“El cerebro es la sede de todo lo espiritual”

entrevista a neurocirujano. LA VANGUARDIA. 24-7-2003

FRANCISCO J. RUBIA, NEUROBIÓLOGO
“El cerebro es la sede de todo lo espiritual”

/Tengo 65 años, nací en Málaga, viví 22 años en Alemania y ahora en
Madrid. Soy catedrático de Fisiología en la facultad de Medicina de
la
Universidad Complutense y director del Instituto Pluridisciplinar de
esta universidad. Estoy casado, y tengo dos hijas y un nieto. La
política española es para apearse. Dios es una experiencia humana/

VÍCTOR-M. AMELA – 24/07/2003
*-¿Dios creó el cerebro… o el cerebro creó a Dios?*

-No puedo responder a eso.

*-Usted es neurobiólogo…*

-Y sí puedo decirle que toda experiencia espiritual tiene base
cerebral.

*-¿Por ejemplo?*

-El éxtasis místico. Hay estructuras concretas del hemisferio
derecho de
nuestro cerebro directamente implicadas en ese estado.

*-Entonces, ¿también yo puedo ser místico?*

-Es una capacidad universal, ciertamente, pero hay cerebros más
lábiles,
más proclives que otros a entrar en ese estado de éxtasis.

*-¿En qué consiste un éxtasis místico?*

-En una experiencia (transitoria) de disolución de la dualidad
Yo-Naturaleza (o sea, desaparece tu ego, fundido en uno con el todo)
y
de suspensión del flujo del tiempo.

*-O sea… siento que soy infinito y eterno.*

-Y que todo encaja, todo se ilumina, todo está bien. Es un arrobo
que
han descrito muchas personas: poetas, artistas, eremitas, santos,
herejes, visionarios, místicos célebres…

*-Y relatan que han conectado con Dios.*

-Eso los formados en culturas con Dios. Pero si eso lo vive un
budista
(el budismo carece de Dios), le hablará de “iluminación”.

*-¿Qué ha sucedido en esos cerebros?*

-Se ha estimulado el lóbulo temporal derecho (más visuo-espacial, y
de
emociones, afectos…) y se suspende la actividad del lóbulo
parietal
izquierdo (el lógico-matemático, analítico, que capta la dualidad,
las
antinomias como arriba-abajo, antes-después…).

*-El arrobo místico altera nuestra percepción cotidiana de espacio y
tiempo, pues…*

-Quizá espacio y tiempo sean las gafas con que el cerebro mira la
realidad. ¡Un filtro construido por el cerebro! Quizá el cerebro nos
restrinja lo real, cosa útil para sobrevivir como especie. Y, en el
éxtasis místico, ¡el cerebro se quita un ratito esas gafas, ese
filtro!

*-¿Y qué más podemos ver en ese éxtasis?*

-Una luz blanca, sensación de viajar en el espacio, de que estás
volando, levitando…

*-¿Como Santa Teresa de Jesús?*

-Está muy claro que Santa Teresa tenía epilepsia del lóbulo temporal
derecho, que se expresa en el síndrome de Gastaut-Geschwind:
hiperreligiosidad, hipergrafía…

*-¿Por eso escribía desaforadamente?*

-¡Fíjese en la profusa obra escrita de Santa Teresa..! Y también ven
luces cegadoras. ¡Como la que tiró a san Pablo de su caballo!

*-¿Otro epiléptico?*

-La descripción que hace san Pablo de sus visiones encaja en el
mismo
síndrome.

*-¿Todos los fundadores o reformadores religiosos han sido
psicópatas, o
qué?*

-¡La gente que “ve” diferente es la que mueve el mundo! Pero no
tilde el
éxtasis místico de patología: es una función más del cerebro, igual
que
tiene la otra, la analítica.

*-Seguro, pero más exótica…*

-Quienes la viven sienten que esa vivencia es más “real” que la gris
realidad cotidiana. Y eso les insufla tal convicción, tal
entusiasmo..,
¡que se entiende que convenzan a los demás y que lleguen a fundar
religiones!

*-¿Y desde cuándo existen éxtasis místicos?*

-Desde que existe el ser humano. Desde los chamanes prehistóricos.
¡Es
una actividad del sistema límbico de nuestro cerebro!

*-Entonces está usted sugiriendo que el ser humano es religioso por
naturaleza…*

-Sí. La sensación de trascendencia, de unicidad, va con nosotros.
Por
eso todo intento de extirpar la espiritualidad… ¡fracasará!

*-Pero existen los ateos…*

-Eso es una opción cultural, claro. El psicólogo Michael Persinger
estimuló electromagnéticamente el lóbulo temporal derecho de mil
personas: unos dijeron sentir la presencia de Jesús o la Virgen,
otros
de Elías, Mahoma, el Espíritu del Cielo…, según su trasfondo
cultural.
Y había ateos y agnósticos… ¡que hablaron de abducción por
alienígenas..!

*-¿Puedo provocar yo en mi cerebro un estado de éxtasis místico y
ver a
Dios?*

-A lo largo de los siglos se han empleado diversas técnicas: danzas,
músicas, ejercicios respiratorios, rezos, posturas, ayuno y
castidad,
aislamiento, ciertas drogas…

*-¿Y puede declararse espontáneamente?*

-Sí. O por un “shock” emocional. La edad más favorable es entre los
30 y
35 años. Y los pueblos ágrafos, arcaicos, eran más proclives a ese
estado: usaban más el sistema límbico del cerebro (hipocampo,
amígdala),
lo que facilita la conciencia no-egoica, y, así, sentirse animal o
roca
o árbol… Nosotros usamos más el cerebro binario, que separa e
individua las cosas: yo, el mundo, esto, aquello…

*-¿Y qué sucede en nuestro cerebro al morir? Hay quien en ese trance
ve
a Dios…*

-Ese trance se parece a un éxtasis místico: hay anoxia (ausencia de
oxígeno), y eso lo notan antes las células pequeñas, las
interneuronas,
cuya función es inhibir a las grandes, a las neuronas, que así
quedan
desmadradas, desinhibidas: esto excita la corteza visual y nos da
sensación de avanzar por un túnel hacia una luz blanca (el cielo,
Dios…) al fondo (a causa de la fisiología de la fóvea), y, a la
vez,
ese estrés cerebral provoca que el hipocampo repase rápidamente su
memoria episódica: y por ello ves escenas de tu vida.

*-¿Una experiencia grata o desagradable?*

-Muy gratificante, placentera: ¡se multiplica por 300 el volumen de
endorfinas, inhibidoras del dolor! Pero en algunos casos, si
solamente
resulta excitada la amígdala, hay sensaciones de pavor, terrores
desagradables…

*-¿El infierno?*

-Sí: místicos cristianos hablan del demonio, del infierno… Jesús
mismo, mientras ayunaba en el desierto, charló con Satanás.

*-Asombra hablar de esto con un científico.*

-Pues anote lo que dijo Einstein: “Lo místico es la fuente de toda
ciencia verdadera”.

“Escrito está en el aire y en la memoria de la piedra”

“Escrito está en el aire y en la memoria de la piedra”

Uno de los procesos mentales naturales es el de recordar mediante la asociación de ideas: versus, veo un tren y me acuerdo de un viaje en ferrocarril de hace unos años. Dándose el misterio de que cuanto más intrincado, sorprendente por invasivo, chocante por su llegada cristalina a la mente, peor conocemos el mecanismo de evocación.
Resultando poco menos que imposible acceder a tal ó cual recuerdo con la calidad fílmica que nos proporciona el recuerdo inesperado, ese que nos viene a bote pronto a la cabeza de manera espontánea.
Siempre he mantenido que somos la pantalla pero que algo entorpece nuestra conexión con nuestro propio disco duro.
Es por eso que hace tiempo emprendí una búsqueda mágica de mi totalidad en el afán de intentar abarcarme a mí mismo, (viaje difícil donde lo haya).
Búsqueda mágica por que estoy convencido de que los recuerdos no los guardamos en la cabeza, ni en las piernas, (al menos la mayoría), creo que los guardamos en el plano astral. He percibido que al igual que el inventor después de mil cábalas infructuosas recibe un soplo en la oreja y grita ¡Eureka, lo encontré!, el mecanismo recordatorio se asemeja. Depositamos la ingente cantidad de información, en imágenes son muchos bytes a lo largo del día, en un picaporte, en un tren, en un paisaje….. Por la noche, en el sueño limpiamos la papelera de reciclaje, pero nada se destruye, simplemente cargamos en el plano astral una gran cantidad de información.
Puesto en esa pista, con la sana intención de encontrar lo que fue de mí he recorrido algunos sitios buscando las claves y lugares mágicos que precipitan la llegada del recuerdo cristalino. Algunas playas, algún paisaje, determinado cuadro, etc.
Definición de sitio mágico: Sitio mágico es aquél que nos sintoniza con la clarividencia interna, o sea es aquel donde nos integramos siendo capaces de asumirnos por entero y leer toda nuestra historia, con sus distintos cambios y diferentes avatares en un solo momento, mágico. Es, desde luego, un sitio donde negociamos con el infinito a través de toda nuestra totalidad desde la asunción de nuestra propia muerte. (Hay veces, en un accidente, que la vida también se precipita en una décima infinita de segundo, ante nuestros ojos.
Pues bien, esos enclaves mágicos, existen. No son los mismos para todos. Aunque `para muchos hay muchos comunes, (la iglesia se apropió de un buen numero cuando se apropió de los lugares de culto paganos)

EXPERIENCIAS DE CASI MUERTE (ECM)

EXPERIENCIAS DE CASI MUERTE (ECM)

Hace muchos años que vengo interesándome desde un punto de vista antropológico general por ciertos hechos que tienen que ver con la muerte. Por mi profesión de médico, dedicado hace muchos años a la Antropología, he convivido con numerosos grupos y culturas primitivas durante mi juventud y ya en mi madurez, mi dedicación a la Antropología Forense me ha puesto más en contacto con todo lo relacionado con la muerte.

De mis primeras experiencias entre culturas como la de los indios cunas, chocóes y guaimíes, siempre me interesó saber cómo el hombre se enfrentaba ante el hecho inexorable de la muerte. Hice buena amistad con los hombres y mujeres que más podían enseñarme, es decir, los chamanes de las diversas tribus. Fruto de esa amistad fué una de mis primeras obras: “El pacto médico-hechicero”, que resume mis conceptos sobre la filosofía de la aculturación.

Realmente aquello fué una verdadera transculturación, ya que si yo les ofrecía un abanico de posibilidades con mis técnicas médicas de curar, muchas de las cuales se apresuraron a aprender con verdadero afán y diligencia, no menor fué el aporte de su cultura a la mía ya que obtuve de ellos conocimientos sobre muchos aspectos interesantes de su vida, como por ejemplo las propiedades de muchas plantas de la selva tropical que yo mismo utilicé para curar en repetidas ocasiones.

Si el chamán cura con plantas muchas enfermedades utilizando aquéllas por sus propiedades mágicas, cierto es también que las plantas en sí mismas poseen propiedades terapéuticas reales, que ellos conocen aunque apliquen a su uso sus ideas mágicas que al fin y al cabo es su forma de pensar y actuar.

Prescindiendo de ese componente mágico, yo me limitaba a comprobar sus propiedades terapéuticas. Así pude aprender, por ejemplo, a curar muchas de las dermatosis, tan frecuentes en los trópicos húmedos y calientes, con una planta, la jagua (Genipa americana L.) o a prevenirlas, o bien el uso de ciertas cortezas de árboles ricas en tanino para detener las enterocolitis, la raicilla o ipecacuana (Asclepias curassavica) cuyo contenido en emetina es la mejor medicación que pueda haber contra la amebiasis, o diversos latex de plantas o infusiones de sus hojas para curar eficazmente las diversas helmintiasis tan frecuentes en los trópicos.

En el curso de mis largas entrevistas con Chamanes o Neles, Inatuledis, Kantules, Absoguedis (entre los indios cunas), sukiás y krokodiangas (entre los guaimíes) y jaybanáes (entre los chocóes), nombres que reciben “los hombres que curan” en las diversas tribus, o bien con sus sahilas (cabezas) o jefes, conocí la existencia de fenómenos que se salían de lo normal en nuestra cultura. Por ejemplo la posibilidad de “bilocación” de algunos Neles cunas, que en el curso de ciertas ceremonias mágico-curativas, a veces de larga duración (siete u ocho días) desplazan su doble corporal o purba a grandes distancias para obtener información sobre cómo curar al enfermo. Los trances en que caen durante las ceremonias de absoguedi (absogued igala) o durante el curso de las iniciaciones para ser confirmados como chamán (muerte y resurrección), o sus ritos de paso (todos representando también muerte y resurrección a una nueva vida), su idea de que no se debe despertar bruscamente al que duerme pues su espíritu puede hallarse lejos y no podría regresar a tiempo lo que podría producir su muerte o un estado demencial (ausencia del alma), son todo fenómenos en torno a esa frontera entre la vida y la muerte. Su propio concepto de la vida “más allá” de esta vida terrenal, les hace practicar los ritos funerarios más complicados.

Después de enterrar al difunto en una fosa, bien envuelto en una hamaca, colocan los massar a la cabecera clavados en el suelo (cañas adornadas con plumas que representan a los espíritus que acompañan el alma del muerto al más allá), colocan sobre el túmulo alimentos para el viaje y un hilo que se anuda al poste que sostiene la techumbre con que se cubre la tumba. Es el hilo conductor de la purba o alma del indio, verdadero doble del cuerpo, que cruzarán sobre el río cercano hasta sujetarlo en un árbol de la orilla opuesta. El hilo servirá de guía al alma que tendrá que recorrer primero un largo pasadizo bajo tierra (equivalente al túnel de la madriguera de un topo o animal subterráneo), para luego atravesar un largo camino en el que habrá de vencer una serie de peligros tales como las amenazantes figuras de seres armados de enormes tijeras, cruzar ríos de sangre, vencer llamadas de sirenas que le llevarían a tropezar con el árbol cuyos frutos venenosos le ofrecen y todo para llegar a un lugar donde predomina la luz, una luz maravillosa que no hace daño a la vista y que rodea la casa de Pab-Tunmat (Padre grande o abuelo, su concepto de Dios) donde reina un ambiente de paz y serenidad inefables. Allí habrá verdes praderas por las que podrá caminar el alma libre de mosquitos e insectos dañinos, habrá aguas cristalinas y transparentes y en medio de aquel edénico lugar estarán las casa de oro de los Neles, las de plata de los Inatuledis y las de ricas maderas para los indios que hayan vencido todas las pruebas.

En su idea del más allá están muy claros los conceptos de túnel, luz maravillosa, paz y bienestar, recorrer un camino sembrado de peligros que les recuerda escenas de su vida terrenal (visión panorámica de la vida) y luego la llegada a un maravilloso lugar donde eternamente podrán conversar con amigos, familiares y gentes diversas que les precedieron en este viaje, y que les recibirán al llegar.

La descorporación es práctica habitual entre los jaybanáes chocóes (OOBE, Out of Body Experiments) inducida por la acción de plantas de efectos alucinógenos, metagnósicos, telepáticos, ampliadores de la conciencia, adivinatorios, tales como el guanto, la tonga y el yagé (generalmente infusiones de Datura alba), plantas que siembran en torno a sus viviendas los chamanes. Ellos me contaban que en el curso de sus experiencias psicodélicas, salían de su propio cuerpo “como un insecto sale de su cápsula” o “una serpiente de su muda epidérmica” y se sentían ingrávidos, no pesaban y entonces podían verse a sí mismos, ver su propio cuerpo recostado contra la pared de la vivienda o tendido en un petate, como dormido. En ese estado, el doble inmaterial se dirigía a la selva, atravesando por medio de la maraña vegetal sin sentirla y con una mirada nueva y penetrante podían atravesar la tierra y hallar tesoros escondidos. Es preciso anotar que los indios chocóes tienen por costumbre esconder en un lugar de la selva que sólo el interesado conoce, una vasija de barro (porongo) que fabrican las mujeres viejas de la tribu y que van llenando de monedas de plata, única forma de pago que aceptan por la venta de los plátanos que siembran y recogen en los ricos terrenos del Darién. Los porongos permanecen escondidos como una hucha o caja de ahorros y no es infrecuente que queden allí bajo tierra cuando muere el indio. Esos tesorillos son los que busca el doble espiritual del jaybnaná y lo curioso es que muchas veces los encuentran.

Esta misma tribu chocó, tanto los de lengua emberá-bedeá como los de lengua nonamá, cree que el ser humano está formado por un cuerpo y dos almas o partes espirituales. Cuando duermen, una de esas partes se separa momentáneamente del cuerpo, recorre a veces grandes distancias y luego regresa al cuerpo. Esta parte es “buena”. Pero cuando mueren esa parte espiritual, incorpórea, va a lugares lejanos del más allá donde hay “una luz maravillosa” y la otra parte queda con el cuerpo mientras haya carne en él. Esta segunda alma o espíritu es peligrosa y por ese motivo hay que esperar a que se desintegre el cuerpo y queden los huesos limpios para enterrarlos. Además hay que quemar la casa en que ha vivido el difunto, pues ese mal espíritu rondaría siempre por ella haciendo la vida imposible a sus habitantes.

Los indios guaimíes, también radicados en Panamá, en la región occidental, consideran la existencia de un doble espíritu y como los chocóes lo representan por dos figuras antropomorfas pintadas sobre los muñecos mágicos de madera de balso (Ochroma lagopus L.), que son parecidos a los nuchus de los cunas. Además cuando un indio está a punto de morir, lo llevan en una hamaca a un lugar apartado de la selva tropical dejando junto a él un recipiente con agua y un mazo de plátanos y le abandonan. Muere en soledad. Al cabo de un cierto tiempo, vuelven a recoger sus huesos que es lo único que queda, ya que las hormigas y otros insectos pronto dan cuenta de las partes blandas. Una vez limpios los huesos son pintados de color rojo con achiote (urucú en Sudamérica, que es la Bixa Orellana L.), color de la sangre, de la vida; los guardan en una olla de barro, los entierran y seguidamente celebran una fiesta en honor del difunto durante la cual se emborrachan con chicha de maíz (Zea mays L.) o de pixvá (Gulielma utilis L.).

No es exclusivo de estos grupos indígenas el entierro secundario ni el abandono del moribundo para que nadie le vea morir y tampoco el vuelo chamánico. He visto estos rasgos culturales en Siberia, en el Artico, en Suramérica, Africa, La India y Australia y han existido en muchos grupos humanos desde tiempo inmemorial. También existe la muerte por sugestión (mal llamada vudu-death) en Oceanía, Africa y América. Pero no he visto nunca nada tan extraordinario como la muerte de uno de los grandes caciques o sahilas de la tribu cuna, Charles Robinson. Lo he descrito en mi libro “Operación Panamá” (Ed. EDAF, Madrid 1977).

Fué Charles Robinson uno de los grandes caciques o jefes de la tribu cuna de Panamá. Viajó embarcado desde su adolescencia por todo el mundo, prohijado por un norteamericano que le dió su propio nombre, Charles Robinson. Toda la experiencia recogida, junto con el conocimiento de varias lenguas, las puso Robinson al servicio de su tribu a la que volvió al cabo de varios años, devorado por la nostalgia de sus islas caribeñas de coral. Y muy pronto, al distinguirse por sus atinados consejos, fué elegido jefe, rigiendo los destinos de los cunas durante un largo y agitado periodo de tiempo. A él se debe el impulso aculturativo que sacó a muchos cunas de la ignorancia, la creación de escuelas y bibliotecas públicas en San Blas. Yo le conocí cuando por imperativo de la edad y los achaques vivía retirado de sus cargos. Y ví cómo se iba apagando como una lámpara que se queda sin combustible. Retirado en la Isla de Maukí, pasaba sus horas de solitario en meditaciones, recorriendo la película de su vida tendido en una hamaca, muy cerca del suelo de arena entre dos palmeras, acariciando la arena blanquísima, producto de la erosión de los arrecifes de coral, arena que se deslizaba entre sus dedos una y otra vez mientras pensaba que pronto le acogería en su seno.

Yo iba a verle embarcado en una canoa que tomaba en la vecina isla, aprovechando algunos de mis fines de semana. En una de estas visitas me dijo: “Se acerca el momento de verme cara a cara con Pab-Tunmat. Estoy preparado”. Los familiares le llevaron en su hamaca, pues ya no podía caminar, hasta el lugar donde dispuso que se excavase su tumba. Presenció el trabajo dando de vez en cuando algunas instrucciones y cuando estuvo terminada la obra, me pidió que le tomase unas fotografías mientras estaba aún vivo y otra cuando hubiese muerto y que registrase en mi grabadora sus últimas palabras dirigidas a los hombres y mujeres de su tribu. Cumplí fielmente la petición. Después de pronunciar en lengua cuna unas frases de despedida, me dijo en español: “Ha llegado el momento. Adiós”. Cerró los ojos y quedó como dormido, dulcemente. Le tomé el pulso. Le ausculté. Silencio absoluto en aquel tórax que tantas veces se agitó en sus campañas en favor de su pueblo. Su corazón ya no latía. Había pasado su espíritu a otra dimensión.

Pero lo maravilloso de aquel hombre fué su serenidad y cómo supo el momento exacto de su muerte. Su “purba” o espíritu escapó en el instante que él supo o quiso, en el momento en que se paró su reloj biológico. Para mí fué un ejemplo maravilloso que se une a otros muchos que me han permitido admirar, respetar y amar a aquellos hombres que viven aún voluntariamente en un neolítico con algunos rasgos culturales nuevos, aceptados casi siempre a regañadientes.

En la Historia escrita que ha llegado hasta nosotros, uno de los episodios más antiguos registrados sobre experiencias cercanas a la muerte, es el que relata PLATON en “La República”, al mencionar el viaje del alma al más allá. Parece indudable que conoció experiencias de ECM como lo demuestra su famoso “mito del soldado ER”, el soldado muerto en combate, echado a la pira funeraria y vuelto después a la vida. Son tan claros los pasajes relatados por PLATON y tan similares a los que actualmente se han registrado en los diversos casos de ECM (NDE) que es imposible que se trate de una invención. En todos los tiempos tienen que haber existido este tipo de experiencias, pero no han sido registradas por documentos que llegasen hasta nosotros ni interpretadas con la visión que lo hacemos hoy día.

San Pablo tuvo posiblemente una experiencia de este tipo (II Cor 12, 1-17) como parece demostrar cuando dice: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace 14 años (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe) fué arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”… Y más adelante: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fué dado un aguijón que me abofetea para que no me enaltezca sobremanera. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Cuando estoy débil, entonces es cuando estoy fuerte”.

Pablo tiene una experiencia de casi muerte de la que da cuenta en sus veladas palabras. Sabemos que una luz maravillosa y cegadora le deslumbró, que cayó al suelo en el camino de Damasco y que quedó ciego después de aquel súbito acontecimiento, escuchando la misteriosa voz que le decía que fuese a Antioquía donde Ananías le instruiría en las cosas de la fe cristiana. Y de enemigo y perseguidor de los cristianos, cuando ve el AMOR, la luz que le ciega, se convierte en uno de ellos y a partir de ese momento su vida cambia radicalmente. Es lo mismo más o menos que han experimentado todos los que han pasado por estas experiencias de casi-muerte. Pablo revivió su pasado de enemigo y destructor de cristianos, comprendió en un instante en aquella dimensión a la que había llegado, todo el mal y el sufrimiento que había producido. Entonces, se transforma radicalmente hasta llegar al extremo del martirio por amor a aquella LUZ inefable que iluminó su alma.

Las experiencias místicas de Santa Teresa, sus éxtasis, son dignos de estudio tal como los cuenta en su autobiografía.

Ya más recientes, en el siglo XIX, las experiencias sufridas por el alpinista y geólogo Albert Heim al caer por un precipicio y ver pasar en lo que en nuestro concepto del tiempo pudo ser un instante, toda la película de su vida hasta en los mínimos detalles, y una sensación de bienestar, nunca hasta entonces conocida por él como relata en su obra “Notas sobre la muerte por caída” (1892).

Otro conocido caso es el del Almirante Beaufort, quien de joven, siendo grumete y habiendo volcado su embarcación ante el Puerto de Porstmouth “se ahogó”. En aquellos instantes, cuenta cómo su vida pasó a una increíble velocidad, como una visión panorámica, por su mente. Revivió todos los incidentes hasta en sus menores detalles. W. MUNK en su libro “Euthanasia”, recoge así las manifestaciones del Almirantre Beaufort:

“No sabía nadar. Comencé a debatirme en el agua. Comprendí que la lucha era inútil después de un cierto tiempo y renuncié a ella. Desde que lo hice, un sentimiento de calma y tranquilidad casi perfecta me invadió. Era una especie de apatía más que resignación y la idea de ahogarme no era tan mala después de todo. No sufría nada, al contrario, mis sensaciones eran más bien agradables, como cuando está uno fatigado y el sueño le invade. Aunque mis sentidos estaban adormecidos, mi espíritu se mantenía muy vivo y su actividad estaba acrecentada pues los pensamientos se sucedían con una rapidez indescriptible, inconcebible para quien no ha pasado por esa prueba.

“Primero pensaba en lo que me acababa de suceder y la causa que lo había producido. Pensaba en la agitación que debió producir en el barco mi desaparición, en lo que sufriría mi buen padre y otras mil circunstancias asociadas con la vida familiar. Luego, todo esto fué extendiéndose, mi última campaña, otro viaje que había hecho y un naufragio anterior, mi escuela, los progresos que había realizado y el tiempo que había empleado mal, mis ocupaciones y mis aventuras de niño. Viajaba como hacia atrás en el tiempo, y cada incidente de mi vida pasada parecía atravesar rápidamente mi memoria en sucesión retrógada. No como un instante, sino con los más mínimos detalles accesorios. Brevemente, toda mi existencia pareció estar presente ante mí bajo la forma de una visión panorámica. Cada acto iba acompañado de la conciencia de que era bueno o malo, o de alguna reflexión sobre la causa y sus consecuencias.

“Aparecieron infinidad de acontecimientos insignificantes que parecía tener olvidados hacía mucho tiempo y que se precipitaban ante mi imaginación como si fuesen recientes y como si los conociese bien. Mis sentimientos, a medida que volvía a la vida (cuando me sacaron del agua y trataron de reanimarme), fueron exactamente todo lo contrario de los mencionados. apareció el pensamiento de que me ahogaba, apareció una angustia impotente, una especie de pesadilla y con dificultad fuí convenciéndome de que me hallaba vivo. Y en lugar de estar exento de sufrimiento, como durante el tiempo que permanecí “ahogado”, ahora estaba torturado por mil dolores”.

Ha habido otros muchos casos, relatados por diversos autores, como aquel sujeto que quedó enganchado en la vía del tren, viendo como éste se precipitaba contra él. En aquel instante, una fracción de segundos, revivió toda su vida. Tuvo una visión duplicada, panorámica de toda su vida. Y lo mismo le sucedió a aquel piloto cuyo caso relata “Time Magazine” y que cayó desde 1.000 metros de altura, saliendo con vida milagrosamente.

En esa nueva dimensión a la que vamos al morir, el tiempo no existe. Algo de esa dimensión he rozado yo mismo, no una sino repetidas veces. Durante mis frecuentes viajes por las selvas tropicales acostumbraba a usar una “jungle-hamock” con mosquitero y techo a dos aguas, impermeable, congada entre dos árboles que protegía mi sueño de insectos, murciélagos vampiros y otros molestos compañeros de la selva. Era ya fenómeno que yo consideraba normal que cerrase los ojos para dormir poco después de la puesta de sol tras un rato de conversación junto a la hoguera con mis compañeros indígenas. Cerrar y abrir los ojos en lo que yo creía un instante y ver aparecer el sol, me produjo una sensación extraña la primera vez que me sucedió. Creí que no había dormido, pero había estado durmiendo 8 horas seguidas. Pero yo estaba seguro de que era un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo ahí estaba el sol otra vez y yo me sentía perfectamente descansado o si acaso con algún dolor muscular debido a la postura en la hamaca. Cuando alguna vez comenté este fenómeno con algunos de mis compañeros blancos o indios, algunos me dijeron que a ellos les había sucedido lo mismo. Es “el sueño de la selva” me dijo un indio, que duerme uno con un ojo abierto y el otro cerrado, algunos lo llaman duermevela y los psicólogos que han estudiado las diversas formas de sueño, conocen muy bien este fenómeno, aunque no lo hayan experimentado por sí mismos. Cree uno estar despierto y que se va a desvelar, pero el tiempo ha transcurrido a su modo normal, aunque a nosotros nos parezca que lo ha hecho velozmente.

Hoy se sabe que estas experiencias de visión panorámica o de “réprise” de la vida en un instante, pueden ser provocadas artificialmente por estímulos eléctricos sobre el rinencéfalo y determinadas partes del lóbulo temporal, por medio de sondas cerebrales.

También ha sido experiencia personal y de mi propia familia que cuando dormíamos en nuestra casita de campo en las montañas, entre pinos, con abundancia de oxígeno y sin ruidos, sólo con cuatro horas de sueño teníamos bastante para descansar. No podíamos dormir más tiempo.

Yo he observado el sueño entre los indios en la selva. Cualquier poblado indio es ejemplo de este fenómeno. Siempre tuve la impresión de que los indios no dormían, ya que a cualquier hora de la noche que uno preste atención, se oye moverse a la gente en sus chozas, carraspear, escupir, toser, llorar los niños, como si fuese de día. Cuando les preguntaba me contestaban: “Los indios dormimos poco pero suficiente”.

DANTE en la Divina Comedia tiene párrafos en los que parece haber sabido o conocido experiencias de NDE, como cuando habla de la “luz que produce goce sin límites” (Divina.Com., Paraíso, 33: 100-102).

Otras experiencias personales que yo siempre he atribuído a mi instinto agudizado por los peligros a que me he expuesto como algunas que relataré aquí. He sido y soy muy racionalista en muchos aspectos como hombre dedicado a labores científicas y muy providencialista en otros muchos aspectos porque han sido “demasiadas casualidades y muy oportunas” las que han salvado mi vida a lo largo de mis 70 años.

En ciertas ocasión caminaba por un viejo sendero indio en medio de las selvas del Darién panameño. Nunca me ha gustado llevar armas de fuego y puedo decir que jamás en mis largos viajes por las selvas más diversas durante los 18 años que viví en Panamá o en mis travesías por las selvas de Matto Grosso, Amazonía, la jungla africana, el Desierto del Sahara, o el Desierto de Stuart de Australia, nunca llevé un arma de fuego y tan sólo un cuchillo para abrir latas, cortar ramas o ayudarme en mis acampadas. En aquella ocasión a la que me refiero, iba acompañado por dos amigos indígenas, gente que suele gozar de una vista excelente y que les permite distinguir detalles en la selva para mí invisibles entre la variadísima gama de verdes. Yo iba delante con mi equipo fotográfico y de grabación colgado de los hombros. De pronto, no sé qué, me hizo detenerme, “me obligó” a detenerme. Fué justo a tiempo. Instantes después oí un disparo de arma de fuego que me dejó sordo por un rato. Uno de mis acompañantes había disparado su rifle por encima de mi hombro contra algo que había delante de mí colgando de la rama de un árbol que atravesaba el camino exactamente por donde yo tenía que pasar, algo por encima de nuestras cabezas. Y ese “algo” cayó. Era una “Bush-master”, la culebra más agresiva y venenosa de la selva panameña, más que la coral, porque ésta, por el pequeño tamaño de su boca, rara vez acierta a clavar sus dientes en una presa humana y generalmente huye al acercarse el hombre.

Yo caminaba con la vista baja, mirando dónde pisaba por el camino. No había visto la culebra por lo tanto, pero un sexto sentido me advirtió del peligro. Algunos dirían que el “ángel de la guarda”. Unos pasos más que hubiera dado y quizás hubiera sido víctima del ataque de aquel peligroso reptil. Los indios lo vieron y uno de ellos, sin dudarlo, disparó rápidamente su arma. Tienen una excelente puntería. Por eso yo me sentía seguro caminando con ellos por aquellos lugares peligrosos que les son tan familiares. ¿Instinto, sexto sentido, ángel de la guarda? Cada uno es libre de interpretarlo como guste, pero estas cosas me han sucedido a menudo a lo largo de mi vida llena de aventuras.

Ciertamente que por las circunstancias que me ha sido dado vivir, por mi vida que no ha sido la de un ciudadano normal que sólo se arriesga cuando sale a la carretera, he pasado por experiencias de lo más variado en todos los continentes de la Tierra. Y entre lo que yo considero mi instinto de conservación y la mano de la Providencia, he salido bien librado en muchísimas ocasiones. He visto la muerte muy de cerca, pero nunca hasta ahora tanto que pueda contar experiencias del más allá, tales como la que puso en marcha los trabajos de Raymond MOODY, con quien me une una buena amistad, es decir su encuentro con el Dr. George Richtier, Profesor de la Universiad de Charlottesville quien le contó su experiencia personal de casi-muerte y que fué el comienzo para este investigador de una nueva vida dedicada a la exploración de los fenómenos de NDE.

También es conocida la experiencia vivida por el llamado “soldado nº 39” en Viet Nam, relatada por Michael Sabom en “Reminiscencias de la muerte; una investigación médica”, quien se vió a sí mismo muerto, sin brazos, con las piernas destrozadas y en la mesa de autopsias donde fué llevado para ser embalsamado por medio de una inyección en la femoral. El auxiliar que practicaba dicha operación, al darle el corte reglamentario en la región inguinal y ver salir la sangre a chorro, viva, llamó de inmediato al médico quien pudo salvar al “soldado nº 39” por medio de una inyección de adrenalina intracardiaca y la fusión de sueros en vena que devolvieron la vida a un candidato seguro a la fosa común.

Una curiosa experiencia es anotada por Henry de Varigny en 1927 (mucho antes de las publicaciones sobre el tema de los últimos tiempos). El caso sucedió en 1890, hace un siglo exactamente.

Un americano de nombre C.A.Hartley cuenta lo siguiente: “Fuimos un amigo y yo a tomar un baño al río Ohio. Soy un buen nadador y mi amigo también lo es. Me tiré al agua y nadé por debajo unos segundos. Mi amigo hizo lo mismo, pero con tan mala fortuna que cayó de cabeza sobre mi espalda sacándome el aire que tenía dentro de los pulmones. Caí al fondo como una piedra. En mi desesperación respiré y tragué agua. Sentí un vivo dolor en los pulmones y el costado. Quedé en una semiinconsciencia y con una claridad notable pude ver a todos mis familiares y amigos reunidos a mi alrededor con sus rostros bañados en lágrimas. Todos los acontecimientos de mi vida desfilaron lentamente (así me lo pareció a mí) delante de mis ojos, mis actos huenos y mis actos malos o indiferentes destacándose con un acentuado relieve. Es como si volviese a vivirlos de nuevo. Inclusive instantes de mi vida de escolar. Yo sabía que me ahogaba y recuerdo haber pensado que después de todo, aquello no era tan terrible. Me preguntaba si alguien descubriría mi cuerpo y me estremecía con la idea de que no lo encontrasen nunca. Me preguntaba si mi amigo, el oro nadador estaría buscándome, si se habría salvado él del golpe, si me habría abandonado a mi suerte. Luego me representaba mi propio entierro, el ruido de los terrones de tierra cayendo sobre mi ataúd y el frío de la fosa. Me imaginaba a madres ansiosas contando a sus hijos cómo me había ahogado para que les sirviese de ejemplo y precaución.

“Posteriormente escuché campanitas sonando dulcemente a lo lejos y otro sonidos dulces y agradables llegaban a mis oídos. Luego tuve visiones agradables. Los colores del arco iris danzaban ante mí y se entremezclaban produciendo formas extrañas. Yo no sufría absolutamente. Me encantaba lo que veía. Era todo tan ligero y el calma, moviéndose impulsado por fuerzas invisibles. Me peroducía el efecto de contemplar un espejo en el aue aparecían las cosas más bellas de lo que la más viva imaginación puede evocar.

“Todavía aquello mejoró más. No había ruidos discordantes, sino la más dulce y deliciosa música que imaginarse pueda. Tuve la sensación de haber sido transportado a un lugar inundado por una luz brillante y tranquila. No hacía frío ni calor. Era como un bello día de otoño. Luego me pareció que dejaba el suelo y me remontaba por el espacio como un ave. Me elevaba y me elevaba constantemente y me parecía que veía el mundo desde una enorme altura. Luego…la nada. La primera cosa de que tuve conciencia fué de estar echado en el suelo al ldo de mi compañero que me miraba muy pálido y anhelante. Parece que después de varias tentativas infructuosas había logrado descubrirme y sacarme del agua. Había conseguido hacerme volver a la vida. Durante la media hora que siguió, creo haber sufrido como nunca. La “resurrección” fué demasiado penosa.

En la Revista “Scientific Monthly” de diciembre de 1925, G.M.STRATON menciona el cso de un aviador que tras hacer una falsa maniobra con su aparato, comenzó a caer en picado. Y cuenta así lo que sintió: “Fué como si tuviese una doble personalidad. Volví a vivir rápidamente mi vida, no como si viese el pasado sino como si volviese a vivirla con todo detalle otra vez. Mientras caía, aparecieron y viví acontecimientos de mi vida que sería imposible enumerar. Se presentaban en serie ordenada, muy distintos. Esto duró muy poco tiempo, pues cuando llegaba a los 1.200 metros del suelo, pude hacerme de nuevo con el mando del aparato y salí con bien de la situación.

LECONTE DE L’ISLE habla de la visión panorámica de los moribundos, y tiene un bello poema en que expresa estas ideas diciendo: “Todo renace en visiones serenas, desde la montaña natal y los viejos tamarindos a los familiares queridos muertos que le amaron desde su juventud y que dormían en las arenas marinas”.

M.A.SCOTT, citado por VARIGNY en un artículo de “La Revue Scientifique” del 2 de enero de 1897 titulado “Les idées sur la Mort” menciona 7 experiencias muy parecidas de hombres, mujeres y jóvenes ahogados, en las que como denominador común se presenta la idea de “no había sufrimiento”, “había una dulce sensación panorámica de toda la vida anterior”, “aparición de escenas de la vida olvidadas pero ahora revividas con todo detalle” y la “sensación de disgusto al ser traídos de nuevo a la vida”.

Casos semejantes son relatados en la Revue Philosophique de marzo de 1896 y febrero y octubre del mismo año, en los artículos de M.VICTOR EGGER “Le moi des mourants”. También hay otros relatos de experiencias parecidas en TAINE, “De l’Intelligence”, en RIBOT, “Maladies de la mémoire” y en FERE, “Pathologie des émotions”.

Todos coinciden en sus relatos en que se produce en los ahogados una actividad mental considerable, apareciendo muchos acontecimientos lejanos u olvidados de su vida surgiendo en la memoria con una rapidez y precisión extraordinarias.

La conclusión que se extrae de todos estos relatos es que el billete de regreso es más penoso que el de ida ya que el volver a la vida es lo más desagradable para ellos y que siempre hubiera sido mejor el “viaje sin retorno”.

Un médico inglés, el Dr. J.A.LOWSON, cuenta sus experiencias personales de “ahogado” en el “Edinburgh Medical Journal” de 1903 y DE QUINCEY en sus “Confessions” cita el caso de un pariente suyo ahogado en un río cuando tenía 9 años. Le contaba que en aquellos instantes vió toda su vida anterior en unos instantes como si la viese en un espejo, no sucesivamente sino simultáneamente.

El propio CHARLES DARWIN cuenta una experiencia que tuvo cuando, siendo aún niño, iba un día a la escuela. Tan absorto se encontraba con sus pensamientos mientras caminaba sobre el borde de las viejas fortificaciones de Shrewsbury que se distrajo y cayó desde una altura de dos metros y medio aproximadamente. Y dice en su Autobiografía: “El número de pensamientos que atravesaron mi espíritu, fué extraordinario lo que parece ser poco compatible con la aseveración de los filósofos de que cada pensamiento exige una cantidad de tiempo considerable”. PLATON decía: “El tiempo es la imagen inmóvil de la inmovilidad eterna.

Por su parte Kenneth Ring, cuenta en “Life at Death” la experiencia del mecánico Tom Sawyer de Rochester, estado de Nueva York, cuyo cuerpo fué aplastado por un camión mientras lo reparaba. En un instante tuvo una visión panorámica de toda su vida como la han tenido otras muchas personas.

Basta leer los excelentes trabajos de Raymond Moody, Elizabeth Kübler-Ross, Allain Soto y Varibia Oberto, David Hertzog, Melvia Morse, Pierre Vigne, Patrick Drout, Helen Wambach, Roubieck de Praga, Bruce Greyson, Göran Grip, Rube Amundsen, Peter Penwick y algunos otros autores que han investigado estos fenómenos de casi-muerte, para comprender que aunque desde el punto de vista científico no se ha podido demostrar nada, algo hay entre la vida y la muerte, en situaciones límites de esa frontera que una vez traspuesta, no se suele regresar de ella.

Se cuentan ya por miles los casos (Encuesta Gallu) conocidos de sujetos que por diversas circunstancias han quedado “muertos” en un accidente, o en el curso de una intervención quirúrgica o de una enfermedad o por paro cardiaco. Todos ellos relatan experiencias similares tras haber sido “reanimados”, experiencias que no se pueden atribuir a la casualidad. Todos coinciden en una serie de puntos que resumen los diversos autores en:

1. Separación del espíritu del cuerpo.

2. Zumbido o ruido que algunos califican de desagradable.

3. Autocontemplación del propio cuerpo desde fuera de él.

4. Sensación de ingravidez y de flotar, elevándose ese doble incorpóreo, doble que sin embargo tiene conciencia, sabe, piensa, conoce, ve, pero no puede comunicarse con los que rodean su cuerpo tratando de reanimarle.

5. Paso veloz por un túnel obscuro.

6. Llegada a un espacio fuera del túnel donde hay una luz esplendente que no deslumbra y que todos asocian con el AMOR INFINITO.

7. Visión panorámica de la vida hasta en sus mínimos detalles y vivencia del daño o sufrimiento que nuestros actos han podido producir a otros seres humanos.

8. Sensación de que el sujeto es recibido, acogido y acompañado por familiares, amigos o seres queridos que le precedieron en el viaje al más allá, o por seres de luz, inmateriales pero visibles para él, que se comunican por medios telepáticos, aunque en la conciencia resuenan sus voces.

9. Aparición de un SER DE LUZ, superior a todo lo conocido, indescriptible, que entra en contacto verbal con el sujeto y le pregunta y le ordena cariñosamente o le anuncia que su hora no ha llegado todavía y que debe regresar al lugar de donde partió.

10. Resistencia al regreso ya que la sensación de PAZ y BIENESTAR es tan grande, que volver al lugar del sufrimiento parece superior a la voluntad.

11. Visión de una barrera o muro más allá, que ninguno de los que han tenido estas experiencias han llegado a atravesar.

12. Sensación constante de estar en otra dimensión inefable, donde el factor tiempo no existe, como en un sueño de esos que a veces tenemos en el que vemos todo con extraordinaria claridad.

13. El regreso por el mismo túnel en sentido inverso, la vuelta en sí, la reintegración al cuerpo del que el espíritu escapó por un instante quizás, pero que no puede ser medido en la otra dimensión.

14. Y por último, una sensación de estar otra vez, pero con algo nuevo, con una experiencia nueva que a veces deben contar y otras prefieren callar, pero que suele modificar su vida, su actitud ante la vida y la muerte, su actitud hacia los demás.

Como científico debo plantearme la duda metódica ante éste y otros tipos de experiencias, plantearme el pensamiento de que quizás algo o alguien pretende substituir lo que se cree por la fe con lo que se ve con los ojos del espíritu. No lo sé. Lo cierto es que merece la pena de ser investigado, para ver si es que tiene alguna explicación “racional”. Son muchos los que han experimentado estos fenómenos y hay trabajos muy serios sobre ellos. Pero también hay objeciones muy diversas.

¿Se deben estas sensaciones a la liberación de alguna substancia química que se produce en el cerebro en circunstancias extremas de terror y que actúa sobre los substratos más recónditos de nuestro cerebro, allí donde se refugia la memoria y la conciencia? ¿Son estas experiencias similares a las inducidas por ciertas drogas alucinógenas? No se puede afcirmar aún nada con absoluta certeza. Sólo apuntarlo como hipótesis.

Desde un punto de vista más estrictamente antropológico-forense es misión del médico diagnosticar y certificar la muerte, la detención irreversible de las funciones biológicas del cuerpo humano.

Existen sin duda casos de muerte aparente. Desde tiempos remotos existe el temor a ser enterrado vivo y esto ha sucedido muchas, probablemente muchísimas veces en el pasado, muchas más de las que podamos imaginar. Tanto es así que en los testamentos medievales se solía añadir una cláusula por la cual se pedía muy encarecidamente que uno o varios médicos comprobasen la muerte real. Para ello se utilizaron muy variados procedimientos tales como colocar un espejito debajo de la nariz para ver si se empañaba, lo que significaba que el sujeto aún vivía, o una plumilla de ave que era desplazada si aún había una brizna de respiración. También se colocaba un vaso lleno de agua sobre el esternón del aparente cadáver y si se notaba alguna vibración en la superficie del agua, era signo de vida. Se abrían arterias y venas de la flexura del brazo para ver si manaba sangre y así otros procedimientos más o menos seguros.

Aún así hubo gran número de casos conocidos de muerte aparente con enterramiento. Se dice que KEMPIS, el autor de “La imitación de Cristo” y FRAY LUIS DE LEON, fueron enterrados vivos y por ese motivo no fueron beatificados como al parecer merecían. Reciente es el caso de Fray Diego de Cádiz, quien estaba en proceso de beatificación. Al exhumar sus restos se pudo determinar que había sido enterrado vivo. Sin embargo en este caso, el Papa consideró que debía ser beatificado a pesar de todo ya que un ser humano enterrado vivo no es dueño de sus actos si de pronto vuelve a la vida en esas condiciones y muere por verse imposibilitado de salir de su encierro.

Bien documentado está el caso de PEDRARIAS DAVILA, el segoviano, que fué primer Gobernador de Castilla del Oro, lo que hoy es Panamá y parte de Colombia (REVERTE, J.M.: “Biopatología de Pedrarias Dávila”, 1975). Pedrarias, que fué un gran comandante militar en los tiempos de los Reyes Católicos, se distinguió en las guerras del Norte de Africa, especialmente en la toma de Bugía y su fortaleza que más tarde defendió valerosamente contra los ataques de los moros, hasta el punto de que recibió entre otros sobrenombres el de “El Bravo” y nuevos timbres de honor para su escudo. A sus 60 años, estaba ya algo retirado en su castillo de Torrejón de Ardoz, cuando después de una copiosa comida, “murió” repentinamente. La familia, llorosa, hizo los preparativos para el funeral y entierro, colocándole en un ataúd rodeado de 4 hachones encendidos. Llegado el momento, se tapó el cajón y se dispusieron a llevarle al panteón familiar, cuando uno de sus criados que le quería mucho, no pudiendo sufrir su desaparición, se abrazó al ataúd para darle el último adiós. Ante su sorpresa, sintió moverse algo en el interior. Sus gritos atrajeron a los familiares y servidores que abrieron la caja. Pedrarias se sentó, restregándose los ojos y preguntando que qué

pasaba allí. Pedrarias volvió a la vida salvándose de ser enterrado vivo. Algo tan inusitado no dejó de grabar una profunda huella en el ánima del soldado. Más tarde y haciendo ya su vida normal, fué nombrado por la Reina Isabel la Católica, Gobernador de Castilla del Oro, a donde llegó con una florida y numerosa expedición para emprender una nueva vida en el mundo recientemente descubierto. Poco después de llegar sufrió un ictus apoplectiforme con una hemiplegia de la que nunca se recuperó del todo, pero que no fué óbice para que amañara un falso proceso por el cual el gran descubridor del Mar del Sur u Océano Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, fuese decapitado junto con sus compañeros y leales en Acla. Aún años más tarde repetiría la historia después de haber sido trasladado a Nicaragua como Gobernador de aquellas tierras, haciendo decapitar también al descubridor de las mismas, el Capitán HERNANDEZ DE CORDOBA. Todo al parecer porque no quería que nadie le hiciera sombra, acabando por fin su vida a los 84 años de edad de una rabieta que tuvo. Pedrarias, según cuentan los cronistas de la época que le conocieron y trataron, desde aquella muerte aparente llevaba consigo un ataúd en miniatura para recordarle la experiencia de casi-muerte y cada año, por aquella misma fecha, se hacía celebrar una misa de corpore insepulto para agradecer a Dios su salvación.

No parece en este caso que su casi-muerte haya influído tan favorablemetne como en otros casos que nos cuentan los diversos autores y o no vió la LUZ MARAVILLOSA ni comprendió lo que significaba el AMOR al prójimo, porque si hemos de creer a los cronistas, le hizo la vida imposible a cuantos de él dependieron.

Que la muerte aparente puede darse en nuestro tiempo, lo demuestran varios casos, uno que tuvo lugar durante mi reciente viaje a la India. Una mujer había sido declarada muerta y se hicieron los preparativos para quemarla en la pira funeraria. Se colocó el “cadáver” en la posición adecuada, rodeado del combustible ritual y se puso fuego a la pira. Pero al sentir la quemadura en el cuerpo, la mujer “revivió” y de un salto salió despedida del fuego dando alaridos. Consiguió salvarse no sin serias quemaduras que tuvieron que ser atendidas en el Hospital de Benarés.

Y muy recientemente, el 14 de marzo de 1993, Rafael Guardiola Escámez era declarado muerto de forma oficial en el Hospital de la localidad alicantina de Elda. Se trataba de un sujeto de 52 años a quien le sobrevino una muerte súbita en el interior de un ascensor. Según los médicos que le atendieron ingresó cadáver en el Centro médico. Veinte minutos más tarde, después de ímprobos esfuerzos para reanimarle utilizando descargas eléctricas sobre el corazón sin obtener respuesta alguna, los facultativos comunicaban a la familia su defunción y que se encontraba en una de las cámaras frigoríficas de la sala de autopsias. La esposa quiso ver a su esposo para comprobar por sí misma que estaba muerto y al impedírselo las autoriades del Hospital, fué acompañada de la Juez de Instrucción del Juzgado nº 2 de Elda, el Comisario de Policía y un Forense. Cuál no sería la sorpresa de todos cuando vieron que el supuesto “cadáver” respiraba. Sacado inmediatamente de la refrigeradora, fué trasladado a la UVI donde aunque respira y mantiene vida, ha permanecido en coma profundo, del que me cuentan que acaba de salir.

Para asegurarse de que no se trata de un caso de muerte aparente hay que determinar que el cuerpo que va a ser enterrado está realmente muerto. Por eso las leyes prohiben realizar un enterramiento antes de las 24 horas de haber fallecido el sujeto, exigiéndose la certifiación de un médico de familia, un médico forense o un médico del Registro Civil, en la que previa comprobación, se señalan las causas mediatas e inmediatas de la muerte.

Así, son evidentes en la muerte cierta, una serie de fenómenos tales como la mancha verde, signo de aparición tardía (24 horas después de la muerte), generalmente en la pared abdominal, como consecuencia de las putrefacciones intestinales.

La radiografía abdominal que en el cadáver permite ver con más nitidez los límites de los órganos internos, cosa que no sucede en el vivo a causa de los movimientos peristálticos del intestino.

La paralización de la respiración, la detención del movimiento circulatorio y cardiaco y el silencio bioeléctrico del cerebro en un registro gráfico de EEG.

Como esto no siempre es posible llevarlo a cabo, salvo en medios hospitalarios muy bien provistos, el médico se guía, primero por la flaccidez de los tejidos y músculos que ocho horas después de la muerte es substituída por la rigidez cadavérica (rigor mortis) aunque hay casos en que se presenta antes y que es máxima a las 24 horas para ir desapareciendo por el mismo orden que comenzó.

Una gran investigador español, el Prof. LECHA MARZO, sabiendo que el medio interno del cuerpo humano es neutro o ligeramente alcalino y que poco después de la muerte real se acidifica, ideó una sencilla y eficaz técnica que consiste en colocar un papel de tornasol bajo el párpado o bien absorbiendo con el papel la secreción lagrimal que pueda haber en los sacos palpebrales. Si este papel de tornasol vira al color rojo, es decir al pH ácido, la muerte real es cierta.

Los cambios químicos del medio interno que sobrevienen con la muerte hacen que el cadáver se enfríe progresivamente (algor mortis) comenzando por pies y manos y continuando por las partes más superficiales para terminar por las más profundas como son los órganos internos. A veces hay incluso aumento de temperatura y a las 24 horas aún conservan calor los órganos internos como el corazón, hígado y bazo. El cuerpo humano se comporta como un cilindro al enfriarse.

También se produce una pérdida de la elasticidad de los tejidos en el cadáver, especialmente de las fibras epidérmicas y musculares, de manera que si inyectamos unos 2 cc de éter teñido con azul de metileno bajo la piel colocando la aguja paralela a ésta, si el sujeto está muerto, el éter refluye por el orificio del pinchazo al ser rechazado por los tejidos, mientras que si el sujeto está vivo, se retiene y difunde por los tejidos (Signo de Rebouillat) o bien si pellizcamos la piel con una pinza de forcipresión (Pinza de Pean) y luego aflojamos ésta, los tejidos vuelven a la normalidad en el vivo persistiendo el pinzamiento si el sujeto está muerto (Signo de Icard).

El pH interno se puede comprobar también por medio de la cutitánatorreacción, practicando pequeñas escarificaciones en la piel, sobre la que se aplica papel de tornasol que vira al pH ácido si está muerto el sujeto.

Generalmente 45 minutos después de la muerte, se presentan signos como el hundimiento y flaccidez del globo ocular por evaporación de los líquidos intraoculares, la mancha esclerótica de Sommer-Larcher, que aparece en forma redondeada u oval, de color negro, en el lado externo del globo ocular por desecación de la esclerótica, o el enturbiamiento corneal, muy rápido si el cadáver quedó con los ojos abiertos y más lento (hasta un día después de la muerte) si quedó con los párpados cerrados. Por otra parte, la decoloración de los tegumentos y la palidez cérea son otros signos de muerte.

Consecuencia también de la alteraciones químicas del medio interior son las manchas lívidas, livideces cadavéricas (livor mortis), que aparecen en las partes declives del cuerpo, en la espalda si el cadáver quedó boca arriba o en el pecho y abdomen si el cadáver quedó boca abajo. Estas manchas pueden cambiar de lugar (transposición de las livideces) si el cadáver es cambiado de posición antes de las 10-12 horas después de la muerte, tiempo que necesitan para fijarse. Varían del rojo violado al azul obscuro y dependen del acúmulo de la sangre venosa por la acción de la fuerza de la gravedad en las partes declives.

La paralización o detención de las funciones vitales respiratorias, circulatorias y del sistema nervioso se conoce con el nombre de Trípode de Bichat.

Se suele considerar que si la irrigación del cerebro falta más de cinco minutos, aunque el sujeto no muera aparentemente, el daño cerebral es tan grande que es irreversible. La anoxia cerebral es mortal para este órgano después de cinco minutos.

La paralización de las funciones cerebrales se detecta por medio del EEG (electroencéfalograma). Un EEG plano se considera como muerte cierta cerebral, aunque el sujeto parezca mantenerse vivo por medio de respiración y circulación asistidas artificialmente. Se convierte en un vegetal. Sin embargo ha habido casos de EEG plano con una duración que descartaba toda vuelta a la normalidad en que el sujeto se ha recuperado totalmente. A veces el EEG no registra ritmos y ondas muy tenues, pero suficientes para demostrar que aún vive.

Cuando no hay un electroencefalógrafo disponible, se recurre al uso de mióticos y midriásicos instilados en la conjuntiva ocular. La falta de respuesta pupilar es signo de muerte cierta. Si esto se acompaña de ausencia de contractilidad muscular, respuesta negativa al electro-shock de bajo voltaje y demás signos descritos, la muerte es cierta.

Se considera que 4 horas de EEG plano es el máximo que se puede esperar para afirmar que un cerebro ha terminado sus posibilidades de recuperación, aunque en países como Francia, después de las experiencias vividas en algunos casos, exigen las leyes un silencio bioeléctrico de 48 horas (sujeto en estado de coma profundo). La ausencia de reflejos acompaña a estos estados irreversibles (muerte cerebral).

La paralización de la actividad cardiaca se detecta por medio del ECG (electrocardiograma) monitorizado en medio hospitalario, ausencia de latidos a la auscultación, registro fonocardiográfico negativo. En estos casos se recurre a la reanimación, bien con una inyección intracardiaca de adrenalina o bien por la estimulación eléctrica o el masaje cardiaco por presión de la caja torácica o directo en el caso de una intervención quirúrgica. Ha habido casos en que el sujeto ha vuelto a la vida por alguno de estos procedimientos.

Como puede verse son muchos los signos que nos permiten afirmar que un sujeto está muerto. A pesar de todo, los casos extraordinarios de vuelta a la vida cuando parecía imposible, existen.

En mi propia experiencia personal, recuerdo que durante mis años de estancia en Panamá tuve la oportunidad de atender a un sujeto ahogado en el mar. Al borde de la playa y ante la expectación de familiares y curiosos, permanecía colocado boca abajo y con la cabeza de lado, la piel y mucosas de color violáceo, la respiración detenida totalmente. Yo seguía incansable aplicándole los movimientos de presión sobre el dorso de la caja torácica en un intento de volverle a la vida. Mis propios músculos, fatigados por el esfuerzo, ya casi no respondían a los movimientos. En aquel cuerpo no había respuesta. Ya estaba a punto de dejarlo, máxime cuando escuché la exclamación de uno de los familiares que decía: “¡Déjelo Doctor, está muerto!”. Pero no hice caso y continué. A los 20 minutos salía agua por la boca y nariz y a la media hora hubo una inspiración ante mi propio asombro. Seguí con renovados ánimos y aquel hombre vivió.

Siempre desde entonces he recomendado no desmayar en los esfuerzos por reanimar a un ahogado por muy muerto que se crea que está. No hay que olvidar que el prolongado enfriamiento hace que con un mínimo de funciones vitales, un cuerpo pueda sobrevivir y esto es lo que seguramente ocurrió en aquel caso.

Por supuesto que cuando se me pregunta si la vida puede continuar de alguna manera en el cuerpo, aún después de la muerte cierta, la respuesta es que el cadáver aún tiene grupos de células en las que la autolisis no ha tenido lugar y así hay grupos de células y tejidos que conservan su vitalidad por un cierto tiempo. Más adelante, la autolisis que consiste en una serie de procesos fermentativos anaeróbicos intracelulares por la acción de las propias enzimas, se generaliza, degenerando en verdaderas necrosis celulares. Además se instala la fermentación pútrida de origen bacteriano y los gérmenes intestinales multiplican su actividad, actuando en primer lugar las bacterias aerobias hasta que consumen todo el oxígeno que pueden encontrar en los tejidos. El cadáver evoluciona según los cuatro periodos que la Medicina Legal clásica considera: Fase cromática, Fase enfisematosa con producción de gases y distensión de los tejidos, Fase colicuativa o licuefacción, convirtiéndose los tejidos en putrílago y desapareciendo por fin éste para dejar el hueso limpio (Esqueletización). Todo este proceso es favorecido y acelerado casi siempre por la acción de los insectos que forman las 8 escuadras de la muerte o trabajadores de la muerte: Dípteros, Coleópteros, Himenópteros, Acaros, cada una de cuyas especies necrófagas atacan atraídas por los distintos olores que despide el cadáver durante las fermentaciones butírica, amoniacal.

Hay muchas variantes de este proceso de destrucción de las partes blandas, dependiendo de factores intrínsecos (emaciación premortem a causa de una larga enfermedad consuntiva), utilización de antibióticos de amplio espectro, etc. y factores extrínsecos (sequedad del medio en que se coloca el cuerpo, lo que favorece la desecación y momificación del mismo, o bien humedad del medio que rodea al cadáver lo que origina la saponificación de las grasas cadavéricas (por hidrólisis de las mismas) y su transformación posterior en adipocira (grasa y cera cadavéricas, cuerpos incorruptos), o bien si el cuerpo ha quedado sobre la arena del desierto (momificación espontánea por desecación), o entre los hielos y nieves del Artico (congelación y conservación consiguiente por tiempo indefinido). A veces tiene lugar un proceso denominado corificación, que puede ser blanda (los tejidos quedan como si fuesen cuero curtido o badana) o dura (los tejidos adquieren la dureza del cuero viejo o el cartón piedra).

En determinadas circunstancias tiene lugar la infiltración de substancias calcáreas (cadáveres depositados en cuevas), que puede conducir a la fosilización de éstos o a la formación de fluorapatita y transformación del hueso (mineralización y transmineralización).

Si el cadáver ha sido embalsamado (bien por procedimientos antiguos como los usados por guanches, egipcios, incas peruanos, etc. o por procedimientos modernos tales como inyecciones intravenosas, intramusculares o parenterales en cavidades con substancias conservadoras, radiaciones, etc.) el cadáver se puede momificar, desecar o conservar durante mucho tiempo.

El actualísimo problema de los transplantes de órganos, suscita muy diversos y complejos problemas, entre los cuales no es el menor la determinación del momento de obtener los órganos del donante. Para ello es necesaria la declaración de muerte del donante. He ahí el grave problema médico-legal que se plantea. Se ha acusado a algunos cirujanos de haber obtenido órganos para transplante en sujetos moribundos, pero que aún tenían vida. La legislación de cada país ha tenido que ir a la zaga de los adelantos científicos y todavía en muchos aspectos se mantiene retrasada (Véase REVERTE COMA, J.M.: “Las fronteras de la Medicina”, Ed. Díaz de Santos, Madrid, 1981).

En el caso, desgraciadamente muy frecuente, de sujetos descerebrados en los que se mantiene la circulación sanguínea por tiempo indefinido merced a una máquina que actúa como corazón artificial y la respiración y movimiento pulmonar por un procedimiento también mecánico oxigenando la sangre, a pesar de lo cual no se logra sacar al enfermo del coma profundo en que se encuentra (muerte cerebral), aunque no lo parezca, el sujeto es un cadáver.

Un Comité creado por la Escuela de Harvard en 1968, definió la muerte como la interrupción permanente y completa de las funciones cerebrales, cumpliéndose los siguientes requisitos:

1. Falta de receptividad y respuesta a estímulos externos si se separa a la persona del respirador durante 3 minutos.

2. Ausencia total de movimientos o respiraciones.

3. Ausencia total de reflejos.

4. Silencio bioeléctrico del cerebro (EEG plano).

En años posteriores se ha aceptado esta definición en todos los países del mundo, aún con algunas modificaciones.

Existe otra posibilidad y es que haya donantes vivos, que voluntariamente ceden algún órgano para que se salve otro sujeto (donación de un riñón por ejemplo). La Ley Española de Transplantes de órganos exige para la obtención de un órgano procedente de un sujeto fallecido, que la muerte sea certificada por tres médicos, entre los cuales deberá figurar un neurólogo o neurocirujano y el Jefe de la Unidad Médica correspondiente o su substituto, con la salvedad de que ninguno de estos facultativos podrá formar parte del equipo que vaya a proceder a la obtención del órgano o a efectuar el transplante.

Todo ello dándose las circunstancias de deseo expreso del sujeto en vida o de sus familiares, de que los órganos sean dados con este fin de ser transplantados y sin mediar recompensa económica alguna.

Hay aún mucho que estudiar en torno a la muerte, que es vida bajo otra forma. KUBLER-ROSS compara ese momento a una metamorfosis, como lo hacían mis amigos indios, algo como una muda, desprendiéndose el ser humano de su envoltura corporal como una mariposa de su capullo para renacer a una vida superior. La muerte es un fenómeno natural y como tal debe ser vivida naturalmente. Para el cristiano es un renacer a una nueva vida. Para el Antropólogo es un rito de paso más, el último en la odisea de la vida, que nos permite pasar a una nueva dimensión, seamos creyentes o no creyentes, pertenezcamos a uno u otro credo. La muerte nos iguala a todos, es la gran enrasadora.

No morimos jamás, sólo emprendemos un largo y jubiloso viaje hacia el más allá.

El alma primitiva

VIII. La supervivencia de los muertos.

El primitivo, por lo general, cree en la supervivencia de los muertos. A su modo de ver, el hombre al morir cesa de formar parte del grupo de los vivos pero no deja de existir. Pasa, simplemente, de este mundo a otro donde continúa viviendo más o menos tiempo en nuevas condiciones. El europeo suele reseñar esta creencia con simpatía pero sin crítica, por cuanto la asimila a su propia fe en la inmortalidad del alma. Por citar un solo ejemplo, el misionero Taplin, que no era un mal observador, escribe: “Muchas personas ponen seriamente en duda si los aborígenes de las colonias australianas creen en la inmortalidad del alma. Por mi parte afirmo rotundamente que creen en ello. Ahora bien, resulta difícil hacerse una idea exacta de lo que realmente creen, dado que dicha creencia se halla en forma de tradición.” Taplin se daba cuenta de que subsistía alguna oscuridad. Pero estaba de todas formas persuadido de que los australianos creían, igual que él, en la inmortalidad del alma. Sin embargo, lo cierto es que no tienen la misma idea de alma que tiene Taplin. ¿De dónde, entonces, proviene su convicción?
Anteriormente hemos indicado la causa principal de ésta. Las diferencias entre las representaciones de los australianos y las muestras sobre este asunto, siendo profundas, se hallan, sin embargo, enmascaradas por semejanzas superficiales pero chocantes. Éstas son las que saltan a la vista de los observadores, que concluyen a partir de ellas, sin asomo de desconfianza alguna, en la afirmación de la identidad entre unas y otras creencias. En un caso y en otro la muerte se concibe como una separación, como el tránsito de alguna cosa, de un ser que abandona el cuerpo. No se dan cuenta los observadores que la semejanza se acaba aquí.
Según los representantes colectivos de nuestras sociedades, lo que se va es el alma, puro principio espiritual que nada tiene en común con la materia. La mentalidad primitiva, por el contrario, no conoce nada que se halle en correspondencia con nuestros conceptos de espíritu puro o de cuerpo exclusivamente material. Cuando el hombre muere no puede decirse, según ellos, que un “alma” se ha separado de su cuerpo.
Renunciemos, por tanto, a asimilaciones abusivas y equívocas. No planteemos al primitivo una cuestión que se le escapa y cuyos términos implican una metafísica espiritualista de la que no tiene la menor idea. No le preguntemos, pues, cómo resuelve problemas que nunca se ha planteado. El destino del individuo en el más allá, por ejemplo, no le causa apenas inquietud y puede decir cosas al respecto. No intentemos, pues, encontrar en sus representaciones nuestra distinción de alma y cuerpo. Intentemos por el contrario, aprehender sus representaciones sin desnaturalizarlas en los posible y evitando forzarlas a entrar en el marco de nuestros conceptos.
Como se sabe, el primitivo refiere las más de las veces los hechos que orientan su atención hacia un ser de acciones de presencia. Si la aguja de la brújula marca siempre el norte, ello es debido a que el instrumento encierra un pequeño “espíritu” que indica constantemente la ruta por esa dirección. Igualmente, para los polinesios, los síntomas de la mayoría de las enfermedades son debidos a la presencia en el interior del cuerpo, de un atua que lo devora lentamente. “La ignorancia absoluta –dice Casalis- en que se hallan la mayoría de los indígenas respecto a las causas naturales y a los síntomas de las diversas enfermedades bajo la forma de un cuerpo extraño. Se trata más de las veces de algo que corre de un lugar a otro. He conocido un enfermo que pretendía albergar un enjambre de zánganos en el estómago… De este error se benefician algunos impostores que pretenden extraer mediante succión los innumerables artículos que los brujos han logrado introducir en la pobre máquina humana.”
Conforme con esta costumbre el primitivo, que es muy sensible a la diferencia entre el individuo vivo y el cadáver, explica el cese de las funciones vitales por la salida de un ser o de un “principio” que las aseguraba. Este principio no es ni puramente espiritual ni puramente material –si es que se me permite emplear estas palabras en este contexto. Es a la vez una cosa y la otra. Su presencia actúa como una virtud mística. Recuérdese, por ejemplo, la “grasa de los riñones” de los australianos. En tanto que se halla presente o por lo menos intacta, garantiza la vida del individuo. Puede serle extraída por un brujo sin dejar huella aparente. Pero también desaparece a causa de que una de las pertenencias del individuo –una huella de sus pasos, unos vestidos impregnados por su sudor, una astilla de sus uñas, un poco de su saliva o de sus cabellos, etc.- haya sufrido operaciones mágicas en manos de un brujo. Hay mil maneras de extraer esa grasa de los riñones y hacer cesar su acción de presencia. La muerte sobreviene entonces necesariamente, Por otra parte, el mismo papel se atribuye al corazón, al hígado, a la sangre, etcétera.
De todos modos está condición no es la única de la cual depende la vida. Si la imagen del hombre, su doble, su atai, tamaniu, wairua, mauri, etc., queda lesionado o destruido, muere también como muere el hombre-leopardo cuando “su” leopardo ha sido muerto. En virtud de su consustancialidad, la desaparición del doble entraña por lo general la del individuo mismo, que no es realmente distinto de éste.
Por último, en muchas sociedades, el individuo incluye en sí mismo también, sin identificarse completamente con él, un ser que tiene su vida propia, y que sin embargo, es él: el iningukua de Australia central, el nyarong de los malayos, etc. Hay que decir también de este ser, que todo el tiempo en que está presente, el individuo vive, y que muere en cambio si se aleja de él definitivamente.
Por otra parte –y esto ha causado muchas confusiones- estas acciones de presencia no son independientes unas de otras. El hechizo de un hombre mediante prácticas ejercitadas sobre una de sus pertenencias o sobre su imagen, al tiempo que detiene las funciones vitales, determina la participación de su genio protector. Recíprocamente, la ausencia definitiva de este genio (kra, ntoro, etcétera) entraña la muerte del individuo, hace cesar la presencia del principio distinto de este genio, que mantenía las funciones vitales. En los dos casos el individuo muere y subsiste. Tan sólo su condición ha cambiado. Separado de la sociedad de los vivos, forma parte entonces de otro grupo, el de los muertos de su familia o de su clan, en dónde es, más o menos, bien acogido. La mayoría de las lenguas tienen una palabra con la que designar al individuo que pasa al estado de muerto: tamate en Melanesia, begu entre los bataks, etc. Nosotros no tenemos palabra alguna que corresponda exactamente a éstas, porque carecemos de la representación que expresan. “Espíritu, sombra, fantasma, espectro, spirit, ghost, Geist, etc.”, todas estas palabras, así como también la palabra “alma”, lejos de traducir el pensamiento de los primitivos, lo tergiversan y lo traicionan. Con el fin de mantenernos fieles a éste, nos abstendremos de ahora en delante de emplear estos términos equívocos y diremos simplemente “el hombre muerto”, o simplemente, “el muerto”.

II.-
Casi todos los primitivos creen que los muertos se hallan abocados a llevar en otra parte una vida bastante semejante a la de aquí abajo. Los detalles acerca de ésta difieren según las sociedades, pero la representación fundamental acerca de esta vida resulta ser siempre la misma. Daré unas pocas pruebas de ello. En Nueva Guinea (tribu kaî), “como quiera que los hombres continúen viviendo bajo la forma de muertos (Geister), como facultades, es a los más guerreros, a los más violentos, a los más brutales… a quienes más se teme después de su muerte.” Entre los kayans de Borneo, “la palabra urip, en el uso corriente, quiere decir “viviente”, pero también se emplea esta palabra como prefijo delante de los nombres de los muertos recientes. Ello parece indicar en el que habla el sentimiento de que la persona continúa viviendo, a pesar de la muerte de su cuerpo.” En África, entre algunos bantús, aparecen las misma representaciones. “No piensan que las persona desaparezcan completamente con la muerte. Lo que sí niegan es la resurrección del cuerpo. La persona continúa viviendo.” En Uganda, antaño, el rey muerto todavía estaba vivo. “Sus mujeres no eran llamadas en el templo sus viudas ni eran tampoco consideradas como tales: eran las esposas del rey difunto, de quien se hablaba como si se hallara todavía vivo… En un templo real el rey muerto recibía cada día audiencia; su corte se hallaba dispuesta como si el viviera y la muchedumbre reunida se postraba delante del palio real, en donde se decía que el rey se hallaba presente en forma invisible.” Entre los kikuyos, “saltar por encima de un cadáver constituye probablemente un insulto al muerto (spirit)”. (Es una ofensa grave para el vivo.) Las mujeres “lavan todo el cuerpo del cadáver”, escribe Van Wing, el cual añade: “Esta expresión, mvumbi, debe considerarse con atención. Mvumbi no significa lo que para nosotros es un cuerpo muerto. En el sentido de los bakongos, el alma (moyo) se haya todavía presente. Mvumbi, por la forma de la palabra, indica un ser animado, personal. Es de notar que no puede hablarse de mvumbi para designar al muerto como si estuviera vivo. Mvumbi significa igualmente “fuego”.” Este último rasgo permite mostrar a la postre que, en el espíritu de los bakongos, los muertos están vivos. Son incluso los vivos por excelencia. “Están dotados de una vida y de una potencia sobrehumana que les permite salir de sus pueblos subterráneos e influenciar para bien o para mal la naturaleza, los hombres, las bestias, las plantas y los minerales. Los jefes más poderosos en el cielo son también los más poderosos en la tierra.”
Cuando tiene lugar un entierro, “nada más se pone en marcha el cortejo, los que transportan el cadáver se tambalean. El difunto se agita, es preciso que un pariente intervenga con el fin de calmarlo y le suplique que le deje transportar al cementerio… Se le desciende con precaución en la fosa, por medio de cuerdas y de lianas. Es preciso colocarlo bien al fondo y, una vez colocado, no moverlo, pues de lo contrario se atrae la venganza del difunto… Un pariente próximo, hombre o mujer, le dice: “Lleva noticias a los antepasados…” Una mujer le hace recomendaciones, diciéndole: “Tú me entiendes aunque ya no respires”.
Para los hebreos, “el muerto no está muerto. Entiende, siente, ve, piensa en los vivos y castiga. Si un hebreo dice a otro “Dios, es decir, el antepasado, es testigo, yo me quejaré a el”, el otro está seguro de que ocurrirá de este modo. Por esta misma razón toman venganza de los enemigos que ya están muertos y que yacen en sus tumbas: los desentierran expresamente para ello”. Entre los ba-ilas: “Prometo enviar un buey –escribe el capitán Dale-, y Kadobela, antes de morir, dice que lo esperará allí abajo; sostiene que nadie mataba antes de que llegara dicho buey, por miedo a producirle disgusto… El cadáver fue colocado sobre tres pellejos resecados y envuelto en una covertura… Se le embadurnaba con grasa y se le colocaba su pipa en la boca. Finalmente, la gente le dijo: “Si tienes algún motivo de queja, dilo. No te vayas agraviado bajo tierra, albergando la intención de destruir tu comunidad.” Como no llegaba ninguna respuesta, se consideró que estaba satisfecho y los funerales siguieron su curso.” Igualmente entre los kizibas, “no se entierra a los sacerdotes, sino que se lleva su cadáver al bosque, envuelto en un paño de corteza… Una vez allí se descubre el cuerpo y se le hace sentar en un asiento. Se pone una pipa en la boca del muerto y se coloca cerca de él una calabaza y un tubo para beber, como si todavía viviera. Se viste el cadáver con una tela de corteza y una piel de leopardo… Se dice que las bestias feroces no atacan al cadáver porque lo confunden con un vivo”. Por último, entre los mossis, “cuando el cuerpo (del moro-naba, del rey) está en la fosa, se coloca una media barra de sal sobre su cabeza, un perro viviente en su derecha y un gato vivo a su izquierda. Se añade un gallo y un cesto con mijo. El gallo está allí para que cante todas las mañanas, advirtiendo al difunto naba de la llegada del día. El gato de caza a los ratones y a las ratas. El perro ladra y asusta a los hombres. El mijo y la sal sirven de alimento al difunto. Una vez dispuesto todo esto, se cubre el agujero con tierra, amortajando juntos a los muertos y a los vivos.
Esta enumeración de testimonios podría prolongarse indefinidamente. Terminaremos citando esta reflexión de Grubb: “El lengua no cree posible que la personalidad del hombre cese de existir. La otra vida es para él simplemente la continuación de ésta; solo difiere en que ella se halla privado de su cuerpo.”
Al igual que el vivo, el muerto también puede estar presente, en el mismo momento, en diferentes lugares. La dualidad, la bipresencia de un mismo individuo que no es algo que choque más a un primitivo si se trata de un muerto que si se trata de un vivo. Incluso, le parece más natural en el primer caso. Parece no experimentar ninguna dificultad en considerar como un solo y mismo ser al cadáver de una parte y al muerto que sobrevive por otra. A nuestro parecer, la muerte rompe la unión del alma y del cuerpo. El alma abandona el cuerpo, con el cual no tenía nada esencialmente común. Desde ese momento sólo ella vive; el cuerpo se descompone. Pero el primitivo no tiene ninguna idea acerca de estas dos sustancias heterogéneas la una con respecto a la otra. Ignora el espiritualismo característico de nuestras metafísicas y de nuestras religiones. Ve que el cuerpo, ciertamente, se destruye (al menos en sus partes blandas), y es refrectario la idea de la resurrección. Sin embargo, como el paso de la vida terrestre a la otra constituye un simple cambio de condición y de medio ambiente, el individuo muerto permanece siendo semejante a lo que era anteriormente cuando estaba vivo.
Por haber desconocido este hecho, los mejores observadores se han equivocado y corrieron el riesgo de inducirnos a error. “En la muerte real –dice, por ejemplo, Codrington-, la separación del alma y del cuerpo es completa. (Debe recordarse que, según él, los melanesios tendrían la misma idea del alma que nosotros.) El atai o talegi deviene o tamate o ntamat, un hombre muerto, y el cadáver se designa también con la misma palabra. (Es decir, el hombre muerto y el cadáver son un solo y mismo ser, cuya dualidad y presencia en dos lugares diferentes no es óbice a su individualidad: Codrington señala este hecho como decisivo a su modo de ver.) El muerto (ghost), sin embargo, no se aleja en seguida “e incluso es posible llamarlo. Ésta es la razón de que los vecinos muerdan el dedo del muerto o del moribundo para despertarlo y le griten su nombre en la oreja, con la esperanza de que el muerto (soul) les escuchará y volverá”. Lo que Codrington llama en este pasaje soul (alma) es, evidente, el muerto, al que da, en otros pasajes, el nombre de ghost. Él mismo hace una anotación al respecto en una ocasión, pero no llega a percibir su alcance. “Es algo extraño –dice- que en las islas más próximas a la de Aurora, y en la de Pentecostés y en la de los Leprosos, la palabra tamtegi se emplea para designar “alma” (soul); pues, ciertamente, la que designa alma es tamate, hombre muerto. Sin embargo, los indígenas persisten en sostener que no tiene más que una palabra con esa significación.” Es precisamente lo que yo también digo. Los indígenas no saben lo que es “alma” o “espíritu”. Sólo conocen al hombre, vivo o muerto, con sus pertenencias, con su atai, su tamaniu, su imagen, etc; disponen de un nombre para designarlo cuando ha cesado de vivir y ha entrado en su condición de ultratumba. Ese nombre quiere decir “hombre muerto”. Nada nos autoriza a traducirlo por “alma”
El muerto, después de haber abandonado a los suyos, permanece en los alrededores durante los primeros días. Normalmente permanece invisible, si bien aparece, a veces, bajo la forma de un animal. Solamente se aleja definitivamente cuando se han consumado ciertas ceremonias. Esta vecindad inquieta a los supervivientes. Su pena está mezclada con el temor. Tienen miedo del contagio y desconfían de que el muerto se lleve consigo compañeros de infortunio. Se esfuerzan pues, por pacificarlo, por calmar su irritación –el muerto, en efecto, en ese momento, se siente a menudo hostil con los vivientes por celos- y, sobre todo, se esfuerzan por no hacer nada que pueda darle un pretexto para castigarlos. ¿Cómo llega a traducirse esta preocupación? Por medio de los cuidados que se dan al cadáver, sea durante el tiempo en que se halla en el lugar donde la vida le ha abandonado, sea una vez está expuesto o enterrado. Y ello porque tanto el cadáver que yace en la choza o bajo tierra como el muerto que yerra por la jungla de los alrededores constituyen para el primitivo un solo y mismo ser: aquel que ayer todavía se encontraba en medio de ellos y que ahora vive en otra parte una vida diferente.

Así pues, dualidad aparente del cadáver y del muerto (ghost) no excluye de ningún modo su consustancialidad. Del mismo modo en que la herida del leopardo se reproducía en el cuerpo del hombre-leopardo, asimismo lo que afecta al cadáver es sentido también por el muerto mismo, aunque se halle a distancia considerable de aquel. Desde este punto de vista adquieren su sentido verdadero multitud de ritos y de usos. Se trata del cuerpo insensible y a punto de descomposición como si estuviera todavía vivo: se le da calor, se le alimenta, etcétera. Ello es completamente natural, pues constituye una unidad con el muerto ausente, el cual continúa viviendo. Siendo así, ¿qué otro medio había de satisfacer las necesidades de éste? Ofrecer al cadáver lo que se supone que desea el muerto es literalmente lo mismo que ofrecérselo al muerto mismo porque ambos forman una unidad. Esto no es una hipótesis. Los hechos que siguen, a título de ejemplo, prueban que cuando se dirigen al cadáver, de hecho se están dirigiendo al muerto que vive en otra parte.
En Queensland, “debajo del cuerpo” se cubría en el lugar de hierba en una superficie de cerca de hierba en una superficie de cerca de cuatro pies cuadrados y se encendía un poco de fuego en uno de los lados. Ello para que el muerto (spirit o the dead) pudiera descender durante la noche, calentarse con este fuego o cocer los alimentos. Si se trataba de un hombre, se colocaba en su puerta una lanza; si se trataba en cambio de una mujer, se colocaba un yamstisk y de este modo podía también cazas o desenterrar raíces”. Roth dice lo mismo: “Durante una semana o dos después de la muerte, los parientes más cercanos se llegan en grupo al lugar donde está enterrado el muerto; tiene miedo de ir solos por temor a ver aparecer el moma del difunto (shade, ghost, es decir, el muerto en persona). Cada tarde puede depositarse en la tumba tabaco, cerillas, alimento, una pipa, etc., y se informa expresamente al que ha partido.” En Nuevas Hébridas, “se representa la existencia del alma (Seele, es decir, del muerto) de una manera completamente material. Se entierra al difunto en su choza para que no se encuentre desasistido, se le llevan alimentos para que el muerto (Seele) pueda sobrevivir y, en ocasiones, se envuelve el cadáver de esteras que constituyen algo así como monedas; de este modo el muerto entra en la tumba con sus riquezas.”
Los muertos parecen ser particularmente sensibles al frío y a la humedad cuando sus cadáveres están expuestos. “Entre los dieyeries, si hace frío cuando un indígena acaba de morir, se enciende un fuego cerca de su tumba a fin de que el muerto pueda calentarse y, a veces, se le lleva también comida.” En el Estado de Victoria, en agosto de 1849, un indígena muerto de tuberculosis había sido enterrado por sus compañeros en la propiedad de un colono. “En el mes de noviembre siguiente una gran tempestad de lluvia y de viento hizo estragos en el país. En seguida que se calmó, los amigos de Georgey reaparecieron y pidieron que se les prestara una pala y un azadón. Les pregunté que es lo que querían hacer. Me explicaron que el pobre Georgey sentía demasiado el frío y la humedad allí donde estaba enterrado y que deseaba cambiarlo de lugar. Exhumaron el cuerpo, lo envolvieron con una cobertura suplementaria, lo colocaron en un ataúd… y lo transportaron al otro lado del río para colocarlo en el hueco de un árbol, taponando después cuidadosamente los orificios de modo que no pudiera entrar ningún animal.” “En las islas Trobriand, un día discutía con un jefe sobre la causa de que no se hubiera recogido nada. “La culpa la tiene la administración –me dijo-. En otro tiempo, cuando nuestros doctores expertos en planificación morían, nosotros los enterrábamos en el pueblo. Ahora se nos obliga a llevarlos fuera, a la jungla, donde ellos tienen frío. Naturalmente, al sentirse tratados de esa suerte, ellos, (their spirits) dejan de interesarse por las plantaciones y viene en consecuencia el hambre.”
Las mismas representaciones se encuentran entre los indios de Nueva Francia. “sin embargo, una cosa les desagradó. Cuando se terminó de colocar el cuerpo en la fosa, se dieron cuenta de que había un poco de agua en el fondo a causa de que por entonces llovía a ratos; eso les excitó la imaginación y, como son supersticiosos, les entristeció un poco.” El mismo padre cuenta en otra parte: “Falta por saber por qué esta mujer se resistía a entregar el cuerpo de su hijo; ella daba tres razones: la primera, que el cementerio de Québec estaba muy húmedo…”
El muerto, por mediación del cadáver, no siente únicamente el frío. Siente también hambre y sed. En consecuencia se le da al cadáver el alimento que necesita el muerto. Esta costumbre es universal y la antigüedad clásica nos ha familiarizado con ella. Pero, entre los griegos y latinos este gesto tenía un carácter generalmente simbólico. Entre la mayoría de los “primitivos” los muertos tienen literalmente necesidad de comer y de beber. Ciertamente que no la tienen con la misma regularidad ni tampoco en la misma cantidad que los vivientes; no podrían, en efecto, resistir ese ritmo. Pero es preciso, sin embargo, que con una cierta frecuencia se les llevan alimentos y bebidas. De otro modo sufrirían y manifestarían su cólera a los parientes negligentes.
Así, por ejemplo, en la isla Kiwai “un cazador, un día, mató tres jabalíes, después de lo cual perdió la vida en un accidente; no se le volvió a ver. La gente que descubrió los jabalíes se llevó de ellos y dejó el tercero para el cazador muerto. -¡Pobre diablo! ¡Bastante mal ha tenido! ¡No nos llevemos pues sus tres jabalíes! Con seguridad el muerto (ghost) los está buscando y si no encuentra ninguno se hallará en una situación difícil”. También en Kiwai “la tarde de las exequias, los miembros del clan al cual pertenece el muerto colocan alimentos y encienden fuego en la tumba. La persona que suministra el alimento se dirige al muerto (spirit) en estos términos: “Éstos alimentos son para ti. Los dejamos aquí. Asimismo hemos encendido fuego para ti…” … Se lleva alimentación durante cinco días consecutivos… El sexto día, el maestro de ceremonias se dirige al muerto, que es invisible, y le dice: “estas plantas son para ti. Hoy es la última vez que te preparamos alimentos. ¡Vete!”
En un gran número de sociedades, mientras el cuerpo todavía está presente se le sirve su parte en cada comida. Después de las exequias se le lleva comida de vez en cuando al lugar en que está sepultado. “Se cree que el difunto todavía está presente después de su muerte; la prueba de ello estriba en que tanto que el cadáver está en la casa se coloca en todas las comidas su porción habitual al muerto.” “En tanto que el cadáver permanece en la casa –dice Leslie Milne- se le colocan dos bolas de laca, una a cada lado del cuerpo, cerca de su cabeza, a la hora de la comida. Una de ellas es para el muerto y la otra para sus ángeles guardianes (hay dos).” En fin, para no insistir más sobre estos hechos tan conocidos, cabe añadir que, entre los akambas, “los sacrificios consisten solamente en alimentación y es preciso insistir sobre el hecho de que, según se cree, los muertos necesitan realmente alimentos materiales. En efecto, sienten hambre, sed, frío, exactamente como los seres humanos”. El misionero Brutzer narra la recomendación que hace un doctor a los ancianos: “Id al ligar donde se sacrifica a N… Reedificad su choza, que se ha derrumbado. Está durmiendo por esa razón en la intemperie y por eso no llueve, para que no se le incomode. Dadle también algo para comer. Tiene mucha hambre. Dadle también granos para sembrar.”
En una palabra, el muerto es quien disfruta o quien se siente privado de lo que se da o se rehusa al cadáver. Acerca de este último punto nuestros sentimientos se hallan muy cercanos a los de los primitivos. Cuando nosotros creemos que se ultraja a nuestros muertos violando su tumba, por ejemplo, o bien maltratando su cuerpo, reaccionamos con la misma violencia que los melanesios, los indios o los bantús. Sin embargo, encontramos extraño que se de al muerto de beber y de comer, que se le ofrezcan coberturas para que esté caliente, armas para que vaya de caza y que todo ello se le coloque de forma que pueda cogerlo el cadáver, etc.

III.-
Como quiera que la individualidad del muerto es, pues del mismo tipo que la del vivo, los límites de uno y otro son igualmente indecisos. Cierto que en este caso no se trata de las huellas de sus pasos, de los restos de sus alimentos, de sus secreciones y excrecencias, etc. Sin embargo, los líquidos que supura el cadáver, comparables a la saliva y al sudor del viviente, parece considerarse también sus pertenencias. Así se explican, por lo menos en parte, costumbres horribles como las que se han observado en más de un lugar, por ejemplo, en Indonesia, al decir de Riedel. “En el archipiélago Aaru, cuando muere un adulto, se le baña y se le viste según su condición, se le colocan adornos de coral, de oro y de plata; permanece dos días y dos noches en posición de sentado, apretado entre pedazos de manera, con los pies sobre unos colmillos de elefante; las más de las veces se le coloca debajo de la casa y todos los miembros de la familia lo van alimentando. El tercer día se le coloca en una embarcación (bor). Ese día sus parientes consanguíneos le arrancan con las uñas pedazos de las mejillas, de las orejas y del pecho. Todo el tiempo en que el cuerpo está en la casa, se golpea el tambor. El bor está colocado en un estrado debajo de la vivienda y se hace un orificio para recoger en un gong o en una palangana los humores cadaveris, para consumirlos después un en testimonio de adhesión al muerto y para permancer en comunión duradera con él. Esta costumbre horrenda no parece tener consecuencias molestas.” Por otra parte, las viudas son, en ocasiones, obligadas a beber estos líquidos del cadáver de su marido.
Los cabellos son una pertenencia de los muertos particularmente importante. Se sabe a que peligros se exponía el indio de América del Norte para conseguir atrapar la cabellera de un enemigo. Ello no se hacia únicamente para mostrar a los demás una prueba de su valor y exhibir un trofeo. La cabellera tenía el mismo valor místico al que tantos primitivos, como, por ejemplo, en Indonesia o en América del Sur, atribuyen a las cabezas y a los cráneos. Hacerse con una pertenencia así de un individuo equivalía a hacerse dueño de él y, a veces, por este solo hecho se podía transformar a un enemigo, si no en protector, por lo menos en auxiliar y servidor.
Pero la pertenencia esencial del muerto, por así llamarla, la que desempeña el papel, principal en las representaciones de los primitivos son, sin ninguna duda, sus huesos, y mas especialmente su cráneo. Las partes blandas del cuerpo, sobre en todo en climas cálidos y húmedos, desaparecen rápidamente en la putrefacción a menos que se halle un medio de detenerla embalsamando el cadáver, como se hace en Egipto y en Perú. Pero estos países son, además, muy secos. En general, en las sociedades de que nos estamos ocupando, no se dispone de ningún medio para conservar indefinidamente las carnes de los cadáveres. De ahí que se limiten a conservar sus huesos. Su misma dureza y el hecho de que en la mayoría de las regiones resisten la acción del tiempo aumentan el respeto religioso que inspiran; evidentemente queda en ellos mucho del mana o del imunu del hombre.
Para espíritus de estas características, la manera como se trata a los cuerpos de los muertos y el lugar donde se los coloca a título provisional o definitivo tiene a menudo un sentido diferente de lo que tiene para nosotros. La inhumación, por ejemplo, no tiene siempre por objetivo asegurar su reposo. El doctor W. E. Roth hace, al respecto, la siguiente observación: “Al considerar la costumbre de la exhumación, muy generalizada entre los indios de la Guayana, y el uso que se hacía después de los huesos… Todas las principales naciones indias antes de estar en contacto con influencias europeas, practicando la exhumación… Los warrau llegaban al mismo resultado dejando el cuerpo en el agua en donde se hallaba expuesto a los ataques de los peces carnívoros. No hay, pues, motivo para extrañarse, si la inhumación se hacía de diversas maneras, tanto en una fosa o en agujero profundo, como en la superficie del suelo en una tumba no recubierta, etc.” El padre Colbacchimi dice lo mismo: “El muerto está colocado temporalmente a flor de tierra y rociado de agua. Cada día a la hora del crepúsculo, sus parientes acuden a verter agua sobre él para evitar la putrefacción de las carnes y para limpiar los huesos.”
Otros motivos se añaden a éstos, como lo señala R. Hertz, sobre todo en Indonesia y en Melanesia, para inducir a los indígenas a acelerar la desaparición de las partes blandas con el fin de liberar los huesos. “Mientras el cuerpo se pudre –dice Codrigton-, el muerto (ghost) está débil. Cuando el olor ha desaparecido, está fuerte.” Y un poco después, añade: “En estos métodos funerarios para muertos importantes, para los que están destinados a convertirse en poderosos lio’a, se debe, prbablemente, ver un efecto de la creencia ya citada, según la cual, en tanto que el cuerpo expide olor, el muerto (ghost) permanece débil; el lio’a del muerto que se arroja al mar, que se queja, que se encierra en una caja o que se despoja en seguida de su carne, es activo y disponible acto seguido… En otro tiempo se hacia en Saa lo que se practica hoy en día en Bauro: se vertía agua sobre el cuerpo hasta que la carne desapareciera y se le tomaba entonces el cráneo…”
Si se dan tanta prisa por separar lo antes posible los huesos de las materias en putrefacción ello es debido a que los huesos en tanto que son pertenencias, son el muerto mismo. Codrignton lo dice en estos términos. “En el interior de Santa Cruz se desentierran los huesos para hacer puntas de flechas y se tomará el cráneo para guardarlo en una caja en la casa. Se dice que ese cráneo es el hombre mismo y se colocan alimentos delante suyo”… “Recientemente había todavía en Aurora un hombre que por afecto hacía su hermano muerto lo desenterró e hizo flechas con sus huesos. Iba a todas partes con sus flechas y decía hablando consigo mismo: “Mi hermano y yo”. Todo el mundo tenía miedo de él pues se creía que su hermano muerto estaba presente para asistirlo.” Para los melanesios, por tanto, la presencia de los huesos y la presencia del muerto forman una unidad.
Con estas representaciones se relacionan unas prácticas cuyo sentido resultará ahora evidente. Por ejemplo, en las islas próximas a Nuevo Mecklembourgo, “cuando el cadáver colocado en tierra se descompone, los parientes próximos desentierran el cráneo y lo envuelven con hojas cuidadosamente; se hace lo mismo con los huesos del brazo. En esta ocasión se prepara un gran festín y el cráneo es expuesto junto a unos alimentos en el lugar mismo de la fiesta. Las mujeres profieren sus gemidos de duelo como en el día del entierro. Cuando se ha terminado la fiesta, el cráneo es inhumano de nuevo y ya no se le desentierra más. Los huesos del brazo son empleados para hacer ciertas lanzas, que sólo sirven para los parientes del muerto. Con esto se relaciona una creencia supersticiosa: se piensa que durante el combate el muerto (Geist) se sitúa a los lados del que lleva la lanza”. Como en Aurora, la presencia de los huesos asegura, por tanto, la del muerto mismo. Por lo menos la posesión de esta del Almirantazgo “cuando un moanus muere, el cadáver sumergido en cerveza permanece en la casa hasta que se produzca la completa descomposición… Cuando solo queda el esqueleto, las mujeres lo lavan con cuidado en el agua del mar. Se colocan en una cesta los huesos de los brazos, el fémur y e l peroné. Esta cesta se entierra en un determinado lugar con su contenido. El cráneo, las costillas y los huesos del antebrazo se colocan en otra cesta y se la sumerge un tiempo en el mar para que estos huesos queden completamente limpios y blanqueados. Entonces, se les coloca junto con las plantas olorosas en un plato de madera que se deja en la casa donde habitaba el muerto cuando todavía vivía. Anteriormente se han extraído los dientes del cráneo; la hermana del muerto se hace un collar con ellos. Al cabo de cierto tiempo se reparten las costillas y es el hijo quien hace el reparto. La mujer principal recibe dos, los parientes más próximos reciben una cada uno. En recuerdo del muerto cada cual lleva la suya en su anillo del brazo, uso que recuerda al de Berlinhafen en Nueva Guinea.”
La costumbre de llevar encima huesos de los parientes próximos se explica sin dificultad. La presencia de esta pertencia garantiza la presencia del muerto y se lleva por diversos motivos, no exclusivamente por afecto hacia él. “Uno de los usos más antiguos de los indígenas consistía en extraer la tibia…, para hacer astrágalos (huesos adivinatorios). Y también los maxilares inferiores, que luego se llevaban una vez limpios como adorno alrededor del cuello. Se hacia esto por afecto, por extraño que esto pudiera parecer. Los cierto es que concedía a esos huesos de los parientes el más alto precio. Hace tres días recibí la visita del jefe de Kavataria, que había perdido recientemente a un hijo de diez años. “Habéis puesto un tabú sobre los huesos –me dijo- sabes que he perdido a mi hijo. Mi mujer no puede dormir ni durante el día ni durante la noche. Ella me envía a pediros permiso para abrir la tumba y coger. ¡no digo ya un hueso, sino solamente un dientecillo!”” Poseyendo este diente la pobre madre sentiría que su hijo esta presente junto a ella. En San Cristóbal, “en cada casa se guardan las reliquias de los muertos: el cráneo, el maxilar, un diente, o unos cabellos. Se los coloca en una cesta hecha con hojas de cocotero y se lo suspende de la cima del pilar principal de la casa. Debajo se queman ofrendas, cuyo humo y olor ascienden y son agradables para el muerto (ghost). Es probable que estos muertos sean miembros de la familia fallecidos recientemente, una mujer con un hijo especialmente queridos, por ejemplo.”
Puesto que los huesos y en particular el cráneo son el muerto, se les consulta de la misma manera como se pediría consejo al propio muerto. Cuando se les pregunta algo, se dirigen a él. En un cuento recogido por Landtman, “el hombre… desentierra los cráneos de sus padres, los lava en agua y los deja al sol para que se sequen. Durante la noche se acuesta sobre su espalda para poder dormir con un cráneo en cada axila, pues quería que sus padres muertos (spirits of his parents) le hablaran en sueños. Colocó una pesada caña junto a él. A media noche se despertó cogió la caña y exclamó: “¿Por qué no venís los dos deprisa a hablarme? Hace ya rato que estoy dormido. Si no venís os romperé la cabeza.” Luego se volvió a acostar. Un poco después su padres acudieron y hablaron… Por la mañana el hombre se despertó y pensó: “¡Oh! Mi padre y mi madre han venido. Me han hablado como era menester.” Y volvió a poner los cráneos en la tumba.” Una historia muy semejante ha sido recogida en el estrecho de Torres. “Esa tarde, Sesere se fue a la jungla y cogió una cierta cantidad de hojas odoríferas. Frotó vigorosamente con alguna de ellas el cráneo de su padre y de su madre y las colocó sobre las otras. Después se acostó, con los cráneos muy cerca de su cabeza, pero antes de dormirse les contó lo que le había sucedido ese día y la víspera; les preguntó que pez era ese que comía hierba y cómo podía cogerlo.

“Cuando se durmió, los cráneos hicieron un ligero ruido y hablaron a Sesere. Le diejeron que el animal que comía hierba era el dugong y le enseñaron la manera de cazarlo.”
En otro cuento de la isla Kiwai, un hombre acaba de desaparecer. Su mujer está llorando. Con el tiempo el cadáver se ha ido descomponiendo, de suerte que sólo quedan los huesos. Una noche el muerto acude a hablar con su mujer y le revela donde se hallan sus huesos. Ella despierta a su padre y a su madre y les cuenta su sueño… Al día siguiente por la mañana la gente acude a buscar al muerto. (Nótese esta expresión: el muerto o sus huesos son la misma cosa.) La mujer sabe el camino. Se encuentran al fin los huesos.
Eldson Best, cuenta una parte de un discurso dirigido a los restos (es decir, a los huesos) de un hombre por parte de un miembro de su tribu. Éste los había exhumado porque habían sido enterrados en el territorio de una tribu extranjera y los había repatriado. “Adiós, ¿señor! (sir). Os devuelvo con los vuestros os he llevado a vuestra casa. ¡Adiós! Id al encuentro de vuestros antepasados, vuestros ancianos: os darán buena cogida.” Lo que tiene delante suyo son los huesos, pero a quien se dirige es al muerto. La consustancialidad entre el muerto y sus huesos es tal que el maorí no los distingue. Cuando los espíritus tienen mayores exigencias lógicas llegan a decir que los huesos “representan al muerto, están en su lugar o son un símbolo de él, etc. Pero este pensamiento simbólico ha comenzado siendo realista y emocional. E incluso lo continua siendo siempre, en algún grado, en tanto que conserva alguna fuerza.
Conforme a esas representaciones los alimentos que se ofrecen al muerto, son a veces, colocados delante de sus huesos. Entre los toradias, “todo este sacrificio a los muertos debe ser considerado como una última comida que toma con ellos. Para realizar todavía mejor esta idea, se colocan cestos llenos de arroz cocido en contacto con los huesos de los muertos, después de lo cual, los que participan en la fiesta del sacrificio toman una parte de la ofrenda y la comen.” En las islas Nicobar, la gran fiesta de los muertos, que dura un mes, se celebra cada tres o cuatro años. “En Nancowry, en las islas del centro, la viuda del muerto o bien un pariente próximo lava su cráneo en un líquido hecho con una nuez de un coco todavía verde, justo en el estado en que está más a punto para la bebida. Se frota el cráneo con azafrán y, acto seguido, se le coloca sobre un plato en una suerte del atar preparado ex profeso para él. Se le cubre con un sombrero cuya forma varía según el sexo del muerto. Se adhieren al sombrero unos cigarrillos, alrededor de los cuales se enrollan unos retales de tela roja y blanca. Asimismo, se sirve alimentos al cráneo…”
La posesión de huesos y , en particular, de cráneos, puede reportar grandes beneficios, porque permite disponer de la fuerza mística del muerto. Ésta es, como se sabe, una de las razones de que la caza de cabezas consituya una costumbre tan extendida tan tenza. “La tribu que ocupa la costa la Nueva Guinea frente a Tauan y Saibai (estrecho de Torres) se halla continuamente en guerra con sus vecinos. Los jefes de Saibai y de Tauan adornan sus casas con guirnarldas de cráneos de hombres de la jungla de Nueva Guinea. A los que poseen estos horribles trofeos les repugna que toquemos sus malakai, es decir, sus muertos (ghosts), como ellos los llaman.” Malakai o markai quiere decir, en efecto, “muertos”. Aquí, el cráneo se identifica formalmente con el muerto. En la isla Kiwai, la posesión de los ojos de un enemigo confiere el mismo poder. “Se puede ver en una extremidad de la sala central del darimo (casa sagrada de los hombres), dos círculos donde hay dos puntos. Se hacen dos agujeros en el suelo. En cada uno de ellos se coloca el ojo desecado del enemigo muerto en una batalla. Los puntos representan los dos ojos… Se cree que los enemigos muertos (spirits of slain enemies) se hallan en esos dos ojos y cuando los hombres que han construido esa casa van a la guerra, estos muertos tienen el poder de capturar los “espíritus” del enemigo, y de este modo los tornan débiles e impotentes y procuran a los asaltantes una victoria fácil.” En borneo, entre los kenyahs, “Bo Adjang Ledja, antes de morir, me había hecho partícipe con frecuencia de su inquietud; en efecto temía que el sultán conservaba ya en una caja de su palacio los cráneos de otros varios jefes, a fin de que su posesión le permitiera ajercer su poder sobre las tribus van.” Igualmente, en Espíritu Santo, en Nuevas Héridas, “la gente utiliza los huesos humanos huecos, en particular la de los parientes próximos y de los hombres que han alcanzado un rango elevado en la suque (sociedad secreta), para hacer puntas de lanza. Se cree que el mana del muerto pasa con sus huesos al poseedor de la lanza. Se estiman especialmente las que provienen de jefes.” Y un poco después añade: “Naturalmente también los extranjeros intentaban hacerse con flechas cuyas puntas provenían de huesos de grandes guerreros o de hombres de elevado rango en la suque, a fin de participar del mana de estos muertos.” En Rakaanga y Minihiki, islas situadas a seiscientas millas en el norte de Rarotonga, cuando un rey, un sacerdote o un excelente pescador morían, se exhumaba su cuerpo al cabo de tres días y se cortaba su cabeza… Se lo colocaba en una cesta confeccionada con hojas de cocotero en la parte delantera de la canoa. Cuando, en el mar, eran sorprendidos por vientos contrarios o lluvias tropicales se sacaba la cabeza de la cesta y se la suspendía en el aire por los cabellos, pidiéndole que se apaciguara el tiempo. Las manos y los pies de los jefes, de los sacerdotes y de los pescadores muertos servían para el mismo uso a gentes de rango inferior.”
La misma creencia en el poder de los cráneos –amigos o enemigos- se vuelve a encontrar en las regiones más alejadas del Pacífico. Por ejemplo, en el Gabón, “cuando se trataba de un oga (gran jefe) se le inhumana en la proximidad del poblado, a veces incluso en la habitación donde había muerto. Se hacia así con el fin de poder desenterrarlo más fácilmente y extraer su cráneo, que era transportado en la caja fetiche de los manes de los antepasados. De este modo, el difunto se convertía en el protector de su pueblo y de su familia”. En Siberia, en un cuento chukche, “un hombre joven pide protección al cuerpo de su padre que está muerto. El cadáver le responde: “Yo no puedo mantenerte cerca de mí. Estoy corrupto y la casa está muy fría.” Después de lo cual el muerto (spirit) le enseña la manera de que le ame la hija de un rico pastor de renos. En otro cuento, muy característico y muy extendido, una joven encuentra en el campo un cráneo desprendido del tronco y lo lleva con ella. Lo esconde en su mochila… Su madre termina descubriéndolo. Toda la familia queda presa del pánico. Se salvan dejando a la joven sola y sin medios de subsistir. Ella se lamenta ante el cráneo y en un paroxismo de desesperación le da un golpe con el pie. El cráneo se va entonces a la búsqueda de su cuerpo y vuelve enseguida en forma de un bello joven. Lleva consigo un gran rebaño de renos y de trineos”. En este cuento, el cuerpo, el cráneo y el individuo forman una unidad.
En América del Sur, los jíbaros del Ecuador intentan por todos los medios hacerse con las cabezas de sus enemigos. R. Karsten ha descrito con detalles las ceremonias en las cuales estos trofeos (tsantsa) constituyen la ocasión y el objeto. “Los jíbaros -señala- no haya nada contradictorio en la idea de que el enemigo muerto (spirit of the slain enemy), por una parte, alimente sentimientos de odio y de venganza contra su asesino, y busque siempre una ocasión de enojarlo y, por otra parte, que desempeñe al mismo tiempo, por así decirlo, el papel de un amigo y de un consejero. Llega a serlo por medio de la influencia de las operaciones mágicas y de las ceremonias que se han ejecutado.” Poseer el tsantsa y someterlo a este tratamiento equivale a tener al enemigo a su servicio. Karsten dice también en otra parte: “Los indios creen verdaderamente que se puede hacer revivir a los muertos por medio de sus huesos. Nordenskiôld lo ha experimentado entre los quechua de Queara. Iba en busca de cráneos y de esqueletos; los indígenas creyeron que quería llevárselos a su país para hacerlos revivir y para que les revelara los secretos concernientes a las minas de oro de los incas”. Quizás no era ni siquiera necesario para ello, al pensar de los indígenas, hacer revivir a los muertos. La simple posesión de los cráneos basta. Se ha visto como los cráneos dan a conocer a quienes los interrogan lo que éstos desean.
En fin, puesto que los indígenas no acusan apenas diferencia alguna entre los hombres y el animal, se comprende que los huesos y sobre todo los cráneos de los animales, y en particular, los de aquellos que tienen alto valor místico, sean conservados, honrados, consultados o se les rece, como en el caso de los huesos y de los cráneos humanos. Esta costumbre es, en efecto, practicada en multitud de zonas. Sólo citaré un ejemplo. En las islas Tanembar y Timorlao, “la caza de tortugas constituye la ocupación principal de la población masculina. Los caparazones es estos animales se conservan en la casa de fiestas y sus cráneos se suspenden de un árbol junto a la casa del que las posee. Cuando se va otra vez a la caza de tortugas se hace una ofrenda de arroz, de sirih-pinang, de tabaco y de vino de palma a los cráneos. Al mismo tiempo se les invoca: “¡Oh camaradas! ¡Subid más arriba del árbol y consideraos amigos nuestros! Aquí tenéis todo tipo de cosas de comer, arroz, sirih-pinang, tabaco; en el mar vuestros amigos sólo comen dos tipos de hierbas, con piedra, uk, uk, uk!” Para nosotros, los cráneos “representan” las tortugas. Para los indígenas, cráneo y tortuga forman una unidad indisoluble.

IV.-
Quizá convenga distinguir, en cada sociedad, lo que es, en el sentido estricto de la palabra, una “pertenencia” del muerto, es decir, lo que forma parte de su individualidad y lo que “pertenece” en sentido amplio, es decir, lo que mas se relaciona con la propiedad tal como nosotros la entendemos, a pesar de que pueda implicar también una participación más o menos íntima entre el que posee y el objeto poseído. La línea de demarcación resulta, a mundo, imposible de trazar. En este caso, como en el caso de los seres vivos, las fronteras de la individualidad quedan indecisas. Entre los esquimales de Groelandia “lo que reconoce más plenamente como propiedad personal (eso que yo llamo pertenencia) es el kayak, los vestidos de kayak y los instrumentos de caza. No pertenecen únicamente a un solo cazador y nadie debe tocarlos. Es raro que se presenten… También las raquetas pueden contarse entre los instrumentos de caza; pero como han sido introducidas por los europeos, no son consideradas en el mismo grado como propiedad personal… Luego vienen los útiles empleados en la casa, tales como cuchillos, hachas, tijeras, etc. Muchos de ellos y, sobre todo, los que sirven a las mujeres para coser son considerados enteramente como propiedad personal. El resto de los utensilios es propiedad común de la familia o incluso de todos los habitantes de la casa… El esquimal ignora la propiedad personal de la tierra.” Igualmente W. Thalbitzer escribe: “El hombre fabrica el mismo sus instrumentos de trabajo y de caza, es la primera condición de su derecho a poseer… Las armas y los útiles hechos por él son enterrados en su tumba y nadie los hereda. Sin embargo, el hijo hereda de la tía y del umiak de su padre… Pero los pequeños instrumentos personales estrechamente ligados con el trabajo de su propietario le acompañan hasta la tumba, por ejemplo el kayak del cazador de focas. Así, el derecho personal de propiedad sobre estos objetos está tan fuertemente desarrollado que adopta un carácter religioso.” En otros términos,l constituyen pertenencias. En el Camerún, von Hager expresa con fuerza la misma idea. “Sobre la tumba se colocan con la choza derrumbada del muerto todos sus muebles, pues hasta en el más pequeño objeto del difunto, del que se ha servido en vida, continúa viviendo su alma (launoa).” Un poco después añade: “En cada utensilio que un hombre emplea se encuentra una parte de su alma.”
En las islas orientales en estrecho de Torres, las “pertenencias” del muerto se hallan claramente caracterizadas. “Bruce define la palabra keber como la esencia espiritual del muerto. Está representado o bien por el cuerpo del hombre o bien por todo objeto considerado como pertenencia suya durante su vida después de su muerte. Por eso, se emplea la expresión “robar el keber” incluso si el objeto robado es insignificante: basta con que sea considerado una parte del propio muerto para que se emplee esta expresión. Robar un pedazo cualquiera del cuerpo o incluso una vasija o un pedazo de vasija que haya servido para las ceremonias funerarias era considerado como equivalente a turbar el reposo del propio muerto (ghost of the deceased). A este propósito Bruce añade que un robo de este género agita al muerto y lo mueve a irritarse con sus parientes vivos, por lo menos en tanto no recobren el keber robado.” Y un poco después añade: “Las más de las veces, si no siempre, los enemigos realizaban tentativas para hacerse con una parte del cadáver. El keber que se intentaba robar era ante todo el cuerpo desecado, o el cráneo en el caso de que no se hubiera dado forma de momia al cadáver. A menudo era preciosa mucha estrategia para hacerse con él. Pero, a falta de cráneo, cualquier cosa podía servir de keber: una piedra o un pedazo de madera que provenía de la tumba. Podía incluso bastar una viruta de un pedazo de madera que se encontraba en la zona de la tumba o bien llevarse una rama o una hoja de su vecindad.” Así pues, todos esos objetos pueden representar la “esencia espiritual” del muerto al mismo título que su cadáver o que su cráneo. Poseerlos es tener en su poder el keber mismo. El muerto no tendrá entonces reposo ni dejará a los suyos en tanto que éstos no lo restituyan.
En otro pasaje, el autor establece una estrecha relación entre ese keber –estas pertenencias- y el doble, sombra, o imagen del individuo. “La palabra mar, frecuentemente lamar, era empleada para significar “sombra”, reflejo, espíritu (ghosts or spirit); pero ello no se sigue que estas ideas se confundan unas con otras en la mente de los indígenas.” Reflexión que más de una vez hemos tenido por justa. Los primitivos ignoran estas distinciones que pueden parecernos naturales; llevan en cambio, habitualmente a cabo otras que a nosotros se nos escapan. “Existe otra palabra, keber, que se emplea constantemente cuando se habla de la muerte y de las ceremonias funerarias, pero es muy difícil hacerse una idea exacta de lo que quiere decir. Todo lo que se halla realmente en relación con un hombre durante su vida o después de su muerte, por muy insignificante que sea, es considerado como parte del difunto. Se podría incluso pensar que los indígenas consideran ese objeto como parte del lamar; lo llaman keber. Las pantomimas en las ceremonias funerarias eran también calificadas como keber y en cuanto a los actores que personificaban los muertos (ghosts) se les llamaba keber-le.”
Se sigue estos textos que los objetos designados con el nombre de keber forman parte del hombre y más precisamente del lamar, es decir del hombre en su existencia ultraterrena. Tenemos aquí un tipo característico de pertenencia del muerto. La comprensión de keber es, por lo demás, más basta que la de “pertenencia”. No sólo se extiende a todo lo que constituye la individualidad del muerto: a su cadáver, a su imagen, a su sombra etc., sino también a las piedras y a las maderas de su tumba y hasta a los árboles que están cerca de ella. Estos objetos, se dice expresamente, forman parte de él. Por nuestra parte, nos cuesta considerarlos verdaderas pertenencias o elementos de su individuo. En lo cual sin duda nos equivocamos. Seguramente aquí también imponemos a las participaciones que ocupan el espíritu de los indígenas ciertas reglas que los deforman y cuando por nuestra parte queremos adoptar a la fuerza una noción de individualidad que les es extraña no hacemos otra cosa que desnaturalizarlo.
En las mismas islas “cuando un hombre moría sin dejar hijos, su viuda devolvía todos sus efectos personales a sus parientes varones que los rompían y los quemaban. Incluso las mazas con cabeza de piedra era reducidas a pequeños pedazos y arrojadas después al fuego… Si se moría un hijo único, todos sus bienes y también los de su padre eran despedazados y destruidos de la misma manera. A veces, los padres recogían todo en el interior de la casa y la quemaban con todo lo que contenía. Luego pedían a sus amigos que fueran a destruir los productos de sus jardines. Los ñames eran desenterrados y hechos pedazos: todo lo que crecía era destruido.”
Estas prácticas se hallan extremadamente extendidas y son singularmente uniformes, pese a una gran variedad de diferencias de detalles. Casi por todas partes, bien en el momento de la muerte, bien en el tiempo de los primeros o de los segundos funerales, se destruye lo que “participa” del muerto. Non puede decirse de todos los objetos sacrificados de este modo que son “pertenencias” del muerto en sentido estricto y que forman parte de su individualidad. Pero esta dificultad radica más bien en nuestros hábitos mentales, en nuestro lenguaje y en nuestros conceptos.
Veamos, por ejemplo, lo que C. G. Seligmann dice a propósito de la casa del muerto en una tribu de Nueva Guinea:
“Se puede sugerir la idea de que la casa de una persona casada –hombre o mujer- esta tan íntimamente ligada con ella que cuando ésta muere, si pertenece a un clan extranjero se puede considerar que su casa se ha convertido, en alguna medida, idéntica a este extranjero muerto, de suerte que después de su defunción, resulta impropio a los pobladores que subsista.” Decir que la casa se vuelve “idéntica” a la persona que la habita, ¿no equivale a pensar que constituye una “pertenencia”? Ésta es la razón de que se vean obligados tan frecuentemente a abandonarla o derrumbarla. Haya sido asesinado o no. Nadie quiere. En efecto, vivir allí a ningún precio.”
Sucede con la casa lo mismo que con los demás efectos personales del individuo. Si alguien los coge y se sirve de ellos no solamente privará al muerto de algo a lo que tiene derecho. La ofensa será mucho más grave. Equivaldría a lesionar su misma individualidad, herirla, mutilarla, alcanzarla en lo esencial, exactamente como se alcanza la de un viviente a través de una de esas pertencias. ¿Cómo, pues, osará atraerse de este modo la ira del muerto?
El doctor Thurnwald ha expresado lo mismo en términos satisfactorios. “En Buin, una buena parte de lo que posee la gente desaparece en la ceremonia fúnebre. Las provisiones son consumidas, las plantaciones de taro y los cocoteros que sirven para la alimentación personal del muerto son destruidos, como si se tratara de una parte de su persona con la que parten también hacía el más allá, donde viven los muertos.”
De una manera que nos resulta definir, está indudablemente implicada la individualidad del muerto en estos objetos que participan de él. De este modo, el primitivo no se plantea siquiera conservarlos o no. Apropiárselos equivaldría a mutilar al muerto. Por prudencia, si no por afecto, evitan esa apropiación.
A menudo, el sentido original de estos usos se halla oscurecido o perdido, pero, sin embargo, persiste. Así por ejemplo entre los papuas del delta del Purari “es costumbre, después de mucho tiempo, destruir algunos cocoteros o palmeras de sago pertenecientes al muerto, inmediatamente después de su muerte… Nadie me ha podido explicar la razón de esta costumbre. No parece que se piense que el muerto reciba ventaja alguna ni que se considere a las palmeras infectadas de algún modo por su muerte. Se diría más bien que se trata de un sacrificio que se hace por dolor o por desesperación. Según las propias palabras de un indígenas: “Estos cocoteros pertenecen a alguien que había sido feliz durante su vida. Ahora que ha partido no tenemos por qué guardarlos”.
A menudo, los europeos recogen de boca de los indígenas explicaciones que no son exactas. Grubb escribe, por ejemplo: “Los efectos personales y los animales del muerto son destruidos al morir, evidentemente con la idea de que puedan serle útiles en el otro mundo. La razón que da el indio de su modo de obrar, es que, de otro modo, el muerto volvería junto a sus parientes próximos y los atormentaría. Pues bien, si el muerto (ghost) no se interesara por esos objetos, cabe preguntar por qué obraría en ese caso, de ese modo.” Ciertamente, toma interés e incluso más interés del que señala el indio. Pues no se trata aquí solamente de la utilidad que estos objetos pueden reportarle al muerto. Se trata de su propia persona: estos objetos participan de él como las pertenencias del viviente son él mismo. Los avispones de Dobrizhoffer actúan como las lenguas de Grubb y por las mismas razones. “Todos los utensilios pertenecientes a un hombre muerto recientemente son quemados en una hoguera. Junto con sus caballos, a los que se da muerte en su tumba, se sacrifica también su ganado menor si tiene alguno. La casa en donde habitaba es completamente destruída, etc.”
En el noroeste de Bolivia, Nordenskiôld ha observado hechos análogos muy característicos. “Cuando un itonoma deja de vivir, el muerto (Seele) queda cerca del lugar en donde ha vivido. Se le llama chokihua. Sus campos se abandonan; no se recoge nada de ellos pues todo pertenece al muerto. Esto, sin embargo, sólo vale para adultos. No se tiene miedo, en efecto, de los niños muertos.
“Los chokihua viven en los bosques. Cada lugar, cada antiguo campo, cada árbol tiene su propietario, su chokihua. Si alguien los coge se expone al peligro de robar a uno de ellos. Los hombres, después de su muerte, continúan poseyendo todo lo que tenían cuando vivían. Lo más seguro es rotular la tierra que no ha sido nunca cultivada. Un itonoma no toca nunca un tesoro recién desenterrado o una vasija de arcilla o algún objeto proveniente de viejas casas o de viejas tumbas, pues todo eso pertenece al chokihua. Si se hacen excavaciones se muere.” Y añade un poco después: “Muchas viudas de los itonoma rehúsan vender las cestas y los instrumentos fabricados por sus maridos… Un itnoma puede, sin embargo, guardar a sabiendas de ello, objetos que han pertenecido a su padre o a su madre muertos. Pero si quiere servirse de ellos, les pide permiso. Si se trata por ejemplo de un hacha, dice: “En seguida la devolveré.”
El cuento siguiente ha sido también recogido de la misma región. Una viuda sin recursos se casa de nuevo. “Al llegar a una encricijada que daba acceso a otra plantación… se encontró que allí estaba su marido y que le decía amenazante: “O sea que quieres volverte a casar cuando sólo hace un año que he muerto… ¡Ni siquiera hace un mes!” Paralizada por el terror, no pudo responder. Entonces se dio cuenta de que venía un hombre de su campamento por el otro camino. “¡Socorro! ¡Por aquí! ¡Allá está mi marido muerto!” El hombre corrió con su arco y sus flechas, pero el muerto había desaparecido ya. “Vigila –dijo al hombre-, porque volverá esta tarde.”””” Acto seguido se desentierra el cadáver del marido y se quema (lo que quiere decir que se le considera un brujo). La mujer se casa. Dos días después, este hombre va de caza y la mujer permanece en el campamento. Cuando se halla sola, llegó su marido muerto. La coge en sus brazos y acto seguido cae muerta en tierra. “No se trata simplemente de una cuestión de celos, tal como nosotros lo entendemos, en el sentido sexual de la palabra. El muerto se venga porque ha sido lesionado en lo que le “pertenece”. Su mujer se cuenta en el número de las “pertenencias” que no se pueden tocar, que no pueden apropiarse sin lesionar su propia persona. Entre casi todos los primitivos el adulterio es un ataque a la propiedad entendida, es cierto, en un sentido más o menos místico. Se castiga, pues, en tanto que constituye un robo y en tanto que reporta un perjuicio místico que puede comprometer la vida misma del marido.
Así se explican también las prohibiciones y las obligaciones, en ocasiones, espantosas, que se imponen a las viudas. De tratarlas como las restantes pertenencias del marido, se tendría que darles muerte. De hecho en las islas Fidji y en otras partes también se estrangulaba a una o a varias de ellas incluso antes de que el marido hubiera exhalado el último suspiro. En general se les deja en vida pero en las condiciones más penosas bajo la supervisión constante del muerto, presto a ofenderse por la menor infracción a los tabús y a las prescripciones de duelo. A menudo, durante varias semanas, la viuda debe acompañar día y noche al cuerpo presente del marido, ya en trance de descomposición. A veces vive reclusa durante meses y años. Los hermanos del muerto vigilan rigurosamente que las prácticas obligatorias sean observadas hasta el último detalle. Se sienten responsables. Pues en caso de que el muerto se irritara por su descuido, caería sobre ellos la venganza y no sobre la viuda. A veces, por último, antes de que la viuda pueda volver a casar debe pasar por una “desapropiación” que la despega definitivamente del muerto”.

1 3 4 5