Tribus amazonicas– Grupos aislados

Escrito por Alejandra Almirón Cartier el 2 de Julio

La Fundación Nacional del Indio de Brasil no quiere que tome contacto con los blancos para protegerla

Entre las plantas gigantes, hundidas en la humedad caliente de la selva, están las casas de una tribu que los blancos vieron por primera vez desde un avión, sobrevolando la zona de la frontera entre Brasil y Perú, un grupo de antropólogos brasileños vio una docena de construcciones de 15 metros de largo y personas que corrían. Habían encontrado un grupo aislado.

La aldea queda en el estado de Acre, cerca del río Envira, a 480 kilómetros de Río Branco -la capital- y a 127 kilómetros de la ruta más cercana.

Para llegar, hace falta navegar durante semanas por ríos poco conocidos.

Los antropólogos y dos periodistas de la revista Veja que iban con ellos llevaban ya cuatro días sobrevolando la región.

No estaban allí por casualidad: hace meses, la Funai recibió la información de que una tribu había atacado a un grupo de blancos que entró a su territorio.

Salieron a buscarlos. No hay que pensar en un encuentro emocionado: el avión no tocó tierra y no hubo ningún contacto entre unos y otros, más allá de la observación mutua a la distancia. Por eso, no se sabe el nombre de la tribu, cómo es su idioma o cuáles son sus costumbres. Sin embargo, la Fundación Nacional del Indio (Funai) calcula que viven allí unas 200 personas y que seguramente pertenecen a la familia lingüística de los panos, la más común en esa región del Brasil.

No hubo encuentro ni lo habrá.

El jefe del Departamento de Indios Aislados de la Funai, Sidney Posuelo, dejó clara la política que se sigue: Mientras no tengamos necesidad de entrar en contacto con ellos para advertirles sobre una posible catástrofe, no haremos contacto. Ningún contacto es justificable.

En este espíritu, el gobierno federal aprobó un decreto que convierte la región en área antropológica especial y que prohíbe el ingreso de cualquier persona a la misma.

Están dispuestos, dijeron, a armar grupos de patrullaje que hagan cumplir el decreto.

Los blancos pueden ser peligrosos porque, por buenas intenciones que tengan, cargan enfermedades desconocidas para los indígenas y frente a las que no suelen tener defensas.

Esta es una de las razones por las que el gobierno obligaría a los 30 habitantes de Jordao, un caserío que queda a 21 kilómetros de donde vive la tribu- a mudarse a otra región.

Más grupos aislados La Funai considera que existen en Brasil 55 grupos indígenas aislados, y que todos están en la Amazonia.

Ya hemos confirmado y localizado 21 tribus que, gracias a nuestra acción, no han hecho contacto con la civilización blanca, declaró el antropólogo Posuelo.

Los datos de la Funai dicen que, en total, hay en Brasil 206 etnias, algunas con apenas una docena de integrantes y solamente diez compuestas por más de cinco mil personas.

Alrededor del año 1500, dice este organismo, había en el Brasil entre 1 millón y 3 millones de indígenas.

Quedaron solamente unos 270.000.En los 70, los blancos entraron en contacto con los indios kranhacacore.

Los antropólogos querían preservarlos de los efectos de la construcción de una carretera. A los pocos años, el 90 por ciento de los miembros de la tribu había muerto, contagiado por enfermedades desconocidas para ellos.


Escrito por Alejandra Almirón Cartier el 2 de Julio

“Devastación en el Perú empuja tribus peruanas hacia el Brasil”, dice José Carlos Meirelles.

Invasión de territorio puede causar enfrentamiento entre comunidades.

Las últimas comunidades indígenas brasileñas que nunca tuvieron contacto con el hombre blanco corren riesgo de desaparecer.

Ellos viven en el Acre, en la frontera con el Perú, y sus tierras están siendo invadidas por tribus peruanas también aisladas, que huyen de la acción de madereros en su país.

Según el investigador José Carlos Meirelles, que desde hace 20 años monitorea a las tres tribus brasileñas que viven sin contacto, la invasión de los territorios puede causar conflictos entre los pueblos.

“La pelea puede estar pasando al monte y nosotros no nos vamos a quedar”, dijo Meirelles, quien vive en la región y sobrevuela estas tribus por lo menos una vez por año.

Mireilles cuenta que los indios peruanos comenzaron ha aparecer en el territorio brasileño desde hace cerca dos años.

Dice que es muy difícil ver a las personas durante los vuelos, pero que por el número de chozas vistas se calcula que la tribu extranjera tiene cerca de 80 individuos.

“Cuando el avión se acerca a ellos, ellos desaparecen. Alguien desde un avión debe haber lanzado tiros, soltado bombas…”, afirma.

Como nunca tuvieron contacto con blancos o mismos indios de otras etnias, los pueblos aislados del Perú miran a todos que encuentran como enemigos.

“Ellos llegan aquí, ven los blancos y piensan que son los madereros, iguales a los de allá. Allá, ellos atacan a la gente, con toda razón”, relata el investigador, que ya fue atacado con flechas por los indígenas.

Los indios brasileños aislados, otras tribus que viven en la región también corren peligro.

En entrevista al Globo Amazonia, los líderes indígenas Moisés e Bekni, Asháninca que también viven en el Acre, relataron que temen conflictos con los asilados, ya que ellos los confunden con indios de la misma etnia que trabajan en el desmantelamiento en el Perú.

Según Meirelles, que trabaja para a Fundación Nacional del Índio (Funai), el gobierno brasileño poco puede hacer, a no ser de presionar al Perú para fiscalizar la retirada ilegal de madera en su território.

Añadió que el lado brasileiño ya está todo demarcado con tierras indígenas, y no hay amenazas de este lado.

“Los índios están viniendo de allá porque aqui todo está tranqüilo”, afirma.

Para el investigador, para los brasileños de evitar conflictos entre las tribus es parar de comprar caoba.

Así se desestimulará la actividad maderera en la región. Esa madera es el principal producto retirado de la Selva Peruana.

En el Brasil, el corte de esta especie ya es prohibido.


Pueblos Tagaeri y Taromenane cercados por el extractivismo

Parecería que no hay nada que sorprenda ya a la actual sociedad globalizada de occidente, acostumbrada en su cotidianidad a temas escabrosos como nanotecnología, organismos genéticamente modificados y otros; en estos términos no es raro que la sorpresa venga de lo más simple, de lo que no se nos hace posible pensar como la existencia de otras culturas, de otros pueblos, de otras gentes movidas con un pensamiento diametralmente distinto al nuestro.

De esta manera, cuando desde la tv o la web aparecen imágenes de pueblos que mantienen una vida en donde “occidente” y su influencia no existe o es rechazada, nos confrontamos con la existencia del “otro” y su derecho de ser diferente.

Se puede considerar a los Pueblos en Aislamiento Voluntario en Ecuador como “ los restos de grupos indígenas amazónicos, antaño más numerosos, que por vivir en lugares remotos y casi inaccesibles de la selva, quedaron, ya desde el tiempo de la Conquista fuera del contacto con los conquistadores ”, a mas de lo anterior hay que considerar que la condición de aislamiento voluntario no es el resultado de una condición casual o geográfica, sino es el resultado de una decisión meditada y analizada tomada en ejercicio de la libre autodeterminación de los pueblos y basada en el conocimiento de un contexto hostil y violento.

Por otra parte, la situación de aislamiento voluntario es la expresión y concreción del reconocimiento del derecho de posesión y propiedad de las tierras y territorios que ocupan.

De gobierno a gobierno su presencia ha significado una molestia, ya que se preferiría una Amazonia vacía para poder extraer con libertad los recursos naturales que en ella se encuentran, es por esto que en diferentes épocas de la historia republicana de los países de América Latina se ha negado la existencia de estos pueblos, aún ahora, sus territorios se encuentran en disputa y los límites de los mismos se acuerdan más por las necesidades de las empresas extractivas que por los registros que se tengan de su vida en la selva.

De esta forma el genocidio en contra de estos pueblos no es solo expropiante de sus vidas y dignidad, sino también de tierras, territorios, recursos naturales como condiciones indispensables para la producción, reproducción y desarrollo de la identidad y cultura indígena.

El destino de los pueblos en aislamiento voluntario va de la mano de la historia colonizadora de la humanidad y su estado de vulnerabilidad extrema nos recuerdan los atropellos acaecidos siglos atrás y que en el momento actual no pueden ser repetidos.

Son los Estados, que se conformaron y aparecieron mucho después de que estos pueblos con su cultura ya estén consolidados dentro de sus territorios, quienes ahora se arrogan la potestad de reconocer o no “derechos” a sus habitantes originales.

Se discute su existencia, y negocian los derechos a su territorio, desde y hasta donde va, a las riquezas de su subsuelo o sobresuelo, a mantener su cultura, su idioma o a permanecer aislados.

Se han dando casos críticos en donde los gobiernos simplemente y a rajatabla niegan la existencia de estos pueblos y proceden a adueñarse de los recursos de estas tierras.

También está la muy real amenaza de nuestra sociedad que busca absorber y reconvertir todo en forma de artículos de compra y venta; las empresas petroleras han buscado adueñarse de los ricos yacimientos que yacen en los territorios con distintas estrategias, en los 70 la táctica fue irrumpir abruptamente y esperar que el estruendo de las armas de fuego sea suficiente argumento disuasivo. 30 años más tarde poco ha cambiado y son las carreteras dentro del Yasuní las que se usan para cercar a los pueblos Tagaeri y Taromenane.

Nos encontramos entonces enfrentados a un sistema económico, político, ideológico que parecería imparable, imposible de confrontar o detener, un aparato que pasa por encima de vidas humanas, de ecosistemas naturales sin ningún escrúpulo en su afán de adueñarse de las riquezas de la tierra.

La impotencia repleta los brazos de los testigos que sienten que no existen garantías que valgan para detener al monstruo, que el sistema internacional de DDHH es inservible, que desde la sociedad civil no existen voces con el poder suficiente de hacer que se respete la vida.

Los avances en Ecuador en esta materia han sido lentos pero se han dado, los derechos de los pueblos aislados Tagaeri y Taromenane, emparentados con el pueblo Waorani han sido recientemente reconocidos en la Constitución del 2008, tras una larga lucha del movimiento indígena del país.

Su territorio ha sido solo parcialmente reconocido en la conformación de la Zona Intangible Tagaeri-Taromenane, cuyos límites se establecieron más en negociación con las empresas petroleras del lugar que en respuesta de los patrones de movilidad y asentamiento de estos pueblos.

Parte del territorio Tagaeri/Taromenae, ha sido denominado para la actividad petrolera como “ Campo Armadillo ” y ejemplifica la historia contemporánea de estos pueblos: El Estado Ecuatoriano plenamente conocedor y bien informado de la existencia de clanes Tagaeri/Taromenane en el lugar, decide dar paso a la explotación petrolera del campo, pese a que estas actividades podría significar el genocidio de estos pueblos y pasa por encima de la existencia de garantías y derechos en la Constitución del país, de ser signatario de tratados y convenios internacionales de DDHH y de la existencia de medidas cautelares emitidas por la Comisión Interamericana de DDHH.

Por añadidura sucesos violentos han ocurrido en Armadillo y fuera de la Zona Intangible, existen amenazas reales a la vida de los pueblos indígenas y para las poblaciones colonas aledañas.

Las explosiones de la sísmica de la actividad petrolera habría irritado a los habitantes ancestrales y estos han salido en defensa de sus territorios, mientras el Estado es sorprendido por lo “ inesperado ” sin herramientas adecuadas para responder, y lo que es peor, apenas se enfría la noticia en los tabloides, el Ministerio del Ambiente emite la licencia ambiental para continuar con la actividad petrolera en la zona.

Los pueblos en aislamiento voluntario son beneficiarios de medidas cautelares otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el 10 de mayo del 2006.

Estas medidas obligan al Estado a adoptar acciones de protección, en concreto “El Gobierno del Ecuador está obligado bajo el artículo 1. 1 de la Convención Americana a respetar y garantizar los derechos humanos de todos los habitantes del país, incluyendo los Tagaeri-Taromenane y los restantes Oñamenane. ”

La nueva Constitución Política de la República del Ecuador , en su artículo 57 numeral 21 determina que “Los territorios de los pueblos en aislamiento voluntario son de posesión ancestral irreductible e intangible, y en ellos estará vedada todo tipo de actividad extractiva.

El Estado adoptará medidas para garantizar sus vidas y hacer respetar su autodeterminación y voluntad de permanecer en aislamiento, y precautelar la observancia de sus derechos.

La violación de estos derechos constituirá delito de etnocidio que será tipificado por la ley”.

En vista de lo antes expuesto, el gobierno de Ecuador debe detener de inmediato todo tipo de explotación petrolera en Armadillo y sus inmediaciones, las respuestas que deben primar son eminentemente sociales, incluyendo la reparación por los daños ambientales ya ocurridos, los del régimen del buen vivir y sobre todo los del respeto a la condición de aislamiento de los pueblos Tagaeri y Taromenane.

Un comentario

  • ArjunaV

    Escrito por Alejandra Almirón Cartier hace 6 días

    Pueblos ocultos en la selva ¿Derecho a vivir la propia Amazonía?

    La denominación pueblos en aislamiento voluntario remplaza actualmente la de pueblos no contactados, poniendo así especial énfasis en que ya no se trata de gentes en proceso de integración sino de reconocer su derecho a continuar su forma de vida. Sus tribus se mueven por un amplio territorio que no tendrá la anchura que sus antepasados recorrieron durante siglos.

    Hay varias maneras de entender la selva. Tal vez la mirada más espontánea que explica la singular sensación de atracción por la vida que vibra, al mismo tiempo que prevención, o aun temor, por esa bruma verde inextricable, sea la de un tierno personaje novelado por Laura Restrepo, a quien ella dio el nombre de Sacramento y empujó a la selva a fantasear hombrías y futuros. “No voy a aprender nunca –decía descorazonado– aquí nada es lo que parece y todo adquiere el don de transformarse en su contrario.

    Lo único seguro es la angurria con que te mira la selva; te descuidas un instante y eres hombre masticado”. “Sacramento arrancaba una hoja y le resultaba insecto, iba a agarrar un palo y era culebra, oía silbar bellamente a un pájaro y le resultaba culebra también”.

    Sí. El habitante de los confines no deja de estar atento, afilando las uñas y el machete, decidiendo qué deja avanzar y qué no, manteniendo a raya, día a día, la voracidad de la selva.

    El verde lujuriante acecha, coqueteando, en cualquier hueco del amplio claro abierto por el hombre, haciendo guiños de que está listo para abalanzarse más allá de cualquier borde que lo limite, con una ramita, una raíz engañosa, un sapo enamorado, el exhibicionismo indecoroso de una mariposa, una culebra que sortea calladamente un charco, el suspiro de un guacamayo.

    Claro, hablamos del habitante forastero, el que llegó extranjero y la vive con ojos de lucro o de voyerismo turístico. Muy otra es la mirada del poblador originario, pero el espíritu de la selva es difícil de aprehender y tal vez esté en vías de ser destruido antes de que se lo pueda conocer.

    La historia

    Cuando Francisco de Orellana, en 1541, se aventuró río abajo por el Amazonas, vio una población numerosa, parecería que mucho más numerosa que la que puebla hoy esta selva tropical de seis millones de kilómetros cuadrados, la más extensa del planeta, de los cuales más de la mitad se encuentran en Brasil mientras que el resto lo comparten Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y Guayana Francesa.

    Más aún, es posible que en épocas prehispánicas existieran caminos, hoy desaparecidos, que conectaran diversos puntos del mundo andino con las civilizaciones de la foresta húmeda.

    En realidad, bastante antes de que los españoles llegaran con su versión renacentista del hoy meneado y monárquico porquénotecallas, ya el Inca Pachacuti y su hijo Tupac Inca Yupanqui intentaron avanzar hacia el este, pero las tierras húmedas no se dejaron conquistar.

    Aunque los Incas llegaron hasta Carabaya donde extraían oro y tenían sus cocales, los hombres de la selva eran aguerridos y poco domables, escurridizos y no dados a la dependencia de manera que no pudieron apoderarse de los territorios más bajos ni someter a las poblaciones, pero establecieron relaciones de tributación y, a cambio de telas, hachas y cuchillos de metal recibían animales exóticos como monos, loros, guacamayos, serpientes, caimanes, anacondas y productos con lo que hoy llamaríamos cierto valor agregado como plumas, pieles, grasa de manatí, aceite de tortuga, polvos de pezuña de tapir, pescado seco, cera, miel, madera, resinas, cacao, mandioca, maní, plantas de uso medicinal y tinturas.

    Los españoles que llegaron en las primeras décadas del siglo XVI tuvieron aún menos fortuna: Pedro de Candia y Pedro Anzures, Álvarez Maldonado, Manuel de Escobar desde el Perú, Gómez de Tordoya desde lo que hoy es Bolivia, gentes que probablemente, antes de cruzar el océano no hubieran visto más que las mesetas de Castilla o los prados del país vasco, descendieron los ríos, chapotearon los barros, miraron con asombro los parásitos que se les criaban bajo la piel, negociaron con los aborígenes en aras de encontrar los fabulosos tesoros del Paititi que los convertirían en ricos peruleros, pero solo encontraron las flechas de Tarano, jefe de la Nación Toromona – una etnia h. Y desaparecida o que quizá, según la leyenda, viva en aislamiento en zonas no contactadas (por nosotros, los blancos, claro) – símbolo mítico de la resistencia al invasor.

    En general, solo la mitad de ellos volvía, frustrados y maltrechos, flacos y harapientos, tal vez afiebrados o enloquecidos, dando al traste con los dineros públicos y privados, verdaderas inversiones de riesgo que financiaban tales atrevidas excursiones. Y durante los siguientes trescientos años la selva quedó alelada y lejana, rumiándose a sí misma.

    Aunque para el incario era más importante el cobre con el que fabricaban armas, el brillo del oro, destinado a la frivolidad y la ostentación de poder, es lo que los profanos de la historia recordamos, lo que iluminó la codicia del hombre blanco y se constituyó en una de las modas económicas que trasegaron la selva con la especial angurria y el tradicional desparpajo que imprimió la revolución industrial al siglo XIX.

    A partir de 1930, cuando la Gran depresión, su precio pegó una estampida y desde las misiones de los dominicos hasta grandes compañías internacionales obtuvieron concesiones para su extracción.

    En el proceso artesanal, el material obtenido en el lecho del río o en un barro cercano, se mezcla con mercurio en el que se disuelve el oro. La mezcla, una vez escurrida el agua, se calienta hasta que el mercurio se evapora.

    El mercurio, poco a poco, va contaminando el agua y quedándose también en la grasita del sistema nervioso, alterando su estructura y su funcionamiento.

    Es mejor cambiar de rubro y dedicarse a otra cosa, como vender cerveza a los buscadores antes de que una línea negra ensombrezca las encías, porque ya será demasiado tarde.

    Buscar oro es el ejercicio de una aventura teñida con las reacciones peligrosas que provocan la ambición y el egoísmo y padece la desatención a las condiciones de trabajo, la lejanía de los centros donde las leyes velan por el más débil, maltrato, tráfico de mujeres, desaparición de menores, abuso sexual, la prostitución ejercida en combinación con el patrón como otra manera de aumentar el endeudamiento del trabajador.

    Otro tipo de oro marcó la selva con el estigma de la riqueza fabulosa a fines del siglo XIX y principios del XX cuando Charles Goodyear encontró la manera de vulcanizar el caucho, es decir, procesarlo para que no se pegoteara con el calor y no se resquebrajara con el frío.

    Para talar la Castilla ulei o agujerear la Hevea Brasiliensis en la estación de las lluvias y extraer la goma había que tener ciertas agallas. No era la primera vez que la riqueza estaba en tierras de otros de manera que, aprovechando la facilidad de que los pueblos indígenas no conocían nuestra forma de escritura y por lo tanto – valga la redundancia – no escrituraban, se organizaron correrías en las que se los perseguía para expulsarlos de las tierras donde estaba el caucho, se atrapaba, sometía, vendía y/o esclavizaba a los que sobrevivían, solucionando de paso el problema de conseguir mano de obra “muy económica”.

    Aquellos que lograban escapar a la masacre o que, por previsores, se internaban hacia las cabeceras de los ríos, a zonas de difícil acceso, se mantenían alejados de la fatalidad, pero creaban desequilibrios al irrumpir en el espacio de otras tribus provocando los conflictos lógicos de cambiar el mapa de población de los territorios que siempre habían habitado.

    El caso de los Metyktire y el aislamiento voluntario

    Garimpeiros y madereros ilegales continúan las correrías de los caucheros en pleno siglo XXI. En mayo de este mismo año indígenas de la etnia metyktire que habían elegido continuar viviendo como sus antepasados lo habían venido haciendo durante cientos o miles de años -en lo que los antropólogos llaman aislamiento voluntario- y nada se sabía de ellos desde 1950, debieron trotar varios días, con el corazón en la boca, para escapar de las balas de madereros y acercarse a una aldea de antiguos hermanos que habían preferido contactarse (sin tomarnos el atrevimiento de decir que habían elegido la vida civilizada ) para pedir ayuda.

    Podrían haber sido exterminados sin que el mundo se enterara. El encuentro de las dos ramas de una misma tribu fue emocionante, especialmente para los jóvenes de la aldea que, extrañados, recuperaban formas antiguas de su idioma, danzas y canciones que habían escuchado a sus abuelos.

    Hay una cantidad de poblaciones nativas que han decidido mantenerse alejadas de nuestra civilización ya sea que, voluntariamente, rechazan cualquier tipo de relación con el afuera de sus vidas o que tengan contactos iniciales por motivaciones propias de su cultura o por presiones externas.

    Es, por el momento, su proyecto de vida y las organizaciones internacionales de derechos humanos se han hecho cargo de darle entidad a este concepto y promover la conciencia sobre sus derechos en los estados que los albergan y en el ciudadano común.

    Es interesante hacer notar que la denominación pueblos en aislamiento voluntario remplaza actualmente la de pueblos no contactados , poniendo así especial énfasis en que ya no se trata de gentes en proceso de integración sino de reconocer su derecho a continuar su forma de vida.

    Sus tribus se mueven por un amplio territorio que no tendrá, obviamente, la anchura que sus antepasados recorrieron durante siglos, pero les provee un ambiente de abundancia, de caza, pesca, frutas y maderas combinado con la horticultura de roza y quema, recursos de flora y fauna que sus prácticas culturales y su baja demografía permiten que sean renovables.

    Custodian posibles reservas de otros recursos no renovables – gas, petróleo, minerales – sin saberlo o, al menos, sin que les importe, más que por el peligro que entrañan como polo de ambición del capital vampiro que se bebe la sangre del planeta en aras del consumo.

    Aunque pueden mantener algún contacto con la sociedad nacional, viven alejados de las poblaciones y escapan al acercamiento, evitando gripes, sarampiones y hepatitis, enfermedades infectocontagiosas contra las que su sistema inmunológico no los protege, que pueden contraer no más probándose la chancleta que un antropólogo distraído abandonó entre las raíces de un ficus y que acabará con sus vidas irremediablemente.

    Muchos otros peligros los acechan, conocidos o no por ellos: la ambición mercantilista del siglo XXI, potenciada por la escala humana, la explosión tecnológica y las necesidades consecuentes implican un peligro devastador que no tenían las entradas de Pedro Anzúrez o Gómez de Tordoya.

    La tala del bosque destruye el habitat donde se nutren. Las obras públicas arrastran impactos indirectos al crear nuevas poblaciones, generar sucesivas obras de infraestructura y facilitar nuevos caminos a los cazadores, a los madereros ilegales y al narcotráfico, tal el caso de la carretera transamazónica y de las represas faraónicas que alteran abruptamente los delicados vaivenes de un ecosistema de armonía inestable donde dos pececitos desorientados por un cambio en la corriente pueden acabar con la pesca multisecular; los cambios culturales inducidos por los misioneros evangelizadores que fuerzan el contacto, despreciando los arcos tensos y las flechas amenazantes de pueblos que siguen siendo guerreros para defender su territorio, su historia, su destino elegido y su privacidad, en caso de tener éxito, crean dependencias externas que aumentan la vulnerabilidad de estos grupos.

    Los indígenas ven a las compañías hidrocarburíferas, a los mineros y leñadores como a “fantasmas de la muerte” por el legado tóxico que dejan en los ríos.

    Tan es así que, cuando en 1987, dos misioneros se acercaron a la comunidad tagaeri para convencerlos de que permitieran la entrada de una empresa extractora de petróleo, fueron muertos a flechazos y fue la última vez que se tuvo noticias de este grupo indígena, que se internó nuevamente en el corazón de la selva desestimando su conexión con el mundo civilizado.

    Pero aún hay otra instancia, más allá de su derecho a la existencia en acuerdo con su forma de vida, y es el derecho a un reconocimiento político y jurídico por parte de los Estados nacionales, a la propiedad colectiva de sus territorios, de sus recursos, de sus genes, de sus conocimientos culturales así como el acceso a la distribución equitativa de los beneficios que producen esos mismos conocimientos culturales sobre la conservación y el uso sustentable de la biodiversidad.

    Lamentable y paradójicamente, es escasa o inexistente la información sobre sus vidas, su dinámica social y sus prácticas culturales porque su misma búsqueda vulneraría su derecho al aislamiento o hasta podría producir efectos catastróficos.

    La misma formulación de este concepto implica las consecuentes impotencias epistemológicas ya que conocer el objeto de estudio conlleva su destrucción.

    Nos ocupamos de unos álguienes que no sabemos si todavía existen, tocarlos es evanescerlos. Ni el propio Informe sobre la situación de los pueblos indígenas aislados y la protección de sus conocimientos tradicionales preparado por el antropólogo ecuatoriano Alex Rivas Toledo para la Oficina Regional para América del Sur de la Unión Mundial para la Naturaleza provee cifras, si bien cita los nombres de los pueblos que se supone mantienen su integridad, nombres que, seguramente, para usted lector sean, más que nuevos, desconocidos.

    Los toromona, araona, ese ejja, nahua, mbya-yuki, ayoreode, pacahuara, yucararé, t’simanes, mosetene, chimane en Bolivia, los korubo, hi-merima, massaco, zo’e, pipiticua, awá, caru, araribóia, kampa, menkragnoti, machineri, jaminawa, maku-nadeb, akurio, jandiatuba, piriuititi, jamamedi, familias kayapó pu ró – a la que pertenecen los metyktire que caminaron cinco días huyendo de los madereros – tupi y waiapi-ianeana en Brasil,los jurí o arojes en la región del río Puré y los nukak-makú de la Amazonía colombiana, los tagaeri y los taromenane, quizá parte de la familia lingüística de los huaorani en la región amazónica ecuatoriana, los remo, kapanawa, iscobaquebu o isconahua y cacataibos del grupo lingüístico mayoruna y clanes de la familia yora o yaminahua como los nahua, murunahua, iconahua, mastanahua, chitonahua forman parte de los aproximadamente veinte o treinta grupos que habitan la región amazónica del Perú, junto a los grupos lingüísticos arawak, los huaorani también llamados abijira o záparo; en Venezuela existen clanes y familias aisladas de los yanomami, jodi, jodi-eñepa y sapé algunos de los cuales se movilizan en zonas transfronterizas con Brasil.

    Por último en el Chaco del Paraguay y zonas fronterizas con Bolivia varios grupos ayoreo no desean contactarse o han regresado voluntariamente al aislamiento corridos por la expansión ganadera, la misma extensión de los cultivos de soja que ocurre en Bolivia o por la extracción ilegal de la madera, el emplazamiento de plantas de extracción de hidrocarburos, las obras civiles vinculadas a proyectos de desarrollo o la presión de los grupos misioneros que, además de amenazar la continuidad de la vida de los grupos originarios trastocan su integridad cultural, tal como les sucede a todos los pueblos indígenas de la Amazonía.

    Sydney Possuelo

    El adalid de esta lucha por la defensa de los derechos de los grupos indígenas a continuar su estilo de vida es el brasileño Sydney Possuelo, para quien, seguramente al igual que para usted que está leyendo esta nota, hubo un tiempo en que consideró la integración como lo mejor que podía hacer por los habitantes originarios de la selva.

    Era especialista en primeros contactos y en tiempos en que Brasil emprendió la conquista moderna de la selva fue llamado a intervenir en un conflicto con los Ararás, quienes no habían desaparecido como se creía hasta el momento, sino que atacaban a flechazos a los trabajadores que construían la carretera transamazónica. Possuelo propuso cambiar el avance a sangre y fuego por la atracción paciente de los pobladores primitivos a las bondades de la civilización. Y así lo hizo.


    entrevista, el periodista Pablo Cingolani

    En una conmovedora entrevista, el periodista Pablo Cingolani recuerda los siete pueblos indígenas desconocidos con los que Possuelo hizo contacto y le arranca confesiones acerca de la paradoja de esta historia.

    “Nuestro mundo es un encantamiento para ellos”, le dice Possuelo. “El contacto traía aparejado desestructuración grupal, necesidades artificiales –“si les das ropa, luego debes darles jabón para que la laven”-, descontrol personal, borrachera, prostitución, destrucción, porque lo peor de todo eran las epidemias que nosotros curamos a diario con una pastilla pero para las cuales los indios del corazón de la selva carecían de cualquier defensa inmunológica y morían sin remedio, solos, abandonados en la selva por sus hermanos”.

    “Desde 1987, yo pasé del contacto a la protección, es decir al no contacto, al derecho al aislamiento como la mejor manera de preservarlos.

    Si fuéramos más decentes, no habría pueblos aislados pero nuestra conducta los ha llevado a buscar protegerse de nosotros. Su aislamiento no es voluntario, es forzado por nosotros. No podemos ni debemos alterar eso”.

    En Sudamérica existen pueblos indígenas en aislamiento voluntario en Brasil, Perú, Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y tan cerca de nosotros como el Chaco Paraguayo.

    Brasil es el país que lleva la delantera en legislación que los proteja, seguido por Perú que ha sancionada una ley de reconocimiento de la propiedad sobre los conocimientos culturales y por Colombia; pero hay que decir que la tendencia general es a una fragilidad legal, financiera y técnica que en algunos casos conlleva una cierta subordinación a políticas extractivas.

    Podría citar encuentros con indígenas en aislamiento como el de los metyktire o el avistamiento que realizaron funcionarios del gobierno peruano cuando sobrevolaban el río Las piedras en el Parque Nacional Alto Purús, el 18 de septiembre de este año a las doce y cuarto del mediodía: un grupo de 21 indígenas entre jóvenes, mujeres y niños salieron de sus chozas de hojas de palmera construidas sobre la playa para ver el paso de la avioneta.

    Una mujer, acompañada por un niño, apuntó con sus flechas a la avioneta con la intención de enfrentarla o alejarla. Luego el grupo se refugió en el monte ribereño. Pero pocos tienen como final los cantos y bailes de los metyktire o fotos desde una avioneta que los muestran tan ingenuos y vulnerables escondiéndose en la espesura. Como dice el mismo Pablo Cingolani, “las anécdotas que puedo contar son todas aberrantes, tristísimas; historias de genocidio y muerte”.

    He contado una larga historia, larga por los quinientos años que recorre, pero más aún por la intensidad siempre trágica de los hechos que he relatado.

    Si bien empieza en el siglo XVI, el hilo que la conduce es mucho más extenso, se interna hacia atrás en el tiempo y se ramifica hacia profundidades muy lejanas que ya no podemos conocer.

    Las vueltas del planeta nos ubican hoy en una realidad ambivalente y paradójica en la que el progreso y el bienestar se miran en el espejo del consumo al tiempo que los signa el desapego de la naturaleza, el desamor por el prójimo desconocido y la indiferencia por su futuro y el nuestro.

    En contraste, deliramos por recorrer las antiguas aldehuelas de callejas empedradas, visitamos las reservas naturales, conocemos los pueblos que guardan el recuerdo de otros tiempos y otras sociedades y compramos cerámicas de aire vetusto, añorando con hipocresía la simplicidad del pasado y una comunión con la tierra que, en términos generales, no estamos dispuestos a ejercer.

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    Leonardo Cortez Y Grupo Hollywood Latino [Administrador]
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    Escrito por Leonardo Cortez Y Grupo Hollywood Latino hace 6 días

    Hola Alejandra, muchas gracias por compartir la entrevista.

    Es así que el aislamiento de estas tribus debe ser respetado, esto implica también respetar los bosques y todas las riquezas naturales que hacen a su sustento y preservación.

    Saludos

    Viviana Saíni