El hombre y religion

El Hombre y la Religión

Aldous Huxley dió esta conferencia en la Universidad de California, Santa Bárbara, en 1959, siendo parte de una serie de encuentros bajo el tema de ´La Situación Humana` que tuvo lugar entre los meses de enero-mayo y septiembre-diciembre. La presente traducción toma como fuente la publicación de Triad Grafton Books, The Human Situation, 1980.
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Me gustaría comenzar leyendo dos o tres líneas del capítulo vigésimo cuarto del Libro de las Revelaciones. Este capítulo contiene una descripción de la Nueva Jerusalén, y acaba así: “y la calle de la ciudad era oro puro como si fuera cristal transparente. Y no vi templo alguno ahí: pues el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son sus templos (Revelaciones 21: 21-2).

De la misma manera no había templo -no había religión, en el sentido ordinario de la palabra- en Edén. Adán y Eva no necesitaban el aparato de la religión porque estaban en situación de escuchar la voz del Señor mientras Este caminaba ‘por el jardín al fresco del día’ (Génesis 3:8).

Cuando leemos el Libro del Génesis, encontramos que la religión, en el sentido convencional de la palabra, comenzó únicamente después de la expulsión de Adán y Eva del jardín, y que la primera evidencia de ello es la construcción de los dos altares por Caín y Abel. Esto también constituyó el comienzo de la primera guerra religiosa. Caín era un hombre desposado -un vegetariano, como Hitler- y Abel era un pastor que comía carne. Sus diferentes ocupaciones les dividió apasionadamente, y esto les dio una especie de absolutismo religioso, con el triste resultado que todos conocemos.

En el capítulo tercero del Génesis, después del nacimiento de Set, que era el tercer hijo de Adán, hay mención a una nueva fase en la religión. El verso dice: ‘Y a Set, a él también le nació un hijo, que puso de nombre Enos: entonces empezaron los hombres a llamar el nombre del Señor’ (Génesis 4:26). Esto evidentemente representa el comienzo de lo que podría llamarse el lado conceptual, verbalizado de la religión.

Estos dos grupos de referencias ilustran muy claramente que hay dos tipos principales de religión. Está la religión de la experiencia directa -la religión, en palabras del Génesis, de escuchar la voz de Dios caminando por el jardín al fresco del día, la religión del conocimiento directo de lo divino en el mundo. Y luego está la religión de los símbolos, la religión de la imposición del orden y el significado del mundo a través de símbolos verbales y no verbales y su manipulación, la religión del conocimiento sobre lo divino más que el conocimiento directo. Estos dos tipos de religión siempre han existido, y hablaremos de los dos.

Empezaremos con la religión como manipulación de símbolos para imponer orden y significado sobre el flujo de la experiencia. En la práctica encontramos que hay dos tipos de religiones manipuladoras de símbolos: la religión del mito y la religión del credo y la teología. El mito es obviamente una especia de filosofía no lógica; expresa en forma de historia o, a menudo, en forma de alguna imagen visual, o incluso en forma de danza o complicado ritual, algún sentimiento generalizado sobre la naturaleza del mundo y la experiencia del hombre en relación con él. El mito no es pretencioso, en el sentido de que no pretende ser estrictamente cierto. Es meramente expresivo de nuestros sentimientos sobre la experiencia. Pero aunque sea filosofía no lógica, a menudo es filosofía muy profunda, precisamente porque es no lógica y no discursiva. Permite traer a colación en la historia, la imagen, la estatua o la danza un número de aspectos dispares e incluso aparentemente inconmensurables e incompatibles de nuestra experiencia. Los pone juntos y los muestra como un todo indisoluble, exactamente como lo experimentamos. En este sentido es el tipo de simbolismo más profundo. Por ejemplo, el mito de la gran Madre, que aparece en todas las religiones tempranas, muestra a la madre como el principio de la vida, de la fecundidad, la fertilidad, la tierna y reconfortante compasión; pero a la vez es el principio de la muerte y la destrucción. En el hinduismo, Kali es a la vez la madre cariñosa y amorosa y la temible Diosa de la destrucción, que tiene un collar de calaveras y bebe la sangre de los seres humanos de una calavera. Esta imagen es profundamente realista; si das la vida, también necesariamente das la muerte, porque la vida siempre acaba en la muerte y debe ser renovada con la muerte. La cuestión sobre si estos mitos son ciertos o no es bastante irrelevante; simplemente expresan nuestras reacciones al misterio del mundo en que vivimos.

Más temprano encontramos religiones míticas no lógicas frecuentemente asociadas a lo que ha venido a llamarse ejercicios espirituales, pero que en verdad son ejercicios psicofísicos. Con el uso de la danza, el canto y el gesto, consiguen un tipo de revelación genuina. Las tensiones físicas generadas por la ansiedad y el egocentrismo de nuestras vidas son liberadas. Esta liberación mediante gestos físicos constituye lo que los quakers llamaron la ‘apertura’ a través de la cual las fuerzas más profundas de la vida dentro y fuera de nosotros fluyen más libremente. Es muy interesante ver cómo incluso en nuestra propia tradición este dejarse llevar por razones religiosas ha tenido influencias profundas y muy saludables. Los quakers se llamaban ‘quakers’ por la sencilla razón de que quakeaban (el verbo quak significa…). Las reuniones de los primeros quakers a menudo acababan con la mayoría de la asamblea involucrándose en los más extraños y violentos movimientos corporales, que eran profundamente liberadores y que permitía, por así decirlo, el influjo del espíritu.

Como dato histórico los quakers, mientras mantuvieron el quakeo, tenían el más alto grado de inspiración y estaban en lo más alto de su poder espiritual. Tenemos el mismo fenómeno en los Shakers (shake=agitar), y lo vemos en el movimiento religioso contemporáneo llamado Subud -la aparición en asambleas de personas de movimientos físicos curiosamente violentos e involuntarios que producen liberación y permiten a muchos la aparición y el flujo interior de fuerzas espirituales profundamente poderosas. Aquí me gustaría citar al eminente académico islámico-francés Emil Dermenghem, quien dice que la Europa moderna -por supuesto la Europa moderna incluye la América moderna- se encuentra prácticamente sola al haber renunciado, en favor de la respetabilidad burguesa y el puritanismo gálico, a la participación del cuerpo en la búsqueda del espíritu. En la India, al igual que en el Islam, los cantos, los ritmos y la danza son ejercicios espirituales. Pero sólo hay pequeños rincones en nuestra tradición que han ilustrado, mediante este permiso para utilizar el cuerpo, que el espíritu puede liberarase mejor, un hecho que se hace claramente manifiesto cuando estudiamos la historia de las religiones orientales.

La religión como sistema de creencias es un tipo de religión profundamente diferente, y es la que ha sido más importante en occidente. Los dos tipos de religión -la religión del conocimiento directo de lo divino y la religión del sistema de creencias- han coexistido en occidente, pero los mísitcos siempre han sido una minoría en medio de las religiones manipuladoras de símbolos, y la relación ha sido de una simbiosis bastante incómoda. Los miembros de la religión oficial siempre han considerado a los místicos como personas difíciles y problemáticas. Han llegado a hacer incluso juegos de palabras con el nombre, llamando al misticismo ‘misty-shism’ (misty=neblinoso, shism=ismo) -una doctrina antinómica y brumosa, que no se cierne fácilmente a la autoridad. Por otro lado los místicos no han hablado exactamente con sorna -no sienten esto- sino con tristeza y compasión por aquellos que estan entregados a la religión simbólica, porque sienten que la búsqueda y la manipulación de símbolos es simplemente incapaz, por la naturaleza de las cosas, de conseguir lo que consideran el fín supremo, la unión con Dios. William Blake, que era esencialmente un místico, era capaz de expresarse en términos bastante violentos sobre aquellos con los que no estaba de acuerdo. Tiene un pequeño pareado donde dice, ‘acércate, mi niño, dime lo que ves ahí’ -y el niño responde, ‘un loco enredado en una onda religiosa’.

Dentro de la tradición cristiana occidental, los místicos han disfrutado de una postura tolerante mediante la perpetuación, en una época temprana de la evolución cristiana, de lo que se llama un fraude pio. Alrededor del siglo sexto apareció una serie de volúmenes neoplatónicos cristianos bajo el nombre de Dionisio el Areopagita, que fue el primer discípulo de San Pablo en Atenas. Estos volúmenes fueron considerados casi como de valor apostólico, en tanto que Dionisio fue el primer discípulo de San Pablo. De hecho los libros fueron escritos bien al final de siglo quinto o principios del sexto en Siria. El desconocido autor simplemente firmó en ellos con el nombre de Dionisio Areopagita para darles mayor cobertura entre sus contemporáneos. El era un neoplatonista que había adoptado el cristianismo y que combinaba la doctrina de la filosofía neoplatónica y prácticas del éxtasis con doctrinas cristianas. El fraude pio tuvo un gran éxito. El libro fue traducido al latín en el siglo noveno por el filósofo Escoto Erigena, y de ahí se introdujo en la tradicion de la Iglesia occidental y actuó como una especie de refugio y garantía para la minoría mística dentro de la Iglesia. No fue hasta hace poco que el fraude fue reconocido por lo que era. Mientras tanto, en uno de los extraños e irónicos sucesos (quirk) de la historia, este curioso episodio de forgery jugó un papel muy importante y muy beneficioso en la tradicion cristiana occidental.

Tenemos que considerar ahora la relación existente entre la religión de la experiencia inmediata y la religión primariamente centrada en los símbolos. En este contexto hay un comentario muy iluminador de Abbot John Chapman, un monje benedictino que fue uno de los grandes directores espirituales del siglo veinte. Sus cartas espirituales son obras de gran interés; él era obviamente un hombre que había tenido un experiencia mística profunda y estaba capacitado para ayudar a los demás en la misma dirección. Comenta en una de sus cartas lo difícil que es reconciliar -no sólo unir- el misticismo y el cristianismo:

San Juan de la Cruz es como una esponja llena de cristianismo: lo puedes exprimir todo y la teoría mística permanece. Consecuentemente, durante quince años o así odié a San Juan de la Cruz y le llamaba budista. Amaba a Santa Teresa y la leía una y otra vez. Ella primero es cristiana, sólo luego es una mística. Luego me di cuenta de que había desaprovechado quince años en cuanto a orar se refiere.

Por ‘orar’ Abbot Chapman por supuesto no se refería a la oración de petición. El hablaba de lo que se llama la oración de la quietud, la oración de esperar ante el Señor en un estado de pasividad en alerta y permitiendo que los elementos más profundos de la mente suban a la superficie. Dionisio el Areopagita, en Teología Mística y otros de sus libros, había insistido una y otra vez en el hecho de que para conocer directamente a Dios, en vez de saber cosas sobre Dios, uno debe ir más allá de los símbolos y los conceptos. Estos son de hecho obstáculos, según Diosnisio, para la experiencia inmediata de lo divino. Se ha visto que esto es cierto empíricamente en todos los maestros espirituales, tanto en Oriente como en Occidente. Un asombroso ejemplo nos llega de los escritos de Jean Jacques Olier, quien fue un director espiritual my conocido del siglo diecisiete, un producto de las contrareformas y el renacimiento de la teología mística en Francia en la época de Luis XIII. Escribió: ‘la sagrada luz de la fe es tan pura que las iluminaciones especiales son impuras en comparación, incluso los pensamientos de los santos o de la Sagrada Virgen o de Jesucristo en Su Humanidad, son también obstáculos para la visión de Dios puro’. Esto parece, particularmente de un teólogo de la contrareforma, un comentario muy extraño y atrevido, aun así representa una clara reafirmación de lo que se había venido diciendo una y otra vez por los místicos del pasado. Lo que Olier llama ‘la visión de Dios puro’ es, psicológicamente hablando, la experiencia mística. Esto es una cosa, y la creencia en proposiciones sobre Dios, creencias en dogmas y afirmaciones teológicas y liturgias inspiradas en estas afirmaciones, es algo completamente diferente.

En este contexto, me gustaria citar las palabras de un teólogo dominicano contemporáneo, el Padre Victor White, que es un escritor particularmente interesante, ya que es a la vez un teólogo y psicoterapéuta que trabajó bastante con Jung, y que es bastante conocedor de las teorías y la práctica psicológica. Dice:

El concepto de Freud de la religión como una neurosis universal no está totalmente exenta de verdad y valor -una vez que hemos entendido su terminología. Debemos recordar que para él no sólo a religión, sino los sueños, las fantasías incontroladas, los deslices verbales y de escritura -cualquier cosa cercana a una idea irrealizable por la consciencia es de alguna manera anormal o patológico. (cf. Psicopatología de la vida diaria). Pero la teología también confirmará que la religión, en cuanto a sistema de credos y cultos externos, surge de la relativa inconsciencia del hombre, de su incomprensión y falta de armonía con la mente creativa detrás del universo, y de sus propios confictos y divisiones internas. Semejante religión, en lenguaje teológico, es el resultado de la caida del hombre desde la inocencia e integridad original, su alejamiento en este tierra de la visión Divina.

La religión de la experiencia directa de lo divino ha sido considerada como el privilegio de unos pocos. Yo personalmente no creo que esto sea necesariamente cierto. Creo que practicamente cualquier persona es capaz de la experiencia directa, siempre y cuando se embarque de la manera adecuada y esté preparado para hacer lo que es necesario. Simplemente hemos asumido que los místicos representan una pequeña minoría entre una inmensa mayoría que debe estar contenta con la religión de los credos, los símbolos, los libros sagrados, las liturgia y las organizaciones.

La creencia es una cuestión de suma importancia. Uno de los grandes bestseller en años recientes se llama ‘El Poder de la Creencia’. Este es un título muy bueno, porque la creencia es una inmensa fuente de poder. Tiene poder para el creyente mismo, y permite que la persona que cree ejerza poder sobre los demás. En cierto sentido, es algo mueve montañas. La creencia, como cualquier otra fuente de poder, puede ser utilizada para el mal y el bien. Hemos podido ver en nuestro propio tiempo el terrible espectáculo de Hitler a punto de conquistar el mundo entero gracias el poder de la creencia en algo que no solo era manifiestamente falso sino profundamente maligno.

Este hecho tremendo de la creencia, que constantemente está siendo cultivado por las religiones manipuladoras de símbolos, es esencialmente ambivalente. La consecuencia es que la religión, como sistema de creencias, siemre ha sido una fuerza ambivalente. Hace surgir de forma simultánea la humildad y lo que los poestas mediavales llaman el ‘prelado orgulloso’, el tirano eclesiástico. Da vida a las más altas formas artisticas y las más bajas formas de superstición. Enciende las llamas de la caridad y tambien enciende las llamas de la Inquisición y el fuego que quemó a Serveto en la Génova de Calvino. Da vida a San Francisco y Elizabeth Fry, pero también a Torquemada y Kramer y Springer, los autores del Melleus Maleficorum, el gran libro de cazadores de brujas publicado alrededor del mismo año en que Colón descubrió America. Da vida a George Fox, pero también al Arzobispo Laud. Esta tremenda fuerza de la religión como sistema teológico siempre ha sido ambivalente precisamente por la extraña naturaleza de la creencia misma y por la extraña capacidad del hombre, cuando se embarca en sus especulaciones filosóficas, de llegar a las más extrañas y fantásticas respuestas.

Los mitos, en su totalidad, han sido mucho menos peligrosos que los sistemas teológicos porque son menos precisos y tienen menos pretensiones. Donde hay sistemas teologicos se pretende que estas proposiciones sobre los sucesos ocurridos en el pasado y en el futuro y la estructura del universo son absolutamentes ciertas; en consecuencia, cualquier negativa a aceptarlas se considera como una rebelión contra Dios, merecedora del castigo más severo. Y vemos que de hecho estos sistemas, a modo de dato histórico, han sido utilizados como justificación para prácticamente todo acto de agresión y expansión imperialista. Apenas hay un solo caso en la historia de crímen a gran escala que no se halla cometido en el nombre de Dios. Esto fue resumido hace muchos siglos en el hexámetro de Lucrecio: ‘Tantum religio potuit suadere lamorum (tales horribles crímenes fue capaz la religion de persuadir al hombre a cometer). Debería haber añadido, ‘Tantum religio potuit suadere bonorum’ (tales grandes beneficios tambien pudo persuadir a cometer) e todas formas, se ha tenido que pagar lo bueno con una enorme cantidad de lo malo.

Esta cualidad de la religión como sistema de símbolos teológicos para generar conflicto no solo ha traido jihads y cruzadas entre religiónes, también ha producido una enorme cantidad de fricciones internas dentro de la misma religión. El odium theologicum es notorio por su virulencia, y las guerras religiosas del siglo dieciseis y diecisiete fueron de un grado de ferocidad que supera la credulidad. En este contexto pienso que deberíamos recordar que estamos acostumbrados ahora a decir, ‘O, la maldad que ha traido al mundo el naturalismo filosófico’ -pero a modo de dato histórico, el supernaturalismo ha traido lal mundo a misma cantidad de maldad o incluso más. No debemos dejarnos llevar por este tipo de retórica.

Antes mencioné la extraordinaria capacidad de filósofos y teólogos para producir ideas fantásticas que luego dignifican con el nombre del dogma o la revelación. A modo de ejemplo me gustaría citar algunos hechos sobre una de las ideas fundamentales del cristianismo, la idea del expiación (atonement). La información que tengo aquí está basada en el excelete artículo, un largo ensayo sobre el tema, de la Enciclopedia de la Religión y la Etica de Hastings. El ensayo es del Dr. Adams Brown, que en una ocasión fue profesor de teología del Union Theological Seminary de Nueva York. Ha presentado la historia de esta doctrina de forma muy lúcida y la ha resumido muy cogently al final. Permitanme que haga un repaso rápido pues ilustra claramente los peligros de la religión manipuladora de símbolos.

En el periodo más temprano del cristianismo, la muerte de Cristo era considerada bien un sacrificio convenido comparable al sacrificio del cordero pascal del judaismo o como un rescate, exactamente comparable al precio pagado por un esclavo para obtener su libertad o el precio pagado por un prisionero de guerra para su liberación. Estas dos ideas aparecen en los evangelios. Mas tarde, en la teologia postevangélica aparecio la idea de que la muerte de Cristo fue una sangrienta expiación del pecado original. Esto estaba basado en la muy antigua idea de que cualquier acto maligno debía ser expiado mediante el sufrimiento por parte del pecador mismo o por parte de un sustituto del pecador. En el viejo testamento leemos que el pecado de David, al hacer un censo de su pueblo, fue castigado con una plaga que mató a setenta mil de los suyos pero no a él.

En tiempos patrísticos encontramos una profunda diferencia en relación a este tema entre los teólogos griegos y los latinos. Los teólogos griegos nos estaban principalmente preocupados por la muerte de Cristo, sino por la vida, la muerte era un mero incidente de la vida de Cristo. Su punto de vista de la expiación era que existía no para salvar al hombre de la culpa, sino para salvarle de la corrupción en la que había caido tras la caida de Adán y Eva. Por consiguiente, la vida era más importante que la muerte. Ireneo dice que Cristo vino y vivio la vida del hombre para que el hombre pudiese vivir una vida comparable a la suya -y que esta era la cualidad iberadora de la expiación.

Entre los padres latinos el énfasis era comletamente otro. Aquí la idea era que el hombre era redimido, no primariamente de la corrupción, sino de la culpa. Era redimido del castigo infligido por el pecado de Adán. Donde los teólogos griegos consideraban a Dios como Espíritu Absoluto, los teólgos latinos consideraban a Dios como gobernador y legislador, con la mente de un hombre de leyes romano (su teología tiende a aparecer en términos legales). La doctrina evolucionó lentamente, pero tenemos en San Agustín un contínuo énfasis en el horror del pecado original y en la idea de que la culpa es heredada de forma completa por todos los miembros de la raza humana, de tal forma que un niño no bautizado debe necesariamente ir al infierno.

Esta visión fue desarrollándose a lo largo de los siglos, y hubo un largo periodo de debate sobre la cuestión del rescate. ¿A quién se pagaba el rescate de la muerte de Cristo? Había muchos teólogos que insistían en que el rescate era pagado a Satán, que Dios había entregado el mundo a Satán pero que deseaba obtenerlo de nuevo y debía pagar este enorme precio a Satán por el privilelgio. Por otro lado, había teólogos que insistían en que el rescate se pagaba para satisfacer el honor de Dios. Dios había sido infinitamente ofendido, y la única reparación para una ofensa infinita era una infinita satisfacción, la muerte del Dios-hombre, Cristo.

Fue este último punto de vista el que prevaleció en la doctrina más o menos oficial formulada por San Anselmo en el siglo XII. Anselmo dijo que la muerte de esta Persona infinita produjo un incremento de satisfacción, que constituyó una especie de fondo de méritos que podría ser utilizado para la absolución de los pecados. Fue en base a esta doctrina que la iglesia medieval aumentó su práctica de vender indulgencias, lo cual llevó en su tiempo a la Reforma.

En la Reforma encontramos a Calvino, que pensaba que la justicia retributiva era una parte esencial del caracter de Dios y que Cristo, de hecho, cargaba con el castigo del que el hombre era merecedor. ‘El Cristo’ estas fueron las palabras que utilizó, ‘llevó la carga de la ira Divina… y experimentó todos los signos de un Dios enojado y vengador’. Estos puntos de vista fueron modificados por los arminios, los socinios y por Hugo Grotius en los siglos dieciséis y diecisiete, y han dado lugar gradualmente a una visión más ética y espiritual en el protestantismo moderno.

Ahora me gustaría citar el pasage en el que el profesor Adams Brown resume esta tan extraña historia:

El caracter expiatorio de la muerte de Cristo se ve ahora en su calidad penal como sufrimiento, ahora en su caracter ético como obediencia. Se respresenta ahora como un rescate para redimir al hombre de Satán, ahora como una satisfacción debido al honor de Dios, ahora como una pena necesaria por Su justicia. Su necesidad esta basada ahora en la naturaleza de las cosas y, de nuevo, se explica como el resultado de un acuerdo debido al mero buen placer de Dios o por responder a su sentido de adecuación. La manera en que sus beneficios son transferidos al hombre es a veces considerada de forma mística como en la teología mística del Sacramento; otras veces de forma legal, como en la fórmula protestante de la imputación; y, otra vez, moral y espiritualmente, como en las modernas teorías de protestantismo reciente. Encontrando diferencias tan extremas, uno bien podría estar tentado a preguntarse, con algunas críticas recientes, si de verdad tenemos aqui un elemento esencial de la doctrina cristiana, o simplemente la supervivencia de ideas primitivas cuya presencia en sistema cristiano constituyen una perplejidad más que una ayuda a la fe. Pero las diferencias aquí discutidas no son mayores que en el caso de cualquier otra doctrina cristiana.

Las razones de estas diferencias deben encontrarse en las diferencias fundamentales de la concepción del hombre sobre Dios y Su relación con el mundo. Donde se considera a Dios como Espíritu Absoluto la expiación se ve como la veían los teólogos griegos; en la teología del catolicismo romano y el protestantismo temprano, Dios se concibe primariamente como gobernador y juez y la fraseología legal parece la expresión natural de la fe religiosa; cuando las doctrinas éticas salen a primer plano, como en la moderna concepción de la expiación, se utilia una especie de lenguaje ético y espiritual. Esta confusión indica muy claramente las extraordinarias dificultades que encontramos cuando nos embarcamos en una teologización sistemática de la experiencia en conceptos y términos simbólicos. Las ventajas que ciertamente surgen de una expresión teológica concisa me parecen desfasadas por las enormes desventajas que la historia de la religión organizada pone en evidencia.

¿Cuál ha sido actitud del proponente de la religión como experiencia inmediata frente a la religi´ón expresada en términos simbólicos? El Maestro Eckhart, uno de los grandes místicos de la Edad Media, lo expresa de forma extrema: “¿Por qué hablas de Dios? Cualquier cosa que digas de El no es verdad.” Aqui tenemos que que hacer una corta disgresión sobre el uso de la palabra “verdad” en la literatura religiosa. La palabra “verdad” se usa al menos en tres sentidos diferentes. Se usa como sinónimo de Realidad cuando decimos “Dios es la Verdad”, queriendo decir que Dios es el Hecho Primordial. Se utiliza en el sentido de experiencia inmediata, como en el cuarto Evangelio, donde se dice que Dios debe ser venerado “en Espíritu y en Verdad” (Juan 4:24), queriendo decir con una aprehensión inmediata de la Realidad Divina. Finalmente, se usa en el sentido común de la palabra, como correspondencia entre proposiciones simbólicas y los hechos a los que se refiere. Eckhart era teólogo así como místico y no hubiera negado que la verdad en el tercer sentido fuese en cierto grado posible en la teología. El hubiera dicho que ciertas proposiciones teológicas son ciertamente más verdaderas que otras. Pero hubiera negado que hubiese cualquier posibilidad de alcanzar el fín último del hombre -la unión con Dios- mediante la manipulación de símbolos teológicos.

Esta insistencia en la ineficacia de la religión simbólica para el propósito último de la unión con Dios ha sido puesta de manifiesto por todas las religiones orientales. Lo encontramos en la literatura hinduista, en la literatura del budismo Mahayana, en el taoismo, etc. Hui-neng dice que el Buda nunca ha predicado la verdad, viendo que uno debe encontrarla por sí mismo en su interior, y que lo que se sabe de las enseñanzas de Buda no son las enseñanzas del Buda, que tienen que ser una experiencia interior. Luego nos encontramos con una cuestión paradójica: ¿Cuál es la enseñanza última del Buda? No lo entederás hasta que lo tengas’. El autor continúa diciendo: ‘No sean tan ignorante como para confundir el dedo que apunta con la luna a la que estas apuntando’, y dice que el hábito de imaginar que el dedo que apunta es la luna condena todos los esfuerzos por alcanzar la unidad con la Realidad al fracaso total. Había incluso maestros Zen que prescribían a cualquiera que utilizase la palabra ‘Buda’ un lavado de boca con jabón por estar tan alejado del objetivo de la experiencia inmediata.

Esta ha sido la actitud habitual de los místicos en cualquier época, pero sobre todo en Oriente, donde la filosofía ha sido en cierto sentido profundamente diferente a la filosofía occidental. La filosofía oriental siempre ha sido lo que podría llamar una especie de operacionalismo trascendental; comienza con alguien haciendo algo con el yo, y luego, con la experiencia adquirida, prosigue con la especulación y la teorización sobre el significado de la experiencia. En contraste, demasiado frecuentemente la filosofía occidental, sobre la filosofía occidental moderna, es pura especulación basada en conocimiento teórico que termina únicamente en conclusiones teóricas. Sin embargo, ha habido muchas excepciones a esta regla en Occidente, sobre todo entre los místicos, quienes han insisitdo con la misma fuerza que sus homólogos orientales en la necesidad de la experiencia directa y en la ineficacia de los símbolos y el pensamiento discursivo habitual. San Juan de la Cruz dice categóricamente, ‘Nada de lo que la imaginación pueda concebir o el entendimiento comprender es o puede ser, en esta vida, un medio aproximado de unión con Dios’.

La misma idea es expresada por el gran místico anglicano del siglo dieciocho, William Law:

Encontrar o conocer a Dios en realidad mediante pruebas externas o mediante cualquier cosa que no sea Dios mismo hecho manifiesto y auto-evidente a usted, nunca será el caso aquí o allá. Porque ni Dios, ni el cielo, ni el infierno, ni el diablo, ni la carne, pueden ser conocibles en usted o por usted sino su misma existencia y manifestación en usted. Y cualquier pretendido conocimiento de cualquiera de estas cosas, más allá y sin esta sensibilidad auto-evidente de su nacimiento en su interior, es sólo un conocimiento de ellos semejante al que tiene un ciego de la luz que nunca a entrado en él.

¿Qué es la experiencia mística? Yo lo tomo como un esencialmente estar atento y, mientras la experiencia dura, estar identificado con una forma de conciencia pura, una conciencia transpersonal inestructurada que se encuentra, por decirlo de una manera, más arriba en el curso de la conciencia discursiva ordinaria de cada día. Es una conciencia no egóica, una especie de conciencia sin forma y sin tiempo que parece subyacer a la conciencia del ego separado en el tiempo.

¿Por qué debe considerarse valiosa este tipo de conciencia? Creo que por dos razones. Primero, es considerada valiosa por la auto-evidente sensibilidad de valores. Como diría William Law, es intrínsecamente valiosa, tal y como la experiencia de la belleza es intrínsecamente valiosa, sino que mucho más. Segundo, es valiosa porque siendo una cuestion de experiencia empírica trae consigo cambios en el pensamiento, el caracter y el sentimiento que el experimentador y aquellos a su alrededor consideran como manifiestamente deseables. Hace posible un sentimiento de unidad y solidaridad con el mundo. Trae la posibilidad de ese tipo de amor y compasión sin prejuicios que tanto se enfatiza en los evangelios, donde Cristo dice, ‘Judge not thta ye not be judged’ (Mateo 7:1). Santa Catalina de Siena, en su lecho de muerte, remarcó este punto con gran fuerza: ‘Por ninguna razón deberemos juzgar la acción de las criaturas o sus motivos. Incluso cuando veamos que es un pecado no debemos juzgarlo, sino tener compasión sagrada y sincera y ofrecérsela a Dios con oración humidle y devota’.

El místico es capaz de este tipo de vida. Es capaz de entender orgánicamente frases tan portentosas, que para la persona ordinaria on tan difíciles de entender, como ‘Dios es Amor’ (1 Juan 4:8) y ‘Aunque me slay, yo confiaré en e´l’ (Job 13:15).

Hay otros frutos de la experiencia mística. Hay ciertamente una superación del miedo a la muerte, una convicción de que el alma se hecho idéntica con el Principio Absoluto que se expresa en cada momento en su totalidad. Hay una aceptación del sufrimiento y un deseo pasional por aliviar el sufrimiento de los demás. Hay una combinación de lo que los budistas llaman Prajnaparamita, que es el conocimiento de la otra orilla, con Mahakaruna, que es la compasión universal. Como dice Eckhart, lo que se toma en contemplación se devuelve en amor. Este es el valor de la experiencia. En lo que a teología se refiere, esto es profundamente sencillo y se resume en las tres palabras que están en la base de virtualmente toda la religión y filosofía India: ‘Tat Twam asi’ (Tu eres eso), en el sentido de que la parte más profunda del alma es idéntica a la naturaleza divina, que el Atman, el alma profunda, es lo mismo que Brahman, el Principio Universal, o, en palabras de Eckhart, que la base del alma es la base del Godhead, Es la idea de la luz interior, la scintilla animae (chispa del alma); los escolásticos tenían un nombre técnico pero esto, la ‘sindéresis’.

Ahora, brevemente, debo abordar la manera en que se alcanzan estos estados. Se ha repetido constantemente que la manera no consiste en la actividad mental y el razonamiento discursivo; consiste en lo que Roger Fry, hablando sobre arte, solía llamar ‘pasividad alerta’, o lo que el moderno místico americano, el gran maestro de la lectura al mundo Frank Laubach, ha llamado ‘sensitiviad determinada’. Tu no haces nada, pero estas determinadamente sensibilizado para permitir que algo suceda dentro de ti. Esto ha sido expresado por algunos de los grandes maestros de la vida espiritual en Occidente. San Francisco de Sales, escribiendo a su alumna Santa Juana Chantal, dice, ‘Me dice que no haces nada en la oración. Pero, ¿qué es lo que quieres hacer en la oración, excepto presentar tu ningunismo a Dios? Y Santa Juana Chantal escribe en una de las cartas:

Su (de Dios) bondad me betow este método de devoción que consiste en behold y darme cuenta de su divina presencia, en la que me sentí absolutamente perdida, absorvida, y en paz con él. Y esta gracia ha sido continuada en mi, aunque por mi falta de fe me he opuesto bastante a ella; permitiendo que entrasen en mi mente temores de mi inutilidad en esta condición, de modo que desaenado hacer algo por mi parte lo eché todo a perder.

Esta actitud de los maestros de la oración es, en un análisis final, la misma que aquella recomendada por el profesor de cualquier habilidad psicofísica. El hombre que te enseña a jugar al golf o al tenis, tu maestro de canto o piano, te dirá la misma cosa: de alguna manera debes combinar la actividad con la relajación, debes deshacerte del yugo del yo personal para permitir que este yo profundo dentro de tí, con el que estás interfirendo, surja y lleve a cabo sus milagros.

En cierto sentido uno puede decir que lo que estamos haciendo todo el rato es tratar de introducirnos en nuestra propia luz. Nuestros yoes superficiales eclipsan nuestros yoes profundos y no dejan que esta fuerza luminosa, que es un hecho imparcial en nuestro interior, lo atraviese. En efecto, toda la técnica de proficiencia en todo campo, incluyendo est forma superior de proficciencia espiritual, es un proceso de des-eclipsar, un proceso de salir de nuestra propia luz. Por supuesto, uno no tiene que formular este proceso en térmios teológicos, Yo mismo creo que el yo profundo dentro de nosotros es de alguna forma contínuo con la mente del universo o como quiera llamarlo. Pero como digo, no tiene porque aceptarlo necesariamente.

Vemos que no hay conflicto entre el abordaje místico y el científico, porque uno por misticismo no está comprometido a ningun pronunciamento tajante sobre la estructura del universo. Puedes practicar el misticismo enteramente en términos psicológicos, y en base a un agnosticismo total en relación a las ideas conceptuales de la reigión ortodoxa, y aun asi llegar al conociiento -la gnosis- y los frutos del conocimiento serán los frutos del espíritu: amor, goce, paz y la capacidad para ayudar a los demás. Y como dijo Cristo en el evangelio, ‘El arbol es conocido por sus frutos’ (Mateo 12:33).

Un expediente abierto

En la entrada anterior había citado el postulado de Aleister Crowley que establece que los demonios de la Goetia son partes de nuestro cerebro, es decir las partes no integradas que corresponden a lo reprimido, ó no conocido de nuestro ser. Sin embargo está afirmación tomada en forma literal nos lleva a la conclusión de que en realidad los Dioses, Ángeles, Demonios, etc. vendrían siendo la representación animada de nuestras aspiraciones y miedos. A partir de éste punto se desarrollo durante el siglo XX una corriente “sicologizante” de la Magia que veía a los rituales como forma de psicodramas encaminados a la liberación de los conflictos internos.
Crowley no fue el único en configurar esta línea de pensamiento, Dion Fortune psicóloga de profesión estaba interesada en integrar esta disciplina con el esoterismo y más delante Israel Regardie, discípulo de Crowley que después de su rompimiento con el mago inglés fue protegido durante una temporada de Fortune se familiarizó con las corrientes sicoanalíticas clásicas y con la escuela Jungiana, aunque al final de su vida se decantó por las terapias y cuerpo conceptual de Wilhelm Reich. No estoy tratando de decir que estos autores negaran la realidad de un mundo espiritual, sino que a partir de ellos algunos de sus discípulos si lo hicieron.
En realidad esoterismo y sicología nunca estuvieron divorciados, en las escuelas Cabalísticas clásicas se encuentran contenidos los postulados de una suerte de psicoanálisis con una división de las funciones intelectuales e instintivas y una guía para el desarrollo de una personalidad equilibrada y sería interesante determinar hasta que punto Sigmund Freud se vio influenciado por el pensamiento místico judío.
Ahora bien ¿la magia es solo una forma arcaica de terapia? ¿Es por ejemplo el culto a Isis únicamente la sublimación de nuestra necesidad de una madre nutriente de la que nos vemos separados en cierta etapa de la infancia?
Desde el punto de vista Hermético todo el universo es el resultado de una misma corriente que forma y anima cada manifestación de vida y materia y sostiene los distintos planos de realidad. Su comprensión se encuentra más allá de las capacidades humanas, aunque podemos elaborar a partir de un punto acerca de su naturaleza. El caso es que al reflexionar en el orden universal aparecen centros energéticos que actúan de manera más o menos homogénea lo que parece concederles independencia y propósito en relación al resto del conjunto. Estas “fuerzas inteligentes”, por llamarlas de alguna manera son aspectos diferenciados de la primera manifestación que se desdoblan en niveles cada vez más densos desde lo más abstracto ó espiritual hasta llegar a lo denso formando una jerarquía de seres enlazados de acuerdo a su naturaleza y funciones. Esto nos da una jerarquía del tipo, el rey manda a sus generales, que ordenan a sus capitanes, que transmiten a sus soldados que ejecutan la orden y aunque el propósito sea uno, en cada nivel hay cierto grado de adaptación a las circunstancias determinado por los factores del medio y la interacción con otras fuerzas. Así que influir en algún lugar del sistema es para el Mago participar en el resultado final.
Aunque más allá del grado de influencia que como humanos podemos tener en la manifestación de las cosas; la entrada se trata de reflexionar hasta que punto cada nivel de realidad es el resultado del concurso de fuerzas conscientes de sí mismas. Es evidente la existencia de dichas fuerzas, hay elementos creadores, destructores, aglutinadores; fuerzas expansivas, constrictivas y equilibrantes. En otras palabras los antiguos no inventaron los Dioses a capricho, sino que personificaron el concurso de fenómenos que observaban que para ellos se manifestaban como seres con personalidad propia.
De acuerdo a Denning y Phillips autores pertenecientes a la orden Aurum Solis la explicación cabalística sería la siguiente.

Cuando la luz de la emanación del mundo de Atziluth, penetra el mundo de Briah, ilumina la sala celestial de tronos -Merkabah-. Allí residen los arcángeles, dioses y diosas venerados por los hombres, que se reúnen para prestarle forma a la luz y de esa manera darle cuerpo a la manifestación. Hay que recordar que Briah nos habla de un lugar de ideas puras, valores espirituales. Cuando un grupo humano establece contacto con una de éstas formas como un ser diferenciado, se establece el vínculo entre el devoto y su objeto de adoración, a partir de ese momento el Dios/Diosa recibe cada vez más vida por el doble proceso de extraer energía de Atziliut y Assiah.

Es decir la personalidad de un ser espiritual está determinada tanto por la naturaleza a la que responde como por la conceptualización que de él hacen sus devotos. Esto explicaría el hecho de que a pesar de que se pueden establecer comparaciones entre los panteones de Dioses –v.gr. Afrodita tiene la misma naturaleza que el Arcángel Haniel- estos no necesariamente se manifiestan de la misma manera. (Los Dioses egipcios son elegantes, los griegos sensuales, la jerarquía cabalística no tiene elementos oscuros en su naturaleza, etc.).
Ahora bien ¿los seres espirituales existen y son conscientes? Algunos de los miembros de la Goldendawn, quizá para apaciguar el conflicto que les causaba una educación judeo-cristiana, en algún momento recurrieron a una suerte de relativismo alrededor del tema al afirmar que “En las invocaciones que hacemos encontramos que los Dioses se comportan como si en realidad existieran” Una posición en extremo pragmática, que no negaba ni afirmaba la existencia del mundo divino/demoníaco, pero si se valía del aparato conceptual religioso que les heredaba la tradición hermética.
En realidad la cuestión es un expediente abierto y cada uno en su conciencia lo tiene que resolver. Para terminar, y volviendo al postulado de Crowley, efectivamente los demonios de la Goetia son partes de nuestro cerebro y se corresponden con el material del inconsciente. Pero esto no implica que no tengan una realidad externa al operador; hay que recordar lo que decían al respecto los sacerdotes egipcios. “No hay nada en mí que no pertenezca a los Dioses” que entre otras implicaciones nos indica que si podemos traer a nuestra conciencia una realidad es porque ésta ya se encuentra contenida en nosotros.

García Márquez Un señor muy viejo con unas alas enormes

García Márquez

Fragmento

La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.

Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.

El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena.

Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.

El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas.

Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco. Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla.

Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.

¿Cómo es la cuestión de Dios, el “Yo Soy” y la Metafísica?, Clomro

En mi Archivo Público en Internet, entre fines de 2003 e inicios de 2004 me encontraba reformulando conceptos sobre Dios y nosotros, que, escritos por mí en 1997 y habiendo quedado tal cual en el Informe Clomro-1, merecían una actualización. Ésta fue efectuada en el link: www.geocities.com/clomro/Preguntas2.htm

¿Cómo es la cuestión de Dios, el “Yo Soy” y la Metafísica?

Cioran se refería al demiurgo como ese dios malo, y no al Dios propiamente dicho. Pero la gente suele confundir al uno con el otro, y en última instancia es el verdadero, el superior, el inocente de lo aquí ocurrido, el que recibe los reproches humanos. “¡Dios hijo de puta!”, “¡Me cago en Dios puto!”, frases habituales de recriminación y queja salidas de tantas bocas, muchas de ellas de autodenominados “católicos” (¡bonita forma de manifestar el catolicismo!). Así se dirigen al de más arriba, creyendo que Él tiene algo que ver con los problemas humanos, e ignorando que el destinatario de los reproches debería ser un autodenominado “Dios” muy lejano de serlo. Estaba más cerca, se había manifestado (personalmente, o a través de alguno de sus agentes) ante Moisés, había condenado a los judíos a milenios de calamidades y a ser factor de crisis en el Próximo y Medio Oriente, para lo cual ese Dios impostor usó a Mahoma para armar un culto que sirviera para antinomias en la región; antes había usado a Jesús para armar un culto cuyo brazo evangelizador barrería con los nativos de todo un continente, luego de sumir en el oscurantismo a Europa. Ése era el Dios autoproclamado como tal -a falta del verdadero para desenmascararlo-, que el mundo sigue adorando con distintos nombres, pese a siglos de demostraciones de que todas las religiones que armó han conspirado contra la unión de la humanidad. Mientras el Dios verdadero, jamás inspiraría la creación de religiones para que nos dirijamos a Él, pues nos puso al amor como vía infalible de comunión con el Todo, haciendo innecesaria cualquier doctrina, rito o adoración, porque con amor es suficiente. Incluso es más digno de nuestra adoración (si algo hubiera que adorar) que el mismísimo Creador Absoluto, porque mientras hasta Él tiene su propia sombra, el amor es lo único que nos queda (y que le queda) como valor supremo a seguir. Conciente de sus propias miserias, hasta el propio Creador tiene al amor como lo supremo que hasta Él mismo debe adorar, al igual que nosotros. Por lo tanto, adoremos lo mismo que Él, y no a Él, y así estaremos con Él. “Hay que pensar en Dios, pronunciar el nombre de Dios para revertir la negatividad en el mundo”, decía un adepto a Sai Baba. Mientras tanto, como Dios no pensaba en sí mismo, sino en el amor, el discípulo de Sai y los que siguieron su consejo no estaban pensando al unísono con Dios (por pensar tanto en Dios y en el nombre de Dios y no en el amor, se es capaz de llegar a una “Guerra Santa”, “en nombre de Dios”). Pensemos al unísono con Dios, pensemos en el amor y no en Él, y estaremos con Él en el mismo pensamiento.

He dicho que somos “dioses”, pero no “Dios”. Que no somos “parte de Dios”, sino emanaciones de Él. Que, como tales, somos autónomos. Que, para ser autónomos, no podemos ser teleguiados por quien nos emanó; que no podemos estar bajo observación suya, que no puede Él saber lo que vamos o no vamos a hacer. Que la omnipotencia y la omnisciencia no pueden existir. Que lo que existe es un Creador que, desde su ámbito de acción y expansión como energía, nos emanó hacia espacios donde, para que pudiéramos ser por nosotros mismos, debía “no estar Él”. Podía, eso sí, disponer de una cadena de mandos a través de la cual conectarse con nosotros, y podían jerarquías intermediarias fallar o sabotear las comunicaciones, de manera que los conflictos universales no serían otra cosa que interferencias de este tipo. Pero no podía ese Creador tenernos bajo vigilancia directa, si lo que quería era nuestra propia iniciativa y libre albedrío.
Me opuse a admitir que nosotros fuéramos “presencia divina”, porque si somos -como afirmo- “esencia divina”, disponemos del poder suficiente para no necesitar la presencia de quien nos creó. Somos “dioses”, autosuficientes, omnipotentes en nuestra propia realidad, que no necesitamos ninguna omnipotencia externa a nosotros. Por lo tanto, eso de que “Dios está presente a través de nosotros”, lo califiqué como incorrecto, desde el punto de vista de que quien nos emanó, no quiso estar presente en nuestro devenir: quiso darnos la libertad absoluta para que seamos por nosotros mismos, manteniéndose ausente para no asfixiar, invadiéndonos, nuestro propio despliegue.
Ahora bien, aquí vienen las aclaraciones. Conforme al conocimiento cósmico que me fue revelado en 1983, no somos emanaciones de ese Dios, sino de un Creador Universal, que es uno de millones entre Creadores de Universos. Todos ellos, emanados de un Creador que TAMPOCO es Dios, sino que fue, en su momento, emanado también (la cadena de Creadores es larga). Cuando me referí a que no somos “presencia divina”, quise significar que el Creador Universal es ése que nos emanó y que se declaró en “ausencia divina” para que fuéramos autosuficientes al no contar con su paternalismo. Pero tanto nosotros como ese Creador y sus hermanos Creadores de otros Universos, todos somos de la misma “esencia divina” de un Dios omnipresente. Ése sí que es omnipresente, no el Creador Universal que nos emanó. Yo tuve que explicar las cosas a mi manera, porque suele confundirse al Dios Absoluto con nuestro pequeño Creador de nuestro pequeño Universo. Era necesario que el paternalismo de ese Creador fuera desvinculado de nuestra autónoma existencia, situándolo “fuera” de nuestra temporalidad y espacio. Por lo tanto, nosotros no podríamos ser “presencia” suya, sino a lo sumo esencia de Él y del Dios Absoluto.
Ahora bien, ese Dios absoluto, ¿está ausente de nuestro existir, como lo está el Padre Universal? Quizá cuando se dice “Dios es amor”, lo que se quiere decir es que “el Padre Universal es amor”. Porque el Dios Absoluto, a diferencia del “Dios-Padre Universal, no es amor: es amor y lo opuesto del amor también, porque por algo es “Absoluto”: porque es el TODO. Él es la Totalidad de lo “bueno y lo malo”. Él es los dioses y los demonios. Él es todos los tiempos y lo que no tiene tiempo. Todos los espacios y el no-espacio. Él es como una mente en la cual Padres e hijos Universales somos como personajes de un sueño. Él es Él y sus personajes de sus “sueños”. Él y sus circunstancias son ese TODO. No hay un Dios separado de la mínima partícula de la Creación: esa partícula es Él también.
El problema de la “separación” no se da entre ese Dios y lo creado, sino entre creaturas y Creadores. Estamos separados no ilusoriamente, sino temporal y espacialmente, de nuestro Creador Universal. Pero ni él ni nosotros estamos separados del TODO, es decir, del Dios Absoluto. Nuestro Creador desde su plano, nosotros desde el nuestro, estamos todos conectados al Todo, aunque las partes no puedan ser conscientes de estar conectadas todas con todas entre sí. Esa no-consciencia es lo que hace a la no-presencia. Pero cuando, por ejemplo, en la metafísica dicen “Yo Soy presencia divina”, habría que mentalizar la presencia del Absoluto, no del Creador Universal. Incluso, menos todavía la presencia del creador inmediato, que fue el autor del mundo, que nada tuvo que ver con el Creador del Universo, y hay gente que confunde al uno con el otro y luego invoca un “Yo Soy” que termina siendo sinónimo de “Yo no sé ni qué carajo soy, pero me la creo”.
Por eso propuse que, en vez de invocar la “presencia divina”, activáramos la “esencia divina” que somos, evocando nuestro recuerdo guardado de cuando fuimos emanados como entes autónomos, enviados a un tiempo-espacio sin “presencia divina” (sin ningún Creador vigilante) donde nuestra esencia divina pudiera ser autosuficiente, en lugar de que recurriéramos a las invocaciones de fuerzas “Superiores” ajenas a nosotros.
Pero dando un avance que seguramente a muchos les resultará aceptable, propongo un “Yo Soy presencia divina” que se mentalice pensando en el Absoluto que está en todas las cosas, y no en ese Creador Universal (y mucho menos el autor material del mundo). No pensarse como presencia de un Creador Universal que de presente no tiene nada. No pensarse como una presencia de un supuesto Padre Universal involucrado en nuestra existencia o en el drama del mundo: hagamos a ese Creador a un lado de todo lo que aquí ha sucedido y sucede. No seamos paternalistas. Conectémonos con el TODO; un todo para el cual no hay bien y mal, no hay premio ni castigo, no hay intervención ni interferencia sobre mundos en error, porque ese TODO es tanto lo acertado como lo equivocado que ocurra en los mundos. “Yo Soy presencia de la luz y de la oscuridad”, deberían aclarar en la metafísica, sin que nadie se asuste. De hecho, en la gnosis, la masonería, en las escuelas iniciáticas de Egipto, así era la idea del Ser y la vida. Es mentira que ser “presencia divina” sea nada más que la presencia de la luz y del amor; divinidad es el TODO, con sus luminarias y sus pobrezas.
Pronunciar un “Yo Soy luz, Yo Soy Amor”, es la hipocresía de una metafísica que sabe muy bien que, además de eso, “Yo Soy la basura cósmica personificada”. Y que, por lo tanto, la autoafirmación de lo que se es, en ese “Yo Soy”, implica la afirmación de nuestra propia sombra. Preferible, entonces, es no afirmar nada, no invocar nada que conlleve la bipolaridad, cuando lo que estamos queriendo hacer dentro de nuestra dualidad enferma, es activar SÓLO nuestra polaridad POSITIVA. En tal caso, la “presencia divina” sería lo último a lo que deberíamos recurrir, porque de ella se derivaría una buena dosis de negatividad contenida en la misma esencia de la divinidad. Si dijéramos “Yo Soy Amor, Yo soy Luz”, para autoafirmarnos sólo en eso y no dar lugar al egoísmo y la oscuridad, fallaríamos de todos modos, porque negar al opuesto negativo afirmando lo positivo es hacerlo presente tácitamente.
De ahí que todas estas afirmaciones resulten inefectivas para lo que se pretende. Y de ahí que sea conveniente, en vez de afirmar esas cosas, asumir el hecho de que nuestra esencia y presencia divina guardan la potencialidad de lo negativo, y por lo tanto no cometer la imbecilidad de creerse que “Yo soy Amor”, “Yo soy Luz”; una forma vanidosa de no asumir que yo también soy lo opuesto de eso. Mejor callarse la boca y mentalizar: Yo Soy la luz y la oscuridad en potencia, y busco mi equilibrio”, o alguna cosa así, a ver qué pasa… (y no sé qué podrá pasar, no les garantizo que funcione, pero el Yo Soy les garantizo que no está funcionando para nada, y si no, vean de dónde salen esos egos de los metafísicos).

Siete formas de ser como el tío Lolo, que se hacía tonto solo

Siete formas de ser como el tío Lolo, que se hacía tonto solo

Primero: tratar de trasladar el peso de la prueba a los escépticos. Esto es falaz, porque quien presenta una hipótesis es quien debe demostrarla, no al revés. Si alguien dice que Fulanito Descerebradito puede hacer algo maravilloso (doblar metales con la mente, predecir el futuro, conversar con extraterrestres, teletransportarse) debe demostrarlo satisfactoriamente. El que afirma, debe probar, el que afirma cosas maravillosas (fantasmas, extraterrestres, visión del futuro) debe dar pruebas igualmente maravillosas, no fotos y grabaciones dudosas, relatos lisérgicos y “predicciones” simplotas que cualquiera puede hacer.

Segundo: acudir a que los fenómenos “no los pueden reproducir los escépticos”. Este argumento es especialmente bobo. Yo no sé cómo hace el mago Yunke su ilusión de cortarle la cabeza a la nena que lo ayuda, pero no porque yo no pueda reproducirlo voy a creer que “hace magia de verdad”.

Tercero: saltarse a la torera la demostración de los hechos para tratar de discutir su “explicación” de manera delirante. Basta echar un ojo a cualquier manual de los especialistas en dar gato por liebre para encontrar docenas de explicaciones de cada taradez suya, haciendo que el lector (víctima) olvide que nadie ha podido demostrar la existencia del fenómeno en cuestión. Es como debatir el tipo sanguíneo de las hadas o el nombre del sastre de Astérix.

Cuarto: hacer el blanco móvil. Si alguien ofrece un misterio y se pone en duda, se apresura a ofrecer otro y otro, y otro, complicando el escenario para que nadie se dé cuenta de que todavía sigue sin demostrarse que el primer “misterio” no fuera un embuste. Así, un sacaplata superprofesional como el supuesto “contactado” Billy Meier empezó diciendo que tomaba fotos de platos volantes (se encontraron los modelos en su garaje), luego de extraterrestres (lástima que una “extraterrestre” fotografiada era una cantante conocida, por mucho que la desafocó), luego los filmaba (colgados de un palito), luego resultó que además viajaba en los platillos volantes y, lo último, ahora viaja en el tiempo (como prueba ofrece una foto de San Francisco después de un ataque nuclear, lástima que es la foto de un dibujo de un artista para ilustrar un artículo sobre el tema en la revista Geo años antes de la “foto” de Meier). Y entonces, en vez de centrarnos en que sus fotos no son pruebas de nada, se nos cuenta algo tan oriental como que le ha tomado una foto a Cristo cuando viajó en el tiempo.

Quinto: diversificarse (variación del 4). Habiendo dinero y “prestigio” (por fraudulento que fuere) en tantas áreas, los charlatanes surgen de una especialidad y al cabo de pocos años están metidos en muchas de las demás formas de desplumamiento de incautos. Con esto, además, pueden mover el blanco con más eficacia, por ejemplo, al ser cuestionados sobre sus fantasmas salir con un rollete sobre ovnis que hace todo diálogo imposible.

Sexto: desprestigiar al crítico. Quienes han tenido la mínima formación en lógica saben que ésta es una falacia de argumentación llamada argumento ad hominem, y que demuestra una mente poco ducha en la discusión racional (descubrimiento asombroso).

Séptimo: el insulto, la ofensa y acusaciones más o menos veladas. Cuando pierden los estribos y asumen su personalidad real (la de fanáticos babeantes, acefálicos y desprovistos de toda ética) resultan sumamente divertidos. Quedan totalmente desnudos en su ruin bajeza, la que antes de ese momento ocultaban bajo un manto de “espiritualidad”, “iluminación”, “sabiduría ancestral (o extraterrestre, o astral)” , “desarrollo mental”, “relación con energías preternaturales maravillosas” y demás inventos engañabobos. (Por cierto, es cuando llegan a esto cuando los irracionales vendedores de abono disfrazado de alimento kármico acaban ante un juez explicando sus acciones y afirmaciones difamatorias.)

El bibliocausto nazi por Fernando Báez (*)

El bibliocausto nazi
por Fernando Báez (*)

Todos, en algún momento dado, deben haber oído hablar del Holocausto Judío, nombre dado a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero conviene advertir, y eso desde el inicio, que este genocidio tuvo su equivalente. También hubo un Bibliocausto, donde 100 millones de libros fueron destruidos directa o indirectamente por el mismo régimen. Entender cómo se gestó puede permitirnos comprender cuanta razón tenía Heinrich Heine cuando escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): […]donde los libros son quemados, al final también son quemados los hombres[…]. La destrucción de libros de 1933 fue, a mi juicio, apenas un prólogo a la matanza siguiente. Las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios. Y esto merece una reflexión detenida, porque se trata de un acontecimiento que marcó para siempre la vida de millones de hombres y va a continuar como uno de los hitos más siniestros de la historia.
El comienzo de esta barbarie tiene fecha: el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la llamada República de Weimar, en Alemania, Paul Ludwig Hans Anton Von Beneckendorff Und Von Hindenburg (1847-1934), designó a Adolfo Hitler como canciller. Trataba de reconocer así la inestable mayoría de este iracundo político; viejo y cortés, Hindenburg ignoró lo que sobrevino casi de inmediato: un período político y militar conocido posteriormente como El Tercer Reich (El Tercer imperio). Hitler, quien había sido cabo en el ejército, frustrado pintor, gestor de fracasado golpe de Estado en 1923, utilizó una estrategia de intimidación contra los judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. No era, como puede pensarse ligeramente, un loco, sino la voz más visible de una idiosincracia germana totalitaria.
El 4 de febrero, la Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y definió los nuevos esquemas de confiscación de cualquier material considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El 28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado, legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones controladas, el Partido de Hitler, conocido como Partido Nazi, obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y se decretó oficialmente el nacimiento del Tercer Reich.
Alemania, obviamente, estaba transformando sus instituciones después de la terrible derrota sufrida durante la I Guerra Mundial. Hitler, quien no era alemán, fue considerado como el un estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva, y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia, no obstante, estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran fanáticos, pero el segundo fue quien convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían ejecutando, y logró su designación al frente de un nuevo órgano del Estado, el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración de Pueblo y para la Propaganda).
Goebbels estaba consciente de sus ideas, y Hitler le dio carta blanca. Tenía una fe absoluta en su amigo, así como buenas razones para creer ciegamente en sus aciertos. Goebbels, quien no había ingresado al Ejército por ser patizambo, se había doctorado como Filólogo, en 1922, en la Universidad de Heidelberg, donde fue profesor Friedrich Hegel en el siglo XIX. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos marxistas y de todo lo escrito que existiera contra la burguesía. Admiraba a Friedrich Nietzsche, recitaba poemas de memoria, y, escribía textos dramáticos y ensayos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación, como lo dijo muchas veces, y ya con el cargo de Ministro, en 1933, reunió un equipo de trabajo para redactar la Ley Relativa al Gobierno del Estado, sancionada el 7 de abril de ese año. Indudablemente, ahora tenía un control absoluto sobre la educación y fomentó un cambio total en las escuelas y universidades. El 8 de abril se envió un memorando a las Organizaciones Estudiantiles Nazis, en el cual se proponía la destrucción de aquellas obras consideradas peligrosas en las bibliotecas de Alemania. De todos modos, ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, se quemaron libros en Schillerplatz, en un lugar llamado Kaiserslautern. El primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y en Rathausvorplatz.
Algo terrible se gestó entonces. Una especie de fervor inusitado que estaba limitado por la presión internacional europea, despertó entre los estudiantes e intelectuales alemanes. Un odio manejado por osadas ráfagas de propaganda se extendió en las aulas, y el resultado no se hizo esperar. El 11 de abril, en Düsseldorf, se destruyeron libros de contenido comunista y judío. Algunos de los más importantes filósofos alemanes, sin ser obligados a ello, como Martin Heidegger, adhirieron las ideas de Goebbels. En abril, Heidegger fue designado Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo se hizo miembro del NSDAP, lo cual indica que debió recitar el siniestro juramento de esa organización.
El 2 de mayo, en la Gewerkschaftshaus de Leipzig, se destruyeron textos, pero fue realmente el 5 de mayo de 1933 cuando empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia fueron a la biblioteca, y en medio de lágrimas y risas, recogieron todos los libros de autores judíos o de procedencia judía. Horas más tarde, los quemaron. Estaba bastante claro que esa era la vía elegida para mandar un mensaje al mundo entero. Y los actos así lo probaron.
Los estudiantes estaban frenéticos. El día 6, del mismo mes, la juventud del Partido Nazi y miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels, indetenible, preparaba reuniones todas las noches porque se había decidido iniciar un gran acto de desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, se propuso el 10 de mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de libros.
El 10 de mayo fue un día agitado desde temprano. Miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes se agolparon en la biblioteca de la Universidad Wilhelm Von Humboldt y comenzaron a recoger todos los libros prohibidos por el régimen. Había una euforia inesperada, fluctuante. Finalmente, los libros, junto con los que se habían obtenido en otros centros, como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de obras sobrepasaba los 25.000. Pronto, se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos empezaron a cantar un himno que causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue fulminante: Contra la clase materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida. Marx, Kautsky .
La hoguera ya estaba encendida. Tal vez nadie podía creer lo que pasaba, pero una de las capitales más cultas del mundo, donde se encontraban algunas de las más importantes universidades europeas, fue el centro de una de las quemas de libros más impresionante de la época. Joseph Goebbels, quien dirigía todas las acciones, levantó la voz y después de saludar con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema: La época extremista del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba, sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo[…]
«Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida[…]
«Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable[…]
«Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[…]
«El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones[…]
Los cantos entonces prosiguieron y al final de cada estrofa se aplicó la medida de arrojar los libros de aquellos autores mencionados:
Contra la decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en la familia y en la propiedad.
Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner
Contra el pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y al Estado.
F.W. Foerster.
Contra el desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por la nobleza del alma humana.
Escuela de Freud.
Contra la distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras históricas. Por el respeto a nuestro pasado.
Emil Ludwig, Werner Hegemann.
Contra los periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación responsable para reconstruir la nación.
Theodor Wolff, Georg Bernhard.
Contra la deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por la educación de la nación en el espíritu del poder militar.
E.M. Remarque
Contra la arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa pertenencia del Pueblo.
Alfred Kerr
Contra la impudicia y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad alemana.
Tucholsky, Ossietzky
La operación, cuyas características se habían mantenido en secreto hasta ese instante, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo, hubo una quema de libros en numerosas ciudades alemanas. La lista de quemas incluyó varias ciudades y fue casi simultánea para causar pánico: Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz se incineraron cientos de escritos.
Y, como si se tratara de una avalancha, Goebbels insistió en continuar con estas quemas de libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, se eliminaron libros en Erlangen Schloßplatz, en la Universitätsplatz de Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se decidió repetir el acto. El 17 de ese mes, la Universitätsplatz, de Heidelberg se conmovió cuando hasta los niños participaron en estas acciones. También el 17 se volvió a utilizar la Jubiläumsplatz, en Heidelberg, para las quemas. Hubo otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en la ciudad de Karlsruhe.
El 19 de mayo, Hitler estaba totalmente emocionado. Y Goebbels, seguro de los efectos de este éxito, pidió a los jóvenes no detenerse. El mismo 19, el horror se mantuvo en el Museo Fridericanum, en Kassel, y en la Meßplatz, de Mannheim. El 21 de junio, en tres regiones se quemaron libros. Por una parte, estaba Darmstadt, en cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, Essen y la mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.
El impacto producido por las quemas de mayo 1933 fue enorme. Sigmund Freud, cuyos libros fueron seleccionados para ser destruidos, dijo irónicamente a un periodista que semejante hoguera era un avance en la historia humana:
En la Edad Media ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros[…]
Freud, por descuido, tal vez, olvidó en su broma que él hubiera sido quemado en un horno si se hubiese quedado en Alemania.
Varios grupos intelectuales marcharon en Nueva York contra estas medidas . La revista Newsweek no vaciló en hablar de un “holocausto de libros” y la revista Time utilizó por primera vez el término de “bibliocausto”. Los japoneses, impresionados, condenaron los ataques. El repudio, en suma, fue total.
No obstante, según el ensayista W. Jütte , el rechazo no evitó que se destruyeran todas las obras de más de 5.500 autores. Los principales textos de los más destacados representantes de inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad. La Comisión para la reconstrucción cultural judeo-europea, estableció que en 1933 había 469 colecciones de libros judíos, con más de 3.307.000 volúmenes distribuidas de modo irregular. En Polonia, por ejemplo, había 251 bibliotecas con 1.650.000 libros; en Alemania, 55 bibliotecas con 422.000 libros; en la Unión Soviética, 7 bibliotecas con 332.000 libros; en Holanda, 17 bibliotecas con 74.000 libros; en Rumania había 25 bibliotecas con 69.000 libros; en Lituania había 19 bibliotecas con 67.000 libros; y en Checoslovaquia había 8 bibliotecas con 58.000 libros. Al finalizar la II Guerra Mundial, no quedó ni la cuarta parte de estos textos. Los libros judíos eran considerados “enemigos del pueblo” y estaban visiblemente prohibidos. Entre 1941 y 1943, los dueños de las colecciones eran deportados y sus bibliotecas confiscadas. Un informe confidencial del erudito Ernst Grumach revela que la Gestapo convirtió en pulpa de papel cientos de obras para poder sacar folletos y revistas propagandísticas . Las colecciones judaicas de Polonia y Viena se quemaron en un incendio en las oficinas de la Reichssicherheitshauptamt (Oficina Central de Seguridad del Reich), ocurrido entre el 22 y 23 de noviembre de 1943.
En Polonia, los Brenn-Kommandos acabaron con las sinagogas judías y prendieron fuego a la Gran Biblioteca Talmúdica del Seminario Teológico Judío de Lublín. Un informe nazi sobre este hecho se conserva: Para nosotros es motivo de especial orgullo destruir la Academia Talmúdica, conocida como una de las más grandes de Polonia[…]Nosotros sacamos la notable biblioteca talmúdica fuera del edificio y colocamos los libros en el mercado, donde les prendimos fuego. El fuego demoró veinte horas[…]
Desde 1939, no hubo una semana en la cual no se produjese un ataque contra una biblioteca o museo polaco. La Biblioteca Raczynsky, la Biblioteca de la Sociedad Científica y la Biblioteca de la Catedral (dotada con una renombrada colección de incunables), sufrieron quemas devastadoras. La biblioteca Nacional de Varsovia, en octubre de 1944, fue destruida con tal saña que se quemaron 700.000 libros. Esto no es todo: la biblioteca militar, con 350.000 obras, fue arrasada. Cuando los alemanes abandonaban el país, quemaron los archivos de la Biblioteca Pública de Varsovia. La Biblioteca Tecnológica de la Universidad de Varsovia, con 78.000 libros, fue atacada y destruida en 1944. A duras penas, los bibliófilos rescataron 3.850 títulos unos años después.
La persecución afectó al matemático Waclaw Sierpinski (1882-1969), famoso por haber resuelto un problema planteado por Gauss y por haber escrito libros ininteligibles como La teoría de los números irracionales (1910). En 1944, los nazis, preocupados por sus hallazgos, arrasaron su biblioteca y la de otros colegas suyos. Según los expertos, unos 15.000.000 de libros desaparecieron en Polonia. Entre 1938 y 1945, el ejército alemán, inspirado por el mito de una raza pura con textos sagrados, invadió también Checoslovaquia. Casi de inmediato, las bibliotecas de la zona de Sudetenland sufrieron saqueos y numerosos ataques además de quemas públicas de libros.
La biblioteca Nacional de la Universidad de Praga fue severamente dañada y al menos 25.000 libros desaparecieron. Todos los volúmenes de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Naturales fueron destruidos. Al final de la ocupación, ya no existían 2.000.000 de obras y clásicos como la Biblia Eslava y siete códices preciosos pertenecientes a la biblioteca de Jan Hodejovsky, quedaron en cenizas .
Hitler, por su parte, no distrajo jamás su afecto por Goebbels y le perdonó todo, hasta sus reiterados deslices con prostitutas judías. El día de su suicidio, en 1945, lo nombró Canciller del Reich. Y Goebbels, aceptó este honor, pero por unas horas. Casi como si se tratara de una simetría perversa, el 1 de mayo, el mes de la gran quema de libros, acabó con todos sus hijos, mató a su esposa, y luego, no sin esbozar una sonrisa de triunfo y alzar la mano celebrando al Führer, se dio muerte .
Poco después, y agrego este comentario irónico a modo de final, los libros de la biblioteca personal de Hitler fueron encontrados en una mina de sal cerca de Berchtesgaden por un grupo de soldados de la División 101. De una colección de más de 16000 libros, quedaban 3000 libros, pero algunos más fueron robados y los otros destruidos debido a los datos que contenían, y el resto, unos 1200, fueron transferidos a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en enero de 1952, y desde entonces permanecen allí. Lo interesante de este hallazgo fue que nos permitió saber que Hitler era lector voraz, un bibliófilo preocupado por las ediciones antiguas, por Arthur Schopenhauer, y una devoción entera por Magie: Geschichte, Theorie, Praxis (1923) de Ernst Schertel, obra en la que todavía se puede encontrar subrayado de su puño y letra la frase:
Quien no lleva dentro de sí las semillas de lo demoníaco nunca dará nacimiento a un nuevo mundo
Esta frase curiosa, sesgada, resaltada, puede ser la que explique el horror descrito en este capítulo.

El don de la ebriedad

Es público y notorio que a ninguno de nuestros contemporáneos se le ocurriría entender la alteración de la conciencia como algo más que un divertimento para el consumo. A lo sumo algunos intelectuales un poco locos y ya en los márgenes de lo socialmente correcto se han ocupado de este tema. Pienso en Nietzsche, un Benjamin, un Jünger, un Huxley, un Evola…

Lo cierto es que el signo de los tiempos nos muestra la ebriedad con resonancias degradadas y degradantes. Capas enteras de la población se encuentran enganchados a ansiolíticos o antidepresivos. Otras sustancias, peor tratadas por el poder farmacrático, son entregadas al mercado negro e introducidas en la espiral de la marginalidad a mayor gloria del capital financiero. Tanto en un caso cómo otro se persigue lo mismo. Alterar la conciencia para horas así escapar por unas pocas horas a las miserias de una rutina psíquica en exceso interferida por las codificantes y masificadoras sociedades modernas. Por lo que se refiere a las propias sustancias, en su inconsciencia, se ven arrojadas a una u otra categoría de manera bastante arbitraria.

Así las cosas, la pauta de consumo que determina la legalidad o ilegalidad de la sustancia construye la relación con la misma y, por tanto, la peligrosidad de la droga, y es que las sustancias no son tan inconscientes como parece. El resultado es un consolidado escenario donde las divergencias acerca de los psicoactivos y su prohibición no son más que parte de¡ decorado. No me cabe duda alguna de que nuestro cruzado-paladín Gonzalo Robles y Lou Reed cantando a la heroína son dos caras de la misma moneda, marionetas del mismo escenario, muy necesitadas la una de la otra. Solo un irracional consumo compulsivo, socialmente problemático, legitima una política de prohibición tan irracional como la que hoy se practica. Sólo la prohibición construye ese delirio de consumo donde cualquier efecto, sin distingo alguno, es siempre el deseado.

Vista así, la relación de nuestros contemporáneos con la ebriedad, es de las más desoladoras de toda la historia. No es de extrañar, ya que los inmensos y titánicos despliegues de poder de nuestro tiempo exigen un hombre pequeño frágil y moldeable, como engranaje de la inmensa maquinaria de la que todos formamos parte. Existe mucha propaganda contraria a la ebriedad, y una gran incriminación pública de los embriagantes, pero la realidad es que nunca se había dado en toda la historia un consumo tan extendido y masivo de alteradores de la conciencia. La hipocresía y la idiocia son extremas, la ignorancia acerca de la ebriedad también. Antes ya apunté el enganche masivo y creciente a ansiolíticos y antidepresivos. Por otro lado el pararritual pseudorrebelde que constituye la ingesta compulsiva de sustancias, sin discriminación ni arte alguno, y la reducción de la ebriedad a un objeto de consumo más, sólo deja el saldo de que con la ebriedad no se puede jugar. Esta siempre pasa su factura. Sus viejas cuentas pueden llegar lejos y hondo.

ORIGEN Y CATARSIS

Toda alteración de la conciencia implica un verse de otra manera, un emerger de nuestros déficits, apegos y dependencias. Toda ebriedad puede ser fuente de la mayor de las delicias, pero al tiempo puede ser no más que puro escapismo y asidero, exclusiva huida hacia adelante. Son muchas las culturas que han elaborado complejos saberes y desarrollado detalladas técnicas acerca de la ebriedad. Todas ellas eran conscientes de aquello que la ebriedad conjuraba, espacios donde uno no puede sino perderse, como quien se pierde en el mar y lo infinito, para constatar la propia mortalidad y limitud… o, acaso, la propia destrucción. Asuntos estos muy delicados por apuntar a esos puentes que, rebasando la propia individualidad, devenida puro artificio, indican lo sagrado y eterno, es decir, aquello que no es mortal ni perecedero. Dicha ebriedad tradicionalmente encontraba diferentes catalizadores, el uso de sustancias u otras técnicas de éxtasis como la repetición de mantras, los ritmos de respiración, la danza o la música. Todos estos procedimientos tenían como objetivo la ruptura de la rutina psíquica y sus resortes sempiternos. Las culturas no modernas conocían bien la inmensa fuente de sabiduría, poder y placer que esta salida consciente de uno mismo depara. De hecho, la etimología de éxtasis alude a la salida o viaje fuera de uno mismo. Estos viáticos constituían experiencias donde el propio distanciamiento con nuestros hábitos psíquicos corrientes otorgaba llaves y revelaba como constructo lo que era tal, limpiando así el ojo de nuestra consciencia que dejaba atrás los lastres que arrastra nuestra particular representaci6n del mundo. Elevar el tono general de nuestra experiencia de la vida y sanear nuestra propia naturaleza, limpiándola de polvo y paja, eran la recompensa al que transgredía los miedos de la propia muerte y limitud. A este respecto es curioso cómo las tradiciones chamánicas, la alquimia y la medicina tradicional otorgan una signicaci6n sanadora a la ebriedad. Vistas así las cosas, la ebriedad para los pueblos antiguos era un auténtico don, una de las bellas artes, que diría Antonio Escohotado, a cultivar no como objeto de consumo sino como auténtico viático para la alquimia y el conocimiento de uno mismo. La catarsis del espíritu era la recompensa, catarsis que resultaba de la aceptación del limite mortal que el hombre representa, del carácter evanescente de su individualidad más inmediata. Catarsis que encontraba su comienzo en la foto fija que de uno mismo ofrecía la ebriedad, para desde ahí amparar la intensificación de la propia naturaleza y la orientación de la misma de acuerdo a su arquetipo, naturaleza y eternidad. Todo esto tenía sus peligros, ya que ese viático necesariamente abisma, a aquel que lo emprende, al socavón de sus propias contradicciones y miedos. Al desvelamiento de los condicionamientos inconscientes de la conducta. Socavón que como constructo encuentra su aparente consistencia en la inconsistencia de nuestra propia individualidad, juego de hechicería negra, en palabras de Carlos Castaneda, por el cual nosotros mismos generamos el mundo que nos determina y maneja.

Algunos de los autores aludidos en el artículo

Antonio Escohotado

Aldous Huxley

Ernst Jünger

EBRIEDAD Y DESTRUCCIÓN

Toda ebriedad destruye. Aún en el mejor sentido. Si no, que se lo digan a quien se adentra en sus laberintos sin tomar las necesarias precauciones ni realizar ablución alguna. Un yonqui, un alcohólico, alguien atrapado por el barroquismo de su propio subconsciente en un trance visionario… Toda destrucción de lo que siempre fue efímero, construido y falso, puede ser el comienzo de un descubrir lo que siempre estuvo debajo de tanta paja y hojarasca psíquica. Nuestra cultura es completamente ignorante por lo que a la ebriedad se refiere. Por ello se generan esas dependencias y estragos que no hacen sino manifestar desajustes de la propia conciencia moderna. Si algo no permite nuestro precario modo de vida es la relativización del mismo, proclamar su carácter fugaz o incluso falaz, destapar que no somos lo que creemos ser, revelar que el flujo de nuestras aspiraciones, pensamientos, sugestiones, deseos y fobias no son más que hábitos sociales y constructos educacionales. De esas cosas, hoy en día, nadie quiere saber, y es eso precisamente lo que hace imposible el desarrollo de una cultura refinada acerca de la ebriedad.

Quisiera ilustrar esta apretada exposición con una cita de Martin Heidegger que muestra a la perfección la desafiante cifra de ese don que en la ebriedad reside: “La época sigue indigente no solamente porque Dios haya muerto, sino porque los mortales apenas conocen lo que tienen de mortal”. Siempre Heidegger, tan griego. Nuestros padres los griegos, maestros de la Tragedia, sabían que ésta siempre brinda una ocasión para la elevación. Aristóteles de manera muy explícita habla de esa catarsis de los sentimientos que procura la hermeneútica de lo trágico. Por todo ello, como dice Antonio Escohotado, “La ebriedad siempre será gratitud”.

SOBRE LO LÚDICO

La ebriedad integra, quizá como ningún otro escenario, momentos y usos estrictamente lúdicos. Desde luego, no deja de ser una luminosa directriz para el viaje. Es muy evidente que delicias de la misma son el placer, físico, estético o mental, y las sintonías personales que enmarca. No habiendo nada más sagrado que la alegría y la plenitud deL espíritu, lo lúdico se inserta como el necesario complemento de la catarsis que la ebriedad supone. Toda limpieza del propio dial lo primero que produce es una suerte de reconciliación con la vida y por ello la celebración de la misma. La ebriedad, limpia de polvo y paja, es acaso la fiesta y celebración por excelencia donde la propia libertad se goza y se agasaja. La ebriedad, en la alegría que ésta muestra, no entiende de nada que la ignore, ni de apropiamientos psíquicos de la misma, ni de pesanteces que interfieran su devenir inocente. Es sin por qué, como la rosa del poema de Sileslus. La entrega sincera a la misma abre escenarios donde la comunicación humana encuentra sintonías, siempre más allá de uno mismo. Son hermosos los momentos para la ebriedad en buena compañía, tiempo para la confianza, el festejo y la broma, donde la existencia y los seres que la pertenecen parecieran elevarse, quedando rotos los limes de la propia individualidad. Muy ajenas son a todo esto esas borracheras donde el genio de la sustancia ofrece al que no es capaz de dar la talla un habitar la ebriedad encerrado en sí mismo, cosificando la realidad, para convertirla, toda ella, en una innoble construcción, paranoica y proyectiva. Ese es el castigo de los dioses a los que no son capaces de compartir la alegría, de recibir lo lúdico, de contemplar el juego de la inocencia. Larga vida a Dionisos, el niño que juega y se mira en el espejo, Dios de la ebriedad.

BIBILIOGRAFIA

EL DIONISIO MODERNO Y LA FARMACIA UTOPICA; Enrique Ocaña
HASCHISCH; Walter Benjamin
LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN & CIELO E INFIERNO; Aldous Huxley
MUNDO INTERIOR, MUNDO EXTERIOR; Albert Hofmann
LAS PLANTAS DE LOS DIOSES; Albert Hofmann, Richard Evans Schultes
LSD; Albert Hofmann
CAMINO A ELEUSIS; Albert Hofmann, Gordon Wasson
HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS. Antonio Escohotado
ALUCINOGENOS Y CULTURA; Peter T. Furst
ENSEÑANZAS DE DON JUAN; Carlos Castaneda
VISITA A GODENHOLM; Ernst Jünger
ACERCAMIENTOS; Ernst Jünger
NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA; Fiedrich Nietzsche

En el pais de los ciegos

H. G. Wells
Abril 24, 2007

Fragmento

-Llevémoslo a que lo escuchen los ancianos. Y súbitamente lo empujaron hacia una puerta que daba entrada a una estancia totalmente oscura, en cuyo fondo brillaba débilmente un hornillo. La multitud se agolpó detrás de él, obstruyendo por completo la puerta; y antes que pudiera detenerse, Núñez tropezó con las piernas de un hombre que debía estar sentado, y sus brazos, al adelantarse en el movimiento instintivo de proteger el cuerpo en la caída, fueron a golpear un rostro en la sombra. Una interjección de cólera siguió al choque, y durante un momento trató de desasirse de las numerosas manos que lo aprisionaban. El combate era desigual y, comprendiéndolo, el viajero permaneció quieto y explicó: -Es que me he caído; como no se ve nada.

Sus palabras se desvanecieron en el silencio como si todos los seres invisibles en torno suyo se esforzaran en comprenderlo. La voz de su conocido Pedro fue la primera en elevarse.

-Está aún tan tierno que tropieza al andar y mezcla a cuanto dice sílabas sin sentido. Y otras voces dijeron también cosas que no entendió completamente. Al fin, en un intervalo del diálogo, preguntó:

-¿Puedo levantarme? prometo no hacerles mal. Después de una corta deliberación le consintieron levantarse. La voz de uno de los viejos inició un interrogatorio, y en poco tiempo Núñez expuso a los ancianos del país de los ciegos, sentados en la sombra, las maravillas del inmenso mundo: el cielo, las montañas, las flores… Mas ellos no quisieron aceptar ninguna de sus verdades, rechazándolas con obstinada incredulidad, que empezó a exasperar al guía. Ni siquiera comprendieron el sentido de gran número de sus palabras: separados por catorce generaciones del universo visible, cuantos vocablos tenían relación con el sentido abolido en ellos, habían desaparecido de su léxico; y los recuerdos de la vida externa se habían atenuado hasta convertirse primero en consejos infantiles y desaparecer al fin. El interés de aquellas gentes concluía en el cinturón de montañas que aprisionaba el valle; y los dos ciegos geniales nacidos en los primeros siglos de su aislamiento, comprendiendo que los vestigios de creencias y tradiciones heredadas de los primitivos colonos sembraban la duda y la incertidumbre en los espíritus, las reemplazaron con explicaciones que aunque ilusorias eran, sin embargo, más exactas para sus posibilidades de relacionarse con el mundo. Toda la parte de su poder imaginativo se había atrofiado con la pérdida de los ojos y, en cambio, nuevos dones adaptados a su oído y a su tacto habían surgido en ellos.

Lentamente, comprendió Núñez que era necio esperar que su origen y la superioridad indudable de ver, le granjearan respeto y estimación. Al ver rechazar sus tentativas de demostrar que veía, como si fueran balbuceos torpes de un ser recién nacido, se resignó; y mitad triste, mitad irónico, se dispuso a escuchar la lección de los ciegos sin rebatirla.

HERBERT GEORGE WELLS

Borat

De comparsa de Ali G a fenómeno mundial sólo hay un paso. O, más concretamente, una gran película.

Año 2005, MTV Europe Music Awards, Lisboa. Cientos de espectadores contemplan asombrados como un tío con pinta de ser menos cool que un chándal del Carrefour sube al escenario para presentar una gala de premios que, en teoría, debería ser el epítome de lo cool. Sólo unos pocos conocían el verdadero origen de Borat, uno de los personajes creados por el gigantesco cómico británico Sacha Baron Cohen para su reivindicable “Da Ali G Show” (2000-2003): falso reportero de Kazajstán con una inclinación natural (e inconsciente) hacia lo políticamente incorrectísimo, Borat es una de las creaciones cómicas más brillantes de los últimos tiempos, sobre todo cuando interactúa con unos entrevistados que no son conscientes de su verdadera naturaleza. Y es que las entrevis-tas son, como en el caso de Ali G y Bruno (el tercer personaje del programa), el quid de la cuestión: al hacerse pasar por un ser lleno de prejuicios, Cohen es capaz de sacar a relucir todos los prejuicios de la Norteamérica a la que se propone analizar.Añadir Anotación

Año 2006, MTV Europe Music Awards, Copenhague. El más bien soso presentador de este año, Justin Timberlake, empieza la función con una conexión vía satélite con Borat, que saluda a todos desde su Kazajstán natal. La mera aparición del reportero en las pan-tallas del escenario da como resultado la mayor ovación de la noche. ¿Qué ha ocurrido entre ambas galas? Pues, sencillamente, ha ocurrido “Borat”, la película (estreno el 17 de noviembre). La mejor comedia del año, y eso es algo de lo que podéis estar seguros.Añadir Anotación

Describir las numerosas proezas que Cohen y el director Larry Charles realizan en este falso documental es tan difícil como interpretar el himno de Kazajstán con un xilófono, así que quiero dejar clara una cosa desde el principio: si quieres reírte hasta que te em-piece a doler la cara, esta es tu película. Hay momentos en “Borat” que igualan el poder cómico de clásicos como “This Is Spinal Tap” o “El gran Lebowski”, y no hay duda de que está destinada a alcanzar su mismo estatus de cine de culto. El secreto de esta fór-mula de éxito es bastante sencillo: Cohen y Charles se atreven a llevar al personaje a sus últimas consecuencias, convirtiendo la película es una road movie absurda que no teme adentrarse en lugares en los que cualquier otro cómico actual no tendría las pelotas de meterse. Dispuesto a revelar la hipocresía de unos Estados Unidos cada vez más pareci-dos a ese Medio Oriente al que consideran su enemigo mortal, Borat cuenta chistes so-bre retrasados mentales, invita a una prostituta a una cena de lujo, pregunta en una ar-mería cuál es la mejor arma para matar a un judío y canta el himno de su país en un ro-deo del Sur profundo. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es que, en muchas ocasiones, sus entrevistados comparten al cien por cien la xenofobia del personaje, helándonos la carcajada en la garganta como pocas veces lo había hecho una película.Añadir Anotación

Provocadora, valiente, insultantemente divertida y tremendamente inteligente, “Borat” será la cinta que acabe de consolidar a Sacha Baron Cohen como uno de los cómicos más imprescindibles de ahora mismo. Gracias a una campaña de marketing internáutico que nada tiene que envidiar a la que desplegaron los responsables de “Snakes on a Pla-ne”, Borat se está convirtiendo en un auténtico fenómeno a nivel global: sus frases (“Haigh faive”, “Jagshemash”, “Sexy time”, “Liquid exposion”….) están empezando a entrar en el vocabulario popular y su inconfundible traje fue uno de los disfraces que más triunfó este Halloween. De momento, su creador ya está preparando una película sobre Bruno y ha fichado por Tim Burton para la adaptación al cine de la obra teatral “Sweeney Todd”, pero eso ya da un poco igual: con esta magistral película, Cohen se ha ganado el cielo. Un lugar en el que, como Borat se encargaría de recordarnos, no hay ni un solo judío.

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