Un cuento

Un cuento

Para distraer, el cuento que siempre me contaba mi padre cuando era
niña. Tiene gracia que lo contara él, todo un sesudo estudioso de
griego y latín, jeje, sin duda por eso lo consideraba importante.
El cuento éste era mi favorito y el de mis hermanos. Es el cuento
de “Piscalrrato”.

Un hombre acudió a una vieja y solitaria mansión donde se pedía un
mayordomo, con la intención de ofrecerse para el puesto.
Allí vivía un señor solo, que después de examinarlo de arriba abajo,
lo hizo pasar adentro.
– Te voy a enseñar la casa y cómo pienso que son las cosas. A ver si
aprendes.
– Si señor.
– A ver- dijo abarcando con un gesto la casa- ¿cómo se llama esto
donde estamos?.
– Pues- respondió el mayordomo- esto es una casa.
El señor le propinó un golpe y le gritó:
– ¡Muy mal!. Has de saber que el nombre auténtico es “HABITACO”.
– Está bien, habitaco, lo que usted diga.

Pasaron al salón, donde brillaba un fuego en la chimenea.
– A ver, ¿cómo se llama eso de ahí?.
– Pues eso es fuego.
– ¡Ignorante! (otro guantazo) eso se llama ALTAMIRA (porque tal y
cual bla bla).
– Está bien, Altamira…

Pasaron a un pasillo y el amo de la casa le señaló las escaleras:
– ¿Y eso?
– Eso son escaleras- respondió algo encogido el mayordomo.
– ¡No, no, y no!. Entérate bien, eso es una ALTIQUERA.
– Vale, si, altiquera.

Entraron en la cocina y le señaló un barreño con agua.
– ¿Como llamarías a eso, pues ya veo que no sabes nada de nada?.
– Ehhh…esto…es agua…- respondió tembloroso.
– ¡Ah, ignorante! (otro guantazo), acuérdate y aprende que el
verdero nombre de ésto es ABUNDANCIA. (Y bla bla, que si el agua
simboliza esto y lo otro)

Finalmente se les cruzó un gato negro que vivía en la casa, y el
mayordomo hizo un comentario que intentaba ser simpático al respecto
del felino, para romper el hielo.
– ¡No! ¡Pretendes saber mucho!(otro golpe) Pues NO es un gato. A
partir de ahora aprende a llamarlo PISCALRRATO.
– Si, mi señor, piscalrrato sea.
– Bien, pues repasemos todo.
Y el amo de la casa, viendo que el mayordomo había aprendido todas
las palabras y se mostraba bien dispuesto a aprender, le dio el
puesto y se fue a dormir aun refunfuñando sobre la mucha ignorancia
humana sobre el verdadero nombre de las cosas.

Pero el mayordomo, que tenía los huesos crujidos de tanto golpe y se
había hartado de tanta pretenciosidad, se dijo que iba a darle un
escarmiento. Cogió un poco de estopa y la ató al rabo del gato, y
luego le prendió fuego. El pobre gato, aterrorizado, salió corriendo
por la casa y , subiendo las escaleras, prendía fuego a todo a su
paso.
El mayordomo, correctísimo en su papel, se asomó a la ventana y
empezó a gritar a todo trapo:
– ¡Abundanciaaa, abundanciaaa!
Los vecinos salieron a mirar y no entendían nada.
– ¡¡¡¡ALtamiraaa, Altamira!!!
– ¿Pero qué pasa?¿Qué dice éste?
– ¡¡Que sube piscalrrato altiquera arriba cargado de altamira, si no
corren con abundancia se nos quema el habitaco!!
Y los vecinos no entendían ni papa.
En esto salió el amo, que se había despertado con el fuego y los
gritos, y dijo al mayordomo:
– ¿Qué haces, inútil?. ¡¡Grita fuego!!,¡¡ Pide agua!!
– Pero señor, si no hay tal fuego y tal agua. ¡¡ABUNDANCIAAA
ABUNDANCIAAA!!
– No, ¡FUEGO!
– ABUNDANCIAAAAA. La altamira nos quema el habitacooooo…

Los vecinos no se enteraban, pensando que el mayordomo era un loco
que les estaba fastidiando la noche, y se metieron dentro de sus
camas de vuelta a la cama. Para cuando el fuego y el humo fueron
visibles al exterior de la casa, ya era demasiado tarde. Amo y
mayordomo contemplaron en la calle y en pijama como se consumia la
casa con todo su contenido y los cientos de libros que por supuesto
la llenaban.
Ni que decir tiene que a partir de aquel dia el severo estudioso se
replanteó muchas cosas, que cada cual sabrá cuales son.