EL INCONSCIENTE Y LA SOMBRA

EL INCONSCIENTE Y LA SOMBRA
¿Cómo puede haber tanta maldad en el mundo?

Conociendo a la humanidad lo que me asombra es que no haya más.

WOODY ALLEN, Hannah y sus hermanas

En 1886 -más de una década antes de que Freud se zam­bullera en las profundidades de la mente humana- Robert Louis Stevenson tuvo un sueño muy revelador en el que un hombre perseguido por haber cometido un crimen ingiere una pócima y sufre un cambio drástico de personalidad que le hace irreconocible. De esta manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico, termina transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un personaje cuya maldad iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño.

Stevenson utilizó la materia prima de este sueño como ar­gumento para escribir su hoy famoso El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde. Con el correr de los años el tema de esta novela ha terminado formando parte integral de nuestra cultura popular y no es infrecuente escuchar a nuestros se­mejantes tratando de explicar su conducta con justificaciones del tipo: «no era yo mismo», «era como si un demonio le po­seyera» o «se convirtió en una bruja», por ejemplo. Según el analista junguiano John A. Sanford, los argumentos que re­suenan en gran parte de la humanidad encierran cualidades arquetípicas que pertenecen a los sedimentos más universa­les de nuestro psiquismo.

Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor par­te del tiempo. Bajo la máscara de nuestro Yo* consciente des­cansan ocultas todo tipo de emociones y conductas negativas -la rabia, los celos, la vergüenza, la mentira, el resentimien­to, la lujuria, el orgullo y las tendencias asesinas y suicidas, por ejemplo-. Este territorio arisco e inexplorado para la ma­yoría de nosotros es conocido en psicología como sombra personal.

* Yo es la traducción de Self; nos ha parecido más apropiado que la habitual sí-mismo o el término original inglés. (N. del E.)

Introducción a la sombra

La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de ma­nera natural durante la infancia. Cuando nos identificamos con determinados rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación y la generosidad, por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son reforzadas sistemática­mente por el entorno que nos rodea- vamos configurando lo que W. Brugh Joy llama el Yo de las Resoluciones de Año Nuevo. No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras cualidades que no se ade­cuan a nuestra imagen ideal -como la grosería y el egoísmo, por ejemplo-. De esta manera, el ego y la sombra se van edi­ficando simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.

Carl G. Jung descubrió la indisolubilidad del ego y de la sombra en un sueño que recoge en su autobiografía Recuer­dos, Sueños, Pensamientos:

Era de noche y me hallaba en algún lugar desconocido avan­zando lenta y penosamente en medio de un poderoso vendaval. La niebla lo cubría todo. Yo sostenía y protegía con las manos una débil lucecilla que amenazaba con apagarse en cualquier momento. Todo parecía depender de que consiguiera mantener viva esa luz.

De repente tuve la sensación de que algo me seguía. Enton­ces me giré y descubrí una enorme figura negra que avanzaba tras de mí. A pesar del terror que experimenté no dejé de ser cons­ciente en todo momento de que debía proteger la luz a través de la noche y la tormenta. Cuando desperté me di cuenta de inmediato de que la figu­ra que había visto en sueños era mi sombra, la sombra de mi pro­pio cuerpo iluminado por la luz recortándose en la niebla. Tam­bién sabía que esa luz era mi conciencia, la única luz que poseo, una luz infinitamente más pequeña y frágil que el poder de las tinieblas pero, al fin y al cabo, una luz, mi única luz.

Son muchas las fuerzas que coadyuvan a la formación de nuestra sombra y determinan lo que está permitido y lo que no lo está. Los padres, los parientes, los maestros, los ami­gos y los sacerdotes constituyen un entorno complejo en el que aprendemos lo que es una conducta amable, adecuada y moral y lo que es un comportamiento despreciable, bochor­noso y pecador.

La sombra opera como un sistema psíquico autónomo que perfila lo que es el Yo y lo que no lo es. Cada cultura -e in­cluso cada familia- demarca de manera diferente lo que co­rresponde al ego y lo que corresponde a la sombra. Algunas, por ejemplo, permiten la expresión de la ira y la agresividad mientras que la mayoría, por el contrario, no lo hacen así; unas reconocen la sexualidad, la vulnerabilidad y las emo­ciones intensas y otras no; unas, en fin, consienten la ambi­ción por el dinero, la expresión artística y o el desarrollo in­telectual mientras que otras, en cambio, apenas si las toleran.

En cualquiera de los casos, todos los sentimientos y ca­pacidades rechazados por el ego y desterrados a la sombra ali­mentan el poder oculto del lado oscuro de la naturaleza hu­mana. No todos ellos, sin embargo, son rasgos negativos. Según la analista junguiana Liliane Frey-Rohn, este misterioso tesoro encierra tanto facetas infantiles, apegos emocionales y síntomas neuróticos como aptitudes y talentos que no he­mos llegado a desarrollar. Así, en sus mismas palabras, la sombra «permanece conectada con las profundidades olvi­dadas del alma, con la vida y la vitalidad; ahí puede esta­blecerse contacto con lo superior, lo creativo y lo universalmente humano».

La enajenación de la sombra

Nosotros no podemos percibir directamente el dominio oculto de la sombra ya que ésta, por su misma naturaleza, resulta difícil de aprehender. La sombra es peligrosa e in­quietante y parece huir de la luz de la conciencia como si ésta constituyera una amenaza para su vida.

El prolífico analista junguiano James Hillman dice: «El in­consciente no puede ser consciente, la luna tiene su lado os­curo, el sol también se pone y no puede brillar en todas par­tes al mismo tiempo y aún el mismo Dios tiene dos manos. La atención y la concentración exigen que ciertas cosas se mantengan fuera del campo de nuestra visión y permanez­can en la oscuridad. Es imposible estar en ambos lugares al mismo tiempo».

Así pues, sólo podemos ver a la sombra indirectamente a través de los rasgos y las acciones de los demás, sólo pode­mos darnos cuenta de ella con seguridad fuera de nosotros mis­mos. Cuando, por ejemplo, nuestra admiración o nuestro re­chazo ante una determinada cualidad de un individuo o de un grupo -como la pereza, la estupidez, la sensualidad o la es­piritualidad, pongamos por caso- es desproporcionada, es muy probable que nos hallemos bajo los efectos de la som­bra. De este modo, pretendemos expulsar a la sombra de nues­tro interior proyectando y atribuyendo determinadas cuali­dades a los demás en un esfuerzo inconsciente por desterrarlas de nosotros mismos.

La analista junguiana Marie-Louise von Franz ha insi­nuado que el mecanismo de la proyección se asemeja al he­cho de disparar una flecha mágica. Si el receptor tiene un pun­to débil como para recibir la proyección, la flecha da en el blanco. Así, por ejemplo, cuando proyectamos nuestro enfado sobre una pareja insatisfecha, nuestro seductor encanto so­bre un atractivo desconocido o nuestras cualidades espiri­tuales sobre un gurú, nuestra flecha da en el blanco y la pro­yección tiene lugar estableciéndose, a partir de entonces se produce un misterioso vínculo entre el emisor y el re­ceptor, cosa que ocurre, por ejemplo, cuando nos enamora­mos, cuando descubrimos a un héroe inmaculado o cuando tropezamos con alguien absolutamente despreciable, por ejemplo.

Nuestra sombra personal contiene todo tipo de capacida­des potenciales sin manifestar, cualidades que no hemos de­sarrollado ni expresado. Nuestra sombra personal constituye una parte del inconsciente que complementa al ego y que re­presenta aquellas características que nuestra personalidad consciente no desea reconocer y, consecuentemente, repudia, olvida y destierra a las profundidades de su psiquismo sólo para reencontrarlas nuevamente más tarde en los enfrenta­mientos desagradables con los demás.

El encuentro con la sombra

Pero aunque no podamos contemplarla directamente, la sombra aparece continuamente en nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor (en los chistes sucios o en las payasadas, por ejemplo) que expresan nuestras emocio­nes más ocultas, más bajas o más temidas. Cuando algo nos resulta muy divertido -el resbalón sobre una piel de plátano o el descubrimiento de un tabú corporal-, también nos ha­llamos en presencia de la sombra. Según John A. Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello es muy pro­bable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una sombra muy reprimida.

La psicoanalista inglesa Molly Tuby describe seis moda­lidades diferentes para descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana:

En los sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo creer que hiciera tal cosa!» «¡No compren­do cómo puede llevar esa ropa!»)
En el feedback negativo de quienes nos sirven de espe­jo. («Es la tercera vez que llegas tarde sin decírmelo»)
En aquellas relaciones en las que provocamos de conti­nuo el mismo efecto perturbador sobre diferentes perso­nas. («Sam y yo creemos que no has sido sincero con no­sotros»)
En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso»)
En aquellas situaciones en las que nos sentimos humi­llados. («Me avergüenza su modo de tratarme»)
En los enfados desproporcionados por los errores come­tidos por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!» «Realmente no controla para nada su peso»)

También podemos reconocer la irrupción inesperada de la sombra cuando nos sentimos abrumados por la vergüenza o la cólera o cuando descubrimos que nuestra conducta está fuera de lugar. Pero la sombra suele retroceder con la misma prontitud con la que aparece porque descubrirla puede cons­tituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.

Es precisamente por este motivo que rechazamos tan rá­pidamente -sin advertirías siquiera- las fantasías asesinas, los pensamientos suicidas o la embarazosa envidia que tan­tas cosas podría revelarnos sobre nuestra propia oscuridad. R. D. Laing describía poéticamente este reflejo de negación de la mente del siguiente modo:

El rango de lo que pensamos y hacemos

está limitado por aquello de lo que no nos damos cuenta.

Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta de que no nos damos cuenta

lo que impide

que podamos hacer algo

por cambiarlo.

Hasta que nos demos cuenta

de que no nos damos cuenta

seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción.

Si la negación persiste, como dice Laing, ni siquiera nos daremos cuenta de que no nos damos cuenta. Es frecuente, por ejemplo, que el encuentro con la sombra tenga lugar en la mitad de la vida, cuando nuestras necesidades y valores más profundos tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida deter­minando incluso, en ocasiones, un giro de ciento ochenta gra­dos y obligándonos a romper nuestros viejos hábitos y a cul­tivar capacidades latentes hasta ese momento. Pero a menos que nos detengamos a escuchar esta demanda permanecere­mos sordos a sus gritos.

La depresión también puede ser la consecuencia de una con­frontación paralizante con nuestro lado oscuro, un equiva­lente contemporáneo de la noche oscura del alma de la que hablan los místicos. Pero la necesidad interna de descender al mundo subterráneo puede ser postergada por multitud de causas, como una jornada laboral muy larga, las distraccio­nes o los antidepresivos que sofocan nuestra desesperación. En cualquiera de estos casos el verdadero objetivo de la me­lancolía escapa de nuestra comprensión.

Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el paso de nuestra vida, escuchar las evidencias que nos proporciona el cuerpo y concedernos el tiempo necesario para poder estar solos y digerir los crípticos mensajes procedentes del mundo sub­terráneo.

La sombra colectiva

Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos el telediario, tropezamos cara a cara con los aspectos más te­nebrosos de la naturaleza humana. Los mensajes emitidos a diario por los medios de difusión de masas a toda nuestra al­dea global electrónica evidencian de continuo las secuelas más lamentables de la sombra. El mundo se ha convertido así en el escenario de la sombra colectiva.

La sombra colectiva -la maldad humana- reclama por do­quier nuestra atención: vocifera desde los titulares de los quioscos; deambula desamparada por nuestras calles dormi­tando en los zaguanes; se agazapa detrás de los neones que salpican de color los rincones más sórdidos de nuestras ciu­dades; juega con nuestro dinero desde las entidades finan­cieras; alimenta la sed de poder de los políticos y corrompe nuestro sistema judicial; conduce ejércitos invasores hasta lo más profundo de la jungla y les obliga a atravesar las arenas del desierto; trafica vendiendo armas a enloquecidos líderes y entrega los beneficios a insurrectos reaccionarios; polu­ciona nuestros ríos y nuestros océanos y envenena nuestros alimentos con pesticidas invisibles.

Estas consideraciones no son el resultado de un nuevo fundamentalismo basado en una actualizada versión bíblica de la realidad. Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espan­toso y sombrío fantasma invocado por la corrupción políti­ca, el fanatismo terrorista y los criminales de cuello blanco. Nuestro apetito interno de totalidad -patente ahora más que nunca en el sofisticado engranaje de la comunicación glo­bal- nos exige hacer frente a la conflictiva hipocresía que se extiende por doquier.

De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más benignos de la existen­cia otros, en cambio, padecen sus facetas más desagradables y terminan convirtiéndose en el objeto de las proyecciones gru­pales negativas de la sombra colectiva -véase sino fenóme­nos tales como la caza de brujas, el racismo o el proceso de creación de enemigos, por ejemplo-. Así, para el anticomu­nismo norteamericano, la Unión Soviética es el imperio del mal mientras que los musulmanes consideran que los Estados Unidos encarnan el poder de Satán; según los nazis los judíos son sabandijas bolcheviques; en opinión de los monjes cristianos las brujas están aliadas con el diablo y para los defensores surafricanos del apartheid y para los miembros del Ku Klux Klan los negros no son seres humanos y, por tanto, no merecen los derechos y los privilegios de los que gozan los blancos.

El poder hipnótico y la naturaleza contagiosa de estas in­tensas emociones resultan evidentes en la expansión de la per­secución racial, la violencia religiosa y las tácticas propias de la caza de brujas. Es como si unos seres humanos ataviados con sombrero blanco intentaran deshumanizar a quienes no lo llevan para justificarse a sí mismos y terminar conven­ciéndose de que exterminarlos no significa, en realidad, ma­tar seres humanos.

A lo largo de la historia la sombra ha aparecido ante la ima­ginación del ser humano asumiendo aspectos tan diversos como, por ejemplo, un monstruo, un dragón, Frankenstein, una ballena blanca, un extraterrestre o alguien tan ruin que difí­cilmente podemos identificarnos con él y que rechazamos como si de la Gorgona se tratara. Uno de las principales fi­nalidades de la literatura y del arte ha sido la de mostrar el aspecto oscuro de la naturaleza humana. Como dijo Nietzs­che: «El arte impide que muramos de realidad».

Cuando utilizamos el arte o los medios de difusión de ma­sas -incluida la propaganda política- para referirnos a al­guien y convertirlo en un diablo, estamos intentando debili­tar sus defensas y adquirir poder sobre él. Esto podría ayudarnos a comprender la plaga del belicismo y del fanatismo religioso puesto que el rechazo o la atracción por la violencia y el caos de nuestro mundo nos lleva a convertir mentalmente a los demás en los depositarios del mal y los enemi­gos de la civilización.

El fenómeno de la proyección también puede dar cuenta de la enorme popularidad de las novelas y de las películas de terror ya que, de ese modo, la representación vicaria de la sombra nos permite reactivar y quizás liberar nuestros im­pulsos más perversos en el entorno seguro que nos ofrece un libro o una sala cinematográfica.

Los cuentos para niños suelen referirse a la lucha entre las fuerzas del bien -ejemplificadas por las hadas- y las fuer­zas del mal -representadas por espantosos demonios-. De este modo los niños suelen ser iniciados en el fenómeno de la sombra superando de manera vicaria las pruebas que deben afrontar sus héroes y sus heroínas, aprendiendo así las pau­tas universales del destino del ser humano.

La censura actual se debate en el campo de los medios de comunicación de masas y de la música pero quienes se apres­tan a silenciar la voz de la oscuridad no alcanzan a com­prender nuestra urgente necesidad de escucharla. Así, si bien los censores se esfuerzan denodadamente en rescribir La Caperucita Roja para que ésta no termine siendo devorada por el lobo ignoran, por otra parte, que de ese modo lo único que consiguen es entorpecer el camino para que los niños afron­ten el mal con el que necesariamente deberán tropezar a lo largo de su vida.

Cada familia, al igual que cada sociedad, tiene sus propios tabúes, sus facetas ocultas. La sombra familiar engloba todos aquellos sentimientos y acciones que la conciencia vigílica de la familia considera demasiado amenazadoras para su propia imagen y, consecuentemente, rechaza. Para una honrada y conservadora familia cristiana puede tratarse de la adicción a la bebida o del hecho de casarse con alguien perteneciente a otra confesión religiosa; para una familia atea y liberal, en cambio, quizás se trate de las relaciones homosexuales, por ejemplo. En nuestra sociedad los malos tratos conyugales y el abuso infantil, oculto hasta hace poco en la sombra de la familia, emerge hoy en proporciones epidémicas a la luz del día.

El lado oscuro de la sombra no constituye una adquisi­ción evolutiva reciente fruto de la civilización y de la edu­cación, sino que hunde sus raíces en la sombra biológica que se asienta en nuestras mismas células. A fin de cuentas, nues­tros ancestros animales consiguieron sobrevivir gracias a sus uñas y sus dientes. Nuestra bestia -aunque se mantenga en­jaulada la mayor parte del tiempo- permanece todavía viva.

Muchos antropólogos y sociobiólogos creen que la mal­dad humana es el resultado de refrenar nuestra agresividad, de elegir la cultura sobre la naturaleza y de perder el contacto con nuestro estado salvaje. En esta línea, el médico y antro­pólogo Melvin Konner cuenta en The Tangled Wing la histo­ria de aquel hombre que fue al zoológico y acercándose a un cartel que decía «El Animal Más Peligroso de la Tierra» des­cubrió asombrado que se hallaba ante un espejo.

Conócete a ti mismo

En la antigüedad los seres humanos conocían las diversas dimensiones de la sombra: la personal, la colectiva, la fami­liar y la biológica. En los dinteles de piedra del hoy derrui­do templo de Apolo en Delfos -construido sobre una de las laderas del monte Parnaso- los sacerdotes grabaron dos ins­cripciones, dos preceptos, que han terminado siendo muy fa­mosos y siguen conservando en la actualidad todo su senti­do. En el primero de ellos, «Conócete a ti mismo», los sacerdotes del dios de la luz aconsejaban algo que nos in­cumbe muy directamente: conócelo todo sobre ti mismo, lo cual podría traducirse como conoce especialmente tu lado oscuro.

Nosotros somos herederos directos de la mentalidad grie­ga pero preferimos ignorar a la sombra, ese elemento que perturba nuestra personalidad. La religión griega, que com­prendía perfectamente este problema, reconocía y respetaba también el lado oscuro de la vida y celebraba anualmente en la misma ladera de la montaña- las famosas bacanales, orgías en las que se honraba la presencia contundente y creativa de Dionisos, el dios de la naturaleza, entre los seres humanos.

Hoy en día Dionisos perdura entre nosotros en forma de­gradada en la figura de Satán, el diablo, la personificación del mal, que ha dejado de ser un dios a quien debemos respeto y tributo para convertirse en una criatura con pezuñas desterrada al mundo de los ángeles caídos.

Marie-Louise von Franz reconoce las relaciones existen­tes entre el diablo y nuestra sombra personal afirmando: «En la actualidad, el principio de individuación está ligado al ele­mento diabólico ya que éste representa una separación de lo divino en el seno de la totalidad de la naturaleza. De este modo, los elementos perturbadores- como los afectos, el im­pulso autónomo hacia el poder y cuestiones similares- cons­tituyen factores diabólicos que perturban la unidad de nues­tra personalidad».

Nada en exceso

La segunda inscripción cincelada en Delfos, «Nada en ex­ceso», es, si cabe, todavía más pertinente a nuestro caso. Se­gún E. R. Dodds, se trata de una máxima por la que sólo pue­de regirse quien conoce a fondo su lujuria, su orgullo, su rabia, su gula -todos sus vicios en definitiva- ya que sólo quien ha comprendido y aceptado sus propios límites puede decidir ordenar y humanizar sus acciones.

Vivimos en una época de desmesura: demasiada gente, de­masiados crímenes, demasiada explotación, demasiada polu­ción y demasiadas armas nucleares. Todos reconocemos y censuramos estos abusos aunque al mismo tiempo nos sinta­mos incapaces de solucionarlos.

¿Pero qué es, en realidad, lo que podemos hacer con todo esto? La mayor parte de las personas destierran directamen­te las cualidades inaceptables e inmoderadas a la sombra in­consciente o las expresan en sus conductas más oscuras. De este modo, sin embargo, los excesos no desaparecen sino que terminan transformándose en síntomas tales como los senti­mientos y las acciones profundamente negativas, los sufri­mientos neuróticos, las enfermedades psicosomáticas, las de­presiones y el abuso de drogas, por ejemplo.

El hecho es que cuando sentimos un deseo muy intenso y lo relegamos a la sombra opera desde ahí sin tener en cuen­ta a los demás; cuando estamos muy hambrientos y rechaza­mos ese impulso terminamos atormentando a nuestro cuerpo comiendo y bebiendo en exceso; cuando sentimos una aspi­ración elevada y la desterramos a la sombra nos condenamos a la búsqueda de gratificaciones sustitutorias instantáneas o nos entregamos a actividades hedonistas tales como el abu­so de alcohol o drogas. La lista podría ser interminable pero lo cierto es que podemos observar por doquier los excesos del crecimiento desmesurado de la sombra:

· La amoralidad de la ciencia y la estrechísima colabora­ción existente entre el mundo de los negocios y la tecno­logía pone en evidencia nuestro deseo incontrolado de au­mentar nuestro conocimiento y nuestro dominio sobre la naturaleza.

· El papel distorsionado y codependiente de quienes se dedican a las profesiones de ayuda y la codicia de médi­cos y empresas farmacéuticas que se manifiesta en la com­pulsión farisaica a ayudar y curar a los demás.

· La apatía del trabajo alienante, la rápida obsolescencia generada por la automación y la hubris del éxito se expresan en la aceleración y deshumanización de los trabajos.

· El interés desmesurado en la maximización de los be­neficios y el progreso que se evidencian en el crecimien­to a ultranza del mercantilismo.

· El consumismo, el abuso de la publicidad, el derroche y la polución desenfrenada nos revelan el grado de mate­rialismo hedonista existente en nuestra sociedad.

· El narcisismo generalizado, la explotación personal, la manipulación de los demás y el abuso de mujeres y niños evidencia el deseo de controlar las dimensiones innatamente incontrolables de nuestra propia vida.

. La obsesión por la salud, las dietas, los medicamentos y la longevidad a cualquier precio testimonia nuestro per­manente miedo a la muerte.

Estas facetas oscuras impregnan todos los estratos de nues­tra sociedad y las soluciones que suelen ofrecerse a los ex­cesos de la sombra colectiva, no hacen más que agravar el pro­blema. Consideremos, por ejemplo, las atrocidades cometidas por el fascismo y el autoritarismo en Europa -intentos reac­cionarios de solucionar el desorden social, la decadencia y la permisividad de la época- o el moderno resurgimiento del fundamentalismo religioso y político que se extiende por do­quier y que, en palabras de W. B. Yeats, ha «desatado la anar­quía sobre el mundo».

A esto se refería Jung cuando decía: «Hemos olvidado in­genuamente que bajo el mundo de la razón descansa otro mundo. Ignoro lo que la humanidad deberá soportar todavía antes de que se atreva a admitirlo».

Ahora o nunca

Desde tiempo inmemorial la historia nos evidencia las pla­gas de la maldad humana. Naciones enteras han caído en ata­ques de histeria colectiva de dimensiones devastadoras. Hoy en día el aparente final de la guerra fría nos coloca en una si­tuación excepcionalmente esperanzadora. Por primera vez las naciones parecen reflexionar sobre sí mismas y tratan de cam­biar de rumbo. El siguiente artículo, citado por Jerome S. Bernstein en su libro Power and Polities, es sumamente elo­cuente a este respecto. El 11 de junio de 1988 el Philadelp­hia Inquirer comentaba del siguiente modo la noticia del go­bierno soviético anunciando la suspensión temporal de los exámenes de historia en todo el país: La Unión Soviética anunció ayer la suspensión de los exá­menes finales de historia de más de cincuenta y tres millones de estudiantes arguyendo que los textos de historia habían enve­nenado con mentiras «las mentes y los cuerpos» de generacio­nes enteras de niños soviéticos.

Isvestia, órgano oficial del gobierno, afirmaba que esta de­cisión excepcional pretende acabar con la transmisión de men­tiras de generación en generación, un proceso que originó la consolidación de un sistema político y económico estalinista al que los actuales líderes quieren poner fin.

«La culpabilidad de quienes han engañado de ese modo a generaciones enteras… es inconmensurable», rezaba uno de los titulares del artículo. «Hoy estamos recogiendo los amargos frutos de nuestra propia lasitud moral, estamos pagando por la con­formidad y el silencio aprobador que tanto nos avergüenza y que impide que podamos mirar a la cara y responder sinceramente a las preguntas de nuestros hijos».

Esta admirable confesión pública de toda una nación ja­lona el final de una era. Según Sam Keen, autor de Faces of the Enemy, «las únicas naciones seguras son aquellas que re­curren de manera sistemática a la vacuna de la libertad de prensa y en la que se desoyen los gritos emponzoñados que apelan al “destino divino” y la paranoia santificada».

Hoy en día el mundo se mueve en dos direcciones apa­rentemente opuestas, una de ellas se aleja de los regímenes fanáticos y totalitarios mientras que otra se dirige hacia ellos. Ante tales fuerzas nos sentimos impotentes o experimentamos una sensación de culpabilidad por nuestra complicidad in­consciente en la situación en que se halla inmerso nuestro mundo. Hace ya más de medio siglo que Jung describió ex­plícitamente la naturaleza de este vinculo: «La voz interna per­tenece a la conciencia cualesquiera sean los sufrimientos de la totalidad, sea cual fuere la nación o la humanidad de la que formemos parte. El mal se presenta pues en forma individual y debemos comenzar suponiendo que sólo constituye un ras­go del carácter individual».

Sólo disponemos de una forma de protegernos de la mal­dad humana representada por la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra conciencia individual. Si desper­diciamos esta oportunidad para aprender o fracasamos en ac­tualizar lo que nos enseña el espectáculo de la conducta hu­mana perderemos nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo. El mal permanecerá siempre con nosotros lo cual no signifi­ca, sin embargo, que debamos tolerar sus desmesuradas con­secuencias.

En 1959 Jung dijo: «Es inminente un gran cambio en nues­tra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente somos inconscientes de ello. En nosotros radica el origen de toda posible maldad».

Walt Kelly, el dibujante de Pogo, dijo simplemente: «He­mos encontrado al enemigo, somos nosotros mismos». Hoy en día debemos renovar el significado psicológico de la idea de poder individual. La frontera para enfrentarnos a la som­bra se halla -hoy como siempre- en el interior del indivi­duo.

Recuperar la sombra

El descubrimiento de la sombra tiene por objeto fomen­tar nuestra relación con el inconsciente y expandir nuestra identidad compensando, de ese modo, la unilateralidad de nuestras actitudes conscientes con nuestras profundidades in­conscientes.

Según el novelista Tom Robbins «descubrir la sombra nos permite estar en el lugar correcto del modo correcto». Cuan­do mantenemos una relación correcta con la sombra el in­consciente deja de ser un monstruo diabólico ya que, como señalaba Jung, «la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención».

Cuando mantenemos una relación adecuada con la som­bra reestablecemos también el contacto con nuestras capaci­dades ocultas. El trabajo con la sombra -un término acuña­do para referirnos al esfuerzo constante por desarrollar una relación creativa con la sombra- nos permite:

Aumentar el autoconocimiento y, en consecuencia, acep­tarnos de una manera más completa.
Encauzar adecuadamente las emociones negativas que irrumpen inesperadamente en nuestra vida cotidiana.
Liberarnos de la culpa y la vergüenza asociadas a nues­tros sentimientos y acciones negativas.
Reconocer las proyecciones que tiñen de continuo nues­tra opinión de los demás.
Sanar nuestras relaciones mediante la observación sin­cera de nosotros mismos y la comunicación directa.
Utilizar la imaginación creativa -vía sueños, pintura, escritura y rituales- para hacernos cargo de nuestro yo alienado.

Quizás… quizás de ese modo dejemos de oscurecer la den­sidad de la sombra colectiva con nuestras propias tinieblas per­sonales.

La astróloga y analista junguiana británica Liz Greene se­ñala la naturaleza paradójica de la sombra como depositaria de la oscuridad y baliza que jalona el camino hacia la luz. En su opinión: «El lado enfermo y doliente de nuestra persona­lidad encierra simultáneamente a la sombra oscura que se niega a cambiar y al redentor que puede transformar nuestra vida y modificar nuestros propios valores. En cierto modo este redentor es anormal porque lleva consigo algún tipo de estigma. Por ello puede descubrir el tesoro escondido, salvar a la princesa o matar al dragón. La sombra es, pues, al mis­mo tiempo, aquello a redimir y el sufrimiento redentor».

LA SOMBRA Y EL LADO OSCURO DE LA VIDA COTIDIANA

Connie Zweig y Jeremiah Abrams

Editorial Kairós