Reflexiones acerca de la inexistencia del yo

Reflexiones acerca de la inexistencia del yo

Bikkhuni Khema

                    La hermana Khema nación en Alemania, se educó en Escocia y en China para luego hacerse ciudadana de los Estados Unidos. En la actualidad reside en el Monasterio Wat Buddha Dhamma Forest, cerca de Sydney, Australia, monasterio fundado en 1978 en tierras compradas y donadas por ella. En 1979 fue ordenada como monja en Sri Lanka y, en 1982 creó el International Buddhist Women’s Centre (Centro Internacional de Mujeres Budistas), en las inmediaciones de Colombo. Pasa la mayor parte de su tiempo dando cursos de meditación en diferentes partes del mundo. Y transcurre su Retiro en Epoca de Lluvias en Sri Lanka.

       

        Meditando acerca de la inexistencia del Yo

        Dentro del budismo se utilizan los términos ‘yo’ y ‘no-yo’ de modo que es importante entender que significa este ‘no-yo’ (anatta), aun cuando se trate de una idea, ya que la esencia de la enseñanza del Buda se basa en este concepto. Y en cuanto a él, el budismo es único. Nadie, ningún otro maestro espiritual ha formulado esta ausencia de Yo del mismo modo que el Buda. Y a causa de haber sido así formulado es que podemos hablar de él. Mucho se ha escrito acerca del no-yo, pero a fin de poder conocerlo uno ha de experimentarlo. Y a esto apunta esta enseñanza, a experimentar la inexistencia del Yo.

        Pero, para poder experimentar esta inexistencia del ‘yo’, uno primero debe conocer de un modo cabal de qué se trata el ‘yo’. Conocerlo. Porque, a menos que no conozcamos de qué se trata este ‘yo’, esto que llamamos ‘nosotros’, es imposible que entendamos que quiere decirse con “no existe eso que llamamos yo”. A fin de poder desprendernos de algo, primero debemos tenerlo con nosotros.

        De hecho estamos continuamente tratando de reafirmar el tal yo. Lo que nos hace pensar que este yo es realmente muy frágil porque, si no fuera así, ¿por qué habríamos de necesitar de reafirmarlo continuamente? ¿Por qué estamos siempre con miedo, sintiéndolo amenazado, temerosos de no conseguir lo necesario para su sobrevivencia? Si fuera tan sólido como a veces creemos, no lo sentiríamos tan amenazado de continuo.

        Reafirmamos nuestro yo una y otra vez a través de la identificación. Nos identificamos con un nombre, con una edad, un sexo, una habilidad, una ocupación. “Soy abogado, soy médico, soy contador, soy estudiante…”. Y también nos identificamos con la gente a la que estamos más apegados. “Soy esposo o esposa, soy madre, soy hijo…”. A esto nos referimos cuando decimos ‘yo’. Pero no solo cuando hablamos. Realmente lo creemos, que tal ‘yo’ es lo que somos. En realidad lo creemos. No hay duda en nosotros acerca de que tal yo es lo que somos. Cuando cualquiera de todos estos factores se ve amenazado, si ser ‘esposa’ se ve amenazado, si ser ‘madre’ se ve amenazado, si ser ‘maestro’ se ve amenazado, o si perdemos la gente que sostiene para nosotros ese ‘yo’ ¡es una tragedia!

        La identificación yoica se vuelve insegura y ‘yo’ encuentro difícil decir ‘mírenme, aquí estoy!”. Aceptación y rechazo están incluidos en esta identificación. La aceptación ‘me’ reafirma, el rechazo ‘me’ amenaza. Por tanto preferimos que nos acepten y alaguen antes que nos rechacen o reprueben. Con la fama y la infamia lo mismo. Pérder y ganar. Si ganamos, nuestro ego se acrecienta; si perdemos se siente en peligro. De modo que estamos en una constante pelea, compitiendo. El ego puede perder un poco de su esplendor, puede verse disminuido por cualquiera. Y es algo que a todos nos ocurre. Cualquiera eventualmente nos lo hará sentir. Hasta el Buda fue rechazado.

        Pero el rechazo que pueden dirigir a nosotros no es el problema. El problema es nuestra reacción, como recibimos el rechazo. El problema es que nos sentimos disminuídos. El ego tiene una dura tarea en reafirmarse luego. De modo que respondemos rechazando a quien nos rechaza, haciendo sentir disminuido al otro ego también.

        Identificarmos con lo que sea que hagamos o con lo que tengamos, ya sean posesiones o personas, es, así lo creemos, una cuestión de sobrevivencia. Autosobrevivencia. Si no nos identificamos con esto o aquello nos sentimos como en el ‘limbo’. Esta es la razón por la que nos cuesta tanto dejar de jugar con nuestros pensamientos mientras intentamos meditar. Porque sin pensar no hay identificación. Si no pienso ¿con qué me identifico? (Pienso, luego existo!, nota del tr.). Durante la práctica de meditación es muy dificil llegar a un estadio en que se detenga el juego con los pensamientos, en que cesen las identificaciones.

        Y la felicidad también es una identificación. Soy felíz, no soy feliz. Porque estamos tan abocados a sobrevivir es que nos estamos contínuamente identificándonos. Y cuando esta identificación se vuelve una cuestión de vida o muerte para el ego -que usualmente es así-, entonces el miedo a perderla es tan grande que uno termina viviendo en un estado de perpetuo temor. Ya sea a perder nuestras posesiones o la gente que hace que seamos lo que somos. De modo que el temor es omnipresente. Y lo mismo va para todas las identificaciones. Este no es un estado muy tranquilizador que digamos, y ¿a qué se debe? A una sola cosa: al ego, al apego a ser.

        Estas identificaciones nos llevan a codiciar posesiones y las posesiones nos vuelven apegados a ellas. Con lo que tenemos, con lo que nos identificamos, terminamos apegados. Este apego hace muy difícil que tengamos una opinión libre o abierta. Y este apego puede ser de lo más variado, porque puede que no sea a poseciones o a personas, pero seguramente lo será a opininones y puntos de vista. Nos apegamos a nuestro modo de percibir el mundo. Nos apegamos a las opiniones sobre lo que creemos que nos hará felíces y hasta podemos apegarnos a una idea que nos hayamos formados acerca de quién creó al universo. Cualquier apego, a lo que sea, aún hasta al gobierno que debería gobernar nuestro país, todo ello hace extremadamente dificultoso el ver las cosas tal como son. Tener una mente abierta. Y solo con una mente abierta podemos escuchar nuevas ideas, entender las cosas de distinto modo.

        Buda comparó a quienes escuchaban sus enseñanzas con vasijas. Y decía que había cuatro tipos de vasijas. Las que tenían un agujero en el fondo, a las que por más agua que les echemos permanecen vacías -en otras palabras decía que sea lo que sea que se enseñe a estas personas es inútil. La segunda clase de vasijas es la que está rajada y el agua que contiene se pierde. Esta gente no puede sumar dos más dos. Tienen una rajadura en su capacidad de comprensión. La tercera clase de oyentes es la que se asemeja a una vasija que está llena hasta el tope. El agua no puede guardarse en ella, no cabe más. Lo mismo en esta gente, tan llena de opiniones que no puede aprender nada nuevo. Pero quizá nosotros seamos de la cuarta clase, la de las vasijas sin agujeros ni rajaduras y que están vacías…

        Lamentablemente, dudo que así sea. Pero sí quizá nos quede un espacio como para recibir un poco. Porque estar vacíos implicaría no tener ni siquiera opiniones y por tanto no tener apegos. Ni siquiera acerca de lo que opinemos de la realidad. Sea lo que sea que opinemos que es la realidad, seguramente no lo es, porque si lo fuera, jamás volveríamos a sentirnos infelices, ni por un instante. Jamás sentiríamos la carencia de nada. Ni de compañía, ni de pertenencias. Ni nos sentiríamos frustrados ni aburridos. Lo que sea que pensemos acerca de la realidad, nos equivocamos. Lo que la realidad es es algo completamente satisfaciente. Si no nos sentimos por completo satisfechos no estamos contemplando la realidad. De modo que, cualquiera sea la visión que de ella tengamos, es parcial o errónea.

        Y porque es errónea o parcial y limitada por el ego, debemos tomarla con pinzas. Cualquier cosa a la que nos aferremos, nos ata. Agarrado a una mesa no creo que pueda ni llegar a la puerta de casa, cuanto menos salir de ella. No podré moverme hasta que no la deje. Cualquier identificación, cualquier poseción a la que nos apeguemos es lo que nos impide acercarnos a la realidad última. Y hasta ahora hemos podido ver con facilidad cómo nos aferramos a objetos y personas, pero no es tan fácil ver cómo nos aferramos a los cinco agregados, los llamados ‘eskandas’. A ellos es a los que más aferrados estamos. Por completo. Ni siquiera nos detenemos a considerar cuando se trata del apego a nuestro cuerpo, o a sentimientos, percepciones, formaciones mentales o conciencia, —‘rupa’, ‘vedana’, ‘sanna’, ‘sankhara’, y ‘viññana’. Contemplamos a este cuerpo-mente, ‘nama-rupa’, y ni siquiera dudamos de que sea un hecho de que este es ‘mí’ sentimiento, ‘mí’ memoria, ‘mis’ pensamientos, ‘mí darme cuenta’ o ‘mí’ conciencia. Y nadie duda de ello hasta que no se comienza a ver. Y para tal ‘ver’ necesitamos un poco de espacio libre en nuestras opiniones y creencias.

        Aferrarnos es el apego mayor que padecemos. Y mientras nos aferremos jamás veremos la realidad. Y no la veremos porque el aferrarse nos lo impide. Tampoco es cuestión de decir, “Bueno, basta, no me aferro más”. No podemos hacerlo. El proceso de tomar el ‘mí’ aparte, de no considerarlo como una unidad completa, es gradual. Pero si nuestra práctica de meditación tiene algún logro será el de mostrarnos, primero que nada que tenemos, mente por un lado y cuerpo por otro, que no hay una unidad actuando acorde todo el tiempo. Hay una mente que piensa y hace actuar al cuerpo. Ese es un primer paso como para ir conociéndonos un poco más claramente. Y luego podemos distinguir ‘esto es un sentimiento’ y ‘llamo de tal modo a este sentimiento’ lo que implica memoria y percepción. “Este es el pensamiento que estoy teniendo acerca de esta sensación. El sentimiento apareció porque la mente conciente se conectó con una sensación que surgió.”

        Distingan las cuatro partes de los eskandas pertenecientes al fenómeno mental, percepción, formaciones mentales, conciencia cuando estén aconteciendo y tendremos una muestra de que tal no es en ralidad mi ‘yo’. Veremos que son fenómenos que surgen, que permanecen un instante y que se desvanecen. ¿Cuánto puede permanecer la mente conciente en un objeto? ¿Cuánto tiempo puede durar un pensamiento? ¿Acaso los llamamos?

        Este aferrarse es lo que hace surgir al ego. A causa del apego es que surge la noción de ‘yo’ y estar yo es que sufro los problemas que sufro. Sin un yo que los padezca, ¿qué problemas habría de tener? Sin ese algo dentro nuestro que tomamos por ‘nosotros’, por ‘yo’, o Juan o Pedro, quién puede sufrir un problema? Los eskandas no tienen problemas. Ellos tan solo son procesos. Son fenómenos, eso es todo. Ahí van y van. Pero porque me aferro a ellos y trato de mantenerlos y me digo ‘es mío’, este es mí sentimiento, este es mí deseo, es que los problemas aparecen.

        Si realmente queremos vernos libres del sufrimiento, de una vez y para siempre, entonces tendremos que terminar con los apegos. El camino espiritual no es uno de adquisiciones, más bien de abandonos. Cuánto más dejamos marchar, mayor será el espacio que tendremos para ver la realidad. Porque lo que dejamos marchar ya no está más allí es que tenemos la posibilidad de movernos sin estar aferrados a los resultados de tal movimiento. (wu wei). Inmediatamente nos apeguemos a los resultados de nuestro hacer, nos apeguemos a los resultados de nuestro pensar, estamos atados, estamos limitados ahí.

        Ahora, hay una tercera cosa que hacemos: anhelamos llegar a ser algo o alguien. Queremos llegar a ser buenos practicantes de meditación, o graduados. Llegar a ser lo que no somos. Y este querer llegar a ser algo nos impide el simple hecho de ser. Y así impedidos no prestamos atención a lo que realmente hay. Todo este asunto de ‘hacerse’ es, por supuesto, en un futuro. Y como sea lo que sea que depara el futuro es una conjetura, terminamos viviendo en un mundo de sueños. De la única realidad de la que podemos estar seguros es de la del aquí y ahora, y este momento en particular tal como puede tenerse en cuenta ¡ya ha pasado! y el siguiente también y el próximo también. Esa es la impermanencia de todo. Cada momento pasa, pero nosotros nos aferramos intentando mantenerlo con nosotros, tratando de hacer de ellos la realidad. Tratando de obtener de ellos seguridad. Tratando de que sean lo que no son. Obeserven cómo pasan. Ni siquiera podemos nombrarlos a medidad que suceden. (en cada pensamiento 84000 dharmas…nota del tr.).

        Nada hay que sea seguro. Nada en qué apoyarse, nada que sea firme. El universo entero está en un perpetuo proceso de destrucción y construcción. Proceso que también padecen la mente y el cuerpo, lo que llamamos ‘yo’. Pueden creerlo o no, no hace ninguna diferencia. El modo de saberlo es experimentarlo; cuando lo experimenten lo tendrán en claro. Lo que uno experimenta es claro. Nadie puede negarlo. Intentarán, pero sus objeciones no les afectarán porque ustedes lo habrán experimentado. Es lo mismo que morder un mango para conocer su sabor.

        Y para experimentarlo, uno necesita practicar meditación. Una mente ordinaria puede acceder a conceptos ordinarios. Si uno quiere entender y experimentar cuestiones extraordinarias deberá hacerlo con una mente extraordinaria. Y esta mente extraordinaria deviene a través de la concentración. La mayoría de los practicantes de meditación han experimentado estados mentales diferentes a los que están habituados. De modo que ya no son más ‘diferentes’. Pero es conveniente que se los fortifique para que pasen a ser algo más que un estadio de comienzo hasta el punto en que la mente se vuelve algo verdaderamente extraordinario. Extraordinario en el sentido que ahora puede dirigirse directamente a dónde quiere llegar. Extraordinario en el sentido de que ya no se verá perturbada por los incidentes de la vida cotidiana. Y cuando la mente puede concentrarse se experimentan estados no conocidos hasta ese momento. Como darse cuenta de que nuestro universo se desintegra y vuelve a ser el mismo durante el proceso meditativo. Requiere práctica, perseverancia y paciencia. Y cuando la mente está imperturbada, quieta, ecuánime, balanceada, la paz surge.

        Para ese entonces la mente comprendió la idea de la impermanencia a tal extremo que se percibe a sí misma como impermanente. Y cuando uno percibe a su propia mente como impermanente hay un cambio en el modo en que ser percibe el mundo. Un cambio que puede compararse con lo que sucedía con los caleidoscopios que jugábamos cuando chicos: un pequeño toque y teniamos una imágen totalmente diferente. Toda la imagen cambiaba con un pequeño toque.

        La inexistencia del yo es experimentada a través del aspecto de la impermanencia, a través del aspecto de la insatisfacción y a través del aspecto del vacío. ¿Vacío de qué? Tantas veces está mal interpretada la palabra ‘vacío’ porque cuando uno la toma como concepto, se pregunta ¿qué quiere decirse con ‘vacío’?, si ahí tenemos todo lo que hay, la gente con sus cosas interiores, tripas y huesos y sangre y todo está tan lleno de cosas y ni siquiera la mente está vacía, plena de ideas, sentimientos, pensamientos. Y hasta cuando no se los tiene, qué quiere decirse entonces con ‘vacío’? Lo único que está vacío es el vacío de una entidad.

        No una entidad específica en nada. Eso es el vacío. Eso es la nada. La nada también es experimentada durante la meditación. Está vacía, está vacía de una específica persona, vacía de una cosa específica, vacía de todo lo que sea permanente, vacía hasta de cualquier cosa que la vuelva importante. Por completo está fluyendo. De modo que el vacío es eso. Y ese vacío puede verse en todos lados; puede verse en uno mismo. Y eso es lo que es llamado ‘anatta’, inexsistencia del yo. Vacío de una entidad, de una esencia. No hay ‘nadie’ allí. Todo es imaginación. Al principio esto da mucha inseguridad.

        Esa persona por la que he estado velando con tanto cuidado, esa persona que intenta hacer esto o aquello, esta persona que es quien me brinda seguridad, que sería mi seguro por el resto de mi vida, una vez que descubrimos tal persona… tal persona no existe. ¡Cuán inquietante y atemorizadora idea! ¡Qué sentimiento de pánico brinda! Pero de hecho, es todo lo contrario. Si uno acepta y soporta tal peso y lo atravieza, uno adviene a un completo y absoluto alivio y liberación.

        Les cuento una comparación: imaginen que poseen una muy valiosa joya. Tan valiosa que depositan en ella toda vuestra seguridad por si llegan tiempos duros. Es tan valiosa que la pueden guardar como vuestro seguro de retiro. Y no se la confían a nadie. Tienen una caja de seguridad en casa y allí guardan la joya. Un día, luego de haber trabajado durante mucho tiempo, deciden que es tiempo de tomar unas vacaciones, pero, ¿qué hacer con la joya? Obviamente no pueden llevarla con ustedes. Compran más cerraduras, traban puertas y ventanas y antes de irse piden a los vecinos que vigilen la casa mientras queda vacía. Ellos les dicen que se vayan tranquilos y ustedes parten de vacaciones.

        Llegan a la playa y la pasan muy bien, las palmeras sacuden sus ramas en la brisa y la playa en la que están es espléndida y de arena limpísima, el mar es calmo y de aguas cálidas. El primer día la pasan realmente bien, pero, al segundo día ya comienzan las preocupaciones. Los vecinos puede que hayan tenido que visitar a sus parientes, no siempre están en casa y ultimamente en el vecindario ha habido asaltos. Ya al tercer día están convencidos de que algo malo ha ocurrido y deciden volver a casa. Entran y van directo a la caja de seguridad. Todo está en orden. Y los vecinos les preguntan “¿Por qué volvieron tan rápido? Nosotros estábamos cuidándoles la casa, es una pena que hayan pegado la vuelta!”

        Al año siguiente ocurre lo mismo. De nuevo avisan a los vecinos, “Esta vez estaremos ausentes por un mes, realmente necesito estas vacaciones porque estoy muy cansado.” Y ellos contestan “Por supuesto, no hace falta que se preocupen, váyanse.” Y ustedes una vez más traban todo, puertas y ventanas y se van para la playa. De nuevo el lugar maravilloso. Esta vez la beatitud les dura cinco días. Pero al sexto ya están seguros de que algo malo pasó en casa. Y pegan la vuelta. ¡Pero esta vez sí ocurrió! La joya ha desaparecido. Qué desesperación, que depresión. Y los vecinos no se explican que pudo haber pasado, ellos estuvieron simpre ahí. Entonces ustedes se sientan y consideran bien todo lo ocurrido y llegan a la conclusión de que, bueno, ya que la joya no está más, dado que no hay más por qué cuidar la casa ¡bien pueden volverse a la playa a disfrutar de los días de vacaciones! (O peor, la joya sigue estando, pero comprobamos que era falsa, ni los ladrones la quisieron! nota del tr.)

        Esa joya es nuestro ‘yo’. Una vez que se disolvió, todo el lío de andar cuidándolo se termina, todos los miedo, el trancar puertas y ventanas, el no poder dormir tranquilos, ahora podemos ir y disfrutar mientras vivimos este cuerpo. Luego de esa consideración el temor ante la posible pérdida de algo que nos parecía tan precioso se transformó en un vedadero alivio.

        Son tres las puertas que conducen a la liberación, la insignificante?, la carente de deseo y el vacío. Si entendemos por completo la impermanencia, ‘anicca’, es la que llamamos liberación insignificante? Si entendemos por completo el sufrimiento, ‘dukka’, es la liberación por ausencia de deseos. Y si entendemos por completo la inexistencia del yo, ‘anatta’, es la liberación del vacío; que implica que podemos atravezar cualquiera de las tres puertas. Y estar liberados implica no tener ya que volver a padecer un momento de infelicidad. También significa otra cosa: que ya no estamos creando más karma. Una persona que se ha liberado sigue actuando, sigue pensando, sigue hablando y sigue contemplando el mismo panorama que los demás, pero tal persona ha perdido la idea de ‘yo pienso’, ‘yo hago’, ‘yo digo’. El karma ya no vuelve a formarse porque tan solo ahí quedan pensamientos, actos y palabras. La experiencia pero no quien experimente. Y como ya no se genera más karma, no volverá a renacerse. Es la total iluminación.

        En esta tradición se clasificaron tres estadios previos al cuarto o de liberción completa. El primero, en el que al menos teóricamente estaríamos nosotros inscriptos, es el llamado ‘sotapanna’, ‘que ha entrado en la corriente’. Es la persona que por lo menos ha visto el Nirvana una vez y por tanto ha entrado en la corriente del Dharma. Tal persona ya no puede ser sacada del camino. Y si la determinación es fuerte, puede que le quede por renacer una vez más, si su determinación es pobre, puede que sean siete las veces que ha de renacer. El hecho de percibir el nirvana una vez ayuda a liberarnos de las dificultades que nos ataban previamente. El cambio más dramático es la pérdida de la idea que lo que llamamos ‘yo’ es una entidad en sí, separada de lo demás. Se pierde la visión errónea del yo. Pero ello no indica que un ‘sotapanna’ está por completo libre del ego. Se ha perdido la idea equivocada, pero ha de reforzarse la correcta, una y otra vez, una otra vez, experimentarla de nuevo y de nuevo hasta que se haga fuerte.

        Tal persona ya no sentirá atracción ni interés por ningún tipo de ritual. Quizá los siga realizando, pero por una cuestión de tradiciones o por costumbre, pero ya no cree que puede lograr ningún tipo de liberación mediante ellos (si es que alguna vez lo creyó). Y luego otra cosa más se pierde: las dudas y el escepticismo. Y se pierde porque uno vivió en carne propia, experimentó la enseñanza del Buda y comprobó que era tal cual. Hasta ese momento las dudas surgían, porque, es muy fácil pensar “Bueno, puede ser, pero también puede que no sea así… ¿cómo voy a estar seguro?” Del único modo que nos quitamos las dudas es a través de la experiencia. Y así terminan las dudas, porque una vez que uno comprobó que las cosas son como las había escuchado, mente y corazón brindan una comprensión que nos ayuda a entender todo.

        El Dharmma debe tener en su base la idea de que no hay ‘esencia’ que valga. No hay más que continuidad, y tal continuidad (santana) es la que nos dificulta ver que allí realmente no hay nada. No hay un algo que hace que las cosas ocurran sino que las cosas simplemente ocurren. Así es como el primer atisvo que tenemos de esta libertad, esta llamada entrada en la corriente, produce grandes cambios en nosotros. Por cierto que no desarraiga la ambición ni el odio, de hecho ni siquiera los hemos mencionada. Pero, gracias a la nueva comprensión que hemos adquirido, van disminuyendo. No son tan fuertes ni se manifiestan de maneras groseras. Permanecen de una forma sutil.

        Los próximos pasos son el de ‘quien retorna una vez más’, luego el de quien ‘ya no retorna’ y luego el de arhant. El ‘que retorna una vez más’ vivirá una vida más en el mundo de los cinco sentidos. Quien ‘ya no retorna’ no necesita ya de una vida humana y el arhant, es quien ya se ha iluminado por completo. El deseo sensual y el odio solo desaparecen en ‘los que ya no retornan’ y el completo subyugamiento del ego en el arhant.

        Por lo tanto podemos aceptar el hecho de que ya que aquí no hay arhats, aún tenemos codicia y odio. Y no es cuestion de castigarse por tenerlos, es cuestión de entender de dónde provienen. Vienen de la ilusión del ‘yo’. Del deseo de proteger a esa joya, el ‘yo’. De allí provienen. Pero con la continua práctica de la meditación, la mente se volverá cada vez más clara hasta que al fin terminará de entender y ver la realidad trascendental. Y aunque sea por un instante, la experiencia será de tal impacto que producirá un cambio definitivo en nuestras vidas.