Los Indios Kogi

Los Indios Kogi

Por José Ramón Vázquez
Coordinador
del Equipo Mapahumano
mapahumano.fiestras.com

“Nosotros, los pobladores de Sierra Nevada, los kogi, los ika, los sanha, los kankuania… vivimos en constante armonía con la Naturaleza, con la Tierra, con nuestra Madre. Hace muchos años, cuando el hombre cargado de armas llegó desde el mar para encerrarnos en el corazón del planeta, nos comprometimos a no cambiar, y nuestra alma permanece intacta desde entonces. Pero ahora la montaña sufre por los errores de los otros. Los árboles son cortados y quemados, los ríos se secan y las lenguas de hielo menguan. Algunos de ustedes han entendido el peligro. Saben, igual que nosotros, que son responsables de este infortunio. Y que si la Sierra de Santa Marta sufre, la Naturaleza, la madre de todos, morirá”.

Los indios kogi, habitantes de la Sierra de Santa Marta en Colombia son conocidos por su alto grado de respeto a la naturaleza. Su lengua, de la familia chibchá arawak se está perdiendo progresivamente entre los aproximadamente 5.000 kogis que perviven en la actualidad.

Los Kogi constituyen el grupo más tradicional e importante de los que habitan la sierra colombiana, principalmente en la zona norte dentro de lo que llaman ‘la línea negra’, que constituye su territorio sagrado tradicional. Son de los pocos grupos indígenas que no ha permitido el contacto con el hombre blanco para preservar sus tradiciones.

Durante la época colonial fueron obligados a establecerse en poblados permanentes, que actualmente están abandonados. Hoy en día se hallan establecidos en 15 pequeñas aldeas ubicados en terrazas aluviales próximos a quebradas o ríos, a 1500 m. de altitud.

Estas concentraciones se caracterizan por conservar el modelo de casa precolombina (bohios), redonda y con un tejado de hierbas cónico. Estas chozas se agrupan alrededor de una superior, la casa de los hombres, que asume funciones ceremoniales. Las mujeres no pueden acceder a la casa de los hombres y ellas ocupan las circundantes, con sus hijos. La vida familiar de los kogi exige que hombres y mujeres vivan separados.

El poblado sólo se utiliza para comerciar, discutir asuntos de la comunidad y celebrar algunos ritos. El tiempo restante lo pasan en sus parcelas familiares, ocupadas igualmente por una choza para la mujer y los niños, y otra para el varón. En estas parcelas cultivan caña de azúcar, algodón, tabaco y coca (parte de la cual se comercializa), base de su economía doméstica.

Los hombres realizan trabajo comunal, así como la artesanía para cocinar y tostar las hojas de coca, que consumen para contrarrestar la fatiga y las bajas temperaturas. Las mujeres permanecen en los bohíos confeccionando prendas de algodón de algodón y lana, además de encargarse de la recolección.

El mundo kogi relaciona el matrimonio con el simbolismo animal. Así, cada grupo de linaje, transmitido de padre a hijo o de madre a hija, se halla relacionado con un animal macho o hembra respectivamente. Un hombre y una mujer sólo podrán casarse si los animales que representan mantienen una relación de macho-hembra además de cazador-presa, esto es, un águila con una serpiente, un marsupial con un armadillo, un puma con un ciervo, etc. El sentido del equilibrio rige todos los aspectos de sus valores y creencias.

Los kogi sólo reemplazan sus pocos objetos personales y comunales cuando éstos se caen a pedazos. Bajo esta apariencia de extrema pobreza se esconde una rico vida espiritual. Las posesiones materiales tienen una ínfima importancia para ellos.

Este grupo resiste a las influencias externas debido a la solidez de su universo ético y religioso. A este respecto, existen en su mitología gran variedad de espíritus, entre los cuales adquieren mayor importancia los de los antepasados. Su autoridad suprema es el ‘Mamo’, sacerdote que ostenta el poder decisorio en todos los aspectos de la vida cotidiana, aún por encima de los jefes. Estos chamanes tienen verdaderas funciones sacerdotales, enseñadas durante años de estudio.

Los hombres kogi llevan siempre consigo un pororo, recipiente relleno de pasta de coca mezclada con polvo de conchas marinas. Los kogi creen que su consumo favorece el intercambio de ideas, la solidaridad y el deseo de compartir. El interior de las chozas se considera un vientre materno. Allí se reúnen las familias por las noches para contarse historias y fortalecer las tradiciones.

Además de las casas ceremoniales de cada poblado, existen otras en las cimas de las montañas, que hacen las funciones de templos, y se hallan igualmente en manos de los Mamos. A estas cimas llevan a cabo una peregrinación periódica, reuniéndose en los templos para celebrar ceremonias y ritos religiosos.

La cosmología kogi es compleja. El universo, huevo que relacionan con el útero, es el vientre de la diosa madre y en él vive toda la humanidad. Pero también cada casa, montaña o tumba es un útero. Los templos en forma de embudo, poseen una “puerta” en su techo, que se abre para permitir el contacto con los niveles cósmicos más altos. Estas “puertas” son “órganos sexuales” en los que depositan las ofrendas que fertilizan a la diosa madre.

Del techo cuelga una cuerda que representa el cordón umbilical y mediante la cual los sacerdotes se relacionan con las fuerzas sobrenaturales. Los Mamos dirigen los solemnes ritos necesarios para el orden del universo. Gracias a ello el sol sigue su trayectoria, las estaciones se suceden y el mundo y sus pobladores son fértiles.