La galaxia maldita

La galaxia maldita
Edmond Hamilton
The accursed galaxy, © 1935 by Street & Smith Publications Inc. (Astounding Science Fiction, Julio 1935). Traducción de Horacio González Trejo en La edad de oro de la ciencia ficción, tomo 2, recopilada por Isaac Asimov, Ediciones Martínez Roca S.A., 1976.

Yo estaba familiarizado con el fenómeno de la expansión del universo y el alejamiento de las galaxias antes de leer La galaxia maldita, porque conocía las popularísimas obras de Arthur S. Eddington y James Jeans sobre relatividad y astronomía. Sin embargo, me pareció que nadie como Hamilton había descripto tan a lo vivo las galaxias que se alejan, y nunca he leído una. explicación tan dramática y sugestiva de tales fenómenos como la de este cuento. A veces me parece que casi creo en ella.
Nunca he adoptado el punto de vista de Hamilton sobre la vida como una enfermedad cósmica en mis obras de ciencia ficción, pero en un artículo científico titulado Recipe for a planet y publicado en «The Magazine of Fantasy and Science Fiction», de julio de 1961, escribí una receta imaginaria para la creación de un planeta, extraída de un supuesto «Libro de cocina de la Abuela estelar».
Un pasaje de la misma decía: «Enfríese lentamente hasta que se endurezca la corteza y aparezca una delgada película de gas y humedad. (Si no aparece, es que se ha calentado en exceso.) Póngase en órbita a distancia adecuada de una estrella y hágase girar. Después de varios miles de millones de años, la superficie fermentará. Según los expertos, la parte fermentada, a la que llaman vida, es la más substanciosa del guiso.»
Quizás esto no parezca gran cosa, pero aquí no hay influencia inconsciente. Cuando escribí que la superficie fermentaba, recordé muy conscientemente La galaxia maldita de Hamilton, que había leído veintiséis años antes.
Isaac Asimov

Un sonido tenue y agrio como mil hojas de papel rasgándose aumentó con la velocidad del rayo hasta convertirse en un rugido vibrante que obligó a Garry Adams a ponerse en pie de un salto.
Corrió a la puerta de la cabaña y, al abrir, vio como una espada de fuego blanco que hendía verticalmente la noche y oyó un súbito estampido ensordecedor en la lejana obscuridad.
Luego todo volvió a quedar obscuro e inmóvil. Pero abajo, en el valle débilmente iluminado por las estrellas, una nube de humo empezaba a elevarse poco a poco.
–¡Santo cielo, un meteorito! –exclamó Garry–. Ha caído en mis narices.
De repente se le iluminaron los ojos.
–¡Qué tema para un artículo! Periodista Único Testigo De Caída Meteoro…
Cogió una linterna del estante situado junto a la puerta, y un minuto después bajaba corriendo por el tosco sendero que serpenteaba desde su cabaña en la cumbre de la colina y a través de la pendiente boscosa hasta el valle.
Cincuenta semanas al año, Garry Adams era periodista de uno de los matutinos neoyorquinos más sensacionalistas. Pero todos los veranos pasaba dos semanas en su cabaña solitaria, al norte de los Adirondacks, y se quitaba de la cabeza el eco de los asesinatos, los escándalos y la corrupción.
–Ojalá quede algo –murmuró mientras tropezaba con una raíz en la obscuridad–. Podría valerme una foto a tres columnas.
Se detuvo un instante donde el sendero salía del bosque, y contempló la obscuridad del valle. Divisó el lugar donde aún se alzaba un poco de humo, y se lanzó sin vacilación hacia allí, por entre los árboles.
Las zarzas desgarraron los pantalones de Garry y le arañaron las manos, mientras las ramas azotaban y lastimaban su rostro a medida que se abría paso. En una ocasión se le cayó la linterna y le costó bastante encontrarla. Pero algo más tarde oyó crepitar de llamas y olió el humo. Pocos minutos después salió a un cráter de treinta metros, abierto por el impacto del meteorito.
Los matorrales y el césped, que se habían incendiado al calor del impacto, ardían débilmente en varios lugares al borde del cráter, y el humo entró en los ojos de Garry. Se echó atrás, pestañeando, y luego vio el meteorito.
No se trataba de un meteorito corriente. Lo comprendió al primer vistazo, pese a que el objeto estaba semienterrado en la tierra blanda que había desparramado a su alrededor. Era un poliedro resplandeciente de unos tres metros de diámetro, y su superficie estaba formada por un gran número de pequeñas facetas planas, de forma perfectamente geométrica. Un poliedro artificial caído del espacio exterior.
Garry Adams miraba y, mientras lo hacía, los titulares que imaginaba su mente se convirtieron en grandes titulares a toda plana:
«¡Meteorito Disparado desde el Espacio! ¡Periodista Encuentra Nave del Espacio que Contiene…!»
¿Qué contenía? Garry avanzó con precaución un paso, temiendo el calor que presagiaba el resplandor blanco. Sorprendido, descubrió que el poliedro no estaba caliente. El terreno bajo sus pies estaba caliente a causa del impacto, pero el objeto con facetas no.
Comoquiera que fuese, aquel brillo no era debido al calor .
Garry lo observó frunciendo sus negras cejas, tras las cuales trabajaba febrilmente su cerebro. Llegó a la conclusión de que debía ser un objeto fabricado por seres inteligentes en algún lugar del espacio.
Difícilmente podría contener seres vivos, pues éstos no habrían sobrevivido a la caída. Pero tal vez hubiera libros, máquinas, diseños…
Garry adoptó una decisión repentina. Aquel reportaje era demasiado importante para él solo. Conocía al hombre que necesitaba.
Deshizo camino por entre los árboles hasta el sendero y continuó por éste, no de regreso a la cabaña, sino hacia el valle, hasta llegar a una estrecha carretera de tierra.
Una hora de caminata lo condujo a un camino algo mejor y al cabo de otra hora más llegó, cansado pero vibrante de excitación, aun villorrio a obscuras y dormido.
Garry llamó a la puerta del almacén principal hasta que un tendero quejumbroso y soñoliento apareció en camisa de dormir y lo hizo pasar. Se dirigió directamente hacia el teléfono.
–Quiero hablar con el doctor Ferdinand Peters, del observatorio de la Universidad de Manhattan, de New York –le ordenó a la operadora–. Siga llamando hasta que se ponga.
Diez minutos después, la voz soñolienta e irritada del astrónomo resonó en sus oídos:
–Hola, ¿quién habla?
–Doctor, soy Garry Adams –respondió Garry prontamente–. ¿Se acuerda de mí? Soy el periodista que el mes pasado escribió una gacetilla sobre sus investigaciones solares.
–Recuerdo que su artículo contenía no menos de treinta errores –puntualizó con mordacidad el doctor Peters–. ¿Qué diablos quiere a esta hora de la noche?
–Garry habló durante cinco minutos y cuando terminó hubo un silencio tan largo, que le hizo exclamar:
–¿Me oye? ¿Sigue ahí?
–Claro que estoy aquí… no grite tanto –replicó la voz del astrónomo–. Estaba meditando.
Empezó a hablar rápidamente:
–Adams, iré hasta ese pueblo ahora mismo, si es posible en avión. Espéreme y saldremos a inspeccionar su hallazgo. Si me ha dicho la verdad, tiene un artículo que le hará famoso para siempre.
Si me engaña lo despellejaré vivo, aunque tenga que perseguirlo por todo el mundo para conseguirlo.
–Haga lo que quiera, pero que no se entere nadie –advirtió Garry–. No quiero que lo sepa otro periódico.
–De acuerdo, de acuerdo –dijo el científico–. A mí no me importa si se entera otro de sus mugrientos periódicos o no.
Cuatro horas después, Garry Adams divisó por entre la niebla matinal el avión a punto de aterrizar al este del pueblo. Media hora más tarde, el astrónomo se reunía con él.
El doctor Peters vio a Garry y se acercó en línea recta. Los ojos negros de aguda expresión tras las gafas de Peters, y su rostro ascético y afeitado, mostraban al mismo tiempo duda y excitación contenida.
Como era característico en él, no perdió tiempo en saludos ni otros preliminares.
–¿Está seguro de que es un poliedro geométrico? ¿No podría ser un meteorito natural de forma aproximadamente regular? –inquirió.
–Espere a verlo con sus propios ojos –le respondió Garry–. He alquilado un coche que nos llevará casi hasta el lugar.
–Lléveme primero hasta el avión –ordenó el doctor–. He traído algunas herramientas que pueden sernos útiles.
Resultó que eran palancas, llaves inglesas y llaves fijas de excelente acero, así como un soplete oxiacetilénico completo, con los tubos necesarios. Lo cargaron en la parte trasera del coche y luego subieron para recorrer el difícil camino de montaña hasta llegar al comienzo del sendero.
Cuando el doctor Peters llegó con el periodista hasta el claro donde se hallaba el poliedro resplandeciente semienterrado, lo observó unos instantes en silencio.
–¿Y bien? –preguntó Garry, impaciente.
–Es indudable que no se trata de un meteorito natural.
–Pero ¿qué es? –exclamó Garry–. ¿Un proyectil de otro mundo? ¿Qué contiene?
–Lo sabremos cuando lo hayamos abierto –respondió Peters calmoso–. Ante todo hay que quitar la tierra para poder examinarlo.
Pese a la aparente calma del astrónomo, Adams vio en sus ojos un brillo especial mientras llevaban el pesado equipo desde el automóvil hasta el claro. La energía impetuosa que el doctor Peters ponía en la tarea era indicio aún más seguro de su interés. En seguida se pusieron a quitar la tierra de alrededor del objeto. Fueron dos horas de trabajo arduo hasta que todo el poliedro apareció descubierto a sus ojos, lanzando todavía destellos blancos bajo la luz del sol matinal. El científico realizó un minucioso análisis exterior del objeto resplandeciente, y meneó la cabeza.
–No se parece a ninguna de las substancias terrestres que conocemos. ¿Hay algún indicio de puerta o una rendija?
–Nada –respondió Garry , y agregó en seguida–: Pero en una de las facetas hay algo, una especie de diagrama.
El doctor Peters se acercó rápidamente. El periodista señaló lo que había descubierto: un dibujo curioso y complicado, grabado en la parte superior de una faceta del poliedro.
El diagrama representaba una densa nube de puntos en espiral. A cierta distancia del conglomerado central se veían otros grupos de puntos grabados, en su mayoría dispuestos también en forma espiral. Sobre el curioso diagrama aparecía una hilera de símbolos desconocidos y complicados.
–¡Cielos! ¡Es una inscripción, una especie de jeroglífico! –exclamó Garry–. ¡Me gustaría tener un fotógrafo aquí!
–Y una muchacha bonita que se sentara aquí con las piernas cruzadas para prestar su encanto a la foto –se burló Peters–. No sé cómo puede pensar en su maldito periódico en presencia de… esto –sus ojos brillaban con excitación contenida–, Naturalmente, no podemos adivinar el significado de los símbolos. Sin duda, indican algo acerca del contenido de este objeto. Pero el diagrama…
–¿Qué cree que significa? –preguntó Garry, excitado, cuando el astrónomo se interrumpió.
–Esos grupos de puntos parecen representar galaxias –respondió Peters lentamente–. El principal, sin duda, simboliza nuestra galaxia, que tiene exactamente esa forma espiral, y los demás equivalen a otras galaxias del cosmos. Pero están demasiado cerca de la nuestra; las demás… están demasiado cerca. Si realmente se hallaban tan cerca cuando fue construido este objeto, ello significaría que el universo apenas había comenzado a dilatarse.
Olvidando sus especulaciones, se dirigió con rapidez hacia las herramientas.
–Vamos, Adams. Intentaremos abrirlo por el lado contrario al de la inscripción. Si las palancas no sirven, usaremos el soplete.
Dos horas después, Garry y el doctor Peters, agotados, sudorosos y contrariados, retrocedieron y se miraron con mudo desaliento. Sus esfuerzos por abrir el misterioso poliedro habían fracasado completamente.
Las herramientas más afiladas no habían hecho mella en las paredes resplandecientes. El soplete oxiacetilénico tampoco sirvió de nada, su llama ni siquiera parecía calentar el material. Los distintos ácidos que el doctor Peters había traído tampoco lo atacaron.
–Sea lo que sea –jadeó Garry–, juraría que es la materia más resistente e inatacable que conozco.
El astrónomo asintió levemente y agregó:
–Suponiendo que sea materia.
–Garry le miró de hito en hito.
–¿Suponiendo que lo sea? ¡Pero si podemos verla! Es tan sólida y real como nosotros mismos.
–Es sólida y real –repitió Peters–, pero eso no demuestra que sea materia. Creo que es un tipo de energía cristalizada por algún procedimiento no humano y desconocido, que le confiere aspecto de poliedro sólido. ¡Energía condensada! Creo que nunca lograremos abrirla con herramientas corrientes. Éstas servirían para cualquier material, pero no con esto.
El periodista le miró con perplejidad, y luego se volvió hacia el misterio resplandeciente.
–¿Fuerza condensada? y entonces ¿qué haremos?
Peters meneó la cabeza.
–El problema es superior a mis conocimientos. No se me ocurre ninguna manera de…
Se interrumpió de súbito. Garry levantó la mirada y vio en el rostro del científico un extraño gesto de atención.
Era también una expresión de sorpresa, como si una parte de su cerebro se sorprendiera ante algo que otra parte le decía.
Al cabo de un rato, el doctor Peters reanudó su discurso, con parecida expresión de sorpresa en la voz.
–¿De qué estoy hablando? ¡Seguro que podemos abrirlo! Se me acaba de ocurrir algo… Este objeto está hecho de energía cristalizada. Bien, sólo necesitamos descristalizar esa energía, disolverla mediante la aplicación de otras energías.
–Tal empresa seguramente excede nuestros recursos técnicos –exclamó el periodista.
–De ningún modo. Puedo hacerlo fácilmente, aunque necesitaré medios más completos –replicó el científico. Sacó del bolsillo un sobre y un lápiz y redactó rápidamente una lista de material–. Regresemos al pueblo; he de llamar a New York para que me traigan estas cosas.
Garry aguardó en la tienda del pueblo mientras el astrónomo leía la lista por teléfono. Cuando terminó y regresaron al claro entre los árboles del valle, era ya de noche.
El poliedro resplandecía pavorosamente en la obscuridad, como un enigma materializado y polifacético. Garry tuvo que apartar a su compañero de su contemplación fascinada. Finalmente subieron hasta la cabaña, donde guisaron y comieron una precaria cena.
Después de cenar, ambos se sentaron e intentaron jugar a las cartas bajo la luz de la lámpara de petróleo. Ambos permanecieron en silencio, salvo para pronunciar los monosílabos de la partida.
Cometían un error tras otro, hasta que por último, Garry Adams arrojó las cartas sobre la mesa.
–¿Qué sentido tiene jugar a las cartas? Los dos estamos demasiado distraídos por ese maldito asunto como pata pensar en otra cosa, Admitamos que estamos muertos de curiosidad. ¿De dónde procede ese objeto y qué contiene? ¿Qué significan esos símbolos y el diagrama que según dijo usted representa las galaxias? No puedo quitármelo de la cabeza.
Peters asintió, pensativo.
–Una cosa así no ocurre todos los días, Creo que jamás ha caído en la Tierra nada semejante.
Contemplaba fijamente la tenue llama de la lámpara, con los ojos abstraídos y el rostro ascético fruncido en una expresión de interés y perplejidad.
Garry recordó algo:
–Cuando vimos aquel extraño diagrama, usted dijo que podría significar que el poliedro fue construido cuando el universo comenzaba a dilatarse. ¿Qué diablos quiso decir? ¿Acaso se dilata el universo?
–Claro que sí. Creí que era del dominio común –comentó el doctor Peters irritado, pero luego sonrió–. Como casi siempre me relaciono con científicos, olvido cuán absolutamente ignorante es la mayoría de la gente con respecto al universo en que viven.
–Gracias por el cumplido –dijo Garry–. Hágame el favor de aliviar un poco mi ignorancia sobre esta cuestión.
–De acuerdo –accedió el otro–. ¿Sabe qué es una galaxia?
–Una multitud de estrellas como nuestro sol, ¿no es así…? Una gran cantidad de astros.
–Sí; nuestro sol es sólo uno de los billones de estrellas de la gran formación a la que llamamos nuestra galaxia. Sabemos que tiene una configuración aproximadamente espiral y que, mientras flota en el espacio, toda la espiral gira sobre su centro. Ahora bien, en el espacio hay otras galaxias además de la nuestra, otras grandes poblaciones de estrellas. Más aún, se calcula que son billones y que cada una, naturalmente, contiene billones de estrellas. Pero, y los astrónomos han considerado esto como algo curioso, nuestra galaxia es manifiestamente mayor que cualquiera de las demás. Esas otras galaxias se hallan a distancias enormes de la nuestra. La más próxima está a más de un millón de años-luz, y las demás mucho más lejos. y todas se mueven a través del espacio; cada formación estelar recorre el vacío. Nosotros, los astrónomos, hemos logrado averiguar la velocidad y dirección de sus movimientos. Cuando una estrella o una multitud de estrellas se mueve en relación con el observador, tal movimiento produce una modificación de su espectro. Si la formación se aleja del observador, sus líneas espectrales se desplazarán hacia el extremo rojo del espectro. Cuanto más rápido se aleje, mayor será el corrimiento hacia el rojo. Hubble, Humason, Slipher y otros astrónomos, han medido la velocidad y dirección del movimiento de muchas galaxias. Descubrieron algo sorprendente, algo que ha provocado gran sensación en los círculos astronómicos. ¡Descubrieron que las demás galaxias huyen de nosotros! No es que algunas se alejen de nosotros, sino que lo hacen todas. ¡En todas partes, todas las galaxias del cosmos se alejan de la nuestra! y lo hacen a velocidades tan altas como veinticinco mil kilómetros por segundo, que es casi un décimo de la velocidad de la luz. Al principio los astrónomos no dieron crédito a sus observaciones. Les parecía increíble que todas las demás galaxias huyeran de la nuestra, y durante cierto tiempo se supuso que algunas de las más cercanas no retrocedían. Pero se demostró que esto era un error de observación, y ahora aceptamos el hecho increíble de que todas las demás galaxias huyen de la nuestra. ¿Qué significa esto? Significa que debió existir una época en la que todas esas galaxias que ahora se alejan estaban reunidas con la nuestra en una única super-galaxia gigante, que contenía todas las estrellas del universo. Mediante cálculos basados sus velocidades y distancias actuales, sabemos que esa época se sitúa hace aproximadamente dos mil millones de años. Por algún motivo, esa supergalaxia estalló y sus partes exteriores salieron volando en todas direcciones por el espacio. Los fragmentos desprendidos son las galaxias que todavía siguen alejándose, Sin duda, la nuestra es el centro o corazón de la super-galaxia original. ¿Qué provocó el estallido de la super-galaxia gigantesca? No lo sabemos, aunque se han postulado muchas teorías. Sir Arthur Eddington supone que el estallido fue provocado por algún principio desconocido de repulsión de la materia, al cual denomina la constante cósmica. Otros han postulado que el mismo espacio se halla en expansión, explicación aún más increíble. Cualquiera que sea la causa, sabemos que esa super-galaxia estalló, y que las nuevas galaxias formadas por esa explosión, huyen de la nuestra a velocidades colosales.
Garry Adams había escuchado atentamente al doctor Peters mientras éste hablaba de modo rápido y nervioso. Su rostro delgado y tostado por el sol del día anterior estaba serio, a la luz de la lámpara.
–Es extraño –comentó–. Un cosmos donde todas las demás galaxias huyen de nosotros. Pero el diagrama del poliedro… ¿dijo que habria sido construido al principio de la expansión?
–Sí –asintió Peters–. Comprenderá que ese diagrama debe ser obra de seres inteligentes o superinteligentes, pues ya sabían que nuestra galaxia es espiral y así la reprodujeron, Además, representaron las demás galaxias muy cerca de la nuestra. En resumen, ese diagrama debió ser hecho poco después de la expansión primordial, cuando las demás galaxias empezaron a alejarse de la nuestra. Eso sucedió hace aproximadamente dos mil millones de años, como ya he dicho. Dos mil millones de años. Si ese poliedro fue realmente construido hace tanto tiempo…
–Es suficiente como para enloquecer a fuerza de especulaciones –dijo Garry Adams y se puso de pie–. Me voy a la cama, aunque no sé si podré dormir.
El doctor Peters se encogió de hombros.
–Me parece buena idea. El material que solicité no llegará hasta mañana.
Después de ocupar la litera superior de la cabaña, Garry Adams se quedó pensando, a obscuras, ¿Qué podía ser aquel visitante del espacio exterior, y qué encontrarían cuando la abrieran?
Sus cavilaciones se fundieron entre las nieblas del sueño, de las que salió de repente para descubrir la cabaña brillantemente iluminada por la luz de la mañana. Despertó al científico, y después de un rápido desayuno bajaron hasta la encrucijada adonde el doctor Peters había pedido que transportaran el equipo solicitado.
Al cabo de media hora, un camión rápido se acercó por el estrecho camino, Ellos se acercaron para ayudar a descargar los materiales que traía. Luego el conductor subió a su vehículo y se volvió por donde había venido.
Garry Adams contempló el material con aire dubitativo, Le parecía demasiado sencillo, pues se reducía a una docena de recipientes lacrados conteniendo substancias químicas, unas grandes botellas de cobre y vidrio, unos rollos de alambre de cobre y algunas varas de ebonita.
Se volvió hacia el doctor Peters, que también examinaba sus pertenencias.
–Le aseguro que esto me parece un montón de chatarra –comentó el periodista–. ¿Cómo va a servirle para descristalizar la energía del poliedro?
El doctor Peters le dirigió una ojeada distraída.
–No lo sé –respondió lentamente.
–¿No la sabe? –repitió Garry–. ¿Qué significa eso? Ayer afirmó que sabía cómo hacerlo. y así debía ser, puesto que encargó estos materiales.
El astrónomo parecía confuso.
–Recuerdo que cuando redacté la lista de los materiales sabía cómo hacerlo. Pero ahora no. No tengo ni la menor idea acerca de cómo podrían servirme para abrir el poliedro.
Garry dejó caer los brazos y miró con incredulidad a su compañero. Estaba apunto de decir algo pero, al observar la evidente contrariedad del otro, se contuvo.
–Bien, pues tomemos esos materiales para llevarlos hasta el poliedro –propuso–. Tal vez recuerde entonces el proyecto que ha olvidado.
–Nunca me había ocurrido nada semejante –murmuró Peters en el colmo del desconcierto, mientras ayudaba a levantar los avíos–. No sé lo que me pasa.
Salieron al claro donde el enigmático poliedro resplandecía como siempre. Mientras dejaban su carga, Peters estalló en súbita carcajada.
–¡Pues claro que sé cómo emplear este material con el poliedro! Es bastante sencillo.
Garry se volvió, mirándole fijamente.
–¿Lo ha recordado?
–Por supuesto –respondió el científico, muy seguro–. Alcánceme la caja más grande que dice «óxido de bario» y dos recipientes. Pronto estará abierto.
El periodista, con la boca abierta de sorpresa, vio cómo Peters comenzaba a trabajar con gestos exactos y decididos. Las substancias químicas burbujeaban en los recipientes a medida que iba preparando sus combinaciones.
Trabajó con rapidez, sin pedir ayuda al periodista. Su eficiencia y su confianza eran tan absolutas, tan distintas a su actitud de minutos antes, que hizo surgir en la mente de Adams una idea insólita. Dirigiéndose a Peters, le preguntó de sopetón:
–Doctor, ¿está seguro de lo que hace ahora?
Peters le miró con impaciencia.
–Claro que sí –replicó bruscamente–. ¿No se nota?
–¿Me hace el favor? –pidió Garry–. ¿Quiere acompañarme hasta el lugar del camino donde descargamos el equipo?
–¿A qué diablos viene eso? –inquirió el científico–. He de terminar mi trabajo.
–Hágame caso; no le pido una tontería, sino algo importante –afirmó Garry–. Venga, por favor.
–¡Bah!, ¡maldita sea su tontería! Ya voy, ya voy –dijo el científico, abandonando la tarea–. Vamos a perder media hora.
Molesto, regresó con Garry hasta el camino de tierra, a unos ochocientos metros del poliedro.
–Bien, ¿qué quiere mostrarme? –gruñó, mirando alrededor.
–Sólo quiero preguntarle algo –dijo Garry–. ¿Todavía recuerda cómo abrir el poliedro?
La expresión del doctor Peters reflejó una ira incontenible.
–¡Mire usted con qué necedades me hace perder tiempo! ¡Claro que lo…!
De pronto se interrumpió, con una mueca de pánico en el rostro. Era el terror ciego ante lo desconocido.
–¡Lo he olvidado! –gritó–. ¡Lo supe allá, hace pocos minutos, pero ahora ni siquiera recuerdo qué estaba haciendo!
–Lo suponía –observó Garry Adams y, aunque su voz era tranquila, un súbito escalofrío recorrió su espalda–. Cuando está cerca del poliedro sabe muy bien cómo realizar una operación que es inaccesible a la ciencia humana actual. Pero cuando se aleja, no sabe más que cualquier otro científico. ¿Comprende lo que significa esto?
El rostro de Peters reveló que había comprendido.
–¿Cree que hay algo…, algo en ese poliedro que sugiere a mi mente el modo de abrirlo? –abrió los ojos–. Parece increíble pero podría ser cierto. Ningún científico de la Tierra sabría cómo fundir esa energía condensada. ¡Pero cuando estoy allí, al lado del poliedro, sé cómo hacerlo!
Sus miradas se encontraron.
–Si alguien quiere abrir –dijo Garry lentamente–, ese alguien está dentro del poliedro. Alguien que no puede abrirlo por dentro, pero sí conseguir que usted lo haga por fuera.
Durante algunos segundos permanecieron mirándose bajo la cálida luz del sol. Los árboles exhalaban aroma a hojas tibias y se oía el soñoliento zumbido de los insectos. Cuando el periodista volvió a hablar, bajó la voz sin darse cuenta.
–Regresemos –propuso–. Regresemos y si, cuando estemos cerca de él, usted recuerda cómo hacerlo, tendremos la certeza.
Regresaron en silencio al lado del poliedro, meditabundos. Aunque no dijo nada, a Garry se le erizaron los cabellos cuando entraron en el claro y se acercaron al objeto resplandeciente.
Cuando estuvieron bastante cerca, Peters volvió súbitamente su rostro lívido hacia el periodista.
–¡Tenía razón, Garry! –exclamó–. ¡Ahora que estoy otra vez aquí, he recordado de repente cómo abrirlo! Como usted dijo, alguien me lo sugiere; alguien que hace muchos milenios fue encerrado aquí y desea… libertad.
Un súbito terror extraño se apoderó de ambos, petrificándolos como si hubieran recibido el soplo helado de lo desconocido. En simultánea reacción de pánico, se volvieron apresuradamente.
–¡Vámonos! –gritó Garry–. ¡Por Dios, huyamos de aquí!
Sólo habían avanzado cuatro pasos, cuando una idea surgió fuerte y clara en el cerebro de Garry: «¡Alto!»
La súplica fue tan poderosa en su mente como si hubiera resonado en sus oídos.
Mientras se detenían, Peters miró a su compañero con ojos desorbitados.
–Yo también lo he oído –susurró.
«¡Esperad, no os marchéis!», llegó el rápido mensaje de pensamiento hasta sus mentes. «¡Oídme al menos, permitidme daros una explicación antes de escapar!»
–¡Huyamos mientras podamos! –le gritó Garry al científico–. Lo que hay en esa cosa, Peters, lo que está hablando a nuestras mentes, no es humano, no es de la Tierra. Llegó del espacio exterior, donde ha permanecido muchos milenios. ¡Alejémonos!
Pero el doctor Peters miraba el poliedro fascinado. Su rostro no reflejaba la lucha de sus sensaciones contradictorias.
–Voy a quedarme y escuchar, Garry –dijo de improviso–. Necesito averiguar cuanto pueda… ¡Si usted fuera científico, me comprendería! Váyase; usted no tiene motivos para quedarse. Pero yo he de volver.
Garry le miró y luego hizo una mueca, todavía algo pálido a pesar de su tez tostada y dijo:
–Si a usted, doctor, le domina la curiosidad científica, a mí me puede el oficio de periodista. Le acompaño. ¡Pero, por favor, no toque sus aparatos; no intente abrir el poliedro sin que sepamos algo acerca de lo que hay en su interior!
El doctor Peters asintió en silencio, y luego ambos regresaron lentamente hasta el poliedro resplandeciente. Les parecía que el mundo, iluminado por la luz familiar del mediodía, se había vuelto súbitamente irreal. Cuando estuvieron cerca del poliedro, el mensaje mental llegó con más fuerza a los cerebros de los dos hombres.
«Noto que os habéis quedado. Acercaos al poliedro; sólo mediante un enorme esfuerzo mental puedo lograr que mis pensamientos atraviesen este caparazón de energía aislante.»
Se acercaron, indecisos, hasta casi tocar el objeto polifacético y resplandeciente.
–¡Recuerde que no importa lo que nos diga o prometa! ¡No hay que abrir todavía! –le susurró ásperamente Garry al científico.
El científico asintió, inseguro.
–Tengo tanto miedo de abrirlo como usted.
Ahora los mensajes mentales llegaban más claramente desde el poliedro hasta sus cerebros.
«Como habéis adivinado, estoy prisionero en esta cápsula de energía condensada. Durante un tiempo casi más largo del que podríais concebir, he estado prisionero aquí. Finalmente, mi prisión ha sido dirigida hacia vuestro mundo, sea cual fuere. Ahora necesito vuestra ayuda y noto que tenéis demasiado miedo. Si os explico quién soy y cómo he venido a parar aquí, no tendréis tanto miedo. Por eso quiero que me escuchéis.»
A Garry Adams le parecía estar viviendo una pesadilla mientras los pensamientos del poliedro llegaban a su cerebro.
«No sólo os comunicaré lo que deseo decir mediante mensajes de pensamiento, sino que lo haré visualmente a través de imágenes mentales, para que podáis comprender mejor. Desconozco la capacidad de vuestros sistemas mentales para recibir tales imágenes, pero voy a procurar que sean claras, No intentéis reflexionar sobre lo que veréis; dejad. que vuestros cerebros permanezcan en un estado receptivo. Veréis lo que deseo que veáis y comprenderéis, al menos parcialmente, pues mis pensamientos irán acompañados de las impresiones visuales.»
Garry sintió un repentino pánico, pues de súbito el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. El doctor Peters, el poliedro, toda la escena iluminada por el sol del mediodía desaparecieron en un instante. En vez de hallarse bajo la luz diurna, a Garry le parecía colgar de la bóveda negra del cosmos. Un vacío sin .luz y sin aire.
A su alrededor sólo existía aquella negrura vacía, pero abajo, muy abajo, se divisaba una nube colosal de estrellas en forma de globo achatado. Los astros se contaban por millones de millones.
Garry supo que veía el universo tal como era hacía dos mil millones de años. Supo que bajo él se hallaba la super-galaxia gigante que contenía todas las estrellas del cosmos. Luego le pareció que se acercaba al poderoso cúmulo con la rapidez del pensamiento, y entonces vio que los mundos de aquellos soles estaban habitados.
Sus habitantes eran seres racionales hechos de energía, y cada uno semejaba una gran columna de luz azul brillante, coronada por un disco. Eran inmortales; no necesitaban alimento; recorrían el espacio y la materia en todas direcciones. Eran los únicos seres racionales de toda la super-galaxia, y dominaban la materia inerte casi a su entera voluntad.
En ese momento, el punto de mira de Garry pasó a un mundo próximo al centro de la super-galaxia, Allí vio una sola criatura compuesta de energía concentrada, que hacía experimentos con la materia. Trataba de crear nuevas formas con ella, combinando y recombinando los átomos en infinitas variaciones.
De súbito, obtuvo una combinación de átomos que produjo resultados extraños, La materia formada tenía existencia propia. Podía recibir un estímulo, recordarlo y modificarlo. También era capaz de asimilar nueva materia, y de este modo crecer.
El experimentador quedó fascinado por este extraño avatar de la materia. Lo intentó a mayor escala, y la materia enferma se extendió y asimiló cada vez más materia inerte. A esta enfermedad de la materia le dio un nombre, que en la mente de Garry se tradujo como «vida».
Esta extraña enfermedad, la vida, escapó del laboratorio del experimentador y empezó a proliferar por el planeta. Se multiplicó por todas partes, infectó cada vez más materia. El experimentador quiso extirparla, pero la infección se había extendido demasiado. Por último, él y sus compañeros abandonaron el mundo enfermo.
Pero la enfermedad pasó de éste a otros mundos. Sus esporas, impulsadas por la energía luminosa hacia otros soles y planetas, se difundieron en todas direcciones. La enfermedad era adaptable, adoptaba formas diferentes en mundos distintos y siempre crecía y se propagaba incesantemente.
Los seres hechos de energía reunieron sus fuerzas para barrer esa infección abominable, pero no pudieron. Cuando la extirpaban de un mundo, se extendía a otros dos. Siempre se les escapaba alguna espora escondida. Poco después, todos los mundos de la parte central de la super-galaxia quedaron infectados por la plaga de vida.
Garry vio que los seres de energía realizaban un último y grandioso intento por extirpar aquella dolencia que infectaba su universo. El intento fracasó; la plaga siguió extendiéndose sin oposición. Entonces los seres de energía comprendieron que se extendería hasta infectar todos los mundos de la super-galaxia.
Decidieron impedirlo a toda costa. Resolvieron hacer estallar la super-galaxia, para separar las partes exteriores incólumes de la porción central enferma. Sería una tarea colosal, pero los seres de energía no se amilanaron por eso.
El plan consistía en imprimir a la super-galaxia un movimiento rotativo de gran velocidad. Para ello generaron tremendas oleadas de fuerza continua a través del éter, dirigidas de tal modo que poco a poco lograron que la super-galaxia comenzara a girar sobre su centro.
Al correr del tiempo, la gigantesca formación estelar giraba con velocidad cada vez mayor. La enfermedad de vida aún se propagaba en el centro, pero los seres de energía no se desanimaban. Continuaron su obra hasta que la super-galaxia giró tan velozmente que ya no pudo mantenerse unida, debido a su propia fuerza centrífuga, y se quebró como un volante que se rompe.
Garry vio la explosión como desde muy arriba. Vio que la nube estelar colosal y giratoria se desintegraba. Un enjambre de estrellas tras otro se desprendieron de ella y volaron por el espacio. Un sinnúmero de esas nuevas galaxias más pequeñas se separaron de la super-galaxia original, hasta que por último sólo quedó unido el núcleo de la super-galaxia.
Aún giraba y su forma era espiral debido a la rotación. En ella, la plaga de vida se había extendido prácticamente a todos los mundos. La última formación de estrellas incólumes no infectadas se había separado y se alejaba como las demás.
Cuando la obra hubo concluido, se celebró una ceremonia y se impuso un castigo. Los seres de energía pronunciaron su sentencia sobre aquél cuyos experimentos habían provocado la plaga de vida, haciendo necesario aquel gran estallido.
Decretaron que el experimentador permaneciera para siempre en aquella galaxia enferma que los demás se disponían a abandonar. Lo encerraron en una cápsula de fuerza condensada, de tal modo que nunca pudiera abrirla desde el interior, y dejaron flotando aquella cápsula poliédrica en la galaxia enferma.
Garry Adams vio el poliedro resplandeciente flotando sin rumbo a través de la galaxia, mientras transcurrían millones de años. Las demás galaxias se alejaban cada vez más de la infectada, donde la enfermedad de vida invadía todos los mundos, Sólo quedó allí aquel ser de energía, eternamente prisionero en el poliedro,
Confusamente, Garry advirtió que el poliedro, en su odisea infinita a través de los soles, tenía la posibilidad de llegar a un mundo, Vio…
Vio sólo niebla, una confusión gris. Fue una visión pasajera y de súbito, Garry comprendió que se hallaba bajo la caliente luz del sol. Estaba al lado del poliedro resplandeciente, aturdido, extasiado.
Y el doctor Peters, también aturdido y extasiado, trabajaba como un autómata en uno de sus aparatos, un objeto triangular de cobre y ebonita con el que apuntaba al poliedro.
Garry comprendió en seguida, y gritó horrorizado mientras se abalanzaba sobre el astrónomo:
–¡No, Peters!
Peters, que parecía hallarse hipnotizado, miró con sorpresa el objeto que sus manos estaban terminando.
–¡Rómpalo! –chilló Garry–. El ser que vive dentro del poliedro nos distrajo con esa visión para lograr que usted trabajara inconscientemente en su liberación. ¡No… por Dios!
Mientras Garry gritaba, las manos del científico acababan de montar las últimas piezas del triángulo de cobre y ebonita, de cuyo vértice brotó un rayo amarillo que cayó sobre el poliedro resplandeciente.
La llama resplandeciente se extendió al momento por el cuerpo multifacético y brillante. Mientras Garry y Peters, que acababa de volver en sí, miraban petrificados, el poliedro se disolvía en aquel resplandor azafranado.
Las facetas de energía condensada se fundieron y desvanecieron en un instante. Y el ser encerrado en su interior, libre al fin, se elevó por los aires.
Una columna de doce metros de luz cegadora y resplandeciente. Pero coronada por un disco luminoso, se reveló con celestial magnificencia en la súbita obscuridad, ya que la explosión había eclipsado el sol de mediodía, apagándolo como si fuese una simple bombilla eléctrica. Se retorció y giró con júbilo terrible y extraño, mientras Peters y Garry gritaban y se cubrían con las manos los ojos deslumbrados.
La columna brillante inundó sus mentes con una colosal oleada de exultación, de triunfo indescriptible, de una alegría superior a cualquier alegría humana. Era el potente himno del ser desconocido, emitido no en forma de sonidos, sino mediante ondas mentales.
Había estado encarcelada, separada del ancho universo por espacio de incontables milenios, y ahora, por fin, era libre y gozaba de su libertad. El vértigo insoportable del éxtasis cósmico hizo noche la claridad del mediodía.
Luego se lanzó hacia los cielos como un gigantesco relámpago azul. Entonces el cerebro de Garry claudicó y el periodista se desmayó.
Abrió sus ojos a la luz esplendorosa que entraba por la ventana. Se hallaba en la cabaña, el día brillaba fuera y en algún lugar cercano se escuchaba una voz metálica.
Comprendió que la voz provenía de su pequeña radio a pilas. Garry permaneció inmóvil, sin poder recordar lo ocurrido, mientras la voz decía con excitación:
–Según nuestras informaciones, la zona afectada se extiende desde Montreal hasta Scranton, hacia el sur, y desde Buffalo al oeste hasta algunos kilómetros en pleno Atlántico, más allá de Boston, al este. El fenómeno duró menos de dos minutos y, durante ese tiempo, toda la zona se vio privada de la luz y el calor del sol. Prácticamente todas las máquinas eléctricas dejaron de funcionar, y las comunicaciones telegráficas y telefónicas quedaron cortadas. Los habitantes de algunas comarcas de los Adirondack y del noroeste de Vermont han observado ciertos efectos psíquicos consistentes en una súbita sensación de extrema alegría que coincidió con el obscurecimiento, seguida de un breve periodo de inconsciencia. Se desconoce aún la causa de este fenómeno sorprendente, aunque podría deberse a alteración de la manchas solares. Los científicos han sido llamados a opinar acerca de la cuestión, y tan pronto como…
En ese momento Garry Adams luchaba débilmente por incorporarse en la litera.
–¡Peters! –gritó para dominar la voz metálica de la radio–. ¡Peters…!
–Aquí estoy –respondió el astrónomo entrando en la cabaña.
El rostro del científico estaba pálido y su paso era tambaleante, pero también él estaba ileso.
–Recuperé los sentidos poco antes que usted, y le he traído aquí –explicó.
–¿Esa… esa cosa provocó el eclipse y los demás fenómenos que acabo de oír? –dijo Garry.
El doctor Peters asintió.
–Era un ser hecho de energía, tan terrible que su aparición absorbió el calor y las radiaciones luminosas del sol, la corriente eléctrica de las máquinas, e incluso los impulsos electro-nerviosos de nuestros cerebros.
–¿Y se ha ido, se ha ido realmente? –inquirió el periodista.
–Se ha ido en busca de sus compañeros, al vacío del espacio intergaláctico, hacia las galaxias que se alejan de la nuestra –respondió con solemnidad el doctor Peters–. Ahora sabemos por qué todas las galaxias del cosmos huyen de la nuestra. Sabemos que la nuestra está considerada como una galaxia maldita, contaminada por la enfermedad de vida. Pero creo que nunca se lo diremos al mundo.
Garry Adams meneó débilmente la cabeza.
–No, no se lo diremos. Creo que hasta nosotros mismos hemos de olvidarlo. Será lo mejor.