LA VIDA RUTINARIA

LA VIDA RUTINARIA

“Es indispensable saber de dónde venimos, para dónde vamos, por qué estamos aquí y para qué. Vivir por vivir, comer para existir, trabajar para comer, no puede ser en verdad el único objeto de la vida. Indubitablemente tenemos que resolver el enigma de nuestra existencia, tenemos que entender el sentido de la vida”…

“Así que, ha llegado la hora de saber quiénes somos. El cuerpo físico no es todo; ver el organismo humano de cualquier persona, no es haber conocido en verdad al SER”…
Samael Aun Weor: Conf. “Lo que somos y lo que debemos ser”.

Aunque parezca increíble, es muy cierto y de toda verdad que esta tan cacareada civilización moderna es espantosamente fea, no reúne las características trascendentales del sentido estético, está desprovista de belleza interior.

Es mucho lo que presumimos con esos horripilantes edificios de siempre que parecen verdaderas ratoneras.

El mundo se ha vuelto tremendamente aburridor, las mismas calles de siempre y las viviendas horripilantes por doquier.

Todo esto se ha tornado cansón, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste del mundo.

Es el mismo uniforme de siempre: horripilante, nauseabundo, estéril. ¡Modernísimo!, exclaman las multitudes.

Parecemos verdaderos pavos vanidosos con el traje que cargamos y con los zapatos muy brillantes, aunque por aquí, por allá y acullá circulen millones de infelices hambrientos desnutridos, miserables.

La sencillez y belleza natural, espontánea, ingenua, desprovista de artificios y pinturas vanidosas, ha desaparecido en el sexo femenino. Ahora somos modernos, así es la vida.

Las gentes se han vuelto espantosamente crueles: la caridad se ha resfriado, ya nadie se apiada de nadie.

Las vitrinas o aparadores de los lujosos almacenes, resplandecen con lujosas mercaderías que definitivamente están fuera del alcance de los infelices.

Lo único que pueden hacer los parias de la vida es contemplar sedas y joyas, perfumes de lujosos frascos y paraguas para los aguaceros; ver sin poder tocar, suplicio semejante al del Tántalo.

Las gentes de estos tiempos modernos se han tornado demasiado groseras: el perfume de la amistad y la fragancia de la sinceridad han desaparecido radicalmente.

Gimen las muchedumbres sobrecargadas de impuestos; todo el mundo está en problemas; nos deben y debemos; nos enjuician y no tenemos con qué pagar; las preocupaciones despedazan cerebros, nadie vive tranquilo.

Los burócratas con la curva de la felicidad en sus vientres y un buen cigarro en la boca, en el que psicológicamente se apoyan, juegan malabares políticos con la mente sin importarles un comino el dolor de los pueblos.

Nadie es feliz por estos tiempos, y menos la clase media, ésta se encuentra entre la espada y la pared.

Ricos y pobres, creyentes y descreídos, comerciantes y mendigos, zapateros y hojalateros, viven porque tienen que vivir, ahogan en vino sus torturas y hasta se convierten en drogadictos para escapar de sí mismos.

Las gentes se tornaron maliciosas, recelosas, desconfiadas, astutas, perversas; ya nadie cree en nadie; se inventan diariamente nuevas condiciones, certificados, cortapisas de todo género, documentos, credenciales, etc., y de todas maneras nada de eso sirve ya, los astutos se burlan de todas estas tonterías: no pagan, esquivan la ley aunque les toque ir con sus huesos a la cárcel.

Ningún empleo da felicidad, el sentido del verdadero amor se ha perdido y las gentes se casan hoy y se divorcian mañana.

La unidad de los hogares se ha perdido lamentablemente, la vergüenza orgánica ya no existe, el lesbianismo y el homosexualismo se han vuelto más comunes que lavarse las manos.

Saber algo sobre nosotros mismos, tratar de conocer la causa de tanta podredumbre, inquirir, buscar, es ciertamente lo que nos proponemos en la Gnosis.