Introducción

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La información sobre los pueblos indígenas de México es abundantísima: se cuentan por miles los libros, artículos, ensayos y tesis producidos por la antropología, la arqueología, la lingüística, la etnobotánica, la historia y la etnohistoria, y también, aunque en menor número, los estudios educativos, demográficos, ecológicos, sociológicos, jurídicos y biológicos. A ellos se suman una vasta literatura política –incluida, en los últimos años, la información periodística-, la proliferación reciente de los estudios de género y de las investigaciones sobre la pobreza, y una masa de documentos de la más diversa índole. Sin embargo, el mundo indígena sigue siendo en buena medida desconocido por amplios sectores de la sociedad nacional, de las instituciones y sus funcionarios. Las razones son múltiples y no es propósito de esta Introducción intentar su enumeración y análisis, pero despuntan como factores explicativos las consecuencias que derivan de actitudes de discriminación o denostación de los pueblos indígenas, el peso de las concepciones que diseñaron para México un proyecto de homogeneización cultural y, no pocas veces, los estilos y modalidades de difusión de la información.

Nuestro libro no busca “colmar ese vacío” que será obra de especialistas pero, sobre todo, construcción social. Trata, de un modo mucho más directo y acotado, de dar respuesta a asuntos típicos y tópicos, básicos, pero que, como “la carta robada”, se hacen invisibles delante de nuestros ojos. El animador principal del Programa México Nación Multicultural de la UNAM, José del Val, ha señalado insistentemente la necesidad de hacer patente lo que está subyacente –o incluso visible, aunque desconocido, como ocurre con los cientos de nombres indígenas de nuestras calles, barrios, plazas, con los ingredientes, procedimientos y sabores de la comida, con los giros del lenguaje, con las formas de la adscripción política o con las preferencias estéticas – y que explica los mecanismos más profundos de las armonías o asimetrías de la multiculturalidad. Nuestro libro trabaja “sobre lo obvio que debía ser sabido”, para decirlo más o menos rápidamente.

La elaboración del libro inició como “actividad subsidiaria” de nuestros estudios y empleos; el método escogido –elaborar un cuestionario básico en una oscilación que iba de las preguntas a los materiales y de éstos a aquéllas- permitía la acumulación de fuentes, la proliferación de los interrogantes, la advertencia de los vacíos. Las pláticas con Nemesio Rodríguez –conocedor como pocos de la información sobre los pueblos indígenas de México y el mundo- fueron un componente básico para identificar temas y fuentes.

Creímos advertir, aunque sus límites no siempre son nítidos, la existencia de dos series de temas asociados: a) la relativa a la información del mundo indígena (población, lenguas, distribución territorial, situación de salud o educación, recursos, economía, organización social, preferencias religiosas o político-electorales, marginación, migración, etcétera) y b) otra en la que era posible agrupar los instrumentos jurídicos, las instituciones gubernamentales creadas para la atención de los pueblos indígenas, y los organismos internacionales que los acogen o que se fundaron en respuesta a sus demandas y luchas, principalmente. A ello se debe en buena medida el número, orden y naturaleza de las preguntas que encabezan cada apartado.

En cuanto a la elaboración de las respuestas, se advertirán fácilmente dos procedimientos: uno, la exposición sintética, elaborada por nosotros, de la respuesta a partir de una fuente única, canónica, o de fuentes múltiples; el otro, que reproduce completo o casi completo el documento original (ley, acuerdo, declaración) o la selección de pasajes importantes y la transcripción de las opiniones de diferentes autores. Cuando hemos localizado un texto que respondía directamente a la pregunta formulada, no hemos vacilado en reproducirlo in extenso, especialmente si se trataba de materiales de especialistas cuyas autorizadas opiniones nos relevaban de la glosa y -diría Aguirre Beltrán- del refrito frustráneo. Así, el lector encontrará –junto a nuestra deuda con ellos- citados largamente a Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo de la Peña, Floriberto Díaz Gómez, Héctor Díaz-Polanco, Magdalena Gómez Rivera, Diego Iturralde, Francisco López Bárcenas, Leonardo Manrique Castañeda, Alejandro Dagoberto Marroquín, Carlos Montemayor, Eduardo L. Menéndez, Mercedes Pedrero, Carlos Perafán, Maya Lorena Pérez Ruíz, Héctor Robles Berlanga, Nemesio Rodríguez, Laura Ruiz Mondragón, Rodolfo Stavenhagen, Gustavo Torres Cisneros, Arturo Warman y Pablo Yanes, entre otros.

Hemos incluido al final del cuerpo principal de la obra una lista de lecturas recomendadas, de textos inevitables por su aporte al conocimiento del mundo indígena, por su contribución a los estudios y a las discusiones contemporáneas, o por estar “situados estratégicamente” en una problemática. El lector seguramente compondrá la suya, ampliando, ratificando o contradiciendo la nuestra.
Señalemos, finalmente, un efecto de arrastre que produce el texto: por un lado, hacia el diccionario antropológico; por otro, hacia la compilación exhaustiva de documentos, hacia el archivo o el banco de datos. Ambas perspectivas operan como polos para empresas de más largo alcance. Nuestro trabajo fue más modesto y puntual: enterar al lector de la existencia de un conjunto de temas básicos, de datos elementales, de instituciones y leyes que forman parte del mundo indígena o que se refieren a él. Y quisiéramos, por sobre todo, que el libro resultara útil a los indígenas, los estudiantes, los funcionarios y empleados de las dependencias de gobierno, y a sectores más amplios de la población que conviven, muchas veces sin saberlo, con las múltiples manifestaciones que han forjado las culturas indígenas de México.