Historia de la Tierra Media

Historia de la Tierra Media

El Libro de los Cuentos Perdidos (1 y 2)

   

Los dos volúmenes de que consta El Libro de los Cuentos Perdidos son los primeros de la serie de Historia de la Tierra Media, en los que Christopher Tolkien presenta una visión “longitudinal” de los textos sobre las leyendas de los Elfos que escribió su padre: comenzando por las primeras versiones escritas en la época de la I Guerra Mundial, hasta los últimos trabajos. Como es natural debido al estilo de J.R.R. Tolkien, que revisaba una y otra vez lo escrito hasta el infinito, a lo largo de los volúmenes de esta colección se repiten las mismas historias que finalmente se publicaron póstumamente en El Silmarillion, aunque en formas muy diferentes, más alejadas de esta última cuanto más se retrocede en el tiempo.

Por eso El Libro de los Cuentos Perdidos, la primera de las versiones, escritos a partir de 1916 inspirándose en poemas compuestos años atrás, es toda una curiosidad llena de encanto para aquél que conoce y ha disfrutado de las obras más conocidas de Tolkien. Las leyendas son más o menos las mismas que en El Silmarillion, pero por su gran distanciamiento resultan del todo novedosas, tanto en forma como en contenido. Para comenzar, cuando se escribieron estos cuentos aún faltaban muchos años para que Tolkien pensara en los hobbits, por lo que el autor imaginario de esta obra, al contrario que en El Señor de los Anillos, no tiene nada que ver con ellos; es en cambio Ottor Wáefre, un marinero danés supuesto padre de Hengest y Horsa (los fundadores de la Inglaterra anglosajona), amigo de los elfos, quienes lo llamaron Eriol y le contaron la historia de la Isla y sus mágicos habitantes. En estos dos libros se narran las experiencias de Eriol cuando llegó navegando a la Isla Solitaria y los cuentos que allí le relataron los elfos, desde el mito de La Música de los Ainur hasta la llegada de los Hombres en el primer volumen, y las grandes leyendas sobre la guerra contra Morgoth en el segundo.

El Libro de los Cuentos Perdidos es una lectura sorprendente para el lector de Tolkien acostumbrado a las obras “canónicas” sobre la Tierra Media. Al contrario que en ellas, están repletas de figuras feéricas que luego desaparecerían como hadas, duendes y silfos; Beren es un elfo, y en lugar de Sauron sale un gato malvado apellidado Miaugion; se nos muestra a unos Valar mucho más humanizados y vívidos, como los Ases escandinavos con quienes se les llega a comparar explícitamente; y sobre todo, tiene una gran vinculación directa con Inglaterra, siendo la Isla Solitaria la antecesora geográfica de ésta, y muchos lugares de la historia meras traslaciones de Warwick, Oxford y otros lugares queridos por Tolkien, que trataba así de cumplir su deseo original al componer estas leyendas: crear “una mitología para Inglaterra”. De hecho, la mitología élfica debía enlazarse al final de los cuentos con la tradición anglosajona, y no había lugar para la historia de Númenor. Pero hay otros motivos que hacen su lectura atractiva: a pesar de que algunos capítulos están poco o nada desarrollados, sobre todo el de la llegada de los Hombres, así como el del viaje de Earendel [sic] y los posteriores, otros tienen un nivel de detalle que jamás volvió a reproducirse en las versiones más tardías de las leyendas. Los ejemplos más notables son, sin duda, El Cuento del Sol y la Luna y La Caída de Gondolin.

El Cuento del Sol y la Luna (que se presenta en el primer volumen) es siete veces más extenso que su análogo en El Silmarillion (que ocupa sólo las cuatro primeras páginas del capítulo once), y es asombrosa la riqueza narrativa y poética de este cuento, cuando narra los numerosos intentos vanos y amargos de resucitar los Árboles, o cuando detalla los descomunales trabajos de los Valar para hacer los navíos del Fruto del Sol y la Flor de la Luna, de lo cual casi nada hay en la versión tristemente resumida que aparece en El Silmarillion.

El otro cuento destacable es La Caída de Gondolin, que aparece en el segundo volumen. Doblemente significativo por haber sido el primero que compuso Tolkien, durante su convalecencia en la I Guerra Mundial, la comparación de su longitud con la del capítulo de El Silmarillion es aún más escalofriante: la batalla en Gondolin, que en la obra póstuma se menciona fugazmente en una decena de líneas, se desarrolla con un detallismo brutal a lo largo de veinte páginas del libro. Es de hecho el texto más importante que existe para investigar los equipamientos y organizaciones bélicas de los elfos en la Primera Edad; y resulta lamentable que esta parte de la historia nunca se volviera a reescribir, más aún cuando sí existe -en los Cuentos Inconclusos- una reescritura de la primera parte, cuya magnitud hace pensar que de haberse continuado, a la luz de esta versión primitiva de lo que sigue, se podría haber obtenido una obra colosal, como pocas de fantasía épica se han escrito.

Las Baladas de Beleriand

Poco después de escribir los Cuentos Perdidos y durante los años veinte, Tolkien experimentó con una nueva forma de transmitir las historias de los Elfos y los Hombres en los Días Antiguos. A imitación de las tradiciones nórdicas y anglosajonas, puso en verso las leyendas más importantes de los Cuentos. Algunas como la Caída de Gondolin, la Balada de Earendel o el Juramento de Fëanor y el exilio de los Noldoli apenas pasaron del borrador; pero dos de ellas las desarrolló hasta alcanzar un exquisito nivel de detalle, que no se llegó a alcanzar en las versiones en prosa más tardías que se reprodujeron en El Silmarillion: éstas son La Balada de los Hijos de Húrin y La Balada de Leithian.

La Balada de los Hijos de Húrin es un poema aliterado (al estilo del famoso poema anglosajón Beowulf) complejo y evocador, en el que se cuenta la tragedia de Túrin hasta su estancia en Nargothrond, momento en el que se interrumpe. Complejo sobre todo por el estilo arcaizante, que incluso obligó a Christopher Tolkien a incluir en el libro -en la versión en inglés- un glosario de palabras arcaicas para que los lectores (aun los ingleses) pudieran entenderlo completamente. Evocador en parte por este estilo, y también porque además de la riqueza de la composición en verso, destaca la profusión en las descripciones y los diálogos, notablemente reducidos en la versión de El Silmarillion, que no se recuperaron hasta la Narn i Hîn Húrin (en los Cuentos Inconclusos), y en algunos casos ni siquiera en esa larga historia en prosa. Es digna de destacar sobre todo la parte en la que se cuenta con abrumadores detalles la aventura desdichada de Beleg en Taur-na-Fuin para liberar a Túrin de los orcos, y el posterior viaje de Túrin hasta Nargothrond con el terrible peso de la memoria de Beleg en su conciencia. Asimismo, en una versión más tardía del mismo poema se multiplican los detalles narrados sobre el comienzo de la historia, hasta la estancia de Túrin en Doriath, pero esta versión se interrumpe aun antes, durante la fiesta anterior a que Túrin se exiliara.

El caso de La Balada de Leithian es parecido, pero aún más destacable, pues si bien de la historia de Túrin hay en la Narn i Hîn Húrin una versión tardía y también muy extensa, la leyenda de Beren y Lúthien nunca se volvió a componer de forma tan detallada como en este poema, salvo en un intento de retomar esta versión en verso que no llegó a desarrollarse mucho más allá de la llegada de Beren a Doriath. Cuando al principio del capítulo De Beren y Lúthien en El Silmarillion se dice “aquí se cuenta la historia con menos palabras y sin canto”, bien se puede ver que Tolkien deseaba que esta historia fuese en realidad un poema, y en la tentativa mucho posterior (en 1955) de volver a componerlo que también se recoge en este libro, se adivina que este deseo fue firmemente sostenido durante muchos años, y posiblemente siempre fue así. Por lo tanto, este poema tiene el valor añadido de ser lo más cercano a la forma “verdadera” que debía haber tenido la historia de Beren y Lúthien. Lamentablemente, también es incompleta, pues no se desarrolla mucho más allá de la pérdida del silmaril en las fauces de Carcharoth, pero no por ello es menos cautivadora. Escrita en verso (rimado en inglés, del mismo estilo que el fragmento cantado por Aragorn en la Cima de los Vientos, que no trata de ser otra cosa que una pequeña parte de este poema completo) tiene una extraordinaria fuerza y hermosura tanto en la narración como en las descripciones. En muchas ocasiones no puede ser imitada por ninguna forma en prosa, tanto que en la versión de El Silmarillion se incluyeron algunos cortos pasajes de este mismo poema; y a lo largo de toda la balada es tanto lo que se cuenta y que no sale en ninguna otra versión de la historia, que saber que Tolkien no llegara hacer una versión completa y definitiva del poema provoca una enorme sensación de pérdida.

Además de estos poemas, Las Baladas de Beleriand también contiene un par de curiosidades: Una de ellas es una crítica a la Balada de Leithian, escrita por C.S. Lewis como si fuera el estudio realizado por unos filólogos ficticios sobre un antiguo poema de autor desconocido y transmitido a través de varias reconstrucciones, al estilo de los estudios que se hacían sobre los textos que investigaban los profesores de Oxford. La otra es un comentario de Christopher Tolkien en el que da detalles sobre los textos concretos que su padre envió a Allen&Unwin -y que fueron rechazados- cuando le pidieron más obras para publicar después de El Hobbit, algunos de los cuales están íntimamente relacionados con lo publicado en este libro.

La Formación de la Tierra Media

En 1926, mientras escribía Las Baladas de Beleriand, J.R.R. Tolkien comenzó lo que, después de muchos años y transformaciones, se convertiría en El Silmarillion. Hubiera sido difícil pensarlo a juzgar por este comienzo: tan sólo era un resumen de La Balada de los Hijos de Húrin, el poema que Tolkien había estado escribiendo y quería enseñar a Richard W. Reynolds; resumen que hizo para que su amigo entendiese el contexto, dado que Tolkien no había llegado a terminar el poema. Este resumen creció y se convirtió en un “esbozo de la mitología” que fue extendiéndose hasta relatar de forma esquemática todos los acontecimientos de los Días Antiguos; y a partir de este esbozo Tolkien recompuso las leyendas en nuevas e imaginativas formas.

El contexto imaginario de estas historias era el mismo que el del Libro de los Cuentos Perdidos, o más bien una reelaboración del mismo: el marinero inglés Ælfwine, que llegó a Tol Eressëa, fue instruido por el sabio elfo Pengoloð, de quien aprendió las historias de los Eldar y los Hombres y su lucha contra Morgoth. Con estas enseñanzas, Ælfwine compuso varios textos que son los que J.R.R. Tolkien escribió y Christopher Tolkien presenta (en sus primeras versiones) en este libro.

Uno de ellos era la crónica titulada “Historia de los Gnomos”, que en quenya y noldorin era Qenta Noldorinwa y Pennas-na-Ngoelaidh, respectivamente. Esta crónica relata, al modo de las sagas nórdicas, toda la historia del mundo desde el principio hasta la derrota de Morgoth, e incluso la Profecía de Mandos sobre el Fin del Mundo. El Qenta Noldorinwa (más tarde llamado Quenta Silmarillion, “Historia de los Silmarils”) fue reescrito y ampliado a lo largo de muchos años, pero se mantuvo su esquema inicial, e incluso gran parte del texto. Sin embargo, como se ve en otros volúmenes de Historia de la Tierra Media, lo que esta composición fue ganando en extensión a través de las revisiones, lo fue perdiendo en completitud, de modo que la única versión “completa”, que cuenta todas las historias hasta el final (aunque muy resumidas y con bastantes cosas que habrían de cambiar), es este primer y primitivo Qenta Noldorinwa.

Otros textos muy importantes incluidos en este libro, y que experimentaron las mismas fases de evolución que el Qenta Noldorinwa/Quenta Silmarillion, fueron los Anales de Beleriand y los Anales de Valinor. De hecho, parece que sendos anales eran textos compañeros del anteriormente comentado, escritos mas o menos simultáneamente, que lo complementaban con algunos datos nuevos y, sobre todo, con la inclusión de las fechas en que ocurrió cada cosa (antes de que salieran la luna y el sol en los Anales de Valinor, y los acontecimientos posteriores en los Anales de Beleriand).

Además, se incluye en este libro uno de los textos de Rúmil, que de entre los elfos era quien más conocía del Mundo y del saber de los Valar en general: éste es el Ambarkanta, la “Forma del Mundo”, que muestra en palabras y dibujos la geografía de la Tierra Media, Valinor y los Mares, tal como Tolkien lo concebía durante esta época del Qenta Noldorinwa y los Anales (finales de los años veinte y comienzos de los treinta). Este documento resulta especialmente valioso, por ser el que con más claridad muestra la cosmogonía del mundo subcreado por Tolkien, y el único con diversos mapas que completan las explicaciones. Casi todos estos mapas se refieren al mundo antes del cataclismo de Númenor, pero hay también uno que muestra cómo era después. Otro mapa más detallado de Beleriand tal como se concebía en esta época también se encuentra en este libro, reproducido a color en dos partes que decoran la primera y la última página del libro.

En conjunto, La Formación de la Tierra Media da una visión completa de cómo era la historia y el mundo de los elfos, en la época en que se comenzó a gestar la estructura del Quenta Silmarillion publicado por Christopher Tolkien en El Silmarillion. A pesar de que este libro repite buena parte del texto que se lee en El Silmarillion, resulta interesante por ser el único “Quenta Silmarillion” enteramente escrito por J.R.R. Tolkien, sin modificar, y completo (pues como se decía antes, las revisiones que J.R.R. Tolkien hizo posteriormente están inconclusas); pero también porque muestra el gran ingenio de Tolkien en las estrategias tan creativas, más sofisticadas que en El libro de los Cuentos Perdidos, que elaboró en torno al contexto imaginario de sus leyendas: un corpus de múltiples textos que cuentan las mismas historias en distintas formas, de distintas fuentes pero volcados por un mismo cronista. El remate a este ardid se muestra en este libro en la reconstrucción de fragmentos del Qenta Noldorinwa, los Anales de Valinor y los Anales de Beleriand en inglés antiguo, la lengua en que, se supone, Ælfwine los escribió originalmente.

El Camino Perdido

En los años treinta, mientras J.R.R. Tolkien escribía y revisaba las historias que se reproducen en La Formación de la Tierra Media, surgió un tema que desde entonces tendría una importancia capital en su legendario: la historia de Númenor y el cataclismo que cambió la forma del mundo. Esta historia nació como producto de un reto literario que se planteó con C.S. Lewis y dos obsesiones de Tolkien: la creación de lenguajes y un sueño recurrente en el que Tolkien veía a la Atlántida hundirse bajo una gran ola. Estas tres cosas cristalizaron en El Camino Perdido, una ficción con tintes autobiográficos que se incluye en este libro y le da título, en la que el protagonista retrocede en el tiempo hasta el pasado en que los hombres hablaban las lenguas por él inventadas y sucedía el hundimiento de Númenor o Atalantë.

Aunque originalmente escrita con otro propósito, la historia de El Camino Perdido fue “absorbida” por la mitología élfica hasta que la parte sobre el hundimiento de la Atlántida se convirtió en una obra aparte que resultaba ser una prolongación de las leyendas sobre los Elfos y los Silmarils: La Caída de Númenor, también incluida en este libro, y que no era sino una primera versión de lo que años más tarde sería la Akallabêth que se puede leer en El Silmarillion.

Pero las cavilaciones lingüísticas que se ven en El Camino Perdido también se siguieron desarrollando por su cuenta, hasta alcanzar dos obras independientes que también se incluyen en este libro: el Lhammas o “Historia de las Lenguas” (un ensayo sobre las múltiples lenguas inventadas por Tolkien y los vínculos entre ellas) y las Etimologías, un asombroso diccionario etimológico con cuatro mil palabras en distintos idiomas élficos, referencia obligada para todo aquél que quiera conocer la lingüística tolkieniana.

Además, en El Camino Perdido también se encuentran las revisiones hechas durante los años treinta de los textos más importantes que se dieron en La Formación de la Tierra Media: el Quenta Silmarillion, los Anales de Valinor y los Anales de Beleriand, así como otros textos contemporáneos que hablan también de estos asuntos: el arriba mencionado Lhammas y el Ainulindalë o “La Música de los Ainur”, la forma original del capítulo del mismo nombre con el que comienza El Silmarillion. Si a todo esto le sumamos una lista de genealogías, otra de nombres, y la reproducción del segundo y último mapa de Beleriand que dibujó Tolkien (en el que por cierto se basó su hijo para hacer el de El Silmarillion), todo lo cual está también en este libro, y por último consideramos también el Ambarkanta publicado en el volumen anterior, tenemos que, así como La Formación de la Tierra Media nos mostraba el Quenta Silmarillion tal como era en su primera forma, al añadirle el material de El Camino Perdido obtenemos la versión completa y genuina de El Silmarillion tal como era cuando Tolkien trató de publicarlo por primera vez en 1937, antes de que El Señor de los Anillos entrara en juego. (Ya con ese nombre: Silmarillion, o I·Eldanyáre -“La Historia de los Elfos”-, era el nombre con el que Tolkien titulaba el conjunto formado por estas obras escritas contadas por Pengoloð a Ælfwine.)

Pero El Camino Perdido es un libro destacable, no sólo por la gran cantidad de información que da o por mostrar esta visión más auténtica -si bien no definitiva- de El Silmarillion, sino también por sí mismo, pues en estos textos se desarrollan más que en ningún otro sitio las inquietudes más intensas de Tolkien, la filología en las dos distintas vertientes tolkienianas; sobre todo en el relato que da título al libro, donde las lenguas élficas y las leyendas de los elfos subcreadas por Tolkien se entrelazan con el anglosajón y las leyendas de los anglosajones como la del Rey Sheaf, en una misma trama narrativa.

La Caída de Númenor

Es sabido que El Señor de los Anillos fue siendo atraído, según se escribía, por la mitología antes creada por Tolkien (la cual ya estaba ampliamente desarrollada en 1937 -cuando comenzó a componer la historia de Frodo y el Anillo-, como se ve en El Silmarillion de El Camino Perdido). Pero también es cierto que dicha mitología se vio fuertemente afectada por la influencia de El Señor de los Anillos, ya mientras éste se estaba escribiendo. Uno de los primeros elementos en sufrir esta influencia fue la historia de Númenor, cuyo origen se cuenta en el volumen anterior de la colección, y cuya siguiente fase se refleja en los textos de éste. Esta reelaboración de la leyenda de Númenor se hizo alrededor de 1945, en plena composición de El Señor de los Anillos, y sigue los mismos pasos que el nacimiento de la misma, de modo que distintas partes de La Caída de Númenor se pueden comparar con las de El Camino Perdido.

El comienzo fue una nueva ficción titulada Los Papeles del Notion Club, que forma la primera parte de este libro. A pesar de las notables diferencias, la historia que aquí se cuenta es la misma que en El Camino Perdido, sólo que aplicada en un contexto mucho más sofisticado: en vez de narrarse en forma de relato, está escrita en un supuesto libro de actas del llamado “Notion Club”; pero los acontecimientos principales son parecidos en fondo -ya que no en la forma-, y tiene la misma carga autobiográfica (de hecho, el significado de “notion” en inglés es similar al de “inkling”, y los miembros del imaginario club recuerdan en carácter y a veces en nombre a los mismos Inklings).

Las diferencias fundamentales se encuentran en los otros textos que se desarrollaron a partir del impulso creativo de Los Papeles del Notion Club. Al igual que El Camino Perdido parece directamente relacionado con los textos lingüísticos publicados en libro homónimo, de Los Papeles del Notion Club nace directamente un nuevo estudio lingüístico, pero esta vez sobre una nueva lengua, bastante distinta de las élficas que Tolkien había desarrollado hasta entonces: se trata del adunaico, una lengua inventada para los númenóreanos, de la que Tolkien compuso una gramática que también se incluye en este libro. El adunaico resulta ser la única lengua de la que Tolkien redactó de forma tan clara y completa su gramática (también existe bastante material sobre el quenya, pero muy disperso y confuso), por lo que sólo por esta parte, este libro tiene un gran interés para los lingüistas.

Por otra parte, la escritura de Los Papeles del Notion Club también condujo a la revisión de La Caída de Númenor, el antecedente de la Akallabêth que en su momento había nacido del cuento de El Camino Perdido. Pero en esta revisión no sólo se observan una ampliación de la narrativa y ajustes de la trama, como en revisiones de escritos anteriores, sino también un fuerte compromiso por dotar a la historia de esa “consistencia interna de la realidad” que estaba siendo aplicada a El Señor de los Anillos en ese momento. Tanto era así que llegó a cuestionar algunos elementos fundamentales “poco consistentes” de la mitología de la que había nacido la historia, como la planitud del mundo antiguo; en una de las versiones aquí recogidas, titulada El Hundimiento de Anadûnê, se afirmaba de hecho que el mundo siempre había sido redondo y que las historias sobre el mundo plano eran tergiversaciones de la mitología de los hombres, influida por las mentiras de Sauron.

Con todo esto, La Caída de Númenor es posiblemente uno de los libros de lectura más amena de toda la serie de Historia de la Tierra Media. En parte por su menor longitud en comparación con los demás volúmenes (debida a que es sólo una de las dos partes en que se dividió el original en inglés, Sauron Defeated, para la edición en español de la obra). Pero sobre todo porque su mayor parte, Los Papeles del Notion Club, es una composición nueva y sorprendente, con muy pocas notas editoriales de Christopher Tolkien, y aunque está inconclusa, resulta muy emocionante y grata de leer. Por otra parte, aun el material repetido de El Silmarillion y otros volúmenes de esta serie resulta en parte novedoso a causa del giro tan brusco que se le da por influencia de El Señor de los Anillos; y para el lector aficionado a las lenguas y caligrafías es tremendamente atractiva la gramática del adunaico, así como algunos textos en inglés antiguo y escritos en tengwar, y notas sobre esta caligrafía que también se incluyen en el libro.

El Anillo de Morgoth: El Silmarillion posterior – 1

Del mismo modo que rehizo la leyenda de Númenor (cf. La Caída de Númenor), según Tolkien terminaba El Señor de los Anillos se volcó en la reescritura del Silmarillion que ya tenía compuesto en 1937 (cf. El Camino Perdido). Ante la perspectiva de que finalmente pudiera ser publicado, su objetivo era ajustar los acontecimientos narrados sobre los Días Antiguos a lo que había escrito en El Señor de los Anillos. En El Anillo de Morgoth y en el siguiente volumen La Guerra de las Joyas, Christopher Tolkien plasma esta nueva y última versión que su padre intentó hacer del Silmarillion, antes de que el desarrollo descontrolado del mismo desbordara la estructura de la antigua obra. Concretamente, en El Anillo de Morgoth se incluyen los textos que tratan desde el principio del mundo hasta el comienzo de la Primera Edad.

Primero se dan las dos nuevas versiones del Ainulindalë que Tolkien hizo a la luz del dilema sobre la “consistencia interna de la realidad”, planteado al escribir durante los años cuarenta El Hundimiento de Anadûnê (cf. La Caída de Númenor): si el mundo se redondeó a causa del cataclismo, o si como todo el mundo sabe, siempre fue redondo, y la luna y el sol existen también desde el principio. Seguidamente se plasman los Anales de Aman (reescritura a primeros de los años cincuenta de Los Anales de Valinor) y la nueva versión del Quenta Silmarillion que realizó en la misma época, hasta que llega a la Primera Edad. En estos textos se puede apreciar la fuerza del impulso narrativo que supuso El Señor de los Anillos, hasta el punto en que el extenso Silmarillion que había escrito en 1937 se queda en nada, comparado con la ampliación y transformación que estaba sufriendo. Los Anales de Aman no pueden considerarse ya una relación cronológica de acontecimientos, pues la narración bajo cada fecha crece hasta que estas secciones parecen capítulos y no anales. El Quenta Silmarillion, por su parte, crece a la par que los anales, y más aún en una segunda revisión realizada a finales de los cincuenta, donde las historias añadidas se convierten primero en nuevos capítulos, y luego casi en escritos independientes.

Estas nuevas historias tenían además una gran carga filosófica. En esta fase la duda sobre si el mundo podía haber sido plano estaba incluso en un segundo lugar, y motivado por el episodio del segundo matrimonio de Finwë, Tolkien reflexionó ampliamente sobre la vida, la muerte y el matrimonio de los elfos; y también sobre el mal, de su fuente en Melkor y de cómo éste lo extendió en todo el mundo, que era por lo tanto para Morgoth como el Anillo para Sauron. La última parte de este libro es, de hecho, una colección de pequeños ensayos, relacionados con el Silmarillion pero independientes de él, sobre estos y otros temas -como el origen de los orcos-, en los que Tolkien se volcó durante esta época. También se incluye una obra independiente de extensión considerable, la Athrabeth Finrod ah Andreth (“Debate de Finrod y Andreth”) de incalculable valor para el aficionado a los asuntos filosóficos, pues trata en forma de discusión entre el elfo y la mortal los temas más graves: de la naturaleza de los Hijos de Ilúvatar y del Mundo; de la mortalidad, del mal en Arda y de la unión entre elfos y hombres.

El Anillo de Morgoth es, pues, uno de los volúmenes más citados de la Historia de la Tierra Media. Aunque el principio del mismo repite mucho de otros textos (de hecho, los primeros capítulos de El Silmarillion están casi completamente construidos con parte de lo que se reproduce aquí), la segunda mitad contiene más carga filosófica que todos los publicados anteriormente, y resulta imprescindible la referencia a él para múltiples tipos de ensayos y reflexiones sobre el mundo de Tolkien.

La Guerra de las Joyas: EL Silmarillion posterior – 2

Este volumen es el compañero de El Anillo de Morgoth, como El Libro de los Cuentos Perdidos 2 lo es de El Libro de los Cuentos Perdidos 1. En él se presentan los textos escritos por J.R.R. Tolkien en aquella misma etapa, posterior a la finalización de El Señor de los Anillos, aunque aquí se centra en las historias que siguen a la salida de la Luna y el Sol y el comienzo de la Primera Edad.

Así pues, del mismo modo que en El Anillo de Morgoth aparecen los Anales de Aman y el Quenta Silmarillion hasta el capítulo sobre el Oscurecimiento de Valinor, en La Guerra de las Joyas nos encontramos con los Anales Grises y los demás capítulos del Quenta Silmarillion que llegaron a reescribirse. Los Anales Grises (llamados así porque relatan los hechos en los que participaron los Elfos Grises) son la evolución de los anteriores Anales de Beleriand, que como en el caso de los de Aman, se convierten en una narración casi tan extensa y detallada como el propio Silmarillion, y en algunos puntos más todavía. De hecho, casi todo el trabajo sobre las leyendas de la Primera Edad en estos años cincuenta se plasmó únicamente en los Anales Grises; y los capítulos correspondientes del Quenta Silmarillion apenas se cambiaron o corrigieron respecto a lo que ya había escrito en 1937, salvo en el que se narra el origen de los Enanos y las Tres Casas de los Edain en Beleriand. Con estos textos y los del libro anterior se obtiene una visión casi completa de en qué situación se encontraba el Silmarillion cuando Christopher Tolkien se vio ante el desafío de editarlo para su publicación, y se puede advertir la terrible dificultad de dicha tarea, cuyo elemento crítico es que ninguna de estas narraciones posteriores continúa después de la historia de Túrin Turambar.

Al igual que en El Anillo de Morgoth hay publicados algunos textos filosóficos que tienen su base en las historias del Silmarillion pero no pueden considerarse parte de él, en La Guerra de las Joyas se presentan narraciones nacidas de las mismas leyendas, pero que se salen completamente de su esquema y sus dimensiones. La más notable es Los vagabundeos de Húrin, que al principio era sólo una extensión de los Anales Grises, pero se convirtió en un relato inacabado de las dimensiones de la Narn i Chîn Húrin de los Cuentos Inconclusos. Le acompañan otros textos, como el de Ælfwine y Dírhaval, otro sobre Maeglin (el más tardío sobre la Primera Edad, escrito alrededor de 1971), el De los Ents y las Águilas y La Cuenta de los Años; pero Los vagabundeos de Húrin tienen un interés mucho mayor que todos los demás, sobre todo para el que desea conocer cosas nuevas sobre la Tierra Media, pues la mayor parte de esa larga y emocionante historia no había sido contada en ninguno de los libros anteriormente publicados. Es sin duda el texto más atractivo de este volumen, junto al asombroso ensayo que lo cierra, Los Quendi y los Eldar, un inaudito estudio sociolingüístico que tiene la finalidad de explicar los nombres utilizados por los elfos para referirse a ellos mismos y a otras criaturas, pero va mucho más allá: Los Quendi y los Eldar proporciona un conocimiento preciso de las relaciones sociales y culturales entre sus distintos clanes, y es con diferencia uno de los escritos más importantes, junto a las Etimologías (cf. El Camino Perdido), para comprender la naturaleza de las lenguas élficas.

Como ocurre con el volumen anterior, la primera parte de La Guerra de las Joyas, que analiza los Anales y el Quenta, resulta algo repetitiva con respecto a El Silmarillion y los libros precedentes de la colección, pero queda muy bien compensado por los nuevos textos que van después. Aquellos que tengan interés por leer de la pluma de Tolkien algo de su estilo narrativo más detallado, como lo es la historia inconclusa de Húrin, y sobre todo los estudiosos de su creación lingüística, agradecerán enormemente la presencia de este libro en su biblioteca.

Los pueblos de la Tierra Media

Una cosa que caracterizaba a Tolkien en su forma de componer el legendarium que lo ha hecho famoso, era su afición por desviarse de repente del curso principal de las historias que estaba escribiendo, y desarrollar extensas notas, a veces verdaderos ensayos, sobre pequeños detalles como la etimología de un nombre, los antepasados de un personaje o las costumbres y leyendas de un pueblo. De hecho esta peculiaridad de su proceso creativo (que ocurría con especial frecuencia desde que escribió El Señor de los Anillos) es lo que ha proporcionado a la Tierra Media un trasfondo tan inmenso y asombroso, por el que le alaban y admiran sus aficionados.

Después de describir el largo camino que recorrió el Silmarillion, desde los Cuentos Perdidos en 1916 hasta el Quenta Silmarillion “posterior” de 1958, Christopher Tolkien cierra la colección de Historia de la Tierra Media con este volumen, cuyos textos muestran cómo su padre enriqueció la historia, la lingüística y la personalidad de hobbits, enanos, elfos, humanos… de todos los pueblos de la Tierra Media, con esta particular y discursiva forma de escribir.

En la primera mitad de este último libro toma una tarea que había quedado pendiente después de publicar la Historia de El Señor de los Anillos: examinar los borradores de los Apéndices, que fueron componiéndose paralelamente a la narración principal, pero que por su naturaleza y por el tipo de información que proporcionan, pueden considerarse coherentes con el resto de textos ofrecidos en este volumen. También aprovecha para describir la historia de la Akallabêth, en cierto modo bastante relacionada con el desarrollo de la historia de los reinos de Arnor y Gondor, que se cuenta en los Apéndices.

La segunda mitad del libro, como viene acostumbrándonos Christopher Tolkien desde un par de volúmenes atrás, trata en cambio de textos hasta ahora inéditos y desconocidos, para el deleite del lector. En esta ocasión, muchos de ellos son ensayos de origen lingüístico de los años sesenta y setenta, como los que aparecen en los Cuentos Inconclusos (de hecho, gran parte de los textos de ese tipo en dicho libro son sólo extractos de lo que en Los Pueblos de la Tierra Media aparece en su versión casi completa); ensayos que Tolkien empezó a escribir para explicar peculiaridades lingüísticas, como la escritura de los enanos en el libro de Mazarbul, el uso de la “s” en quenya, los nombres de los descendientes de Finwë, el de Glorfindel o el de Elros… y que derivaron en nuevas y muy interesantes historias sobre los enanos, los hombres y los elfos, que van mucho más allá de la explicación lingüística.

También hay una breve sección en la que se reproducen las respuestas que Pengoloð, el sabio superviviente de Gondolin, daba al marinero inglés Ælfwine en Tol Eressëa, sobre el cambio de la lengua de los elfos y sobre el lembas. Y no menos curiosos, se dan también dos comienzos de cuentos que Tolkien no llegó a desarrollar más allá de su principio, ambientados en la Tierra Media, pero desde puntos de vista muy poco habituales: En La Nueva Sombra se iba a relatar el resurgimiento de un culto a la Oscuridad, cuando durante el reinado de Eldarion hijo de Aragorn, los hombres en Gondor comenzaron a “saciarse” de paz. El otro cuento, Tal-Elmar, cuenta a través de los ojos de un joven algo “peculiar” entre los Hombres Oscuros nativos de la Tierra Media, cómo éstos veían con terror la llegada de los Númenóreanos en la Segunda Edad.

En definitiva, puede decirse que Christopher Tolkien se ha despedido de sus lectores con todo un regalo. Quizá no se aprecie así la primera parte de este libro, que en sus más de trescientas páginas apenas aporta información nueva, salvo en detalles lingüísticos, genealógicos e históricos que en los Apéndices se publicaron bastante más reducidos; aunque resulta interesante (y también frustrante) ver cómo si la presión de los plazos editoriales hubiera sido menor, habríamos tenido unos Apéndices de El Señor de los Anillos bastante más jugosos. En cambio, las restantes partes del libro posiblemente serán de las más interesantes de los nueve volúmenes para aquéllos que quieren “saber más” sobre la Tierra Media, su historia y sus personajes, a quienes en su tiempo le fascinaron los Cuentos Inconclusos, y aún tengan sed de esos detalles que se insinúan en sus historias, pero “se cuentan en otro lugar”.