El traumatismo de la conquista

El traumatismo de la conquista

Por Nathan Wachtel

En nuestra memoria colectiva, la aventura de los conquistadores evoca imágenes de triunfo, de riqueza y de gloria, y aparece como una epopeya. La historiografía occidental asocia el «descubrimiento de América» a los conceptos de «Renacimiento» y de «tiempos modernos»; la expedición de Colón coincide con la imagen de una nueva era. Pero se trata de una nueva era para Europa. Desde la perspectiva de los indios vencidos, la Conquista significa un final: la ruina de sus civilizaciones. Para «descubrir» realmente América, el historiador nacido en la sociedad de los vencedores debe despojarse de sus hábitos mentales y, en cierto modo, salirse de sí mismo. Preguntemos directamente entonces a las fuentes indígenas.

Derrotados, el choque psicológico sufrido por los indios no se reduce a la irrupción de lo desconocido; lo extraño de los españoles se manifiesta de acuerdo con una modalidad particular: la violencia. La derrota significa en todas partes la ruina de las antiguas tradiciones. Incluso los indios que prestaron su ayuda a los españoles con el fin de utilizarlos como instrumento al servicio de sus intereses políticos, vieron cómo en última instancia sus aliados se volvían contra ellos y les imponían la ley cristiana. Por tanto, los dioses mueren en todas partes. El traumatismo de la Conquista se define por una especie de «desposesión», un hundimiento del universo tradicional.

1. La violencia

Saqueos, masacres, incendios, es la experiencia del fin de un mundo. Pero se trata de un fin sangriento, de un mundo asesinado. Ningún comentario sabría expresar mejor el asombro de los indios que los propios textos indígenas. Escuchemos este canto nahuatl que con una asombrosa intensidad dramática evoca la caída de México.

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

Enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y en las paredes están salpicados los sesos.

Rojas están las aguas, están como teñidas,

y cuando las bebimos,

es como si bebiéramos agua de salitre.

La obsesión de la muerte, presente a lo largo de todo este canto, se profundiza a través del sentimiento de que un hecho irremediable ha herido a los indios en su destino colectivo; es su civilización lo que desaparece entre las lágrimas y la humareda:

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco

… ¿A dónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?

Ya abandonan la ciudad de México:

el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo…

Llorad, amigos míos,

tened entendido que con estos hechos

hemos perdido la nación mexicana.

2. La muerte de los dioses

En efecto, la derrota posee un alcance religioso y cósmico para los vencidos; significa que los dioses antiguos perdieron su potencia sobrenatural. Los aztecas se consideraban como el pueblo elegido de Huizilopochtli, dios solar de la guerra; tenían por destino someter a su ley a todos los pueblos que rodeaban México en las cuatro direcciones. En consecuencia, la caída de la ciudad implica algo infinitamente más grave que una derrota militar; con ella se cierra el reino del Sol. A partir de entonces la vida terrestre pierde todo sentido, y ya que los dioses están muertos, sólo les resta a los indios morir también:

¡Déjennos pues ya morir,

déjennos ya perecer,

puesto que ya nuestros dioses han muerto!

La evidencia de la muerte de los dioses aparece confirmada, después de la derrota, por la enseñanza que imparten los españoles. Estos pretenden llevar consigo el conocimiento del verdadero dios, destruyen impunemente templos y estatuas y revelan a los vencidos que hasta entonces se han limitado a adorar falsos ídolos. Toda la cultura azteca se encuentra repentinamente aniquilada. De ahí un sentimiento de confusión y como un grito de incredulidad:

Dijisteis

que no eran verdaderos nuestros dioses.

Nueva palabra es ésta,

la que habláis,

por ella estamos perturbados,

por ella estamos molestos.

Porque nuestros progenitores,

los que han sido, los que han vivido sobre la tierra,

no solían hablar así…

Y ahora, nosotros

¿destruiremos

la antigua regla de vida?…

No podemos estar tranquilos,

y ciertamente no creemos aún,

no lo tomamos por verdad,

(aun cuando) os ofendamos.

Los mayas conocen el mismo hundimiento del universo tradicional. El Chilam Balam, aunque caracterizado por fuertes influencias cristianas, afirma, sin embargo, que los antiguos dioses han existido realmente. Pero añade que eran mortales. Los antepasados los adoraron, pero la revelación de la verdadera fe ha puesto fin a su reino:

Aunque los antiguos dioses fuesen perecederos, eran dioses. Ha caducado ya el tiempo de su adoración. Han sido disipados por la bendición del señor del cielo, cuando se cumplió la redención del mundo, cuando resucitó el verdadero Dios, cuando bendijo los cielos y la tierra.

¡Vuestros dioses se han derrumbado, hombres mayas! ¡Los habéis adorado sin esperanza!.

El reino de los dioses se encuentra, por tanto, limitado en la duración. Los mayas elaboran una notable racionalización de la Conquista, fundada sobre la representación cíclica del tiempo. Es bien conocido el grado de exactitud del calendario maya. Las crónicas de la Conquista ejemplifican el mismo cuidado por la precisión temporal y anotan meticulosamente la fecha exacta de los acontecimientos. La llegada de los blancos marca el fin de un ciclo, mientras que por el mismo movimiento se abre un ciclo nuevo: destino ineluctable, inscrito en la sucesión de los Katun. En el mismo instante se confunden la muerte de los dioses antiguos y el nacimiento del Dios cristiano. El Chilam Balam asocia en una misma profecía el tema del comienzo y el del crepúsculo:

Onze Abau, primera fundación de la tierra por los blancos. El onze Ahau es el comienzo de la cuenta de los katuns…

¡Será para nosotros el crepúsculo cuando llegue!…

Amenazador es el aspecto del rostro de su Dios. Todo cuanto enseña, todo cuanto dice, es: «Vais a morir!».

La Conquista, «carga del Katun», aparece así grabada en el tiempo, contenida de alguna manera en el curso de los siglos. Ahora bien, esta interpretación temporal se duplica con imágenes espaciales, cuya figura nuclear resulta encarnada por el sol, divinidad esencial de la religión maya. La teoría de la Conquista se amplifica en una visión dramática que engloba el destino del universo:

Este es el rostro del katun, del trece Ahau. La faz del sol se romperá. Caerá desintegrándose sobre los dioses de ahora. El sol será mordido cinco días y esto será visto. He aquí la representación del trece Ahau.

Un signo que da Dios es el de que sucederá que muera el rey de este país.

Esto está en el origen de la Silla del segundo tiempo, del reino del segundo tiempo. Y es también la causa de nuestra muerte…

…¡Castrar al Sol! Esto es lo que han venido a hacer los extranjeros.

Imágenes de la caída y de la rotura del sol, fuente de toda la vida; temas de la agresión y de la castración; pruebas de la muerte, de los dioses y de los indios: la «revolución» del tiempo es vivida como una catástrofe absoluta. En este sentido, podemos decir que la Conquista provoca un verdadero traumatismo colectivo.

Sólo sobrevive el recuerdo de la civilización perdida; el traumatismo se prolonga después de la Conquista, en la nostalgia referida a las costumbres abandonadas. Esta nostalgia se experimenta cotidianamente al nivel elemental, tan importante entre los mayas, de la medida del tiempo. Es sorprendente observar cómo el Chilam Balam o el Memorial de Sololá insisten en conservar la antigua cronología de los katun, mientras la crónica de Chak Xulub Chen adopta el calendario cristiano; pero precisamente este último texto evoca con tristeza la tradición ya muerta, aquella que ordenaba erigir una estela cada veinte años para determinar el comienzo de cada katun:

Este año se terminó de nevar el katun; a saber, se terminó de poner en Pie la piedra pública que por cada veinte tunes que venían, se ponía en pie la Piedra pública antes de que llegaran los señores extranjeros, los españoles aquí, a la comarca. Desde que vinieron los españoles fue que no se hizo nunca más.

Con los katun desaparecen los puntos de referencia tanto materiales como espirituales, las representaciones espaciales y temporales. Hundimiento de una visión del mundo que llega incluso a sus categorías mentales más íntimas.

El Perú ejemplifica hechos análogos: la derrota se experimenta como una catástrofe de amplitud igualmente cósmica, pero con un matiz particular: aquí el choque coincide con la muerte del hijo del Sol, el Inca. Este asegura la mediación entre los dioses y los hombres, y es adorado como un dios: representa de alguna manera el centro carnal del universo, cuya armonía garantiza. Una vez asesinado este centro, desaparece el punto de referencia viviente del mundo, y es ese orden universal lo que resulta brutalmente destruido. He ahí la causa de que la elegía por la muerte de Atahualpa cante la participación de la naturaleza en el drama de la Conquista; la tierra se niega a devorar el cadáver del Inca, los precipicios y las rocas tiemblan y entonan cantos fúnebres; las lágrimas se reúnen en torrentes; el sol se oscurece; la luna, enferma, se encoge, y el tiempo mismo se reduce a un parpadeo.

Y todo y todos se esconden, desaparecen padeciendo.

Lo que la elegía describe es, entonces, el nacimiento de una especie de caos. Los elementos se rebelan y lloran; el mundo se retuerce sobre sí mismo; la duración se constriñe en un instante casi nulo; la noche se extiende, y una ausencia infinita envuelve a todas las cosas. Es como un vacío que se hace más profundo cada vez, como una nada que se abre y donde el universo se sume. Sólo resta el dolor.

3. Duelo y locura

Después de la muerte de los dioses, los españoles imponen su dominación a los indios. ¿Cómo interpretan éstos la nueva era que así comienza?

Los incas viven la dominación española —la ausencia del emperador— a la vez como martirio y como soledad. La elegía a la. muerte de Atahualpa los describe llorando y delirando, sin saber hada qué volverse. Porque la sombra que les protegía ha muerto se ven abrumados por el sentimiento de una falta que ninguna cosa puede colmar. Privados del padre que los guiaba, llevan ahora una :vida errante y dispersa, pisoteados por los extranjeros. Literalmente, ahora son sólo huérfanos oprimidos. De ahí el estado de duelo y frustración:

Con el martirio de la separación infinita el corazón se rompe.

Los indios suplican al Inca muerto que abra nuevamente sus ojos, que extienda nuevamente hacia ellos sus «manos magnánimas», a fin de restablecer entre ellos y el mundo la armonía perdida.

Entre los mayas, el recuerdo transmuta la época de la antigua civilización en una verdadera Edad de Oro, mientras que la dominación española se concibe como desencadenamiento de todos los males; el tiempo de los blancos es la inversión simétrica del tiempo de los antepasados. Este tiempo representaba el orden y la medida; una vez destruido, el presente sólo puede ser «tiempo loco».

Cuando pensamos en el papel fundamental del calendario en la cultura maya, el tema de la locura del tiempo reviste una fuerza asombrosa y no puede designar sino un caos absoluto. Por lo mismo, el Dios cristiano, aunque «verdadero», debe ser negado, pues enseña la mentira y el pecado; los españoles oprimen a los indios bajo el peso del tributo y los reducen a esclavitud; es la era del sufrimiento y la miseria, de la discordia y la guerra, de la enfermedad y de la muerte. En términos generales, no se trata tanto de una falta o de una ausencia —como entre los incas—, sino de una acumulación de elementos negativos. En la descripción de este mundo absurdo, los conceptos se encadenan con arreglo a parejas antinómicas, de manera que la oposición tiempo de la locura/tiempo de los antepasados recubre fisuras en todos los niveles: intelectuales, morales, sociales y biológicos.

Con todo, escapa a este análisis (como sucede con toda abstracción) la cualidad particular e insustituible de la historicidad concreta; hay un estilo original, una singularidad de lo vivido, que ninguna formulación puede explicitar completamente. Comprender la visión de los vencidos exige que nos impregnemos de toda la poesía y también de toda la violencia de los testimonios indígenas. Dejemos, pues, que los documentos sigan hablando; escuchemos la voz emocionante del Chilam Balam:

Entonces todo era bueno, y ellos (los dioses) fueron abatidos.

Había sabiduría en ellos… no había pecado entonces… había una santa devoción en ellos. Sanos vivían. No había enfermedad entonces; no había dolores de huesos, no había fiebres, no había viruela, no había ardor de pecho, no había dolor de vientre, no había enflaquecimiento. Sus cuerpos estaban entonces rectamente erguidos.

No es esto lo que han hecho los señores blancos cuando llegaron aquí. Han enseñado el miedo y han venido a mancillar las flores. Para que viviese su flor, han hundido y agotado la flor de los otros.

…Mancillada está la vida, y muere el corazón de las flores … falsos son Sus reyes, tiranos sobre sus tronos, avaros de sus flores… ¡Asaltantes de los días, ofensores de la noche, verdugos del mundo!…

No hay verdad en la palabra de los extranjeros.

Es solamente por causa del tiempo loco y por causa de los sacerdotes locos que la tristeza ha entrado en nosotros, que ha entrado en nosotros el cristianismo. Porque los muy cristianos han venido aquí con el dios verdadero; pero fue el comienzo de nuestra miseria, el comienzo del tributo, el comienzo del ayuno, la causa de la miseria de la cual ha surgido la discordia oculta, el comienzo de la expoliación, el comienzo de la esclavitud por deudas, el comienzo de las deudas colgadas a las espaldas, el comienzo de la disputa continua, el comienzo del sufrimiento.

Hemos descrito el traumatismo sufrido por los indios a través de los textos, es decir, de un modo bastante empírico. Sin duda, ese traumatismo podría ser definido en términos más rigurosamente psicoanalíticos. Los temas de la castración del Sol, del abandono por el padre, del duelo y la soledad nos llevan por esa vía. Sin embargo, no podemos aventurarnos a seguirla, al menos en este estadio del trabajo, por dos razones. Por una parte, la aplicación de los métodos psicoanalíticos a la historia, a pesar de las investigaciones actuales, se encuentra en un estadio embrionario, cuyos resultados son poco seguros. Por otra parte, una empresa semejante exigiría un análisis más detallado de las estructuras mentales propias de cada sociedad, cuando nosotros nos hemos limitado a sobrevolar la literatura indígena relativa a la Conquista en áreas culturales muy alejadas, desde México al Perú. Por tanto, en este capítulo nos proponíamos solamente una especie de toma de contacto con el problema, un descentramiento mental indispensable para comprender la visión de los vencidos. Nos bastará, pues, por el momento, haber evidenciado el hecho mismo del traumatismo, así como sus consecuencias. Los indios tienen la sensación de que su cultura ha muerto y experimentan una frustración particular, que corresponde a una verdadera «desposesión del mundo». Este traumatismo se perpetúa durante el período colonial, y hasta nuestros días, en la medida en que los indios continúan viviendo la dominación española como un estado inferior de sentimiento y humillación.

* Los vencidos: los indios del Perú frente a la conquista española,
Alianza editorial pp. 54-61.

la version del conquistador

Miguel Ángel Mendoza, Cuauhcoatl Tlahui,

No. 2, II/1996  Zemanauak Tlamachtiloyan 

Si la historia siempre la escriben los vencedores, obligadamente, siempre será falsa. En el frontispicio de la Biblioteca de la Universidad de Texas, en la ciudad de Austin, hay una leyenda grabada que dice: La historia se hace con documentos. Recomendamos a las autoridades de esa Universidad que agreguen: “sí, pero verídicos”, porque todas las bibliotecas del mundo están llenas de documentos falsos. Así nos lo hace saber el filósofo Maimónides (Córdoba, 1135, El Cairo, 1204) que dijo: “Los tontos han escrito cientos de libros banales y vacíos…, es error fatal creer que todo aquello que se lee en los libros se acepte como verdad, particularmente si los libros son antiguos. No veáis todo lo escrito como pruebas convincentes. El mentiroso miente con su pluma con la misma facilidad que con su lengua”.  La primera verdad axiomática que transmitimos a los asistentes a nuestros cursos permanentes de Cultura y Mentalidad Mexihca’ (Mexihca nemiliztli ihuan Mexihca ilnamiquiliztli) es ésta: “No todo lo que está impreso en letras de molde es cierto”.  Lo anterior, para prevenirlos de tomar a pie juntillas lo que alguien escribió por sí mismo o por encargo de alguna entidad que, incluso, financió la impresión y se ocupó de hacer circular la obra entre los sectores de la sociedad de su tiempo a quienes se deseaba o se desea influir.  En el caso del pasado de los pueblos de este Continente, invadidos, derrotados, saqueados, perseguidos hasta el exterminio, y los escasos sobrevivientes sometidos por el terror -nunca conquistados por España-, los hechos acontecieron con tanta velocidad y ferocidad que produjeron fenómenos sociales, políticos, económicos y aún psíquicos tan complejos que todavía en esta época desconciertan a los estudiosos que se abocan a ellos con la suficiente buena fe e independencia de criterio como para tratar de entenderlos y explicarlos coherentemente.  Si admitimos que toda cultura es un universo completo en sí mismo, tendremos que concluir que la nuestra posee una enorme riqueza, exuberancia y complejidad. Y si concebimos que la Historia no es el simple proceso de memorizar una retahíla de hechos, nombres, fechas, lugares, títulos de batallas, generalmente sacados fuera de contexto y que, de suyo, no explican nada, entonces podremos aspirar a poseer un sentido moderno de esa misma historia.  Sólo hasta ese momento podríamos sentirnos usufructuarios de la esencia más profunda de la historia: ser sujetos y no objetos del re-encuentro con las raíces más hondas de nuestro ser comunitario. Antes de llegar a esto deberemos cubrir estas etapas:

1. Obtener una percepción integral de nuestra cultura-madre que desde luego, no fue una cultura negada, como quieren algunos. No, la nuestra fue una cultura agredida, herida, casi asesinada. Y que si no hubiera sido por la “Ultima Consigna de Anáhuac”, dada a conocer por Cuauhtémoc, el último tlacatecuhtli de la Confederación de los Pueblos del Anáhuac que ordenó preservarla para los mexicanos del futuro, ahora no tendríamos nada.

2. Hacer la revisión crítica de los nueve grandes temas que integran toda cultura, pues hasta para negarla hay que conocerla primero. Acto seguido, revitalizar cada uno de los elementos de nuestro pasado remoto que nos fueron suprimidos sistemáticamente en la enseñanza de nuestra historia, pues aquí cobra vigencia la expresión del gran escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando sentencia: “Nos robaron nuestro pasado, nos hicieron casi imposible escribir, esto es, reconstruir, nuestra historia”.

3. El medio para lograr este re-encuentro será elaborar un método científico que nos permita abordar el estudio actualizado de esa misma historia nuestra. Aquí vale recordar la frase del filósofo contemporáneo Jorge Santayana, cuando dice: “Pueblo que olvida su pasado, está condenado a repetirlo”. Empero, en todos los historiadores y ensayistas se advierte la carencia de un método científico que reúna, mínimamente, los siguientes requerimientos:

a) Información, si no exhaustiva, sí suficiente
b) Veracidad en los datos
c) Una estructura ordenada
d) Claridad y sencillez en la exposición
e) Un sistema de cotejo cruzado y múltiple que permita otorgar credibilidad al conjunto y con ellos poder acercarse a la realidad histórica.

Usamos esta expresión realidad histórica porque la verdad es un valor absoluto y en un mundo totalmente relativo como éste, los absolutos no existen. En cambio, la realidad puede ser comprobada o comprobable y por tanto ésta sí existe. Por nuestra parte, al reconocer esta carencia tan generalizada, nos obligó a orientar nuestras actuaciones en dos direcciones:

a) elaborar dicho método científico
b) realizar una labor de destrucción de todos los mitos que infestan nuestra -tantas veces mencionada- historia.

Al efecto, hemos estructurado todo un sistema que incluye cinco instrumentos de conocimiento que se complementan entre sí, que son sencillos de aplicar y que satisfacen los requisitos antes mencionados, y que, en manos de estudiosos interesados en nuestra cultura-madre se convierten en cinco verdaderas armas de investigación y corroboración:

Documentos verídicos (indígenas). Códices (exclusivamente los anteriores a 1521), lienzos, monolitos, petroglifos y obras de arte.
Integración al contexto social, cultural, económico y político de la época.
Aportes de la tradición oral.
Análisis lingüístico.
Aplicación del sentido crítico.

En cuanto a la tarea de desmitificar nuestro acontecer remoto, tendremos que realizarla todos a la vez, pues es mayor que cualquier esfuerzo individual:

·        Revisaremos toda la falsa historia de Anáhuac.

·        ¿Cómo fueron escritos y publicados en el siglo XVI los libros que son considerados “fuentes históricas”?

·        El mito de las joyas de Isabel la Católica.

·        La misión secreta de Cristóbal Colón.

·        El verdadero nombre de América.

·        Aztlán o el error de considerar un solo origen mítico.

·        ¿Sacrificios humanos? ¿Antro- pofagia?

·        La deformada imagen de Motecuhzoma Xocoyotzin.

·        El falso nombre de Cuitlahuac.

·        Las “biografías”de Cuauhtémoc.

Todo lo anterior requiere de una paciente búsqueda, acuciosa investigación y un discernimiento apartado de los patrones culturales europeo- occidentales que, al ser impuestos a sangre y fuego desde el siglo XVI, han contaminado durante 500 años nuestro ser comunitario y han impedido que aflore nuestra verdadera identidad. Todavía están por ser escritos estudios profundos acerca de las formas vivas de la cultura. Aún esperan a la inteligencia penetrante y lúcida, a la percepción fulgurante y al talento ordenador que las presente como lo que son el rostro vivaz y la personalidad deslumbradora de todo un pueblo que le permita conocer su propia grandeza y a ésta, ser proyectada al mundo.

Finalmente, permítaseme citar dos expresiones que por medio de su humor, reflejan un hondo sentido satírico: “La Historia no es la sucesión de sucesos sucedidos sucesiva mente”. Y ésta otra: “Mientras los leones no tengan historiadores que escriban su historia, ésta siempre le dará la razó a los cazadores”.

© Ce-Acatl: No. 80, 1996. ceacatl@laneta.apc.org

la historia negada

Siempre que la historia oficial habla de nuestros pueblos, lo hace
con las palabras del invasor, tal pareciera que les enaltece haber
sido victimas de tan aberrante suceso, se sienten orgullosos al
pensar que llevan en la sangre, rasgos europeos y mas aun españoles,
pero quien va a pagar por las masacres sufridas en Tenochtitlan,
Tlaxcala, Teztcuco, quien será el primero, que pedirá retiren los
nombres de calles, avenidas, ciudades, países, de los culpables de
este genocidio, quien tirara los monumentos de nuestras plazas, de
los asesinos de nuestros ancestros. Nuestra cultura no murió por
decaimiento, ni fue desplazada por el resurgir de otra, nuestra
cultura fue asesinada, asesinada por manos incultas ávidas de oro y
tesoros, incapaces de ver la verdadera riqueza del conocimiento….

En el sitio que fue objeto la gran Tenochtitlan, y enterado cortez,
de que algunos habitantes lograban salir por las noches a buscar
leña, raíces y hiervas para comer, según registra el mismo Gomara,
este asesino idolatra, hizo gran matanza de ellos “como los que mas
eran mujeres y muchachas, los hombres iban casi desarmados” apunta;
así tan bien anota que después de la derrota, los españoles “andando
por la ciudad hallaron montones de cuerpos muertos por las casas,
calles y en el agua, habia muchas cortezas y raíces de árboles
roídas, y los hombres tan flacos y amarillos, que hicieron lastima a
nuestros españoles”…

En el libro 12 de Sahagún, sus informantes lo confirman:
“y todo el pueblo estaba completamente angustiado, padecía hambre,
desfallecía. No bebían agua potable, agua limpia, sino que bebían
agua de salitre. Muchos murieron de desintería, todo lo que comían,
eran lagartijas, golondrinas y hasta la envoltura de las mazorcas,
la grama salitrosa. Andaban masticando semillas de colorín y lirios
acuáticos y el relleno de las paredes, el cuero y piel de venado, lo
asaban, lo requemaban, lo tostaban, lo chamuscaban y lo comían.
También comían algunas hiervas ásperas y aun el barro. No hay nada,
nada comparado como el tormento de estar sitiados. Nos domino
totalmente el hambre, golpeábamos los muros de adobe en nuestra
ansiedad”….. dice un texto tlaltelolca en forma patética”.
Analizando esto, podemos deducir que si hubieran sido antropófagos
nuestros ancestros, no hubieran padecido de hambre en este horrendo
sitio. Una mentira mas del cruel invasor.

Mictlan la morada de trasformacion

Mictlán, la morada de la transformación

Temitl/CasaMeshico escribe “Mictlán o la región de la Muerte, es
convocada cada año por nuestra tradición durante el 1er dia y 2° del
mes de Noviembre. Nuestros abuelos decían que este momento sirve para
recordar que todos atravesamos por esta etapa. Estos días son
aprovechados para sincronizarse con la naturaleza que convoca a la
tranformación de todo cuanto existe, es el inicio del frio y justo a
52 días del inicio del Solticio de Invierno. Sigue,,,

Para los Meshicas el Mictlán es uno de los espacios más importantes
para su cosmovisión, es también el recinto al que accesamos todos,
justo cuando nos ha llegado el tiempo, para dejar nuestra vida sobre
los Trece Espacios, cuando el Cuchillo de Perdernal Obsidiana
(Tecpatl)arranca nuestro aliento de vida, cuando dejamos de estar de
pie para siempre. Toca entonces a la señora de la muerte Tlazolteotl,
el tomar la vida para tranformarla en su energía opuesta, la
podredumbre y el caos, el frío y la obscuridad, la inmundicia y el
hedor, para recogerla en sus entrañas y devolverla toda junta a las
serpientes que lleva en sus faldas para que se alimenten con ella.
Serpientes de vida y de muerte que recorren la tierra, que
transforman la carne y los huesos en preciosas substancias para la
vida. En esta región Gobierna la misma Dualidad Creadora expresándose
en los Nueve Espacios del Inframundo, los recintos del Mictlán:
Mictlancihuatl y Mictlantecutli. Ellos son los que guían el proceso
de las nueve moradas, toda la vida atraviesa por esas nueve etapas.
Si las unimos, nueve bajo tierra y trece que enlazan al cielo
infinito, sustentan las 22 moradas del Nahui Ollin Teotl, la espiral
omniabarcante a cuatro direcciones, cuyo centro está justo en el que
observa y cuya circundante espiral se expande infinitamente al lugar
del Cerca y Del Junto, al Moyo Coyani, el infinito multidimensional.
Todos los señores y señoras que viven y nacen, mueren y a este
proceso y lugar nos diregimos todos, junto con todo lo que vive. Así
pensaron nuestros abuelos. Existen nueve regiones en el Mictlán, cada
una de ellas representan los nueve procesos que ocurren tras la
muerte de un ser vivo, a saber: 1.- Atravesar el río Chignahuapan,
era costumbre colocar a un animal perro de preferencia para guiar al
alma en su camino y para que acompañara hasta la otra orilla. 2.- Una
vez a la otra orilla, se atravieza entre dos montañas que lo muelen y
destrozan todo. 3.- La tercera etapa es pasar por la montaña de
obsidiana, de la cual al rodar no quedara ni una cosa junta a otra.
4.- Iztehecayan o viento helado del norte, que corta como obsidiana,
prepara a toda la materia para ser dividida y cortada en partes más
pequeñas, hasta que solo queda el corazón. 5.- Al llegar a esta
etapa, la travesía es através del los estandartes que flotan para
recordar de donde uno viene. 6.- Al pasar por los estandartes, lo que
queda son las flechas para llegar lejos. 7.- Es en esta estancia en
donde el corazón es devorado por las fieras. 8.- En esta etapa se
atraviesa por estrechos lugares entre piedras. 9.- Chignahumictlan,
morada de la dualidad del Mictlán, una vez ante su presencia se
entregan las ofrendas para desaparcer o entrar a la morada del
espacio infinito omniabarcante, el cerca y el junto Moyocoyani. Según
Sahagún, Quetzalcóatl es el poderoso señor de las transformación que
logra atravesar las nueve etapas para volver renaciente y
resplandeciente al terminar el proceso, por eso la Dualidad del
inframundo Mictlantecuhtli y Miclancíhuatl retoman en su iconografía
aspectos de este Gran Señor, lucero de la mañana, lucero de la tarde.
Mictlantecuhtli aparece con su cuerpo cubierto y formado de huesos
humanos, y portando una máscara de calavera con las quijadas bien
abiertas, con cabellos negros en donde son fijadas las estrellas,
pero sobre todo el planeta venus. Su cabeza dual, también es el
colibrí rojo, Hitzilopochtli Meshi, el primer resplandor del día o
energía de vida, con su gran pico de chupamirto, en su pecho el
pectoral de Quetzalpapalotl o Mariposa Serpiente, como confirmando
que el Gran Guerrero Iniciado en los Trabajos del Sol, quién deberá
cumplir con las nueve etapas, antes de lograr su muerte victorosa y
nacer de nuevo transfigurado con su cuerpo de luz. Podemos afirmar
que la iconografía y símbolismo usados por los hombres del
conocimiento antiguo, sirvieron para representar mediante símbolos en
códices, esculturas y grabados, un sistema de códigos usado para
representar las advocaciones que corresponden a cada uno de ellos,
las fuerzas cósmicas y sagradas que actúan con el universo y lo más
importante las etapas y procesos que debe cumplir el Guerrero Solar.
Seguirá en próximo artículo…… “

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