Los guardianes del Universo

Los guardianes del Universo

Los dioses transmitieron
a los indios Kogi
la sabiduría
del orden cósmico

por Flor Romero

  • San Miguel, poblado Kogi

    Fuente: “El Correo de la UNESCO”; mayo 1990; pp 30-33.

    niña kogi con su vestido

    Los integrantes de la tribu Kogi son cerca de cinco mil. Su comunidad agrícola está instalada en la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia. Trabajan en fincas, recorren los senderos enlosados que sus antepasados, maravillosos urbanistas, construyeron en medio de la selva, y continúan apegados a sus ritos y creencias.

    Los Kogi velan porque los árboles no sean cortados, los ríos corran naturalmente, las tumbas de sus antepasados no sean violadas y sus santuarios permanezcan intactos. Observan las estrellas, retienen la velocidad del viento, saben de los ciclos del mundo animal y del vegetal. Aseguran mirando el cielo que ?allí se ve todo, está escrito todo, aparece todo: los antiguos, las gentes, los animales.? Y viendo desfilar al Huso (el cangrejo), Neuiheldji (la nutria), Mebbtashi (el jaguar), Tarbi (la culebra) han diseñado el calendario Kogi, de antigua data, desde la época de sus antepasados que moraban en los picos de la montaña.

    Conservan como un tesoro su sabiduría sobre las leyes de la naturaleza y el manejo del Universo y contemplan aterrados cómo los ?civilizados? los empujan cada vez más hacia los picachos y contrarían la Ley de la Madre.

    La Madre es el símbolo de la fertilidad. Sus ?leyes? regulan esta fertilidad y la obediencia a sus leyes la garantizan para siempre. En eso consiste el ?saber?. Conocer las leyes de la Madre a través de la génesis del Universo, del Mito, de los héroes, de las genealogías. Vivir siempre ?de acuerdo? con la Madre, en unión con ella.

    El mensaje de los antepasados

    Pensativo, contemplando el cercano cielo azul, está el Kogi Mayor, sentado sobre un promontorio de tierra en Ciudad Perdida.

    Enfundado en su sayo blanco, con un sombrero de cucurucho, ha dejado al lado la mochila tejida repleta de plátanos, aguacates, maíz, piña, papas y ñame. Va para su bohío, en lo alto de la Sierra Nevada de Santa Marta. Se ha detenido a meditar en su destino.

    Hace mucho tiempo los Kogi eran amos y señores de los cercados. Dominaban desde el nacimiento de las serranías hasta las cumbres nevadas que van a hundirse en las profundidades del Caribe. Todo lo tenían: cielo, mar, nieves, montañas, ríos, ciudades sagradas, predominio sobre sus vecinos.

    El control del Universo siempre fue suyo, desde tiempos inmemoriales, cuando la Madre Universal les diera a luz en los comienzos, porque: ?Ella es la madre de todas las razas de los hombres, ella es la madre de todas las tribus…?

    El Kogi Mayor, gran Máma (sacerdote), es el encargado de velar por el orden universal, así como por el orden social y espiritual de su tribu. Sabe de memoria la cosmogonía de su tribu (véase el recuadro). Preciosamente conserva el mensaje de los antepasados, transmitido de generación en generación. La sabiduría de las leyes de la naturaleza recibida de sus mayores lo ha capacitado para entender la ?Ley de la Madre?: ?Ella es la madre de las lagunas, de los ríos, de los árboles y de todas las cosas. Es la madre de los cantos y danzas, la madre del mundo y de los antiguos hermanos de piedra, de los frutos y de todas las cosas.? Ella es también la madre de los Hermanos Menores, los forasteros. Es la madre de los instrumentos de música y de todos los templos, del sol y de la Vía Láctea, del fuego y de la lluvia.

    El Máma Kogi, con su rostro cetrino, su mirada encarbonada y su sabiduría de la naturaleza, contempla impotente la destrucción del Universo. Como Hermano Mayor está obligado a velar porque no se alteren las leyes de la Madre Naturaleza; pero fuera de las invocaciones ceremoniales y de las plegarias en sus templos tan próximos al cielo, nada puede hacer.

    De vez en cuando se decide a bajar a la llanura, pero es sólo para implorar a los forasteros, a las gentes del gobierno, que les permitan vivir sin arrinconarlos todavía más, que no les impongan las nuevas costumbres de los recién llegados y que los blancos intrusos no sigan destruyendo sin piedad a esa Madre Naturaleza que es el origen de todo.

    El 9 de junio de 1987 los Mámas se sentaron a pensar en Ciudad Perdida inquietos por la violación de sus sitios ceremoniales. De allí salió una carta para el gobierno pidiendo protección para sus cercados: ?Estas grandes ciudades encierran verdaderos secretos de nuestra civilización tradicional y nuestro pensamiento filosófico…; es una de las razones por las cuales a los Mámas les corresponde velar por estos bienes legítimos.?

    Los Kogis insisten en que Teyuna (centro de poder y símbolo de fertilidad y porvenir) es un lugar sagrado donde los Mámas se sientan a pensar profundo. Está dentro de su resguardo y fue el legado que dios les dejó.

    FLOR ROMERO es una escritora colombiana. Autora de estudios biográficos y de varias novelas, entre las que cabe mencionar Triquitraques del Trópico (1972) y Los sueños del poder (1979), ha escrito también relatos sobre temas míticos precolombinos como los reunidos en Los tiempos del deslumbramiento (1986) y Escrito en oro (1989).

    Los nueve mundos de los Kogi

    Gerardo Reichel Dolmatoff – 1985.
    Los Kogi, tomo II, Procultura.

    Versión simplificada y adaptada
    del relato cosmogónico transcrito
    en su forma original en dicha obra.

    Fuente: “El Correo de la UNESCO”; mayo 1990; p. 33.

    “Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni gente, ni animales, ni plantas. Sólo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre. (…). La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria.

    Entonces cuando existió así la Madre, se formaron arriba las tierras, los mundos, hasta arriba donde está hoy nuestro mundo. Eran nueve mundos y se formaron así. En el primero estaba la Madre y el agua y la noche. No había amanecido aun. La Madre se llamaba entonces Se—ne—nuláng y también existía un Padre que se llamaba Katakéne—ne—nuláng. Tenían un hijo que se llamaba Bunkua—sé. Pero no eran gente, ni nada, ni cosa alguna. Ellos eran alúna1, eran espíritu y pensamiento. Ese fue el Primer Mundo.

    En el Segundo Mundo existía un Padre que era un tigre. En el Tercero brotaron lombrices y gusanos. En el Cuarto había dos Madres Sáyaguaeye—yumang y Disi—seyuntaná y un Padre Sai—taná, con el privilegio del conocimiento sobre cómo sería la gente; en el Quinto Mundo apareció la Madre Encuáne—ne—nuláng contemplando seres humanos, pero sin orejas, ni ojos, ni narices, ni oídos; pero hablaban y repetían lunáticos ?sai—sai-sai? (noche, noche, noche).

    La Madre del Sexto Mundo fue Bunkuáne—ne—nuláng y el Padre Saichaká; por aquel entonces empezaron a nacer los Dueños del Mundo que en los comienzos fueron dos: el Búnkua—sé Azul y el Búnkua—sé Negro. Se dividió el mundo en dos partes: el Azul y el Negro, y en cada uno había nueve Búnkua—sé. Los del lado izquierdo eran todos azules y los del lado derecho eran todos negros.

    Ya en el Séptimo mundo existía la Madre Ahúnyiká; y empezó a formarse la sangre en los cuerpos y nacieron más gusanos, sin huesos y sin fuerzas.

    Nacía el Octavo Mundo, y de la Madre Kenyajé y el Padre Ahuínakatana nacieron los Padres y Dueños del Mundo. Eran treinta y seis en total.

    Entonces se formó el Noveno Mundo. Había entonces nueve Búnkua—sé Blancos. Entonces los Padres del Mundo encontraron un árbol grande en el cielo sobre el mar, y sobre el agua hicieron una casa grande de madera y paja de bejuco. A esta casa la llamaron Alúna.”

    1. Para los Kogi el concepto de alúna abarca las nociones de espíritu, memoria, pensamiento, voluntad, alma, intención. La cosa visible y concreta es sólo un símbolo mientras que el verdadero valor y la esencia existen en alúna.