Entrevista con José Agustín

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.Jorge Luis Herrera
El escritor José Agustín (1944) nació en Acapulco, Guerrero; desde la adolescencia comenzó a publicar en diversos periódicos y revistas, resaltando siempre por su original concepción de la narrativa. Es autor de cuentos, relatos, obras de teatro, guiones cinematográficos, ensayos y novelas. Destacan los libros: La tumba, De perfil, Luz externa, La nueva música clásica, Inventando que sueño, La panza del Tepozteco, Se está haciendo tarde (final en laguna), los dos tomos de Tragicomedia mexicana y, el más reciente, Los grandes discos de rock** (1951-1975), del cual nos habla en esta entrevista, que permite apreciar sus conocimientos y su pasión por el rock and roll.

Nota: Es importante especificar que este reconocido escritor mexicano, desde su juventud se ha caracterizado por sus opiniones controvertidas y por expresarse de formas no muy convencionales. Deseamos que el lector lea esta entrevista con atención y desde una perspectiva crítica.

José Agustín…………….

José Agustín, su literatura se ha distinguido por ser innovadora. Su proposición es diferente, como la del rock; vincula la cultura popular, la alta cultura y el lenguaje coloquial…

Mucha gente me ha dicho que lo que yo escribía es una especie de rock and roll verbal. Juan Villoro afirmaba que como no teníamos buen rock en los años sesenta en México, te leías De perfil y era como estar en un concierto de los Who o de los Rolling Stones. A través del rock puedes bajar a los pantanos del alma humana y llegar a tu condición más instintiva, expresándote por medio de una visceralidad tremenda; toca desde la última planta del subsuelo, hasta la parte más alta del Himalaya, donde estás más cerca de rascar el cielo. En ese sentido mi literatura se tiñó del espíritu del rock, aunque a veces no hable directamente de él; me interesaba que fuera capaz de bajar hasta las raíces del ser humano, y de subir a los máximos confines del espíritu. Anteriormente, el lenguaje artístico tenía que emplear códigos distintos a los de la realidad, se decía que no podías hacer arte si utilizabas un lenguaje cotidiano. Pero mi generación reiteró lo contrario, decidimos que el lenguaje coloquial no debía escribirse miméticamente, sino que era necesario transmutarlo artísticamente; sometiéndolo a un proceso de depuración, de decantación y de concatenación. Algunos autores han demostrado que el lenguaje coloquial puede ser literario, como Mark Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn, que es uno de los agasajos más sensacionales que hay.

¿Cuál es la relación entre su vida, su literatura, y el rock?

Están interrelacionadas totalmente. Empecé a escribir y a escuchar música desde niño. Soy testigo de la evolución del rock, desde sus inicios. De ser un gusto juvenil, se volvió algo más profundo y abarcó áreas de mí mismo que nunca hubiera imaginado. El rock está muy presente en lo que escribo; desde mi primera novela, La tumba; en la que el epígrafe lo tomé de una cancioncita de Neil Sedaka, y que yo sepa, fue la primera vez que alguien le dio ese uso a una canción de rock.

¿Desde cuándo surgió su pasión por el rock?

Desde que tengo uso de razón escucho todo tipo de música. Crecí en una familia de clase media, y gracias a que mi papá era piloto aviador tenía acceso a discos gringos difíciles de adquirir en México. Con tal de nutrirme de rock, compraba cancioneros, revistas y todo lo que podía. Así obtuve mi culturita rockanrolera. Aunque el rock seguía siendo satanizado o visto como franca frivolidad, cada vez era más accesible. A los 21 años escribía para una revista que compraba los derechos periodísticos de otras, entre ellas el Paris Match y Marie Claire; y como yo era el único que hablaba francés, me encargaba de refritear los textos. El primero que leí fue uno sobre Bob Dylan y dije: “¡qué nota más pinche!, puedo hacerla mejor”. La hice y les gustó. A partir de entonces me convertí en el primer crítico mexicano de rock.

¿Podría hablarnos sobre el concepto rock and roll?

La primera definición es la tradicional, la que usó Alan Freed para burlarse de las radiodifusoras gringas, era un eufemismo que utilizaban los músicos negros, sobre todo los jazzistas, para decir coger. Let´s rock and roll significa: vamos a coger. Por eso tiene una sensualidad hija de su pinche madre. El cabrón de Alan Freed, cuando vio que no podía usar el término rhythm and blues en la radio, inventó el de rock and roll… ¡fue una jiribilla tremenda!, ¡por quitarles algo que no les gustaba, les echó algo mucho más denso! Después se dividió el concepto y abarcó todas las vertientes surgidas en los años cincuenta y sesenta. En Inglaterra los jóvenes se clavaron en el blues y en el rhythm and blues más puro, renovando el fenómeno, y creando una música que se veía venir, aunque no en esas proporciones. Fue la invasión del rock británico. Manejaban elementos de la alta cultura, pero sin perder la visceralidad y la fuerza expresiva. Más tarde, los críticos y los fans inventaron múltiples etiquetas, algunas muy útiles, pero otras son ¡francamente esotéricas!

Usted ha escrito varios libros sobre rock…

Me he aproximado al rock de distintas formas, pero nunca he quedado satisfecho del todo. Primero escribí, en 1968, La nueva música clásica, que fue pionero en México, y prácticamente en todo el mundo, aún en Inglaterra y Estados Unidos existían pocos libros de este tipo. En esa época se discutía sobre si el rock era verdaderamente un fenómeno cultural, la mayoría de la gente consideraba que era un producto de moda comercial chafa. Los muy izquierdistas decían a su vez, que era un vehículo de penetración imperialista y de colonización cultural.
Una de mis labores fundamentales fue, primero que nada, establecer que el rock es un fenómeno cultural tan rico y valioso como cualquier otro, y que toca desde lo más sofisticado, hasta lo más vernáculo de la cultura popular; además, es un puente entre los diferentes estratos sociales. También traté de establecer que el rock tiene un profundo valor libertario y contestatario. Pugné porque en México compusiéramos rock en español, para expresarnos en nuestro propio idioma, sin embargo, los rockanroleros mexicanos estaban muy reacios, pensaban que el inglés era el idioma natural del rock… ¡y en el fondo ansiaban pegar en el gabacho, como Carlos Santana! Esos fueron los valores del libro, se tiraron más de cien mil ejemplares, pero como no me gustó mucho, detuve las ediciones. Después, a principios de los años ochenta, lo actualicé y cubrí más espacios, pero conservó el mismo título.
Con el tiempo tampoco quedé complacido y abordé el rock de otra forma, con ensayos específicos, evité las visiones globales, que quizás fueron los defectos de los dos libros anteriores. Entonces escribí Contra la corriente y, años más tarde, El hotel de los corazones solitarios, ambos contienen ensayos de distintos tamaños. Fueron una especie de experimentos literarios, que dieron pie a mi último libro, Los grandes discos de rock, donde expreso mis planteamientos más profundos en torno al rock, analizando disco por disco. En él, propongo la idea de que cada disco te puede contar un cuento. Decidí romper la planicie del género estrictamente ensayístico y jugué con la literatura. Incluye cuentos, textos breves, cartas, noticias apócrifas, conversaciones de gente que está platicando sobre un grupo, pequeñas fábulas… en fin, un cuarenta porciento del libro es literatura.

¿Cada disco narra una historia?

De entrada narran la historia de los rockanroleros, quienes a través de su música expresan su concepción del mundo. Por otro lado, desde hace mucho tiempo traduzco literatura a distintos idiomas, pero también hago adaptaciones entre lenguajes artísticos, por lo que de alguna manera ya estaba acostumbrado a preguntarme: ¿qué me dice este disco?

¿Discos conceptuales como el Dark side of the moon de Pink Floyd o el Sgt. Pepper´s lonely hearts club band de los Beatles lo invitan a escribir?

Sí, pero menos, porque en sí mismos ya cuentan una historia. Eso es parte del concepto de lo conceptual, perdonando la redundancia. Son obras solitarias, grandes épicas rockanroleras que narran algo a través del estado de ánimo o de las referencias específicas. En esos casos opté por el tono ensayístico. En mi libro me refiero a Pink Floyd de una forma rara, porque los hice indios mayas de la selva locochona. Algunos me han reprochado que con este libro cultivo los mitos sajones, pero no, tiene un pie mexicano muy fuerte, por ejemplo: Erick Clapton aparece aquí en Cuautla platicando conmigo, John Lennon está también en una hacienda del Estado de Morelos y Jimi Hendrix interactúa en el Metro Balderas. El texto de Larry Williams está lleno de citas de José Alfredo Jiménez y Agustín Lara. El libro sólo se pudo escribir en México.

Remitiendo al título de uno de sus libros, ¿el rock es una nueva música clásica?

Sin duda. El gran acierto de ese libro fue plantear que la música clásica de esa época se había elitizado, al extremo de que perdió todo contacto con la realidad. Se necesitaban sofisticados decodificadores para acceder a la música de Kristof Penderesky, Iannis Xenakis, John Cage, Edgard Varése y de los compositores de la segunda mitad del siglo XX. En esas circunstancias el rock recuperó aires de la alta cultura y del folklore internacional, generando obras que sorprendieron mucho, tanto a los críticos y a los fans, como a los mismos compositores de música clásica. Después de escuchar a los Beatles, John Cage se dio cuenta que estaba sucediendo algo muy grueso y modificó su concepción musical. Esa generación de músicos ya estaba bastante formada, pero la que siguió tomó más elementos del rock; Philip Glass, Glenn Branca y los minimalistas se nutrieron de él. Glass tiene dos sinfonías geniales, Low y Heroes, basadas en obras de David Bowie y Brian Eno. El rock es un fenómeno artístico cultural de extraordinarias y múltiples facetas, nadie lo puede cubrir en su totalidad, la riqueza sólo la aprecias en conjunto. El gran rock siempre es arte, y del mejor.

¿El rock and roll forma parte de la contracultura?

Claro, por eso fue ligado con la rebeldía de los chavos y con películas como El salvaje, de Marlon Brando, Semilla de maldad, de Richard Brooks, y Rebeldes sin causa, de Nicolas Ray. Los orígenes del rock rompían el molde establecido, por lo que el gobierno emprendió fuertes campañas en su contra, se le consideró bolchevique, comunista, promotor de la drogadicción o francamente demoniaco; y claro, a los que nos gustaba, eso nos volvió más antisistema. En los años ochenta, el régimen gubernamental comprendió que no podía parar esa expresión musical y trató de dirigirla, pero se le escapó las más de las veces. A partir de entonces el rock fue acosado por las transnacionales y la industria, lo que melló su filo contracultural. El rock no implica necesariamente una ruptura al orden social, pero sí al institucional. Se ha vuelto un fenómeno cultural decisivo, sin precedente, que rebasa por mucho su condición de arte, de alta cultura, de cultura popular y de fenómeno social.

¿Cuál es la función del rock en la sociedad?
Es un medio de autoconocimiento. Su relación con la cultura popular le da un carácter de distractor que te permite gozar. Inicialmente, el rock significó una liberación emocional, sobre todo física, ya que en aquella época las personas no movían el cuerpo, todo era rígido. La sociedad estaba muy constreñida y era asfixiante, pero el rock terminó con esa limitante, permitiendo que la gente creara una estética de lo que no era estético. Sirvió como plataforma de expresión y generó espacios propios. Por primera vez una generación logró descargar represiones y tensiones a través de la música y el movimiento… ¡empezaron a bailar y a sacudirse como changos!… eso los alivianó horrores.

*Esta entrevista fue publicada en el suplemento cultural “El Ángel” del periódico Reforma el 16 de marzo de 2002.
** Editorial Planeta, México, 2002.