40.- ¿Existen actualmente una literatura y un arte indígenas?

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40.- ¿Existen actualmente una literatura y un arte indígenas?
 
Los párrafos en negro se refieren a: ” Arte ”

Como sucede cuando se aplican a muchas otras culturas del mundo, los criterios contemporáneos acerca de los que debemos entender por arte, literatura e, incluso, por cultura de los pueblos indígenas, no tienen necesariamente una correspondencia término a término con la valoración que ciertos textos u obras pudieron tener en el mundo y en el tiempo en el que fueron creados. Objetos que pudieron tener un significado y un valor social de carácter religioso, ornamental o utilitario son clasificados hoy como obras de arte e, incluso, como excelsas obras del arte de todos los tiempos. Con el término “literatura” ocurre un fenómeno semejante. Demetrio Sodi M. advertía sobre esto al señalar, en la “Nota preliminar” a su libro La literatura de los mayas: “No sabemos hasta qué punto podemos hablar de una ‘literatura’ propiamente dicha entre los pueblos mayas. La mayor parte de los textos que se conservan, a pesar de sus valores poéticos y literarios, son eminentemente religiosos, proféticos e históricos. Pero no fueron escritos con la finalidad de ‘hacer literatura'” (SODI M., 1986 [1946]:7). Las grandes colecciones publicadas por Ángel María Garibay K. o Miguel León-Portilla utilizan las expresiones: cantares, épica, consejos (los huehuetlatolli), poesía, anales, etcétera, para clasificar y designar los distintos tipos de documentos. A propósito de su traducción de los vocablos nahuas Itoloca (“lo que se dice de alguien o de algo”) y Xiuhámatl (“anales o códices de años”), como “tradición” y “anales”, respectivamente, León-Portilla precisa: “Evocados estos conceptos, si no se inquiere en su peculiar connotación -la que tuvieron en su propia cultura- se correrá el riesgo de equipararlos, como la cosa más obvia del mundo, con los conceptos castellanos ‘tradición’ e ‘historia’. Y estos conceptos, como es natural, tienen su raíz en un mundo distinto: llegados a nosotros a través de la cultura latina, parecen ser legado de los griegos.” (LEÓN-PORTILLA, 1983 [1961]:48). Hay factores que contribuyen a que muchos de esos textos sean llamados -como lo hace el propio León-Portilla- poemas o antiguos poemas: por ejemplo, el hecho de que las frases de estos textos de “historia” estén “dotadas de un cierto metro o ritmo poético, que ayudó a que se fijaran en la memoria”.(Ibid.:49. PELLICER, 1993:15-53)

En cualquier caso, acotemos que la narrativa, la poesía y el arte indígenas no sólo son un legado importante del pasado -y no nos referimos sólo a las obras de las culturas prehispánicas-, sino también manifestaciones que se expresan en múltiples ambientes y que han sido coleccionadas o registradas mediante procedimientos también diversos. Pensemos, por ejemplo, en los registros de los mitos, de los cuentos o de las adivinanzas, de las historias de vida, de las canciones, de las oraciones y de los dichos o refranes que forman parte esencial del cuerpo de las etnografías o del folklore.

Con el indigenismo emergieron con fuerza y calidad variable numerosas obras literarias, pictóricas o escultóricas que hacían de la vida cotidiana y contemporánea, o del pasado real, mítico o mitificado de los pueblos indígenas, su tema central. Favre ha documentado las expresiones de esta corriente que se inicia en 1899 -en el caso de la literatura- con la publicación de Aves sin nido de la peruana Clorinda Matto de Turner, y continúa con obras como Raza de bronce (1919) del boliviano Alcides Arguedas, Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge Icaza, El indio (1935) del mexicano Gregorio López y Fuentes, Nayar (1940) del también mexicano Miguel Ángel Menéndez, El mundo es ancho y ajeno y Yawar fiesta, ambas de 1941, de los peruanos Ciro Alegría y José María Arguedas (este último, quizás uno de los mejores narradores de su tiempo y que se negaba a ser considerado un escritor indigenista), y Oficio de tinieblas (1962) de la mexicana Rosario Castellanos. (FAVRE, 1998: 64-73). Con técnicas más afines a la historia de vida y a la entrevista antropológica, entre nosotros deben agregarse, cuando menos, Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas, María Sabina, la sabia de los hongos de Álvaro Estrada e, incluso, Los peligros del alma. Visión del mundo de un tzotzil de Calixta Guiteras Holmes.

Más allá de todos estos antecedentes de una literatura indígena e indigenista, asistimos hoy a un fenómeno de naturaleza diferente: la aparición en México -y también en otros países de América- de escritores en lenguas indígenas, es decir, de un conjunto de narradores y poetas que escriben en sus lenguas maternas (y a veces también en español), y que a su obra de creación asocian su experiencia como profesores bilingües y etnolingüistas, y los resultados de su reflexión teórica, como es el caso, entre muchos otros, de Víctor de la Cruz, Natalio Hernández, Miguel Ángel May May o Gregorio Regino. (DE LA CRUZ, 1993:139-154. HERNÁNDEZ, 1993:103-117. MAY MAY, 1993:173-196. REGINO, 1993:119-137).

“A principios de 1978 -recuerda Carlos Montemayor, uno de los principales animadores de esta corriente de literatura en lenguas indígenas- se creó la Dirección general de culturas populares para iniciar un nuevo trabajo con los grupos indígenas. Ahora debían buscar la afirmación y recuperación de las lenguas indígenas y manifestaciones artísticas, conocimientos tradicionales en medicina, memoria histórica. La nueva Dirección abrió oficinas administrativas y luego unidades regionales en el sur y centro de Veracruz, Oaxaca, Yucatán, Michoacán, Sonora, Puebla, Quintana Roo, Morelos, Querétaro y Chihuahua. En los primeros años se capacitaron en etnolingüística y tradición oral a trescientos promotores y técnicos culturales bilingües pertenecientes a los primeros cuatro estados.

“En el aparente ocaso del indigenismo institucional, estas medidas provocaron uno de los hechos culturales de mayor relevancia en el México de finales del siglo XX y principios del XXI: el surgimiento de escritores en varias lenguas indígenas. Muchos de estos escritores, laborando como técnicos bilingües en dependencias gubernamentales regionales o nacionales participaron, impulsaron o enfrentaron problemas de educación y cultura. Desde 1990 algunas dependencias decidieron apoyarlos, pero el surgimiento específico de ellos no fue el resultado de políticas de gobierno, sino de personas o proyectos independientes. En el proceso de la literatura zapoteca del istmo, por ejemplo, fueron esenciales los apoyos de militares retirados o de artistas juchitecos; en el de los tzeltales y tzotziles de Chiapas el proyecto de la universidad de Harvard dirigido por Evon Z. Vogt, la tenacidad y amistad de Robert Laughlin y la asesoría del director de teatro norteamericano Ralph Lee; con el ñahñu Jesús Salinas Pedraza y la escritora mixteca Josefa Leonarda González Ventura lo han sido la universidad de Florida, en Gainsville, y el profesor H. Russell Bernard; en el caso de Yucatán, mi participación aceleró la formación de un grupo importante de escritores.[13] A estos cuatro procesos hay que añadir el que desde la Universidad nacional autónoma de México impulsó Miguel León-Portilla y que ha sido relevante para la historia prehispánica, colonial y contemporánea de la literatura en lengua náhuatl. ([13] En realidad, la contribución de Montemayor no se restringe a Yucatán. Con el apoyo de la Fundación Rockefeller y del Instituto Nacional Indigenista, se publicaron tres series de Letras mayas contemporáneas (50 volúmenes), en 1993, 1996 (con autores de Chiapas) y 1998 (con escritores de Yucatán, Campeche y Chiapas), coordinadas por él. Véase: MONTEMAYOR, 2001:146-147. INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA, 1994: 254, e INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA, 2000b: 199-200.)

“Dan testimonio de esta literatura centenares de publicaciones en folletos, antologías, revistas y diarios aparecidos desde 1983; varios encuentros nacionales de escritores en lenguas indígenas celebrados en Ciudad Victoria, San Cristóbal de las Casas, Ixmiquilpan y México; las generaciones de más de catorce becarios anuales de literaturas en lenguas indígenas del Fondo nacional para la culturas y las artes desde el año de 1992; el surgimiento de la Asociación de escritores en lenguas indígenas en 1993; la fundación de la Casa del escritor en lenguas indígenas en 1996; el Premio Nezahualcóyotl de literatura en lenguas indígenas desde 1994; el Premio continental canto de América de Literatura en lenguas indígenas a partir de 1998 y el Premio iberoamericano de letras Popol Vuh de la organización de Estados americanos[14] a partir del año 2000.” (MONTEMAYOR, 2001: 105-107. MONTEMAYOR, 1993:77-101.)

Como suelen aclarar la mayoría de los nuevos autores indígenas, las obras de creación enfrentan el desafío de generar espacios de lecturas y lograr un número creciente de lectores indígenas y no indígenas. De allí que, como señala lúcidamente Juan Gergorio Regino, la tarea de los escritores indígenas se vincule a otros proyectos lingüísticos, culturales, tecnológicos, gremiales y, sobre todo, a la afirmación de una visión de lo propio y a la lucha contra la subalternidad. (REGINO, 1993:119-126)

Es importante mencionar junto a este movimiento de escritores indígenas la labor de los pintores, grabadores y artesanos (en muchos casos, notables artistas) indígenas de los últimos años. Entre los primeros destaca la figura de Francisco Toledo.

Finalmente, pero en idéntico orden de importancia, es necesario referirnos al movimiento de los videoastas indígenas, cuyo trabajo ha merecido reconocimiento nacional e internacional, especialmente a partir de la participación de éstos en el I Encuentro de Video Indígena (La Trinidad, Tlaxcala, 1992) y en el I Encuentro Interamericano de Videoastas Indígenas (julio de 1994). Un impulso importante a su labor fue el otorgado por el Programa de Transferencia de Medios Audiovisuales a Comunidades y Organizaciones Indígenas, del INI, que se vio reforzado con la creación de los Centros de Video Indígena en Hermosillo (Sonora), Mérida (Yucatán), Morelia (Michoacán) y Oaxaca (Oaxaca). En el periodo comprendido entre 1992 y 2000, el INI apoyó a más de 200 organizaciones indígenas que utilizaron el video para creaciones originales, capacitación, denuncia, registro de memoria histórica y tradiciones, etcétera. José Luis Velázquez, realizador de numerosos audiovisuales en el INI, preparó un Catálogo de Producciones de Video Indígena, que registra más de cien títulos de obras de realizadores de diversos grupos etnolingüísticos. (INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA, 2000b: 217-224.

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[13] En realidad, la contribución de Montemayor no se restringe a Yucatán. Con el apoyo de la Fundación Rockefeller y del Instituto Nacional Indigenista, se publicaron tres series de Letras mayas contemporáneas (50 volúmenes), en 1993, 1996 (con autores de Chiapas) y 1998 (con escritores de Yucatán, Campeche y Chiapas), coordinadas por él. Véase: MONTEMAYOR, 2001:146-147. INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA, 1994: 254, e INSTITUTO NACIONAL INDIGENISTA, 2000b: 199-200.

[14] Hemos respetado, en la larga cita de Montenayor, la escritura de los nombres de las instituciones, de los premios, etcétera, usada por este autor. [C. Z. y E. Z. M.].