Prefacio de la edición revisada de El Señor de los Anillos

Prefacio de la edición revisada de
El Señor de los Anillos

de

JRR Tolkien

El DTI ofrece aquí una traducción del Prefacio incluido por Tolkien en la edición revisada de “El Señor de los Anillos”, publicada en 1966. Esta traducción responde al hecho de que este prefacio no aparezca en las ediciones más habituales del Minotauro, al haberse éstas traducido directamente de la edición original de 1954:

Prefacio
(Foreword)

Este relato creció a medida que se iba narrando, hasta convertirse en una historia de la Gran Guerra del Anillo e incluyó muchos vislumbres de la historia aún más antigua que lo precedía. Fue comenzado poco después de haberse escrito “El Hobbit” y antes de su publicación en 1937; pero no continué con esta secuela porque quería primero completar y poner en orden la mitología y leyendas de los Días Antiguos, que habían estado tomando forma durante varios años. Y deseaba hacer esto para mi satisfacción personal, y tenía escasas esperanzas de que otros pudieran estar interesados en este trabajo, especialmente por proceder de inspiración básicamente lingüística y haberse comenzado con la intención de proporcionar el necesario trasfondo a la “historia” de las lenguas élficas.

Cuando aquellos cuyo consejo y opinión busqué corrigieron “escasas esperanzas” por “ninguna esperanza”, volví a la secuela, animado por las peticiones de los lectores sobre más información concerniente a los hobbits y sus aventuras. Pero el relato se había dirigido irresistiblemente hacia el mundo antiguo, y se convirtió en una crónica, tal y como estaba, de su fin y desaparición antes de que su inicio y mitad se hubieran narrado. El proceso había empezado con la escritura de “El Hobbit”, en el cual había ya algunas referencias a los asuntos antiguos: Elrond, Gondolin, los Altos Elfos, y los orcos, así como vislumbres que habían surgido sin quererlo de cosas que eran más altas, profundas u oscuras que en su superficie: Durin, Moria, Gandalf, el Nigromante, el Anillo. El descubrimiento de la significación de esos vislumbres y de su relación con las historias antiguas revelaron la Tercera Edad y su culminación en la Guerra del Anillo.

Aquellos que habían solicitado más información sobre los hobbits finalmente la tuvieron, pero hubieron de esperar mucho tiempo; pues la composición de “El Señor de los Anillos” se hizo a intervalos entre los años 1936 y 1949, un período en el que yo tenía muchas obligaciones que no descuidaba, y muchos otros intereses como aprendiz y profesor que con frecuencia me absorbían. El retraso fue, por supuesto, aumentado por el estallido de la guerra en 1939, año al final del cual el relato no había aún alcanzado el final del Libro Primero. A pesar de la oscuridad de los siguientes cinco años sentí que la narración no podía ser abandonada del todo, y trabajé mucho en ella, normalmente por la noche, hasta situarme en la tumba de Balin, en Moria. Allí me detuve por un tiempo. Fue casi un año más tarde cuando continué y llegué así a Lothlórien y al Río Grande, a finales de 1941. En el año siguiente escribí los primeros esbozos de los temas que ahora se encuentran en el Libro Tercero, y los principios de los capítulos I y III del Libro Quinto; y allí, mientras las almenaras se encendían en Anórien y Théoden llegaba al Valle Sagrado me detuve. La previsión había fallado y no había tiempo para más atención.

Fue durante 1944 cuando, dejando los cabos sueltos y confusiones de una guerra que era mi tarea conducir, o al menos relatar, me obligué a abordar el viaje de Frodo a Mordor. Esos capítulos, que con el tiempo se convertirían en el Libro Cuarto, fueron escritos y enviados por entregas a mi hijo, Christopher, entonces en Sudáfrica con la RAF. Sin embargo pasaron otros cinco años antes de que la historia fuese llevada a su presente final; en aquel tiempo cambié de casa, sillón y colegio, y los días aunque menos oscuros no eran menos laboriosos. Entonces, cuando el “final” había sido al fin alcanzado la historia entera tenía que ser revisada, e incluso largamente reescrita hacia atrás. Y tenía que ser mecanografiada, y re-mecanografiada: por mí; el coste del mecanografiado profesional por los diez dedos estaba más allá de mis posibilidades.

“El Señor de los Anillos” ha sido leído por mucha gente desde que finalmente apareció impreso; y querría decir algo aquí en referencia a las muchas opiniones o conjeturas que he recibido o leído concernientes a los motivos y el significado de la historia. El motivo primero era el deseo de un narrador de historias de intentar de su propia mano narrar un relato realmente largo que mantuviese la atención de los lectores, los divirtiese, los deleitase e incluso, a veces, tal vez los excitase o conmoviese profundamente. Como guía tenía sólo mis propias impresiones ante lo que iba sucediendo o desarrollándose, y con frecuencia el guía estaba inevitablemente desorientado. Algunos de los que han leído el libro, o al menos lo han juzgado, lo han hallado aburrido, absurdo o desdeñable; y no tengo motivos para quejarme, puesto que yo tengo similares opiniones de sus obras, o de los tipos de narración que ellos evidentemente prefieren. Pero incluso desde los puntos de vista de muchos que han disfrutado mi historia una gran parte no llega a complacerles. Es quizás imposible en una historia larga dar gusto a todo el mundo en todos los puntos, así como disgustar a todos en los mismos puntos; pues he extraído de las cartas que he recibido que todos los pasajes o capítulos que son para algunos una mancha en el conjunto de la obra son especialmente aprobados por otros. El crítico más severo de todos, yo mismo, encuentra ahora numerosos defectos, menores y mayores, pero no estando, afortunadamente, bajo obligación alguna de revisar el libro o reescribirlo de nuevo, pasará sobre ellos en silencio, excepto sobre uno que ha sido detectado por otros: el libro es demasiado corto.

En cuanto a cualquier significado oculto o “mensaje”, no hay alguno en la intención del autor. No es una obra alegórica ni tópica. Mientras la historia crecía, echó raíces (en el pasado) y extendió inesperadas ramas: pero su tema principal fue establecido desde el inicio por la inevitable elección del Anillo como el vínculo entre la misma y “El Hobbit”. El capítulo crucial, “La Sombra del Pasado”, es una de las partes más antiguas del relato. Fue escrito mucho antes de que el ensombrecimiento de 1939 se hubiese convertido incluso en una amenaza de desastre inevitable, y desde ese punto la historia se habría desarrollado hacia adelante esencialmente en las mismas líneas, si ese desastre hubiese sido advertido. Sus fuentes estaban desde mucho antes en mi mente, o en algunos casos ya escritas, y poco o nada en ello fue modificado por la guerra que empezó en 1939 o sus secuelas.

La guerra real no se asemeja a la guerra legendaria en su desarrollo ni conclusión. Si hubiese inspirado o dirigido el desarrollo de la leyenda, entonces ciertamente el Anillo habría sido tomado y utilizado contra Sauron; él no habría sido aniquilado sino esclavizado, y Barad-dûr no habría sido destruida sino ocupada. Saruman, al fallar en su intento de posesión del Anillo, habría aprovechado la confusión y traiciones de la época para encontrar en Mordor los eslabones perdidos de su propia investigación en la ciencia de los Anillos, y mucho antes habría fabricado un Gran Anillo para él con el cual desafiar al autoproclamado Soberano de la Tierra Media. En ese conflicto, los hobbits habrían sido aborrecidos y despreciados por ambos bandos: no habrían sobrevivido mucho tiempo ni siquiera como esclavos.

Otras conexiones podían ser inventadas de acuerdo a los gustos o visiones de aquellos a los que gustan las referencias alegóricas o tópicas. Pero a mí cordialmente me disgusta la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre ha sido así desde que me hice mayor y lo suficientemente cauteloso como para detectar su presencia. Prefiero de largo la historia, real o ficticia, con su variada aplicabilidad al pensamiento y experiencia de los lectores. Creo que muchos confunden “aplicabilidad” con “alegoría”; pero la una reside en la libertad del lector, y la otra en la expresa voluntad de dominación del autor.

Un autor no puede por supuesto permanecer completamente ajeno a su experiencia, pero las formas en las que una semilla narradora usa el abono de la experiencia son extremadamente complejas, y los intentos de definir el proceso son más adivinados que evidentes lo cual es inadecuado y ambiguo. Es también falso, aunque naturalmente atractivo, cuando las vidas de un autor y crítico se solapan, suponer que los movimientos del pensamiento o de los eventos del tiempo comunes a ambos son necesariamente las influencias más poderosas. Uno tiene realmente que caer bajo la sombra de la guerra para sentir plenamente su opresión; pero como los años pasan, parece ahora olvidarse con frecuencia que ser atrapado en la juventud en 1914 no fue una experiencia menos horrible que estar enredado en 1939 y los años siguientes. En 1918 todos excepto uno de mis amigos más íntimos habían muerto. O considerando un asunto menos grave: ha sido supuesto por algunos que “El Saneamiento de la Comarca” refleja la situación en Inglaterra en la época en que yo finalizaba mi historia. No es así. Es una parte esencial de la trama, prevista desde el inicio, aunque finalmente modificada por el personaje de Saruman, tal y como se desarrolló en la historia sin, debo señalar, ninguna significación alegórica o referencia política contemporánea o lo que sea. Tiene de hecho alguna base en la experiencia, aunque leve (pues la situación económica era completamente diferente), y mucho más atrás. La región en que viví mi infancia estaba siendo mezquinamente destruida antes de que yo cumpliera los diez años, en días en los que los automóviles eran objetos extraños (yo nunca había visto uno) y los hombres estaban construyendo aún vías de tren suburbanas. Recientemente vi en un diario una fotografía de la última decrepitud del una vez próspero molino de grano junto a su estanque que durante mucho tiempo me pareció tan importante. Nunca me gustó el aspecto del Joven molinero, pero su padre, el Viejo molinero, tenía una barba negra, y no se llamaba Arenas.

“El Señor de los Anillos” se publica ahora en una nueva edición, y se ha aprovechado la oportunidad para revisarlo. Cierto número de errores e inconsistencias que había en el texto han sido corregidos, y se ha hecho un intento de proporcionar información en algunos puntos que los lectores atentos han reclamado. He considerado todos sus comentarios y preguntas, y si algunos parecen haber predominado sobre otros puede ser porque haya fracasado en mantener mis notas en orden; pero muchas preguntas sólo podían ser contestadas por apéndices adicionales, o incluso por la producción de un volumen accesorio conteniendo mucho del material que no incluí en la edición original, en particular información lingüística más detallada. Mientras tanto, esta edición ofrece este Prefacio, una adición al Prólogo, algunas notas, y un índice de los nombres de personas y lugares. Este índice es intencionadamente completo en elementos pero no en referencias, pues para el presente propósito ha sido necesario reducir su volumen. Un índice completo, haciendo uso total del material preparado para mí por la Sra. N. Smith, pertenece más bien al volumen accesorio