera es necesariotener gran cuenta de los hechos que conforman a la sociedad a la que se quiereestudiar; es decir no es viable que una persona, como él dice, que no sepa lalengua del lugar del que quiere hacer crónica o, bien, si no sabe nada sobre lapoblación que la conforma, va a ser muy difícil que haga una historia queresulte veraz. En este aspecto estoy de acuerdo con Ixtlilxóchitl, es necesarioestar vinculado en un buen porcentaje con aquello que se quiere estudiar, pues sóloesto permitirá que nos comprometamos con nuestro estudio y tenga una finalidadbásica para la región o lugar donde vivimos.

Regresando a los escritos de Ixtlilxóchitl es necesariorecordar que uno de los temas por los que es más conocido es, sin duda, el quehabla sobre Texcoco durante la época de Nezahualcóyotl. En su Obras Históricasexplica qué circunstancias hicieron que Nezahualcoyótl no pudiera ingresar enbuenos términos al reino de su padre Ixtlilxóchitl el viejo, las peripeciasque tuvo que soportar durante su exilio y cómo fue la llegada al reino y elauge que obtuvo Texcoco a su llegada. Es por esta razón que creo importantehacer un recuento de esas líneas para darnos una idea de quién fue Nezahualcóyotly qué significó para Mesoamérica durante su mandato. Esta circunstanciapermitirá reconocer la inclinación de Ixtlilxóchitl por hacer la historia deuno de sus antepasados.

Los texcocanos, durante el tiempo de Ixtlilxóchitl el viejo,tenían rencillas con los guerreros tepanecos (que vivían en una regióncercana a Texcoco: Atzcapotzalco) por que éstos buscaban ampliar su territorioy Texcoco obstaculizaba sus pretensiones. Por esta razón Nezahualcóyotl tieneque apoyar a su padre en la guerra contra estos personas desde pequeño.

Los tepanecas eran liderados por el jefe militar Tezozómoc,y a pesar de que los texcocanos eran gente agresiva siempre llevaban las deperder en el combate contra los tepanecas. Esta situación se repetíarepetidamente y un día no favorable para los texcocanos, las huestes tepanecasmatarían a Ixtlilxóchitl el viejo. El príncipe, por entonces, Acolmiztlitendría que huir después de presenciar el sacrificio de su padre.

Tras su huida, líder tepaneca, Tezozómoc, ofrecería unarecompensa para aquél que lograra la captura del texcocano y lo llevara ante él.Acolmiztli, para estos efectos, no tuvo otra alternativa que esconderse en losmontes y tratar de sobrevivir en este ambiente, cuestión que le daría elnombre de Nezahualcóyotl (coyote hambriento o ayunado) tras haber vividohambres y fríos. Es hasta el año de 1420 cuando varias mujeres, entre ellassus tías, interceden por él ante Tezozómoc y logran una tregua que lepermitiría a Nezahualcóyotl vivir en la Ciudad de México y terminar susestudios.

Con la muerte de Tezozómoc acaecida en el año de 1427 sepensaba que la persecución de la cual era objeto Nezahualcóyotl cesaría; sinembargo al líder tepaneca le sucedería su hijo llamado Maxtla, el cual tendería,también, infinidad de emboscadas al príncipe texcocano. Así, pues, Nezahualcóyotlbuscó apoyo en otros pueblos y lo encontró con el Itzcoátl, señor de México,que había sufrido de igual manera los combates de los tepanecas.

Para el año de 1428 derrotan al enemigo y, según AlvaIxtlilxóchitl, Maxtla muere a manos de Nezahualcóyotl. A partir de estemomento se lleva a cabo una reorganización política, que traería la creaciónde la Triple Alianza formada por Texcoco, con Nezahualcóyotl, Tenochtitlán,con Itzcoátl y Tlacopan, con Totoquiyauhtzin. Con respecto a este último señoríose entiende la anexión como una forma en la que los tepanecas tendrían unarepresentación justa dentro de la nueva organización con el fin de evitar laguerra.

En 1431, Nezahualcóyotl es declarado formalmente soberano deTexcoco y a partir de entonces da rienda suelta a sus ideas innovadoras. Conrespecto a la administración pública: Nezahualcóyotl se sirvió de la divisiónde tierras para una mejor organización. Así se tenían las tlatecalli (tierradel rey), tecpantlali (tierra de palacios), teopantlalli (tierra de templos,pillali (tierra de nobles y señores) y calpulli (tierras exclusivas del pueblo,las cuales no podían ser vendidas, solamente heredadas). Dentro del palacio eraauxiliado por sacerdotes y nobles que se encargaban de aconsejarlo cuando sucedíanproblemas con el pueblo, el cual era regido por alguaciles. No contento con estoNezahualcóyotl convocaba cada 80 días a juntas de discusión sobre losproblemas que tenía el pueblo con el fin de resolverlos. Acudían a estassesiones la familia del tlatoani, sacerdotes, nobles y alguaciles.

En cuanto a construcción, Nezahualcóyotl hizo edificargrandes palacios dentro de Texcoco, de los que figuran los atribuidos aHuitzilopóchtli y Tezcatlipoca. El palacio en el que residía conteníainfinidad de habitaciones, en la cual moraban los sacerdotes y los creadores dearte. Este edificio contenía uno de los archivos más grandes de documentos indígenas,así como un jardín botánico y los inconfundibles baños reales en los que eltlatoani solía descansar. En el año 1430 llevo a cabo, en la Ciudad de México,la siembra del Bosque de Chapultepec y la construcción de la atarjea quedistribuye el agua en la región.

El arte de la guerra de Texcoco es uno de los puntos másdiscutidos. Por una parte, Alva Iixtilixóchitl afirma que Nezahualcóyotl matópor su propia mano a 12 reyes, participó en 30 batallas y sujeto a 44 reinos.En suma se entiende que Texcoco fue una gran máquina militar que utilizaba laguerra con el fin de extender territorios y dominar a los pueblos sometidos; sinembargo, por otra parte, Nigel Davies explica que Texcoco no tuvo esa gran tácticamilitar, puesto que Nezahualcóyotl dependió demasiado de la alianza con losmexicas (que si eran grandes guerreros) cuando llevaba a cabo batallas contraotros pueblos. Esto se puede entender, quizá, a partir del pensamiento deNezahualcóyotl quien estaba en contra del sacrificio de vidas humanas o, bien,por la actitud estadista y diplomática que cumplía dentro de la TripleAlianza, lo que hacía que los mexicas fueran los verdaderos protagonistas en laguerra.

Con respecto a esto último, Ixtlilxóchitl explica, apoyadoen la poesía generada por Nezahualcóyotl, que concebía al Tloque Nahuaquecomo ese dios único e invisible que fomentaba el amor y estaba en contra de lossacrificios. No obstante hay que recordar que estas ideas fueron ya descritaspor los toltecas -en particular por Quetzalcóatl- por lo tanto debe tomarseesto como uno de los elementos más a la serie del historiador texcocano quehace referencia al pensamiento católico como universalmente único einfranqueable. Para ejemplificarlo esta la referencia que hace Ixtlilxóchitlsobre la edificación del templo en honor a este Tloque Nahuaque:

“(…)le edificó un templo muy suntuoso, frontero y opuesto al templo mayor de Huitzilopóchtli, el cual demás de tener cuatro descansos, el cu y el fundamento de una torre altísima estaba edificado sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo que servía de remate de los otro nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado, y por la parte inferior estaba todo engastado de oro, pedrería y plumas preciosas, colocándolo al Dios referido y no conocido, noi visto hasta entonces, sin ninguna estatua ni formar su figura.”

La vida íntima de Nezahualcóyotl gira en torno a una mujerllamada Azcalxochitzin, que él toma como esposa genuina mediante un actoindigno, según palabras de su nieto Ixtlixóchitl. Esta mujer era hermana deuno de sus vasallos más respetables, el cual se llamaba Cuacuauhtzin. Con elfin de poseer a esta mujer Nezahualcóyotl prepara una emboscada y mata a suvasallo. Sin embargo muy caro pagó este episodio, pues a partir del año 1446(dos años después de la ejecución del vasallo) sobreviene una plaga delangostas que acaba con las cosechas y que es rematada con una gran helada en elaño de 1450. Esto trajo consigo la necesidad del alimento y, por consiguiente,los constantes problemas con la población.

José Luis Martínez en su Nezahualcóyotl, incluso hacereferencia que la gente “truequeaba” a sus hijos por maíz por laextenuante hambruna que existía. Como consecuencia la Triple Alianza decidesuspender el pago de tributos y, además, se ve en la necesidad de repartir lasreservas de maíz para evitar conflictos. Ixtlilxóchitl ve esto como un castigode los dioses por la reprobable acción de Nezahualcóyotl. Para el año de 1464a Nezahualcóyotl le ocurrieron sucesos dolorosos en torno a su familia: algunosde sus hijos fueron muertos de diversa manera y su esposa original no lograbaconcebir el heredero que tanto ansiaba, aunado a esto se viene una insurrecciónchalca que lo mete en problemas.

Agobiado por esta situación decide pedir el consejo de lossacerdotes, los cuales le explican que remediaría sus males sólo si ofrendabauna gran cantidad de vidas humanas a los dioses. Nezahualcóyotl llevó a caboesta acción, pero los males siguieron presentes. A partir de ese momento vivecon la duda sobre la eficacia de los dioses que adoraba y decide buscar por otrolado la verdad. Según esto, Nezahualcóyotl se oculta en el bosque deTetzcotzinco por cuarenta días en los que rinde homenaje al dios no conocido(en el que pensaba ya desde hace tiempo) a través de poemas y reflexiones sobresu existencia. Al término de su sacrificio a Nezahualcóyotl se le resuelvensus problemas y entonces comienza a intuir que existe un único dios que es eldador de la vida.

Es evidente nuevamente que Ixtlilxóchitl da rienda suelta asu fe, puesto que da a entender que las doctrinas o, mejor dicho, los ritos quellevaban a cabo los antiguos mexicanos eran obras demoníacas que debían sererradicadas por la fe católica. Y es que no se discute el hecho de que así seexpresaran casi todos los religiosos con respecto al sacrificio humano e,incluso, la antropofagia, como lo demuestra un pasaje de un relato que ofreceFray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva Españaes que durante las fiestas en honor del dios Xipe Totec (Tlacaxipehualiztli), aMoctezuma se le enviaba un pozole con el muslo de algún muchacho sacrificado enhonor al dios.

Ahora si nos detenemos a pensar la utilidad que ha tenido,incluso hoy, la obra de Ixtlilxóchitl podemos expresar que sus relatosrepresentan la nueva voz de los indígenas que se pagaron tras la conquista. Yes que aquí quisiera detenerme para realizar o, mejor dicho traer a la reflexión,la opinión de Luis González de Alba, con respecto a esos mitos que se generantras la parcialidad de conocimiento que se tiene de nuestra historia antigua:

“Cuando los aztecas lograron independizarse de Azcapotzalco, un siglo antes de la llegada de Cortés, resolvieron que no les gustaba la historia como estaba relatada en los códices de los pueblos que habitaban el valle mucho antes que ellos, pues el pueblo azteca no aparecía en tales relatos o no con la suficiente importancia. (…)Así que, como los nuevos ricos que se crean ancestros nobles, los gobernantes aztecas fueron los primeros, 100 años antes que los españoles, en ordenar la quema de códices porque “dicen muchas mentiras”. Y reescribieron la historia con ellos en primer plano.

Nada nos da una más exacta idea de la naturaleza implacable del poder que ejercían los aztecas, como el tributo de sangre que impusieron a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné. Ocurrió así: tras un sitio extenuante, Tlaxcala se rindió, pero “¿qué tributo podía exigir Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que se convertiría en un campo de batalla permanente para capturar hombres destinados a alimentar al Sol”, una “idea ingeniosa” de los aztecas. “Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio humano constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las infinitamente numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se consolidó su régimen de terror”, continúa Sejourné en La traición a Quetzalcóatl, y concluye: “Parece evidente que los aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado

Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta recuperar nuestra herencia española, sobre la cual se asienta, nada menos, que el nuevo país y la nueva población emergidas no de la derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de mexicanos nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas, guiados por Cortés, obtuvieron “en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén”. Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus hombres, se volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros 300 años: una historia muy repetida en este agobiado país, pero seguimos sin entenderla y cantando al caudillo del momento”

Es así como la obra de Ixtlilxóchitl da la visión conjuntade estas dos culturas que vinieron a mezclarse para conformar el mestizaje.Ixtlilxóchitl no se deja llevar por una sola postura, en este sentido, si bienlogra a veces embaucar con tanta flor religiosa, tambipen aporta grandes datossobre la civilización indígena exaltándola. No se verá en Ixtlixóchitl esahistoria que ofrece a los españoles como dioses auténticos, como vimos conGonzález de Alba, que vinieron a conquistar a unos “huarachudos”torpes para la guerra, ni tampoco encontraremos esa historia que ofrece a losindígenas como victimas de las circunstancias, dóciles ante el hierro (cuandose ha visto con mayor presencia que la duda radicó en creer a los españoleslos enviados, o el mismo, Quetzalcóatl); con lo que nos haria formarnos la malaidea de aborrecer “todo lo que suene a español”.

Es de esta manera que los historiadores deben contribuir aldescubrimiento de una historia que nos acerque más a reconocer los verdaderoshechos. Si bien cada quien dice tener su “Historia verdadera”, cadacual deberá decir porqué está seguro de lo que afirma; en estos tiempos estáde moda aquello de “papelito habla”, entonces debemos hacerlo valerpara que podamos contribuir si bien con una historia completamente verdadera sicon algo innovador que permita ampliar más el objeto de estudio. Es, pues, bajoeste esquema que Ixtlixóchitl escribe su historia, él, a diferencia de los indígenas,estaba consciente de que iba a realizar una historia que iba a ser consultada ysometida a crítica, por esto no evadió nunca el hecho de describir unahistoria que hablara más sobre Texcoco, como un sucesor chichimeca, paraenaltecerlo frente a la historia arrasante de los mexicas, como únicosportadores de información sobre el México antiguo.

Ixtlilxóchitl representó ese sentimiento del mexicano porconocer sobre sus raíces sin dejar de voltear a ver la otra parte de su ser quele permite definirse como mexicano: la parte española.

CONCLUSIONES

Las Obras históricas de Fernando de Alva Iixtlilxóchitl permitenreconocer los primeros pensamientos mestizos sobre el origen de su cultura.

Ixtlixóchitl estaba grandemente influido por la ideología occidental, por lo que en muchas partes de su escrito refleja su religiosidad; no obstante a pesar de quitarle objetividad ofrece una visión que puede someterse a discusión para ampliar el horizonte de conocimiento.

La obra de Ixtlixóchitl permite hacer una diferencia entre Ixtlixóchitl el viejo (padre de Nezahualcóyotl), Ixtlixóchitl II (hijo de Nezahualpilli y a la vez nieto de Nezahualcóyotl, y aquí radica la confusión) y Fernando de Alva Ixtlixóchitl (quien fue bautizado como Hernando de Peraleda Ixtlixóchitl).

La obra de Ixtlixóchitl da cuenta de los orígenes de la civilización mesoamericana, ubicando su génesis en los toltecas y sublimación con los aztecas tras el sacrificio de Cuauhtémoc.

La obra de Ixtlixóchitl brinda un recorrido sustancioso sobre la vida de Nezahualcóyotl, rey texcocano que refleja el auge que obtuvieron los habitantes de América en cuanto a poesía, construcción y legislación. Se habla incluso que Texcoco figuró como la Atenas de América.

BIBLIOGRAFÍA

ALVA Ixtlilxóchitl, Fernando, Obras Históricas (edición,estudio introductorio y un apéndice documental por Edmundo O´Gorman), Tomo I,UNAM, México, 1997, p.272-273.

DAVIES, Nigel, El Imperio Azteca, Alianza Editorial, México,1999, p. 193.

LEÓN Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos a través desus crónicas y cantares, FCE, México, 1961, p.9

MARTÍNEZ, José Luis, Nezahualcóyotl, SEP-Setentas, México,1981, p. 13

HEMEROGRAFÍA

Luis González de Alba “La ciencia en la calle” en La Jornada, 11de octubre de 2000

DATOS DEL AUTOR:

Javier Cervantes Mejía,

Estudiante de la Facultad de Humanidades de la UniversidadAutónoma del Estado de México.

El sol Tezcatlipoca, una bonita historia

Una parte de un texto encontrado en algun libro arrumbado en la biblioteca del poli.

Viendo que el medio sol que habian creado alumbraba poco, los dioses decidieron crear otro para que alumbrase toda la tierra. Refiriendose a este momento hay varias versiones, bastante diferentes entre si, de lo que es uno de los rasgos generales de las mitologias mesoamericanas, la creencia de una serie de distintos soles, cada uno de los cuales rige una etapa distinta del mundo, que son creados y destruidos por la accion de los varios dioses. Una de las versiones mas completas cuenta que Tezcatlipoca se hizo sol y los dioses crearon a los quinametin o gogantes, tan grande y de tantas feurzas que arrancaban arboles con las manos y comian bellotas. A estos gigantes se les atribuye en algunos mitos la construccion de algunos lugares arqueologicos como Teotihuacan o la piramide de Cholula.
Pasado cierto tiempo Quetzalcoatl pegó al sol con un bastón y lo derribó al agua. El sol Tezcatlipoca entonces se comvirtió en tigre (ocelotl) y mató a los gigantes. Esto sucedió un dia 4 tigre que da nombre a este sol y le era correspondiente.

Bibliografia:

El colegio de México; Historia general de México tomo 1, ed. Harla, p. 244
ISBN-968-12-0080-2
ISBN-968-12-0080-3

Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Brevísima relación de la destrucción de las Indias
[Crónica de Indias: Texto completo]
Fray Bartolomé de las Casas

Brevísima relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552

ARGUMENTO DEL PRESENTE EPÍTOME

Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, y después, en el proceso adelante hasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido, que parece haber añublado1 y puesto silencio y bastantes a poner olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en ella se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, y el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una manera de éxtasis y suspensión de ánimos, fué rogado e importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que no contentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó presentar esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima relación.

FIN DEL ARGUMENTO

PRÓLOGO

Del obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas, don Felipe, nuestro señor

Muy alto e muy poderoso señor:

Como la Providencia Divina tenga ordenado en su mundo que para direción y común utilidad del linaje humano se constituyesen, en los reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y, por consiguiente, sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos2 y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la noticia de ellos. Los cuales, si les constasen, con sumo estudio y vigilante solercia3 extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina Escriptura de los proverbios de Salomón. Rex qui sedet in solio iudicit, dissipatomne malum intuitu suo. Porque de la innata y natural virtud del rey, así se supone, conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere, lo pueda sufrir.

Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males e daños, perdición e jacturas4 (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse por hombres hacer) de aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor decir, de aquel vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla para que se los rigiesen e gobernasen, convirtiesen e prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he visto cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad con instancia importuna que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron, prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en las cuales, si se permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden), son inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas e cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas e muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.

Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena me las pidió e presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos5 de gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros, crece cada hora importunando por diversas vías e varios fingidos colores, que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley natural e divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados mortales, dignos de terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de los estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.

Suplico a Vuestra Alteza lo resciba e lea con la clemencia e real benignidad que suele las obras de sus criados y servidores que puramente, por sólo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la codicia e ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar.

Cosa es esta (muy alto señor) convenientísima e necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla, espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga bienaventurado. Amén.

BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS

Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión6 e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.

Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.

DE LA ISLA ESPAÑOLA

En la isla Española, que fué la primera, como dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron los grandes estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les daban de su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía (que siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo e lo que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer.

De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños); los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: “Andad con cartas.” Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.

Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.

LOS REINOS QUE HABÍA EN LA ISLA ESPAÑOLA

Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, a los cuales cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número, puesto que algunos señores de algunas apartadas provincias no reconocían superior dellos alguno. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia de Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, donde sale aquel señalado y subido en quilates oro que por acá tiene gran fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex; tenía señores tan grandes por vasallos, que juntaba uno dellos dieciséis mil hombre de pelea para servir a Guarionex, e yo conocí a algunos dellos. Este rey Guarionex era muy obediente y virtuoso, y naturalmente pacífico, y devoto a los reyes de Castilla, y dió ciertos años su gente, por su mandado, cada persona que tenía casa, lo hueco de un cascabel lleno de oro, y después, no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio e dió llena mitad, porque los indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de coger o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fué la primera población de los cristianos, hasta la ciudad de Sancto Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La labranza que decía que haría sé yo que la podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año de tres cuentos de castellanos, y aun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.

El pago que dieron a este rey y señor, tan bueno y tan grande, fué deshonrarlo por la mujer, violándosela un capitán mal cristiano: él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado de su reino y estado a una provincia que se decía de los Ciguayos, donde era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron menos los cristianos no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía, donde hicieron grandes matanzas, hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas y grillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en la mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan grandes injusticias.

El otro reino se decía del Marién, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la Vega, hacia el Norte, y más grande que el reino de Portugal, aunque cierto harto más felice y digno de ser poblado, y de muchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guacanagarí (última aguda), debajo del cual había muchos y muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocí muchos, y a la tierra deste fué primero a parar el Almirante viejo que descubrió las Indias; al cual recibió la primera vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta humanidad y caridad, y a todos los cristianos que con él iban, y les hizo tan suave y gracioso recibimiento y socorro y aviamiento7 (perdiéndosele allí aun la nao en que iba el Almirante), que en su misma patria y de sus mismos padres no lo pudiera recibir mejor. Esto sé por relación y palabras del mismo Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos, destruído y privado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros señores súbditos suyos murieron en la tiranía y servidumbre que abajo será dicha.

El tercero reino y señorío fué la Maguana, tierra también admirable, sanísima y fertilísima, donde agora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey del se llamó Caonabó. Éste en esfuerzo y estado y gravedad y cerimonias de su servicio, excedió a todos los otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo después en un navío para traello a Castilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad y injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíos y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió el dicho Caonabó cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión tan injusta de su hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los cristianos en los otros reinos hacían, especialmente desde que supieron que el rey su hermano era muerto, pusiéronse en armas para ir a cometer y vengarse de los cristianos; van los cristianos a ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios) y hacen tanto estragos y matanzas que asolaron y despoblaron la mitad de todo aquel reino.

El cuarto reino es el que se llamó de Xaraguá; éste era como el meollo o médula o como la corte de toda aquella isla; excedía a la lengua y habla ser más polida; en la policía y crianza más ordenada y compuesta; en la muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque había muchos y en gran cantidad señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte, y después de muerto el rey Behechio quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el gobernador que gobernaba esta isla con sesenta de caballo y más trecientos peones, que los de caballos solos bastaban para asolar a toda la isla y la tierra firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros, de los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño, e metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a la señora Anacaona, por hacerle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos cristianos, o por piedad o por codicia, tomar algunos niños para ampararlos no los matasen, e poníanlos a las ancas de los caballos: venía otro español por detrás e pasábalo con su lanza. Otrosí, estaba el niño en el suelo, le cortaban las piernas con el espada. Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldad, pasáronse a una isla pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador condenó a todos estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron de la carnicería.

El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanamá. A ésta ahorcaron; e fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar e atormentar por diversas y nuevas maneras de muertes e tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron. Y porque son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido, que en mucha escritura no podrían caber (porque en verdad que creo que por mucho que dijese no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi conciencia que tengo por cierto que para hacer todas las injusticias y maldades dichas e las otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos para robarlos e matarlos y los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en perpetuo cautiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron muertas e asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra los cristianos un solo pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que solamente son reservados a Dios, como son los deseos de venganza, odio y rancor que podían tener aquellas gentes contra tan capitales enemigos como les fueron los cristianos, éstos creo que cayeron en muy pocas personas de los indios, y eran poco más impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos tengo, que de niños o muchachos de diez o doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede decir del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.

Después de acabadas las guerras e muertes en ellas, todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos, haciéndoles curas de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fué enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable, e las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían sustancia; secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en breve todas las criaturas. Y por estar los maridos apartados, que nunca vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación; murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, e así se acabaron tanta e tales multitudes de gentes de aquella isla; e así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban ciento y doscientas leguas (y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, acuestas de los indios), porque siempre usaron dellos como de bestias para cargar. Tenían mataduras en los hombros y espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias; decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir e que fuese para espantar los hombres.

Y es de notar que la perdición destas islas y tierras se comenzaron a perder y destruir desde que allá se supo la muerte de la serenísima reina doña Isabel, que fué el año de mil e quinientos e cuatro, porque hasta entonces sólo en esta isla se habían destruído algunas provincias por guerras injustas, pero no de todo, y éstas por la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos e manos los ejemplos desto.

Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las Indias donde han ido y pasado cristianos, siempre hicieron en los indios todas las crueldades susodichas, e matanzas, e tiranías, e opresiones abominables en aquellas inocentes gentes; e añadían muchas más e mayores y más nuevas maneras de tormentos, e más crueles siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpe caer y derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.

DE LAS DOS ISLAS DE SANT JUAN Y JAMAICA

Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añadieron muchas señaladas e grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.

DE LA ISLA DE CUBA

El año de mil e quinientos y once pasaron a 1a isla de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy señaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha de toda su gente e díjoles: “Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los señores fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?” Dijeron: “No; sino porque son de su natura crueles e malos.” Dice él: “No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e nos matan.” Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y dijo: “Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal.” Dijeron todos a voces: “¡Bien es, bien es!” Bailáronle delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey: “Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río.” Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que allí estaba.

Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.

Una vez, saliéndonos a recebir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños. Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver.

Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de la provincia de la Habana, porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán; e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte e un señores y caciques, e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, e los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo quitarlos de la hoguera, pero al fin se escaparon.

Después de que todos los indios de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta manera infinita gente.

Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el alma.

En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.

Después acordaron de ir a montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha y es una gran lástima e compasión verla yermada y hecha toda una soledad.

Danza sagrada Gurdjieff

Hola a todos los foristas.
Queria preguntar si alguno de ustedes me puede dar referencias sobre los movimientos o danzas sagradas desarrolladas por Gurdjieff. Me interesa cualquier tipo de informacion al respecto, pues de esto se bastante poco,pero sobre todo opiniones cultas y fundamentadas sobre si vale la pena embarcarse a aprenderlos y que se puede esperar del proceso.
Eso es todo. Gracias,
Lluvia

1 2 3 4 5 6 14