La Integración Arquetípica

La Integración Arquetípica

Título original: Archetypal Integration por el Rv. Chuan Zhi Shakya, OHY
Traducido por Miguel Conde D’Arbell (Zheng Chè)
desde Ciudad México
Traducción presentada el 8 de septiembre de 2002

¿Los arquetipos son verdaderos? – me preguntó cuando caminábamos a través de un gran peñasco que llenaba el vacío entre dos paredes de piedra, casi verticales. La caída era de unos cuantos pies, pero el peñasco ofrecía una ruta sencilla para el largo y casi invisible camino de ascenso a la montaña. Yo lo había encontrado unas semanas antes y como él había expresado su afán de aprender Zen, decidimos programar una excursión a la cima de una de nuestras montañas favoritas. Habíamos iniciado el ascenso desde el amanecer y estábamos a un par de horas antes de que el sol alcanzara su cenit. Habíamos necesitado salir muy temprano para lograr alcanzar la cumbre y regresar antes del ocaso.

Durante la mayor parte de nuestra marcha esa mañana sólo habíamos escuchado el canto de los pájaros, el silbido del viento, nuestras propias respiraciones y el eco de nuestras firmes pisadas; pero no habíamos tenido una conversación hasta que mi amigo tropezó con una piedra, causándole una dolorosa torcedura de tobillo. Maldijo la piedra como si ésta se hubiese atravesado deliberadamente en su camino. Después de darle masaje a su tobillo por un minuto, él recogió de pronto la piedra y, aun maldiciéndola, la arrojó montaña abajo. Esperé que no hubiese nadie en su camino.

Nos sentamos juntos, mientras sus palabras de enojo se desvanecían en un eco distante. Ambos sabíamos que mientras no existiera un desgarre en los ligamentos, el dolor menguaría hasta aliviarse. Bebimos agua y descansamos por algunos minutos. Entonces mi amigo se levantó y soltó una frase optimista – ¡está bien, vamos! – la que nos puso nuevamente sobre nuestro camino.

– Quisiera no estar tan enojado en todo momento – dijo reflexionando, en parte para mí, en parte para consigo mismo. – Si esa piedra hubiese sido una persona, pude haberla asesinado cruentamente.

– La sombra del enemigo – le sonreí – no sabe de misericordia alguna. – El se volvió y me miró socarronamente queriendo seguir mi pensamiento.

– Es la fuerza de un comportamiento codificado en nuestro ADN (DNA) – le expliqué. – Existe exclusivamente para aumentar las probabilidades de nuestra supervivencia cuando nos encontramos ante una amenaza. Si un hombre nos ataca, nos enojamos, sube la adrenalina, nuestros músculos se tensan, el ritmo cardiaco se incrementa, el oxígeno se bombea a todo el cuerpo en concentraciones más altas… Todo esto nos prepara para una lucha, para una que esperamos ganar. Dudo que nosotros estuviéramos aquí hoy en día, si nuestros antepasados hubieran carecido de este importante arquetipo.

– He leído sobre los arquetipos – me dijo – ¿pero de qué puede servir el enfadarse con una piedra? Creo que no sirve de nada para la preservación de nuestra especie.

– No, no sirve de nada – estuve de acuerdo con él. – Pero los arquetipos actúan solos. Ellos no evalúan situaciones ni deciden actuar o no. Son autónomos mientras estemos inconscientes de ellos. Actúan por impulso, como cuando, repentinamente, sentimos dolor o temor y entonces, la sombra enemiga nos asalta para morder la cabeza de lo que asociamos con nuestro dolor o nuestro miedo. No importa si se trata de un hombre, de un amigo, o de una roca. Los arquetipos sirven a un propósito, pero pueden torcerse si no estamos alerta; y cuando ellos se tuercen, rápidamente nos encontramos ante uno o más de los siete pecados capitales: orgullo, envidia, cólera, pereza, avaricia, glotonería y lujuria. La única forma de evitar el pecado es, en primer lugar, tomando conciencia de las fuerzas que nos conducen a pecar. Esas fuerzas son a menudo los arquetipos de la sombra enemiga y el ego o la personalidad. Todos las tenemos – concluí.

– ¿Por qué nunca le he oído enfadado? – me preguntó. Me reí, – ¡porque nunca me ha oído en el momento oportuno! – Le expliqué entonces – la integración de los arquetipos es la tarea más importante en el Zen. Antes de tomar conciencia de las fuerzas que están integradas en nuestro código genético, no somos más que una especie de robots que actúan de acuerdo con una serie de instrucciones previamente programadas… son instrucciones que han sido adquiridas e incorporadas por experiencias pasadas. Una vez que estamos conscientes de ellas, digamos, la sombra enemiga, no tendrán más la capacidad de actuar sin nuestro consentimiento consciente. Podemos enfadarnos, pero esta cólera será por lo general espontánea, breve y justificada por las circunstancias. No será el resultado de desear atacar a alguien. El crecimiento espiritual, o la evolución del ego (del yo), hacen necesario que esa conciencia se extienda. La dirección de esta expansión es siempre hacia adentro, hacia el inconsciente.

– Esto puede sonar tonto – dijo mi amigo. Su tono era reflexivo más que condescendiente. – El consciente se amplía hacia el inconsciente. ¿No es esto lo que justifica el decir que aquello que una vez fue desconocido o inconsciente, llega a conocerse… o hacerse consciente? – Sí, coincidí. Mi amigo continuó – ¿pero cómo puedo tomar conciencia de lo que es inconsciente? Esto suena tan contradictorio como si dijéramos “un asesino legal” o un “sabio tonto”. Si eso es inconsciente, entonces me es desconocido, ¿cómo sé entonces que eso existe? Pero cuando se le conoce, entonces no es inconsciente, así es que existe. El inconsciente no puede, entonces, existir, ¿verdad?

– No podemos saber lo que no sabemos. – Estuve de acuerdo – pero esto no significa que no sepamos que existe. Pensar que sabemos todo lo que se debe saber sería temerario. Creemos ver las cosas claramente y estamos totalmente conscientes de ello porque es la única perspectiva que tenemos. Pero el conocimiento, en este contexto, está siempre relacionado con nuestra conciencia, con nuestra capacidad de percibir. Esto no es absoluto. Los niños desarrollan su conciencia de una forma que podemos percibir claramente día a día, pero cuando nos hacemos adultos ese proceso a menudo se detiene. Creemos que hemos “llegado” a un destino que ha sido fijado por nuestra imaginación. Las expectativas que nosotros mismos nos creamos, interrumpen nuestro crecimiento sostenido como seres humanos. Actuamos como si fuéramos dioses omniscientes y nuestro ego es, en sí mismo, el responsable.

Continuamos con nuestra excursión y luego nos detuvimos para tomar un breve descanso y beber agua. Fue entonces cuando mi amigo preguntó si los arquetipos son verdaderos. La pregunta me tomó por sorpresa, pues no podía yo concebir que no lo fueran. Tuve que considerar mi respuesta cuidadosamente, pues en el contexto de nuestro dialogo reflexivo, sería muy fácil confundir el significado de las palabras – el clásico problema Zen ilustrado por un monje cuyo dedo apunta hacia la luna brillante. Decidí revertir el tema hacia un asunto del que sabía algo.

– En la Física – comencé – se habla sobre las fuerzas. Sin fuerzas no existiría ninguna física porque nada pasaría. De hecho, no habría nada en absoluto, porque son las fuerzas las que crean las cosas. Una piedra se mantiene unida por fuerzas nucleares, poderosas y sutiles. El declive de la montaña desliza hacia abajo debido a la fuerza gravedad. Las fuerzas hacen que ocurran las cosas. – Le señalé una piedra cercana a nuestros pies. – Si tomamos la piedra nos parece real, también reconocemos que las fuerzas que la hacen comportarse como una roca son verdaderas. Así, por ejemplo, si nos enojamos y consideramos este enojo como real, también debemos admitir que las fuerzas detrás de la cólera son verdaderas. Podemos llamar a estas fuerzas de la forma que queramos… El nombre no es lo importante, pero su existencia si que lo es. Los arquetipos son en cada partícula de ellos, si se puede decir así, tan reales como esa piedra.

Me dijo que nunca antes había pensado en ello de esa manera. Entonces me preguntó – ¿cuántos arquetipos hay? Usted solo ha mencionado uno o dos.

Volví a la Física. – Sabemos acerca de la gravedad y de las fuerzas electromagnéticas. Estos conocimientos son comunes a todos, nos los enseñan en la escuela primaria y en la secundaria. También sabemos sobre las fuerzas nucleares poderosas y las fuerzas nucleares sutiles. Los científicos han aumentado su conocimiento en torno a los cada vez más y más pequeños componentes de la materia, con lo que ha logrado deducir la existencia de otras fuerzas. Esta es la manera en que parece trabajar también el ámbito espiritual. Primero aprendemos sobre la sombra enemiga, la persona, el ego, la sombra amistosa; pero conforme nuestra conciencia se amplía, vamos aprendiendo sobre lo que llamamos ‘arquetipos divinos’: la sabiduría del anciano o la anciana, el Anima o Animus, el Niño Voluble, y otros. Cada uno de ellos es un aspecto de nosotros, y cuando cultivamos el corazón Chan, nos esforzamos por integrar a cada uno de estos. Con cada éxito nos hacemos más completos en nuestra naturaleza humana. Progresamos de un estado fracturado a un estado de integridad… la unidad.

Le dije que una gran parte de nuestro sitio web ha sido dedicada a la integración arquetípica y le sugerí que lo explorará si tenía interés. Dijo que lo haría. Reasumimos nuestra excursión sumiéndonos en un silencio rítmico durante el resto del día y regresamos mucho antes del ocaso.