La tribu perdida del Amazonas-1

Los indios hablan de los blancos

Documentos

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Llegas, hermano mío, pensando que nos enseñarás la Sabiduria. Pero no creas que
los salvajes están locos. Poseen los conocimientos que necesitan. El Gran
Espíritu no les ha dejado en la ignorancia: les ha dado grandes dones; les ha
concedido la Sabiduría.

Hermano mío, el Gran Espíritu no está lejos de aquí, está aquí; nos ve a todos;
nos ve reunidos en este lugar; ve por encima de nosotros mismos; oye lo que
decimos. Yo hombre (salvaje), sé verle y conservo cuidadosamente las costumbres
que me enseñó mi anciano (el primer salvaje) para acordarme de él y obtener sus
bendiciones.

Hermano mío, el Gran Espíritu ha creado todas las cosas; ha creado el cielo que
hay arriba y la tierra sobre la que vivimos; ha creado todo lo que es grande y
todo lo que es pequeño.

Cuando creó la tierra para que fuese la casa de todos los hombres, hizo dos
grandes países y los separó por las grandes aguas. En el lado en que se levanta
el sol hay una gran isla. Y en esa gran isla que está del lado que se levanta el
sol el Gran Espíritu puso al anciano tuvo, hombre de piel blanca, y aqui el Gran
Espíritu puso al anciano mío, hombre de piel roja.

Hermano mío, no nos parecemos nada; nuestra sangre no es la misma y nuestras
lenguas tampoco se parecen de ninguna forma. Hav también otros hombres que no se
parecen ni a ti ni a mí: los hombres que tienen la piel negra. ¿Quién ha
establecido esas diferencias? Las ha establecido desde el principio el Gran
Espíritu, él, que ha hecho todas las cosas según su voluntad.

Así que, y a lo ves tú tamhién, por eso es preciso que cada uno de nosotros
tenga su manera de pensar en el Gran Espiritu y de hablar con él: hay maneras
distintas de buscar el dia (el cielo). (…)

Hermano mío, quizá hayas tenido este pensamiento: son muy brutos; no conocen más
que lo que ven cúando abren los ojos; caminan sin inteligencia. Yo te digo que
podrías equivocarte grandemente.

No es en los libros, hermano mío, donde he aprendido lo que yo sé. El Gran
Espíritu enseñó a mi anciano y mi anciano me habló de lo que el Gran Espíritu le
había dicho. Soy afortunado por haber tenido esos conocimientos. Los conservo en
mi corazón y nunca renunciaré a ellos.

Hermano mio, es posible que no sea tan ignorante como tú piensas acerca de las
cosas que vas enseñando por todas partes. El Gran Espíritu había establecido el
orden tanto en tu isla como en la mia. Había hecho grandes dones a tu anciano.
Pero tú no has sabido aprovechar esas preciosas ventajas y has rechazado las
bendiciones de tu anciano. Seguramente por eso envió el Gran Espiritu a su hijo
al hombre blanco; pero el hombre blanco lo echó.

Además, hermano mio, hace ya mucho tiempo que lo que se cuenta del hijo del Gran
Espíritu se conoce en tu isla. ¿Crees que si su voluntad hubiera sido instruirnos
nos hubiera dejado en la ignorancia v el infortunio, a nosotros que nunca le
hemos visto, que nunca le hemos hecho ningún mal?

El hombre del sombrero ha salido de su isla; ha atravesado las grandes aguas v
ha llegado a nuestra tierra; ha recorrido nuestros bosques y nuestros lagos y nos
ha perseguido por todas partes para quitarnos lo que nos pertenecía. Y hov
resulta que su raza se ha multiplicado en nuestra isla y ha establecido sus
costumbres en ella. En cambio, nosotros… nos hemos convertido en fugitivos
miserables y hemos sido casi aniquilados.

El salvaje no conocía antes la embriaguez. Eres tú, hombre del sombrero. quien
me ha dado a beber el agua de íuego.

Asi es como el hombre que vive más allá de las grandes aguas no ha venido a
nosotros para traernos bendiciones, sino desgracias. ¿Cómo podríamos entonces
creer nosotros en las cosas que viene a anunciarnos?

Dime, hermano mio, ¿acaso me escucharías tú si yo fuera a tu isla hablar contra
la oración y a intentar que aceptaras mis prácticas? Déjame, pues, las
bendlclones de mi anciano; las quiero y no deseo abandonarlas. (…)

Ves, pues, claramente, hermano mio, que no queremos la oración y que, si te
quedas entre nosotros, no podrás obtener nunca lo que quieres. Seguro que
renunciaras a tu provecto.

Lorenzo Cadieux

Cartas de las nuevas misiones del Canadá, 1843-1852

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La palabra de los jefes

El poder de la palabra fascina a los indios. Su lengua se nutre de la fuerza de
la naturaleza omnipresente, las palabras son moduladas por el viento, las frases
se impregnan de los olores del bosque. De sus encuentros con los blancos, los
jefes nos dejaron discursos inolvidables en los que se refleja la grandeza de
todo un pueblo y la inquietud por su incierto futuro.

Hehaka Sapa, Alce Negro, pariente de Crazy Horse, pertenecía a los Oglalas, rama
de los Dakotas Teton, una de las más poderosas familias Sioux. En su juventud
hahía sido instruído en las tradiciones sagradas de su pueblo.

Habéis visto que toda cosa hecha por un indio está dentro de un círculo, y ello
es así porque el poder del Universo actúa en círculos y toda cosa tiende a ser
redonda. En los viejos tiempos, cuando éramos un pueblo fuerte y feliz, todo
nuestro poder nos venía del círculo sagrado de la nación y, mientras no fue roto,
nuestro pueblo prosperó. El árbol floreciente era el centro vivo del círculo, y
el círculo lo alimentaba por sus cuatro cuartos. El Este le daba la paz y la luz,
el Sur le daba el calor, el Oeste le daba la lluvia y el Norte con sus vientos
frescos y poderosos, le daba fuerza y resistencia. Este conocimiento nos vino del
otro mundo con nuestra religión. Todo lo que forma el poder del Universo se hace
en un círculo. El cielo es redondo y he oído decir que la Tierra es redonda como
una bola y que todas las estrellas también lo son. El viento, en la cumbre de su
furia, se hace torbellinos. Los pájaros hacen su nido en círculo porque tienen la
misma religión que nosotros. El sol se levanta y desciende formando un círculo.
La luna hace lo mismo y los dos son redondos.

Hasta las estaciones forman un gran círculo con sus cambios y vuelven siempre
donde estaban. La vida del hombre está en un círculo de una infancia a otra
infancia. y así es para cada cosa en la que actúa el poder.

Nuestros tipis eran redondos como los nidos de los pájaros y dispuestos siempre
en círculo, el círculo de la nación, el nido de muchos nidos en los que el Gran
Espíritu nos destinaba a incubar a nuestros hijos.

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Khe-tha-a-hi; Ala de Aguila, rinde homenaje al recuerdo que el indio ha dejado
tras de sí

Mis hermanos los indios dejaron en este país su recuerdo para siempre. Hemos
dado muchos nombres de nuestra lengua a muchas cosas bellas que hablarán siempre
de nosotros. El Minnehaha se reirá con nosotros, el Séneca brillará con nuestra
imagen, Mississippi murmurará nuestras penas. El ancho Iowa, el rápido Dakota, el
fértil Michigan susurrarán nuestros nombres al sol que les acaricia. El estruendo
del Niágara, el suspiro del Illinois y el canto del Delaware harán resonar sin
cesar nuestro Dta-wa-e (canto de la muerte). ¿Es posible que oigáis ese cántico
eterno sin emocionaros? Sólo hemos cometido un pecado: poseíamos lo que el hombre
blanco codiciaba. Nos fuimos hacia el sol poniente, abandonando nuestros hogares
al hombre blanco.

Hermanos míos, las levendas de mi pueblo cuentan cómo un jefe que conducía a los
supervivientes de su pueblo atravesó un gran río y plantó en la tierra el mástil
de su tipi, exclamando: «¡A-Ia-ba-ma!», lo que en nuestra lengua significa: «Aquí
podemos descansarl». Pero no habia previsto el futuro. El hombre blanco llegó: su
pueblo y él mismo no pudieron quedarse allí, fueron expulsados, empujados al
fango de un sombrío pantano y exterminados. Las palabras que tan tristemente
había pronunciado dieron el nombre a uno de los Estados del hombre blanco. Ya no
hav un rincón bajo las estrellas para sonreír, donde el indio pueda establecerse
y suspirar «A-la-ba-ma». Puede que Wakanda nos conceda un lugar así. Pero parece
que sólo será así si estamos de su lado.

Crow foot, Garra de Cuervo, portavoz de la confederación de los Piesnegros,
cedió 5O.000 millas cuadradas de pradera al gobiemo canadiense en 1877. Este
tratado produjo la desaparición de los bisontes y el hambre para los Piesnegros.

¿Qué es la vida? Es el estallido de una luciérnaga en la noche. Es el resuello
de un bisonte en invierno. Es una pequeña sombra que corre en la hierba y
desaparece con el poniente.

Proverbio winnebago

Nuestra Santa Madre la Tierra, los árboles y toda la Naturaleza son los testigos
de vuestros pensamientos y de vuestras acclones.

Un jefe indio al gobernador de Pennsylvania en 1976:

Amamos la tranquilidad. Dejamos al ratón jugar en paz; cuando los bosques se
estremecen bajo el viento, no tenemos miedo.

El jefe Standing Bear fue uno de los primeros en inscribirse en la escuela india
de Carltsle (Pennsylvania), abierta en 1879. Fue maestro intérprete y
conferenciante. Sus relatos hablan de los Lakotas, nombre tribal de los Sioux
Teton.

El Lakota estaba lleno de comprensión y de amor a la Naturaleza. Amaba la tierra
y todas las cosas de la tierra, y su unión con ella crecía con la edad. Los
viejos estaban enamorados del suelo y no se sentaban ni reposaban sobre él sin el
sentimiento de estarse acercando a fuerzas maternales. La tierra era suave bajo
la piel y les gustaba quitarse sus mocasines y caminar descalzos sobre la sagrada
tierra. Sus tipis se levantaban sobre esa tierra de la que estaban hechos sus
altares. El ave que volaba en los aires venía a descansar sobre ellos y la tierra
traía sin desfallecer todo lo que vivía y germinaba. El suelo apaciguaba,
fortificaba, lavaba y curaba.

Por eso los viejos indios preferían vivir sobre el suelo antes que separarse de
las fuerzas de la vida. Sentarse o echarse de esa manera les permitía pensar más
profundamente, sentir más vivamente contemplaban entonces con mavor claridad los
misterios de la vida y se sentían más cerca de todas las fuerzas vivas que les
rodeaban.

Estas relaciones que mantenían con todos los seres de la tierra, del cielo o del
fondo de los ríos eran como los rasgos de su existencia. Tenían un sentimiento de
fraternidad hacia el mundo de los pájaros y de los animales con los que tenían
confianza. Era tan estrecha la familiaridad entre algunos Lakotas v sus amigos de
pluma o de piel que háblaban como hermanos un mismo lenguaje.

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Mato-Kuwapi, Chased-by-Bears, un Sioux Santee de la rama Yanktonai evoca la
Danza del Sol y la idea de Wakan Tanka entre los indios Durante esta ceremonta se
daban cortes en el cuerpo y los miembros de los participantes y se metían en
ellos tacos de madera a los que estaban fijadas unas correas unidas al poste
central de la Danza del Sol:

La Danza del Sol es tan sagrada para nosotros que casi no hablamos de ella… La
laceración de los cuerpos para obtener los buenos augurios de la Danza del Sol es
distinta a la laceración de la carne en los duelos con la gente. El cuerpo de un
hombre es un bien suyo y cuando entrega su cuerpo o su carne está entregando la
única cosa que verdaderamente le pertenece… Así, si un hombre promete un
caballo a Wakan Tanka, no le da más que lo que ya le pertenecía. Yo puedo dar
tabaco u otros objetos durante una Danza del Sol, pero si me guardo lo mejor,
¿quién podrá creer que soy sincero? Para demostrar que todo mi ser acompaña a
estos regalos, debo dar algo que sea precioso para mí. Por eso prometo entregar
mi cuerpo.

El niño cree que sólo la acción de una persona malintencionada puede causar
dolor, pero en la Danza del Sol primero reconocemos la bondad de Wakan Tanka y
soportamos el dolor a causa de todo lo que ha hecho por nosotros. Hasta hoy nunca
me he unido a una Iglesia cristiana. Mi vieja creencia, la que siempre he
guardado, sigue conmigo.

Cuando un hombre realiza un trabajo que todos admiran, decimos que es
maravilloso. Pero cuando vemos la alternancia del día y la noche, el sol, la luna
y las estrellas en el cielo, y la continuación de las estaciones sobre la tierra,
con los frutos que maduran, tenemos que reconocer todos en ello la obra de
alguien más poderoso que el hombre. El más grande de todos es el Sol, sin el que
no podríamos vivir.

Nos dirigimos a Wakan Tanka y estamos seguros de que nos oye, aunque es difícil
explicar la extensión de nuestra creencia. El indio cree en general que, después
de la muerte de un hombre, su espíritu va a alguna parte de la tierra o del
cielo, no sabemos exactamente a dónde, pero estamos seguros de que su espíritu
continúa viviendo. Hay personas que están de acuerdo en que, si fuera posible que
los espíritus hablaran a los hombres, se darían a conocer a sus amigos después de
la muerte; pero a nosotros siguen sin venir a hablarnos, excepto, quizá, en
sueños. Lo mismo pasa con Wakan Tanka. Creemos que está en todas partes, pero
para nosotros es como los espíritus de nuestros amigos cuyas voces no podemos
oír.

Crazy Horse, jefe de los Sioux Oglalas, era un mistico. En la primavera que
siguó a la antquilación de las tropas de Custer fue obligado por el general Miles
a rendirse en las montanas Bighorn. Puesto en prisión en 1877, encontró la muerte
intentando evadirse.

¡Hombres blancos! Nadie os ha pedido que vengáis aquí. El Gran Espíritu nos ha
dado este país para vivir en él; vosotros tenéis el vuestro. Nosotros no os
molestábamos en absoluto; el Gran Espíritu nos ha dado una vasta tierra para
vivir en ella, v bisontes, v gamos, v antílopes v más caza. Pero habéis venido v
habéis robado mi tierra; habéis matado mi caza; nos habéis hecho duro el vivir.
Ahora decís que tenemos que trabajar; y, sin embargo, el Gran Espíritu no nos
hizo para trabajar, sino para vivir de la caza.

Vosotros los hombres blancos podéis trabajar si queréis. Nosotros no os
molestamos; pero volvéis a decirnos: cpor qué no os civilizáis? ¡No queremos
vuestra civilización! Queremos vivir como vivían nuestros padres, y sus padres
antes que ellos.

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Pachgantschilhilas, nacido en la primera mitad del siglo XVIII se convirtió en
el jefe de guerra de todos los Delawares que residian entre los rios Miami y
White, en el noreste de los Estados Unidos.

Admito que hay hombres blancos buenos, pero su numero no puede compararse con el
de los malos, que deben ser los más fuertes porque son los que mandan. Hacen lo
que quieren. Esclavizan a los que no son de su color, aunque hayan sido creados
por el mismo Gran Espíritu que nosotros. Harían de nosotros esclavos si pudieran.
¡Como no lo consiguen, nos matan! No puede darse ningún crédito a su palabra. No
son como los indios, que son sólo enemigos durante la guerra, pero son amigos en
tiempos de paz. Dirán al indio: «¡Mi amigo, mi hermano!». Le darán la mano y en
el mismo instante le destruirán.

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Tecumseh, Shooting Star, jek deguerra de los Shawnees, organizó la segunda gran
federación india y fue brigadier general del ejército inglés durante la guerra de
1812. Según los términos de un tratado firmado en Fort Wayne en 1809, los indios
cedieron vastos territorios al gobierno norteamencano sin saberlo. En 1810 se
reunió con elgobernador del territorio de Indiana que habia representado a los
Estados Unidos en el tratado de 1809. Tecumseh negó la validez de la
administración de la tierra.

La manera, la única manera de detener y parar esta calamidad es que todos los
hombres rojos se unan para reivindicar un derecho común e igual sobre esta
tierra, como en el pasado y como debería seguir siendo hoy día; porque jamás
estuvo en el pasado dividida, y pertenece a todos para el uso de cada uno. Nadie
tiene el derecho de vender la menor parcela, ni siquiera a éste o a aquél de
nosotros, y menos todavía a esos extranjeros que lo quieren todo y no transigirán
jamás. Los blancos no tienen ningún derecho sobre la tierra de los indios: ellos
fueron los primeros en habitarla, es su tierra… No puede haber dos ocupantes de
un mismo territorio. El primero excluye a los demás. No es lo mismo cuando se
caza o cuando se viaja, puesto que un mismo suelo puede servirles a muchos…
Pero el campamento está fijo…, pertenece por derecho al primero que se sienta
sobre la piel o sobre la manta que ha desplegado en el suelo, v esto hasta que se
marcha.

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Sitting Bull se presentó en Fort Buford (Canada) con la promesa de una ammstia,
y fue enviado a la agencia de Standing Rock, donde vivia casi la totalidad de su
pueblo.

¿Qué tratado ha respetado el blanco que el hombre rojo haya roto? Ninguno. ¿Qué
tratado ha hecho el hombre blanco con nosotros que después él haya respetado?
Ninguno. Cuando yo era niño, los Sioux eran dueños del mundo; el sol se levantaba
y se ponía en sus tierras. Hasta diez mil hombres iban a la guerra. ¿Dónde están
hoy los guerreros? ¿Quién los ha exterminado? ¿Dónde están nuestras tierras?
¿Quién las saquea? ¿Qué hombre blanco puede decir que le he robado su tierra o un
solo centavo suyo?

Y, sin embargo, dicen que soy un ladrón.

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Gerónimo y su banda se rindieron por última vez en agosto de 1877; fueron
deportados en cautividad y finalmente instalados en una reserva en Fort Sill
(Oklahoma). Desde alli Gerónimo pidió autorización al presidente para regresar a
su tierra natal antes de morir.

Durante veinte años hemos sido prisioneros de los términos de un tratado que
hicimos entre el general Miles, de parte del gobierno de los Estados Unidos, y yo
mismo como representante de los Apaches. Ese tratado no se ha cumplido siempre
escrupulosamente por parte del gobierno, aunque en estos momentos lo esté
respetando más. En el tratado con el general Miles aceptamos irnos a un lugar
fuera de Arizona y allí aprender a vivir como los hombres blancos. Pienso que mi
pueblo ya es capaz de vivir de acuerdo con las leyes de los Estados Unidos, y,
desde luego, nos gustaría ser libres de volver a una tierra que es la nuestra por
derecho divino. Nuestro número es escaso y hemos aprendido a cultivar la tierra;
ya no necesitamos tanta como antes. No reclamamos toda la que el Todopoderoso nos
dlo en un pnnclplo, smo solo la suficiente para cultivarla. Estamos dispuestos a
cultivar la que sobre para los hombres blancos.

Ahora vivimos en tierras de los Comanches y Kiowas que no sirven para nuestras
necesidades… Aquí nuestro pueblo disminuye en número y seguirá decreciendo si
no se le autoriza a regresar a su tierra natal…

Descalzos sobre la tierra sagrada, textos recogidos por T. C. Mac Luhan

Recuerdos de un jefe Sioux

Las biografíás de los indios se multiplicaron en el siglo xx. Una de ellas es la
de Standing Bear (Oso-de-Pie), jefe de los Sioux Oglalas. Vivió el crepúsculo de
su pueblo y recuerda aquila época en que perseguíá al bisonte y al «caballo de
hierro».

A finales del siglo pasado, cuando ya atraviesan las praderas miles de
kilómetros de raíles, el tren sigue siendo para los indios objeto de desconfianza
y curiosidad

Un día, seria poco después de mi nacimiento, uno de nuestros exploradores llegó
al campamento con mucha excitación y contó que había visto una gran serpiente
atravesando la pradera. Aquello produjo mucha agitación. Una observación atenta
reveló que un penacho de humo seguia a la aparente serpiente. Era el primer
convoy del ferrocarril de la Union Pacific Railroad. Para los indios se trataba
de algo tan curioso que se encaramaron a las alturas para ver al tren correr y
oír los extraños ruidos que hacía. Cuando vieron que la “serpiente” se arrastraba
sobre un camino de hierro sin apartarse de él empezaron a envalentonarse y se
acercaron para exammar mejor una cosa tan curiosa.

Al poco tiempo una banda de guerreros de nuestra tribu regresaba hacia el
campamento. Muv sedientos, se detuvieron en la estación de ferrocarril para tomar
agua. El blanco que estaba a cargo les obligó a marcharse sin darles de beber.
Quizá tenía miedo a los indios o, si les había hecho algo malo, puede que pensara
que habían venido a castigarle. Su actitud enfureció a los indios. Encontraban
extraño que los blancos hicieran pasar un camino de hierro por su territorio y
que, a pesar de ello, ni siquiera les dieran de beber.

Así pues, esta banda de guerreros, cuando volvió al campamento, informó de cómo
les había recibido aquel blanco. Inmediatamente se reunió el consejo y se decidió
actuar. Mi madre había oído lo que habían hablado los hombres, después de ponerme
al cuidado de mi abuela, se hizo con un hacha pequeña y siguió a los guerreros.
Cuando éstos llegaron a la vía del ferrocarril, decidieron destruir algunos
raíles y las piezas de madera a las que estaban fijados. (…)

Cuando los que venían en el tren vieron a los indios a lo lejos, empezaron a
dispararles. Ellos fustigaron a sus caballos y se lanzaron en su persecución. Los
del tren estaban tan ocupados burlándose de los indios y divirtiéndose con los
esfuerzos de éstos por alcanzarles que se olvidaron de observar la vía del tren,
sin sospechar que los indios pudieran ser tan hábiles como para haberles tendido
una trampa. Cuando el tren llegó al punto en que la vía había sido destruida,
saltó de los raíles y quedó totalmente dañado.

Mi madre se había escondido cerca de allí y, cuando el tren descarriló, acudió.
Resulto ser un tren de mercancías que transportaba al Oeste todo tipo de
productos, entre los que había una gran cantidad de azúcar de arce, algodón y
perlas. En aquel accidente de tren encontró mi madre las primeras perlas que los
Sioux hubieran visto jamás. Antes de aquello todo el trabajo de ornamentación de
mocasines o de vestidos se hacía con púas de puercoespín teñidas.

Para utilizarlas, las mujeres se las metían en la boca y las ablandaban, y luego
las aplastaban con la uña antes de colocarlas.

Mi madre era muv ingeniosa y concibió la idea de utilizar las perlas en vez de
las púas y ver qué efecto hacía aquello. (…) Así que yo fui el ptimer indio que
tuvo una manta adornada con perlas.

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Para todo muchacho indio, la caza del bisonte era un acontecimiento de gran
importancia y el primer bisonte que mataba teníá para él el valor de un simbolo.

En lo alto de la colina, todos los cazadores dieron rienda suelta a sus
caballos, que se lanzaron rápidos como el viento. Yo fustigué a mi pequeña yegua
negra y faltó poco para que me pusiera a la cabeza del grupo. Pronto me encontré
en medio de una nube de polvo sin ver nada delante de mí. Todo lo que podía oír
era el estampido y el estrépito que producían las pezuñas de los bisontes que
huían con un ruido de trueno. Mi montura hacía quiebros de un lado a otro y tuve
que sujetarme con todas mis fuerzas. (…)

Fue entonces cuando vi lo que mi padre me había anunciado. Estaba bastante por
delante de los bisontes; cuando me vieron se pusieron a correr en dos direcciones
opuestas. Al ver a aquellos grandes animales y pensar en matar yo uno, me di
cuenta de lo pequeño que era. Tenía verdadero miedo. Entonces recordé que mi
suegra me había pedido que le llevara unos riñones y una piel, y me volvió la
idea de que, al fin de cuentas, yo era un hombre. (…)

Estaba solo, pero decidido a dar caza a aquellos animales, matara o no alguno.
Durante todo aquel tiempo pude oír los disparos de cazadores que tenían fusiles y
sabía que estaban matando. Yo me puse a perseguir a un grupo pequeño y, mientras
me lanzaba tras él, disparé una de mis flechas en mitad de la manada. No supe
dónde había ido a parar, y ya estaba por abandonar la persecución cuando observé
que una novilla pequeña galopaba más despacio que el resto. (…)

Galopé hasta que me puse completamente al lado del animal como mi padre me había
enseñado. Saqué una flecha de mi aljaba mientras me sujetaba a mi yegua con toda
la fuerza de mis piernas. Coloqué la flecha y, tensando el arco con todas mis
fuerzas, la solté. Pensaba matar al bisonte muy pronto, pero la flecha penetró en
el cuello —¡y yo que pensaba haber apuntado tan bien!—. El animal siguió
corriendo mientras sacudía la cabeza. Volví a alcanzarle v le envié otra flecha
que penetró en direcáón al corazón. Aunque no llevaba la fuerza necesaria para
ser mortal, vi que el animal se debilitaba en seguida y que su carrera se hacía
más lenta. Fue entonces cuando saqué mi tercera flecha v volví a tirarle. Ésta
penetró hasta el corazón. Empezaba a creer que el bisonte tiene las siete vidas
de un gato y que iba a ser tan difícil de matar como ese animal cuando vi que le
salía sangre por el hocico. Comprendi entonces que iba a caer pronto. Le tiré mi
cuarta flecha, vaciló, se derrumbó sobre un costado y en seguida murió. Ya había
matado mi primer bisonte.

Cuando observé al animal caído v vi que le había tirado cinco flechas, tuve la
impreSiOn de que era demasiado para un solo bisonte. (…)

Mientras pensaba aquello me sentía avergonzado por mi torpeza como tirador.
Pensé en quitarle todas las flechas menos una De hecho, estaba haciéndolo cuando
me acordé de una observación que mi padre me había hecho una vez. Era ésta:
«Hijo, acuérdate siempre de que un hombre que miente no será nunca querido por
nadie». Con lo que en v ez de intentar engañar, dije la verdad. Y eso me hizo más
feliz.

Quité todas las flechas v empecé a descuartizar el bisonte. Todo iba muy bien
hasta que intenté darle la vuelta al animal. Descubrí que aquello era demasiado
para mí. Como sólo había descuartizado un costado, pensé en quitarle los riñones
~ cortar una buena pieza de carne para mi suegra. En aquel preciso momento oí que
alguien me llamaba. Monté mi caballo v subí a lo alto de la colina. Allí vi a mi
padre que venía a buscarme. ( )

Estaba muy contento de que hubiese procurado arreglármelas y o solo. Le dije
entonces el número de flechas que había necesitado y dónde había clavado cada una
de ellas. Incluso le dije que había lanzado mi primera flecha en mitad de la
manada sin saber dónde había ido a parar. Se rió, pero estaba orgulloso de mí.
Creo que era porque le había dicho la verdad y no había intentado engañarle ni
mentir aunque fuera todavía un niño.

Mi padre llamó al anciano del campamento que hacía siempre de pregonero para
anunciar que «Ota Kte» o «Mata-Mucho» había cazado su primer bisonte y que
«Oso-de-Pie», su padre, le regalaba un caballo.

Aquel fue el primer y último bisonte que maté en mi vida y necesité cinco
flechas para conseguirlo.

Luther Oso-de-Pie, Recuerdos de un jefe Sioux

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El gran Gerónimo

Gerónimo forma parte de los jefes cuyos nombres simbolizan la resistencia india
frente al temprano lmperialismo norteamericano.

Habiá cuatro tribus Apaches principales los Chincahuas, los Mescaleros, los
Lipanes y los Jicarillas. Gerónimo nació entre los Chiricahuas del Sur, pero se
crió con los Chiricahuas del Norte.

Nací en el cañón Nodoyohn, en Arizona, en junio de 1829. (…)

Era el cuarto de una familia de ocho hijos —cuatro chicos y cuatro chicas—. De
la familia sólo quedamos yo mismo, mi hermano Porico (Caballo Blanco) y mi
hermana Nah-da-Ste. Somos prisioneros de guerra en la reserva militar (Fort
Still).

Siendo yo muy niño, gateaba por el suelo sucio del tepee de mi padre, y mi madre
me colocaba sobre su espalda suspendido en mi tsoch (cuna en apache) o la colgaba
de una rama de árbol. El sol me calentaba, el viento me acunaba y los árboles me
abrigaban como a todos los demás niños apaches.

Cuando crecí, mi madre me enseñó las leyendas de nuestro pueblo, me habló del
sol y del cielo, de la luna v las estrellas, de las nubes y las tormentas. Me
enseñó también a arrodillarme para pedir a Usen que me diera la fuerza, la salud,
la sabiduría y su protección. Nunca pedíamos a Usen que castigara a otra persona,
y, si teníamos cualquier cosa contra alguien, nos vengábamos nosotros mismos. Nos
habían enseñado que Usen no se preocupa de las querellas mezquinas de los
hombres.

Mi padre me hablaba a menudo de las hazañas de nuestros guerreros, de los
placeres de la caza y de las glorias del sendero de la guerra.

Solía jugar con mis hermanos y hermanas en torno a la casa de mi padre.
Jugábamos al escondite entre las rocas y los pinos. O vagábamos a la sombra de
los álamos o buscábamos shudocks (una especie de cerezas silvestres) mientras
nuestros padres trabajaban en el campo. También jugábamos a la guerra. ~os
ejercitábamos en acercarnos sin miedo a un objeto que representaba el enemigo y,
a nuestra manera, llevábamos a cabo grandes hazañas guerreras. (…)

Cuando fuimos lo bastante grandes como para ser de cierta utilidad, fuimos al
campo con nuestros padres. Ya no a jugar, sino a trabajar duramente. Cuando
llegaba el momento de sembrar, preparábamos la tierra con azadas de madera.
Plantábamos el maíz en hileras bien rectas, las judías entre las plantas de maí2
y los melones y calabazas irregularmente por todo el campo. Cultivábamos esas
plantas porque las necesitábamos.

Nuestro campo no tenía generalmente más de una hectárea. Los campos nunca
estaban cercados. No era raro que en u-n mismo valle cultivaran la tierra varias
familias, repartiéndose la tarea de vigilar la cosecha v de impedir que los
caballos de la tribu, los gamos u otros animales salvajes la destruyesen.

Recogíamos melones cuando queríamos comerlos. En otoño recolectábamos las
calabazas y las judías y las metíamos en sacos o en cestos. Liábamos juntas las
vainas de las mazorcas de maiz y los caballos transportaban así la cosecha hasta
nuestra casa. Allí quitábamos la cáscara al maíz y guardábamos toda la cosecha en
cuevas o en cualquier otro lugar para utilizarla únicamente en invierno.

Nunca dábamos maiz a los caballos, pero, si los conservábamos en invierno, les
dábamos forraje. No teníamos ganado ni otros animales domésticos aparte de
nuestros perros y nuestros caballos.

No cultivábamos el tabaco porque lo encontrábamos en estado salvaje. Lo
cortábamos y lo dejábamos secar en otoño, pero si llegaba a faltar, lo
sustituíamos por el rastrojo que habíamos dejado en el campo. Todos los indios
fumábamos—hombres y mujeres—. Los niños no podían fumar mientras no cazaran solos
y mataran alguna pieza mayor, como un lobo o un oso. No se prohibía fumar a las
mujeres aún no casadas, pero se las encontraba impúdicas si lo hacían. Casi todas
las madres de familia fumaban.

El maíz molido (a mano con morteros y mazos de piedra) no nos servía únicamente
para hacer pan. También lo aplastábamos, lo remojábamos y, después de la
fermentación, hacíamos con él el «tis-win» que tenía el poder de embriagar y era
muy apreciado por los indios. Este trabajo lo hacían las squaws y los niños.
Cuando llegaba la época de las bayas y las nueces, los niños pequeños y las
squaws Iban a recogerlas y a menudo se pasaban el día en ello. Cuando se alejaban
mucho del campamento, se llevaban caballos para cargar con las cestas.

Yo me unía con frecuencia a ellos y, en una de aquellas excursiones, una mujer
llamada Cho-ko-le se perdió al ir con su caballo a buscar a sus amigas. Su
perrito la seguía mientras ella se abría paso trabajosamente entre los pinos y el
espeso sotobosque. De pronto apareció en su camino un «grizzly» que atacó al
caballo. Ella saltó a tierra y el caballo huyó. El oso se lanzó entonces contra
ella, que se defendió lo mejor que pudo con su cuchillo. Su perrito, que mordía
los talones del oso distrayendo así su atención, le permitió permanecer un rato
fuera del alcance de la fiera. Por último, el «grizzly» la golpeó sobre la
cabeza, arrancándole casi completamente el «scalp». Ella cayó, pero no perdió el
conocimiento y, a pesar de la caída, consiguió asestar cuatro grandes cuchilladas
y el oso se retiró. Cuando se hubo ido, ella volvió a colocarse el «scalp» lo
mejor que pudo. Luego se sintió mal y se echó. Aquella noche su caballo regresó
al campamento con su carga de nueces y bayas, pero sin su amazona. Los indios se
pusieron a buscarla, pero no la encontraron hasta dos días más tarde. La trajeron
al campamento y, gracias a los cuidados de los hombres de la medicina, curó de
todas sus heridas.

Los indios conocían las hierbas para curar y sabían cómo prepararlas y cómo
aplicarlas. Usen se lo había enseñado al principio, y en cada generación habia
hombres hábiles en el arte de curar.

Después de recoger las hierbas, de prepararlas y de administrar la medicina,
poníamos tanta fe en nuestras plegarias como en el verdadero efecto de la
medicina. (…)

Algunos indios eran hábiles para extraer balas, puntas de flecha u otros
proyectiles que pudieran herir a nuestros guerreros. Yo mismo lo he hecho con la
ayuda de un simple puñal o de un cuchillo de desollar.

Los niños pequeños se vestían con ropa muy ligera en invierno y no llevaban nada
en verano. Las mujeres llevaban por lo general una falda rudimentaria que
consistia en un trozo de tela de algodón anudado a la cintura y que llegaba hasta
las rodillas. Los hombres llevaban pantalones y mocasines. En invierno se ponían
camisas y polainas.

A menudo, cuando la tribu había instalado su campamento, unos cuantos chicos y
chicas salían a escondidas y se encontraban a unos cuantos kilómetros para jugar
todo el día juntos y librarse de trabajar. Nunca eran castigados por estas
travesuras, pero se hacía burla de ellos si se descubría el lugar en que se
ocultaban.

Durante el verano de 1858, la tribu de los Apaches Bedonkoes se dirige al Sur
para comerciar. Por el camino se detienen junto a la ciudad mexicana que los
indios llaman «Kas-ki-yeh». Un día que los guerreros habían ido a la ciudad, al
volver por la noche al campamento, comprobaron que los mexicano habían
exterminado en su ausencia a sus mujeres e hijos. El propio Gerónimo perdió allí
a su madre, a su mujer y a sus tres hijos. Juró vengar a los Apaches.

En cuanto reunimos algunas armas y víveres, Mangas Colorado, nuestro jefe,
convocó el consejo y vio que todos los guerreros estaban dispuestos a ir al
sendero de la guerra contra México. Me nombraron para que pidiera ayuda a las
demas trlbus.

Me dirigí a los Apaches Chokonen (Chiricahuas) y su jefe Cochise convocó un
consejo desde el amanecer. Los guerreros se reunieron silenciosamente en un
claro, en un valle pequeño junto a una montaña y se sentaron sobre el suelo
formando círculo según su rango. Fumaron en silencio. A una señal del jefe, me
levanté y presenté mi causa con estas palabras:

«Hermanos de raza, ya habéis oído lo que sin motivo nos han hecho los mexicanos.
Sois parientes míos —tíos, primos, hermanos—. Nosotros somos hombres, como los
mexicanos; podemos hacerles lo mismo que nos han hecho. Vayamos a atacarles; yo
os conduciré a su ciudad; les sorprenderemos en sus casas. Yo lucharé en la
primera fila. Sólo os pido que me sigáis para vengar el daño que nos han hecho
los mexicanos. ¿Querréis venir? Está bien. Vendréis todos.»

«No olvidéis la ley de la guerra. Los hombres pueden regresar, pero también
puede que mueran. Si uno de estos Jóvenes muere, no quiero que sus hermanos de
raza me culpen, porque ellos han decidido ir libremente. Si yo muero, que nadie
me llore. Toda mi familia ha sido muerta en esta tierra y yo también moriré si es
necesario.»

Volví a nuestro campamento a comunicar aquel éxito a nuestro jefe y volví a
salir inmediatamente para el Sur, al territorio de los Apaches Nednis. Su jefe
Whoa me escuchó sin decir palabra y dio orden de reunir en seguida al consejo, y
cuando todos estuvieron presentes me indicó que hablara. Les dije lo mismo que
les había dicho a los Chokonen y también prometieron ayudarnos.

Durante el verano de 1859, casi un año después de la matanza de Kas-ki-yeh, se
reunieron las tres tribus junto a la frontera mexicana para marchar por el
sendero de la guerra. Habían pintado sus rostros, ceñido sus bandas de guerra en
sus frentes y aprestado sus largas cabelleras para el cuchillo del guerrero que
les venciese. Habían puesto a sus familias a salvo en las montañas, cerca de la
frontera. Un guerrero tenía la misión de velar por aquellas familias y se habían
convenido varios puntos de cita para el caso de que fuera atacado el campamento.

Cuando todo estuvo a punto, los jefes dieron la señal de paríida. No habíamos
llevado caballos y cada guerrero llevaba mocasines y un trozo de tela alrededor
de la cintura. Esta prenda le servía de cobijo por la noche y le aseguraba una
protección suficiente durante la marcha. Durante la lucha, cuando la pelea es
dura, no nos gusta estar muy vestidos. Cada guerrero llevaba también víveres para
tres días y, como cazábamos a menudo durante la marcha, nos nos falíaba alimento
casi nunca. (…)

Cuando casi habíamos llegado a Arispe, levantamos nuestras tiendas y ocho
hombres salieron de la ciudad a caballo para parlamentar con nosotros.
Capturamos, matamos y cortamos la cabellera a aquellos hombres. Era seguro que
después de aquello las tropas saldrían de la ciudad y, efectivamente, a la mañana
siguiente nos atacaron. Las escaramuzas se multiplicaron durante todo el dia sin
que eníabláramos un combate generalizado. Pero al caer la noche capturamos su
convoy de avituallamiento y así tuvimos víveres en abundancia y más fusiles.

Aquella noche apostamos centinelas y permaneamos en nuestro campamento para
descansar, ya que esperábamos un combate duro al dia siguiente. Por la mañana muy
temprano los guerreros se reunieron para rezar—no para pedir ayuda, sino para
tener fuerza v evitar las emboscadas y las añagazas deí enemigo.

Como lo habíamos previsto, hacia las diez de la mañana todas las tropas
mexicanas salieron de la ciudad. Había dos compañías de caballería y dos de
infantería. Reconocí a los soldados de caballería como los que habían asesinado a
mi mujer y a mis hijos en Kas-ki-yeh. Se lo dije así a los jefes; ellos
decidieron confiarme la dirección de la batalla.

Yo no era un jefe y no lo había sido nunca, pero me confiaron aquel honor por
ser quien más había sufrido y vo decidí ser digno de tal confianza. Hice que los
indios se colocaran en una depresión circular cerca del río. Los mexicanos
avanzaron con la infantería en dos hileras; la caballería permanecía como
reserva. Nosotros esíábamos a cubierto en el bosque y ellos avanzaron hasta
llegar a unos cuatrocientos metros de nosotros, y allí se detuvieron y abrieron
fuego. En seguida di la señal de ataque y al mismo tiempo envié algunos bravos a
que hostigaran su retaguardia. Muchos cayeron alcanzados por mi mano v yo
continué dirigiendo la carga. Muchos bravos murieron. La batalla duró cerca de
dos horas.

Por último, no quedaban más que cuatro indios en medio del campo; yo mismo y
otros tres guerreros. Ya no teniamos flechas y nuestras lanzas se habían roto en
los cuerpos de nuestros enemlgos muertos. Ya sólo nos quedaban nuestras manos y
nuestros cuchillos para luchar, pero todos los que habian luchado contra nosotros
estaban muertos. Fue entonces cuando dos soldados armados corrieron hacia
nosotros desde el otro extremo del campo. Mataron a dos de nuestros hombres y los
dos que quedábamos corrimos a unirnos al resto de nuestros guerreros. Mi
compañero fue muerto de un sablazo, pero yo conseguí llegar al lugar en que se
encontraban nuestros guerreros, agarré una lanza y me di la vuelta. El que me
perseguía falló su objetivo y se empaló en mi lanza. Me apoderé de su sable y me
abalancé sobre el soldado que había matado a mi compañero. Lo trabé por medio del
cuerpo y rodamos por el suelo. Le maté con mi cuchillo y rápidamente me volví a
levantar blandiendo su sable y buscando nuevos soldados que matar. Ya no
quedaban. Pero los Apaches ya habían visto. Sobre el campo ensangrentado,
cubierto de cuerpos de mexicanos, se elevó el orgulloso grito de guerra de los
Apaches.

Todavía cubierto por la sangre de mis enemigos, sujetando aún mi arma
victoriosa, sumergido todavía en la felicidad que me había producido la batalla,
fui rodeado por todos los bravos y proclamado jefe de todos los Apaches. Luego di
la orden de quitar las cabelleras a los muertos.

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