Grima

Hombre. Hijo de Gálmod. Era el Consejero de el rey Théoden de Rohan. En un principio le sirvió fielmente, pero luego cayó bajo el dominio de Saruman, y Grima actuó de espía y se encargó de debilitar al rey con palabras arteras y astutas, hasta que Théoden casi no se pudo levantar del Trono (incluso pretendía apresar a Eowyn cuando Rohan hubiese sido destruida).Una vez Gandalf hubo curado al rey, la traición de Grima quedó por fin claramente al descubierto, y eligió marcharse a Isengard con Saruman. Grima llegó cuando las fuerzas de Saruman ya habían sido destruidas, y cuando Gandalf y Théoden fueron a parlamentar con Saruman, Grima les tiró la Palantír (desconociendo su utilidad) para matar al mago. Poco después, Saruman consiguió convencer a Bárbol (líder de los ents) para que les dejase marchar de Orthanc, y acabaron por poner rumbo a la Comarca, donde Saruman hizo todo el daño que pudo. Cuando por fin Saruman volvió a ser derrotado (en la batalla de Delagua), Grima, harto de todo, apuñaló por la espalda a Saruman, y los arqueros hobbits que los rodeaban acabaron a su vez con él (3 de Noviembre de 3019).

Hama

Hombre. Ujier de armas y Capitán de la Guardia del rey Théoden de Rohan. Háma aparece por primera vez cuando Aragorn, Gimli, Legolas y Gandalf el Blanco llegan a Meduseld, no cumpliendo bien con su deber al dejar pasar a la sala del trono al mago con su vara. Aclarado el asunto, Théoden le ordenó sacar a Éomer del calabozo (donde había sido recluido por consejo de Grima) y buscar su espada (también escondida por Gríma). Además, fue él también quien recomendó a Éowyn para que se hiciese cargo del pueblo de Rohan mientras Théoden y Éomer estuviesen en la guerra. Háma caería frente a la Puerta de Cuernavilla en la batalla del Abismo de Helm, siendo luego empalado por sus enemigos. Una vez todo hubo terminado y se comenzó a enterrar a los caídos, Théoden arrojó el primer puñado de tierra en su sepultura, situada a la sombra de Cuernavilla

Faramir

2983 T.E.- 82 C.E. Hombre, hijo de Denethor y Finduilas. Faramir fue el segundo hijo de Denethor, quien prefería a su primer hijo, Boromir (5 años mayor que Faramir). No obstante, los dos hermanos estuvieron siempre muy unidos. En la Guerra del Anillo, Faramir lideró a los hombres de Gondor que defendían secretamente Ithlien. El 7 de Marzo de 3019 llevó a Frodo al refugio de Henneth Annûn, y el día 9 Frodo salió hacia Morgul. Además, Faramir fue el encargado de dirigir la defensa de Osgiliath, del puente, y de los fuertes exteriores antes de la batalla de los Campos del Pelennor, aunque resultó herido muy grave en la retirada. En mitad de la batalla, estuvo a punto de ser inmolado vivo por su padre, que había enloquecido creyendo que su segundo hijo también iba a morir. Una vez en las Casas de Curación, Aragorn le curó, y allí conoció a Eowyn, que también había sido herida. Cuando acabó la guerra, Faramir se casó con Éowyn, y fue nombrado Senescal de Gondor y Príncipe de Ithilien (1 de Mayo de 3019).

Denethor

Hombre. Hijo de Ecthelion II, y padre de Boromir y Faramir. Denethor fue el último de los Senescales Regentes, cargo al que accedió en 2984 cuando el poder y la amenaza de Mordor eran ya evidentes. Él sabía de sobra lo que esto implicaba, y esta espada de Damocles marcó desde el principio su personalidad, sumamente orgullosa y a la vez progresivamente amargada. La admiración que sintió su padre hacia el héroe Thorongil (en realidad Aragorn II disfrazado) y el trato de favor de Ecthelion hacia Gandalf el Gris también fueron fuente de disgustos para Denethor. El gran capitán permanecería bajo las órdenes de Ecthelion hasta 2980, cuatro años antes de la muerte del Senescal. 2976 fue el año más feliz en la vida de Denethor al contraer éste matrimonio con Finduilas de Dol Amroth. No obstante, ella nunca se llegó a acostumbrar a la vida de Minas Tirith: añoraba las costas, y la visión de la amenaza del este fue minando su ánimo rápidamente. Su situación emocional fue de mal en peor hasta que, finalmente, murió en 2988, con 38 años de edad. Para entonces le había dado a Denethor dos hijos, Boromir y Faramir, el primero de los cuales era el mayor y, con diferencia, el preferido por su padre. El orgullo y la necesidad de obtener información sobre el Enemigo llevó a Denethor a cometer la temeridad de mirar en la Palantir que se guardaba en la Torre Blanca, que no había sido usada desde que la piedra de Minas Ithil (la que estaba en mayor concordancia con la de Minas Tirith) pasó a manos de Sauron. Esto le otorgó grandes conocimientos, pero también le debilitó y envejeció prematuramente. Además, Denethor no comprendió que su voluntad no podía nada contra la de Sauron, y al final la Palantir sólo mostró al Senescal lo que el Maia quería: esto es, las enormes fuerzas de Mordor, y otras imágenes semejantes que destruyeron las esperanzas de victoria de Denethor. Durante la Guerra del Anillo, la pérdida de Boromir le afectó enormemente, y si ya por entonces no estaba loco, la grave herida que sufrió Faramir en el sitio a Minas Tirith le hizo perder la razón por completo: ordenó llevar a su hijo moribundo (pero todavía vivo) a las Casas de los Muertos, y, una vez allí, quemar su cuerpo. La intervención de Pippin y un soldado amigo suyo (y, poco después, la de Gandalf) salvó a Faramir del desastre, pero Denethor eligió acabar allí sus días inmolándose vivo junto con su Palantir.

Sauron

En el fascinante mundo tolkeniano, Sauron posee multitud de sobrenombres: el Señor Oscuro de Mordor, el Gran Ojo sin Párpado, el discípulo de Melkor, el Enemigo Sin Nombre… Pero por encima de todo, Sauron es El Señor de los Anillos. Sauron, que significa “el aborrecido”, fue un espíritu Maia que se convirtió en el principal lugarteniente de Melkor, el Señor de las Tinieblas. En las Edades de la Oscuridad y en las Edades de las Estrellas, Sauron sirvió fielmente a su amo, hasta que al final de la Primera Edad del Sol, durante las Guerras de Beleriand, Melkor fue arrojado al Vacío. Sauron reapareció en la Tierra Media durante la Segunda Edad del Sol como Annatar, “el señor de los dones”. En 1500 sedujo a los Herreros elfos de Eregion para que forjaran los Anillos de Poder. Entonces se convirtió en el Señor de los Anillos y él mismo forjó el temido Anillo Único. Durante los siguientes mil quinientos años Sauron fue haciendo crecer el poder de Mordor y puso bajo su dominio a los hombres del este y del sur. Pero llegaron los hombres de Númenor para hacerle la guerra y Sauron se rindió. Incapaz de vencerlos militarmente, los corrompió y provocó la destrucción total de Númenor La forma de Sauron fue destruida, pero su espíritu huyó a Mordor, y con el Anillo Único se convirtió en Señor Oscuro: un temible guerrero de armadura negra con la piel oscura y quemada. Pero esta forma también quedó destruida al final de la Segunda Edad, después de la guerra contra la Última Alianza de elfos y hombres, cuando Isildur, antepasado de Aragorn, cortó el dedo en el que Sauron llevaba el Anillo Único. Sin embargo, el espíritu de Sauron pudo resurgir nuevamente porque el Anillo se había extraviado, pero no destruido. En el año 1000 de la Tercera Edad se manifestó con la forma de un enorme ojo sin párpado. Era como el ojo de un gran felino, pero lleno de odio, aureolado de llamas y rodeado de oscuridad. Durante casi dos mil años, Sauron se mantuvo escondido y, desde la oscuridad, enviaba a los Espectros del Anillo, orcos y reyes bárbaros contra los dúnedain y sus aliados. En 2941, regresó a Mordor y comenzó a reconstruir la Torre Oscura. Desgraciadamente para él, el azar había hecho que el Anillo Único llegara a manos del hobbit Bilbo Bolsón y, en el año 3018, meses antes de declarar la Guerra del Anillo, Frodo Bolsón lo heredó y emprendió la peligrosa Misión del Anillo…

El Rey Brujo

El Rey Brujo fue originariamente un rey hechicero de la Segunda Edad del Sol. Con el tiempo, recibió el primero de los Nueve Anillos de los Hombres de las manos de Sauron, el Señor de los Anillos. Era el nazgûl más poderoso y se convirtió en el líder. Respondía a los nombres de Señor de Morgul, Señor de los Nazgûl o Espectros del Anillo. Dirigió las fuerzas malignas de Sauron y luchó en todas sus batallas… hasta que Sauron cayó en una de esas batallas, le quitaron el Anillo Único y él y los Nueve Nazgûl fueron arrojados a las sombras. Sin embargo, el Anillo Único no fue destruido. Sauron se dio cuenta y, transcurridos mil años, llamó de nuevo al Anillo desde las sombras. En la Tercera Edad, el jefe de los Nazgûl, surgió de nuevo con la forma de Rey Brujo de Angmar. Durante casi siete siglos guerreó sin parar contra el reino septentrional de Arnor y los reinos que lo sucedieron. Lograda la destrucción del reino septrentrional de los dúnedain, volvió su atención al reino meridional de Gondor. Atacó y tomó Minas Ithil, a la que dio el nombre de Minas Morgul. Como Rey Brujo de Morgul acosó al reino de Gondor durante mil años. Y en 3018 de la Tercera Edad, Sauron le mandó de nuevo en busca del Anillo. Y los Nazgûl, bajo la apariencia de nueve terribles Jinetes Negros, partieron hacia la Comarca en busca del Anillo Único…

Barbol

Bárbol fue el decano y jefe de los ents, los Pastores de Árboles, y el más viejo de todos los seres vivientes. En las historias de los elfos se habla poco de estos seres, unos extraños aunque entrañables habitantes de la Tierra Media. Los ents, eran sabios y viejos, muy viejos… Fangorn, más conocido en la lengua común como Bárbol, era un gigantesco y anciano Pastor de Árboles de más de cuatro metros de altura. Parecía un cruce entre un árbol de hoja perenne y un hombre. El tronco de áspera corteza de Bárbol era como el de un roble o una haya, pero sus brazos eran como ramas suaves y lisas, y poseía unas nudosas manos de siete dedos. Su extraña cabeza casi sin cuello, era alta y tan gruesa como su tronco. Tenía ojos marrones, grandes y llenos de sabiduría y de su larga cara colgaba una barba gris, abundante y mohosa en las puntas. En conjunto, el Señor de los Ents estaba hecho de la fibra de los árboles, pero se movía velozmente como un ave zancuda con unas piernas que no se doblaban y unos pies como raíces vivas que tenían siete dedos cada uno. En los tiempos de la Guerra del Anillo, Bárbol acogió en su Casa del Manantial, en el Bosque de los Ents, a los hobbits Merry y Pippin miembros de la Comunidad del Anillo que andaban huyendo de una banda de orcos. Tras escuchar las pesimistas noticias que le trajeron los hobbits, convocó una asamblea con todos los ents para decidir cómo contribuir a ayudar a acabar con el Mal…

Las cocinas de México II

Primera edición, FCE, 1998

ISBN 968-16-5651-2 (Segunda parte)
968-16-5650-4 (Obra completa)
Impreso en México

José N. Iturriaga es un reconocido investigador de nuestro pasado histórico y un destacado conocedor de nuestras culturas populares. En estas páginas nos recuerda que si comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural; y desde ese contexto nos invita a saborear los platillos, condimentos, ingredientes y sabores que distinguen a las cocinas de México de las del resto del mundo.

JOSÉ N. ITURRIAGA es autor de la popular serie Anecdotario de viajeros extranjeros en México, siglos XVI-XX que el Fondo de Cultura Económica ha editado en cuatro tomos. En esta ocasión, Iturriaga nos invita a recorrer el paisaje gastronómico de México desde cinco principales perspectivas: la reveladora combinación de cocina y cultura, las características de nuestro mestizaje gastronómico mexicano, la trilogía fundamental de maíz, frijol y chile (que están incluidas en el primer volumen de esta obra), y —dentro del presente volumen— la generalizada cultura del antojito y las cocinas de México, ensayo este último que da título a la obra entera y que, junto a próximas entregas, servirá para confeccionar una cartografía gastronómica de México.

Como bien apunta Iturriaga, si comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural. Más allá de la delimitación de las características alimenticias-nutricionales de los pilares de nuestra alimentación, Iturriaga se preocupa aquí por ubicar dentro de un marco cultural e histórico las diferentes cocinas de México para así saborearlas en su total trascendencia.

José N. Iturriaga es licenciado en economía por la UNAM y licenciado en historia por la UIA. Desde 1995 es director general de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y, dentro de su ya extensa obra, ha dedicado no pocos artículos y libros al tema de nuestras cocinas y comidas, entre los que destacan De tacos, tamales y tortas (1988), México a la carta (1991), La cultura del antojito (1993), Conquista y comida. Consecuencias del encuentro de dos mundos (1996) y The Mexican Gourmet (1996).

FONDO 2000 ha publicado algunos títulos que pretenden contribuir al conocimiento, difusión y goce de los diferentes platillos e ingredientes que distinguen a nuestras cocinas de las del resto del mundo. El lector de estas sabrosas páginas confirmará que los sabores de México, más que una simple digestión, implican una necesaria lectura y despiertan útil reflexión.

Introducción

Este libro no es un recetario. Las cocinas de México son tan atractivas que ya existen numerosas recopilaciones de recetas regionales; no hay estado del país que no tenga varios libros de ese género, y en los casos más relevantes —como Puebla, Oaxaca, Yucatán, Michoacán y Veracruz— son muchos los que se han escrito; nunca demasiados.

El objetivo de este trabajo es más general. En el primer volumen, se ha intentado ubicar a las cocinas de México dentro de un marco cultural e histórico que permita apreciarlas en toda su trascendencia, más allá de los aspectos alimenticios y culinarios.

Se resalta también en dichas páginas que la cocina es cultura (comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural).

Finalmente, se revisa el proceso de nuestro mestizaje gastronómico y la predominancia de los elementos indígenas hasta hoy en día. Se destaca como eje o común denominador de las cocinas de México al trinomio maíz, frijol y chile.

Ya en el segundo volumen —que usted tiene en sus manos—, un apartado específico se dedica a ahondar en la cultura del antojito, sustento de nuestro pueblo. Tacos, tamales y tortas, por mencionar a los más habituales antojitos, son representativos de diversos orígenes, regiones y hasta estratos socioeconómicos. Pero todos los mexicanos somos aficionados a ellos.

El libro desemboca, a partir de los antecedentes y elementos mencionados, en el capítulo de las cocinas de México: algunas consideraciones sobre el panorama general y finalmente una revisión por estados, somera, sucinta, meramente indicativa. Allí aparecen con frecuencia nombres de guisos que abrirán interrogantes en la mente —y en el paladar— de los lectores. Ése es nuestro propósito: despertar su curiosidad ante las cocinas de México, reconocidas a nivel mundial con muy justas razones.

La cultura del antojito

Permítase la expresión “cultura del antojito”, por más que desde hace unos años se viene abusando del término cultura. Ahora se habla de cultura laboral, cultura de la muerte, cultura de la protección civil y un sinnúmero de aplicaciones más.

Hablamos de la cultura del antojito porque se trata de una forma de ser del mexicano, de una costumbre alimenticia tradicional y ancestral que comprende prácticamente a todas las clases sociales, en fin, porque los antojitos aparecen de manera cotidiana en la vida de la mayor parte de nosotros.

Un estudio exhaustivo de los antojitos sólo podría ser realizado por un amplio grupo de trabajo abocado a este asunto durante un tiempo considerable, y los resultados darían lugar a una verdadera enciclopedia. Por tal motivo, conviene ahora concentrarse en tres alimentos, sin duda los más generalizados en toda nuestra vasta geografía culinaria: los tacos, los tamales y las tortas.

Aunque la “alta cocina” mexicana está muy estudiada, hay que señalar que hoy en día, de manera poco comprensible, investigadores, cocineras, gastrónomos y escritores dejan de lado con frecuencia a los antojitos cotidianos más sencillos y habituales. La suculencia de un mole poblano, por ejemplo, la disfrutamos quizá una vez al mes; en cambio, casi no hay día en que no comamos uno o varios tacos.

Tal omisión acaso se debe a que parece obvia la elaboración del alimento de cada día; sin embargo la información oral quedaría más protegida si se conservara y transmitiera por escrito y no sólo por medio de los labios amables de nuestras abuelas, madres y cocineras integradas al calor familiar. Todos tenemos la responsabilidad de preservar las tradiciones gastronómicas.

Nos enfrentaremos, pues, al degustado taco, desde el aburrido de bistec (beefsteak) al carbón, hasta lo más delicado de este mundo de la gula, que es la nana del cerdo o el ojo de la res. Continúa la haute cuisine de los tamales, de los cuales hay historia escrita desde el siglo XVI, para proseguir con las tortas, derivadas directas de nuestro mestizaje.

Por lo pronto, cabe resaltar un común denominador en estos tres tipos de alimentos: para comerlos no se requieren platos ni cubiertos (éstos no se usaban en el México prehispánico); y su consumo urbano actual es típicamente callejero.

Otro aspecto es el ámbito geográfico dentro del cual se producen. El de la torta son las ciudades y tiene que ver, por supuesto, con su carácter mestizo. En cambio, el consumo de tacos y tamales no distingue esa frontera; lo mismo en el campo que en las urbes, los mexicanos somos afectos a ellos.

    * Los tacos
    * Los tamales. Atoles
    * Las tortas

Los tacos

La tortilla o pan precortesiano es el acompañante obligado de la mayoría de nuestros platillos nacionales. Suele usarse como envoltorio de los guisos y con ese mero acto de envolver surge el taco.

Las raíces de esa palabra las ubica el historiador Héctor Manuel Romero: “A partir del siglo XVIII, en España empezó a designarse ´taco´ al bocado de comida muy ligera que suele tomarse fuera de las horas de comer en Aragón y Navarra. En esta última, es la comida que hacen los trabajadores del campo entre 10 y 11 de la mañana. Es, además, la cena que por la noche toman en la taberna y la vianda que el viajero lleva para el camino”.

Hay tantos tipos de tacos como alimentos susceptibles de enrollarse en una tortilla, desde el chilorio sinaloense hasta la ropa vieja poblana. No obstante, las costumbres locales y el transcurso del tiempo han forjado algunas familias de tacos que tienen un origen geográfico más o menos definido. Se apreciará cierta correlación entre las diversas clases sociales del país y las diferentes familias de tacos. También se observará otra característica: la del horario más usual para la venta y consumo de cada tipo de tacos. Los hay mañaneros, que acaban al mediodía; los hay vespertinos y nocturnos; los hay para trasnochados, en la madrugada; y los hay, por supuesto, sin la limitante del reloj: a cualquier hora se les come.

TACOS DE “CARNITAS” Y DE CHICHARRÓN DE PUERCO

Su origen se ubica en Michoacán, pero se trata de una de las variedades más difundidas en todo el país, sobre todo el centro de la república. Estos tacos poseen un rico y variado espectro gustativo: la tradicional maciza y la suculenta nana o útero de las puercas, la trompa y la oreja, la pajarilla o páncreas y el corazón, el rabo y el buche o estómago, el cachete y el bofe o pulmón, el hígado y los cueritos.

Las carnitas se fríen en manteca del mismo cerdo, que debe cubrirlas por completo; se les agregan cáscaras de naranja, agua, tequesquite y a veces azúcar. Eso les da su color y sabor característicos.

Tal clase de tacos se hace con dos tortillas chicas, calentadas en comal, y se aderezan con salsa roja de jitomate crudo, ajos y chiles serrano y de árbol; se les pone cebolla picada y cilantro, cuyo nombre original, culantro, ha sido alterado por oídos monjiles y maliciosos.

Los consumidores de tacos de carnitas pertenecen a todos los estratos socioeconómicos del país, si bien los más elevados se limitan a la insípida maciza.

Aunque la popularidad de los tacos de carnitas hace que se puedan conseguir en la ciudad de México prácticamente a cualquier hora, destaca el lapso que va del mediodía a la noche. En la mañana no abundan.

No obstante que el chicharrón no forma estrictamente parte del concepto carnitas, se debe incluir en este inciso en virtud de que se elaboran ambos de manera paralela e interrelacionada.

Como sabemos, el chicharrón es el cuero del cerdo. Una vez rasurado el animal con agua hirviendo, se abre en canal, se despega el cuerpo de la piel y ésta puede freírse con las carnitas, dando lugar a los suaves cueritos, o bien sigue otro largo proceso para convertirse en chicharrón. No todos saben cómo hacerlo.

La piel cruda del cerdo se sala y se orea durante el primer día. El segundo, cortada en grandes trozos rectangulares, se sancocha (para usar el término habitual), es decir, se fríe a fuego lento en manteca, y lo que resulta son planchas durísimas prácticamente incomibles, que se dejan reposar. El tercer día se truenan esos pedazos, uno a uno; este último paso consiste en freírlos unos cuantos segundos a alta temperatura, lo que infla, arruga y truena a cada rígida plancha: Unos diez o quince segundos bastan; se saca el chicharrón tronado, que es flexible, y conforme se enfría se endurece hasta el punto delicioso que conocemos bien.

TACOS DE CABEZA DE RES

Esta familia surgió en el Bajío, pero al igual que la mayor parte de los tacos, su auge masivo lo ha tenido en esta metrópoli, cuyos 18 millones de habitantes garantizan la popularidad y difunden todo lo que se come en ella, pues más de la mitad de esa cifra proviene de todas las regiones del país. Tan singular composición demográfica trae asimismo una importante consecuencia: a menudo los mejores tacos en sus diferentes variedades se localizan precisamente en la ciudad de México, con excepción de aquellos típicos que han quedado confinados a sus respectivas regiones.

Los tacos de cabeza pueden ser de la consabida maciza, de trompa, de cachete, de oreja, de lengua, de nervio, de paladar (que si se come con todas las de la ley ha de tener mezclado hueso blanco de la misma región palatina), de molleja —el timo de la res—, de sesos y de ojo. Sólo los expertos saben disfrutar la suavidad cartilaginosa y el finísimo sabor del ojo.

Un puesto clásico de tacos de cabeza se reconoce desde luego: una manta blanca y humeante de vapor cubre los alimentos, que están sobre una charola metálica con agujeros y, abajo de ella, hierve agua para vaporizar.

El consumidor de tacos de cabeza en general pertenece a clases económicamente débiles o bien a las clases medias; los prejuicios que a menudo tienen los miembros de las clases altas los privan de esta delicia que, por lo demás, son los tacos más sanos. En efecto, este género es el más inocuo. Se trata de carne de res hervida, no frita y refrita en abundante grasa, como lo es la de cerdo. Más aún: en Jalisco y otros estados se acostumbra cocer la cabeza de res al vapor; se coloca dentro de un bote la carne con muy poca agua y se le sella con trapos y masa encima.

Estos ricos tacos se sirven en dos tortillas chicas, calentadas al vapor al igual que la carne, y se les agrega la imprescindible cebolla y el oloroso cilantro picados, con salsa verde de tomates, chiles serranos y cebolla, los tres ingredientes hervidos y molidos.

El horario habitual de estos tacos en la capital del país es vespertino y nocturno, si bien en la mañana y al mediodía es posible encontrarlos.

En Sonora se venden tacos de cabeza de res preparados de una forma sui géneris: la carne se desmenuza y se guisa en caldillo. En Uruapan los hacen parecidos, aunque los llaman de cabeza en barbacoa, término que en el centro del país sólo se aplicaría a guisos enterrados. En Durango y algunos estados norteños se confeccionan tacos de cabeza de res para los que también se desmenuza la carne y se le revuelve, ya cocida, aunque sin caldo.

TACOS DE BARBACOA

En vista de que este platillo se prepara enterrando la carne, envuelta en pencas de maguey, dentro de un hoyo en la tierra con brasas y piedras calientes en el fondo, su consumo original corresponde precisamente a los estados pulqueros aledaños a la ciudad de México: Hidalgo y Tlaxcala, Puebla, el Estado de México y la propia capital.

La palabra barbacoa es una voz caribe que equivale a la náhuatl tapextle: emparrillado vegetal; se acostumbró desde el siglo XVI para aludir esta usanza prehispánica; los indios cocinaban así al venado, al guajolote, al armadillo. al conejo, a la iguana y a otros animales.

Hoy en día, la barbacoa tradicional es de borrego. Si en la región no se cría ganado lanar, se hace de cabrito o de chivo. Rara vez se prepara de pollo o de cerdo, exceptuando el caso yucateco del mucbipollo y de la cochinita pibil, pues ambos alimentos son de hecho barbacoa, ya que se cuecen en hoyo (y a veces en horno). En Zacatecas también la hacen de res, condimentada con orégano

Los tacos en el centro del país se preparan en tortillas de comal recién echadas y se les agrega salsa borracha, llamada así por tratarse de una emulsión de pulque y chile pasilla.

Además, el estómago del borrego o del chivo se rellena con las vísceras picadas y un condimento de chiles, hierbas de olor y especias; este virtual paquete, llamado montalayo, también se hace barbacoa. En algunas regiones del sur del Estado de México se acostumbra rellenar el intestino grueso con los sesos y la médula espinal preparados con cebolla y epazote, para convertirlo igualmente en barbacoa. Obispo es su nombre y con él se alude a la proverbial gula del alto clero.

Como acompañamiento obligado de los anteriores tacos, es aconsejable un jarro de consomé de barbacoa recolectado por medio de un recipiente que se coloca dentro del hoyo, justo abajo de la carne, para aprovechar su exquisito jugo decantado. Suele agregársele arroz y garbanzos.

Las delicias de la barbacoa son reconocidas y degustadas por todas las clases sociales. Recuérdese el día de la Santa Cruz, en que albañiles y peones compiten con empingorotados arquitectos en devorar con el mayor desenfado taco tras taco de barbacoa.

La hora habitual de los tacos de barbacoa es el mediodía, a veces desde la mañana. Prácticamente no se consiguen de noche, quizás porque lo usual es meter la carne al hoyo al atarcecer y sacarla al día siguiente.

“FLAUTAS”

Se trata de una variedad en la cual el taco se fríe hasta quedar por completo dorado y resulta un instrumento tan rígido como el musical al que se alude. Las flautas se hacen con una tortilla grande. Se rellenan de barbacoa o de pollo deshebrados, aunque también pueden estarlo de picadillo. Su atractivo apetitoso surge de su acabado barroco: se les pone cebolla, aguacate y jitomate en tiras, lechuga picada y crema, salsa verde de tomate o roja de chiles de árbol secos, y queso desmoronado.

Aunque su consumo es muy generalizado en el país, predomina en las zonas costeras o de tierra caliente. Posiblemente surgió este género en los estados de Veracruz, Morelos o Guerrero, en algunas de cuyas poblaciones, a partir de las seis de la tarde, se instalan puestos que venden estos tacos dorados. A menudo también se vende allí pozole.

Aunque el consumo de flautas es popular, en algunas ciudades ya hay cadenas de modernas y asépticas taquerías de este género a las que acceden las clases medias.

Las flautas capitalinas suelen venderse desde el mediodía hasta la noche, no muy tarde.

TACOS DE “FRITANGAS”

Su desarrollo y tipificación como una rama taquera aparte se ha dado en la ciudad de México. Estos tacos son inconfundibles: hay un gran recipiente redondo y metálico (como charola u olla extendida), siempre lleno de manteca hirviendo, en donde nadan revueltos el suadero de res —carne que está encima del costillar— y la longaniza de cerdo, no sin también colgar y tener a la mano el puestero la cecina de puerco adobada y los típicos machitos de carnero: el intestino delgado, hervido y trenzado previamente, listo para ser frito hasta dorarse, a veces con vísceras picadas adentro.

Los adeptos diurnos a estos tacos en general son de extracción humilde. La frecuente dieta de los mexicanos ricos resulta antagónica a esta variante taquera, tan grasosa como sabrosa. No obstante, a veces en la madrugada, después de una fiesta, ya relajada la dieta, suelen ir a los machitos trasnochados de toda la escala social. Ya se ve que estos tacos se expenden desde el mediodía hasta la madrugada, a veces casi hasta el amanecer.

TACOS DE CANASTA O SUDADOS

Son característicos de la ciudad de México, en particular dentro del Primer Cuadro. Ello se debe sin duda a su cómoda presentación y fácil manejo, que permite a todo tipo de empleados y trabajadores consumirlos con disimulo atrás de un escritorio o de un mostrador.

Estos tacos no se preparan al momento. Vienen dentro de una canasta —con frecuencia colocada sobre la parrilla de una bicicleta—, ya elaborados y debidamente envueltos en tela corriente, desde la casa del fabricante.

Los más gustados son de mole verde de pipián con carne de puerco —debiera decirse pepián, pues ese vocablo procede de pepita—, de carne deshebrada guisada, de adobo de ternera, de papa con longaniza o sola, de picadillo de res, de chicharrón en salsa roja o de frijoles refritos. Una porción de estos guisos se sirve dentro de dos tortillas chicas no enrolladas, sino dobladas, y por guardarse calientes dentro de la canasta, acaban sudados e impregnados de su grasa respectiva. El consumidor les agrega chiles serranos o jalapeños en vinagre o una salsa verde con aguacate molido, especie de guacamole diluido.

El consumo de este tipo de tacos alcanza a las clases sociales más depauperadas y a las medias. Para desgracia de las clases altas, estos tacos no les son habituales. Su horario más usual es hacia al mediodía; rara vez se les ve en la tarde y nunca en la noche.

TACOS DE GUISADOS

No se fuerza la realidad al enunciar esta familia aparte, ya que claramente se distingue como tal. Estos tacos tienen un viejo arraigo y aún subsisten en la capital taquerías de este género fundadas a principios de siglo.

Los guisos que más se acostumbran —provenientes de diversos lugares del país— y que han convertido en una variedad independiente a esta clase de tacos, son: carne de puerco en mole verde de pipián; pollo deshebrado en mole poblano; chicharrón en salsa verde de tomate o en chile macho; menudencias de pollo con salsa de chiles guajillo y chipotle; guiso de rellena o moronga —sangre de cerdo cocida dentro del tejido vacío de su intestino grueso— longaniza; hongos en salsa de chile morita seco; sesos con epazote; nopales con huevo; calabacitas con dientes de elote y muchos otros más.

En todas las clases sociales hay seguidores de este género y son, por razones obvias, los tacos que más se consumen en las propias casas. Suelen venderse hacia el mediodía, al ser idóneos para sustituir la comida principal.

TACOS AL PASTOR

Son relativamente nuevos en México. Su difusión no va más allá de ocho lustros atrás y provienen del Cercano Oriente. Hoy en día, en la ciudad de Beirut, por ejemplo, se encuentran puestos de banqueta, tal como en la ciudad de México, en los que gira una varilla vertical que tiene insertada la carne, la cual se asa al fuego directo.

Los tacos al pastor en México son de cerdo y se sirven en dos pequeñas tortillas de maíz, calentadas en comal; se les agrega cebolla cruda o semiasada en el mismo rosticero; llevan cilantro y salsa verde o roja y a veces un delgado pedazo de piña también asada en el rudimentario aparato.

Los consumidores habituales pertenecen a todas las clases sociales. Estos tacos abundan desde el mediodía hasta la noche, incluso en horas muy avanzadas, ya de madrugada.

TACOS AL CARBÓN O A LA PARRILLA

Se trata también de una modalidad muy reciente, pues data de algo así como tres decenios.

El acompañamiento habitual del taco al carbón consiste en cebollitas de cambray asadas y frijoles charros de la olla (con pedacitos de tocino), además de tres salsas a escoger: de tomate, de jitomate y la “mexicana”.

A este tipo de taquerías sólo acuden las clases medias y altas. Los pobres, que sí saben, jamás están entre su clientela. Estos tacos se venden en el lapso cotidiano más usual, del mediodía a la noche.

TACOS INDÍGENAS

Más que una variedad, se trata de una serie de tacos regionales exóticos y únicos. Por lo mismo, su consumo se limita a los habitantes de pequeñas áreas geográficas. Tenemos:

Tacos de charales: Habituales en las zonas lacustres del Estado de México, Michoacán y Jalisco. Los pequeños pescados se fríen y, ya colocados en el taco, se les agrega salsa de chile cascabel y unas gotas de limón. También pueden hacerse estos tacos con los charales asados en hoja de mazorca, como tamal.

Tacos de gusanos de maguey: Su nombre original es meoculi y su temporada principal es el mes de abril. Provienen de las zonas pulqueras de Hidalgo, Tlaxcala y el Estado de México. Los ahora carísimos gusanos son larvas de mariposas que hacen orificios en las pencas bajas del maguey, hacia el corazón de la planta, pues de él se alimentan. Una variante son los gusanos xinicuiles o chinicuiles; son más pequeños y provienen de la raíz del maguey; también los hay de nopal, donde forman nidos. Para hacer un clásico taco de gusanos de maguey, éstos se fríen hasta dorarse, y debe untarse primero guacamole a la tortilla.

Tacos de acociles: Estos crustáceos son propios también de las zonas lacustres del centro del país. El acocil es un camarón miniatura que se hierve con sal. Se come íntegro, sin quitarle cabeza, cáscara ni extremidades.

Tacos de escamoles: Se trata de huevecillos o caviar de hormiga. Se sirven fritos en mantequilla para resaltar su delicado sabor. Provienen de la región típicamente mexica de los estados de México, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala; la temporada es de febrero a mayo, antes de que empiecen las lluvias.

Tacos de chapulines: Son característicos de Oaxaca, aunque también los comen en Morelos y en otros lugares. Los grillos más finos —y más pequeños— son los de alfalfa, en tanto que los de milpa (de maíz) son un poco más grandes.

Tacos de jumiles vivos: El jumil o chinche de monte es un extraordinario alimento, usual en la Tierra Caliente de Guerrero, Morelos y el Estado de México, aunque también lo hay en Veracruz y Oaxaca.

Tacos de ahuaucles: Este manjar no es sino la hueva de las moscas acuáticas del centro del país, sobre todo del valle de México, llamadas axaxayácatl, que desovan sobre las superficies lacustres.

Tacos de hormigas: Cuando menos hay cuatro zonas donde se consumen: en Tuxtla Gutiérrez, donde las llaman nucú y les ponen chile de árbol; en Comitán se les dice tizim; en Huatusco, Veracruz, les dicen chicatanas o tlatoniles; y en Jamiltepec, Oaxaca, las preparan con chile pajarito.

Otros tacos de origen indígena se hacen de diversos insectos: gusanos eloteros, toritos o plaga de la hoja de aguacate, chindas de mezquite, larvas de libélula, chicharras de guamúchil, gusanos barrenadores de madera, orugas de mariposas y otros más.

LAS “BURRITAS”

Así se nombra, en forma genérica, a todas las diferentes clases de tacos norteños hechos con tortilla de harina de trigo. En Chihuahua y otras partes les asignan ese mismo nombre, pero en masculino. Las burritas más usuales son las de machaca o carne de res seca, deshebrada y frita con cebolla y jitomates picados; a veces se le revuelve con huevo.

Las cocinas de Mexico

Las cocinas de México I

    Autor: JOSÉ N. ITURRIAGA

    Presentanción
    Introducción
    Cocina y cultura
    El mestizaje gastronómico mexicano

        La diversidad cultural de México
        La comida prehispánica
        El encuentro de dos mundos gastronómicos
        Aportaciones alimenticias de México y de América al mundo
        Evolución del mestizaje culinario. Tres siglos de virreynato y dos de México
            independiente

    Maíz, frijol y chile: común denominador de las cocinas de México

        Nuestro cereal madre. El universo del maíz
        Frijol: la leguminosa cotidiana
        El chile: fruto/especia nacional

    Lecturas Complementarias

Las cocinas de México I

    Autor: JOSÉ N. ITURRIAGA

    Presentanción
    Introducción
    Cocina y cultura
    El mestizaje gastronómico mexicano

        La diversidad cultural de México
        La comida prehispánica
        El encuentro de dos mundos gastronómicos
        Aportaciones alimenticias de México y de América al mundo
        Evolución del mestizaje culinario. Tres siglos de virreynato y dos de México
            independiente

    Maíz, frijol y chile: común denominador de las cocinas de México

        Nuestro cereal madre. El universo del maíz
        Frijol: la leguminosa cotidiana
        El chile: fruto/especia nacional

    Lecturas Complementarias

JOSÉ N. ITURRIAGA es autor de la popular serie Anecdotario de viajeros extranjeros en México, siglos XVI-XX que el Fondo de Cultura Económica ha editado en cuatro tomos. En esta ocasión Iturriaga nos invita a recorrer el paisaje de gastronómico de México desde cinco principales perspectivas: la reveladora combinación de cocinas y cultura, las características de nuestro mestizaje gastronómico mexicano, la trilogía fundamental de maíz, frijol y chile (que están incluidas en el presente volumen ), y —dentro del segundo volumen— la generalizada cultura del antojito y las cocinas de México, ensayo este último que da título a la obra entera y que, junto a próximas entregas, servirá para confeccionar una cartografía gastronómica de México.

Como bien apunta Iturriaga, si comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural. Más allá de la deliminación de las características alimenticias-nutricionales de los pilares de nuestra alimentación, Iturriaga se preocupa aquí por ubicar dentro de un marco cultural e histórico las diferentes cocinas de México para así saborearlas en su total trascendencia.

José N. Iturriaga es licenciado en economía por la UNAM y licenciado de historia por la UIA. Desde 1995 es director general de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y, dentro de sus ya extensa obra, ha dedicado no pocos artículos y libros al tema de nuestra cocinas y comidas, entre los que destacan De tacos, tamales y tortas (1988), México a la carta (1991), La cultura del antojito (1993), Conquista y comida. Consecuencias del encuentro de dos mundos (1996) y The Mexican Gourmet (1996).

Fondo 2000 ha publicado algunos títulos que pretenden contribuir al conocimento, difusión y goce de los diferentes platillos e ingredientes que distinguen a nuestras cocinas de las del resto del mundo. El lector de estas sabrosas páginas confirmará que los sabores de México, más que una simple digestión, implican una necesaria lectura y despiertan útil reflexión

Introduccion
Este libro no es un recetario. Las cocinas de México son tan atractivas que ya existen numerosas recopilaciones de recetas regionales; no hay estado del país que no tenga varios libros de ese género, y en los casos más relevantes —como Puebla , Oaxaca, Yucatán , Michoacán y Veracruz— son muchos los que se han escrito; nunca demasiados.

El objetivo de este trabajo es más general. Se intenta ubicar a las cocinas de México dentro de un marco cultural e histórico que permita apreciarlas en toda su trascendencia , más allá de los aspectos alimenticios y culinarios.

Se resalta en esta páginas que la cocina es cultura (comer es un acto biológico, cocinar es un acto cultural).

Se revisa también el proceso de nuestro mestizaje gastronómico y la predominancia de los elementos indígenas hasta hoy en día. Se destaca como eje común determinado de las cocinas de México al trinomio maíz, frijol y chile.

Un apartado específico —que se encuentra en el segundo volumen de esta obra— se dedica a ahondar en la cultura del antojito, sustento de nuestro pueblo. Tacos, tamales y tortas, por mencionar a los más habituales antojitos, son representativos de diversos orígenes, regiones y hasta estrractos socioeconómicos. Pero todos los mexicanos somos aficionados a ellos.

El libro desemboca, a partir de los antecedentes y elementos mencionados —y también en el segundo volumen—, en el capítulo de las cocinas de México: algunas consideraciones sobre el panorama general y finalmente una revisión por estados, somera, sucinta, meramente indicativa. Allí aparecen con frecuencia nombres de guisos que abrirán interrogantes en la mente —y en el paladar— de los lectores. Ese es nuestro propósito: despertar su curiosidad ante las cocinas de México, reconocidad a nivel mundial con muy justa razones.

Cocina y cultura

Comer es el acto biológico; cocinar es un acto cultural. La cocina es cultura. La cultura no es el atesoramiento de libros en los estantes de las bibliotecas y en los cerebros de los sabios. No solamente. La cultura popular se integra de diversas maneras y con muy diferentes elementos. Es la forma de ser de los pueblos. La gastronomía es una de las manifestaciones culturales más importantes del ser humano y dentro de dicho término no debe entenderse sólo a la llamada “alta cocina”, sino a todas las expresiones culinarias de las diversas regiones y estractos sociales, incluidas en la cocina indígena.

Alrededor de este asunto, es pertinente recordar el título de un libro del clásico francés decimonónico Honorato de Balzac: Dime lo que comes y te diré quién eres.

El término “culturas populares” hace alusión a procesos, por lo general colectivos, que crean y recrean tradiciones. Tal es el caso de las cocinas de México.

La alimentación de los pueblos merece la más alta consideración y respeto. No es sólo el sustento material de las personas; de alguna manera es, también, un sustento del espíritu. Valga el siguiente texto de salvador Novo (de su libro cocina mexicana):

    Los nahuas disponían de varias palabras para calificar la hermosura, para señalar el valor de las cosas. La belleza implícita en una flor permitía adjetivar el sustantivo xóchitl, y hacer lo mismo con quetzal, o con chalchiuh, o con yectli, cosa buena, recta. Estas palabras, usadas como adjetivos, confieren idea de preciosidad.

    Pero un verbo —cua— es el que más genialmente creó adverbios y adjetivos que expresen belleza y bondad como lo que es asimilable; lo que deleita y aprovecha no sólo a la vista, sino al corazón: al espíritu y a la carne.

    Este verbo, cua, significa “comer”. El objetivo cualli significa a la vez lo bello y lo bueno; esto es: lo comestible, lo asimilable , lo que hace bien y es por ello bueno.

El mestizaje gastronómico mexicano

    *La diversidad cultural de México.
    *La comida prehispánica.
    *El encuentro de dos mundos gastronómicos.
    *Aportaciones alimenticias de México y de América al mundo.
    *Evolución del mestizaje culinario. Tres siglos de virreynato y dos de México independiente.

LA DIVERSIDAD CULTURAL DE MÉXICO

La principal consecuencia de la Conquista de México consumada por los españoles en 1521 fue el mestizaje. Esta mezcla se dio en muy diversos aspectos: desde el más evidente del mestizaje racial, hasta muchas variantes del que podríamos llamar mestizaje cultural, de manera particular el que se refiere a las cocinas. En esta materia alimenticia no hubo conquista sino unión, matrimonio, suma y multiplicación.

Para comprender los alcances del mestizaje gastronómico hay que tener presente que cada uno de los dos elementos fundamentales —el indígena y el español— en realidad era un cúmulo de conocimiento más allá de lo azteca y lo ibero. La cocina española trajo a México buena parte de las tradiciones culinarias europeas, con una importante dosis de hábitos provenientes del norte de África; hay que recordar que apenas 30 años antes de la conquista de México, España a su vez había concluido ocho siglos de permanencia árabe o mora en su ámbito peninsular.

Por su parte, el territorio que hoy conocemos como México cobijaba a muy diversos grupos indígenas perfectamente diferenciados entre sí, no sólo por sus variados elementos culturales, como son el atuendo tradicional, la vivienda, las costumbres religiosas o la cocina, sino por algo más tajante y evidente: el idioma.

Cabe recordar que, a finales del siglo xx, nuestro país sigue siendo uno de los principales del planeta por lo que se refiere a su diversidad cultural indígena. Cuando una cultura se empieza a perder o diluir, lo primero que comienza a desaparecer es la lengua propia; por ello, la permanencia del idioma autóctono es el mejor indicador de la sobrevivencia cultural de un pueblo, con sus rasgos originales. Pues bien: a dos años del cambio del milenio, la India es el principal país del mundo por cuanto al número de sus idiomas indígenas vivos, con la cifra de 72 (sin considerar las variantes dielectales). México está en segundo lugar en el orbe con 62 idiomas, en pleno 1998. Para sopesar la importancia de esa posición nuestra, conviene anotar que China tiene el tercer lugar con 48 lenguas y la que fue la Unión Soviética tenía el cuarto lugar con 35. Todas estas cifras no son meras disertaciones lingüísticas; reflejan algo más trascendente, como es la supervivencia pasmosa de cultura ancestrales; en el caso mexicano, la mayoría de las culturas indígenas son de muchos siglos de antigüedad, algunas hasta de milenios.

Lo anterior quiere decir que México es una potencia mundial en materia de culturas populares y una de las manifestaciones más importantes de la cultura es la cocina de los pueblos.

Nuestra diversidad cultural, pluriétnica, no podría ser un fenómeno repentino: es el desenlace actual de nuestra historia antigua. Aunque no es posible precisar alguna cifra de manera corroborada, se puede afirmar que en aquellos años de la conquista de Tenochtitlan , de seguro había en México más de cien grupos étnicos diferenciados; naciones indias, les llamban entonces. Cada etnia tenía sus propias costumbres gastronómicas, si bien con algunos patrones o troncos comunes que eran —y siguen siendo— el maíz , frijol y el chile.

El mestizaje gastronómico se inicia en 1521 con la caída de la ciudad de México a manos de los españoles y va desarrollándose después a lo largo de tres siglos, a la par que avanzan las fuerzas militares y religiosas de los conquistadores hacia el sur, el occidente y el norte de esta metrópoli. Hay que recordar que, ya entrado el siglo XVIII, apenas se lograba la conquista, allá por lo rumbos de Sonora y las Californias.

Aproximaciones al Tsolk’in Por Oscar Freire

Aproximaciones al Tsolk’in
Por Oscar Freire
“Todas las representaciones fundamentales del Tsolk’in no solamente
velan y revelan la naturaleza y la causa de la manifestación, sino que
ejecutan, además, el acto primordial del nombre ya que la manifestación es producto de la Palabra Divina”

Introducción

Es muy probable que el conjunto de las lenguas indígenas de América se halle revestido de ese carácter “sagrado” que haría a estas remontarse a una lengua primordial y hierática; de la cual también derivarían todas las formas de comunicación tradicionales de nuestra humanidad. El contenido de estas se basaría en aquellos elementos constitutivos, recíprocos e indicativos de la esencia de las cosas y de sus correlativos numerales (evidentemente, que la noción de número escapa aquí a cualquier significación matemática meramente cuantitativa). Esta cualidad de primordialidad las haría consubstanciales no solamente a la raíz misma de todos los métodos similares que se corresponden con otras tradiciones, sino también a una concordancia universal donde se resumirían sintética y simbólicamente aquellos puntos de comparación o equivalencias que de un modo u otro podrían considerarse. Pero, también debemos advertir que esto, evidentemente, sería además, un punto delicado y complejo de tratar ya que podría prestarse a objetivos totalmente ilusorios, precisamente por motivo de las dificultades que entraña el traspasamiento de aspectos especializados de una forma tradicional a otra. Ya que estas, se hallan adaptadas a distintas mentalidades étnicas, además de todo aquello que hay que tener en cuenta respecto de las determinaciones de época y de lugar. De tal modo que, si ya es difícil, por ejemplo establecer las relaciones que distinguen a los distintos períodos de adaptación inherentes a una misma tradición; se ha de comprender mucho mas aún, los peligros de sincretismo que entrañan las comparaciones literales entre diversas tradiciones. Teniendo en cuenta esto, solo nos limitaremos, eventualmente, a una correlación por analogía en las distintas formas, en tanto en cuanto la evidencia sea incontestable por su procedencia cabal y por su índole universal.

Un ejemplo de lo que decimos lo tenemos en el área denominada como “mesoamérica” donde los especialistas distinguen tres períodos: el preclásico, el clásico y el postclásico. Al margen de los inconvenientes creados en la relación de estas designaciones para establecer períodos reales, es posible constatar las dificultades de asimilación de su realidad tradicional en una forma mas o menos completa, lo cual debido a esas readaptaciones aludidas, se genera indudablemente, no pocas ilusiones. Seguramente por esto, entre otras cosas, resulta difícil darse cuenta en que verdaderamente consiste la índole de la intelectualidad amerindia expresada por sus lenguas y en este caso también, por la aritmología o “ciencia de los números”, contenida, entre otras cosas, en un soporte calendárico. Es muy probable que en las modificaciones ulteriores el núcleo central de esta enseñanza se haya diluido e incomprendido paulatinamente hasta llegar, por un lado a las interpretaciones cientificistas de hoy en día o por otro lado aquellas divagaciones neoespiritualistas de la moda.

Así para comprender de modo eficiente lo que verdaderamente ha significado la realidad tradicional amerindia debemos constituirnos en interpretadores cabales de los rasgos primordiales de su simbolismo aún diseminado de modo evidente y con ciertas posibilidades de erigirse en eficaces datos tradicionales. A este respecto cabe recordar que en el mismo sentido de esos datos tradicionales podemos informarnos sobre la naturaleza de cada letra que es al mismo tiempo un número y que primeramente simbolizan a las esencias del universo; al mismo tiempo que pueden aplicarse tanto cosmogónicamente como al punto de vista de la teomaquia, y, también, sobre todas aquellas relaciones que corresponden a la naturaleza de las cosas de nuestro mundo. De este modo, podemos constatar como estos dos últimos aspectos eran comprendidos dentro de los antiguos sistemas de escritura pictográficos, ideográficos, fonéticos y simbólicos, (citemos como un ejemplo aquel inscripto en las denominadas “estelas de los danzantes” de Monte Albán en Oaxaca) también de aquellos registros jeroglíficos (por ejemplo el witz “glifo del cerro” de extraordinaria perdurabilidad y utilizado para marcar las localizaciones representativas del centro primordial. También, por otro lado, el caso de la combinación de glifos calendaricos con puntos y barras) y el caso tan popular, aunque no muy bien conocido, de los calendarios “mesoamericanos” propiamente dichos.

Importancia del Tzolkin

Dentro de estos últimos (en la “cuenta de los días”), sobresale de las series tanto inscriptas como superpuestas, el que corresponde al orden ritual de 260 días denominado como Tsolk’in (o Tzolkin) en lengua maya y equivalente al nahuatl tonalpohualli (referido a la combinación de 13 unidades con 20 signos naturales de orden simbólico) que se aplicaba en la temporada invernal dedicado a Tlaloc (dios de la lluvia) y como un contenido dentro de la cuenta solar de 360 días para el período tanto general como estival y dedicado a Huitzillopochtli (correspondiente al período solar dividido en 18 veintenas a los que se le añadían otros 5 no contados, considerados como aciagos (xma-kaba-kin o nemontemi en nahuatl ) o de augurio adverso. Cabe también destacar, otro tipo de cuentas como el ciclo de Venus, el de la luna y otros como aquel denominado de “cuenta larga”, cuya extraordinaria precisión involucra a la intelectualidad indiana en un dominio cabal de la doctrina tradicional de los ciclos). El Tsolk’in primero de carácter fijo o estático (aunque también con un aspecto dinámico) permitía establecer el control del tiempo “litúrgico” donde se le otorgaban los nombres operativos (de acción simbólica) a los días y a los años, y, además, marcar estrictamente las relaciones solares en cuanto al proceso circular de la duración, el señalamiento cardinal y la modificación o ajuste en la progresión de las temporadas con la cualificación del espacio. Los rituales relacionados con estas operaciones tradicionales nos convencen de la importancia del Tsolk’in; ya que dentro del período de 260 días, siguen celebrándose aún hoy, en determinadas áreas mesoamericanas, aquel concerniente al waqibal, localizado generalmente en la cima de algún “cerro sagrado”. Dicho lugar (“lugar del 6”) se identifica con el “corazón” (K’ux) o “centro del mundo”. Es el mixik’ balamil (“ombligo del mundo”). Asimismo, centro del espacio, del tiempo y del Cielo. Es, a la vez, el Wakah-Chan (“Cielo elevado” o “Cielo del 6”) el “Gran Arbol del Centro”; el axis mundi, el “Hombre Universal” donde, según las doctrinas tradicionales, converge el equilibrio del Universo.

Dentro de estos patrones también se inscribían las diversas celebraciones, como por ejemplo, las agrarias (cultivo del maíz, doblado de espigas, quema arbolar, etc.; actividades estrictamente comprendidas dentro del orden ritual que se aplicaban bajo el régimen simbólico del quincunce para el trazado y el “centramiento” de los campos), climáticas, botánicas o aquella que servía para otorgar el nombre a los recién nacidos y evaluar e incidir, eventualmente, en los futuros sucesos que a estos conciernen. Los términos nahuatl para designar estas funciones secundarias (pero conformativas desde el punto de referencia del Hombre Universal) de la doctrina tradicional de los nombres son in tonalli itlatalhtollo que también parece referirse al acervo que contiene las narraciones técnicas en torno a los destinos bajo la relación del tonálamatl (es decir, el calendario que anticipa y previene los acontecimientos y los sucesos) y los nahuallahtolli, cuyas aplicaciones de los nombres y de los números permite una acción no ordinaria o “mágica” que modifica a los seres y a su acontecer. Debemos recordar que las lenguas modernas no cuentan con los elementos competentes para designar este tipo de operaciones que solo pueden referirse, dentro del antiguo simbolismo numero/nominativo, a aquellas aptitudes que definen una serie analógica de relaciones fijas entre los distintos estados del Ser.

La Rueda de los Días

Cuando se trata de concepciones tradicionales cabe destacar que cada parte del conjunto de ellas posee un carácter representativo y sintético del principio. Por lo cual su índole, trasciende las funciones de las diversas aplicaciones secundarias que en casos particulares se atribuyen y distribuyen en las cadenas, estados o jerarquías del ser. De tal modo, que más allá de las necesarias aplicaciones (similares a aquellas rituales, ascéticas y económicas) vemos como el caso del Tzolk’ín, llamado también la “rueda de los días” posee un valor simbólico de la mayor importancia. Precisamente, el símbolo del día entre los mesoamericanos, solía representarse por una circunferencia con su centro, (esto también equivale y era tomado como el signo del año). En realidad dicho carácter se aplicaba tanto al kin (unidad), al uinal (veintena) como al tun (dieciocho unidades o uinales que conformaban el ciclo completo de 360 días dividido en dos series de 180). Esta “rueda de los días”, en su desarrollo, puede también representarse geométricamente, como una circunferencia dividida por cuatro radios y formando dos diámetros ortogonales o cuatro cuartos que expresan la cruz inscripta en el plano de un círculo (utilizada generalmente, entre otras aplicaciones, para representar, como hemos dicho, al ciclo anual donde se corresponden las temporadas con los puntos cardinales). Efectivamente, así muestra de algún modo, al principio universal (la unidad trascendental o el aspecto del unum que sobrepasa a todas sus derivaciones, pero que está simultáneamente en cada una de ellas) volviéndose multiplicidad y diversidad, (aunque en esencia no participe de las mismas).

La Rueda del Tiempo

Además de estas cuestiones relacionadas con el arte de los números y el simbolismo geométrico, (ciencias incompatibles con las que se conocen hoy en día con el mismo nombre) tengamos en cuenta que, en el aspecto de la “rueda del tiempo” este no es considerado de ningún modo como una duración fáctica que es medida por conveniencia de usos, tal como así puede colegirse en aquellas exclusivas razones de cantidad que se aplican en todos los ordenes de la actualidad. En efecto, si tomamos como punto de consideración el “factor tiempo” en la mentalidad tradicional india, hemos de notar, que este es entendido como una “sustancia” cualitativa generada por el cruce de dos estados de distinto nivel. Esto, otorgará a la vez, diversas interpretaciones válidas de acuerdo a los respectivos puntos de vista intelectuales en que pueda situarse el contemplador. Por lo general las tradiciones indianas con algunas diferencias de grado y mayores o menores matices, señalizan el origen del tiempo dentro de una etapa precisa en la formación del mundo que se corresponde con la separación del cielo y de la tierra. Datos tradicionales de toda América, en particular en el sector central. nos refieren que el tiempo fluyó de los cuatro postes cósmicos que servían para contener la bóveda celeste situados en el espacio formado por dicha separación. Así, el tiempo (utilizando la terminología nahuatl) es únicamente manifestado en el cuerpo de Tlalticpac (los cuatro sectores temporales de la “superficie de la tierra”) y producto de un vínculo transgresor entre los dioses de Chicnauhtopan (los nueve estados superiores del cielo (en ocasiones doce o trece) y mictlan (los nueve estados inferiores del inframundo).

En este sentido, no queda lugar a dudas sobre la conformidad doctrinal indiana con las concepciones cíclicas tradicionales sobre la marcha del tiempo, tanto en el orden cósmico como humano. En efecto, aquí se hace notable la concordancia universal en cuanto a las cualidades que determinan las diversas etapas en la marcha cíclica del tiempo, particularmente cuando estas también son simbólicamente representadas por los sucesivos niveles producidos en la procesión del sol respecto de los cuatro puntos cardinales y de su doble posición central y vertical; por lo cual, además, se obtiene ese esquema de doble naturaleza geométrica, tan caro al simbolismo tradicional, y que implica a un modelo de universo que es concéntrico tanto como cuadrangular. (Asimismo, también pueden mencionarse aquellas analogías fáciles de constatar, respecto de las transformaciones del sol durante su curso, y que equivalen, entre otros, a los distintos atributos y ropajes de las personas divinas que se entrecruzan cíclicamente para protagonizar una teomaquia o componer el teatro teogónico). En cuanto a la doble posición central y vertical (el cenit y el nadir) prefiguran la noción, mas o menos extendida por todas partes, de los dos principios universales entre los cuales se desenvuelve toda manifestación o ciclo completo de existencia. Del mismo modo, en los estudios sobre las pirámides de Mesoamérica existen suficientes indicios tradicionales que se referirían, entre distintos ordenes de cosas, a esta misma representación expresada por medio de cierto esquema romboidal conformado por dos pirámides invertidas y unidas por su base cuadrangular. Esto nos daría referencias completas, en tanto que (de acuerdo a la terminología maya) también situaría al polo celeste o U Qux Cah (“Corazón del Cielo”), tanto como al “Centro del Mundo” (u “Ombligo del Mundo”), el mixik’ balamil y al polo inframundano, el Xibalbá o “Cielo Nocturno” concebidos como distintos símbolos universales, pero que confluyen en el punto primordial como Unidad.

Unidad y Forma

La concepción tradicional de unidad es la constante en la mentalidad amerindia, ya que se halla implicada trascendentalmente con las ideas de número y de ente. Las múltiples aplicaciones y la aparente diversidad que expresan tanto la cosmogonía, la astronomía, la dinámica divina y el complejo ritual, son aquellas formas siempre presentadas, desde el punto de vista del acto “formativo”, como en una continua tensión hacia dicha unidad. Todo ello se aclara bajo el referente de la mentalidad tradicional donde es inconcebible cualquier forma que no se halle relacionada a la unidad. Así vemos como las casas o paisajes sagrados, las mesas de culto o los dioses numerales que eran tomados como uno y múltiple a la vez se denominaban bajo la mentalidad indiana como la “Forma”. El término maya-mexica niyocoloc (La “Forma”) tiene equivalentes en casi todas las lenguas indígenas (por ejemplo con la palabra nahuatl colotli (“modelo”) para designar la serie o conjunto de elementos rituales de veneración, (sean, tal como hemos dicho, templos, lugares, altares, “ídolos” o cuerpos celestes, etc.) La constitución del universo o la formación del mundo solo son inteligibles en tanto la identificación entre forma y unidad, ya que esta se reúne en aquella, siendo la suprema unidad el principio de toda formación. El dato tradicional esclarecedor que permite discernir y enlazar la aritmosofía de esta relación, se halla sin dudas, en las evidentes analogías del concepto indiano sobre la ininteligibilidad del caos primigenio (antes de la formación del universo, ya sea en su aspecto de “materia preexistente” o de ex nihil) con el Génesis bíblico y con las cosmogonías premodernas de los diversos pueblos de la humanidad.

De esto, podemos deducir los tres aspectos fundamentales implícitos en todo esquema universal de la manifestación: En efecto, el punto o centro expresa aquí la unidad metafísica dividiéndose a sí misma en multiplicidad sin ser, como hemos dicho, una serie de unos; y podríamos decir que también generándose en diversidad sin ser esta distinta de ella. Por lo que se infiere entonces, que el círculo en uno de sus sentidos mas elevados es la misma unidad, pero aún en aquellos aspectos no manifestados. Asimismo, tenemos además al cuadrado que igualmente en un simbolismo superior expresa a la completud en su perfecta simetría como principio de la existencia por lo que quedan expuestos dichos tres aspectos fundamentales en una sola esencia. Pero, detengámonos un poco en aquella división de cuatro radios, vemos que la delimitación determinada de esta circunferencia, y esta vez ya en el orden de existencia de nuestro mundo, se corresponde con la acción del principio sobre dicha manifestación dando lugar a la serie cuaternaria fundamental que de uno u otro modo se aplica tanto al tiempo como al espacio (los momentos del día, las estaciones del año, las Faces de la luna. Las cuatro orientaciones cardinales). Un ejemplo de ejecución cabal, sobre la mencionada referencia geométrica de este aspecto, sin dudas que se halla relacionado con aquel sentido particular de la “rueda de los días” de gran importancia para el hombre tradicional mesoamericano, ya que su aplicación regía toda su vida; correspondiendo no solamente a la salvaguarda de la economía y al equilibrio de la comunidad sino, además, al sentido de la existencia en este mundo y a la garantía de fidelidad y de retorno a los orígenes. Al girar la “rueda de los días” el indio sabía desplegar de la unidad un número y el nombre de los días, así como también la posición y el nombre de los meses. Ello representaba una imagen exacta del cielo a la vez que reproducía simbólicamente la constitución misma del universo. La imagen astronómica consistía también en un cielo reflejando el cuaternario fundamental, cuando se formaba en ocasiones la gran cruz con el sol ubicado en la línea del paralelo, es decir en el medio exacto de su línea y la perpendicular, en lo mas elevado de la bóveda celeste. Señalemos que el esquema extensivo del universo indiano se hallaba constituido por una disposición vertical de los tres mundos (cielo, tierra e inframundo) dispuestos sobre tres cuadriláteros superpuestos atravesados centralmente por el Wakah-Chan (llamado también Yaxche), el axis mundi; el Árbol del Mundo o la gran Ceiba que es al mismo tiempo la Cruz indiana y el Hombre Universal. Mencionemos también, como dato valioso, que la suma de los respectivos puntos cardinales de los tres cuadriláteros mas el eje del mundo nos da el número sagrado y el más importante de todos: el trece, 13.

Numero y medida

Dentro de este orden de consideraciones numerico-geométricas podríamos subrayar, además, que este primer aspecto extensivo con la adición de un eje central a la rueda con los cuatros radios sobre el plano de la circunferencia, (es decir, representada sobre el mismo plano como una rueda de seis radios donde vemos que se halla inscripta la cruz de tres dimensiones) en cierto sentido, expresa oposición geométrica con el hexaedro y señala simbólicamente la simultaneidad del centro con el acabamiento perfecto de la manifestación (esto concuerda exactamente, en la referencia simbólica y numeral, con el proceso, en el acto de la Creación, que se describe en el Génesis bíblico y que nos da el numero clave de siete, 7; que es también sagrado en Amerindia, ya que se corresponde por un lado con el Dios de los “Mantenimientos” (Dios Numeral 7) y por otro lado con la cuenta agraria septenal que junto con la trecenal conforman el contenido de la cuenta civil (solar de progresión vigesimal) o Baktún de 400 años). Pero volvamos a la referencia hexagonal que nos ha de aportar otra relación del numero 13, el número sagrado por excelencia para la intelectualidad indiana en la medianía de América. Notemos, que esta no es una cifra arbitraria, obtenida por una suerte de juego lúdico, en función de las conveniencias sistemáticas. Tal y como se inclinan a creer no pocos de los investigadores del tema. Efectivamente, el hexágono (recordemos la importancia de la raíz cuadrada de tres con relación al hexágono, que permite la simetría en las medidas de la tierra y en los términos de proporción temporales respecto del círculo de 360º) se halla representado tridimensionalmente por tres sólidos relacionados de los cuales el más importante es el cuboctaédro, cuya red atómica muy a menudo, aporta entre otras cosas, las claves en cristalografía y mineralogía, de donde se destacan la sal, el oro y la plata. Elementos, cuya inestimable importancia es bien conocida dentro del simbolismo tradicional (para comprender cabalmente lo que queremos señalar es necesario recordar la equivalencia analógica exacta de estos elementos, entre otros, con el orden celeste tanto como terrestre). La serie de los números centrados del cuboctaédro equivalen espacialmente a los números del hexágono cuya extensión isotrópica de esferas se disponen en una serie de doce de ellas iguales y tangentes a la primera, es decir, en total trece, 13. Recordemos que la base de crecimiento de los números hexagonales en el plano requieren de un círculo central rodeado de otros seis iguales, es decir de siete círculos tangentes desde y donde se extienda la red hexagonal (la misma disposición nos recuerda la septuarquía en la que se hallan ordenadas las organizaciones tribales conforme a las seis direcciones del espacio y, consecuentemente, a las clasificaciones tradicionales análogas de todos los elementos del mundo. Como un ejemplo de estas últimas, que completa la mención anterior del Dios de los “Mantenimientos” o Chicomecóatl [Serpiente 7] representado por siete mazorcas de maíz incrustadas en el cuerpo de una serpiente – recordemos también – que es precisamente el símbolo bajo cuya influencia es iniciado el Tsol’kin). Esto, a los efectos de contener a esa serie ensamblada de trece esferas tangentes e iguales y a los fines de que los centros coincidan con los vértices y con el mismo centro del cuboctaédro. Podemos inferir de ello, cierto patrón de conocimiento que subyace en estas relaciones numéricas y configuraciones geométricas perfectamente equivalentes y análogas a las aplicaciones cosmológicas (como pueden ser, por ejemplo las 13 constelaciones de la ecliptica), ya que contienen los mismos efectos de angulación, de entrelazamiento triangular (requisito fundamental en la formación de los volúmenes, de donde se extrae la importancia del cubo como símbolo del mundo formal, perfecto y terminado) y de unión que caracterizan a los diversos ciclos de crecimiento y acabamiento. Evidentemente, no queda lugar a dudas sobre una real cualificación intelectual, ya que implica todo ello, como hemos venido insistiendo, de un conocimiento profundo de la manifestación por parte del hombre indiano.

El Horizonte visible

Cabe añadir, con relación a esto último, que el desconocimiento de los aspectos metafísicos, simbólicos, arquitectónicos, rituales y agrarios de lo que hemos dicho, conlleva, indudablemente, a una muestra cabal de ciertas incompatibilidades de comprensión de la realidad tradicional aborigen, en cuanto esta es observada desde puntos de vistas ajenos. La consecuencia más radical de ello consiste en la imposición de determinaciones mentales y psicológicas sobre un supuesto “primitivismo” en la visión del mundo por parte de aquella. Evidentemente, las incontestables y abrumadoras pruebas de la índole superior que caracteriza a la intelectualidad indiana refutan dicha calificación. Por solo dar un ejemplo, señalamos el caso de los cómputos indígenas, cuando son estos mismos, encarados por los postulados matemáticos, geométricos y astronómicos “reales”de la actualidad científica moderna. Este tipo de incompatibilidades desencadena generalmente interpretaciones al margen de la concepción original. En el caso de orden astronómico, que no es de los menores, vemos como la diferencia fundamental entre los criterios de la cultura occidental y los del acervo tradicional es que se refieren a cosas totalmente distintas, ya que la intelectualidad indiana basaba sus conocimientos en la observación directa del teatro natural de las cosas y en el movimiento “aparente” de los planetas en el horizonte visible de los sentidos normales y naturales. Entre tantas confusiones dadas por este motivo podríamos traer a colación la referencia (por ejemplo en el Tzolk’ín) del punto saliente del sol que tradicionalmente es tomado en un sentido diverso al de la actualidad equinoccial, siendo sus reales referentes los puntos de latitud que no solo determinaba la proporción económica, la medida y la cualificación del espacio, sino también la señalización esquemática en la arquitectura y el establecimiento del centro del mundo.

Aspectos simbólicos

Estamos convencidos que el Tsolk’in es mucho más que un soporte calendarico, para nosotros expresa un como equivalente simbólico del universo, un compendium aritmosófico y primordial cuya cualidad trasciende ciertas economías particulares que se hacen necesarias en muchos de los símbolos tradicionales. En este caso, es muy notable la perfecta aptitud a la concordancia iniciática rigurosamente universal Notemos, en uno de sus aspectos, que en la misma circunferencia, como representación geométrica universal el centro de la circunferencia o el medio equidistante es el lugar donde convergen los opuestos y donde se resume, en cierta manera, el equilibrio a que llegan todos los elementos contrarios o de oposición. Esto mismo se halla señalado en el Tzolk’ín en aquello que concierne a los “pasos del sol” por la “medianía del mundo”, es decir la latitud del lugar (cuando su ruta coincide con el paralelo) o su ubicación “aparente” se halla en el zenit. Momento ritual donde se ejerce la “acción del símbolo”, cuya influencia contempla, en una síntesis integradora, las determinaciones cualitativas del cielo y de la tierra. Es precisamente en el centro donde se neutralizan los extremos, aquí representados por la doble temporada invernal y estival que prefiguran y simbolizan las dos orientaciones, impulsos o movimientos complementarios de ida y vuelta, es decir el centrífugo y el centrípeto (insistimos en que hay todo un simbolismo universal relacionado con esto: las mareas altas y bajas, el movimiento de sístole y de diástole del corazón, la respiración, etc.). Por otro lado es el punto de expansión y de contracción, además de ser, en un sentido totalizador, el origen y, al mismo tiempo, el punto de partida y el de llegada

De tal modo, por la signatura que le rodea, es probable que el carácter simbólico del Tzolkín integre, como hemos dicho, aspectos mucho más profundos de los que puedan inferirse. Su guarismo o grafía no solo nos revela su origen primordial como símbolo universal extendido por todas las latitudes, sino que también expresa la misma doctrina de unidad celeste desplegada en todos los movimientos cíclicos. Así, es muy probable que la proyección e integración de 260, sea dentro del simbolismo tradicional indiano, la clave sagrada, al mismo tiempo numeral y nominal que registre y conmemore, como ciclo entre los ciclos a la suprema unidad. Del mismo modo, no sólo representaría, sino también registraría el mismo inicio de la manifestación, el instante de la primera pronunciación de la Palabra Primordial, ya que los 13 números combinados con los 20 nombres de día se erigen en una suerte de “pivote” o punto, en medio de círculos mayores que se hallan incluidos en otros círculos de duraciones.

Este es el modo en que el Tsolk’in, entre otras cosas, supone una geometría sagrada que refleja las figuras primordiales con las cuales se ha constituido al mismo universo. Por supuesto que esto tiene que ver con la fundación misma de nuestro mundo y luego con todo aquello que lo sugiere; como es el caso particular de aquellos ejemplos arquetípicos en los que intervienen la geometría plana, los cinco sólidos regulares y la construcción de los poliedros, tan necesarios para toda cosmología tradicional. (Se sabe que la base de dicha cosmología tradicional se remite a las coordenadas esféricas, en realidad de origen primordial, es decir mucho mas allá de las referencias dadas por Platon en el Timeo; y de donde se deduce el conocimiento “cósmico” implícito en las relaciones tridimensionales que tenían no solo los antiguos egipcios y los indios prehispánicos con sus pirámides, plataformas de piedra circulares y objetos de los mas variados, sino también se lo puede constatar en los prehistóricos de las más diversas latitudes, tal como lo demuestran las compleja construcciones de los círculos de piedra). Es probable que estas definiciones nos aproximen a cierto develamiento de las funciones fundamentales del Tsolk’in consistentes, entre varios órdenes simultáneos, a un registro real y cuidadoso (ambivalente, por ejemplo, a la aplicación simbólica e iniciática) de las posiciones del sol y del cortejo de estrellas, constelaciones y planetas. Por otro lado, es necesario tener muy en cuenta, además de advertir, sobre la inagotable multiplicidad de sentidos de las voces tradicionales que traslapan unas en otras. Por ejemplo, en la descomposición de la voz maya Tsolk’in (las diversas lenguas mayas como el chortí, ixil, zapoteca o cakchiquel, tanto como la lengua nahuatl, aún con distintos matices, coinciden en el sentido esencial de este término como “contador del día” “rueda” o “cuenta de los días” designando e indicando también, en sus respectivas raíces, ya sea al poder, a la vida o al sol) que nos ocupa, vemos que la voz K’in puede referirse del mismo modo, en un primer grado, tanto al día, al sol y al tiempo; como también para designar al Sacerdote y al Rey. Además, es posible describir un conjunto de atributos análogos de ordenes secundarios que pueden considerarse como terminos derivados y predicados correlativos. En la “ciencia tradicional de los números” el K’in representa tanto a la unidad como a la veintena y a sus múltiplos concebidos como días, ciclos, años o soles. Cabe señalar el hecho notable que en distintas sociedades mayas y mexicanas fuera utilizado una misma grafía (parecida a un cero para representar ya sea al día, al año o al sol) tanto para el K’in como para el Tun Lo mismo para la voz Tsol, donde la mayoría de los sentidos coinciden en expresar orden, fila, hilera, serie sucesión, etc. Sin dejar de señalar otras acepciones directas que nos aportan al mismo tiempo el sentido de “calabaza” o cáscara” por un lado, y, por el otro lado, la acción de “desollar” (como se hace, por ejemplo, con el “ollejo” o “cascara” de una fruta). Entre otras cosas, esto nos recuerda – por asociación y homofonía- a Xipe-tótex (“Nuestro Señor Desollado”) que no hay que olvidar que es también el dios de la primavera, donde el ciclo renueva la piel muerta de la tierra para cambiarla por una nueva hacia otro “esplendor” de la verdura, lo cual va mucho mas allá de la crueldad y del horror que se adjudica, por lo general, a los respectivos rituales sacrificiales conmemorados, en este caso, en la segunda veintena del año.nahuatl.

Conclusión

De todos modos, aunque lo hemos adoptado, debemos reconocer que (si bien es apto, por su vigencia, para las aproximaciones indicativas que hemos dado) el término Tsolk’in (o Tzolkin) no expresa todo lo que desearíamos de aquello que verdaderamente se trata, ya que esta denominación registra una procedencia maya convenida mas o menos recientemente, confirmando en cierta medida lo que decíamos inicialmente. En cambio, las nomenclaturas de ciertas referencias cosmológicas, teogónicas y rituales asociadas a su actual aplicación en ciertos sectores de América central se revisten aún de evidente originalidad, por lo cual se supone que no deberían escapar a los conocedores del simbolismo tradicional. En especial se debería prestar atención a aquellas relacionadas con ciertos ritos subsistentes (nos referimos particularmente a los de índole mas elevada o de carácter iniciático que acompañan connaturalmente, es decir, análogos e inherentes al esquema universal de manifestación) que reflejan al mismo tiempo el gesto primordial y un acto fundacional, aún en la reiteración de las alternancias cuyas manifestaciones eran – y parecen serlo aún – estrictamente revisadas y aún modificadas, ya que cada día, cada año y cada zona son siempre cambiantes. De tal modo, que por la ciencia tradicional correspondiente, el sacerdote indiano se hallaba no sólo en posesión de una “métrica” divina que regulaba el acto sagrado de “medir” el tiempo y el espacio, basándose en la disposición y aplicación de aquellas formas geométricas arquetípicas; si no también, en condiciones de ajustar el cambiante orden humano en aquellas orientaciones y ubicaciones parcelarias, templarias y rituales; a los efectos de corregir y volver a establecer el orden cíclico en consonancia con el ritmo universal. Así, en dicha ciencia tradicional se resumían sintéticamente los principios que permitían relacionar al teatro celeste con el fluir temporal y, al mismo tiempo, con el cuadro espacial y con el teatro de la naturaleza en nuestro mundo. Con relación a todo ello, no hace falta esforzarse mucho en inferir las posibilidades de la intelectualidad indiana en aquel sentido de una posesión de “conocimientos completos”, que generalmente, caracterizan a toda sociedad tradicional. Es decir, estamos hablando de la disposición universal de los tres aspectos que se incluyen en todo saber universal: la ciencia superior y divina (que contempla los estadios no formales e informales superiores del ser), la ciencia media o el saber numérico/nominal (aritmología y ciencia de los nombres, utilizados tanto cosmogónica, teogónica como antropogenéticamente.) Y la tercera como ciencia de la naturaleza (donde se incluyen entre otros, aquellos saberes tradicionales derivados, y que son relacionados simbólicamente, tanto con las ciencias agrarias, con la botánica, con la mineralogía y con la zoología).

Indudablemente que los números, las grafías y los nombres indianos componen el carácter de aquello que se define como lengua sagrada o “hierática” que es el reflejo de la lengua original, y que, según René Guénon, tradicionalmente siempre se la relaciona con la constitución de un centro espiritual secundario, que dentro de los diversos períodos, expresan como una imagen del Centro supremo y primordial. Toda lengua sagrada contiene la energía de los objetos de que se habla, siendo el soporte de las formas tradicionales correspondientes. Así, cada nomenclatura, sin importar el período determinado al que se refiera, sería la sucesiva transferencia del nombre primordial. Evidentemente, que esto no sólo descarta plenamente todas las especulaciones, efectuadas hasta hoy en día, en torno al período y al lugar de “invención” del Tsolk’in, nos trae también, aspectos insospechados que trascienden ampliamente las referencias cosmológicas/agrarias resumidas en un mero “culto solar”. De tal modo, que todas las representaciones fundamentales del Tsolk’in – ya sea como rueda, orden, fila, hilera, etc. por un lado, o como rayo, luz, lluvia, día, tiempo; sol, sacerdote o rey por el otro lado – no solamente velan y revelan la naturaleza y la causa de la manifestación, sino que ejecutan, además, el acto primordial del nombre (ya que la manifestación es producto de la Palabra Divina) en concordancia con aquello que los griegos sintetizaron en el verbo kosmei (“establece un orden”) y que, por oposición, surge del abismo ininteligible donde reinaba una obscuridad sin límites.

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