Indigenas y demás “primitivos”

Indigenas y demás “primitivos”

Relacionado con lo que se ha dicho, aquí pongo un extracto de un
artículo aparecido en la revista “The Ecologist”.
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Fecha de publicación: 1-1-2003
Revista: The Ecologist para España y Latinoamérica
Autor: Pedro Burruezo

” Cada vez que me invitan a dar una charla en algún centro rural,
universitario o vecinal, se repiten los mismos esquemas. Hablo sobre
los paradigmas de la sociedad excedentaria, sus desastres, y abogo
por la austeridad eco-nómica, la Tradición, lo vernáculo, la escala
humana, el pasado… Y algunos me tildan de idealista.
Desgraciadamente, el Sistema se ha encargado muy bien de que muchas
de las personas que así me tildan tengan pocos o nulos conocimientos
sobre Historia, antropología, etología, etnología… La visión que
ellos tienen del mundo natural, de nuestros ancestros y de culturas
no tecnocientíficas, lastimosamente, muy poco tiene que ver con un
estudio profundo y vivencial.
Ellos no tienen la culpa, no obstante, de que sus opiniones sean
producto inequívoco de siglos y siglos de estado de sitio mental
ordenado por una sociedad, la tecnocapitalista, que, partiendo del
antropocentrismo, del darwinismo, del mecanicismo y del
cartesianismo, ha esgrimido absurdos y reduccionistas embustes sobre
todos aquellos modos de vida que no son el postindustrial. De esta
forma, y con la utilización de las armas, el “homo tecnologicus” ha
conseguido perpetuarse en el poder y zafarse de los sectores
críticos (…)

¿VIVIMOS MEJOR?
Una de las grandes mentiras de nuestra era es la interesada
confusión que se da entre esperanza de vida y salud.

La industria nos dice de forma machacona a través de los mass media
que hoy se vive más años que en la Antigüedad. Pero es falso. Y, lo
que es más grave, los años que se viven hoy se viven peor. La
tecnoindustria, cuando habla del pasado, se refiere a la Edad Media
en Occidente, un agujero negro en la historia de la Humanidad. El
pésimo reparto de la riqueza (y, por consiguiente, una ciudadanía
desnutrida), la construcción de protociudades sin alcantarillados y
la ignorancia generalizada eran pasto de epidemias de todo tipo y de
un alto grado de mortalidad entre todos los sectores de la
población.
En la actualidad, las mejores condiciones higiénicas han conllevado
algunos éxitos contra algunas enfermedades infecciosas, pero la
decadencia social, el estrés continuado, la vida sedentaria, el
tabaco y el alcohol, la vida erigida sólo a partir de lo material,
la mala alimentación, (…), el uso y abuso de antibióticos (…),
la polución medioambiental, (…)las pandemias como el sida o el
cáncer, la ingente cantidad de enfermedades mentales, el desorden
espiritual de nuestra época, las disparadas tasas de enfermedades
degenerativas, … están conduciendo a una situación insostenible.

Los especialistas ven, no obstante, cada vez más claro. Para el
doctor Pedro Ródenas, “las nuevas generaciones están falleciendo a
edades más tempranas (infartos, tumores malignos) y se están
multiplicando y adelantando en el tiempo las patologías
degenerativas y crónicas que comportan un importante deterioro de la
calidad de vida (diabetes, asma, cáncer, Alzheimer) (1). (…)
Aunque el individuo no llegue a ser del todo consciente de este
aumento, pues suele aceptar el hecho de estar enfermo como algo
inevitable aunque desagradable, los expertos sí ven con preocupación
cada vez mayor que esta situación está dando lugar a una serie de
problemas importantes. Algunos hablan ya de un deterioro
catastrófico de la salud de los pueblos civilizados” (2).

SALUD EN LA EDAD DE PIEDRA
Si echamos un vistazo a la antropología más comprometida,
descubriremos una parte del pastel que, muy interesadamente, ha sido
velada hasta ahora a la opinión pública.
La realidad de las eras primitivas, de toda la franja paleolítica,
la realidad de nuestros antepasados recolectores-cazadores es que,
como dice John Zerzan (que también cita a otros autores), “el fin de
la vida de recolección y caza trajo una merma de la talla, la
estatura y la robustez del esqueleto (Cohen y Armalagos, 1981;
Harris y Ross, 1981), la caída de los dientes, deficiencias
nutritivas y la mayoría de las enfermedades infecciosas (Larsen
1982, Buikstra 1976 a, Cohen 1981)” (3).
Para los citados Cohen y Armalagos, y también, por supuesto, para
Zerzan y para otros muchos antropólogos y estudiosos, “considerada
en conjunto, la llegada de la agricultura supuso un declive general
de la calidad y probablemente de la duración de la vida humana”. Lo
mismo ocurre con la sociedad tecnoindustrial, que ha significado un
paso más hacia la decadencia física y moral de nuestra especie. El
doctor Liverlees ha escrito: “Estamos siendo testigos de la
decadencia del ser humano, la decadencia de su dentadura, sus
arterias, sus entrañas y sus articulaciones, en una escala colosal y
sin precedentes”.

¿O LA CIENCIA O EL DESASTRE?
En las charlas citadas, suelo exponer los once paradigmas que
asentaron la economía excedentaria y que la perpetúan. Uno de ellos,
precisamente, hace referencia a la economía neoliberal.

El axioma podría resumirse así: “No hay elección: o la economía
neoliberal o el mundo salvaje, la miseria, la enfermedad, la
desnutrición y la muerte”.
Todo esto es una de las calumnias y de las falacias más
inverosímiles con que Occidente se ha estado autoengañando desde que
Colón dio el pistoletazo de salida de un proceso devastador de
destrucción y de clonación cultural a escala planetaria.

Para ver la soberana cara de la verdad, vuelvo a citar a Zerzan
porque sus escritos son, en este sentido, emblemáticos: “Los isleños
andaman, al este de Tailandia, no tienen líderes, ni
representaciones simbólicas, ni animales domesticados. También
desconocen la agresión, la violencia y la enfermedad; sus heridas
curan sorprendentemente rápido y su vista y su oído son
especialmente agudos. Se dice que han decaído desde la intrusión
europea a mediados del siglo xix, pero muestran otras
características físicas notables como su inmunidad natural a la
malaria; además, su piel es lo suficientemente elástica como para
que desaparezcan las marcas que deja el parto y las arrugas que
nosotros asociamos a la edad”.

Diversos antropólogos, con De Vries (4) a la cabeza, han sentenciado
que la ausencia de enfermedades degenerativas, la carencia de
patologías mentales, el parto sin dolor… eran la realidad
cotidiana de nuestros antepasados, el australopitecus, el Homo
habilis, el Homo ergaster, el Homo erectus, el Homo antecessor y el
Homo neanderthalensis.
El nunca lo suficientemente bien ponderado Jerry Mander (5) cita a
Sahlins: “Casi universalmente partidarios de la tesis de que en el
Paleolítico la existencia era dura, nuestros libros de texto se
esfuerzan en transmitir una idea de fatalidad inminente, que nos
hace preguntarnos no sólo cómo podían vivir los cazadores, sino, en
realidad, si aquello era vida”. Para Sahlins, nuestro léxico está
cargado de maquiavélicas expresiones que señalan al Paleolítico como
un mundo que, por natural, resultaba depravado: “mera economía de
subsistencia”, “ocio limitado”…
Manuel Seara dice: “Los neandertales fueron cazadores y
recolectores, nómadas que llevaron una vida muy dura y arriesgada”
(6). ¿No es una visión parcial la de Seara? Mander señala
que “Sahlins considera estas actitudes `el primer prejuicio
claramente neolítico’ creado deliberadamente para definir la
relación del cazador con la tierra y los recursos de la forma `más
compatible con la misión histórica de arrebatárselos'”.

Efectivamente, la sociedad excedentaria es la economía de los
recursos y del mercado. Para robarlos, necesita desarraigar a las
poblaciones vernáculas de sus tierras y crear un caldo de cultivo
favorable entre la ciudadanía democrática que legitime esa
expoliación: creando prejuicios, desprestigiando al “otro”,
reinterpretando la Historia (¿quién la escribe, sino los
vencedores?)…
Pero la verdad sobre el tipo de vida Paleolítico, representado en
tiempos recientes, por ejemplo, por los cazadores de Tierra de
Arnhem Occidental (Australia), lo expresa muy bien el citado Jerry
Mander: “No les gusta la dieta monótona. Trabajan para conseguir una
amplia variedad de alimentos muy por encima de la cantidad
suficiente. Según los investigadores McCarthy y McArthur, el consumo
dietético de los cazadores era (años sesenta, fecha de los estudios
citados) adecuado según los criterios actuales del Consejo Nacional
de Investigación de América. En varias comunidades aborígenes el
consumo superaba las 2.130 calorías, lo que supone un nivel de
nutrición mejor del que disfruta el 15% de la población
estadounidense”.
Pero la contaminación “acultural” occidental conlleva pérdidas (…)
y la salud de sus integrantes se deteriora en la medida en que
adoptan fórmulas existenciales civilizatorias y, en especial, la
típica dieta occidental (7).

MEDIO AMBIENTE
Es absolutamente aberrante comprobar de qué forma, en contra de
todas las evidencias, la tecnoindustria médica sigue hablando de
factores genéticos de riesgo, cuando, hablando de enfermedades, mira
hacia otro lado ante la infinidad de datos que muestran una relación
clarísima entre la degradación medioambiental y social y las
enfermedades de la civilización. (…)

La salud y el tipo de vida de nuestros antepasados, los recolectores-
cazadores, no tenían nada que ver con la sinrazón occidental. Sirvan
como ejemplos los relatos de aquellos exploradores de los siglos
xviii, xix y principios del xx que, en sus viajes a zonas
inexploradas, encontraban poblaciones que vivían en zonas
tropicales.
Miquel Izar, en su libro El rechazo de la civilización, nos habla,
en sus razonamientos contra la conquista de América, de las formas
de vida de los nativos y de lo que descubrieron los conquistadores,
que poco tiene que ver con el adoctrinamiento oficial. Pierre Loti
conoció la vida paradisiaca en Polinesia. Bruce Chatwin está bien
documentado sobre aborígenes australianos.

Siempre se repiten los mismos esquemas: ausencia de líderes, equidad
hombre-mujer, propiedad consuetudinaria, economía recolectora,
control poblacional, conservación de los recursos, espiritualidad
cósmica, animismo-hilozoismo, vida familiar (una familia que
transgrede el grupo mononuclear contemporáneo), alimentación
orgánica y local (silvestre en su mayoría, la mejor, la más vital),
salud natural, mucho tiempo para el ocio, una vida entregada a los
placeres ajenos al encorsetamiento judeocatólico, una agua nítida,
un aire limpio. Estas son las verdaderas razones de la
inquebrantable salud de aquellos grupos. Y una más. La vida en
armonía con la Naturaleza procuraba a nuestros antepasados un
conocimiento perfecto de su propio cuerpo. El “homo tecnologicus”
vive completamente alejado de su organismo.

CONTRACEPCIÓN NATURAL
(…)
Para Zerzan, “un fenómeno intrigante de los recolectores-cazadores
es su capacidad para prevenir el embarazo sin utilizar métodos
anticonceptivos (Silberbauer, 1981). Se han barajado y descartado
diversas hipótesis; por ejemplo, la relación entre la concepción y
los niveles de grasa corporal (Frisch, 1974; Leibowitz, 1986).

Una explicación plausible sería que los pueblos no domesticados se
encuentran más íntimamente conectados con su físico. Las mujeres
forrajeras no tienen los sentidos aletargados y sus procesos no son
algo ajeno a ellas; probablemente, no resulte ningún misterio el
control sobre la natalidad para aquéllas cuyos cuerpos no son unos
objetos extraños sobre los que actuar”.
En el extremo opuesto, uno de cada cuatro niños que esta temporada
ha empezado la educación primaria en Dinamarca procede de la
fecundación artificial, un porcentaje muy alto, debido, sobre todo,
a los disruptores hormonales químicos y otras formas de
contaminación con disfunciones endocrinas (10). Con su divorcio del
mundo natural, el hombre contemporáneo “ha ido bloqueando sus
instintos y, con ello, el valioso canal de información que
constituía la estrecha interrelación que en otro tiempo existía
entre su consciente y su inconsciente” (11).

¿DE QUÉ SOLUCIONES HABLAN?
Inder Verma, profesor investigador del Laboratorio de Genética del
Instituto Salk, ha dicho: “El mejor legado del Proyecto Genoma
Humano es que ha estimulado la imaginación acerca de la biología. En
los próximos 30 o 40 años nos habremos librado de la mayoría de las
enfermedades y podremos preguntarnos las grandes cuestiones acerca
de la naturaleza humana” (12).

Estas declaraciones forman parte de una cuidada estrategia global de
la economía excedentaria para sustituir a los antiguos brujos de las
tribus neolíticas (…), para crear una nueva santurronería: la
tecnológica. El Sistema nos dice: “No os preocupéis. Tenemos
soluciones técnicas para todos los problemas. En el futuro, las
enfermedades desaparecerán y la vida artificial romperá los límites
de la dictadura de las leyes naturales”.

También todo esto es mentira. Como hemos visto, las nuevas
enfermedades no dejan de aparecer, las tasas de cáncer se disparan
y, como muy bien ha dicho Goldsmith, “no existen soluciones
tecnológicas para los grandes problemas que hoy asuelan a la
Humanidad” (13).

REINCORPORACIÓN AL MUNDO NATURAL
Quiero incluir las palabras del Llamamiento fundamental a la
conciencia. Los Haudenosaunee (nativos iroqueses) se dirigen al
mundo occidental (14): “El aire es tóxico. Las aguas están
envenenadas. Los árboles agonizan. Los animales desaparecen. Creemos
que hasta los sistemas climáticos están cambiando. Nuestras antiguas
enseñanzas nos advirtieron de que estas cosas ocurrirían si el
hombre alteraba las leyes naturales. Cuando desaparezca la última
forma natural de vida, desaparecerá con ella toda esperanza de
supervivencia humana. Y nuestra forma de vida está desapareciendo
rápidamente, víctima de los procesos destructores”.

Durante el Paleolítico y, actualmente, en las religiones
tradicionales y en la cosmovisión indígena, el ser humano jamás
ocupó el lugar que el hombre tecnológico hoy se ha arogado para sí.
Nuestros antepasados vivieron durante, como mínimo, dos millones y
medio de años en una armonía absoluta con el medio. No existe
ninguna solución a medias para la salud de nuestra especie, ni
mental ni fisiológica. Si queremos conocer la salud de hierro de la
que disfrutaron nuestros ancestros deberemos, para nuestro bien y
para el de toda la ecosfera, reincoporarnos al mundo natural sin
límites y sin condiciones.

No podemos esperar que las ideas de sostenibilidad surgidas de las
democracias occidentales puedan solucionar los problemas. (…)¿Cómo
podemos concebir una sociedad que goce de salud mental y fisiológica
si nuestro aire es pútrido; si nuestras aguas tienen cientos de
restos químicos; si no hemos sido diseñados por cientos de miles de
años de evolución para vivir en megalópolis-cárceles?

Llegados a este punto de la conferencia, siempre surge una voz
extasiada: “¿Debemos volver a las cavernas?”.
No parece conveniente, al menos de golpe. Como hemos visto, parece
innegable que los grandes problemas que hoy nos asuelan empezaron
con la agricultura y con el divorcio del hombre de su medio. Los
primeros pasos hacia atrás tienen que ser, pues, a través de la
agricultura y de la sociedad relocalizada y de escala humana.. Hay
que volver a la primera agricultura (la orgánica) y la sociedad
rural para luego dar otro paso y retomar la senda cósmica de la
libertad sin condiciones.

AL MARGEN DEL SISTEMA
En cuanto a las soluciones particulares, vivir lo más al margen del
Sistema, lo más lejos que nos permitan nuestras posibilidades,
parece una opción adecuada.
Ello significa, también, una dieta ética y sana(…). Además, una
conducta ética para con los demás y con el medio y, por supuesto,
una espiritualidad en paz.

Entre mis compadres gitanos del barrio de Hostafranchs, en
Barcelona, se ha llevado a cabo recientemente un estudio de salud.
David Laguna Arias ha escrito: “Existe una reticencia para acudir al
médico, pues se cree que, necesariamente, éste va a diagnosticar una
enfermedad durante la visita. Por eso, los kalós atribuyen a los
payos mayor riesgo de enfermedad”.
Parece una superstición, pero es cierto. Una enorme cantidad de
problemas que tienen que ver con la salud están directamente
relacionados con errores yatrogénicos (efectos secundarios de la
medicación).
De hecho, una gran parte de la nómina de ecologistas actuales se ha
adentrado en el mundo activista por padecer patologías causadas
directamente por la yatrogénesis o la contaminación y para los que
el sistema sanitario convencional no tenía solución. Por ello, y en
lo referente a la salud y las soluciones personales, como asegura
el “primo” Nicolás, Nicolás Jiménez, gitano y ensayista, acerca de
la cosmovisión kaló (que coincide, en este caso, con la cosmovisión
de nuestros antepasados recolectores), hay que recuperar el amor por
lo esencial: “La biofilia o el amor a la vida es uno de los ejes
estructuradores de la cultura romaní” (15).

AMOR A LA VIDA
Nuestra sociedad necesita (…) recuperar el amor a la vida. La
salud de las mujeres gitanas no se mide por su buen aspecto físico,
algo que es posible enmascarar, sino por su fertilidad. ¿Qué se
puede esperar de una sociedad que desprecia a los niños?

¿Qué se puede esperar de una sociedad en la que los doctores
reciben “un promedio de tres kilogramos semanales de publicidad de
la industria farmacéutica”? (16). Esta aseveración data de 1976,
cuando Dupuy y Karsenty publicaron La invasión farmacéutica.(…)
¿Qué decir cuando muchos fármacos son ineficaces, y aun así se
venden, se anuncian, se consumen, se recetan?”. Es más rentable un
mundo enfermo.(…).
Nuestra sociedad necesita, si quiere estar sana, apostar por una
vida libre, en armonía con el medio, con un medio limpio y puro,
aunque ello conlleve cambios drásticos en los procesos de producción
y de economía. (…) Richard Smith, director del British Medical
Journal, ha reconocido: “Los laboratorios, por imposiciones del
mercado, gastan mucho dinero en productos que aportan muy poco a los
ricos, pero no logran producir ningún nuevo fármaco para las
enfermedades de los pobres” (17).

CON-CIENCIA ALTERADA
Para Thomas Berry, “la era industrial es un periodo de arrobamiento
tecnológico, un estado de conciencia alterada, una fijación mental
que puede explicar que hayamos llegado a destrozar nuestro aire,
nuestra agua y nuestro suelo y a dañar gravemente todo nuestro
sistema vital básico” (18).

Eso sin contar las agresiones a lo sagrado: para la sociedad
tecnológica, los seres vivos (incluyendo el ser humano) son sólo un
conjunto de relaciones químicas y hormonales. Estas agresiones a la
espiritualidad tienen, también, innegables consecuencias en nuestra
salud. Leyendo el Tao de Lao Tsu, uno comprende cuán pequeño es el
conocimiento humano al lado de esa sabiduría infinita de que hablan
los pueblos tradicionales al referirse a los poderes cósmicos.
Cuando Lao Tsu rememora la sapiencia de los antiguos seguidores del
Tao, nos está hablando de las poblaciones primitivas que habitaban
el mundo mucho antes de la aparición de la agricultura.

Los datos sobre las formas de vida, inteligencia, ética y estética
sobre aquellos pueblos han sido claramente manipulados por la
economía excedentaria. Ustedes dirán: “Si aquellos humanos eran tan
inteligentes y tan sanos, ¿por qué la agricultura, la tecnología y
la sociedad de masas tardó tantos cientos de miles de años en
aparecer?”.
Pero, ¿no creen que sería preciso formular la pregunta al revés? Si
aquellos hombres y mujeres vivieron conforme a las leyes naturales
durante varios cientos de miles de años, unos dos millones y medio
de primaveras, ¿qué error, hace sólo unos quince mil años, les
condujo hasta aquí?.
Reintegrarnos al mundo natural tiene que ser una prioridad absoluta
para nuestra especie. Y, ¿de quién debemos aprender, en quién
podemos inspirarnos? En los sanos hombres del Paleolítico y en los
actuales pueblos no domesticados, así como en aquellos colectivos
vernáculos que siguen viviendo en pos de la Tradición.

Los indios guaraníes, cumpliendo con los sueños de sus lejanos
ancestros, han dejado sus lugares de origen, ya que la sociedad
tecnológica lo estaba invadiendo todo. Ellos dicen que “su cultura
continuará y que van a enseñar al hombre blanco los valores
esenciales que ha perdido y cómo curarse física y espiritualmente”
(19).
Reincorporarnos al mundo natural no puede ser algo racional, mental,
frío. Tiene que ser una conmoción, una entrega absoluta. Como señala
Goldsmith, “la ecología que necesitamos no es la ecología que supone
ver la ecosfera de la que dependemos para nuestra supervivencia con
distancia y desapego científico. No salvaremos nuestro planeta (ni,
por supuesto `nuestra salud’) con una decisión consciente, racional
y carente de emociones ni con la firma de un contrato ecológico con
él en base a un análisis de costos y beneficios. Se necesita un
compromiso moral y emocional”.

(…)Recuperar la salud significa, inexorablemente, escuchar el
latido de la Ley Natural que está atronando en nuestros oídos, a
pesar de nuestra demencial sordera.

Pedro Burruezo es redactor jefe de The Ecologist

Notas
1. Ródenas, Pedro. El médico naturista opina. Océano Ámbar. 2000.
2. Bruker, M. O. La salud por la alimentación. Integral. 1992.
3. Zerzam, John. Futuro primitivo. Numa. 2001.
4. De Vries. Primitive Man and his food. Chicago. 1952.
5. Mander, Jerry. En ausencia de lo sagrado. José J. de Olañeta.
1996.
6. Seara, Manuel. El origen del hombre. Anaya. 1999.
7. Goldsmith, Edward. El Tao de la ecología. Icaria Editorial. 1999.
8. VV.AA. Perspectivas del medio ambiente mundial, GE0. Ediciones
Mundi-Prensa. 2002.
9. Dröscher, Vitus B. ¡Aprendamos de los animales! Flor del Viento
Ediciones. 1996.
10. Olea, N. Conferencia sobre disruptores endocrinos en Amayuelas
de Abajo. Otro mundo es posible. 2002.
11. De la Rosa, Raúl. Medicina del hábitat. Terapión. 1994.
12. Declaraciónes a El País, 15-IX-2002.
13. Goldsmith, Edward. Encuentro interreligioso por una visión
ecológica del mundo. BioCultura BCN. Mayo 2002.
14. Reunión en Naciones Unidas sobre Pueblos Indígenas. 1977.
15. Jiménez, Nicolás. Retrato socio-antropológico del pueblo rom. I
Tchatchipen. Nº 38.
16. Dupuy, J.P.; Karsenty, S. La invasión farmacéutica. Editorial
Euros. 1976.
17. Declaraciones a El País. 1-X-2002.
18. Berry, Thomas. The Dream of the Earth. Sierra Club Books. San
Francisco. 1990.
19. Miowa, Yara. Declaraciones a La Vanguardia. 11-X-2002. Miowa es
licenciada en Antropología Religiosa por la Sorbona y autora de
Kurahycorá (Urano. 2002).
20. Maier, Richard. Comportamiento animal. McGraw Hill. 2001.