Las 4 clases de Magos

Fuente: LEADBEATER, C. W. ; “Magia Blanca, Magia Negra” , Editorial Mestas, Madrid, 2001

Texto perteneciente a una conferencia pronunciada por el autor el 8 de febrero de 1903, bajo el mismo título, durante una gira de dos años por EE.UU. con motivo de la Convención de la Sección Americana de la Sociedad Teosófica de Chicago. Por lo tanto, ni habla de Wicca, ni el sr. Leadbeater perteneció a esta forma de práctica mágica/espiritual. Sin embargo presenta algunos aspectos interesantes sobre el funcionamiento de la magia. 

pp.21-28

(…) Aunque puede obrar a través de diferentes canales, la única gran fuerza que existe en el fondo de esta primera clase de magia es la voluntad humana. Por la voluntad humana pueden ser dirigidos la vitalidad y el éter nervioso, del mismo modo que todas las variedades de esencia elemental pueden ser guiadas, seleccionadas y construidas en formas simples o complejas según sea la obra a que se las destina. Por medio de la voluntad humana se puede obtener un perfecto dominio magnético sobre todas las clases de espíritus de la naturaleza; así como la voluntad de los demás, ya se trate de vivos o muertos, que puede ser dominada hasta el punto que prácticamente no son más que instrumentos en manos del mago. En realidad a penas si es posible fijar verdaderamente límites al poder de la voluntad humana cuando está bien dirigida. (…)
Para que este poderoso agente de la voluntad pueda obrar eficazmente, el mago debe poseer la más perfecta seguridad y confianza en sí mismo. Esta seguridad se obtiene de varios modos, según sea la clase a que pertenece la mente del mago. Hablando en términos generales, podemos clasificar a los magos en cuatro grandes grupos, si bien es natural que en una descripción detallada deberíamos tener en cuenta las varias subdivisiones y modificaciones de estos grupos.

Las cuatro clases de magos

La primera clase es la del hombre que posee una voluntad de hierro, y una confianza tan absoluta en sí mismo y en su poder de dominar la naturaleza por la simple fuerza de su espíritu, que consigue el objeto que se propone por el mero hecho de insistir enérgicamente sobre la consecución del mismo. Comprende que su voluntad es la verdadera fuerza motriz, y no sabe ni se toma la molestia de averiguar por medio de qué agentes intermediarios obra su voluntad. (…) Se concreta simplemente en vencer toda oposición mediante la fuerza bruta, por decirlo así, y consigue lo que se propone sólo por la tremenda energía de su inalterable convicción de que lo que desea puede hacerse y se hará. Esta clase de magos son en número muy escaso; y sin embargo, es indudable que existen, y si no están inclinados al bien pueden ser muy peligrosos. No necesitan método alguno para tener confianza en sí mismos, pues parece ser que la poseen por naturaleza.

La segunda clase, es la del hombre que obtiene la necesaria confianza en sí mismo para dominar, debido al perfecto conocimiento que posee del asunto que trata y de las fuerzas que emplea. Este puede ser llamado un mago científico, puesto que ha hecho un concienzudo estudio de la física astral y mental, y conoce todo lo que se refiere a las diversas clases de esencia elemental así como los varios tipos de espíritus de la naturaleza, de suerte que en cada caso especial puede emplear exactamente los medios más adecuados para obtener el resultado que desea con la menor suma posible de esfuerzos y dificultades. Su perfecta familiaridad con el asunto que trata hace que se sienta seguro de sí mismo, y capaz de resolver satisfactoriamente cualquier posible contingencia que se pueda presentar.

Muchos de estos hombres hacen también un detenido estudio del tiempo y de las estaciones más apropiadas al objeto que se proponen, del mismo modo que lo hacen con respecto a las fuerzas; conocen exactamente en que momento será más fácil alcanzar el resultado apetecido, y así obtienen lo que se proponen con el menor gasto posible de fuerzas. (…)

El mago perteneciente a la tercera clase, obtiene la confianza necesaria en sí mismo asegurando el cumplimiento de sus mandatos por medio de la fe o la devoción. Tiene una fe tan firme en su protector o deidad, que está absolutamente seguro de que cualquier orden dada en su nombre debe ser inmediatamente cumplida. No hablo aquí simplemente de los resultados que pueden ser producidos sobre los planos mental y astral, sino también de efectos físicos completamente visibles y positivos. (…) Debe tenerse en cuenta que su propia voluntad es la que produce tan satisfactorios y benéficos resultados, mas no la invocación del Gran Ser cuyo nombre invoca. No ignoro que muchos Cristianos sinceros atribuirán la causa directamente a Cristo, en cuyo nombre fue ejecutada; pero un más detenido estudio del asunto les demostrará que estas mismas maravillosas curas han sido ejecutadas por hombres igualmente sinceros en el nombre del Señor, Buda, o en el de Mitra, o en el de cualquier otro de los grandes protectores, e instructores del mundo. La fe sincera y ardiente es la que confiere el poder, sea cual fuere el que la posee. Los grandes personajes cuyos nombres se invocan puede que ni aún sean conscientes de esta circunstancia; pero si lo son, y en algún modo intervienen en el asunto, podemos estar seguros de que será más bien para fortalecer la fe y voluntad de sus discípulos, que para contribuir de un modo directo por medio de un esfuerzo especial de su propio poder.

La cuarta clase, la componen aquellos que creen en la eficacia de ciertas ceremonias o fórmulas. Para ellos, y en sus manos, las fórmulas o ceremonias son indudablemente eficaces, aunque en la mayor parte de los casos no es debido a que posean ninguna virtud peculiar suya, sino a la absoluta confianza que tiene el mago de que cuando las emplea debe tener infaliblemente el resultado apetecido. Si leemos los escritos de los alquimistas de la Edad Media, veremos que practicaban un gran número de tales ceremonias, y que la mayoría de ellos se habrían considerado incapaces de obtener los resultados que esperaban sin recurrir a las formulas acostumbradas. Se revestían de ciertos ropajes, empleaban ciertas figuras cabalísticas, blandían espadas magnetizadas sobre sus cabezas para ciertos fines, y quemaban ciertas “drogas” o esparcían determinadas esencias. Es indudable que alunas de estas materias poseen un cierto poder peculiar suyo, pero en la inmensa mayoría de los casos sólo sirven para proporcionar una perfecta confianza al operador, fortaleciendo su voluntad hasta el punto que es necesario. Le ha sido dicho por sus instructores, o ha leído en sus escrituras que todos estos accesorios son eficaces, y que si los emplea obtendrá seguramente lo que desea. El hombre por sí solo sería posible que vacilase y se asustara; pero con los ropajes, las figuras y las espadas, se siente tan seguro del éxito que va recto al asunto sin temor ni vacilación. 

Las tres clases de fuerzas

Un mago de cualquiera de estas cuatro clases tiene a su disposición las fuerzas de tres niveles; el mental, el astral, y el físico etéreo. Todas estas fuerzas pueden ser dirigidas por la voluntad humana, y al emplear el hombre una cualquiera de ellas producirá indudablemente ciertas vibraciones en las demás. El mago científico elegirá entre estas vibraciones, y de esta suerte se ahorrará muchos esfuerzos. En las demás clases de magia que no es científica, el operador pone casi siempre en movimiento mucha más fuerza y poder, y emplea mucha más energía de la que es absolutamente necesaria para el objeto que se propone. Sin embargo, el operador no científico obtiene también sus resultados, aún cuando puede ser a costa de una gran parte de trabajos y fatigas superfluas e innecesarias.

Sin entrar en detalles, no es difícil ver de qué modo el hombre científico hace la elección de sus materiales. Si trata con un hombre de gran desarrollo intelectual, y dotado de mucha receptividad en el plano mental, lo propio será que lo atraiga a este nivel por medio de un pensamiento bien definido, o gracias a la actuación de los espíritus de la naturaleza que residen en este plano. Si trata con un hombre de carácter muy emocional, probablemente le será más fácil impresionarlo en este sentido, y así mandará formas de pensamiento envueltas en materia astral, o bien se servirá de la clase inferior de espíritus de la naturaleza cuyos cuerpos están formados de la materia de este plano. Si trata con un hombre de tipo groseramente material, con uno de estos tipos que están profundamente sumergidos en el plano físico, entonces emplea naturalmente las fuerzas e inteligencias que con más facilidad se revisten de materia física. Pero en todos y en cada uno de estos casos la fuerza motriz que yace en el fondo es simplemente la indomable voluntad del operador, sea cuál fuere el canal que juzgue más idóneo para hacerla obrar.