El bibliocausto nazi por Fernando Báez (*)

El bibliocausto nazi
por Fernando Báez (*)

Todos, en algún momento dado, deben haber oído hablar del Holocausto Judío, nombre dado a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero conviene advertir, y eso desde el inicio, que este genocidio tuvo su equivalente. También hubo un Bibliocausto, donde 100 millones de libros fueron destruidos directa o indirectamente por el mismo régimen. Entender cómo se gestó puede permitirnos comprender cuanta razón tenía Heinrich Heine cuando escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): […]donde los libros son quemados, al final también son quemados los hombres[…]. La destrucción de libros de 1933 fue, a mi juicio, apenas un prólogo a la matanza siguiente. Las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios. Y esto merece una reflexión detenida, porque se trata de un acontecimiento que marcó para siempre la vida de millones de hombres y va a continuar como uno de los hitos más siniestros de la historia.
El comienzo de esta barbarie tiene fecha: el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la llamada República de Weimar, en Alemania, Paul Ludwig Hans Anton Von Beneckendorff Und Von Hindenburg (1847-1934), designó a Adolfo Hitler como canciller. Trataba de reconocer así la inestable mayoría de este iracundo político; viejo y cortés, Hindenburg ignoró lo que sobrevino casi de inmediato: un período político y militar conocido posteriormente como El Tercer Reich (El Tercer imperio). Hitler, quien había sido cabo en el ejército, frustrado pintor, gestor de fracasado golpe de Estado en 1923, utilizó una estrategia de intimidación contra los judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. No era, como puede pensarse ligeramente, un loco, sino la voz más visible de una idiosincracia germana totalitaria.
El 4 de febrero, la Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y definió los nuevos esquemas de confiscación de cualquier material considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El 28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado, legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones controladas, el Partido de Hitler, conocido como Partido Nazi, obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y se decretó oficialmente el nacimiento del Tercer Reich.
Alemania, obviamente, estaba transformando sus instituciones después de la terrible derrota sufrida durante la I Guerra Mundial. Hitler, quien no era alemán, fue considerado como el un estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva, y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia, no obstante, estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran fanáticos, pero el segundo fue quien convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían ejecutando, y logró su designación al frente de un nuevo órgano del Estado, el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración de Pueblo y para la Propaganda).
Goebbels estaba consciente de sus ideas, y Hitler le dio carta blanca. Tenía una fe absoluta en su amigo, así como buenas razones para creer ciegamente en sus aciertos. Goebbels, quien no había ingresado al Ejército por ser patizambo, se había doctorado como Filólogo, en 1922, en la Universidad de Heidelberg, donde fue profesor Friedrich Hegel en el siglo XIX. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos marxistas y de todo lo escrito que existiera contra la burguesía. Admiraba a Friedrich Nietzsche, recitaba poemas de memoria, y, escribía textos dramáticos y ensayos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación, como lo dijo muchas veces, y ya con el cargo de Ministro, en 1933, reunió un equipo de trabajo para redactar la Ley Relativa al Gobierno del Estado, sancionada el 7 de abril de ese año. Indudablemente, ahora tenía un control absoluto sobre la educación y fomentó un cambio total en las escuelas y universidades. El 8 de abril se envió un memorando a las Organizaciones Estudiantiles Nazis, en el cual se proponía la destrucción de aquellas obras consideradas peligrosas en las bibliotecas de Alemania. De todos modos, ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, se quemaron libros en Schillerplatz, en un lugar llamado Kaiserslautern. El primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y en Rathausvorplatz.
Algo terrible se gestó entonces. Una especie de fervor inusitado que estaba limitado por la presión internacional europea, despertó entre los estudiantes e intelectuales alemanes. Un odio manejado por osadas ráfagas de propaganda se extendió en las aulas, y el resultado no se hizo esperar. El 11 de abril, en Düsseldorf, se destruyeron libros de contenido comunista y judío. Algunos de los más importantes filósofos alemanes, sin ser obligados a ello, como Martin Heidegger, adhirieron las ideas de Goebbels. En abril, Heidegger fue designado Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo se hizo miembro del NSDAP, lo cual indica que debió recitar el siniestro juramento de esa organización.
El 2 de mayo, en la Gewerkschaftshaus de Leipzig, se destruyeron textos, pero fue realmente el 5 de mayo de 1933 cuando empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia fueron a la biblioteca, y en medio de lágrimas y risas, recogieron todos los libros de autores judíos o de procedencia judía. Horas más tarde, los quemaron. Estaba bastante claro que esa era la vía elegida para mandar un mensaje al mundo entero. Y los actos así lo probaron.
Los estudiantes estaban frenéticos. El día 6, del mismo mes, la juventud del Partido Nazi y miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels, indetenible, preparaba reuniones todas las noches porque se había decidido iniciar un gran acto de desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, se propuso el 10 de mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de libros.
El 10 de mayo fue un día agitado desde temprano. Miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes se agolparon en la biblioteca de la Universidad Wilhelm Von Humboldt y comenzaron a recoger todos los libros prohibidos por el régimen. Había una euforia inesperada, fluctuante. Finalmente, los libros, junto con los que se habían obtenido en otros centros, como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de obras sobrepasaba los 25.000. Pronto, se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos empezaron a cantar un himno que causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue fulminante: Contra la clase materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida. Marx, Kautsky .
La hoguera ya estaba encendida. Tal vez nadie podía creer lo que pasaba, pero una de las capitales más cultas del mundo, donde se encontraban algunas de las más importantes universidades europeas, fue el centro de una de las quemas de libros más impresionante de la época. Joseph Goebbels, quien dirigía todas las acciones, levantó la voz y después de saludar con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema: La época extremista del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba, sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo[…]
«Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida[…]
«Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable[…]
«Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[…]
«El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones[…]
Los cantos entonces prosiguieron y al final de cada estrofa se aplicó la medida de arrojar los libros de aquellos autores mencionados:
Contra la decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en la familia y en la propiedad.
Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner
Contra el pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y al Estado.
F.W. Foerster.
Contra el desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por la nobleza del alma humana.
Escuela de Freud.
Contra la distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras históricas. Por el respeto a nuestro pasado.
Emil Ludwig, Werner Hegemann.
Contra los periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación responsable para reconstruir la nación.
Theodor Wolff, Georg Bernhard.
Contra la deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por la educación de la nación en el espíritu del poder militar.
E.M. Remarque
Contra la arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa pertenencia del Pueblo.
Alfred Kerr
Contra la impudicia y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad alemana.
Tucholsky, Ossietzky
La operación, cuyas características se habían mantenido en secreto hasta ese instante, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo, hubo una quema de libros en numerosas ciudades alemanas. La lista de quemas incluyó varias ciudades y fue casi simultánea para causar pánico: Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz se incineraron cientos de escritos.
Y, como si se tratara de una avalancha, Goebbels insistió en continuar con estas quemas de libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, se eliminaron libros en Erlangen Schloßplatz, en la Universitätsplatz de Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se decidió repetir el acto. El 17 de ese mes, la Universitätsplatz, de Heidelberg se conmovió cuando hasta los niños participaron en estas acciones. También el 17 se volvió a utilizar la Jubiläumsplatz, en Heidelberg, para las quemas. Hubo otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en la ciudad de Karlsruhe.
El 19 de mayo, Hitler estaba totalmente emocionado. Y Goebbels, seguro de los efectos de este éxito, pidió a los jóvenes no detenerse. El mismo 19, el horror se mantuvo en el Museo Fridericanum, en Kassel, y en la Meßplatz, de Mannheim. El 21 de junio, en tres regiones se quemaron libros. Por una parte, estaba Darmstadt, en cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, Essen y la mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.
El impacto producido por las quemas de mayo 1933 fue enorme. Sigmund Freud, cuyos libros fueron seleccionados para ser destruidos, dijo irónicamente a un periodista que semejante hoguera era un avance en la historia humana:
En la Edad Media ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros[…]
Freud, por descuido, tal vez, olvidó en su broma que él hubiera sido quemado en un horno si se hubiese quedado en Alemania.
Varios grupos intelectuales marcharon en Nueva York contra estas medidas . La revista Newsweek no vaciló en hablar de un “holocausto de libros” y la revista Time utilizó por primera vez el término de “bibliocausto”. Los japoneses, impresionados, condenaron los ataques. El repudio, en suma, fue total.
No obstante, según el ensayista W. Jütte , el rechazo no evitó que se destruyeran todas las obras de más de 5.500 autores. Los principales textos de los más destacados representantes de inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad. La Comisión para la reconstrucción cultural judeo-europea, estableció que en 1933 había 469 colecciones de libros judíos, con más de 3.307.000 volúmenes distribuidas de modo irregular. En Polonia, por ejemplo, había 251 bibliotecas con 1.650.000 libros; en Alemania, 55 bibliotecas con 422.000 libros; en la Unión Soviética, 7 bibliotecas con 332.000 libros; en Holanda, 17 bibliotecas con 74.000 libros; en Rumania había 25 bibliotecas con 69.000 libros; en Lituania había 19 bibliotecas con 67.000 libros; y en Checoslovaquia había 8 bibliotecas con 58.000 libros. Al finalizar la II Guerra Mundial, no quedó ni la cuarta parte de estos textos. Los libros judíos eran considerados “enemigos del pueblo” y estaban visiblemente prohibidos. Entre 1941 y 1943, los dueños de las colecciones eran deportados y sus bibliotecas confiscadas. Un informe confidencial del erudito Ernst Grumach revela que la Gestapo convirtió en pulpa de papel cientos de obras para poder sacar folletos y revistas propagandísticas . Las colecciones judaicas de Polonia y Viena se quemaron en un incendio en las oficinas de la Reichssicherheitshauptamt (Oficina Central de Seguridad del Reich), ocurrido entre el 22 y 23 de noviembre de 1943.
En Polonia, los Brenn-Kommandos acabaron con las sinagogas judías y prendieron fuego a la Gran Biblioteca Talmúdica del Seminario Teológico Judío de Lublín. Un informe nazi sobre este hecho se conserva: Para nosotros es motivo de especial orgullo destruir la Academia Talmúdica, conocida como una de las más grandes de Polonia[…]Nosotros sacamos la notable biblioteca talmúdica fuera del edificio y colocamos los libros en el mercado, donde les prendimos fuego. El fuego demoró veinte horas[…]
Desde 1939, no hubo una semana en la cual no se produjese un ataque contra una biblioteca o museo polaco. La Biblioteca Raczynsky, la Biblioteca de la Sociedad Científica y la Biblioteca de la Catedral (dotada con una renombrada colección de incunables), sufrieron quemas devastadoras. La biblioteca Nacional de Varsovia, en octubre de 1944, fue destruida con tal saña que se quemaron 700.000 libros. Esto no es todo: la biblioteca militar, con 350.000 obras, fue arrasada. Cuando los alemanes abandonaban el país, quemaron los archivos de la Biblioteca Pública de Varsovia. La Biblioteca Tecnológica de la Universidad de Varsovia, con 78.000 libros, fue atacada y destruida en 1944. A duras penas, los bibliófilos rescataron 3.850 títulos unos años después.
La persecución afectó al matemático Waclaw Sierpinski (1882-1969), famoso por haber resuelto un problema planteado por Gauss y por haber escrito libros ininteligibles como La teoría de los números irracionales (1910). En 1944, los nazis, preocupados por sus hallazgos, arrasaron su biblioteca y la de otros colegas suyos. Según los expertos, unos 15.000.000 de libros desaparecieron en Polonia. Entre 1938 y 1945, el ejército alemán, inspirado por el mito de una raza pura con textos sagrados, invadió también Checoslovaquia. Casi de inmediato, las bibliotecas de la zona de Sudetenland sufrieron saqueos y numerosos ataques además de quemas públicas de libros.
La biblioteca Nacional de la Universidad de Praga fue severamente dañada y al menos 25.000 libros desaparecieron. Todos los volúmenes de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Naturales fueron destruidos. Al final de la ocupación, ya no existían 2.000.000 de obras y clásicos como la Biblia Eslava y siete códices preciosos pertenecientes a la biblioteca de Jan Hodejovsky, quedaron en cenizas .
Hitler, por su parte, no distrajo jamás su afecto por Goebbels y le perdonó todo, hasta sus reiterados deslices con prostitutas judías. El día de su suicidio, en 1945, lo nombró Canciller del Reich. Y Goebbels, aceptó este honor, pero por unas horas. Casi como si se tratara de una simetría perversa, el 1 de mayo, el mes de la gran quema de libros, acabó con todos sus hijos, mató a su esposa, y luego, no sin esbozar una sonrisa de triunfo y alzar la mano celebrando al Führer, se dio muerte .
Poco después, y agrego este comentario irónico a modo de final, los libros de la biblioteca personal de Hitler fueron encontrados en una mina de sal cerca de Berchtesgaden por un grupo de soldados de la División 101. De una colección de más de 16000 libros, quedaban 3000 libros, pero algunos más fueron robados y los otros destruidos debido a los datos que contenían, y el resto, unos 1200, fueron transferidos a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en enero de 1952, y desde entonces permanecen allí. Lo interesante de este hallazgo fue que nos permitió saber que Hitler era lector voraz, un bibliófilo preocupado por las ediciones antiguas, por Arthur Schopenhauer, y una devoción entera por Magie: Geschichte, Theorie, Praxis (1923) de Ernst Schertel, obra en la que todavía se puede encontrar subrayado de su puño y letra la frase:
Quien no lleva dentro de sí las semillas de lo demoníaco nunca dará nacimiento a un nuevo mundo
Esta frase curiosa, sesgada, resaltada, puede ser la que explique el horror descrito en este capítulo.