PENSAMIENTO Y RELIGIÓN EN EL MÉXICO ANTIGUO

PENSAMIENTO Y RELIGIÓN

EN EL MÉXICO ANTIGUO
Bruno Cruz Petit

En este artículo voy a exponer algunas de las ideas más sobresalientes de la gran antropóloga Laurette Sejournée, fallecida en el 2003, dando algunos apuntes sobre otros autores que han reflexionado sobre la religión mexicana precolombina, para finalmente comentar algunas ideas sobre el valor del mito como fuente de sabiduría y verdad.

Conocida por defender la tesis de que la antigua Tollan, capital de los toltecas, era en realidad Teotihuacan (y no Tula), cuna del culto a Quetzalcoatl, Sejournée propuso toda una interpretación de la mitología azteca, enfocada a revalorizarla como conocimiento humanístico y trascendente. El ánimo que guió sus trabajos no estaba lejos del que impulsara a Miguel León Portilla en la redacción de su libro “Filosofía Nahuatl”. Se trataba de “leer” los mitos de los antiguos mexicanos tal como lo habrían hecho los tlamatinine, sabios nahuas que reflexionaban sobre los mitos de manera similar a los sabios orientales o los filósofos occidentales. Se quería reunir todo el “corpus” mitológica azteca y buscar la lógica que lo unificaba, incluyendo códices con narraciones distintas, contrapuestas o complementarias, poesías y crónicas de estudiosos de la época de la conquista que se interesaron por la cultura autóctona como Fray Bernardino de Sahagún.

La dispersión de mitos y fuentes, primera dificultad del investigador, fue explicada por un proceso de sincretismo dado por la asimilación parcial de la cultura de los antiguos toltecas por parte de los mexicas o aztecas. Estas tribus nómadas y guerreras emigraron durante doscientos años desde una tierra llamada Aztlan, cuya localización desconocemos. A su llegada al Valle de México (Anahuac) se encontraron con una civilización superior, la tolteca, de la que adoptaron su religión, fusionándola con dioses propios y difundiendo posteriormente dicha religión a las tribus que iban sojuzgando. Sin embargo, para Sejournée la amplitud que tuvo en toda Mesoamérica el culto a Quetzalcoatl no puede explicarse por dicho dominio, muy tardío, de los odiados mexicas, sino por la influencia de una cultura anterior como fue la tolteca, identificada en los mitos con su capital religiosa Teotihuacan o “ciudad de los dioses”. Los aztcecas desvirtuaron, según esta tesis, el panteón nahua incluyendo en él a Huitzilopochtli, dios de la guerra, debido a la necesidad imperiosa que tenían de un sistema de pensamiento que sostuviese su imperialismo.

En el momento de la conquista, pues, los aztecas practicaban un aparente y abigarrado politeísmo, que no excluía una tendencia a simplificar el panteón por parte de los tlamatinine, agrupando a varias divinidades como manifestaciones de un mismo Dios. Tal como decía una antiquísima creencia el origen de todas las cosa radicaría en Ometeotl, dios de la dualidad, divinidad masculina y femenina al mismo tiempo. Según León Portilla, debemos pensar que la élite sacerdotal conocía los mitos antiguos e interpretaba los ritos comunitarios de acuerdo a ellos. Para ellos, siempre según León Portilla, la religión y las narraciones de tipo mitológica no eran sino una forma de busca respuestas a interrogantes filosóficos, sobre el origen del mundo, el carácter de la muerte y la relación entre hombre y naturaleza.

Un desarrollo posterior ya de carácter azteca quiso que de Ometeotl procedieran las fuerzas que engendraron al mundo, encarnadas en cuatro dioses, Tezcatlipoca rojo (dicho también Xipe o Camaxtle), Tezcatlipoca negro, Quetzalcoatl y Huitzilopochtli, claramente insertado a la misma altura que los dioses antiguos, pese a que una tradición propiamente azteca señalaba a Huitzilopochtli como hijo de Coatlicue. También recuperaron la antigua Leyenda de los Soles, según la cual antes de la actual humanidad habían existido otras cuatro eras o soles, presididas respectivamente por Texcatlipoca, Quetzaltcoatl, Tlaloc y Chalchiutlicue (diosa de las aguas, hermana de Tlaloc). La última parte del mito tiene especial relevancia, puesto que en él se nos narra el nacimiento del Quinto Sol, el actual. Al encontrarse la tierra sin sol debido a una catástrofe, los dioses se reúnen en Teotihuacan y determinan que es necesario un sacrificio para alumbrar al nuevo sol. Tecuciztécatl y Nanautzin se ofrecen a llevarlo a cabo; el primero, rico en plumas, no se atrevió a echarse totalmente en el fuego. El segundo, buboso y en proceso de desintegración, lo consigue y anima al otro a cumplir el sacrificio. Posteriormente, aparecen el Sol y la Luna, pero sin moverse. El necesario el sacrificio de todos los dioses y la ayuda del viento para que empiece el movimiento del sol, origen de la vida.

El calendario azteca nos da una idea de la importancia del sacrificio de lo más precioso del hombre, la vida, para mantener la misma vida en el mundo. Los aztecas se sintieron señalados con la misión de dar vida al Sol mediante sacrificios humanos, es decir, con una práctica que justificaba la guerra contra los demás pueblos mesoamericanos al tiempo que evitaba el fin del mundo.

Laurette Sejournée, por su parte, sitúa a Quetzaltcoatl en el centro del pensamiento religioso mesoamericano, ya que, además de su antigüedad y expansión, este Dios encarna lo más profundo del mensaje de los antiguos nahuas. Ante todo, Quetzalcoatl aparece en la Leyenda de los Soles como el creador del hombre. En un fragmento documentado ya en al conquista Quetzalcoatl baja al Reino de los muertos y se apodera de los huesos de hombres y mujeres a los que insufla vida rociándolos de sangre de su miembro, no si antes caer al suelo con ellos y determinar su imperfección futura. El descenso al Mictlan viene a ser una penitencia, un desprendimiento de la materia para lograr el triunfo del espíritu que también viene simbolizado en otros mitos como el de su conversión en Venus tras echarse a la hoguera, en el papel del viento como atributo divino de la segunda era, la de Quetzalcoatl o en la misma encarnación animal de este dios en la famosa serpiente emplumada, alegoría del cielo y la tierra, los contrarios reunidos en un ser fantástico. Toda la narrativa e iconografía de este dios indica un grado de espiritualidad similar al de otras religiones; Quetzalcoatl personifica el anhelo máximo de los hombres, la superación de la materia por el espíritu, una unión de contrarios que supera el drama de la dualidad. Su periplo al centro de la tierra y su sacrificio en el fuego recuerda a los hombres la necesidad de liberarse del mundo profundizando en él, a través del conocimiento, y del movimiento, dones que Quetzlacoatl encarna en diferentes mitos. Desde esta perspectiva, el paralelismo con otras religiones, particularmente con la cristiana (suponemos que mejor conocida por Sejournée) es sorprendente: revelación, purificación, sacrificio, penitencia, salvación, ahí están todos los elementos que configuran un nivel espiritual de conciencia superior liberadora. Hasta encontramos el rito de la comunión narrado entre los mexicas que conoció Sahagún. Todo ello nos permite entender el éxito de la conversión de tantos mexicanos por parte de los frailes españoles. Pese a las diferencias, las dos civilizaciones compartían un estado religioso similar, aquel que supera el universo mágico o totémico, caracterizado por la multiplicidad y la fragmentación, para abrazar el principio de unidad y conciencia del origen divino del hombre.

Sejournée coincide con los antropólogos e historiadores como Erich Kahler o Lévy Bruhl que ven en las religiones nacidas a partir del Neolítico un avance de dimensiones gigantescas respecto a las sociedades primitivas. En estas últimas, el individuo vivía en una “niebla de unidad”, su percepción se regía por la ley de participación en la que todo era causa de todo. Lo sagrado y lo profano, el cielo y la tierra, individuo y colectividad, formaban parte de un todo. Frente a esta visión totalmente “holista”, a partir del Neolítico aparecen las categorías salvaje-domésticado, así como una confianza en el poder del hombre frente a la naturaleza. Existe una separación entre lo sagrado y lo profano, que son las categorías de pensamiento principales, aunque el microcosmos está influido por el macrocosmos (por ejemplo, las cosechas dependen de al voluntad de Tláloc, dios de la lluvia). La salvación, además, aparece como un asunto individual, primer indicio de una conciencia de la autonomía del yo. Además la diferenciación de un ámbito puramente divino entraña algo nuevo: la mediación entre dioses y hombres. En las sociedades primitivas los hombres se comunicaban con los antepasados y los tótems sin necesidad de mediador. Con la especialización social del trabajo son los sacerdotes los autorizados para comunicarse con los dioses, pues ésta aparece como una tarea dificultosa y trascendente. El hombre empieza a indagar en la dualidad inherente al mundo (día-noche, masculino-femenino, sagrado-profano) y necesita mitos religiosos que lo liberen de dicha angustia.

Para Lévi Strauss, la estructura de los mitos desvela precisamente una voluntad de proporcionar soluciones al conflicto entre dos elementos irreconciliables. Los monstruos o seres inventados simbolizan el origen cósmico del hombre frente al origen biológico; matar a la esfinge en el mito de Edipo, es el equivalente al incesto, la glorificación del parentesco; su contraparte es el parricidio y el castigo divino encarnado en la malformación de Edipo. El pensamiento mítico otorga un “mediador” a cada oposición; por eso abundan los personajes hermafroditas (Ometeotl), o los bufones o mensajeros, elementos ambiguos que permiten disolver o trascender la oposición. El Quetzalcoatl de Sejournée no es más que el mediador de un conflicto, el símbolo de esta aspiración divina del hombre.

Lo más atractivo de esta gran antropóloga es, ante todo, la autoridad, la libertad y ambición analítica con la que se movió por los restos de la cultura precolombina. Aplicó a México las nuevas y viejas corrientes antropológicas europeas, en una aventura vital personal más allá de la mera curiosidad científica, mezclando, a la manera de Mircea Eliade, varios de los enfoques descritos por Jean Pierre Vernant como simbolistas, funcionalistas y estructuralistas. Vio en el mito una manifestación de una intuición profunda, de intraducible fuerza expresiva, con un mensaje simbólico de gran alcance. Pero también analizó oposiciones y relaciones entre los distintos elementos de la mitología, sin caer en un vano formalismo y sin dejar de afirmar, en algunos, pasajes, el valor ideológico y político que cumplió la religión entre los aztecas.

Su visión del mito religioso como superación de la magia no escapa a la influencia de los primeros descubridores del valor del mito, los Durkheim, Jung o Schmidt, que empezaron a ver en este fenómeno un indicador de la conciencia colectiva y de cierto progreso espiritual. El conjunto de sus ideas transmite, finalmente, una consideración hacia los antiguos pobladores de México ejemplar para todos los estudiosos de la sociedad mexicana.

Ciudad Universitaria, a 20 de julio del 2004

BIBLIOGRAFÍA

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GARCÍA GUAL, G. La mitología, Ed.Montesinos, Barcelona, 1987.

LEON PORTILLA, M., Filosofía nahuatl. UNAM, México, 1962

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SEJOURNÉE, L. Pensamiento y religión en el México antiguo, FCE, México, 2003

SEJOURNÉE, l. El mensaje de Quetzalcoatl, en la revista “Cuadernos americanos” n° 5,sept.1954

PAZ, O. El nuevo festín de Esopo, Seix Barral, Barcelona, 1993