Mitos y Creencias Religiosas

Es difícil hacer una comparación entre la moral primitiva del Mapuche y las normas que rigen al hombre actual civilizado. Ellos poseían una moral negativa sin preceptos, sólo con prohibiciones. Por ejemplo, el robo ejercido fuera del ámbito familiar se consideraba una habilidad si no dejaba huellas ni traía trastornos a la familia. El homicidio no siempre constituía un hecho reprobable. El aborto y el infanticidio eran permitidos puesto que se trataba de la destrucción de un bien propio.

Entre los Mapuches había que evitar todo lo que contrariase a los espíritus benéficos o protectores. En general la vida religiosa mágica de los Mapuches estaba basada en creencias animistas. Ellos creían que las distintas manifestaciones de la naturaleza, luna, viento, volcanes, ríos, plantas, piedras, etc. estaban “animados” pues poseían un espíritu o ánima en su interior. Por eso los reverenciaban como divinidades o potencias poseedoras de cualidades superiores. Cuando alguien moría, su espíritu-alma se trasladaba a otras regiones o se convertía en otra manifestación de la naturaleza. El ya citado cronista, Padre Diego Rosales entrega interesantes observaciones de las creencias araucanas sobre el más allá distinguiendo entre el destino de las almas de los caciques y el de los guerreros muertos en combate. Las almas de estos últimos se remontaban hacia los cielos y quedándose entre las nubes se manifestaban como relámpagos y truenos. En cambio, las almas de los toquis difuntos, en algunos casos se transformaban en moscardones y regresaban a participar en las fiestas y borracheras indígenas, y otras se trasladaban al interior de los volcanes.

El espíritu de la gente común se dirigía al morir, a la “otra banda del mar” donde gozaría de una vida idéntica a la que abandonaba. Por otra parte los guerreros muertos en acción continuaban sus prácticas de guerra en los cielos. El Padre Alonso de Ovalle en su “Histórica Relación del Reyno de Chile”, cuenta al referirse a las creencias erróneas de los Mapuches acerca del más allá la forma cómo el cacique Quetobileun asistió y aconsejó a su hijo moribundo: “Ya es llegada la hora de vuestra muerte, hijo mío, esforzaos, para que lleguéis a la otra vida con bien y mirad hijo mío, que llegando a la otra parte del mar, sembréis luego que lleguéis muchas habas, arvejas y maíz, papas y cebadas y todas las legumbres. Y haced una casa grande para que quepamos todos en ella porque vuestra madre y yo estamos ya más de muerte que de vida por la mucha edad que tenemos que presto estaremos con vos por allá y por esto os digo que sembréis mucho para que entremos comiendo. Y con esto llorando unos y otros se despidieron”.

El Pillán ha sido generalmente asimilado a la idea de Dios. Sin embargo, constituyó para los Mapuches un confuso concepto de animista. Se los invocaba y representaba ya sea como anciano, joven, hombre, mujer, dueño de los hombres y del mundo, morando en el interior de los volcanes o en los cielos. Otras veces se identificaba al Pillán con las almas de los espíritus superiores y de los grandes antepasados. Los guerreros Mapuches cuyos restos eran incinerados, y por medio del fuego ascendían a las nubes, también se convertían en Pillanes. Sin embargo, estas creencias sobre el Pillán o los Pillanes configuraron la idea más próxima con sus atributos de divinidad e infinitud al concepto cristiano de Dios Supremo Creador y Progenitor. Debido al mandato del Pillán germinaban las semillas que les daba salud a los hombres y se evitan sus enfermedades, reuniendo en sí las mayores cualidades benéficas. Por otra parte, existían espíritus malignos los que aunque superiores en jerarquía al Pillán, actuaban por su cuenta para producir daños y maleficios entre los Mapuches. Los o las Machis tenían como principal misión contrarrestar la acción malévola y dañina de los Huecufes, tratando de combatirlos mediante exorcismos.

El uso de narcóticos, el ayuno, la autosugestión, las danzas desenfrenadas en torno del árbol sagrado del canelo hasta caer en trances hipnóticos los capacitaban para ejercer y mantener un considerable ascendiente sobre la tribu. Ello agregado a notables condiciones de prestidigitación y ventrilocuismo transformaban a los Nguillatunes o rogativas para pedir por la salud de un enfermo o por el envío de lluvias o cosechas abundantes en impresionantes espectáculos donde hablaban los espíritus o Pillanes a través de las Machis, con las más diversas voces, asombrando a los participantes con sus “magias”, sacándose los ojos o cortándose las orejas…

El Padre Diego Rosales dice al respecto: “… salen de sí todos los hechiceros, porque entra el demonio en ellos y dan saltos y carreras, moviéndose las unas partes en otras, sin poner los pies en el suelo, bailando sobre el fuego con los pies descalzos, tragándose tizones ardiendo y arrojando en el fuego los vestidos, sin recibir en sí ni los vestidos lesión ninguna. Y de esa suerte hacen otras maravillas aparentes, sacándole a unos los ojos, cortándole a otros las narices, quitándole a este las llancas que trae colgadas al pecho, al otro las orejas, y así en otras burlas y juegos que hacen aparentemente y por arte del diablo, con que tienen abobada la gente suspensa con tales pruebas…”.

Posteriormente estos sacerdotes o sacerdotisas dejaron sus prácticas chamanicas y solamente ejercieron el oficio de “mei’cas” y curanderos. Aún se mantiene entre muchos indígenas la creencia de que si alguien cae enfermo repentinamente, ha sido porque otro le ha enviado un espíritu maligno, un Huecufe o flecha invisible, para provocarle el mal. Se hace necesario entonces recurrir a la Machi par que le extraiga el mal que le ha entrado al cuerpo. Además de los Machis, existieron otros brujos que practicaban la magia negra, preparando filtros amorosos (hualichos), amuletos y pociones para los más diversos propósitos.