MISTERIOS CRISTIANOS

MISTERIOS CRISTIANOS

François Chenique

LOS NOMBRES DIVINOS

«Dios y su Nombre son idénticos» (1). Para aquel que no comprende esto en ningún grado, el Rosario no puede tener ningún sentido. Es evidente que el «simple» que recita su Rosario lo comprende ya en un cierto grado. Es el increyente el que no comprende nada, ya que un Nombre divino no es nada para él. Las palabras de Cristo son formales: hay que orar en su Nombre, pedir en su Nombre, reunirse en su Nombre. El Nombre divino no es «manifestación de Dios», sino que es «Dios en su manifestación», ya que es antes que nada «Dios» antes que ser otra cosa. El Nombre divino es inexpresable en su esencia, pero en su Misericordia, Dios revela un Nombre que es su Presencia en medio de los hombres: este Nombre es el soporte de todas las cualidades divinas que nosotros podemos conocer y realiza en nosotros estas cualidades en la medida en la que nosotros hacemos presente a nosotros mismos este Nombre por la invocación. Jesús es «Dios que salva»; si él a dejado a los hombres su Nombre, es para que los hombres sean salvados por este Nombre, ya que «quienquiera que invoque el Nombre del Señor será salvado» (Joel 3,5; Rom 10,13).

Hay por lo tanto que aceptar la «técnica» de la invocación de los Nombres sagrados. Jesucristo mismo ha dicho: «Todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, él os lo dará» (Jn. 15,16) y además: «Ahí donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20). El Nombre divino es entonces dejado tras la Ascensión, como un «memorial», una llamada y una verdadera «presencia» del Señor.

En efecto, puesto que el Nombre divino no es solamente «manifestación del Principio», sino antes que nada el «Principio manifestado», este Nombre divino es una «presencia real», análoga a la de la Eucaristía. Además las técnicas de comunión y de invocación eran utilizadas simultáneamente en la Iglesia primitiva. El Nombre divino tiene por lo tanto los mismos efectos «transformantes» que la Eucaristía, y hay que subrayar que la comunión y la invocación utilizan el mismo órgano: la boca. La comunión es más bien pasiva en tanto que ella es «recibida»; la invocación es activa en tanto que es «hecha» y es el complemento indispensable de la comunión (2).

La invocación del Nombre de Jesús se ha desarrollado primeramente en los desiertos del Oriente cristiano utilizando cortas fórmulas en las que estaba insertado el Nombre divino. Después, la plegaria de invocación ha sido transportada al Monte Athos donde ha nacido esa forma de espiritualidad llamada «hesicasmo». A pesar de los ataques de que ha sido objeto, sobre todo en el momento de la querella Palamita, el hesicasmo ha continuado dando sus frutos hasta nuestros días. El interés despertado en Occidente por la publicación de las Relatos del peregrino ruso muestra que el hesicasmo no es un simple accidente en el desarrollo de la espiritualidad crística. En la Iglesia ortodoxa, nunca se ha cesado de invocar el Nombre divino a través de la plegaria de Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador»; como lo explican los Padres, todo el misterio de la salvación esta encerrado en esta fórmula. Traducciones de los principales pasajes de la Filocalia han sido igualmente publicados. Los católicos se interesan por la cuestión, y la invocación del Nombre divino es susceptible de aportar un apoyo a Occidente para su restauración espiritual.

El Edad Media latina ha conocido ciertas formas de invocación, aunque solo fuera el Kyrie eleison de la misa y en las letanías, pero no ha conocido lo que Oriente llama la «Oración de Jesús», formula indefinidamente repetida, susceptible de producir maravillosos efectos espirituales, a condición de que la recitación esté acompañada de una ascesis conveniente y sea hecha bajo la dirección de un guía espiritual experimentado. No obstante San Buenaventura y San Bernardino de Siena han escrito sobre el Nombre de Jesús, y la devoción de San Francisco de Asís hacia el Nombre divino es bien conocida.

Parece que la Edad Media en su final haya querido condensar en una sola fórmula a la vez lo que había descubierto de mejor como método espiritual, y lo que hay de más alto como doctrina. El Rosario es por excelencia un método de invocación y un resumen de la doctrina metafísica, tal como lo hemos expuesto en capítulos precedentes (3).

El Rosario se compone esencialmente del Pater y del Ave. El Pater es la oración revelada por Jesucristo mismo, y el Ave es la oración aportada por el cielo a través del Ángel. Ambas dos tienen por lo tanto un origen no humano. La piedad moderna parece caracterizarse por el rechazo de toda «forma» y de toda «fórmula». Ciertamente, el formalismo es siempre algo a evitar, pero se olvida que la oración espontánea, surgida del corazón, es ya un estado espiritual elevado, y que no conviene comenzar por ahí. Cuando los apóstoles han pedido un «método de orar» han recibido una fórmula, el Pater.

El Pater es una fórmula de alabanza y de purificación, ya que pide perdón por las ofensas. El Ave es la fórmula de invocación de los Nombres sagrados. La salutación del Ángel y la de Isabel no contienen, en efecto, los Nombres de Jesús y de María; se insertaron a continuación, como joyas en el noble joyero de la escritura.

Por el saludo «Ave María», el alma entra en relación con la Virgen o Substancia universal, de la que quiere realizar sus perfecciones, gracias al nombre sagrado de María que es eficaz, como lo hemos explicado más arriba.

María, o la Substancia, es «gratia plena» (4). Inmaculada desde su concepción, María está colmada de la gracia de lo alto. El alma desea recibir esta gracia y conformarse lo más posible a la perfección de la Virgen.

Dominus tecum: el Señor está siempre presente en la Substancia, puesto que es él el que actúa en ella, o por ella, y la hace producir. Por lo mismo, la presencia divina es adquirida por el alma que se conforma en tanto que substancia individual a las cualidades de la Substancia universal de la que está separada por la caída original.

Benedicta tu in mulieribus: cuando la Substancia se manifiesta, ella es bendecida entre todas las mujeres. La misma bendición es adquirida en el alma en la cual Dios reconoce la imagen divina impresa en ella por su presencia. En realidad, solo Dios puede ser dicho «bendito» y es su presencia en la Substancia la que le da a esta su bendición.

Et benedictus fructus ventris tui: la Substancia se vuelve fecunda por la presencia divina, y el fruto que ella engendra se dice «bendito». Por lo mismo, el alma individual debe engendrar en ella la imagen del Verbo y este fruto de ella será bendecido. En realidad, cuando el alma produce, es que ella muere en Dios. El fruto del alma es así más real que ella misma, puesto que ella se extingue en este fruto divino por reintegración esencial.

En su conjunto, el Rosario describe las principales etapas de la vida espiritual: la purificación, la perfección y la unión; todo ello por el Pater que purifica de las faltas, por el Nombre de María que es la «creatura perfecta» y por el nombre de Jesús que nos reintegra en la unidad divina.

Por el Ave nos ponemos en correspondencia con la Madre universal y realizamos las cualidades virginales por la invocación de su Nombre: el alma se vuelve «pura», es decir «virgen» y Dios puede reflejarse ahí como el Espíritu que planeaba sobre la superficie de las aguas; puede el alma pronunciar el «Fiat Lux» que engendra el Verbo divino en el alma; esta dará a luz a Dios y podrá escuchar la palabra de adopción: «Este es mi Hijo bienamado» (Mat, 3,17)

El nombre de María realiza en nosotros las cualidades virginales; el de Jesús realiza las cualidades crísticas: cada virtud es un «ojo que contempla a Dios», y cada una de ellas es asimilable a un Nombre divino. Finalmente el alma recibirá un Nombre que ella sola podrá leer (Apoc, 2,17), lo que quiere decir que se identificará con el Nombre divino al cual está predestinada desde toda la eternidad.

Por el Pater, el alma se purifica: se pone afinada con la voluntad divina y pide perdón por sus faltas. Por el Ave atrae sobre ella la bendición contenida en los Nombres sagrados y realiza en ella los misterios contenidos en esos Nombres, lo que nos llevará a hablar de los misterios del Rosario (5).

LOS MISTERIOS

El Rosario es a la vez oración, invocación y meditación. En nuestros días, la meditación y la oración son ejercicios separados, hechos a menudo sin orden y sin progresión metódica. La meditación se pierde en la raciocinación y no es más que una discusión de la mente consigo misma; la oración se pierde en las efusiones sentimentales y se sofoca en busca de «piadosas afecciones», sin tomar apoyo en la doctrina. La vida espiritual se vuelve subjetiva; el «yo» se vuelve la principal de las consideraciones, y el pecado sería casi la materia primera de la vida espiritual.

El Rosario no tiene estos inconvenientes: está centrado en los misterios crísticos y los misterios mariales; es «objetivo» y el «yo» debe desaparecer ante lo que contempla. Pero sobretodo el Rosario es metódico: la invocación es facilitada por la meditación, y la meditación se hace fecunda por la invocación; además los misterios describen el ciclo espiritual que debe recorrer el alma y constituyen una potente síntesis doctrinal que se trata de realizar en la vida espiritual. La meditación sola no es fecunda; la invocación sola corre el riesgo de perderse, sobretodo al comienzo de la vida espiritual; cuando se invoca un Nombre divino en el misterio que se medita, se permite que ese Nombre realice en nosotros el contenido del misterio.

La naturaleza humana es dispersión, debilidad y pobreza. Para ir a Dios, el hombre tiene necesidad de concentrarse y de unificarse. Por el ritmo, el cuerpo participa en la plegaria, pero el hombre es también «pensamiento»; si debe ir a Dios con todo lo que él es, le es necesario ir a Dios con su pensamiento.

Meditando los misterios del Rosario, el hombre utiliza en la medida de lo posible su mente para ir a Dios. Pero la mente es débil y se dispersa con facilidad: la invocación por medio de las fórmulas del Rosario facilita la meditación operando la concentración del ser y pone en valor esta meditación. A su vez, la meditación facilita la invocación.

Pero es necesario insistir aquí: la meditación no tiene ningún poder por si misma ya que la raciocinación no lleva a nada: es la gracia –por el soporte del Nombre divino en su materialidad– la que realiza el contenido del misterio que se medita. El hombre es incapaz de concentrase: solo el Nombre divino unifica al ser, pero la mente tiene como función despejar los obstáculos.

Meditando los misterios del Rosario, el alma realiza –o más bien el Nombre divino realiza en ella– los misterios de su existencia. Cada misterio contiene una «virtud» que el alma realiza de una manera inmediata. La palabra «virtud» puede en primer lugar ser tomada solamente en un sentido moral, pero es también, y por encima, una «virtud espiritual», reflejo de una «cualidad divina», por lo tanto algo que sobrepasa el ámbito moral y opera la transformación del alma (6).

El alma realiza el contenido del misterio, pero esta realización está más allá del ámbito sicológico. Queremos decir con esto que las representaciones imaginativas o emocionales pueden a veces ser útiles pero a veces también perjudiciales. Pueden ser un modo de conformidad secundaria, pero la gracia está más allá de su ámbito. El hombre es incapaz de «concentrarse», ya que la concentración, que es reflejo de la Unidad divina, es gracia. El hombre se agita mentalmente, ya que la mente es dispersión. Lo que el hombre puede hacer es «rectificar» su «intención» (7). El hombre tiene la intención de concentrarse sobre el misterio: lo mira y lo examina desde todos los ángulos; sobretodo se esfuerza en eliminar los obstáculos, pero la gracia opera el resto, a condición de que se conozca el significado del misterio, de ahí la importancia de un cierto conocimiento teórico de base.

He aquí algunas reflexiones breves sobre los misterios, reflexiones que desarrollaremos más adelante:

– En los misterios gozosos, el alma se abre a lo divino. En la Anunciación, el alma virgen recibe en ella al Verbo y da a luz a Cristo. En la Visitación, el alma se concentra gozosamente sobre la presencia divina y actúa en conformidad con esta presencia. En la Natividad, el alma expresa a Dios por el Nombre divino que ella invoca. En la Presentación, el alma se somete, a pesar de las ebriedades de la gracia, a la ley exterior. En el Encuentro, el alma encuentra toda su alegría en la Realidad de Dios presente en ella.

– Los misterios dolorosos retrazan las tribulaciones del Verbo encarnado. Si el «yo» quiere evitar estas tribulaciones al Verbo divino, debe tomarlas sobre él. Para que Dios se expanda en el alma, la resucite y la transforme, es necesario antes que nada que el «yo» sea flagelado, coronado de espinas y muerto, si no, es Dios quien muere en el alma y esta permanece estéril.

– Los misterios gloriosos retrazan la «transformación» del alma y su vuelta a Dios. En la Resurrección, Dios solamente es real; el alma reencuentra en Dios lo que había perdido anteriormente por su renuncia o «extinción». La Ascensión es la elevación del alma a través de los estados superiores del Ser; el alma deja todas las cosas creadas para unirse a la naturaleza divina. En Pentecostes, el alma deificada es colmada por la gracia del Espíritu Santo. En la Asunción, el alma, semejante a la Virgen, «se extingue» perdiendo su «yo»; el alma se «despierta» a continuación en la Coronación, pero en Dios, donde deviene lo que ella es desde toda la eternidad.

LAS TRES VÍAS

Las verdades metafísicas y religiosas pueden ser meditadas según tres perspectivas que revelan tres grandes vías que conducen a las almas a Dios. Estas tres vías don la vía de la acción, la vía del amor, y la vía del conocimiento. Estas son las tres vías fundamentales que corresponden a los elementos activos, afectivos y cognitivos de la naturaleza humana. En el hombre concreto encontramos una mezcla variable de estos tres elementos; el elemento que predomina colorea la mentalidad de este hombre y explica la vía espiritual que le es asignada por su naturaleza individual (8).

Cada vía, a su vez, se divide en tres grados que contienen simbólicamente las tres vías. La vía de la acción se divide en vía de «trabajo», vía de las «obras» y vía de «ascesis» o de «sacrificio». Si el trabajo puede, en principio, ser santificado, él no es ni santo, ni santificante por si mismo; es por eso que en si mismo no constituye una vía espiritual, pero puede sin embargo ser integrado en las dos otras vías, o en los dos grados superiores de la vía de acción.

La vía del amor se divide en vía de «confianza», vía del «amor heroico» y vía del «amor supremo».

La vía del conocimiento se divide en vía del «estudio» o de la «ciencia», vía de la «meditación especulativa» y vía de la «concentración contemplativa».

En la primera vía, solo el «trabajo» es, hablando con propiedad, una acción, ya que los dos otros grados sobrepasan esta vía y se imponen al hombre que sigue una vía de amor o una vía de conocimiento. En la vía del amor, solo el amor heroico constituye esta vía hablando con propiedad, puesto que la «confianza» no es todavía el amor y que el «amor supremo» sobrepasa la perspectiva de esta vía. Finalmente solo la « concentración contemplativa» constituye la vía de conocimiento de una manera exclusiva.

Todas las categorías posibles de meditaciones pueden ser recogidas en seis «temas» fundamentales que resumen y recapitulan las tres vías. La acción comporta un aspecto negativo: es la «pureza» en la que el alma «teme» a Dios y se desapega del mundo; y un aspecto positivo: la «invencibilidad» en la cual el alma combate sus pasiones y opone al mal la fuerza victoriosa de Dios. El amor comporta un aspecto pasivo: la «belleza» en la cual el alma reposa en Dios y encuentra «al céntuplo» lo que había previamente dejado, y un aspecto activo: la «bondad» en la cual el alma se aparta del ego endurecido hacia Dios y hacia el prójimo «que no es otro que yo mismo». Finalmente, el conocimiento es «unicidad» o «vacío» ya que solo Dios es real por una parte, y por otra el conocimiento es «divinidad» o «plenitud», ya que, según san Gregorio Palamas, «los santos que participan en la gracia divina, se vuelven, conforme a la Gracia, sin origen e infinitos». La pureza, la bondad y la belleza pueden ser relacionadas con la Virgen; la invencibilidad, la unicidad y la divinidad pueden ser relacionadas con Cristo. Estos seis temas resumen todas las meditaciones que se pueden hacer sobre los misterios de la vida cristiana (9).

 

LOS MISTERIOS CRISTIANOS

Recordemos una vez más que, según su etimología, el «misterio» es lo «inexpresable», y no lo incomprensible. El «misterio» es lo «inexpresable» en primer lugar por que no se debe «echar las perlas a los puercos» ni «profanar» lo sagrado, pero sobre todo porque las palabras humanas son impotentes para traducir de una manera adecuada las verdades «sobre-naturales». Estas no pueden ser «asentidas» más que en una instrucción iniciática hecha «de boca a oído» (10) con la ayuda de «símbolos» apropiados, y porque finalmente, estas verdades deben ser «realizadas» ontológicamente, y no solamente percibidas especulativamente, y esto con la ayuda de los mismos símbolos.

Los «misterios» de la vida de Cristo y de la Virgen son los «temas» fundamentales cuya meditación es siempre necesaria para realizar la «conformidad» a imagen del Hijo de la que habla San Pablo. Estos misterios crísticos y mariales se han resumido en los 15 misterios del Rosario, repartidos en misterios gozosos, dolorosos y gloriosos.

A cada misterio del Rosario se le atribuye en general una o varias «virtudes». De una manera general, hay que entender por «virtud» una fuerza que realiza en el alma orante y contemplativa las «virtualidades» contenidas en los misterios, es decir que vuelve «reales» las «cualidades» de los personajes a los que se liga la meditación. Esto se opera en el alma, por la «virtud» (la fuerza) del Nombre de Jesús que se invoca en cada Ave del Rosario. Las virtudes son por lo tanto «aspectos» o «calidades» del Nombre divino que el alma busca realizar en si misma.

Mostraremos como los misterios de Cristo y de la Virgen revelan las tres vías espirituales de acción, amor y conocimiento, y se relacionan en definitiva con los seis temas fundamentales descritos más arriba.

Si se meditan los misterios del Rosario según la perspectiva de la acción, se pondrá interés sobre todo en el aspecto «moral» de las virtudes y en las aplicaciones más prácticas que se pueda hacer de ello. En la perspectiva del amor, el alma se aplica en la «virtudes espirituales» que son las «raíces» de las virtudes morales y son las «cualidades» divinas que ella debe realizar. En las perspectiva del conocimiento, el alma considera la misteriosa «transformación» de la que es objeto por la potencia de la gracia y la virtud del Nombre divino. Es, hablando con propiedad, el punto de vista de la «teología mística», aquella que estudia la «deificación» (theosis) en la que «el hombre se vuelve por gracia todo lo que Dios es por naturaleza». Está aquí el ámbito del «amor supremo» que coincide con el «conocimiento supremo».

A pesar de que cada categoría de misterios (gozosos, dolorosos y gloriosos) puede ser meditada según las tres perspectivas, los misterios gozosos se relacionan más directamente con la «acción», los misterios dolorosos con el «amor» y los misterios gloriosos con el «conocimiento». Es por eso que estas categorías de misterios presentan un orden de dificultad creciente en la meditación. Si los misterios gozosos son, en principio, accesibles a todo hombre, como lo es el «trabajo», los misterios dolorosos revelan más particularmente el «amor heroico» y los misterios gloriosos el «amor supremo» o el «conocimiento supremo». Se puede decir además que en los misterios dolorosos, el acento está puesto en la «unión»: se busca imitar al amado, sufrir las penas como él y reparar las ofensas de las que él es objeto. En los misterios gloriosos, el acento está puesto en la «unidad»; en la «unión» se es dos; en la «unidad» ya no se es más que uno, como en el «amor supremo» o en el «conocimiento supremo». La «unión» es Dios y yo; la «unidad» es «Yo soy El que es, tu eres el que no es» (11).

– La Anunciación es la entrada de Dios en el hombre, tal como tiene lugar en los sacramentos que confieren Cristo o el Espíritu Santo, es decir en los sacramentos de la iniciación cristiana. El alma pura y virgen recibe en ella y alumbra a Cristo a su vez bajo la influencia del Espíritu Santo; en efecto, se ha escrito: «Dedi eis potestatem filios Dei fieri… iis qui credunt in Nomine eius.» Y según san Pablo, el cristiano está predestinado a volverse «conforme a la imagen del Hijo de Dios», esto por el renacimiento espiritual y la agregación al cuerpo místico. Cuando esta imagen es perfecta, el Padre puede pronunciar las palabras de adopción: «Filius meus es tu; hodie ego genui te.» Según los Padres, «Dios se ha hecho verdadero hombre para que el hombre se vuelva verdadero Dios»; y Maestro Eckhart comenta así:

«Los maestros dicen que la similitud sola justifica plenamente la unión; por lo mismo es necesario que el hombre sea virgen para concebir a Jesús virginal… Decimos todavía más: es el fondo del que el Padre engendra su Verbo eterno el que la hace fecunda (el alma a la vez “virgen”, es decir pura, y “mujer” es decir fecunda) y le permite alumbrar al mismo tiempo que engendra el Padre» (12).

( Al cabo de seis meses, Dios envió el ángel Gabriel donde una joven virgen que vivía en una ciudad de Galilea llamada Nazareth y era prometida de José. Entro el angel a su casa y le dijó: “Alégrate tú, la Amada y Favorecida; el Señor esta contigo.” Estas palabras la impresionaron muchísimo y se preguntaba que querría decir ese saludo. Pero el ángel le dijo: “no temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande, y con razón lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de David, su antepasado. Gobernará por siempre el pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. María entonces dijó al ángel: “¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con un hombre?” Contestó el ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso tu hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel: en su vejez ha quedado esperando un hijo, y la que no podía tener familia se encuentra ya en el sexto mes del embarazo; porque para Dios nada es imposible.” Dijo María: “Yo soy la servidora del Señor; que haga en mí lo que has dicho.” Después de estas palabras el ángel se retiró. Luc 1,26-38) (13)

– La Visitación es la «concentración» gozosa y devocional del alma en la «Presencia divina», la consciencia que tiene el alma de llevar en ella el «Germen divino»; el alma actúa desde ese momento conforme a esa presencia, franquea las montañas de Judá para ejercer la caridad, lo que significa que sobrepasa los límites del ego y toma consciencia de que el «prójimo no es otro más que ella misma»; dicho de otra manera, realiza de cara al prójimo la misma actitud que Dios cara a ella misma. Es por eso que el Germen divino que está en ella puede santificar aquellos que se le aproximan y que de su alegría brota el Magnificat eterno cuando toma consciencia de la operación de Dios en ella.

( Por esos días, María partió apresuradamente a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró a la casa de Zacarías y saludó a Isabel. AL oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!” María dijo entonces: Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva porque quiso mirar la condición humilde de su esclava, en adelante, pues, todos los hombres dirán que soy feliz. En verdad el Todopoderoso hizo grandes cosas para mí reconozcan que Santo es su nombre. Luc 1,39-49)

– El Nacimiento es análogo a la «invocación» del Nombre divino que actualiza y «realiza» las virtualidades espirituales implicadas en la «presencia». El órgano generador de la Virgen es asimilable al «corazón puro» que engendra Dios, o a la boca que pronuncia el Nombre divino o absorbe las especies eucarísticas. En el Nacimiento el alma expresa a Dios por el Nombre divino que ella invoca. El alumbramiento es aquí una invocación global y «existencial» del Verbo: la Virgen «emite» el Verbo hecho carne por su órgano generador, como la boca «profiere» el Nombre divino «encarnado» en la formula.

( Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había hallado lugar en la posada. En la región había pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. El ángel del Señor se les apareció, y los rodeó de claridad la gloria del Señor, y todo esto les produjo un miedo enorme. Pero el ángel les dijo: “No teman, porque yo vengo a comunicarles una buena nueva que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy nació para ustedes en la ciudad de David un Salvador que es Cristo Señor. En esto lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en una pesebrera.” Lc 2,6-12)

– En la Presentación, el alma embriagada por la Gracia permanece consciente de sus límites de creatura, y como tal, permanece sometida a la Ley exterior. Así pues, el alma continúa purificándose por los ritos y ofreciendo al Padre el Germen divino que lleva en si, esto por el sacrificio que ella ofrece en el «altar del corazón», fuego divino que exhala la invocación del Nombre y destruye las especies eucarísticas. El alma que toda su vida a buscado y deseado a Dios lo recibirá en los brazos de la Inteligencia y de la Voluntad como el anciano Simeón, mientras que tras haber cantado su «Nunc dimittis», ira a contemplar la «luz increada» que los apóstoles han visto en el monte Thabor (14).

( Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación de la madre, llevaron al niño a Jerusalén. Ahí lo consagraron al Señor, tal como esta escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. Además ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley: una pareja de tórtolas o dos pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era muy bueno y piadoso y el Espíritu Santo estaba en él. Esperaba los tiempos en que Dios atendiera Israel y sabía por una revelación del Espíritu santo que no moriría antes de haber visto al Cristo del Señor. Vino, pues, al Templo, inspirado por el Espíritu, cuando sus padres traían al niñito Jesús para cumplir con él los mandatos de la Ley. Simeón lo tomó en brazos, y bendijo a Dios con estas palabras: Señor, ahora, ya puedes dejar que tu servidor muera ¨ en paz, como le has dicho. Porque mis ojos han visto a tu Salvador ¨ que tú preparaste para presentarlo a todas las naciones. Luz para iluminar a todos los pueblos ¨ y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que decía Simeón del niño. Simeón los felicitó y después dejo a María, su madre: “Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán, y a ti misma una espada te atravesará el alma. Pero en eso los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones.” Luc 2,22-35)

– Finalmente, el Niño Perdido y Encontrado en el Templo indica como el alma debe buscar a Dios en las sequedades que puede experimentar. El alma busca a Dios en primer lugar entre sus conocimientos, es decir entre los rudimentos del mundo que ella conoce por su experiencia; después se dirige hacia la «Ciudad santa» que es la Iglesia, y finalmente encuentra a Aquel que busca en el santuario, una vez que ha penetrado en la «cripta secreta» de la Escritura y de los sacramentos. Ahí, el Verbo argumenta con los Doctores y los confunde, es decir que la eterna Sabiduría sobrepasa y rechaza el saber profano y los frutos de la habilidad humana.

( Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y cuando cumplió doce años fue también con ellos para cumplir con este precepto. Al terminar los días de la Fiesta, mientras ellos regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo notaran. Creyendo que se hallaba en el grupo de los que partían, caminaron todo un día, y después se pusieron a buscarlo entre todos sus parientes y conocidos. Pero como no lo hallaron prosiguieron su búsqueda, volvieron a Jerusalén. Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Al encontralo, se emocionaron mucho y su madre les dijo: “Hijo, ¿por qué te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados.” El les contestó: “¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que tengo que estar donde mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les acababa de decir. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles. Su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos. (Lc 2,41-51)

Un comentario

  • Crow

    – La Agonía es el olvido de la presencia divina, a negligencia del Verbo, el sopor y la inadvertencia representadas por el sueño de los discípulos. La agonía es el «combate», la guerra santa que el alma mantiene contra si misma y contra el mundo; es la primera fase de la «extinción» o de la muerte del ego.

    ( Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. (Mt 26,36-39) Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lc 22,44)

    – La Flagelación significa las acciones incompatibles con la presencia divina; es la «disipación», la «dispersión», la falta de concentración. Para evitar el infligir estos sufrimientos al Verbo interior, el alma debe tomarlos sobre ella; para evitar al Cristo (interior) la pasión, el alma debe infligírsela. Es así como el contemplativo participa en los sufrimientos de Cristo, por una «realización ontológica» de los «estados de Cristo», y no solamente por los estados «estados del alma» que corren el riesgo –aunque no siempre es el caso– de quedarse en simples fenómenos de emotividad o en reacciones síquicas.

    ( Venida la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a muerte. Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado. Mt 27)

    Y todo el pueblo contestó: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» Entonces Pilato dejó en libertada a Barrabás; en cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran. ( Mateo 27:25-26 )

    – En esta perspectiva, la Coronación de espinas es la tendencia del alma a atribuirse la gloria que no pertenece más que a Dios y a extraer vanidad de la Gracia. Es la purificación de la «parte superior» del alma tras la purificación de la parte inferior del misterio precedente; es el desapego de los pensamientos tras el desapego del mundo y de las pasiones.

    ( Los soldados romanos llevaron a Jesús al palacio del gobernador y reunieron a toda la tropa en torno a él. Le quitaron sus vestidos y le pusieron una capa de soldado color rojo. Después le colocaron en la cabeza una corona que habían trenzado con espinas y en la mano derecha una caña. Doblaban la rodilla ante Jesús y se burlaban de él diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!” Le escupían la cara y, quitándole la caña, le pegaban en la cabeza. Mt 27,27-31)

    – La Cruz a cuestas es el sufrimiento impuesto al Verbo por la manifestación universal; es el peso de la ignorancia y del individualismo que el Verbo destruirá por su sacrificio redentor y por su Nombre salvador.

    ( Cuando lo llevaban, tomaron a un tal Simón de Cirene que volvía del campo, y le cargaron la cruz de Jesús para que la llevara detrás de él. Lo seguí muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús volviéndose hacia ellas, les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos. Por que va a llegar el día en que se dirá: Felices las madres sin hijos, felices las mujeres que no dieron a luz ni amamantaron. Entonces se dirá: ¡Ojalá que los cerros caigan sobre nosotros! ¡Ojalá que las lomas nos ocultaran! Porque si así tratan al arbol verde, ¿Qué harán con el seco? Junto con Jesús llevaban también a dos malhechores para ejecutarlos. Lc 23,26-32)

    – Finalmente, la Crucifixión es la muerte del «yo», es necesario que el «yo» sea crucificado para evitar infligir este suplicio a la Presencia real.

    ( Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, y también María, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús al ver a la madre y junto a ella a su discípulo más querido, dijo a la Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Desde ese momento el discípulo se la llevó a su casa. Jn 19,25-27)

    En ese momento la cortina del templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte: « Padre en tus manos encomiendo mi espíritu » Y al decir estas palabras , expiró. (Lucas 23:45-46 )

    – En la Resurrección, el alma toma consciencia de que Dios solo es real; ella encuentra además en Dios todo aquello de lo que se había desprendido en los misterios dolorosos, según la formula: Todo aquello que yo amo está infinitamente en Dios.

    ( Pasado el Sábado, al despertar el alba del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. De repente, se produjo un gran temblor: el Angel del Señor bajó del cielo y, llegando al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima. Su aspecto era como el relámpago y sus ropas blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de miedo y quedaron como muertos. El Angel dijo a las mujeres: “Ustedes, no teman, porque yo sé que buscan a Jesús crucificado. No está aquí. Ha resucitado tal como lo había anunciado.” Mat 28,1-6)

    – En la Ascensión, el alma toma consciencia de su parentesco profundo con Dios y de su participación en el Cristo glorioso que la libera de todo lo creado. Es la elevación del alma a través de los estados superiores del Ser; el alma deja todas las cosas creadas para unirse a la naturaleza divina.

    ( Mientras estaban hablando de todo esto, Jesús se presentó en medio de ellos. Les dijo: “Paz a ustedes.” Estaban atónitos y asustados, pensaron que veían a algún espíritu. Pero les dijo: “Por qué se asustan tanto, y porque les vienen estas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo. Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo.” Y al mismo tiempo les mostró sus manos y sus pies. Y como en medio de tanta alegría no podían creer y seguían maravillados, les dijo: “¿Tienen aquí algo que comer?” Ellos le ofrecieron un pedazo de pescado asado y él lo tomó y comió ante ellos. Jesús les dijo: “Todo esto se lo había dicho cuando estaba todavía con ustedes. Tenía que cumplirse lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Salmos, y en los Profetas respecto a mí.” Entonces les abrió la mente para que lograrán entender las Escrituras y les dijo: “Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonadas de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes al que mi Padre prometió. Por eso, quédense en la ciudad hasta que hayan sido revestidos de la fuerza que viene de arriba.” Jesús los condujo hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se alejó de ellos y fué llevado al cielo. (Lucas 24,36-51)

    – En la Venida del Espíritu Santo, la Gracia penetra los pensamientos y las acciones del hombre deificado; el alma recibe la plenitud de la gracia y la ciencia de todas las cosas, lo cual le permitirá realizar el contenido de los dos misterios siguientes, a imitación de los dos misterios precedentes.

    ( Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, las que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos; y quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar idiomas distintos, en los cuales el Espíritu les concedía expresarse. Hechos 2,1-4)

    – En la Asunción de María al Cielo el alma , semejante a la Virgen, «se extingue» en Dios, se extingue perdiendo su «yo»; es la «extinción de la extinción».

    ( Ozías por su parte dijo a Judit: “Hija mía, que Dios Altísimo te bendiga más que a todas las mujeres de la tierra. Y ¡bendito sea el Señor, Dios, Creador del cielo y de la tierra, que te condujo para que cortaras la cabeza del jefe de nuestros enemigos! Jamás los hombres olvidarán la confianza que has demostrado. Siempre recordarán el poder de Dios. Que Dios te colme de bienes y que los hombres te glorifiquen, pues no vacilaste en exponer tu vida al ver la humillación de nuestra raza. Por tu perfecta sumisión a Dios has alejado la ruina que nos esperaba.” Todo el pueblo respondió: Amén. Jdt 13,18-20; 15,10)

    – Finalmente, en la Coronación de la Virgen, el alma se «despierta en Dios» y recibe una «corona increada»; tras la muerte síquica y la muerte espiritual de los misterios precedentes, ella es resucitada para reintegrar en la Infinidad esencial la Realidad o el Aspecto divino del cual ella no estaba separada más que por el sueño de la manifestación; el alma se identificará así al Nombre divino al que está predestinada desde toda la eternidad; el alma «deviene lo que ella es», y Eso es «Lo que es».

    ( Apareció en el cielo una señal grandiosa: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas. Esta embarazada y grita de dolor, porqué llegó su tiempo de dar a luz. Ap. 12,1) 

    Estas indicaciones, aún esquemáticas, son suficientes para hacer comprender la riqueza doctrinal del Rosario. Toda la metafísica de la Virgen se encuentra aquí presentada de tal manera que cada uno puede tomarla según su necesidad de alimento y sus facultades de intelección espiritual.

    Cada misterio del Hombre-Dios es un símbolo eficaz, un «sacramental» cuya meditación acompañada de la Invocación realiza la «virtud» inherente a ese misterio. El «Hombre universal» y la «Madre universal» realizan en sus misterios el «ciclo» tipo del camino del alma hacia la perfección, y son las etapas de este camino las que el alma medita y se esfuerza en realizar. Toda situación humana puede remitirse a un «prototipo» divino vivido por Cristo y su Madre; es por eso que los misterios no deben solamente ser «meditados», sino además ser «vividos» o «realizados» en las situaciones más concretas de la vida (15).

    ( Fragmentos extraídos del libro de FRANÇOIS CHENIQUE : «Le Culte de la Vierge, ou la Metaphysique au Feminin», Editions Dervy 2000, ISBN 2-84454-054-6 )

    NOTAS ––––––––––––––––––––––––––

    1.- Ramakrishna: «¡Y bien! ¿Cree usted que el Nombre de Dios sea insignificante? El y Su Nombre son idénticos», La Enseñanza de Ramakrishna.

    2.- Sobre esta cuestión capital ver F. SCHUON, Communion et invocation en Etudes traditionnelles, mayo de 1940 , y De la unidad transcendente de las religiones, p171 de la edición francesa.

    3.- Se refiere a los capítulos precedentes del libro del que está extraído este fragmento: «Le Culte de la Vierge, ou la Metaphysique au Feminin, Editions Dervy 2000, ISBN 2-84454-054-6.

    4.- El perfecto griego kecaritwpeh indica la perfección de una acción realizada. Tenemos en cuenta que este texto presenta dificultades exegéticas que no minimizamos.

    5.- Los lectores a quienes estas consideraciones pudieran extrañar, encontrarán una referencia útil en el final de la «Introducción a la vida devota» donde San Francisco de Sales enseña un método análogo de recitación del Rosario:

    «En cada decena, pensareis en uno de los misterios del Rosario, según el tiempo que tengas, acordándote del misterio que te propongas, principalmente pronunciando los muy santos nombres de Jesús y María, pasándolos por tu boca con una gran reverencia de corazón y de cuerpo. Si te viene cualquier otro sentimiento, como el dolor de tus pecados pasados, o el propósito de enmendarte, lo puedes meditar a lo largo de todo el rosario, lo mejor que puedas, y recordarás este sentimiento, o cualquier otro que Dios te inspire, principalmente cuando pronuncies esos dos muy santos nombres de Jesús y María»

    6.- Las virtudes morales son la traducción de las cualidades divinas en el ámbito de la acción. Estas virtudes pueden por lo tanto ser tomadas como símbolos de las cualidades divinas a realizar. La realización de las cualidades divinas supone a priori esta conformidad síquica secundaria, pero sin embargo indispensable, que es la perfección moral. La Sabiduría está muy por encima de la moral, pero el Sabio es «moral» por excelencia. Es vano querer reflejar la esencia divina y dejar errar los elementos inferiores del yo sin darles una guía que asegure su conformidad esencial con lo divino. Ver F. SCHUON, El Ojo del Corazón, capítulo De la oración y de la Integración de los elementos síquicos.

    7.- En el sentido etimológico; in-tendre, tender hacia.

    8.- Son los tres yogas fundamentales: karma-yoga o yoga de la acción, bhakti-yoga o yoga de la devoción, jñana-yoga o yoga del conocimiento. Recordemos que yoga significa «unión» y que el yoga trata a la vez de la unión con Dios y de los medios de llegar a ello. Es por lo tanto arbitrario limitar el yoga al hatha-yoga y no ver este último más que como una serie de ejercicios físicos beneficiosos para la salud.

    9.- Es necesario subrayar el papel del «maestro» en la vía espiritual: el «guru» de los hindues, el «starets» de la Iglesia Ortodoxa rusa.

    10.- Hemos resumido brevemente en los dos últimos parágrafos la enseñanza de Frithjof Schuon sobre las vías espirituales y sobre los temas fundamentales de meditación. Remitimos a nuestros lectores a sus obras: ellos encontrarán en las obras más abajo amplios desarrollos y precisiones técnicas sobre los métodos de meditación:

    – «El Ojo del Corazón», 4ª parte: «Sobre los modos de realización espiritual» pag. 157 a183 (de la edición francesa); «Sobre la Meditación», pag. 208 a 221 (de la edición francesa).

    – «Perspectivas espirituales y hechos humanos», Capítulo V, Conocimiento y Amor; Capítulo VI, «Sobre las virtudes espirituales».

    – «Senderos de gnosis»: Misterios crísticos y virginales, pag. 148 a 156 (de la edición francesa).

    – «Las Estaciones de la Sabiduría», pag 191-203 (de la edición francesa).

    11.- Son estas palabras bien conocidas de Cristo a santa Catalina de Siena. Estas palabras reciben a menudo una interpretación sicológica que las vacía de su contenido. El individuo humano acepta ser poca cosa, incluso encuentra en ello las satisfacciones malsanas de la humildad sicológica que acompañan al sentimiento de no ser nada. Estas palabras son altamente iniciáticas y metafísicas, o místicas en el sentido definido en el capitulo I (se refiere al libro del que está extraído este fragmento: “Le culte de la Vierge”. NDR). Ellas indican que lo finito es nada con relación a lo Infinito y recuerdan que en la vida espiritual, el «ego» debe desaparecer. Solo aquel que ha llegado al «estado sin ego» puede legítimamente atribuirse las celebres palabras de san Pablo: «No soy yo quien vivo, sino Cristo que vive en mí» (Gal. 2,20).

    12.- Sermón: Hay en el alma un castillo fuerte en el que incluso la mirada de Dios en tres Personas no puede penetrar.

    13.- Los pasajes evangélicos correspondientes a los misterios, así como las ilustraciones, han sido añadidos por la redacción de esta página.

    14.- Liturgia romana para la fiesta de la Purificación (2 de febrero, fiesta de “La Candelaria”).

    15.- «Es verdad que para ciertas almas, poco formadas en sobrepasar la alabanza hecha solo con los labios, su recitación puede aparecer como una monótona sucesión de Pater Noster de Ave Maria y de Gloria, tres plegarias tradicionales dispuestas en quince decenas. Esto, sin duda, es ya algo. Pero –debemos decirlo una vez más– esto no es más que un camino hacia la oración, un eco exterior, esto no es esa vibrante elevación del alma que se relaciona con el Señor, esto no es la búsqueda en la sublimidad y la ternura de estos misterios de amor misericordioso para la humanidad entera.

    La verdadera substancia del Rosario bien meditado está constituida por un triple elemento que da a la expresión vocal unidad en cohesión, que despliega en su sucesión viva los episodios en los que la vida de Jesús es asociada a la de María, en referencia a las diversas condiciones de las almas que oran y a las aspiraciones de la Iglesia universal.

    Para cada decena de Ave María, hay un cuadro y, para cada cuadro, un triple acento que es a la vez: contemplación mística, reflexión íntima e intención piadosa» ( Juan XXIII, Carta sobre el Rosario del 28 de Abril de 1962).