Pensamientos Extrangulados y Otros Textos

Se está acabado, se es un muerto en vida, no cuando se deja de amar, sino de odiar.
El odio conserva: en él, en su química, reside el “misterio” de la vida.
Por algo es el mejor tónico nunca encontrado, tolerado además por cualquier organismo, por débil que sea.
El refinamiento es signo de vitalidad deficiente, en arte, en amor y en todo.
Lo que corresponde a quien se ha rebelado demasiado es no tener ya energía más que para la decepción.
Ante ese insecto, del tamaño de un punto, que corría por mi mesa, mi primera reacción fue caritativa: aplastarle, pero después decidí abandonarle a su alocamiento.
¿Para qué liberarle de él? ¡Solamente que me hubiera gustado tanto saber “adónde” iba!
Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas todas ellas que implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de sí mismo.
La permanente preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural.
¡Pronto, indiferentes o enemigos, para que se pueda respirar un poco!
La muerte es el aroma de la existencia. Sólo ella presta gusto a los instantes, sólo ella combate su insipidez. Le debemos casi todo.
Esta deuda de agradecimiento que de tarde en tarde consentimos en pagarle es lo más reconfortante que hay en este mundo.
Después de algunas noches, debería uno cambiar de nombre, porque ya no se es el mismo.
Cuando se sabe que todo problema no es más que un falso problema, se está peligrosamente cerca de la salvación.
No se pide la libertad, sino apariencias de libertad. Por tales simulacros el hombre se esfuerza desde siempre. Por lo demás, dado que la libertad no es, como se ha dicho, más que una “sensación”, ¿qué diferencia hay entre “ser” libre y “creerse” libre?
El escepticismo es la fe de los espíritus ondulantes.
Si estuviese seguro de mi indiferencia a la salvación, sería con gran diferencia el hombre más dichoso que hubiere.
Sólo es subversivo el espíritu que pone en tela de juicio la obligación de existir.
Buscar un sentido a lo que sea es menos obra de un ingenuo que de un masoquista.
Sólo en la medida en que no nos conocemos podemos realizarnos y producir. Es fecundo quien se engaña sobre los motivos de sus actos, aquel a quien repugna pesar sus defectos y sus méritos, quien presiente y teme el callejón sin salida al que nos conduce la visión exacta de nuestras capacidades.
El creador que llega a ser transparente para sí mismo, ya no crea: conocerse es ahogar sus dones y su demonio.

¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?

Apreciar solamente el pensamiento indefinido que no llega a la palabra y el pensamiento instantáneo que vive sólo gracias a ella. La divagación y la boutade.

Un joven alemán me pide en la calle un franco. Converso con él y me cuenta que ha recorrido medio mundo y que ha estado en la India, país del que admira a los mendigos, a quienes se jacta de imitar. Sin embargo, no se pertenece impunemente a una nación didáctica. Le observé pedir: parecía haber recibido cursos de mendicidad.

La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.

Hay en Heráclito un lado Delfos y un lado manual escolar, una mezcla de ideas fulminantes y de rudimentos; fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella.

He condenado con tanta frecuencia toda forma de acto, que manifestarme, de cualquier manera que sea, me parece una impostura, por no decir una traición. -Sin embargo continúa usted respiran- do. -Sí, hago como todo el mundo. Pero…

¡Qué juicio sobre los seres vivos si es verdad, como alguien ha sostenido, que lo que perece nunca ha existido!

Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿ Cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.

Quedamos siempre anticuados por lo que admiramos. En cuanto citamos a alguien que no sea Homero o Shakespeare, corremos el riesgo de parecer pasados de moda o tocados de la cabeza.

Como máximo, podemos imaginar a Dios hablando francés. Jamás al Cristo. Sus palabras pierden su encanto y su vigor en una lengua tan inadecuada para lo ingenuo o lo sublime.

¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano.

¿La rabia proviene de Dios o del Diablo ? -De los dos. ¿Cómo explicar si no que sueñe con galaxias para pulverizarlas y no pueda consolarse de tener únicamente a su alcance este pobre, este miserable planeta?

¿Para qué nos agitamos tanto? Para volver a ser lo que éramos antes de ser.

X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. -Todo lo contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio providencial.

La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. iQué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.

Mi escepticismo es inseparable del vértigo, nunca he comprendido que se pueda dudar por método.

¿Se comprenderá alguna vez el drama de un hombre que en ningún momento de su vida ha podido olvidar el Paraíso?

Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan.

El 18 de este mes, muerte de mi padre. No sé, pero siento que lo lloraré en otra ocasión. Estoy tan ausente de mí mismo, que ni siquiera tengo fuerzas para la pesadumbre, y tan bajo, que no puedo elevarme a la altura de un recuerdo ni de un remordimiento.

Yo podría, si acaso, mantener relaciones verdaderas con el Ser; con los seres, jamás.

El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.

24 de febrero de 1958
Desde hace unos días, vuelve a rondarme la idea del suicidio. Cierto es que pienso en él a menudo, pero una cosa es pensarlo y otra sufrir su dominio. Acceso terrible de obsesiones negras. Me va a ser imposible durar mucho tiempo así por mis propios medios. He agotado mi capacidad para consolarme.

Para escribir, hace falta un mínimo de interés por las cosas; es necesario creer aún que las palabras pueden atraparlas o al menos rozarlas; yo ya no tengo ese interés ni esa fe…

París: insectos comprimidos en una caja. Ser un insecto célebre. Toda gloria es ridícula; quien a ella aspira ha de tener en verdad el gusto por la decadencia.

No se me oculta que en todo lo que hago hay una mezcla de periodismo y metafísica.

He leído demasiado… La lectura ha devorado mi pensamiento. Cuando leo, tengo la impresión de “hacer” algo, de justificarme ante la sociedad, de tener un empleo, de escapar a la vergüenza de ser un ocioso… un hombre inútil e inutilizable.

Nada hay más decepcionante, frágil y falso, que una inteligencia brillante. Son preferibles las aburridas: respetan la trivialidad, lo que de eterno tienen las cosas o las ideas.

Albert Camus se ha matado en un accidente de coche. Ha muerto en el momento en que todo el mundo -y tal vez el mismo también- sabía que ya nada tenía que decir y viviendo tan sólo podía perder su desproporcionada, abusiva -ridícula incluso-, gloria. Inmensa pena al enterarme de su muerte, anoche, a las 23 horas, en Montparnasse. Un excelente escritor menor, pero que fue grande por haber carecido totalmente de vulgaridad, pese a todos los honores que cayeron sobre él.

Sólo hablé con Camus una vez, en 1950, creo; he hablado mal de él muchísimo y ahora me siento presa de un remordimiento terrible e injustificado. Ante un cadáver, sobre todo cuando es respetable, me siento impotente. Tristeza inclasificable.

James Joyce: el hombre más orgulloso del siglo, porque quiso -y en parte alcanzó- lo imposible con el empecinamiento de un dios loco y porque nunca transigió con el lector y no estaba dispuesto a ser legible a toda costa. Culminar en la oscuridad.

No pierdas el tiempo criticando a los otros, censurando sus obras; haz la tuya, dedícale todas tus horas. El resto es fárrago o infamia. Sé solidario con lo que es verdad en ti e incluso eterno.

B.: Fue un muchacho que, cuando era pobre, me hablaba de la inanidad de la vida y, ahora que es rico, sólo sabe contar manarradas. No se puede traicionar impunemente la miseria. Toda forma de posesión es causa de muerte espiritual.

Sé por qué, a la edad a la que he llegado, prefiero leer a historiadores que a filósofos: es que, por aburridos que sean los detalles relativos a un personaje o a un acontecimiento, el desenlace de uno o de otro intriga necesariamente. Pero las ideas no tienen, ¡ay!, desenlace.

Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso, no está por encima, sino al lado, de la vida.

Cuando se quiere adoptar una decisión, lo más peligroso es consultar a otro. Aparte de dos o tres personas, no hay ninguna otra persona en el mundo que quiera nuestro bien.

El genio francés es el genio de la fórmula. Es un pueblo al que le gustan las definiciones, es decir, lo que menos relación tiene con las cosas.

Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto coincidían mis intereses con los suyos.

Los dos pueblos que más he admirado: los alemanes y los judíos. Esa doble admiración -que después de Hitler, es incompatible- me ha conducido a situaciones como mínimo delicadas y ha suscitado en mi vida conflictos que preferiría haberme evitado.

Los pesimistas no tienen razón: vista de lejos, la vida nada tiene de trágica, sólo lo es de cerca observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es aplicable a nuestra experiencia íntima.

Ionesco me dice que en el monólogo de Hamlet sólo hay trivialidades. Es posible, pero esas trivialidades agotan lo esencial de nuestras interrogaciones. Las cosas profundas no necesitan originalidad.

La palabra que más se me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa, es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía.