Lo que enseñaron los antiguos

LO QUE ENSEÑABAN LOS ANTIGUOS

    Puede decirse que es prácticamente inmemorial el conocimiento que la Humanidad atesora respecto del uso de las gemas en particular, y de los minerales en general, para fines prácticos como la protección espiritual, la curación de enfermedades, o el ascender en la escala social o política así como la conquista del ser amado. Y si bien sus aplicaciones no han variado  significativamente con los siglos, sí lo ha hecho la forma de emplearlas; esto en parte porque las Ciencias Ocultas, al contrario de lo que piensan sus detractores, no han permanecido estáticas a través del tiempo, sino han continuado investigando, desarrollando alternativas y evolucionando, y en parte porque cada época hace más accesibles para el común de la gente ciertos elementos e inaccesibles otros.

    Como ejemplo del primer punto, tenemos el hecho de que si bien en Occidente se sospechaba ya desde el apogeo de los griegos sobre la existencia de un campo de energía imanente al ser humano, se debe a la tradición mística orientar el descubrimiento y desarrollo del concepto de los centros energéticos conocidos como “chakras”, así como la enorme variedad de interacciones energéticas que cada uno de nosotros tiene con su entorno. Por consiguiente, no fue sino hasta tiempos históricamente recientes que se difundió entre los sabios de todo el orbe tales conceptos y se encontró la manera de vincularlos a la Gemoterapia. En cuanto al segundo punto, esto es, las modificaciones que con el paso del tiempo la gente común ha adoptado respecto al uso de las gemas, tiene que ver, por ejemplo, con el paso de una cultura campestre a una cosmopolita. En efecto, trescientos o cuatrocientos años atrás nadie se asombraba de que una receta cualquiera –como veremos en algunos interesantes ejemplos a continuación– recomendara colocar una gema dentro de una bolsita de piel de ciervo junto al hueso craneal de un lobo, sencillamente porque sólo era cuestión de tomar un mosquetón o el arco y las flechas que todo jefe de familia guardaba detrás de la puerta junto a la escoba, y hacerse una escapada al bosque más cercano para dolor de cabeza del primer ciervo y el primer lobo que se cruzarían, comúnmente, en su camino. En cambio, en esta era de plástico, uno no puede menos que enarcar una ceja, desorientado cuando, más allá de la urgencia que le corra, se pregunte dónde diablos encontrar tales animales fuera del zoológico más cercano.

    Esto me lleva a una recomendación que creo de gran importancia cuando, en este u otros libros, nos propongamos revisar secretos esotéricos medievales para su uso cotidiano: los elementos empleados en general no tienen “poder” por sí mismos, sino tomados en conjunto por sus connotaciones simbólicas. Para citar un ejemplo: cuando en una “receta” medieval se nos indica dibujar ciertos signos sobre un trozo de pergamino virgen, no lo es debido a que el pergamino (un cuero de animal curtido y sobado numerosas veces) tenga alguna propiedad especial, sino debido a que, en esa época, era el elemento más común y duradero para escribir, y casi no se conocía otra cosa. El papel sólo llegó a Europa a mediados de la Edad Media y, aun así, era insólitamente escaso y caro.

    Por eso, a usted le dará el mismo resultado escribir esos signos sobre una hoja virgen que extraiga de su block.

    Pero también es cierto que, debido a lo criptográfico de la literatura ocultista del pasado (a causa de las persecuciones de la plebe o el clero se hacía muchas veces imperativo escribir “en clave”, para que el conocimiento –por el peligro de herejía que implicaba para su autor, o por el poder latente que tal saber encerraba– sólo fuera accesible para los iniciados), en ocasiones la mención de partes de animales se referían en realidad a momentos astrológicos. Así, por ejemplo, cuando se dice de emplear “el ojo de un carnero”, en realidad se indica realizar la operación cuando sea visible (“e-vidente”) el ingreso del Sol en Aries. Como este es un tratado de Gemoterapia y no de Ocultismo medieval ni de Alquimia (sobre lo que otros textos de esta Editorial brindarán mayor ilustración) no abundara aquí sobre la explicación de estas claves y correspondencias, que de todas formas el lector hallará en otros de mis trabajos.

    Para las “recetas” que brindo a continuación, he empleado una pequeña colección de “grimorios” medievales; a saber, las Clavículas de Salomón, el Pequeño Alberto y el Dragón Rojo, así como una versión tardía de los Sueños de Escipión.

    Las “Clavículas de Salomón” (por pequeñas claves” y no por el hueso homónimo) se atribuyen al rey judío hijo de David y fundador del primer templo, aunque lógicamente no se conservan testimonios históricos que atestigüen tal paternidad.

    El “Pequeño Alberto” se supone escrito por el mago, cabalista y sacerdote cristiano Alberto el Grande, a mediados del siglo V de nuestra era, si bien las ediciones modernas muestran que, aunque es muy posible que una pequeña parte –precisamente la que nos interesa– sí haya sido contemporánea de ese hombre de vastísima cultura, le han sido adosados otros capítulos muy posteriores y de dudosa autoría, evidente por los bruscos cambios de estilos literarios y lo renacentista de ciertos conceptos.

    El “Dragón Rojo” es un texto de Alquimia (precisamente, “dragón rojo” era como los alquimistas llamaban al azufre ardiente durante el proceso de la Gran Obra, u obtención de la Piedra Filosofal) del siglo XV.

    Finalmente, los “sueños de Escipión”, si bien se refieren a consejos morales y lecturas propicias para un renacer espiritual, también encierran secretos de Gemoterapia. Es un conjunto de alegorías que con la excusa de representar los sueños del general Escipión “el Africano”, transmite las enseñanzas de Aristóteles, Macrobius (año 400 de nuestra era) y Hierocles (hacia el 485).

    Tomadas en conjunto, veamos las enseñanzas que estos antiguos nos legaron para el uso de las piedras, siendo necesario resaltar que en todo momento los autores insistían en un proceder “científico”, o sea, no simplemente creer, sino experimentar y aplicar.

“Para hacerse amar siempre por su mujer, es necesario llevar siempre en el bolsillo un pedazo de piedra imán, que tiene el color del hierro y se halla en el mar de las Indias. Para hacerse invisible, no se necesita otro que tener una piedra de oftalme, que no se determina por el color, porque tiene muchos. Esta piedra tiene tal virtud, que ofusca y priva por completo de la vista a los que la tienen delante.”

“Si uno quiere desazonar, meter miedo y espeluznar, o bien sembrar disensiones, tomará la piedra ónix, cuyo color es negro; la mejor es la que está llena de vetas, y se la encuentra en Arabia. Si se la cuelga del cuello a alguien, o bien engarzada en una sortija se le regala a alguno, éste no tardará en ponerse triste y en ser medroso hasta la exageración”.

“Si se quiere quemar la mano de alguno sin fuego o curar la tísis, tómese la piedra ferípendanus, que es de color pálido. Colgada del cuello de la persona tísica, la cura; y teniéndola apretada en la mano, quema. Por esto es necesario tocarla con mucha suavidad.

“Para alegrar una persona y desvelarla, se echa mano de la piedra silonita, que se forma en el cuerpo de las tortugas de la India, y es blanca, encarnada o purpúrea; otros dicen que es verde y se halla en Persia, y aseguran que aumenta en tamaño con la luna en cuarto creciente y disminuye en cuarto menguante. Ciertos filósofos aseguran que quien la lleva consigo ve y sabe lo que ha de acontecer; además, si se la coloca debajo de la lengua, sobre todo en luna nueva, se sabrá si una cosa debe acontecer o no; si ha de acontecer, se adherirá a la lengua tan fuertemente, que costará trabajo desprenderla de ella; y por el contrario, si no ha de acontecer, caerá por sí misma”.

“El topacio es muy bueno para curar las hemorroides, reduciéndolo a polvo impalpable y mezclándolo con grasa de jabalí joven”.

“Los que quieran colocarse por encima de sus enemigos, tomarán la piedra que se llama diamante, tallada a facetas, que es tan dura que sólo puede romperse con sangre de macho cabrío. Se la encuentra en Arabia y en Chipre. Llevándola en el lado izquierdo produce efectos admirables contra los enemigos, conserva el juicio, ahuyenta las bestias feroces y venenosas, impide las malas intenciones de los que tratan de hacer daño al que la lleva y remata todas las diferencias y procesos. El diamante, además, es muy bueno contra los venenos y contra los espíritus burlones, según el uso que de él se haga”.

“Si alguno desea evitar toda clase de daño y no tener nada que temer en el mundo, o ser generoso, tomará ágata, que es negra, blanca, verde, marrón o azul y está surcada de vetas. Evita los peligros, infunde valor, hace al que la posee poderoso, simpático y jovial, y es muy buena contra las adversidades”.

“El que desee obtener alguna cosa de otro, que se sirva de la piedra que se llama “alectorioe”, que es blanca y debe extraerse de un gallo de cuatro años o más; algunos dicen que también de un capón viejo. Esta piedra es del tamaño de un haba, y hace al hombre simpático y constante; puesta bajo la lengua quita la sed”.

“Si se quiere dominar a todas las bestias, interpretar todos los sueños y saber lo que está por venir, tome la piedra asmundos, que es de diferentes colores. Esta piedra es un gran contra-veneno; humilla a todos los enemigos e impide sus malas intenciones. Su virtud elimina borracheras y prepara la inteligencia para todas las ciencias. Para adquirir arrojo y no embriagarse jamás, se tomará una amatista, que es de color violeta; la mejor se encuentra en la India; además aumenta la inteligencia”.

“Quien quiera burlarse de sus enemigos y rematar sus litigios y diferencias, se hará con una berilla, que tiene el color pálido y transparente como el agua. Llevándola encima, no hay que temer a los enemigos y se ganarán cuantos litigios se tengan entablados. Tiene también una virtud admirable para los niños, porque les hace capaces para adquirir grandes progresos científicos”.

“El que desee saber los que intentan robarle, hágase con la piedra llamada celonita, que tiene el color de la púrpura y otros varios, y se encuentra en el cuerpo de las tortugas. Quien se ponga esta piedra bajo la lengua, descubrirá lo futuro”.

“El que quiera hacerse sabio sin tener nada de loco, hágase con la piedra llamada crísolita, que tiene un color verde muy brillante. Es preciso engarzarla en oro y llevarla siempre encima”.

“Esta piedra (el autor está refiriéndose al heliótropo) es, según he aprendido, de la que se servían en otros tiempos los sacerdotes en los templos, para adivinar e interpretar los oráculos y las respuestas de los ídolos. Quien lleve sobre sí esa piedra obtendrá gran reputación, adquirirá fortuna y vivirá mucho tiempo. Para desvanecer toda clase de ilusiones e imaginaciones, tómese la piedra calcedonia, que es pálida y oscura. Si se la agujerea por la mitad y se cuelga del cuello con otra piedra llamada serenibus, no se temerá ninguna ilusión fantástica. Por su virtud se ven humillados todos los enemigos y conserva el vigor y fuerza del cuerpo”.

“Si alguno persigue el placer de ser simpático a todo el mundo, tome la piedra chetidonía, que es pálida y se halla en el vientre de las golondrinas. Molida esta piedra y cosida entre dos telas o en una bolsita de piel de cordero y colgada del sobaco izquierdo, cura el frenesí y todas las enfermedades crónicas. Es también muy buena contra la letargía y la epidemia. Evax asegura que esta piedra hace al hombre sabio, de buen humor y simpático”.

“La chelidoina negra preserva de todas las bestias feroces, apacigua las querellas y conduce a término todo lo que uno se propone, y debe adquirirse en el mes de agosto. Si se quiere conseguir el favor y el honor, no hace falta más que llevar encima la piedra labrices, porque los antiguos, Evax y Aarón, dicen que da sabiduría, proporciona amores y otorga mercedes.”

“Para desterrar los fantasmas y librarse de la locura, tómese la piedra crisolita, que engarzándola en oro y llevándola continuamente encima, destierra a los espíritus y preserva del delirio. Algunos dicen que devuelve la salud perdida y es admirable contra el miedo. Si se quiere saber el pensamiento y deseos ajenos, tómese la piedra beratide, que es negra, y póngasela en la boca. Llevándola encima estará siempre jovial y será bien recibido donde quiera”.

“La piedra quirím es maravillosa para sorprender el pensamiento ajeno, porque le hace decir todo lo que siente mientras duerme, si se le coloca sobre la cabeza. Se encuentra esta piedra en los nidos de las abulillas, y se la llama vulgarmente “piedra de los traidores”. Cuando quiera obtenerse cualquier cosa de otro, llévese encima la piedra rajane, que es negra y luciente, y se halla en la cabeza de un gallo, algún tiempo después de haber sido comido por las hormigas”.

“Quien quiera curar a otro de melancolía o cuartanas, tome la piedra lazule (lapislázuli) que es de color celeste o azul con pequeños corpúsculos dorados. Este secreto es infalible y ha sido experimentado recientemente, si se lleva encima la piedra citada”.

“El que quiera hacerse sabio, acaparar riquezas y conocer el porvenir, tome la piedra que llamamos esmeralda, que es muy transparente y brillante, la verde bronceada es la mejor, y se la encuentra en los nidos de los grifos. Tiene la propiedad tonificante y conservadora. Al que la lleva encima le da inteligencia y memoria, le proporciona riquezas y le comunica el don de la profecía si se la coloca bajo la lengua”.

“Para vencer a un enemigo debe tomarse la piedra draconita, que se extrae de la cabeza del dragón. Es maravillosa contra los filtros y venenos, y llevándola colgada del brazo izquierdo, se sale victorioso de los adversarios”.

“Si se quiere dar amor, tómese la piedra echites, llamada también aquilaria, porque se encuentra de ordinario en el nido de las águilas. Tiene el color de púrpura y se encuentra a orillas del océano y en Persia. Los antiguos dicen que esta piedra, llevándola colgada del brazo izquierdo, da el amor, que es bueno contra el mal caduco. Además, los caldeos aseguran que si se tocan las viandas o cualquier otra cosa emponzoñada con esta piedra, se quita la ponzoña. Hace poco he visto hacer esta prueba a uno de mis hermanos. El que quiera emprender un viaje sin peligro, tome la piedra llamada jacinto; el acuático y el zafirino, el acuático es amarillo pálido, el zafirino, que es el más apreciado, es luciente y sin oqueras. Los antiguos dicen que los viajeros que lleven en los dedos o pendiendo del cuello esta piedra, pueden ir por todas partes sin el menor temor, seguros de que serán bien recibidos donde quiera que lleguen”.

“Quien quiera evitarse diversos accidentes y garantizarse contra toda mordedura venenosa, lleve sobre sí la piedra vrites, de la que se conocen tres clases: verdes, negras y parduscas; la verde con manchas blancas es la mejor. Llevándola encima cura los males y accidentes antes señalados”.

“Para poner la paz entre dos o más que riñan, se tomará la piedra zafiro que se halla en las Indias Orientales, procurando elegir la amarillo mate, que es la mejor.

Esta piedra, llevada encima, da paz y concordia, convierte a devoción y piedad, inspira el bien y modera el fuego ardoroso de las pasiones internas”.

    Es muy posible que, antes de finalizar la lectura de este capítulo, el lector se cuestione, seriamente, el grado de eficacia y verosimilitud de estas antiguas afirmaciones, tal vez sólo remotas supersticiones. Ciertamente, sin duda se trata de una “superstición”, en el sentido etimológico de la palabra que, en efecto, proviene del latín “supérstite” que significa “lo que sobrevive”. Exactamente, lo que sobrevive de un saber perdido.

    Sospecho que mi propia afirmación de haber experimentado varias de ellas –y así haber obtenido los resultados esperados– será también, para el paciente lector que no me conoce personalmente, tal vez sólo una afirmación gratuita. Entonces permítame darle una evidencia de la seriedad de estas arcaicas enseñanzas, que se basa en el razonamiento de que si es fácil comprobar la exactitud de otras “recetas” de los mismos grimorios (“grimorio” es todo texto manuscrito de magia) es lógico suponer que todas lo serán. Menciono un par de recetas de los mismos: “Para hacer aparecer el arco iris no hay más que tomar la piedra llamada iris, que es blanca como el cristal, cuadrada o cónica. Si se expone esta piedra a los rayos solares, se verá en el inmediato muro un arco iris “. Mucho antes del nacimiento de Newton y sus estudios de óptica, el fenómeno de refracción de un prisma ya había sido experimentado y anotado, y, aunque no entendían claramente porqué se producía (creyendo que era una propiedad mágica de la piedra) sí relataban seria y fielmente lo que podía suceder. Algo parecido a esta otra recomendación: “Para conseguir que el fuego sea perpetuo y no se extinga jamás, tómese la piedra abaston, que tiene el color de fuego y no se apaga fácilmente, porque tiene como una pelusa que es llamada “la piel de la salamandra”  (“salamandras” son los “elementales del Fuego”) y se encuentra en Arabia. Cuando esta piedra es inflamada una vez no se apaga con lo cual conserva por mucho tiempo el fuego”. En realidad no se trata aquí de magia elemental ninguna, sino del hecho que el abaston, proveniente de los (más aún entonces) riquísimos yacimientos petrolíferos del Cercano Oriente, era en realidad un trozo de brea.