El canto del lobo

EL CANTO DEL LOBO

Por Esteban Ierardo

Te mueves, hermano lobo, donde se besan la luna y el bosque. Acaso por momentos, recuerdas tu nacimiento, la salida del vientre de tu madre. Aquella vez, los fríos dientes del viento mordían ramas y hojas que se movían en animada danza. Diste entonces tus iniciales pasos sobre la nieve. Alzaste tu hocico para abarcar el cielo, con una primera mirada. Pero, desde entonces, rara vez contemplas la bóveda completa. Porque siempre están cerca de ti el alma de madera de los árboles, y los senderos que zizaguean como serpientes barnizadas de penumbras.

Mientras gobierna el sol, las paredes de tu verdadero cielo son la maleza, las piedras y los arroyos. Y en el techo de tu firmamento hay de nuevo bosque, nubes que son cabelleras de ramas y hojas. Pero, quizá, en la noche, las nubes de hojas que se suspenden en las copas, se elevan. Y entonces ves la cúpula inmensa. Y tus ojos arden cerca de los cuarzos de fuego, oscilantes. Sin fin. De las astros. Y ella, la mujer secreta, la mujer nocturna, te incendia de fascinación. Ella…

¿Cuántas veces ya la has mirado a Ella? En la noche atiborrada de nubes, o caldeada de estrellas. Y cuántas veces, mientras Ella riega una parcela del cielo con rocas de plata y enigma, tú te unes a la manada, como ahora lo haces. Y con los otros seres de tu especie, exhalas aullidos y símbolos.

Y junto con la manada, escuchas al más anciano de tus congéneres. De su garganta vetusta emana un canto. Que resuena como un cuerno de caza. Y entonces corres. Corres. En tu boca entreabierta, bullen futuros aullidos. Y tú, y tus hermanos, la siguen a Ella, cuando Ella grita luz en las alturas nocturnas o cuando recorre veloz el bosque.

Y entonces toda la manada se detiene. Y en misteriosa conjunción de voces, cantan. Cantan. ¿Acaso le cantan a Ella? ¿Le cantas a Ella, lobo apasionado?

¿Por qué cantas animal del bosque? ¿Por qué haces rodar los soles de tu soledad sobre las tierras heladas mientras te mueves con el viento para, junto con la manada, llegar a otro lugar donde debes cantar? Cantar…Cantar..¿Qué hay en tu canto? Déjame entrever, en alguna noche de pinos y follaje, las campanas que repiquetean en tu cantar animal. Animal eres: inteligencia que piensa desde la sensación viva.

Tal vez tendría que seguir con obstinación, sin temor a la locura, a una nube que vuela ahora sobre la ciudad. Y que se dirige, sé que así es, hacia tu reino, lobo, hermano animal. Tu hogar: un mar de olas vegetales. Flujos de savia, claroscuros y sonidos. De aves y viento. Que te aman. A los que tú amas, hermano animal.

Sí, quizá debería ser nube, delicadeza líquida que desciende. Lluvia que desciende sobre el bosque. Así me imagino. Y mientras soy esa nubosidad y las gotas que se precipitan, entro en el bosque. En la noche. Y, entonces, te descubro entre el arroyo y el árbol. Y soy, imagino ser, la polifonía de la lluvia. Su crepitar constante es la caricia de un frescor vivo, profundo. Y te percibo cerca, hermano mío. Te has separado de tu manada. Respiras ahora con un aire más viejo que los mares. Una todavía callada emoción esculpe el rostro de tus antepasados en tu piel.

Y caminas ya bajo el susurro de las gotas. En el bosque. Hondo. Hondo. Y yo, gota que soy, que imagino ser, me escribo cayendo lenta. Pues quiero contemplarte más, hermano animal. Quiero contemplar tus huellas; tu anatomía empapada que arrastra las sombras de los robles; tus ojos de luz extraña que perciben árboles y misterios. Que no existen para el humano.

Y cuando estoy tan cerca de golpear la nieve, palpito en ti, criatura lejana, enigmática. Que creas una música más inquietante que la del violín o el tambor. Y caigo al fin sobre la nieve del bosque. El bosque que conozco, el que imagino. No el tuyo que mi especie no puede presentir ni sospechar. Y entonces, ¿acaso Ella está cerca, en el cielo o en la tierra? ¿Es por eso que comienzas a cantar?

Y escucho tus cantos. Tus cantos: quejidos, himnos o melodías que tallan altares. ¿A qué fuerza veneras en tu templo nocturno? ¿De qué culto eres sacerdote? ¿Cómo nadar en los lagos pintados de noche que vibran en tu voz? ¿Por qué no te compadeces de mí, de la angustia de no ser tu destino de centinela del bosque que bebe plateadas bebidas de luna? ¿Hasta cuándo, asombrado, preguntaré por tu canto, lobo salvaje?

Quizá, mientras soy agua, lluvia y nieve, tú me enseñes a fundirme con la fogata de tu voz. Quizá, a pesar de todo, ya canto contigo. ¿No será que ya las has convencido a Ella para que me acepte como el hermano de tu magia?

Quizá gracias a ti, la siento a Ella. La percibo mientras brilla y corre. Y escucho que me dices: venera a aquella mujer, que medita y nos imagina. Desde el firmamento y el espinazo de la madera.

Y junto contigo, le canto a Ella, mi hermano animal. Soy tan parecido a ti. Lo mismo que tú, persigo el magma y el misterio. Sí, por eso, contigo, hermano lobo, otra vez canto. Otra vez, concédeme el don de cantar con tu voz. En el bosque y la noche