El lugar de la espiritualidad indigena en tiempos de la globalizacion

¿Cómo se trasmite esta sabiduría?
¿Cuáles son hoy las fuentes de los jóvenes?
Todo depende de que los movimientos indios cumplan su papel
El Proyecto Guaicaipuro al Panteón nacional
Aproximación a la recta espiritualidad
¿Qué pasa con la espiritualidad indígena en la era de la globalización?
Anexo
Cada pueblo indígena durante miles de años genera un sistema de conocimientos. Dentro de ese sistema, su espina dorsal está conformada por una espiritualidad, ligada a una visión del mundo que responde a eso de ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?. Eso es común a todos los pueblos del planeta. Pero en el mundo indígena estas mismas preguntas parecieran formularse de una manera distinta: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quiénes somos los wayuu, los warao o los jivi?.

La respuesta de cada pueblo a cada una de estas preguntas resuelve el problema de los orígenes y desarrollo de cada pueblo. La sabiduría india responde en términos colectivos, pero también en términos cósmicos, de Alianza con la Madre Tierra. Es una vivencia cósmica, un vivir con el cosmos, con los elementos naturales y con todos los seres vivos. Es una vivencia íntima y al mismo tiempo compartida con todo el grupo: no tiene el mismo sentido estos mitos, leyendas, cantos, o danzas cuando son relatados por el misionero, el antropólogo occidental o cualquier otro especialista, que cuando es relatado por quienes comparten esas vivencias desde su misma cultura. Cuando se atraviesa la óptica de otra cultura para el relato o la interpretación y sobre todo, cuando es llevado a otra lengua, pierde un poco su sentido como conocimiento directo y como parte de lo que se narra o relata. Se puede llegar a aproximaciones, siempre válidas en algún sentido, pero nunca es lo mismo.

Veamos por ejemplo: Para el Occidente, cultura es lo que se opone a la naturaleza. En cambio para el mundo indígena, cultura es un modo de vivir, de pensar y de sentir, que no interrumpe las leyes de la naturaleza. Es una alianza con la naturaleza la que va a permitirle su modo de vida, sin hacerle cambios profundos en su interior, sin alterar en lo fundamental los ecosistemas. Por eso, cada cultura, calcula la ración de pesca, de cacería o de agricultura en un mismo lugar para no interrumpir su ciclo reproductivo. Y esta es la dirección correcta que toma siempre la sabiduría indígena: vivir sin atentar contra la continuidad de la vida.

Por eso sus modelos de conocimiento no introducen cambios profundos en el vientre de la Madre Naturaleza. Muchas de las prohibiciones en la cacería –por ejemplo- tienen que ver con una ética de la vida, para no agotar la especie y para contar siempre con alimentos disponibles. Entonces aquí, el exceso, sería la infracción. La sabiduría está así ligada a una espiritualidad, pero también a una ciencia y tecnología, arte y por supuesto, a un modelo de desarrollo sustentable en sus fundamentos. De esta forma, cada pueblo tiene un conocimiento común, empírico y conocimientos especializados en distintas áreas del quehacer colectivo, indesligables de todo su universo cultural.

¿CÓMO SE TRASMITE ESTA SABIDURÍA?
Por vía oral, de generación en generación. Por ancianos y ancianas, según los casos que son los depositarios de un conocimiento público, abierto a la comunidad y a la vida ordinaria. Y un conocimiento especializado, sagrado, que se trasmite de acuerdo a una rigurosa selección humana según cada cultura y sin negar la igualdad de oportunidades.

Cada pueblo tiene un sentido del nacimiento, de la enfermedad y de la salud, de la vida y de la muerte. Por vía del sabio, shamán o piache se manifiesta lo más trascendente de la cultura. Vale decir una filosofía de vida y ésta es plenamente vivida. Iniciarse en la sabiduría es un reto, un riesgo, pero también un honor, según cada cultura.

Los jóvenes iniciados (hombres o mujeres, según el caso) son la garantía para darle continuidad al conocimiento, a la trasmisión de la cultura propia. Si en la juventud indígena no hay prioridad por la sabiduría, ésta se estancaría, sería expropiada por investigadores externos y la cultura se iría debilitando hasta desnaturalizarse y perder sus referencias específicamente étnicas. No olvidar que la sabiduría, la espiritualidad, no está desligada de la organización social, familiar y comunal, de su adaptación al medio y de sus formas de desplazamiento territorial; y así, está ligada a la estructura íntima del idioma materno, en cuyos fundamentos se organizan sus brújulas, sus símbolos, sus interpretaciones y su operatividad en la realidad cotidiana y en los momentos más extraordinarios en los que sale a flote la lengua sagrada.

Preservar la espiritualidad es una responsabilidad de la familia indígena, de la comunidad, de sus ancianos y de sus jóvenes. De la formación que tengan los jóvenes dependerá la capacidad de mantener en secreto lo que hay que mantener en secreto, como parte de la reserva de la cultura y hacer público lo que haya que hacer público para fortalecer internamente a la comunidad y para obtener el respeto de los pueblos diferentes.

¿CUÁLES SON HOY LAS FUENTES DE LOS JÓVENES?
Hay varias fuentes de los jóvenes además de la familia, la comunidad y los ancianos especialistas. Muchos conocimientos interrumpidos en la memoria están hoy en manos de algunos especialistas o están en bibliotecas y en archivos.

Esos datos deben confrontarse con los ancianos para ver su legitimidad, sus deformaciones. Pero está también el empeño de los jóvenes en formarse y profundizar sobre su propia cultura, desde su propia óptica. Observar los cambios en la comunidad y contribuir a la actualización de la cultura de acuerdo al momento histórico, sin desnaturalizarla.

Éste es el nuevo reto planteado a la educación propia. Esto significa un esfuerzo de investigación-acción que no debe ser paralela a la educación propia y a la sabiduría específica de cada pueblo. Ninguna Universidad, ningún postgrado o doctorado llega a agotar el conocimiento de una cultura indígena, ni a superarla en forma global.

Para los préstamos culturales es necesario que cada quien esté bien afincado en su cultura, en un idioma, en su visión del mundo, en el calendario específico de su pueblo. Ésta es la base y la posibilidad real de un diálogo intercultural, de la interculturalidad del conocimiento, de poder trasmitir algo real y verdadero, algo sembrado en la cultura de origen. Lo otro no sería diálogo, sería sembrar en tierra ajena, sería aceptar la imposición de la cultura dominante y calcinarnos en el fogón de la desmemoria para quedarnos luego en el lamento de las cenizas. Sería seguirnos conformando con dejarnos arrebatar todo, la tierra, las riquezas del suelo y del sub-suelo, el conocimiento y la espiritualidad, lo que equivale a entregar familia y comunidad, la madre, las mujeres y los niños, hasta renunciar al futuro. Caer en el juego de la desindialización progresiva es condenarse a la mendicidad y a la exclusión social.

Es una responsabilidad y una obligación con nuestros pueblos, mantener y seguir desarrollando esos reservorios de la sabiduría, el intercambio entre los propios pueblos indígenas para el enriquecimiento mutuo. No se puede permanecer sólo en la resistencia, activa o pasiva. Es necesario ocupar el puesto que corresponde en la Historia de Venezuela y América. Y distinguir entre aquellos investigadores que nos retribuyen con su militancia solidaria, de aquellos que van siempre sólo a investigar para saquear la sabiduría, mutilarla y empobrecerla al distorsionarla y usarla contra los propios pueblos que le brindan hospitalidad.

TODO DEPENDE DE QUE LOS MOVIMIENTOS INDIOS CUMPLAN SU PAPEL
Aparte de otros factores, es indispensable que los movimientos indios cumplan con su papel histórico, sobre todo en lo relativo al rescate de la formación en la educación propia, punto de partida de la educación intercultural bilingüe, priorizando la lengua y la cultura materna, la lengua y la espiritualidad sobre la lengua, cultura y espiritualidad dominante.

Resulta asombroso que se quiera asumir un papel protagónico y no se le dé ninguna importancia a la espiritualidad indígena como brújula prioritaria, e imprescindible en la lucha por la liberación. Afortunadamente, hoy existe un cierto despertar en la juventud india y un acercamiento propiciatorio del diálogo con los ancianos y con todo el saber ancestral desde la perspectiva del presente y del futuro más inmediato.

Vamos a decirlo en los términos en que pueda entenderlo la cultura dominante: Una cultura sin su espiritualidad es una osamenta sin alma. No olvidemos que la espiritualidad indígena está encarnada en la vida. No es una sombra pasmosa que oculta su realidad interna. La espiritualidad penetra todos los poros de la vida social y familiar, contribuye a estructurar y a explicar su orden interno y su relación con todo lo viviente.

La espiritualidad indígena, como operador atraviesa toda la cultura. De allí que quien sostenga que la espiritualidad no es vital, y necesaria y de fortalecimiento prioritario, nada sabe de cómo funciona internamente un pueblo y una comunidad indígena. Así esta afirmación venga de extraños o de indígenas aculturados. Y esta espiritualidad indígena está referida, primero, a cada pueblo indígena del país; y en segundo lugar, a la espiritualidad indígena que ha sido oprimida en la cultura nacional de Venezuela y cuya figura histórica más relevante es el Cacique Guaicaipuro, encarnado también en la identidad indígena del pueblo criollo y muy particularmente del pueblo del más marginado y oprimido.

EL PROYECTO GUAICAIPURO AL PANTEÓN NACIONAL
En su primera fase, este Proyecto dura 27 años. (1974 – 2.001). Su segunda fase será del 2.001 al 2.004. A todo lo largo de su historia de lucha, este Proyecto encarnó las prioridades de los pueblos indígenas, llevándolas a todos los escenarios; sus derechos constitucionales, como derechos históricos, el convenio 169 de la OIT, el balance crítico alternativo del V Centenario. El proyecto de programa mínimo de los pueblos indios de América para 1.992-década del 90, cuya síntesis expuso la hermana Noelí Pocaterra en la Sesión Especial de la ONU para declarar a 1.993 como año Internacional de los Pueblos Indígenas: 10 de diciembre de 1.992. Y así, en el marco del pueblo criollo asumimos el debate por la identidad nacional, la defensa de los humanismos y humanidades frente a la ideología tecnocrática; la defensa del estudio de la geografía, historia e identidad regional y local. La defensa de los idiomas indígenas frente al castellano y del castellano frente a la hegemonía del inglés; la defensa del ambiente en cuatro marchas ecológicas por la vida, la reivindicación de la pluralidad cultural y étnica en los talleres con educadores criollos e indígenas; la defensa del patrimonio histórico y cultural del Estado Miranda; planteamos la reorientación intercultural de los Ateneos y Casas de la Cultura; la revisión crítico-constructiva de la cultura nacional y la reorientación del Panteón Nacional entre muchas otras cosas.

Cabe destacar también el papel del Proyecto Guaicaipuro al Panteón Nacional en las Mesas de Diálogo del Palacio de Miraflores, donde se presentaron varios papeles de trabajo, entre otros, Aproximación a las metodologías indígenas del diálogo y del consenso, presentado por la hermana Dalia Herminia Yanez. Siete papeles de trabajo fueron presentados desde la perspectiva indígena y proponiendo llevar la discusión al interior del país y a los pueblos y comunidades indias. Esto para no hablar del largo trabajo de más de 25 años llevando los talleres de formación a los educadores indígenas y criollos, a los estudiantes y jóvenes indígenas y a otros sectores.

APROXIMACIÓN A LA RECTA ESPIRITUALIDAD
La sabiduría indígena y su espiritualidad representan un conocimiento que no se queda en el plano intelectual. Es un conocimiento que va del corazón a la mente y de la mente al corazón. Implica un desarrollo emocional, mental y corporal. Recuerdo en estos momentos la confesión de un cacique indígena del Canadá, a quien su abuelo le había dicho:

QUE EL VIAJE MÁS LARGO DE SU EXISTENCIA

ES EL QUE VA DE LA MENTE AL CORAZÓN.

¿Cómo procesa, cómo siente el corazón todo aquel conocimiento que la mente recoge superficialmente y a veces, la más de las veces, sin digerir? Es que la mente-como apunta Krishnamurti- procesa el conocimiento con simples comparaciones de “esto me gusta – esto no me gusta”, ” esto es bueno – esto es malo”, “esto es alto – esto es bajo”, “esto es blanco – esto es negro”, “esto es exacto – esto es inexacto”, “esto es ciencia – esto es magia”.

Se trata de comprender con todo el ser, comprender viviendo, sintiendo, más allá del dato intelectual. No es el pasado muerto, es el pasado vivo, encarnado en presente, con sus cambios históricos, sociales y culturales; es la semilla que germina en cada temporada, de generación en generación, en cada retoño con todo su verdor bajo el azul celeste y el horizonte abierto al cosmos a la espera de su florecimiento. Es el renacimiento constante, de las plantas, de los animales, del río, de los hombres y de las mujeres, de la cultura en el lecho de la Madre Naturaleza, al pie del paisaje y del ambiente total.

El conocimiento, entonces, no es una moda, que viene y pasa y luego se olvida. Alguien dirá, recordando a los griegos, que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Pero se olvidan que el agua pasa y el río sigue su curso. Pasan las aguas, pero el río permanece y de su permanencia depende la vida. En sus galerías selváticas están sus raíces y sus galerías selváticas son parte del tejido de la vida, de ese tejido que a veces se expresa con puntos geométricos, color y movimiento en la artesanía, como lo aprendieron los wayuu de waleker. En ese tejido de araña, del mundo y de mundos donde se conectan los hilos de la vida.

El conocimiento es de estrellas y galaxias, oculto para los ciegos del alma y manifiesto para quienes tienen el atrevimiento de abrir los ojos del espíritu. Para ver más allá de los sentidos, sentir más allá de los ruidos del día. Hasta sentir en carne propia lo que afecta al otro o a la otra, a la Madre Tierra y a todo lo viviente. Retomando en cada instante el sendero de la vida y el equilibrio de los elementos naturales: agua, aire, tierra, fuego y éter. De esta manera encontramos el sendero del conocimiento, el cual se reencuentra con el camino de la vida y donde la muerte es sólo transformación para volver a la vida. Es el encuentro de la eternidad en el tiempo. De un tiempo que tiene sentido distinto en cada cultura; con su espacio y tiempo de cambio y de persistencia.

Cuando la espiritualidad indígena se pone al servicio del invasor, del enemigo de la cultura, de los enemigos de la naturaleza, allí aparece el camino torcido, enfrentado a la auténtica espiritualidad: esta es la magia “negra”, la que niega la vida en cualquiera de sus vertientes. Y peor ocurre, cuando la espiritualidad recorre un camino contrario a la unidad de su propio pueblo, trabajando directa o indirectamente para el colonialismo interno o externo. Lo que está al servicio de dividir –y de comprar la conciencia de mis hermanos y hermanas indias- ofreciendo dinero, motores fuera de borda, hachas y machetes, harina pan o blanca flor para mitigar el hambre, negando una participación con dignidad y respeto, en condiciones de justicia y de igualdad social.

Por eso el conquistador -de ayer y de hoy- siempre ha tenido “indios mansos” o “guatiaos” de su lado, los eternos renegados de su propia causa, de su idioma y de su cultura. El conquistador siempre establece:

Las condiciones que le permiten dividir y enfrentar al pueblo indígena que pretende someter y explotar. Y para esto necesita un sector de la dirigencia india que se presta a sus pretensiones, hasta convertirlo en verdugos de sus propios pueblos.

Apunta con destruir todo lo que mantiene la unidad y continuidad de un pueblo indígena quebrantado, tergiversado o anulando su espiritualidad:

El idioma materno, que es la lengua propia en que se expresa la espiritualidad, es el código matriz, donde descansa su simbología y visión del mundo.

La religiosidad autóctona: su alianza con la naturaleza, base de su cosmovivencia y espiritualidad.

El calendario autóctono: Trastoca su temporada de cosecha, de pesca, de recolección, sus fiestas de gratificación, cambiando las fechas durante todo el año y propiciando la desorganización social y familiar, algo indesligable de la espiritualidad.
Si es sedentario, lo convierte en itinerante al robarle sus tierras; si es itinerante o semi-itinerante, lo vuelve sedentario a la fuerza mediante las reducciones, empobreciendo o cercando las galerías selváticas de los ríos.

Y por supuesto, busca estrangular sus formas de organización política, sus formas de gobierno, su estrategia de ocupación del territorio.

De esta manera, podemos ver, que la espiritualidad es la brújula estratégica, la que ilumina el camino de la vida. Entonces, ¿es o no es prioritaria para un pueblo que quiere autogobernarse, ser libre, vivir en paz, en democracia y en alianza con la humanidad y con la Madre Tierra? La espiritualidad reside en ese Santuario vivo de la Madre Tierra por la paz del mundo y un nuevo orden planetario. En el cuerpo vivo de los Guaicaipuro como la Hostia Cósmica donde germina toda semilla hasta alcanzar sus frutos en cada florecimiento.

¿QUÉ PASA CON LA ESPIRITUALIDAD INDÍGENA EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN?

Ocurre algo aparentemente contradictorio. Mientras se viene divulgando la idea de que los pueblos indígenas son parte del pasado y han sido superados globalmente por el actual momento histórico, se refuerza una corriente sumamente poderosa que trabaja en forma silenciosa y pone de manifiesto todo lo que ha sido el aporte del pasado y del presente de los pueblos indígenas, desde 1492 hasta hoy. Y como si esto fuera poco, esta corriente intercultural, inter-espiritual, inter-científica, inter-filosófica, inter-artística, señala una serie de aportes que los pueblos indígenas ya están legando al futuro.

La espiritualidad de los pueblos indígenas no es clientelista, proselitista. No hay ningún interés de ningún pueblo indígena para que otros pueblos asuman su religiosidad. No son por tanto espiritualidades extensivas sino intensivas, de convivencia, que pertenecen a cada pueblo para afianzar su modo de vida y a su alianza con la Naturaleza.

La interculturalidad y el diálogo inter-científico plantean hoy que la espiritualidad de los pueblos indígenas no es una especie de oscurantismo que se opone a la luz de la ciencia y de las civilizaciones diferentes. Por el contrario, cada día la misma ciencia occidental comprueba que la espiritualidad de los pueblos indígenas enriquece el diálogo de civilizaciones, el diálogo inter-filosófico, el diálogo inter-científico, el diálogo inter-artístico, el diálogo inter-lingüístico, generando un replanteamiento global de todos los fundamentos del conocimiento para una mayor comprensión de los problemas humanos como los relacionados con la paz con justicia, las formas de participación democráticas, la democracia cultural como base de la democracia política, económica y social, el equilibrio ambiental, el equilibrio político del universo y tantos otros.

Reviste especial interés, reconocido por la UNESCO y otros organismos internacionales, el aporte de los pueblos indígenas a la interculturalidad del sistema educativo a nivel local y planetario.

En la medida en que se afirma el proceso de globalización, se afianza el lugar de las localidades y regiones, las etnias-naciones y la pluralidad sociocultural, el pluralismo social jurídico, tomando en consideración que estos pueblos en cuanto portadores de sistemas políticos altamente descentralizados, enriquecen el derecho intercultural como base de un derecho internacional distinto, al igual que el derecho transgeneracional el derecho de las nuevas generaciones a perpetuar el equilibrio ambiental y el desarrollo local y regional sostenibles.
La globalización es un proyecto económico y político del neoliberalismo, de las minorías del norte del planeta. No es todavía una realización en redondo. Es verdad que las comunicaciones se han intensificado a nivel planetario, pero las economías locales, regionales y nacionales siguen teniendo cierta fuerza, cierta resistencia a la aplanadora de la globalización. El primero que planteó un gobierno mundial único, en la década del 20 del siglo pasado fue Bertrand Russell y señaló que este gobierno debía actuar bajo la hegemonía de los Estados Unidos y de los ingleses como supuesta raza y cultura “superior”. Nosotros estamos hoy en el deber de reencontrarnos con toda la humanidad, con el respeto a sus idiomas, culturas, visiones del mundo y en esto juega un papel fundamental la familia indígena, la comunidad indígena y la espiritualidad de cada pueblo.

Hace algunos años, un ensayista venezolano, Mariano Picón Salas reconoció que la parte más difícil de reducir en nuestros pueblos de América Latina y el Caribe es la espiritualidad y todo aquello que no se puede someter a cálculo y medida (diríamos nosotros, en el sentido estrictamente occidental). Es lo que más marca nuestras diferencias con el Norte. En ese orden de ideas, las espiritualidades de los pueblos indígenas, afroamericanos, criollos y mestizos múltiples son irreductibles, son la parte más sensible que nos permite ver otros caminos, otros horizontes. El neoliberalismo globalizador y envolvente, representa una amenaza global para todos los pueblos del mundo, una negación de la espiritualidad de cada pueblo y el peligro de exclusión de sus mayorías.

ANEXO N° 1
PONENCIA SOBRE LA ESPIRITUALIDAD INDÍGENA EN TIEMPO DE GLOBALIZACIÓN

PERFIL DEL FALSO Y DEL VERDADERO SABIO (O SABIA)

(Esquema para la discusión en foros, talleres de educación indígena, educación intercultural bilingüe e interculturalidad)

SAÚL RIVAS – RIVAS

Coordinador del Proyecto

Guaicaipuro en el Panteón Nacional

Telf.: 0414-2577187

EL FALSO SABIO (O SABIA):

Dice que sabe / habla mucho y dice más de lo que sabe, sin medir las consecuencias del conocimiento que trasmite.
EL SABIO VERDADERO (O SABIA):

Prefiere oír…

Dice, vamos a ver si se puede/ imparte gradualmente y en forma responsable el conocimiento, deslindando el conocimiento público del conocimiento secreto.

Demuestra todo con palabras y atribuye a su sabiduría cualquier acierto.

Demuestra con hechos y no atribuye a sí mismo los aciertos.

No tiene silencio interno, ni dominio de sí mismo.

Habla pausado y sólo lo necesario. Tiene silencio interno y dominio de sí mismo.

Busca poder para ponerlo al servicio de sí mismo. Se vuelve utilitario. Exprime al militante a su servicio y no ve sus necesidades.

Simplemente vive, presta servicios y el poder lo pone al servicio de la comunidad.

Es competitivo y enfrenta al grupo, unos contra otros, convirtiendo a sus partidarios en súbditos serviles, súbditos agradecidos.

Es cooperativo, solidario y media acertadamente para buscar la unidad del grupo. Respeta la dignidad de sus colaboradores. No humilla, critica constructivamente dando la oportunidad de rectificar.

No maneja la metodología indígena del consenso y hace las críticas en forma directa e hiriente. Es temeroso para tomar decisiones duras y contundentes en el momento preciso. Se vuelve temeroso y acomodaticio a la voluntad de sus adversarios internos y termina convertido en un juguete de ellos.

Maneja en forma precisa la metodología indígena del consenso. Hace las críticas en forma indirecta, sin dejar de tomar decisiones duras en el momento preciso.
Sus adversarios internos y externos saben a que atenerse, porque no pone en juego el destino del equipo y de su pueblo.

Toma decisiones unilateralmente y no informa a nadie de sus actividades y decisiones transcendentes, pero espera que todo el mundo le consulte todo y le informe de todo lo que hace.

Busca el consenso mediante la consulta inteligente, informa lo que debe informar y resguarda para el momento oportuno las informaciones de riesgo.

Quiere jefear siempre y se afirma con el trabajo de los demás.
Halaga al alumno, lo deforma y lo utiliza en forma burda.

Se erige como “jefe único” es posesivo, engreído. Nunca comete errores y tiene en sus manos la verdad absoluta.

Coordina el trabajo en equipo y contribuye a ubicar a cada quien según sus capacidades como una forma de ser justo, equitativo y equilibrado.
Propicia el autogobierno, comenzando por el gobierno de sí mismo. Asume el liderazgo compartido y propicia que cada quien cumpla sus tareas correctamente, sin nadie mandarlo.

Ve sólo las imperfecciones de los demás, atrapado en su propia envidia

Se convierte en su principal crítico. La autocrítica es la mejor garantía de crecimiento

Busca alianza con los enemigos fundamentales de su causa y aísla a los aliados fundamentales. Se siente más cerca de los enemigos de su pueblo que de alguien de los suyos al no saber procesar las diferencias

Sabe detectar rápidamente a los enemigos fundamentales, practicando la rectitud en la conformación de alianzas. Sabe distinguir la amistad del “amiguismo” cómplice.

Cuando asume su cargo, cambia instantáneamente y comienza a ver al equipo y a sus amigos por encima del hombro.
Se vuelve cínico, arrogante, prepotente y sobre todo, mentiroso en el poder. La demagogia será su recurso favorito.

No sabe por tanto elegir a su equipo de trabajo y si lo elige bien, pronto lo pervierte. Su poder es externo a las comunidades: le es dado de arriba, de los cogollos políticos.

Permanece siendo él mismo. Sabe que el poder es transitorio. Pero además entiende bien aquella enseñanza que dice: en el destierro conocerás a tus amigos y en el poder a los adulantes. Su verdadera sabiduría consistirá en poder conocer a sus verdaderos amigos en la victoria y en las derrotas. No práctica la demagogia: prefiere decir no se puede.
Sabe elegir y conservar su equipo.

Practica la magia “negra” para deshacerse de sus enemigos y convierte a sus críticos constructivos en sus peores enemigos
Avala todos los proyectos desarrollistas contra las comunidades y pueblos y todo lo que propicia la muerte

Práctica la igualdad social y está atento a sus propios resentimientos. Pasa humanamente del estadio del resentido al cultivo de la bondad humana. Por eso no se pasa automáticamente al enemigo cuando sele separa del cargo. Sigue apoyando la causa justa de forma crítica constructiva. Sabe que es lo que quiere y que causa defiende.

Los fracasos lo envuelven y lo aturden. Pierde la fe en los demás y en el futuro. No aprende del pasado y termina viendo enemigos en todas partes.

Sabe valerse de los fracasos para propiciar la investigación, la meditación, reflexión-acción. Convierte el pasado en instrumento actualizado para afrontar el futuro. No ve enemigos en todas partes. En cambio, encuentra amigos y aliados en todas partes.

Se preocupa más por “quien seré mañana”, dejando de lado el futuro de su pueblo. Vende a su pueblo y sus tierras si es necesario para alcanzar prestigio y poder. No piensa en el futuro de sus hijos y nietos.
Si puede vende también a su madre, a su mujer y sus hijos.

Su preocupación fundamental es por su pueblo y por su destino en el mañana. Preserva a su pueblo de los falsos profetas y toma las precauciones debidas para orientar a las nuevas generaciones.

Convierte a los adulantes en el modelo, trasformándolos en obedientes monaguillos de su propia “iglesia.”

Sabe que con hombres y mujeres sumisas no puede edificar nada grande, nada trascendente. Por eso respeta la personalidad de cada quien, si desatender el mandato del colectivo.

Le gusta el chisme y eleva a los chismosos y adulantes a los altares del poder.
Se deja halagar la vanidad con su ejército de aduladores, convierte a los aduladores en sus mejores aliados. Y en sus más cercanos consejeros.

Ignora a los chismosos y adulantes y da preferencia inteligentemente a todos aquellos que trabajan en silencio.
Rechaza la adulancia y no se deja halagar la vanidad.

Sabe que su poder depende del poder de los aduladores estimulado la competencia.

Sabe que su poder depende de su capacidad para estimular la cooperación sana y transparente del equipo.

Cobra por los servicios prestados (sanación, servicios políticos y sociales, etc.)

Hace todos los servicios en forma gratuita y la comunidad le retribuye con seguridad social.

Se autodesprecia por no saber leer y escribir o desprecia a los que no saben leer y escribir y no han ido a la escuela, el liceo o la universidad. Cree que saben más que los que no ha tenido formación escolar.

No siente inseguridad por no haber tenido educación escolar y tiene claridad en que su espiritualidad y sabiduría no se adquiere en la escuela y la universidad, orienta a los universitarios de su comunidad para que no se separen de la educación propia y de su pueblo. Los fustiga positivamente cuando es necesario.

Ridiculiza y combate, abiertamente o en forma encubierta la formación y educación de la juventud indígena. Los desalienta cada vez que puede y los incita a buscar poder sin preparación.

Propicia la formación, educación y capacitación en forma integral y en todos los órdenes y a ser responsables en el ejercicio del poder. Asume los riesgos de ser marginado por su propia gente y por el poder establecido para ejercer con rectitud su liderazgo.

Dice que no hay tiempo para la formación, que hay otras cosas prioritarias. Predica un conocimiento que no se encanna en la vida y en la comunidad.

Sabe que el tiempo para la formación es el mismo tiempo para la vida. Usa la paciencia, la astucia y la comprensión para no dejarse aislar. Encarna lo que dice en lo que hace: investiga haciendo, hace investigando.

Se pone al servicio de los investigadores foráneos que no retribuyen los conocimientos a la comunidad. Vende si es necesario, los secretos de la sabiduría. Es un Biozulua más, que trasfiere a otros el escondite de la sabiduría.
Favorece la expropiación de la sabiduría. No le preocupa la continuidad de la sabiduría. No le preocupa la continuidad de la sabiduría y declara que eso no es prioritario.

No hay iniciados detrás de (él.o con ella). “sabiduría” termina con él.

Investiga y propicia la investigación de su pueblo con su propia gente y se alía con verdaderos investigadores-militantes para tener una doble visión de su pueblo: la de adentro y la de afuera. Utiliza la investigación de afuera para verse en su propio espejo.
Se preocupa prioritariamente por la continuidad de la sabiduría, guarda adecuadamente los secretos y divulga lo que es necesario. Deja otros iniciados detrás él. Su muerte no es la muerte de la sabiduría.

No hace oración y ayuno, ni pasa las pruebas requeridas para la iniciación como codición para ser piache o cacique.
Si pasa las pruebas iniciales, cree que eso es suficiente y es lo único necesario para ejercer la recta sabiduría:

Ni sigue viendo la oración y el ayuno como parte de la purificación para toda la vida.

Cree que el comportamiento recto no es para toda la vida, sino para el momento de iniciarse.

Es incapaz de entender que el ayuno no debilita sino que llena de energía y el comer en exceso envejece prematuramente y roba energía.

No cuida la alimentación diaria, racional y de calidad. Tampoco vela por la correcta alimentación de su pueblo. Engorda como un cerdo.

Convierte el uso de alucinógenos en un vicio degradante y termina uniéndose a los magnates del narcotráfico.

Sabe que la oración, el ayuno y las pruebas de la iniciación representan el temple y desafío para alcanzar el conocimiento y que este conocimiento se adquiere sin interrupción y de forma progresiva, presentándole a todos la oportunidad y formando a los que tengan vocación para ello.
Pasar todas las pruebas tiene que ver con el desarrollo de la humildad, generosidad, compromiso de por vida y por la vida: condiciones indispensables para ejercer rectamente el conocimiento.

El ayuno es practicado también por algunos intelectuales, artistas y religiosos para convocar su despertar interno y darle fuerza a la creatividad artística o intelectual o ya, para propiciar estados místicos. Otros intelectuales y artistas han llegado a practicar el lavado intestinal como medio de purificación para despertar la creatividad.

Sabe que además de oración y ayuno debe practicar de por vida, el shamán y el cacique una alimentación racional (pocos alimentos, pero de calidad) y una alimentación sana, atendiendo a una lista de alimentos permitidos para su desarrollo y de otros prohibidos. Mantener el cuerpo liviano para mantener agilidad y silencio interno.

El uso de algunos alucinógenos está contextualizado en cada cultura indígena y se usa como auxiliares –como el ayuno para adentrarse en estados místicos que permitan unir lo visible y lo invisible.

Se queda en lo que ven los cinco sentidos y eso le basta: oído, olfato, vista y tacto.

Sabe que hay una realidad más profunda y sensible que aquella que captan sus ojos, su vista, sus oídos y sus manos o de los sabores que palpa su gusto. Hay un conocimiento extrasensorial, más allá de los cinco sentidos: un conocimiento sagrado y que se expresa por la legua sagrada.

No siente respeto por la mujer indígena, ni por su papel en la sociedad
La mujer es una cosa, un objeto más, una mercancía.

Si el falso sabio es una mujer, puede reproducir un machismo al revés como ha ocurrido en la primera fase de la lucha por los derechos de la mujer en la cultura occidental, plantea al margen de sus formas de familia y de organización social.

Sabe que en algunos pueblos indígenas la mujer tiene acceso a la iniciación como piache o como cacica. Y que en toda sociedad indígena la filosofía descansa en la unidad de los opuestos complementarios: hombre y mujer. Tanto en las sociedades matrilineales como en las sociedades patrilineales. En la recta sabiduría se sabe que la mujer como madre, esposa, hija, hermana, es el símbolo humano de la Madre Tierra y fruto de su fecundidad, inscrita en un cosmos de sol, agua, aire, tierra y éter.
Esto no significa que no existan de antemano algunas manifestaciones de machismo en esas sociedades y que el mismo sea reforzado por la penetración cultural. Debe buscarse la superación del machismo tomando como punto de partida la cultura materna, imprimiendo los correctivos necesarios.

No se preocupa por enriquecer la espiritualidad y la sabiduría con otros pueblos indígenas.
No le importa el destino de los demás pueblos indígenas. Ni siquiera le interesa su propio pueblo.

Sabe hacer alianzas por la causa común con los sabios de los otros pueblos indígenas y tiene claro que la supervivencia depende de la unidad indígena.

Se presta con algunos antropólogos europeos y norteamericanos para dividir a la población venezolana entre indios y los supuestos “no-indios”, dejando bloqueada la identidad indígena de los criollos descendientes de indígena. Sin embargo, se alía con criollos y extranjeros explotadores de su propio pueblo.

Sabe ganarse a los criollos descendientes de indígenas, pero no se presta a los criollos y extranjeros explotadores de su propio pueblo. Permanentemente refina y perfecciona su política de alianzas. Olfatea a los aliados naturales: nuca los aparta. Sean indios descendientes de indios o de cualquier lugar.

Propicia los vicios en su comunidad y en su pueblo; el alcoholismo, la prostitución, la mendicidad en la calle y la mendicidad política en los despachos burocráticos, hasta llegar a la mendicidad espiritual.
Trabaja solo como el, llanero solitario

Combate acertadamente todos estos vicios y trata de encarnar la rectitud e su propia vida. Genera políticas concretas para combatir los vicios y debilidades orientando en forma acertada y con el trabajo en equipo: no trabaja solo. Construye equipos donde puede. Sabe que el llanero solitario es un falso héroe que convierte a Toro en un tonto, en un cero a la izquierda.

En definitiva se cree un sabio.

Sabe que no es sabio y que la verdadera sabiduría está en manos de la Madre Naturaleza, del Gran Espíritu o como se llame en cada cultura o pueblo. Y si está evangelizado, sabe de antemano que el mismo Jesús dijo: Sólo uno es perfecto y está en los cielos.
El mismo Gandhi en la India se molestaba cuando le decían Mahatma, alma grande.

“Dentro de más sabio se crea, más cerca de la ignorancia está “, decía un piache piaroa del Amazonas.

El pueblo dice: no hay peor demonio que el que se cree santo.

Y el libertador decía que todo talento ejercido sin rectitud es un azote. Tal vez por ello resulte difícil cualquier definición de sabio o sabiduría, humildad, santidad.

Y volvemos por otras vías, al tanto sé, que no sé nada de Sócrates.

Hacia la segunda fase del Proyecto Guaicaipuro en el Panteón Nacional:

UN SANTUARIO A LA MADRE TIERRA POR LA PAZ DEL MUNDO Y UN NUEVO ORDEN PLANETARIO. Con un puñado de tierra de los pueblos indígenas de todos los continentes. Hacia el fortalecimiento de la espiritualidad pan indígena planetaria y la espiritualidad indo-mestiza del continente (*)

2001-2004

Caracas, los Teques 28 de noviembre de 2002

(*) Cada puñado de tierra de cada pueblo indígena, pasa por una ceremonia local en su nación o continente antes de ser incorporada al Panteón Nacional de Venezuela, para unirse a la Tierra de Suruapo, símbolo vivo de Guaicaipuro y los Pueblos y Caciques Heroicos .

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LA MANIPULACIÓN IDEOLÓGICA DE LA INTERCULTURALIDAD

EN LOS PROYECTOS HISTÓRICOS DE AMÉRICA LATINA

SAÚL RIVAS-RIVAS (Coordinador del Proyecto Guaicaipuro en el Panteón Nacional, segunda fase: 2001-2004 ….

No podemos acercarnos a los distintos procesos de intercambio cultural en América Latina y el Caribe si no actuamos a la luz de los distintos Proyectos Históricos; y particularmente ahora a la luz de la actual coyuntura neoliberal y globalizadora.Pero comencemos por ubicar lo más sobresaliente de la coyuntura política global:

1.-LA COYUNTURA GLOBAL

1.1.- Lo más sobresaliente es la dictadura global y unipolar de los Estados Unidos, que se ha perfilado a partir de la década de los 80 , con la hegemonía neoliberal.

1.2.-Dentro de esta hegemonía hay una guerra del petróleo como materia prima lider de esta época, pero que muy pronto dado el colapso del planeta, esta guerra del petróleo será una guerra del agua. Presenciamos el saqueo más profundo y acelerado de los recursos del suelo y del subsuelo.

1.3.-En el caso del genocidio contra Iraq, Estados Unidos gana la “guerra”, pero pierde la batalla política y diplomática en el mundo, incluso en su propio país, abarcando Europa.

1.4.-Los pueblos del mundo están hoy contra la guerra y se levantan contra la hegemonía imperialista unipolar.

1.5.-Hay dos grandes amenazas sobre América: el ALCA (en el plano económico) y el Plan Colombia en lo político-militar (con la amenaza de una intervención multilateral), acompañado de la ofensiva ideológica y política.-

1.6.-Destaca el arco de recursos petroleros y otras fuentes de energía que va desde Trinidad, pasando pasando por Venezuela y bajando hasta Bolivia, cruzando los Andes y parte de la Amazonía . Aquí está la justificación oculta del Plan Colombia y que pretende una intervención multilateral, como lo ha puesto en evidencia el Presidente Chávez, tumbándole la careta a la última cumbre del Cuzco.

1.7.-Otra de las razones de Estados Unidos para privilegiar el Plan Colombia, es que en esta fase de la dominación, el polo de la dominación occidental se traslada del Atlántico al Pacífico, temiendo un desarrollo sostenido del Asia liderizado por China.

1.7.1.- En nuestro caso pensamos que si China se occidentaliza hasta el extremo de perder su propio perfil para competir con Occidente, puede pagar a la larga un precio muy alto (y aquí hay quienes piensan que los excedentes de arroz en el mundo no bastarían para cubrir su déficit (F.cool.gif

1.7.1.-La geoestrategia unipolar por el control del Pacífico para el control del mundo, pone en la mira del imperio todo el rosario de pueblos que formaron la Gran Colombia y promovieron el Congreso de Panamá. Toma el imperio el corazón de la indianidad sudamericana y del bolivarianismo revolucionario e integracionista, ahora que asume su naturaleza multisocietaria a lo interno del proyecto en una forma más consciente. Del lado del Atlántico se perfila –como señala Chávez- un eje de la liberación que apunta desde Caracas- Manaos-Brasilia –Buenos Aires. Lo cual no significa que esté vedada de antemano la ruta indianista y bolivariana de Los Andes y la Amazonía, por los intereses en ella involucrados. La resistencia indianista y bolivariana en la zona andina se manifiesta en Ecuador, Bolivia, Colombia, aunque en otros paises asuma una presencia más silenciosa y en otras comience por desbordar las nuevas traiciones, como el caso de Lucio Gutierrez.Y de algunos sectores e individualidades en Venezuela.

1.8.-El gran objetivo , tal vez el principal por parte del imperio, es la desarticulación de los paises petroleros de Asia Central y Medio Oriente, pasando por la destrucción de la OPEP..para dominar la principal fuente de energía del mundo.

1.9.- Toda esta situación no escapa a la gran crisis de Occidente y de la cabeza del imperio,, lo que hace pensar que el polo de una neo-occidentalización se puede trasladar al Asia en el futuro próximo o ya, un nuevo espacio global para una nueva liberación. Pero tengamos muy claro que una caida de Estados Unidos y el derrumbe incluso de Occidente, no representan para nosotros, automáticamente, una nueva liberación y mucho menos una liberación de fondo. Sobre todo, si estos derrumbes nos sorprenden sin un cuerpo de doctrina de naturaleza multisocietaria, que sustente nuestras especificidades históricas, sociales, económicas y culturales

Orlando Camacaro

camacaroorlando[arroba]hotmail.com

Saúl Rivas Rivas

Coordinador del Proyecto

Guaicaipuro en el Panteón Nacional

(Segunda Fase)

REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA SEGUNDA VICEPRESIDENCIA – DE LA ASAMBLEA NACIONAL FORO TALLER CON LAS MUJERES INDÍGENAS DE VENEZUELA – CAPITOLIO FEDERAL

CARACAS 27 Y 28 DE NOVIEMBRE DE 2002

Los simbolos precolombinos

LOS SIMBOLOS PRECOLOMBINOS
Cosmogonía, Teogonía, Cultura
El verdadero Padre Ñamandu, el Primero,
de una pequeña porción de su propia divinidad,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
hizo que se engendrasen llamas y tenue neblina.
Habiéndose erguido
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el origen del lenguaje humano.
De la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano
e hizo que formara parte de su propia divinidad.
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas,
creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano
e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandu
que formara parte de su propia divinidad.
Habiendo concebido el origen del futuro lenguaje humano,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el fundamento del amor.
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas,
y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el origen del amor.
Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano,
habiendo creado una pequeña porción de amor,
de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
el origen de un solo himno sagrado lo creó en su soledad
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas originarias,
antes de conocerse las cosas,
creó en su soledad el origen de un himno sagrado.

La literatura de los guaraníes.- Recopilado y traducido por el antropólogo León Cadogan. Joaquín Mortiz, México, 1965.

PREFACIO
Apenas comenzó el autor a concebir la idea de un trabajo sobre la simbólica precolombina advirtió que su perspectiva no podría ser comprendida sin antes exponer ciertas ideas (símbolo, mito, rito, sociedad tradicional, etc.), es decir, el marco teórico donde se inscribe su trabajo. En definitiva, que su libro iba a tratar tanto de lo precolombino, su cosmogonía y teogonía, como constituir una introducción a la Simbólica. Una obra de este tipo ha de ser necesariamente sintética (casi un esquema de trabajo) y no se podrá entonces considerar aquí con la riqueza y amplitud que se merecen cada uno de los temas que se tocan, reservándonos esta labor para nuevas oportunidades. Pensamos sin embargo que este trabajo brinda la posibilidad de comprender en esencia a las antiguas culturas americanas, -y a las ‘primitivas’, arcaicas y tradicionales en general- y ser un punto de nucleamiento de nuevas investigaciones y labores para los que se interesan en el símbolo y las culturas precolombinas. Esto es así para el autor, por qué no decirlo, puesto que el estudio de los símbolos tradicionales americanos coadyuvó en él a su conocimiento de símbolos universales y porque el conocimiento de estos universales le hizo comprender ciertas ideas acerca del pensamiento y la cosmogonía de los precolombinos. Este estudio está dirigido al lector no especializado -aunque tal vez pudieran sacar de él algún provecho los expertos- y como ya dijimos es tanto para el que desea interiorizarse en la Vía Simbólica y su funcionamiento como para el que posee afición e intriga por las culturas precolombinas o arcaicas.
Quiere dejarse aquí sentado el profundo agradecimiento a los esforzados cronistas, comentaristas e investigadores de todos los tiempos, extranjeros y americanos, gracias a los cuales se ha podido escribir este libro -que pretende ser en su medida un homenaje al pensamiento indígena- y cuya obra se cita en el texto y la bibliografía.

Por último quiere indicarse que el autor cree en la capacidad actuante del símbolo, en su virtud transformadora, a la par que sostiene que los símbolos están hoy presentes, tan sólo esperando ser vivificados.

INDICE CASTELLANO Prefacio
Capítulo I * Introducción a la Simbología Precolombina
Capítulo II La Simbología Americana
Capítulo III Los Símbolos, los Mitos y los Ritos
Capítulo IV El Centro y el Eje
Capítulo V El Mundo Precolombino
Capítulo VI Algunos Errores Filosóficos
Capítulo VII Ciertas Peculiaridades en la Visión del Mundo de una Sociedad Arcaica
Capítulo VIII La Iniciación
Capítulo IX * El Redescubrimiento de América
Capítulo X Cosmogonía y Teogonía
Capítulo XI * El Cosmos y la Deidad
Capítulo XII La Dualidad: Energías Ascendentes y Descendentes
Capítulo XIII Algunos Símbolos Fundamentales
Capítulo XIV * Símbolos Numéricos y Geométricos
Capítulo XV El Simbolismo Constructivo
Capítulo XVI * Plantas y Animales Sagrados
Capítulo XVII Arte y Cosmogonía
Capítulo XVIII * Mitología y Popol Vuh
Capítulo XIX Algunos Temas Relacionados con los Calendarios
Capítulo XX * Los Calendarios Mesoamericanos
BIBLIOGRAFIA

* En web “América Indígena”

Italiano: Intr. V VI
English: Book

CONTRAPORTADA
El redescubrimiento de América a quinientos años del viaje de Almirante Colón
Una obra sintética y fundamental que tanto habla de lo precolombino, su cosmogonía y teogonía, como constituye una introducción a la Simbología. Federico González nos brinda la posibilidad de comprender en esencia a las antiguas culturas americanas, así como a las “primitivas”, arcaìcas y tradicionales en general. La sacralidad simbólica de la naturaleza (piedras, árboles, animales, astros), los mitos, la arquitectura del templo y la ciudad, los calendarios, la agricultura, el maíz (como en otros lugares el trigo), las artesanías, los juegos y el arte de la guerra, la música y los cantos, las pinturas, el tatuaje y las danzas, sacrificìos y festividades, conforman para el hombre tradicional -en particular aquí el americano- su experiencia cotidiana de lo sagrado, su conocimiento de la cosmogonía que se le revela mediante los símbolos, los mitos y los ritos, y a la cual él conoce y recrea por su intermedio, por mucho que puedan sorprendernos las extraordinarias formas una cultura que, corno toda aquella que está viva, reconoce a la deidad -y a la vida- corno un perpetuo asombro. Pues es lo sagrado lo que conforma su propia expresión -la del mundo y la de nosotros mismos- y no al contrario, según la programación que nos ha sido impuesta.

INTRODUCCION A LA SIMBOLOGIA PRECOLOMBINA
FEDERICO GONZALEZ
La sociedad a la que pertenecemos, es decir la contemporánea, ha concebido la idea de que Dios -la unidad original- es un invento del hombre, aunque algunos de sus miembros piensan más bien que la deidad es un descubrimiento humano producido en cierta etapa de la historia. En ambos casos es el hombre el que crea a Dios en absoluta contradicción con lo aseverado unánimente por todas las tradiciones y civilizaciones de que se tenga memoria, las cuales afirman y establecen la correcta relación jerárquica entre el creador y su criatura. Esta flagrante inversión nace lógicamente del desconocimiento actual que poseemos acerca de lo sagrado, razón que nos obliga inconscientemente a ‘humanizar’ el concepto de Dios, hacerlo antropomorfo -lo que equivale a reducir a la deidad a las categorías del pensamiento y la concepción humana- y minimizarlo a la escala del hombre de hoy día y a la estrechez de su visión. El cual no encuentra nada mejor entonces que hacer morir a los dioses, no ‘creer’ ya en ellos sino más bien en lo ‘humano’ -lo cual ¡ay! es tomado como un progreso- como si fuera posible que las energías cósmicas y armónicas cuyos principios expresan las deidades dejaran de ser, o existir, por el simple expediente de negarlas.

Estamos acostumbrados a pensar acerca de los panteones griego, romano, egipcio, caldeo o maya -o aun en el de los judíos, cristianos, islámicos, hinduístas y budistas-, como si sus dioses fuesen la propiedad privada de esos pueblos y religiones, y que además esos dioses fueran enteramente diferentes entre sí con identidades perfectamente particularizadas en un sistema clasificatorio imaginario. La realidad de lo sagrado queda así reducida a la capacidad ‘especulativa’ del hombre -o a un membrete indicativo en un casillero- y no se observa sin embargo que esos mismos hombres reconocieron a la deidad a través de los ‘números’ o medidas armónicas como patrones o módulos de pensamiento universal y expresión de las ideas arquetípicas siempre presentes como partes constitutivas del cosmos, que los símbolos representan y cuya energía-fuerza no ha dejado ni dejará de manifestarse mientras existan el tiempo y el espacio. Lo mismo acontece con los astros y estrellas -en particular, el Sol, la Luna, Venus y las Pléyades-, símbolos de los dioses a determinado nivel, planetas y constelaciones que por cierto han sobrevivido a los caldeos, egipcios, griegos, romanos y mayas y que aún podemos observar a ojo descubierto en cualquier noche clara. Estos astros y estrellas significan las energías cósmicas que son la expresión de los principios divinos y es imprescindible recordar que son los mismos astros y estrellas de hoy aquéllos que contemplaron en la bóveda celeste antes del ‘descubrimiento’ de América los pueblos precolombinos, los cuales los identificaron en su cosmogonía con determinadas ideas-fuerza, cuya manifestación las estrellas expresan en la inmensidad del cielo, del cual dependen la tierra y el hombre. Somos otras las personas que habitamos bajo el firmamento en la tierra que labraron las antiguas civilizaciones americanas, pero los números y los astros -como encarnaciones de los principios eternos- siguen siendo los mismos y están tan vivos como las deidades, las cuales por otra parte se siguen expresando como fenómenos naturales y atmosféricos y energías anímicas y espirituales siempre presentes en la creación. Pues es sabido que los dioses no mueren y eso es precisamente lo que los ha hecho inmortales en todo tiempo y lugar. O mejor, lo son porque han muerto a la muerte y ya no pueden morir. El dios sacrificado resucita, se regenera, y transforma sus energías cristalizándolas en el cielo bajo la forma de un planeta, símbolo del principio que ese dios testimonia de manera activa y manifestada. Los dioses, incluso, son anteriores a esta creación y de hecho su sacrificio es lo que la produce “cuando aún era de noche”, como nos lo dice el mito teotihuacano.
Las cosmogonías precolombinas constituyen una modalidad de la Cosmogonía arquetípica -en la que el hombre está incluido- más allá de cualquier especulación personal y pese a las diferentes formas o modos en que ella se exprese de acuerdo a las características de espacio, tiempo o manera, que a la vez velan y revelan su contenido prototípico, su esencia. Por eso es que esas cosmogonías también están vivas hoy día, en sus símbolos y mitos, que esperan ser vivificados por su conocimiento, por su invocación, para que generen toda la magnitud de su energía potencial. Los hombres antiguos han desaparecido pero no sus dioses eternos -Quetzalcóatl, Kukulkán, Viraacocha-1 que aún conviven con nosotros y conforman gran parte de la historia de los países americanos y aunque no lo advirtamos, la nuestra misma. En verdad aún muchos millones de personas -en el norte, centro y sur de América- los invocan con los antiguos ritos tradicionales y también bajo distintas formas religiosas o teñidas de folklore. La deidad es igual para todos los pueblos que la conocen, así la llamen de una u otra manera, o tome esta o aquella forma particular; esto es válido para todas las tradiciones vivas o muertas puesto que la deidad “en sí” es finalmente una sola aunque sus manifestaciones sean múltiples. Cuando los sabios nahuas, los tlamatinime fueron interrogados por los doce primeros religiosos católicos arribados a México acerca de sus creencias y se enteraron por boca de sus inquisidores que sus dioses ya no existían pidieron morir con ellos. Luego aceptaron hablar con calma:

“Romperemos un poco, ahora un poquito abriremos el secreto, el arca del Señor nuestro”. “Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos al Señor del cerca y del junto, a aquél de quien son los cielos y la tierra. Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva palabra es ésta, la que habláis, por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos. Porque nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, no solían hablar así”.
Y a continuación describen y enumeran en forma sencilla para ser entendidos una serie de imágenes de la divinidad, la tradición y el rito, que dicho sea de paso se corresponden con sus análogas cristianas. Y luego, recapitulando:
“Nosotros sabemos a quién se debe la vida, a quién se debe el nacer, a quién se debe el ser engendrado, a quién se debe el crecer, cómo hay que invocar, cómo hay que rogar”.
Como se verá por sus propias palabras puede observarse en realidad que los tlamatinime no alcanzaban a comprender esa situación que los excedía. ¿Cómo los hombres podían suprimir por decreto a los dioses? y ¿cómo lo único efectivo, lo cierto, podía ser aniquilado por las ilusiones y la sombra? Oigámoslos:
“Ciertamente no creemos aún, no lo tenemos por verdad, aun cuando os ofenda”.2
Ofendidos o no, los conquistadores abolieron su imagen del mundo, del espacio y del tiempo, su concepción de la vida y del hombre, sus mitos y ritos, y destruyeron la casi totalidad de su cultura. Y como desgraciadamente estas culturas están aparentemente muertas debemos seguir un difícil proceso de reconstrucción a través de sus fragmentos, códigos y monumentos parcialmente completos, las crónicas de los conquistadores y distintos testimonios, así como por jirones aún vivos del folklore, la danza, el diseño de los tejidos y cestería, sus monumentos, etc., para poder entenderlas. Pero también y sobre todo haremos hincapié en sus símbolos – y mitos cosmogónicos y teogóe;nicos claros y precisos que se corresponden con símbolos y mitos de otros pueblos, incluidos sus modelos del universo y estructuras culturales -evidentes por ejemplo, en el símbolo constructivo, de base geométrica y numeral-, los que nos permiten por analogía aproximamos al conocimiento de las tradiciones americanas y tener una visión lo suficientemente neta de ellas, al menos como fundamento para intentar comprenderlas en su esencia sin que sólo signifiquen tristes ruinas o antiguallas sin sentido o un pasado desconocido, hipotético y grandioso del cual todo se ignora. Por otra parte y como ya hemos dicho, a pesar del saqueo, la sistemática aniquilación y el múltiple vejamen sufrido, las tradiciones precolombinas aún están vivas y vigentes, reveladas en sus símbolos, en sus mitos y en su cosmogonía, en sus ideas arquetípicas, sus módulos armónicos y sus dioses que no esperan sino ser vivificados para que actualicen su potencia; es decir, ser aprehendidos, comprendidos con el corazón, para que actúen en nosotros.

NOTAS
1 De los que se dice han de volver.
2 El libro de los Coloquios de los Doce, capítulo VII del texto náhuatl publicado por W. Lehmann. Traducción de Miguel León Portilla.

CAPITULO II LA SIMBOLOGIA AMERICANA
I
Uno de los temas que más se destacan cuando nos enfrentamos con el estudio de las sociedades precolombinas es la coincidencia en casi todos los autores europeos de la conquista y aun de siglos posteriores en pensar que los americanos eran de origen judío,1 ya habían sido cristianizados, o de algún modo confuso derivaban sus conocimientos y tradiciones del Viejo Mundo. Estas opiniones se basaban sin duda en la similitud de símbolos, mitos y modos culturales, que aunque tomasen formas diferentes eran sin embargo análogos a los suyos. Esto es señalado por los franciscanos Fray Bemardino de Sahagún y Motolinía, por el dominico Diego Durán, por el jesuita Joseph de Acosta, así corno por Mendieta, Las Casas, Torquemada, López de Gómara, Ramos Gavilán, Gregorio García, Antonio de la Calancha, Poma de Ayala y la generalidad de los cronistas; asimismo entre los comentaristas posteriores como Veytia y Clavijero, etc., para no citar sino algunos, todos ellos hombres de la Iglesia o versados en asuntos religiosos, filosóficos y teológicos.2 A decir verdad, también las coincidencias entre el cristianismo, sus símbolos, mitos y ritos y la tradición precolombina son harto numerosas.3 Comenzando por sus teogonías, donde las ideas de un Ser Supremo, de un dios creador y una deidad civilizadora y salvadora configuran una génesis y un apocalipsis, una muerte y una resurrección ligadas al sacrificio y la transformación cíclica y siguiendo por ciertos mitos como el de la virginidad de la madre de un dios héroe y su nacimiento sin necesidad de padre, antinatura, que aparece repetidamente. El primer caso se observa en la civilización del valle central de México entre los indios de Nicaragua y Costa Rica, los de Bogotá, los de Quito y otros grupos pertenecientes al Imperio Inca como los harochiri e incluso los guaranies de Paraguay y Brasil, siendo conocido por los zuni y otros indígenas de los Estados Unidos y los patagones argentinos. El segundo es muy neto entre los nahuas y aztecas (los dioses Quetzalcóatl y Huitzilopochtli son hijos de vírgenes), y en los indios quiché de Guatemala, Ixbalanché y Hunahpú, los héroes por excelencia, son hijos de la doncella Ixcuiq. Asimismo los chibchas de Colombia reverenciaban a un hijo del sol que fue fecundado por intermedio de sus rayos en una virgen; y Viracocha, en el Perú, embaraza a una joven agraciada sin que ésta lo advierta.4 Esto sin mencionar algunos mitos como el del diluvio conocido en toda la América Precolombina y el de la existencia pretérita de gigantes en lo cual coincidían con las tradiciones bíblicas y greco-romanas. Pero lo que realmente sorprende a los conquistadores, o a los pocos que son capaces de ver, es nada menos que el símbolo de la cruz por doquier, lo cual por consideraciones debidas a las circunstancias se debe ocultar o callar. En efecto, esta representación se halla explícita en su forma más sencilla o de maneras derivadas, sola u organizada en conjuntos, en la entera extensión del continente americano. Y es más, el símbolo de que hablamos -que por cierto es pre-cristiano- constituye el esquema cosmológico de estas culturas, siempre presente en sus manifestaciones de cualquier tipo que éstas sean. Nos estamos refiriendo a los cuatro brazos o posibilidades de expansión horizontal en el plano y al centro como lugar de recepción y síntesis de la energía vertical (alto-bajo), que de esta manera por medio de la cruz se irradia en la totalidad del espacio. Aunque tal vez lo que más llama la atención de los frailes es la similitud de algunos rituales con los sacramentos que ellos administran. Así por ejemplo con respecto a la confesión practicada por los aztecas, mayas e incaicos, al matrimonio, al bautismo -del que el reticente Diego de Landa, obispo de Yucatán, sin embargo afirma con orgullo:

“No se halla el bautismo en ninguna parte de las indias sino en esta de Yucatán (lo cual no era cierto) y aun con vocablo que quiere decir nacer de nuevo u otra vez”,
y a la comunión. En relación con esta última señalaremos lo que nos dice Sahagún vinculado con la ceremonia que se efectuaba en honor a Huitzilopochtli en la que el pueblo comulgaba comiendo un trozo de la estatua del dios, que a esos efectos estaba confeccionada con una golosina que aún es popular en el México contemporáneo a la que se llama alegría.5 El verdadero tema al respecto lo constituye el hecho de que el sacrificio ritual de animales y su inmediata ingestión en ciertas fechas y lugares precolombinos -como por otra parte es verificable en la casi totalidad de las culturas, siendo hoy mismo comprobable en comunidades ‘primitivas’- conformaba un acto sagrado de importancia vital, tanto individual como colectiva. El sacramento cristiano de la eucaristía simboliza mediante el pan y el vino lo que otras tradiciones ejemplifican por sus correspondientes: la carne y sobre todo la sangre como forma de comunión con la deidad. Creemos que bajo una perspectiva análoga podrán tal vez entenderse los cruentos sacrificios humanos efectuados en honor y alimento del sol como generador y conservador de la vida.6 De todas maneras estas similitudes entre las civilizaciones del Nuevo y Viejo Mundo no tienen nada de casual ya que los símbolos y los mitos fundamentales de todas las culturas son manifiesta y esencialmente los mismos ante nuestro ignorante asombro.7 Esta sorpresa no es tal en cuanto procedemos a verificar y comprobar este aserto y también en cuanto nos ponemos a pensar que lo que en verdad representan estos símbolos y estos mitos -es decir las ideas universales que expresan- son las mismas en todas partes, derivadas de un Conocimiento y una Tradición común, a la que podríamos llamar ‘no histórica’, o mejor, ‘metahistórica’. Por ese motivo es que la Simbología utiliza la comparación entre símbolos de distintas civilizaciones como método para iluminar los símbolos particulares, sistema que utilizaremos asimismo en este texto en relación con el conjunto de las culturas americanas -en la medida de nuestras posibilidades-, y el mosaico multifacético en que se expresa el pensamiento precolombino.

No hay en la actualidad quien niegue seriamente el origen sagrado de toda civilización en cuanto éste es mítico y metafísico -según esas tradiciones lo proclaman-, del cual por otra parte se desprenden sus conocimientos, artes, ciencias e industrias, incluidos la fundación de su ciudad -cuando son sedentarios- y el nombre o identidad de sus habitantes. En ese sentido estas manifestaciones parecerían responder unánimemente a una idea arquetípica de la cual derivan los modelos culturales y las estructuras religiosas, económico-sociales y políticas, los comportamientos y los usos y costumbres. Es por eso y a pesar de las variadas formas en que esas culturas tradicionales se expresan que se puede encontrar entre ellas tan asombrosas analogías pues se refieren todas a lo mismo. Lo cual nos permite a nuestra vez efectuar relaciones y asimilaciones igualmente sorprendentes.

Los historiadores de las religiones limitan y ubican en el espacio y en el tiempo a la cultura que estudian, aunque los mejores de ellos, encabezados por Mircea Eliade, llevan sus investigaciones a la estructura misma de lo religioso expresando su origen atemporal. La Simbología no toma en consideración sino en forma secundaria las condiciones históricas donde se produce el símbolo, destacando por el contrario valores no históricos, es decir esenciales y arquetípicos. Pero sobre todo lo que diferencia al simbólogo y al historiador de las religiones es la actitud con que enfrentan el conocimiento. Efectivamente, el simbólogo no sólo toma a los símbolos, mitos o ritos como objetos estáticos -que tienen una historia- sino también como sujetos dinámicos siempre presentes, que se están manifestando ahora. O sea, como capaces de cumplir una función mediadora entre lo que expresan en el orden sensible y la energía invisible -la idea- que los ha generado. En ese sentido no hay tampoco una historia de los símbolos. No sólo por reconocer éstos un origen atemporal, sino porque la mayor parte de ellos son comunes y aparecen en muchísimas tradiciones separadas en el espacio y en el tiempo -como si ellos fueran consubstanciales con el hombre y la vida- y se dan a veces hasta de manera idéntica en cuanto a sus significaciones más alejadas (en el tema de la ‘brujería’, por ejemplo), asunto éste que con un poco de paciencia y buena fe le es dado observar y comprender a cualquiera. Ello lleva a reconocer un origen común, o aceptar la idea de una tradición histórica unánime, lo que seguramente es válido si se consideran enormes ciclos que incluyen no sólo decenas de culturas -la mayor parte ignoradas- sino también profundas alteraciones geográficas en la tierra como cambios en la posición de los polos en correspondencia con fenómenos celestes, etc.8 Razón por la que el simbólogo prefiere tomar al símbolo en sí -sin descuidar su contexto-, en cuanto éste no es sólo un objeto comparable a otro objeto, sino que además es considerado como sujeto de una realidad siempre existente que lo ha plasmado, a la que expresa de manera directa. La idea que manifiesta y a la vez oculta el símbolo es lo que a la Simbología le interesa. Por lo que el simbólogo aspira no sólo a la comprensión histórica o meramente intelectual del símbolo, sino a su conocimiento metafísico, a su aprehensión supra-intelectual -obtenida mediante su concurso-, a la identificación o encarnación de lo que el símbolo o mito manifiesta tal cual hacían los integrantes de los pueblos que los diseñaron con ese propósito. Los cuales los utilizan como soportes o vehículos cognoscitivos entre distintos planos de una realidad que ellos consideraban única y sagrada, la que era testificada por esos símbolos y mitos. Dicho en otras palabras: el simbólogo no se ocupa, salvo de manera secundaria, por los símbolos considerados bajo una perspectiva histórica o simplemente ‘intelectual’, sino que tomando en cuenta la identidad de los símbolos tradicionales aparecidos en distintos tiempos y lugares -material que ha obtenido de la Historia de las Religiones y de la Religión Comparada-, trata de comprender, vivenciar, o encarnar el concepto, o la idea, que ellos representan y de la cual son los emisarios.9 Esto es particularmente válido en el estudio y la meditación sobre las manifestaciones humanas, es decir, culturales, en cuanto ellas constituyen un conjunto simbólico donde la huella de una historia invisible y eterna -arquetípica-, se proyecta en las formas temporales de lo visible.

II
Ya indicamos en la nota inicial, haciendo una referencia personal, que no hemos transpuesto literalmente a la tradición precolombina lo que por nuestros estudios hemos aprendido de otras civilizaciones tradicionales, sino que por el contrario, empapados del mundo de los antiguos americanos, su atmósfera, sus códigos y formas, es que hemos llegado a comprender la identidad de los símbolos, mitos y ritos de la Tradición Unánime, así ésta se halle viva o aparentemente muerta. Sin duda los esquemas de nuestro pensamiento, la forma de concebir y los modos de acercarnos al pasado precolombino son europeos como los de todos los investigadores que conocemos. Esto se debe a nuestra educación, ya que las estructuras mentales de todos los occidentales actuales -y eso es lo que somos- son análogas, comenzando por la determinación que imponen la lógica y los esquemas lingüísticos, como asimismo lo son nuestras pautas de aprendizaje y actuación, aunque muchos de nosotros no lo advirtamos o pensemos en contrario. Por otra parte anotaremos que el haber nacido en determinado lugar del Nuevo Mundo, o el tener la misma sangre de los pueblos que crearon las civilizaciones precolombinas, o aun hablar su lengua actual, es sólo una ventaja secundaria para comprender la cosmogonía indígena original.10 Los griegos contemporáneos casi nada saben de su pasado mítico y de sus antiguas ‘creencias’, y aún en la época de Platón la mayor parte las ignoraba con generosidad. En otro caso, como pudiera ser el de una tradición viva, la hindú por ejemplo, tal vez suceda que a la fecha un extranjero no nacido en ella pueda comprenderla y vivirla mucho más profunda y verdaderamente -en lo que ella es en sí- que un simple devoto atenaceado por la superstición y la confusión de las imágenes, como en general sucede con la mayoría de los hindúes actuales. Otra cosa es cuando los integrantes de una tradición conocen perfectamente y no sólo de manera exterior o superficial el sentido de sus símbolos, mitos y ritos -que siempre deben ser aprendidos- y sobre todo cuando se tiene bien patente lo que éstos son, es decir cuando se comprende su función mediadora y trascendental encuadrada en el marco de una cosmogonía original, a la que describen, la cual al ser vivenciada produce un estado de conciencia al que se puede acceder merced a la iniciación en el conocimiento que los propios símbolos, mitos y ritos provocan. Con seguridad que quien haya experimentado estos conceptos y reconocido las formas en que ellos se manifiestan generando tal o cual cultura podrá entonces entender la esencia de esa cultura, su razón de ser -incluso histórica-, su idea del espacio, del tiempo, del movimiento, del número, la medida y el lenguaje, y por lo tanto de su pensamiento, del que derivan todas sus acciones o creaciones, las que se expresan a través de manifestaciones simbólicas.
Para poder asimilar la realidad, para integrarse a ella, es menester previamente tener una descripción de la misma, cualquiera que ésta fuese.11 El hombre procede siempre así aunque no lo sepa o lo niegue. Es tan válida una concepción del mundo donde la tierra es un plano y al mismo tiempo el centro del universo, como un sistema descriptivo tridimensional en donde la tierra es una esfera que gira alrededor del sol, su eje. Lo mismo vale -y éste es un tema directamente vinculado con lo anterior- para la representación gráfica plana y su extraordinario poder de síntesis y sugestión en contraposición con los contrastes de luz-sombra y perspectiva que caracterizan al arte occidental de los últimos siglos, e igualmente para la geometría llamada plana en comparación con la espacial.

Fuera de nuestro campo mental -y mientras éste no sufra una apertura- es imposible comprender algo que nos es completamente ajeno. Esto sucedió con los europeos con respecto a los indígenas en la época de la conquista y en la actualidad constituye aún el más importante escollo en nuestros esfuerzos por acercarnos a este riquísimo y complejo acervo tradicional. Todo nos hace pensar que la generalidad de los religiosos, soldados y funcionarios que llegaron a América no conocían la verdadera significación, la íntima realidad de sus propios símbolos, sacramentos e instituciones, sino a lo sumo de una manera piadosa-moral (como buenos usos y costumbres) o legalística, oficial y administrativa, de ningún modo metafísica ni esotérica, lo que indica con precisión que no los conocían en su totalidad. Esto no nos debe extrañar pues hasta hoy no ha variado el panorama involutivo de Occidente, lo que por otra parte se debe a razones cíclicas. Se puede pensar que algo similar acontecía en el seno de las sociedades precolombinas a la llegada de los españoles, sobre todo con el grueso de la población, incluidos la mayor parte de sus líderes y jefes, aunque cabría hacer algunas distinciones entre las variadas culturas que conformaban el mapa de la América antigua. Sin embargo hay una diferencia: los sabios y altos sacerdotes indígenas parecen conocer -a través de distintos documentos se lo puede comprobar- o haber conocido hasta muy poco tiempo atrás los secretos de la vida, la cosmogonía y la deidad, mientras los religiosos cristianos -salvo honrosas excepciones en cuanto a alguna ciencia humanista o ‘clásica’- sólo aparentan ser, en el mejor de los casos, personas devotas o bien intencionadas, cuando no funcionarios de la corona, o espías fanáticos de la conversión masiva de infieles, pero nunca hombres de conocimiento en el verdadero sentido de esta palabra.12 La opinión ‘oficial’ de la Iglesia con respecto a las tradiciones precolombinas aún sigue siendo para muchos de sus prelados aquélla que las juzgaba como inspiradas en el demonio, y eran y siguen siendo para esos elementos el producto idolátrico de la más oscura ignorancia o de su cándida ingenuidad infantil. Este fanatismo cercano al desprecio absoluto por aquello que se desconoce -junto con todos los argumentos que apuntan y señalan al ejercicio del poder- explica en parte el por qué de la extinción casi total de la sabiduría que creó no sólo los grandes monumentos y obras de arte que hoy nos asombran, sino también y fundamentalmente su modelo cosmogónico, sus calendarios astronómicos y rituales, las escrituras jeroglíficas, simbólicas e ideogramáticas; o sea, las estructuras de pensamiento que hicieron florecer la vida en el seno de esas culturas. La pérdida resulta desoladora y esto se nota mucho más aun cuando se alcanza a comprender a través de los fragmentos que han llegado hasta nosotros la magnitud y la calidad de estas civilizaciones tradicionales equiparables a las más sabias y refinadas del mundo entero pero con ciertas formas y originalidades tan sutiles y elaboradas en algunos casos, y tan sorprendentes en otros, que no se las puede hallar en ninguna otra parte. Quien se haya dejado fascinar por la atmósfera y la belleza de las civilizaciones precolombinas podrá comprender con claridad a qué nos estamos refiriendo. Daremos un sencillo ejemplo de originalidad apenas emulado por la mitología griega. Se trata en este caso de los mitos mayas de la creación, los que se expresan de manera notoriamente humorística,13 pero con una comicidad áspera y gruesa, cuando no grotesca y sangrienta. Pues toda gestación -la del sol, la del hombre, la del maíz- parecería ser el fruto del engaño, la burla, la dificultad, la contradicción, el castigo o la venganza, expresados de una forma casi tan cínica y sardónica como desenfadada que, por cruda, pudiera parecer chocante. El sacrificio y el crimen ritual y la constante contradicción de los opuestos se contraponen en una astuta danza de ritmos encontrados, descabellada y desopilante, en la que domina la presencia permanente de lo discontinuo, lo intempestivo y lo absurdo, de lo absolutamente paradójico e irreal y donde el único elemento constante es la transformación de los seres y la mutación de las formas que aparecen y desaparecen, mueren y nacen y participan de una misma sustancia universal. Esta descripción de los orígenes, (es decir la forma que toma para ellos cualquier concepción) tiene en su base algo absolutamente extraordinario, asombroso, desproporcionado, tal vez monstruoso y por cierto sagrado, que despierta -como reacción inmediata de atracción y rechazo- la hilaridad y provoca la carcajada como una manera de evocación del hecho asombroso o divino, del tiempo atemporal, llamando así al hado mediante la exaltación, el regocijo desmesurado -capaz de producir un estado análogo al del tiempo mítico-, las chanzas, fiestas y libaciones rituales.14 Tal vez sea necesario realizar un esfuerzo psicológico cada vez que nos encontremos con ejemplos como éste en nuestra investigación del mundo precolombino y en general en todos los estudios universales referidos a símbolos, mitos y ritos, pues éstos, como manifestación de lo sagrado son bien distintos de lo que el hombre ordinario pretende o imagina. Si no se efectúa este trabajo y no somos capaces al menos de variar nuestra perspectiva, de cambiar el punto de vista respecto a la comprensión de estas expresiones, ellas nos parecerán burda y simplona ignorancia llena de superstición de acuerdo a patrones y programaciones donde la deidad, lo sagrado, es vinculado estrechamente con la pompa, la solemnidad, lo ‘sublime’, las maneras exteriores y la higiene, cuando no con una pretendida austeridad egoísta y seca, no creativa, o una actividad devota y moralista.

NOTAS
1 Llama la atención la identidad entre el nombre hebreo Adam = rojo, y el color racial que se atribuían a sí mismos los habitantes de América, el que por otra parte es igual al otorgado a los habitantes de la Atlántida.
2 Aún en el siglo XIX, el presbítero D. Juarros apoyándose en la autoridad de F. de Fuentes y Guzmán, nos dice en su Compendio de la Historia del Reino de Guatemala: “los citados Toltecas eran de la casa de Israel, y que el gran profeta Moisés los sacó del cautiverio en que los tenia Faraón…” Tratado IV, Capítulo 1. Editorial Piedra Santa. Guatemala, 1981. Incluso los sabios indígenas seguramente comprendiendo lo arquetípico y simbólico que expresan las ‘genealogías’ han llegado a decir: “Somos los nietos de los abuelos Abraham, Isaac y Jacob, que así se llamaban. Somos además los de Israel.” Historia de los Xpantzay de Tecpan (ver Recinos, su traductor, en Bibliografía)
3 Cuando nos referimos a tradición precolombina estamos sin duda generalizando pues en verdad nos referimos a numerosas culturas más o menos independientes -como sus lenguas- distribuidas a lo largo y lo ancho de América, las que sin embargo guardan una evidente relación entre sí, lo que nos permite tratarlas de manera conjunta. Volveremos más adelante sobre el tema.
4 Para los talarnancas de Costa Rica, Sibú, un niño-dios, nace de una mujer embarazada por el viento.
5 También lo hacían en otras fiestas con las efigies de Tezcatlipoca (según Motolinía) y de otras deidades.
6 Son conocidos los sacrificios humanos en honor a Varuna en un pueblo de innegable religiosidad como es el hindú.
7 El Inca Garcilaso de la Vega nos advierte con respecto a las ‘historias’ de sus antepasados: “El que las leyere podrá cotejarlas a su gusto, que muchas hallará semejantes a las antiguas, así de la Santa Escritura como de las profanas y fábulas de gentilidad antigua”. (Comentarios Reales, Primera Parte, Capítulo Quinto). Este comentario adquiere particular interés si se piensa que el cronista, mestizo, hijo de hidalgo español y princesa peruana conoció en su infancia y adolescencia el mundo indígena de forma directa recibiendo una doble educación y pasando luego a residir en España y otros lugares de Europa como ‘hombre culto’ entre los de su tiempo.
8 El último de estos grandes cambios es para Platón la desaparición de la Atlántida, situada precisamente en el océano que toma de ella su nombre -el cual separa al Viejo del Nuevo Mundo-, “más allá de las columnas de Hércules”, lo que parecería ser un denominador común a la mayoría de las tradiciones históricas, aunque muy remoto en el tiempo. Hasta fines del siglo XIX y comienzos de éste ha subsistido la teoría de un origen Atlántico para los indios americanos. (Ver Marcos E. Becerra, Por la Ruta de la Atlántida). En los siglos XVI y XVII esta tesis era común según lo testifica la bibliografía, (ver por ejemplo: Origen de los indios del Nuevo Mundo de Fray Diego García, libro IV, capítulo VI, Crónica de la Nueva España de Francisco Fernández de Salazar, Libro I capítulo 2, donde se cita también a Agustín de Zárate y una obra suya sobre el descubrimiento y conquista del Perú, etc.), así como la comparación de los númenes, símbolos y ritos precolombinos con las deidades y mitos greco-romanos y religiones abrahámicas. El Renacimiento e incluso el post-renacimiento estaban demasiado cerca aún de lo tradicional como para mofarse o tildar de fantasías a cosas que fueron aceptadas durante siglos por la gente más sabia y culta de la época como lo era la existencia de la Atlántida o la correspondencia y equivalencia entre diferentes dioses de diversos panteones y culturas. Sólo con el racionalismo, el evolucionismo, y finalmente el positivismo, estas ideas son tomadas como anticuadas y objeto de escarnio. Para que no haya confusión, desde ya, el autor declara que el punto de vista en que se ubica no es afectado de ninguna manera por estos tres ‘ismos’ filosóficos que desembocan el uno en el otro de modo natural e histórico, complementándose, y a los que considera los promotores de la vertiginosa caída de la sociedad contemporánea. El racionalismo establece una división tajante e ilusoria entre el cuerpo y el alma y aísla a la mente de su contexto. A partir de él todo es dual: adentro y afuera. El evolucionismo es pura ciencia ficción. Las especies son fijas y la idea de progreso indefinido, un escapismo como cualquier otro. El positivismo hace cada vez más empírico al método de conocer y ‘materializa’ y solidifica más que nunca las búsquedas del pensamiento, la ciencia y el arte.
9 Tal vez pudiera decirse -no sin pretensión- que el trabajo del simbólogo comienza cuando el del historiador de las religiones finaliza.
10 Una tradición -viva o muerta- no es patrimonio de un país o grupo. Como forma parte de la Tradición Primordial y Unánime es patrimonio del hombre, de la humanidad. Y esto se encuentra dado por su propio carácter, su universalidad conceptual.
11 Aun la sociedad contemporánea en su involución pretende ordenar una serie de acontecimientos empíricos con este fin aunque su enorme soberbia la ha llevado a construir una auténtica torre de Babel. Una cárcel donde sus moradores están sujetos al terror y donde sistemáticamente se los tortura.
12 Los americanos eran más ‘primitivos’ como afortunadamente lo habían sido los griegos órficos con respecto a los ‘clásicos’. Los hispanos habían perdido el nivel espiritual e intelectual acuñado durante el reinado de Alfonso el Sabio, que hizo de Toledo la Jerusalén de Occidente.
13 También entre otras varias culturas norteamericanas, mesoamericanas y sudamericanas.
14 En la relación que hace el licenciado Gómez Palacio sobre La Provincia de Guatemala, las costumbres de los indios y otras cosas notables puede leerse lo siguiente: “Si se emborrachaban y bebían con exceso estas gentes, no lo hacían tanto por vicio, cuando por que en esto creían que hacían un gran servicio a Dios, y así el principal que se emborrachaba más era el Rey y los Señores principales. Otros no se emborrachaban pero no era porque ellos fuesen de menos valer, sino porque ellos habían de gobernar la tierra y Proveer en los negocios del Reino, mientras que el rey estaba ocupado en aquella Religión y se emborrachaba”.

CAPITULO III LOS SIMBOLOS, LOS MITOS Y LOS RITOS
Debemos hacer algunas precisiones acerca de lo que el símbolo es para la Simbología y por lo tanto lo que ésta estudia y expresa, como asimismo dar una idea de lo que es un conjunto de símbolos en acción, es decir el mundo del símbolo tal como es vivido por una sociedad tradicional o arcaica en la que tanto el símbolo como el mito y sobre todo el rito -que abarca el total de las acciones cotidianas aún está vigente y es comprendido en su significación esencial como vinculación directa con lo sagrado y no como convención, alegoría o metáfora, o sea como algo vago que está fuera del ser. Para las sociedades tradicionales y primitivas el símbolo constituye -y toda expresión o manifestación, ya sea macro o microcósmica, es simbólica- una señal real que se produce dentro de un conjunto de señales igualmente vivas que se entrelazan y relacionan entre sí a través de la pluralidad de sus significados, conformando un lenguaje o código cifrado propio y revelador con el que además cohesionan a la comunidad en que se manifiestan.
Esto se debe a que tanto el símbolo como el mito o el rito son el puente entre una realidad sensible, perceptible y cognoscible a simple vista y el misterio de su auténtica y oculta naturaleza que es su origen. Ya que ellos son una expresión que se revela al manifestarse, estableciendo de manera efectiva el vínculo entre lo conocido y lo desconocido, entre un plano de la realidad que se percibe ordinariamente y los principios invisibles que le han dado lugar, lo que por otra parte constituye su razón de ser como tales, la que ellos testimonian al transformarse en vehículos. Esto inmediatamente les otorga un carácter sagrado -tabuado, si se quiere- en cuanto expresión directa de los principios, las fuerzas y las energías originales, de las cuales ellos son los mensajeros.1

Va de suyo que la idea que se tiene del símbolo en la sociedad contemporánea es muy otra y esto se debe a que ya no se le conoce, o sencillamente se lo utiliza como simple convención y en algunos casos apenas si se le otorga un valor sustitutivo o como probable, sinónimo de lo que tal vez pudiera llegar a ser, es decir, de algo alegórico e incompleto que necesitara de una traducción racional y de una interpretación lógica o analítica para poder ser comprendido. Lo que equivale a decir que ya no es tomado inequívocamente como emisario de una energía-fuerza sino que es encarado como un objeto independiente de su medio que debe ser considerado empíricamente en el laboratorio de la mente, tal la extrañeza y la desconfianza que produce. Aunque es muy frecuente también -casi la norma- que ni siquiera se advierta a los símbolos, o que simplemente se los pase por alto como si estos no existieran porque no los notamos o los consumimos, o no tuviesen ningún valor porque se los desconoce y se ignoran sus significados. Esto se debe a que una sociedad como la nuestra, orgullosamente desacralizada, que ha roto su conexión con los orígenes y la idea de un plano superior a la simple materia o a la comprobación física-empírica, no lo acepta -salvo a veces en sus aspectos psicológicos más elementales-, por lo que el símbolo como mediador entre dos realidades -o planos de la realidad- carece de sentido en un esquema de este tipo, y su comprensión queda limitada a la versión que hace de él una oscura señal casi insignificante que no indica sino algo igualmente no-significativo o relativo. El mundo es entonces una masa gris que deviene, una multiplicación horizontal de gestos indefinidos que se realizan en forma mecánica, casi sin que lo queramos, y que nada dice a nadie en razón de la autocensura que trae aparejado el entrenamiento que la sociedad contemporánea nos otorga. Puesto que utilizando estos modelos de pensamiento todo queda fuera de nosotros y nos es ajeno ya que la vía simbólica de comunicación se ha interrumpido y entonces los símbolos, los mitos y los ritos se presentan como diferentes a nosotros mismos, en tanto que objetos estáticos a los que atribuimos determinadas características formales o exteriores, exclusivamente literales y cuantitativas, negando de este modo su potencia generadora, su identidad de sujetos dinámicos -lo que es lo mismo que decir su razón de ser- por lo que lógicamente nos parecen falsos e improbables, tan dispuestos al cambio como las insignias, o tan superados -según nuestra ignorancia supone como la observación de los ciclos de la luna, el sol y las estrellas y todo aquello en que la antigüedad ponía empeño, en las ‘edades oscuras’ en las que aún no se había inventado el progreso.

Algo se interpone actualmente entre nosotros y el símbolo, como también entre nosotros y la realidad. El individualismo nos ha separado de nuestro contexto al punto de que constantemente hay un espacio entre lo que es y nosotros, entre el ser y la otridad. Este espacio nos garantiza a los modemos la idea de poseer una ‘personalidad’ con la que nos identificamos, la que nos hace así extranjeros a nosotros mismos y a nuestro contexto al obligarnos a aceptar esta forma de ver tan comprometida con el condicionamiento en que nacemos y vivimos y del que actuamos como cómplices ya que nadie sino los damnificados somos los que mantenemos impuestos estos valores en el campo de nuestra conciencia. El resultado de esta separación es la angustia y el deseo, la soledad y la desintegración, puesto que la cohesión que garantizan los símbolos, su función mediadora, no es reconocida, ha sido olvidada, o peor aún, es tergiversada por nuestra comprensión actual que nos hace ver la realidad del mundo como exterior y hostil, tan extraña como indiferente. Algo tan frío, lejano y vacío de contenido como nosotros mismos, cuando en verdad se trata de un universo integrado perfectamente en la armonía de sus partes y correspondencias, que expresa una realidad no escindida ni fragmentaria, un organismo gigantesco que nos incluye en el torrente sanguíneo de su vida cósmica, al que solemos contemplar como algo atroz o curioso sin relacionarlo inmediatamente con nuestro ser; en el mejor de los casos como algo simpático observado desde la vereda de enfrente.

Para la Simbólica, el símbolo, el mito y el rito testimonian activamente a nivel sensible las energías que los han conformado. Por ese motivo debe haber una correlatividad muy precisa entre el símbolo, el mito y el rito y lo que éstos manifiestan, sin lo cual no expresarían nada. Esta correspondencia entre idea y forma (no en el sentido escolástico sino actual de este último término), esencia y substancia, inmanifestación y manifestación, hacen del símbolo la unidad precisa para religar dos naturalezas opuestas, que encuentran en el cuerpo simbólico -en cuanto sujeto dinámico y objeto estático- su complementariedad. Por otro lado y como bien se dice: lo menor es símbolo de lo mayor y no a la inversa.

Y se hace esta aclaración referida especialmente a la posibilidad de comprensión cabal del pensamiento de una sociedad tradicional -la precolombina- que reconoce al símbolo como el lenguaje universal que ha sido capaz de fecundarla y darle vida. En este sentido los símbolos han creado a las sociedades y no éstas a sus símbolos -sin olvidar la interacción mutua-, pues ellos están entretejidos en la trama misma de la vida y el hombre.

En cierto aspecto no hay nada fuera del símbolo -como tampoco del cosmos- ya que éste expresa la totalidad de lo posible en cuanto todas las cosas son significativas y ellas reflejan lo inmanifestado mediante lo manifestado. Por lo que a los símbolos y a los mitos no es necesario inventarlos, ya están dados, son eternos y ellos se revelan al hombre, o mejor, en el hombre. El cual simboliza en sí al cosmos en pequeño sin pretender que el macrocosmos lo esté simbolizando específicamente a él. Los héroes civilizadores, reveladores y salvadores como Quetzalcóatl o Viracocha, no son seres humanos que como tales y gracias a sus méritos se hayan deificado o convertido en astros, sino que por el contrario, son dioses o estrellas que -como los hombres- han caído del firmamento y deben recorrer el inframundo y morir por el autosacrificio para renacer a su verdadera identidad y ocupar su auténtico lugar en el cielo que, además, es su origen. Para las culturas precolombinas este rito universal es ejemplificado en la bóveda celeste por el Sol, la Luna y Venus en particular -y todos los planetas y estrellas en general- y por sus ciclos de aparición y desaparición, muerte y resurrección, de los que la tierra y el ser humano dependen, ya que han visto en ellos la manifestación más alta de los modelos o arquetipos universales y eternos en los que fundamentaron su cosmogonía. Las leyes de la analogía y la correspondencia se basan en la interrelación de un plano menor y conocido y otro mayor y desconocido. Lo conocido simboliza a lo desconocido y éste jamás puede ser un símbolo de aquél.

Una sociedad tradicional y/o arcaica adopta el punto de vista de la unidad, lo hace suyo, puesto que de ella emanan todas las cosas: la vida, el sustento y la cultura, mientras que la sociedad moderna acepta el de la multiplicidad, el de la individualidad fragmentada y autosuficiente que progrede indefinidamente por el juego de su dialéctica. El primer enfoque es sintético, el segundo analítico. El tradicional tiende a la simultaneidad, a la visión concéntrica, el otro a la sucesión, a la inmensa minucia. La perspectiva moderna está construida con la lógica del racionalismo; contrariamente la antigüedad ordenaba su visión del mundo por medio de la analogía y sus mecanismos de asociación. La correspondencia entre los fenómenos, seres y cosas resulta entonces natural puesto que ellos simbolizan distintos aspectos de los principios universales que los han generado. Nada de casual hay en un mundo así porque todo adquiere su sentido en el conjunto y el hombre acata una voluntad superior que analógicamente se le revela en el interior de su conciencia. Y es en virtud de esta complementariedad que todas las cosas, los fenómenos y los seres, se buscan y corresponden, se atraen y se rechazan, pero no se excluyen. Hacen la guerra o viven en paz, pero tienen un sentido armónico que imita el ritmo del aspir y el expir universales.

Los parentescos entre las cosas resultan así evidentes y ellas vibran a la misma frecuencia y han sido generadas por una matriz única, y las formas, los colores y todas las cualidades o diferenciaciones posibles sólo son modalidades de una misma onda sujeta a idénticos principios, expresados en la totalidad del concierto cósmico. Lo similar atrae lo similar y se funde y se conjuga con él. Y los opuestos no se eliminan porque hay un punto de equilibrio común -que no es ni lo uno ni lo otro, ni esto ni aquello- en donde todas las cosas coinciden, aun para volver a oponerse y retornar a complementarse. Esto no quita la responsabilidad individual porque es en el interior del corazón del ser humano -como protagonista del drama cósmico- y no fuera, donde se produce e igualmente se comprende este hecho, y es por tanto en ese corazón donde se concilian las contradicciones. En cierto modo la vida entera depende de ese hombre que así toma conciencia de su ser y de su verdadera responsabilidad como símbolo intermediario entre la tierra y el cielo. Entonces y bajo esta luz las cosas de su entorno estarán sacralizadas y él mismo emulará las cualidades de los dioses, encarnará los principios universales con los que sincroniza en simultaneidad.

En una sociedad así las cosas no suceden linealmente en forma prevista sino que todos los días son el primero de la creación y todo está tan vivo que puede suceder cualquier cosa en cualquier momento. El hombre no imagina ni proyecta lo que vendrá sino que vivencia constantemente la eternidad del presente. Para el pensamiento precolombino el cosmos y la vida se están creando ahora mismo, no son un hecho histórico, y se participa activamente en esa generación. Por cierto, la existencia vista de este modo es un riesgo y sin duda una aventura permanente y no es extraño entonces que se conciba como un momento de paso y un lugar de transformación, como un sueño del que hay que despertar. El tiempo no ha sucedido antes ni sucederá después porque siempre está sucediendo, constantemente es presente, y abarca la totalidad del espacio, donde se expresa siempre como algo sobrenatural cargado de energías constructivas y destructoras representadas por númenes y cifras sagradas según puede observarse en sus calendarios. El movimiento, que es una imagen de la inmovilidad, es la huella visible que ésta deja al manifestarse, gracias a la cual podemos acceder a la eternidad de su reposo. Y es mediante las analogías, que vinculan a los símbolos, los mitos y los ritos con su origen increado, que el ser humano podrá jugar su papel y cumplir su destino en relación con las leyes y las estructuras del modelo cosmogónico, de las que hablaremos seguidamente.

NOTAS
1 En lo futuro, cuando nos refiramos al símbolo, hemos de entender también mito y rito, pues desde nuestra perspectiva estos son idénticos y cumplen exactamente la misma función reveladora. El mito, que desde luego es simbólico, manifiesta un hecho ejemplar, que por serlo, organiza la vida de los que creen y confían en él. Es más, éste constituye su íntegra creencia y por lo tanto instaura su confianza pues en cualquier sociedad tradicional es la manifestación misma de la verdad al nivel humano. Los ritos son símbolos en acción y expresan en forma directa las creencias y la cosmogonía que asimismo las historias míticas traducen. Estas tres manifestaciones complementarias revelan los secretos más profundos de la vida, el cosmos y el ser y conforman todas las imágenes posibles del hombre tradicional. Y por lo tanto su identidad.

CAPITULO IV EL CENTRO Y EL EJE
Tal vez en ninguna sociedad tradicional sea tan notoria la obsesión de simbolizar el eje y el centro como se puede observar en las antiguas culturas americanas. En todas sus manifestaciones estos símbolos están presentes expresados en los cuatro rumbos del espacio y el tiempo y en el quinto punto equidistante y central en el que se conjugan, que marca el eje vertical, la dirección alto-bajo, cielo-tierra. Nos dice Alfonso Caso: 1
“Una de las ideas fundamentales de la religión azteca consiste en agrupar a todos los seres según los puntos cardinales y la dirección central, o de abajo arriba”.
“Los cuatro hijos de la pareja divina (que representa la dirección central, arriba y abajo, es decir, el cielo y la tierra) son los regentes de las cuatro direcciones o puntos cardinales”.

“Esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central, se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca y es uno de los conceptos que sin duda este pueblo recibió de las viejas culturas de Mesoamérica”.

En el Popol Vuh puede leerse:

“Grande era la descripción y el relato de cómo se acabó de formar todo el cielo y la tierra, así como fue formado y repartido en cuatro partes, cómo fue señalado y el cielo fue medido y se trajo la cuerda de medir y fue extendida en el cielo y en la tierra, en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones”.

Para los mayas el mundo era una superficie plana y cuadrada, un cocodrilo o iguana que flotaba en un lago, al igual que el Cipactli de los aztecas, el dragón chino, o la tortuga mítica de los iroquíes norteamericanos y también de los hindúes y muchos otros pueblos tradicionales. En el centro de la tierra, que era una isla, crecía un inmenso árbol, una ceiba, como símbolo axial y en cada una de las esquinas de este cuadro había asimismo un árbol más pequeño en el que moraba un pájaro. Fray Diego de Landa comenta:

“Adoraban cuatro llamados Bacabs cada uno de ellos. Estos, decían, eran cuatro hermanos a los cuales puso Dios cuando creó el mundo, a las cuatro partes de él sustentando el cielo (para que) no se cayese”.2

En el mito de la fundación del imperio Inca, una pareja ancestral, Manco Capac y Mama Ocllo, después de un intenso viaje, una peregrinación auspiciada por el sol quien les había regalado un bastón de oro -símbolo del eje- consiguen hundirlo sin dificultad en un lugar mágico y preciso en donde según el astro debían detenerse pues ese sería su centro, el sitio donde fundar y desarrollar su imperio. La señal se había producido y ella mostraba la conjunción de cielo y tierra dada por la verticalidad del bastón como factor masculino y la receptividad horizontal de la tierra como componente femenino. En aquel lugar mítico que según ciertas leyendas resultó ser el Cuzco se manifestó pues la confluencia de dos energías sin contradicción -como se había profetizado- produciéndose la reconciliación de opuestos que hizo posible la irrupción de la energía celeste, divina, axial, en forma de efluvios que mediante la labor de este pueblo, heredero del sol, se podrían extender en las cuatro direcciones del espacio y en la totalidad del tiempo cíclico, marcado este último también por el cuaternario de las estaciones en el año o el de las grandes eras del mundo -a las que asimismo se asociaba con los cuatro estados de la materia- o el de las horas del día.3 En la fundación de México Tenochtitlan el simbolismo no es menos evidente. Nuevamente una isla -símbolo como el del omphalos universalmente utilizado para marcar el centro- donde se encuentran una piedra y un nopal -que como la montaña y el árbol son expresiones del eje- y sobre ellos un águila y una serpiente (o dos corrientes de energía cósmica manifestándose por dos fuentes de agua, una de color rojo, otra azul, expresiones ambas de la dualidad y de la complementariedad de los contrarios) que son las señales que buscan durante años dirigidos por su deidad, Huitzilopochtli, imagen guerrera y solar. Allí encuentran su centro, su ubicación, y a partir de él es que han de crear su nación, cumplir su destino como pueblo y como hombres, en la totalidad del espacio y el tiempo que desde ese momento se ordenan y sacralizan, es decir existen verdaderamente, pueden ser considerados como tales. Miguel Léon Portilla dice: 4

“Huitzilopochtli para mostrar su complacencia, habló a sus sacerdotes. Les hizo saber cómo su destino suponía que se extendieran por los cuatro cuadrantes del mundo, precisamente a partir del corazón de la futura ciudad, desde allí donde habían levantado su templo, espacio sagrado por excelencia. Aunque en cierto modo toda Tenochtitlan nace y existe en espacio sagrado, ello es sobremanera en lo que toca al recinto del templo mayor”.
“El tiempo primigenio -ab origine, illo tempore- en que su nueva existencia transcurre, desde la manifestación del dios portentoso se desenvolverá en una secuencia que culminará en el espacio sagrado, en la región de, los lagos”.

Efectivamente esto es así en perfecta correspondencia con toda civilización tradicional y fundación de las ciudades en el tiempo y el espacio sacralizado, exclusión hecha de las modernas metrópolis y su pseudo-cultura.5 Por otra parte la imagen del corazón como centro -reflejo del eje- está presente en la mayor parte, si no en todas las tradiciones conocidas y esta simbolización del centro de la ciudad como posibilidad de irrigación del organismo social, es decir, de la totalidad de ese ser, se transpone al individuo que conforma esa misma sociedad, al que se le otorga una nueva vida al iniciarse en una realidad distinta, en un tiempo y un espacio regenerados. Los indios de Estados Unidos también lo encaran de la misma manera:

“Entre las tribus sioux la cabaña sagrada donde tienen lugar las iniciaciones representa el universo. Su techo simboliza la bóveda celeste, el suelo la tierra, las cuatro paredes, las cuatro direcciones del espacio cósmico, … La Construcción de la cabaña sagrada repite, pues, la cosmogonía”.

Esta cita pertenece a Mircea Eliade, autor que se encarga también de aclaramos que:

“la experiencia del espacio sagrado hace posible la ‘fundación del mundo’… Allí donde lo sagrado se manifiesta en el espacio, lo real se desvela, el mundo viene a la existencia. Pero la irrupción de lo sagrado no se limita a proyectar un punto fijo en medio de la fluidez amorfa del espacio profano, un ‘Centro’ en el ‘Caos’; efectúa también una ruptura de nivel, abre una comunicación entre los niveles cósmicos (La Tierra y el Cielo) y hace posible el tránsito de orden ontológico, de un modo de ser a otro.”
Todo esto que efectivamente es así nos sugiere una serie de asociaciones. En primer lugar se destaca la relación eje, centro, corazón, templo, espacio sagrado, iniciación, regeneración del ser, nueva vida y realidad, etc. Esto frente al caos amorfo, indeterminación, reiteración y esclavitud cíclica, vida falsa, mundo profano, etc. Tratemos de aclarar algunos términos a la luz del conocimiento tradicional que es, precisamente, quien los emplea.

Lo Sagrado y lo Profano
Hemos visto que el eje vertical ubicado en el centro efectúa como intermediario la relación cielo-tierra, alto y bajo, y es simbolizado por el árbol, la piedra (miniatura de la montaña), el templo y específicamente en Mesoamérica por la pirámide. Le cabe al hombre ser el más alto y completo exponente de la verticalidad pues es é1 quien corona y acaba la creación, ya que conjuga en sí las energías de lo celeste y lo terrestre, y es a través de su conducto que se recrea perennemente el cosmos. Ya hemos dicho que para las civilizaciones precolombinas el mundo era un plano de base cuadrangular rodeado por el mar que en la línea del horizonte se fundía con la cúpula celeste (“las aguas celestes de la mar divina”). Por debajo de esta tierra -en algunos casos sostenida por columnas, dioses o gigantes- se encuentra el inframundo, el país de los muertos. Como ya se ha destacado se patentiza en esta concepción que los americanos pensaban lo mismo que las tradiciones del Viejo Mundo y la Antigüedad. Incluso esta asunción de la tierra como una superficie plana es sustentada prácticamente en forma unánime por los primeros padres del cristianismo: San Clemente de Alejandría, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, Lactancio, etc., y es heredada tanto de la Tradición griega como de otras civilizaciones. En todo caso no es exclusiva, aunque si propia, es decir, autóctona. Más bien parece ser que todas las versiones conocidas de estos símbolos y mitos son adaptaciones de un mismo acontecimiento no histórico, entretejido en la trama del hombre. El número cinco que está en la base de la cosmogonía precolombina -los cuatro puntos cardinales y el centro o quintaesencia- es por definición el número del hombre, del microcosmos para la simbólica occidental y también el lugar del emperador -como mediador, gobe

El dia que me volvi invicible

De: sietevientos (Mensaje original) Enviado: 19/12/2003 08:30 p.m.
minero….a veces eres increible…
y, auqnue yo no este muy de acuerdo con el llanterio me acuerdo en este momento de aquella deuda pendiente que deje con mi madre….una semana antes de su partida me dijo:”nena….quiero ir a ver las cosas del querer, la estrenan este jueves en el teatro…” yo le dije…”claro!! porque no!!”..solo que esa semana tenía mucho trabajo…una exposicion se me venia encima y aunque sabía que terminaria (como siempre) mis esculturas encima de la fecha…trabajaba a destajo….
Ese jueves…pasó…tambien el fin de semana.,..yo seguia trabajando…pero el lunes me llamaron de mi casa ..urgentemente….mi madre habia decidido partir y me esperaba….
ella habia querido “hablar” de las cosas del querer….y yo estaba apurada…y sorda….aunque me creia muy astuta y espiritual….era espantosamente sorda y a a veces aun padezco de esa misma sordera…
saludos..
aymara

El Simbolismo Precolombino

El Simbolismo Precolombino

Libro: El Simbolismo Precolombino
Autor: Federico Gonzalez (Director de la revista SYMBOLOS)
Editorial KIER
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La sociedad a la que pertenecemos, es decir la contemporánea, ha
concebido la idea de que Dios -la unidad original- es un invento del
hombre, aunque algunos de sus miembros piensan más bien que la
deidad es un descubrimiento humano producido en cierta etapa de la
historia. En ambos casos es el hombre el que crea a Dios, en
absoluta contradicción con lo aseverado unánimamente por todas las
tradiciones y civilizaciones de que se tenga memoria, las cuales
afirman y establecen la correcta relación jerárquica entre el
creador y su criatura. Esta flagrante inversión nace lógicamente del
desconocimiento actual que poseemos acerca de lo sagrado, razón que
nos obliga inconscientemente a ‘humanizar’ el concepto de Dios, a
hacerlo antropomórfo -lo que equivale a reducir la deidad a las
categorías del pensamiento y la concepción humana- y minimizarlo a
la escala del hombre de hoy día y a la estrechez de su visión. El
cual no encuentra nada mejor entonces que hacer morir a los dioses,
no ‘creer’ ya en ellos sino más bien en lo ‘humano’ -lo cual ¡ay! es
tomado como progreso- como si fuera posible que las energias
cósmicas y armónicas cuyos principios expresan las deidades dejaran
de ser, o existir, por el simple expediente de negarlas.

Estamos acostumbrados a pensar acerca de los panteones griego,
romano, egipcio, caldeo o maya -o aun en el de los judíos,
cristianos, islámicos, hinduistas y budistas- como si sus dioses
fuesen la propiedad privada de esos pueblos y religiones, y que
además esos dioses fueran enteramente diferentes entre sí con
identidades perfectamente particularizadas en un sistema
clasificatorio imaginario. La realidad de lo sagrado queda así
reducida a la capacidad ‘especulativa’ del hombre -o a un membrete
en un casillero- y no se observa sin embargo que esos mismos hombres
reconocieron a la deidad a través de los ‘numeros’, o medidas
armónicas, como patrones o módulos de pensamiento universal y
expresión de las ideas arquetípicas siempre presentes -como partes
constitutivas del cosmos según sus calendarios lo reflejan-, que los
símbolos representan y cuya energía-fuerza no ha dejado ni dejará de
manifestarse mientras existan el tiempo y el espacio.

La idea que manifiesta y a la vez oculta el símbolo es lo que a la
Simbología le interesa. Por lo que el simbólogo aspira no sólo a la
comprensión histórica o meramente intelectual de aquél, sino a su
conocimiento metafísico, a su aprehensión supra-intelectual –
obtenida mediante su concurso-, a la identificación o encarnación de
lo que el símbolo o mito revela; tal cual hacían los integrantes de
los pueblos que los diseñaron con ese propósito, los cuales los
utilizaban -y aún lo hace una minoría- como soportes o vehículos
cognoscitivos entre distintos planos de una realidad que ellos
consideraban única y sagrada, la que era testificada por esos
símbolos y mitos. Dicho en otras palabras: el simbólogo no se ocupa,
salvo de manera secundaria, de los símbolos considerados bajo una
perspectiva histórica o simplemente ‘intelectual’, sino que tomando
en cuenta la identidad de los símbolos tradicionales aparecidos en
distintos tiempos y lugares -material que ha obtenido de la Historia
de las religiones, y de la Religión comparada- trata de comprender,
vivenciar, o encarnar el concepto, o la idea, que ellos representan
y de la cual son los emisarios.

El símbolo como el mito o el rito son el puente entre una realidad
sensible, perceptible y cognoscible a simple vista y el misterio de
su auténtica y oculta naturaleza que es su origen. Ya que ellos son
una expresión que se revela al manifestarse, estableciendo de manera
efectiva el vínculo entre lo conocido y lo desconocido, entre un
plano de la realidad que se percibe ordinariamente y los principios
invisibles que le han dado lugar, lo que por otra parte constituye u
razón de ser como tales, la que ellos testimonian al transformarse
en vehículos. Esto inmediatamente les otorga un carácter sagrado –
tabuado, si se quiere- en cuanto expresión directa de los
principios, las fuerzas y las energías originales, de las cuales
ellos son los mensajeros.

Una sociedad como la nuestra, orgullosamente desacralizada, que ha
roto su conexión con los orígenes y con la idea de un plano superior
a la simple materia o a la comprobación física-empírica, no los
acepta -salvo a veces en sus aspectos psicológicos más elementales-,
por lo que el símbolo como intermediario entre dos realidades -o
planos de la realidad- carece de sentido en un esquema de este tipo,
y su comprensión queda limitada a la versión que hace de él una
oscura señal casi insignificante, que no indica sino algo igualmente
no-significativo o relativo.

Las civilizaciones tradicionales han subordinado lo profano a lo
sagrado y esto es precisamente lo que las diferencia de la sociedad
moderna, que ha sobrevalorizado lo profano al punto de que casi no
conoce otra cosa, mientras que otorga a lo sagrado -cuando lo hace-
un lugar inferior, considerándolo innecesario y hasta nocivo; o se
lo adultera asimilándolo exclusivamente a lo ‘religioso’, a
la ‘santidad’, a lo fraterno, piadoso, sentimental y a veces a lo
comunitario. En ese sentido lo sacro, lo verdaderamente santo, casi
nada tiene que ver para el pensamiento tradicional con lo que hoy
conoce una persona ordinaria de cultura occidental con ese nombre, o
lo que imagina de ello según los patrones internalizados por su
aprendizaje social y religioso. La realidad de lo sagrado, que se
impone por sí misma, es percibida en la interioridad de la
conciencia y se manifiesta como lo único, lo efectivo y verdadero.
Como una presencia no sujeta al devenir, inmutable, que no necesita
de nada ni nadie ya que en sí misma es eterna. Frente a esta
vivencia donde el hombre alcanza su auténtico ser, las demás cosas
serán entonces relativas y su valor estará dado en la medida en que
a su nivel son las expresiones del Ser Universal, al que testifican
y revelan, pasando a ser símbolos, soportes del conocimiento, o
perennes gestos rituales. En ese sentido diremos que los
participantes de una comunidad tradicional, tanto en la vida privada
como en la pública, pasaban su tiempo en sacrificios, oraciones,
fiestas y ritos sagrados de guerra o paz -su vida cotidiana- es
decir, que estaban en estos menesteres y oficios recordatorios de su
cosmogonía, de su imago mundi, siempre y constantemente desde su
nacimiento a su muerte; en suma, que vivían en un mundo
permanentemente sacralizado lo cual se expresa de una manera unánime
en todos los documentos, textos y obras de arte, que nos han quedado
como testimonios de las cultura indígenas, algunas de las cuales
perduran fragmentariamente vivas hasta nuestros dias.
El Simbolismo Precolombino (2)

Federico Gonzalez:

“Tampoco lo sagrado es mojigatería, religiosidad o superstición. No
está vinculado exclusivamente con una moral y sus comportamientos de
acuerdo a leyes coactivas…
Lo sagrado existe en el interior de la conciencia del hombre que
participa del Ser Universal, y sin embargo, este estado, esta
realidad, es tan difícil de describir como la naturaleza de aquello
que ella misma expresa. Tal vez se pudiera afirmar lo sagrado negando
todo lo que no es tal. Pero tomando muy en cuenta que lo santo no es
sólo un ‘sentimiento’, como se pretende, ni una fantasía, como se
sospecha, ni una ‘virtud’ como se imagina. La realidad de lo sagrado,
su verdad, se desprende de la falsedad de lo profano, de su
ineficacia. Se piensa en la salud cuando se comprueba la enfermedad.
Es gracias a la creación que concebimos lo creado; en los substancial
lo esencial es inmanente. Una concepción tradicional de la sacralidad
está íntimamente ligada con el conocimiento de otros planos o mundos
a los que se vivencia como reales y que no están fuera del hombre,
como si constituyeran otros mundos físicos, o lugares, sino que se
hallan en el núcleo de su conciencia con la que puede percibirlos”.
Herejías,rebeldías y otras hierbas en la Civilización.

Me parece muy bien que se debata sobre el tema de si existe o no
existe, de si es “producto de mercado” o “nostalgia del pasado”…me
parece muy bien que se deshoje la margarita.
Yo también fuí así…pues en el fondo lo que me daba miedo era ser
distinto, atreverme a creer en cosas que mi entorno no aprobaba. Sin más.
Querer…primero de nuestros axiomas. ¡Oh querer ardiente que cuando
surjes arrasas con mis negaciones!.

Y es cierto lo que dice Jordi: ¿cómo es posible que no hayamos hecho
amigos en este foro? ¿Cómo es posible que seamos como espectros
informaticos que no tienen contacto real? Absurdo planteamiento de una
tradición, este “chamanismo”, que exige la presencia real, el contacto
directo…la realidad del cuerpo.
¿Cuales son las razones? El temor a ser dañado, a conocer más
mentiras, a defraudar, a romper el precario equilibrio de nuestras
vidas…y mil cosas más.
Pero ojo: desde luego lo que impactó a la cultura fue que la
brujería era “reunión”. Y todavía eso sigue sin entenderse. Esa fue su
principal herejía, su fundamental resistencia, su planteamiento castigado.

Retazos

Cuando se encuentran dos seres son como dos pájaros delante de una llama. Esta llama tiene dos lados, uno que calienta y otro que quema. El lado que te calienta es el lado que te gusta de la otra persona. El lado que te quema es el lado que no te gusta de ella. Si tienes la paciencia de sentarte al fuego y de aguantar la quemadura hasta que poco a poco se va apagando la llama que quema, hallarás la llama que calienta y estarás bien. Si no tienes esa paciencia tendrás que dejar el fuego, o quemarte más allá de lo que quieres. Tendrás que dejar muchos fuegos, quemarte muchas veces y quizá un día te quemarás en tu propio fuego.

Leyenda Amaisi-Yaqui, La voz del viento

Lo que les sucede a los animales, también les sucede a los hombres. Eso lo sabemos muy bien. Todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. Todo está unido. Lo que acaece a la Tierra, les acaece, también, a los hijos de la Tierra.

Gran Jefe Seattle

Permanecía yo entonces allí, de pie, sobre la más alta de las montañas y abajo, a mi alrededor, estaba el círculo del mundo. Y mientras allí estuve contemplé más de lo que pude describir y comprendí mucho más que lo hasta entonces visto; porque veía de un modo sagrado la forma de todas las cosas en el Espíritu y la forma de todas las formas, como si todo viviera unido cual si fuera un único ser. Y contemplé como el círculo sagrado de mi pueblo formaba parte de los muchos círculos que componen el Gran Círculo, amplio como la luz del día y como la luz de las estrellas en la noche, y en su centro crecía un árbol poderoso y florecido, para cobijar a todos los hijos de una misma madre y de un mismo padre. Y vi que esto era sagrado.

Alce Negro

Desde su juventud, Caballo Loco (Tashunka Witko) había sabido que el mundo en que vivían los hombres era sólo una sombra del mundo real. Para entrar al mundo real él tenía que soñar, y cuando estaba en el mundo real todo parecía flotar o bailar. En este mundo real su caballo bailaba como si fuera salvaje o estuviera loco, y por esta razón se llamaba a sí mismo Caballo Loco. Había aprendido que si entraba soñando en el mundo real antes de una pelea, podría resistir cualquier cosa.

Dee Brown, Bury my Heart at Wounded Knee

Todo lo que hace el Poder del Universo lo hace en forma de círculo. El cielo es circular, y he oído decir que la tierra es redonda, y las estrellas son redondas. El viento, en su fuerza máxima, se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculos, pues tienen la misma religión que nosotros. El sol sale y se pone en círculo, como la luna. Incluso las estaciones forman un círculo enorme, y vuelven siempre a donde estuvieron. La vida del hombre es un círculo de infancia a infancia. Nuestros tipis eran redondos como los nidos de los pájaros, y siempre se disponían en círculo, el aro de la nación, nido de múltiples nidos, en el que el Gran Espíritu deseaba que nosotros empollásemos a nuestros hijos.

Nos hicieron muchas promesas, más de las que puedo recordar.

Pero de todas sólo cumplieron una.
Prometieron despojarnos de nuestra tierra… y así fue.

Que nuestra Madre Tierra se envuelva

en una cuádruple túnica de harina blanca.

Que sea cubierta de flores de escarcha.

Que allá, en todas las montañas cubiertas de musgo

los bosques se aprieten unos contra otros, de frío.

Que sus brazos sean quebrados por la nieve

para que la tierra permanezca así.

He esculpido mi báculo de oración

en forma de seres vivos.
Ofrenda Zuñi
En la gran noche mi corazón saldrá.

A mi encuentro viene la oscuridad zumbadora.

En la gran noche mi corazón saldrá.

Canto Papago

Apresuraos,
¡Oh hijos de los jefes de las tribus!,
en convertiros en mi esposo
porque yo haré de él
un gran jefe gracias a mi padre.
Estoy sentada sobre tesoros de cobre
y mi padre dará privilegios a mi pretendiente.

Porque mi ceñidor lo ha tejido mi madre
y me lo pongo cuando velo las jarras
que mi padre dará el día de mi boda
a quien se case conmigo.
Canto de una adolescentes Kwakiutl

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