leyendas de canarias

De: Atacuperche  (Mensaje original) Enviado: 20/01/2004 09:00 a.m.
Dicen que murio la raza, pero nunca fue raza muerta. Raza que murio en la historia pá vivir en la LEYENDA.

Tamaragüa (Buen dia)
Atacuperche

LAS PROFECIAS DE GUAÑAMEÑE

Bencomo, el más terrible de los menceyes, hizo matar a Guñameñe, el adivino, pero sus vaticinios no se acallaron , y el tiempo los vio cumplidos.
  Ya sus palabras habían sido pronunciadas cuando Guetón, el heredero del Mencey de Güimar, fue hecho prisionero por Bencomo.
Pretextando unos robos de ganado Bencomo invadió Guimar, haciendo prisionero a Gueton y también a Guañameñe. Llamó Bencomo a su presencia al adivino y le pregunto por el futuro; esto fue lo que le dijo:
“Llegarán aves blancas y grandes alas por el mar, extrañas huellas cubrirán las arenas de las playas y se cuajará la tierra suelta de los montes. Estará todo dispuesto entonces para que se escuche el cruel sonido de la batalla. Arduo y prolongado será el combate. A su término sólo un terrible despojo será la isla, amargo, como la derrota”.
Bencomo no aceptó aquella profecía que hablaba de derrota, por eso mandó a matar a Guañameñe, el adivino. Sin embargo, pronto llegarían a las costas de Añaza galeones de guerra, y la sangre comenzaría a correr.

El sueño de un espiritu llamado Bado

El Sueño de un Espíritu llamado “Bado”

Esta es la historia de un soñador, de un espíritu que también nació en la tierra como hombre recuerda haber sido niño en un remoto pasado de su vida como hombre solo recuerda sus sueños de los que aprendió otra realidad

*Antes de convertirme en el  espíritu que soy también fui tu hermano, ahora ustedes me conocen como Bado, el espíritu del sueño nunca llegue a ser adulto pues un sueño me atrapo y quedé en el para siempre

mis últimos recuerdos sobre mi infancia se remontan a casi mil años , de niño solía mirar el cielo deseando fundirme en el para ver hasta donde llegaba pensando en lo que encontraría cuando el cielo se acabara porque solo con mirarlo no podía  alcanzar su fin, ahora que soy espíritu y puedo alcanzarlo todo ,me gusta observar al hombre que habita en la tierra, me gusta escucharle en su silencio, puedo ver en sus miradas los sentimientos y puedo escuchar ese silencio que desprende el cuerpo cuando camina y su mente se va lejos ,ese silencio que arranca el calor de una figura que camina escribiendo cuentos,

ese es el silencio del cielo ,que lleva con el viento las preguntas que les contesto con el sueño

recuerdo mi ultimo día en la tierra hace mucho tiempo,

aquella noche fría que el viento soplaba con fuerza, como era costumbre me tumbé para contemplar el cielo ,cerré los ojos y grite al espacio abierto un deseo, el viento robó el susurro de mi voz , pero clamé con el corazón , que el cielo escuchase el susurro del viento y cuando lo hizo, mi deseo fue concedido

esa noche soñé, que era  una cigüeña y mis alas  se abrían para abrazar la libertad, cuándo desperté mis lagrimas derramadas habían quedado sobre las hojas como palabras, que al leerlas componían los libros donde todos los sueños quedan escritos, esa mañana salí caminando ,metí los pies descalzos en el charco de mis lagrimas… cuando una cigüeña que volaba a ras del suelo se posó ante mi, y bebió del charco, ¿porque bebes de este charco pregunte?…porque esta noche desde el campanario escuche la voz de viento mientras soñabas, me alimentaste con tu deseo y necesito beber  de tu sed ,para ayudarte, mírame mírame bien y dime que ves  estuve contemplándola un largo rato, cuando miré sus ojos, me vi reflejado en ellos, me estaba observando a mi mismo ,como si yo fuera en realidad la cigüeña, y no la persona que estaba mirando

¿sabes por que te ves a través de mis ojos?  Porque tu y yo somos uno, yo soy tu deseo y he venido a devolverte la libertad, en ese momento la cigüeña abrió sus alas y envolvió mi cuerpo fundiéndonos en un abrazo ,sentí que no era solo la cigüeña sino cualquier cosa que yo deseara

estaba dentro de todo y todo estaba dentro de mí,

podía verlo todo de las alturas ,porque era completamente libre y la libertad había roto los limites

ahora que soy espíritu, mi cuerpo es infinito, viajaré por el mundo bajo cualquier apariencia, seré piedra, insecto, hoja ,lo que quiera ser ,y estaré allí… donde otro sueño de libertad me llame y me despierte de mi propio sueño, para arrancar la libertad de otro cuerpo que quiera despertar,

porque cuando le toco con mi brazo,

…mis alas de ensueño le envuelven en la noche, de la que jamás despertará

sepan, que cada sueño es un camino y cada camino un paso a la libertad

…si tu soñador, llegas hasta el final ,dejaras de existir en tu realidad preconcebida y pasarás a otra existencia, donde todo es posible …tu felicidad es tu pájaro de la libertad, deja que abra sus alas y vuele lejos donde nadie pueda atraparlo, donde nadie te ponga limites, así podrá llegar mas lejos, porque algún día serás cigüeña y tu espíritu… será infinito.

                                       

                                            Gracias a Bado Gracias a Vanesa.

                                              *               

                                        Entonces…

                              sujeten sus sombreros

                            inspiren profundamente

                                    La Conciencia

                      precede a la unidad biológica

                      o al registro en espiral del ADN

              el inconsciente humano que exploramos

                            quizás …es extraterreno

                                                                          gracias a Ring

Facultades que olvidamos – Tuaregs-1

Facultades que olvidamos – Tuaregs-1

Estoy leyendo una interesante cronica de un encuentro con los tuareg,
escrita por el explorador Douchan Gersi, y me ha entrado complejo de
atontada y abotargada occidental que, de tanto vivir entre cemento y
de no necesitar ver, ni oir, ni oler, ni palpar, no ve un palmo más
allá de sus narices.
Sucede que el contexto fisico en el que vivimos no nos hace agudizar
los sentidos porque todo lo tenemos fácil e indicado con cartelitos,
tecnología punta, etc.
Pero ¿qué sucede cuando vives en un desierto como el Sahara, donde
todo es inestable y cambiante (mar de arena) y claramente hostil a la
vida “organizada” y “rutinaria”?.
Estas anécdotas, algunas de las cuales voy a compartir con vosotros,
me recuerdan también a las “hazañas de percepción” que se cuentan
sobre los aborígenes australianos en el Outback, esas extensiones
desiertas y durísimas donde, sin embargo, ellos se mueven como pez en
el agua.
Y también me confirman estas historias la grandisima importancia,
nunca suficientemente insistida, de vivir en y con el cuerpo como
aliado, y sacarle su máximo potencial…
—–

Douchan Gersi, “El pueblo Tuareg”

(…)En Tombouctou, conocí a un taleb u hombre de conocimiento. Tenía
la habilidad de predecir con meses de antelación y durante la
estación seca cuánta lluvia caería en la estación húmeda. Todos los
habitantes de la región decían que jamás se había equivocado.
El taleb era miembro de una tribu seminómada, vasalla de los tuareg,
que tenía su base en una aldea a unos cincuenta kilómetros al este de
Tombouctou. Su casa, hecha de caña como todas las demás de la aldea,
estaba construida en la orilla de un oued. Poseía un pequeño rebaño
de cabras y obtenía lo necesario para vivir gracias al cultivo de su
huerto, que tenía un ingenioso sistema de irrigación. Le ayudé unas
cuantas veces a transportar en mi Land Rover las hortalizas, las
verduras y las cabras hasta Tombouctou. En otra ocasión, di
antibióticos a uno de sus pacientes, que sufría una fuerte infección
dental. Me debía un favor. Un día descubrí la manera en que podía
devolvérmelo.
Aquel día, un vecino de otra aldea le había preguntado cuánta lluvia
caería y cuándo empezaría a llover. El taleb le invitó a tomar un té
y luego pidió al vecino que esperara, mientras él dejaba la
habitación. Yo quería saber su secreto y le seguí.Salió al huerto, y
miró al cielo, y los árboles y plantas que crecían en derredor.
Al volver, dijo al hombre:
-Las primeras lluvias caerán dentro de tres meses. En total serán
unos treinta centímetros de agua.
Esperé a que se quedara solo y le pedí:
Taleb, dime tu secreto.
– Te lo diré, pero sólo si es para un buen fin.
Asentí. Creo que el relatar la anécdota en este libro es con un buen
fin; en los países donde las gentes han perdido contacto consigo
mismas y con la naturaleza, podría servir de ayuda para cobrar
conciencia de la cantidad de información que, sabiendo leerla, nos
brinda la naturaleza.
El taleb me llevó al huerto y dijo:
-Mi secreto para predecir la cuantía de la lluvia y el momento en que
empezará reside en este huerto. ¡ Mira a tu alrededor y descúbrelo!
Miré por todas partes y no vi nada.
-¿Está escrito en los árboles? -pregunté.
El taleb negó con la cabeza.
-¿Está escrito en las plantas que cultivas?.
Sonriendo, respondió que no.
Dos horas enteras estuve buscando en todo el huerto el secreto del
taleb, pero fue en vano. El taleb se acercó adonde yo estaba.
-El secreto está aquí -dijo, señalando unos pequeños nidos que los
pájaros construían en los arbustos bajos-. ¿A qué altura del suelo
están los nidos? -preguntó.
-¡A treinta centímetros!
-Estos pájaros indígenas saben que deben construir sus nidos un poco
por encima del nivel del agua. En consecuencia, tendremos algo menos
de treinta centímetros de agua en el punto culminante de la estación
de las lluvias.
-¿Y no se confunden nunca?
-Si lo hubieran hecho, ¡no quedaría ni un solo pájaro! -replicó.
– Y supongo que puedes saber cuándo empezarán las lluvias viendo en
qué fase está la construcción de los nidos. ¿Estoy en lo cierto?
-¡Sólo el hombre se equivoca, la naturaleza nunca! -dijo el taleb.
Es obvio que este taleb no se valía de ninguna habilidad paranormal
para predecir cuándo comenzarían las lluvias y en qué cuantía
caerían. No necesitaba dones de clarividencia. En lugar de ello,
conocía bien los ciclos de la naturaleza y sabía leer sus mensajes.

Fue en otro pequeño campamento de la región de Hoggar donde pude
conocer de primera mano otra misteriosa facultad psíquica de los
tuareg.
Éramos los invitados de un tuareg llamado Oizek. Salvo él y unos
cuantos hombres ancianos, en el campamento sólo había mujeres;
padres, maridos y hermanos habían partido en caravana hacia Níger
para adquirir cereales, ropas y otras mercancías a cambio de la sal
que recogían en la región. La sal sigue siendo la moneda única de los
tuareg. A las dos semanas de estar allí con ellos, Oizek me dijo:
-¡La caravana volverá pronto!
-¿Cómo lo sabes? -pregunté sorprendido.
-Me lo ha dicho Aicha -repuso-. Aicha es la mujer de un hombre que
viene en la caravana. Hace dos días que está muy inquieta y que no
cesa de mirar el horizonte desde la colina. Siempre sabe estas cosas
de antemano.
-¿Cómo puede saberlo?
-No lo sé. Jamás le he preguntado. Pero sabe estas cosas de antemano –
repitió-. El taleb dice que es capaz de comunicarse mentalmente con
su marido.
-¿Cuándo salió de aquí la caravana?
-Hace más de tres meses –dijo.
-¿ Y cuándo esperabais que volviera?
-Hace unas cuantas semanas, o dentro de dos meses. Sólo , Alá lo
sabe -replicó. (No existen fechas fijas en estos viajes largos y
agotadores por el duro, peligroso desierto.)
Dejé a Oizek y fui en busca de Aicha. La encontré sentada junto a su
tienda; su hermana la estaba peinando. Quería estar guapa cuando
volviera su marido.
-Así que vuelve tu marido -dije sentándome con ellas. Aicha asintió.
-¿Cómo lo sabes? -pregunté.
-Le he olido en el viento de la mañana -repuso.
Sentí que no era momento para interrogarla sobre esas misteriosas
facultades suyas, de modo que seguí sentado y observé. Como todas las
mujeres del mundo, las tuareg dan mucha importancia al peinado.(…)
Cuando ya estaba trenzado la mitad del peinado, Aicha salió del
campamento y yo la seguí hasta la cima de la colina. Desde arriba,
mirando al Sur en dirección a Níger, más allá del valle sólo
alcanzaban a verse kilómetros y kilómetros de dunas que llegaban
hasta el mismísimo horizonte. Observé a Aicha. Hacía algo más que
escudriñar los espacios abiertos; olfateaba la suave brisa mientras
se acariciaba la cara. De pie junto a ella, vi que le temblaban las
aletas de la nariz.
Luego sonrió y dijo lentamente que su hombre llegaría pronto.
-¿Cuándo es pronto? -pregunté.
-¡Esta noche! -replicó.
-¿Cómo lo sabes?
-Ya te lo he dicho; el viento trae su olor -respondió , riendo.

Y dando media vuelta echó a correr hacia el campamento. Miré el
reloj. Todavía faltaba más de una hora para la puesta de sol. Corrí
hacia el Land Rover y conduje lo más aprisa que pude para llegar
cuanto antes al extremo más alejado del valle. Recorrí el horizonte
con unos binoculares muy potentes y no vi más que el vacío. Trepé por
la ladera de un monte rocoso y busqué otra vez la caravana hasta que
la oscuridad se cernió sobre el desierto. Pero no vi rastro de seres
humanos, nada que probara que Aicha estaba en lo cierto.
Tardé unas dos horas en llegar al campamento porque ya era noche
cerrada. Eso me dio tiempo para reflexionar. Si desde donde yo
estaba, y pese a los potentes prismáticos, no había podido ver a
nadie aproximándase al campamento, Aicha tampoco había podido hacerlo
desde donde ella estaba, unas horas antes. Y ya que nadie puede decir
con exactitud cuándo volverá una caravana, yo era tremendamente
escéptico en cuanto a la capacidad de Aicha para predecir el regreso
de su marido. Pensando en la posibilidad de que Aicha tuviera
facultades de clarividencia o precognición, fui en su busca y
pregunté si su marido volvía solo o con toda la caravana; y si lo
hacía solo, si los demás vendrían todos juntos o irían llegando en
pequeños grupos.
-No lo sé -respondió Aicha-, pero él no vendría nunca solo, no
viajaría sin la compañía de sus amigos.
Me fui a dormir sabiendo que si la caravana llegaba por la noche, los
ruidos me despertarían.
-Douchan… Douchan…
Alguien susurraba mi nombre, al principio con suavidad, calmadamente;
después, en tonos más altos cada vez, hasta que abrí los ojos. (Los
tuareg lo hacen así para no despertar con brusquedad. Conocen bien la
importancia del despertar, que decide el estado de ánimo de una
persona para todo el día. Muchas culturas de tradición se valen de
esta técnica porque creen que el alma humana, durante el sueño, viaja
a otros universos ya otros niveles de espacio-tiempo; creen que un
sueño es el recuerdo, la rememoración de estos viajes. Decir con
suavidad el nombre de la persona a quien se despierta, dará tiempo a
su alma para retomar al cuerpo antes de despertar.)
Era Oizek quien llamaba.
-¡El marido de Aicha está aquí! Ella tenía razón; acaba de llegar.
Eran las cinco de la madrugada, y el marido de Aicha había vuelto
solo. Había dejado a sus compañeros de caravana en Níger antes de
cerrar los tratos y había viajado con otra caravana que iba a Libia,
donde podía conseguir plata a buen precio. Desde allí, había hecho
solo el trayecto de vuelta al campamento.
Si Aicha hubiera tenido facultades de precognición o de
clarividencia, habría sabido que su marido regresaba solo. Por tanto,
quedaba una única explicación posible: había tenido contactos
telepáticos con su marido mientras éste se acercaba a casa. El taleb
estaba en lo cierto; ella tenía ese poder.

acultades que olvidamos. Tuaregs-2

La historia que relato a continuación también pertenece al ámbito de
los fenómenos telepáticos.
Sin teléfonos ni otros medios modernos de comunicación, y pese a las
distancias, las noticias vuelan en el imperio de viento y silencio de
los tuareg. Las noticias que se producen en el seno de las tribus
encuentran un cauce de transmisión cuando los tuareg que practican el
pequeño nomadismo coinciden durante el viaje. (El pequeño nomadismo
consiste en desplazarse de un pasto a otro, dentro del territorio
tribal. Cuando se agota el pasto en una zona, los tuareg levantan el
campamento y marchan hacia la zona de pastos más próxima.) Todo
aquello que sucede en el Sáhara, suele comentarse alrededor de un
pozo, generalmente un hoyo de un metro o menos de ancho, pero muy
profundo. Allí es donde los tuareg que practican el pequeño nomadismo
se encuentran con los que practican el gran nomadismo, gentes que
viajan en largas caravanas de hombres, animales y mercancías,
cruzando el Sáhara hasta Gao, Tombouctou, Agadez y otras ciudades del
África negra, o que llevan enormes rebaños de camellos hacia y desde
los verdes pastos del Sahel, al sur del desierto. y cuando se
encuentran, los tuareg beben té caliente y charlan de que tal hizo
esto y lo otro y se encontró con cual, que irá a la boda de aquél,
que se celebrará en el pozo X. A veces, al despedirse, dos hombres
acordarán verse otra vez por el camino en un lugar y fecha
determinados, al cabo de tres meses o de un año, pero nunca olvidan
decir «Inch Allah» (Con la voluntad de Alá).
Un día, en medio de ningún sitio, lejos de los pozos y de los
senderos nómadas, tropecé con un tuareg sentado a la sombra de su
camello. A juzgar por los rastros que había sobre la arena alrededor
del camello, yo sabía que el hombre debía de llevar allí por lo menos
unas veinticuatro horas. (Se había ido cambiando de sitio para estar
en todo momento a la sombra del camello.) Después de intercambiar el
tradicional saludo, le llevé té que tenía en el coche y, junto con
mis acompañantes, bebimos y charlamos.
-¿Qué está haciendo aquí? -pregunté.
-Espero a un amigo -dijo él.
-¿Desde cuándo?
-Desde hace tres días.
-¿Cuándo tenía que venir?
-Uno de estos días.
-¿Cuánto tiempo esperará aún?
-Quizá dos o tres días. Casi no me queda agua.
-¿Cómo sabrá su amigo que ha estado aquí, esperándole?
-Dejaré un mensaje en una piedra para poder vemos en otra ocasión y
en otro lugar.
La tradición tuareg sólo es oral, y pasa de una generación a otra.
Según estas gentes, no hay que dejar escrito nada de gran importancia
porque puede leerlo cualquiera. Pese a ello, todo el Sáhara está
lleno de escritos en tifinah, el alfabeto tuareg. Son mensajes como
el que este tuareg pensaba dejar a su amigo; se descifran tanto de
izquierda a derechá como de derecha a izquierda, de abajo arriba o de
arriba abajo, basándose en un código que solamente es conocido por el
que escribe y por la persona a quien va dirigido el mensaje.
-¿Cuándo fijaron la fecha de su encuentro?
-Hace unos siete meses.
-¿Dónde?
-En Gao.
(Gao es una ciudad de Malí, a unos mil kilómetros del lugar donde
estábamos.)
Tuve que hacer pacientemente infinidad de preguntas para enterarme
por fin de que venía del Este e iba hacia el Sur, y que su amigo se
desplazaba de Oeste a Norte. Aquel sitio era, ciertamente, el mejor
para la cita.
Miré en derredor y solamente vi colinas rocosas, arena y piedras
-¿ Cómo sabe que éste es el lugar? -pregunté.
-No puede haber error -respondió el hombre, describiendo y dando los
nombres de todo lo que nos rodeaba.
Se avecinaba la puesta del sol y decidimos cenar y pasar la noche con
el tuareg. Al día siguiente, mientras tomábamos el desayuno, dije al
hombre que le dejaría un poco de agua para que pudiera esperar a su
amigo unos cuantos días más.
-No necesito más agua, gracias. Usted la necesitará para el viaje
mucho más que yo.
-No entiendo qué quiere decir -repuse.
-Anoche, mi amigo me dijo dónde estaba. Iba escaseando el agua que
llevaba y tuvo que dar un rodeo para poder llenar sus guerbas
(especie de odres de piel de cabra que se emplean para transportar
agua) en un pozo. Está a dos días de aquí.
-¿Cómo le dijo eso? ¿Soñó usted con él?
-No, no soñé con él. Me dijo dónde estaba.
-Pero ¿cómo pudo decírselo?
-En mi mente, y de la misma manera yo respondí que le esperaría.
-¿Cómo hace eso?
-Pienso en él, intensamente, repitiendo lo que quiero saber, y sé que
mi mensaje llega cuando oigo su respuesta.
-Entonces, ¿está seguro de que su amigo llegará aquí dentro de dos
días?
-Inch Allah!
Me volví hacia mis acompañantes y les propuse esperar dos días para
ver qué ocurría. Estuvieron conformes.
Al final del segundo día apareció más allá de las colinas rocosas,
una silueta que se movía en dirección a nosotros. Era el amigo que
esperaba el tuareg. Tras los saludos de rigor y el té ceremonial,
pregunté al recién llegado si sabía que estábamos esperándole junto a
su amigo. Respondió que no.
-Mi amigo sólo dijo que él me esperaba.

Facultades olvidadas. Tuaregs-3

Para concluir, referiré otra historia, una que me parece de lo mas
asombrosa.Estábamos en Djanet, una ciudad argelina no lejos de la
frontera con Libia. Yo pretendía llegar desde allí hasta Tombouctou
cruzando el Sáhara en línea recta. Se trataba de un viaje muy
arriesgado; había que cubrir un trayecto de unos mil quinientos
kilómetros de montañas rocosas, profundos valles, amplias llanuras
con afiladas piedras volcánicas, y grandes extensiones de dunas y
arenas movedizas. Los mapas de la zona carecían de precisión y era de
todo punto desaconsejable realizar el viaje sin ayuda de un guía que
pudiera reconocer los puntos sobresalientes del paisaje y que nos
condujera a salvo en la peligrosa travesía por el desierto, además de
encontrar pozos en caso de que nos faltara agua.

Generalmente todos los nómadas tuareg gozan de la rara habilidad de
orientarse en el desierto. Siempre saben dónde están aunque nunca
antes hayan estado en el lugar. Forma parte de su herencia cultural;
los tuareg enseñan las tradiciones a sus hijos y, por medio de
fábulas, de sus valores, filosofía y sabiduría, también les enseñan
la vida nómada. Graban el desierto en la memoria de sus hijos: cómo y
dónde encontrar agua; cómo reconocer y utilizar plantas medicinales;
cómo orientarse por la noche mirando a las estrellas y, durante el
día, oliendo la arena caliente y tocando los granos, que se
distinguen según la región, y memorizando los colores y formas de la
naturaleza.
El jefe del puesto militar de Djanet nos dijo dónde encontrar a un
hombre llamado Iken quien, según él, sería el mejor guía para nuestro
viaje. Cuando estaba a punto de salir de allí, el comandante agregó
que Iken era ciego, pero que eso no debía preocupanne. Pensé que se
trataba de una broma y así lo dije. Repitió que no debía preocuparme,
que Iken era el mejor guía.
-¿El mejor que tiene, o el mejor que le queda? -pregunté intentando
sonreír.
-¡No se preocupe! -insistió riendo.
-¿Nació ciego o se quedó ciego por alguna enfermedad? -pregunté
nervioso.
-Se quedó ciego hace unos diez años. Una infección ocular -respondió
estrechándome la mano para dar a entender que la entrevista había
terminado.
Iken era un hombre alto, de unos cincuenta años. Hablando con él nos
enteramos de que había pasado la infancia y la adolescencia con su
padre, que conducía caravanas por todo el Sáhara. Luego él mismo
trabajó en las caravanas hasta que la Legión Extranjera francesa lo
contrató de guía; en aquel entonces los franceses gobernaban Argelia.
A los treinta años perdió la vista de resultas de un tracoma mal
tratado. (…)
Describí a Iken el trayecto que pensaba emprender.
– Ya veo… Ya veo -repetía mientras yo le informaba.
-¿Ha hecho este viaje alguna vez? -pregunté.
-Exactamente el mismo itinerario no, pero veo perfectamente lo que
quiere hacer. Podemos salir mañana por la noche -dijo.
-¿Por qué por la noche? Preferiría conducir durante las horas de luz
para poder filmar.
-Como quiera, pero en cuanto pasemos la región montañosa no debemos
circular entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde.
-¿Por qué?
-Allí ya es verano. Es un horno, hay tormentas de arena y una
temperatura de sesenta y dos a sesenta y cinco grados durante el día.
Los neumáticos se rompen con facilidad y el motor no resistirá.
Parecerá sorprendente, pero pese a su dolencia yo sentía que Iken era
un guía seguro.
Tengo un amigo ciego que me ha hecho reparar en que los ciegos,
forzados a manejarse con la pérdida de la visión, suelen gozar de
ciertas facultades psi. Se llama Michel Oelacroix y vive en Bruselas.
Su ceguera no ha sido obstáculo para recibirse de abogado ni para la
práctica de la ley criminal. Solía visitarme cuando yo vivía en
Bruselas, una manzana más allá de su casa; le encantaba pasar el
tiempo tocando, acariciando y oliendo cada objeto de mi colección de
arte primitivo. Era capaz de decir si había algún objeto nuevo sin
que yo dijera nada. Por la cantidad de polvo acumulada sobre las
cosas, sabía cuánto tiempo hacía que no limpiaba la casa, y además
podía hablar horas enteras sobre el objeto que tenía en la mano,
sobre su forma, características y, más asombroso aún, sobre sus
colores, que, decía él, literalmente sentía a través de los dedos.
Un día iba yo siguiendo el laberinto de interminables corredores del
palacio de justicia, buscando un despacho donde debía presentarme con
una citación por violación de normas de tráfico, cuando desde atrás
oí la voz de Michel llamándome. Al preguntarle cómo había sabido que
estaba allí dijo:
-Has pasado por delante de mí cuando salía de una sala del tribunal.
Sabía que eras tú.
-Pero ¿cómo sabías que era yo? ¿Por mi colonia? ¿Por el sonido de los
pasos?
-Por todo… y por nada en particular, ¡pero sabía que eras tú!
-¿ Y puedes reconocer también a otras personas?
-Sólo a las que me importan.
Impresionado por lo que había sucedido decidí, días más tarde,
intentar un experimento para cerciorarme de los elementos por los que
Michel me reconocía. Sabía en qué parada bajaba del autobús y qué
calle tomaba para volver a casa cuando acababa el trabajo en el
tribunal. Llamé al tribunal para saber qué días estaba de servicio y
sustituí mi colonia habitual por otra. Le esperé a mitad de camino
entre la parada del autobús y su casa, en la acera por donde vendría
él.
Cuatro metros antes de llegar donde yo estaba, Michel, moviendo su
bastón blanco de lado a lado para poder cruzar la calle a salvo,
empezó a mostrarse más y más inquieto. Redujo el paso y su cabeza
comenzó a seguir casi los movimientos laterales del bastón, como si
estuviera buscando algo. Me apoyé contra la pared para dejarle más
sitio. Cuando pasaba frente a mí, miró instintivamente hacia donde yo
estaba, frunciendo la frente y oliendo el aire, pero continuó
caminando despacio. Luego se detuvo como esperando que yo dijera
algo. Seguí callado e inmóvil, sintiéndome culpable por mi ardid, y
él prosiguió la marcha.
Al día siguiente repetí el experimento, pero esta vez esperé en la
acera opuesta. Michel pasó por las mismas reacciones del día
anterior. Sus ojos sin vida me miraron otra vez; luego, siguió
caminando.
Pensé que me llamaría uno de aquellos días, pero no fue así. Dejé
pasar una semana y le hice una visita, llevando mi colonia de
siempre. En el transcurso de la conversación, preguntó si yo había
cambiado de colonia en los últimos tiempos. Respondí que sí.
-¡De modo que eras tú! -exclamó-. Sabía que eras tú. Me resistía a
llamarte porque el olor de la colonia era diferente y no quería
ponerme en ridículo en el barrio al llamarte por el nombre, ¡pero
hubiera apostado a que eras tú!
Expliqué a mi amigo los motivos que me habían impulsado a hacer aquel
experimento, y me perdonó.
Si no podía olerme u oír mis pasos, ¿cómo había sido capaz de
percibir mi presencia ?
-¡Tenía una sensación inexplicable, una certeza incontrolable! -dijo
Michel.
¿Clarividencia o telepatía?

Desde que dejáramos Djanet, Iken iba sentado sobre la rueda de
recambio, que estaba sujeta al capó.
-Necesito respirar el olor del desierto -había explicado-. Eso me
dice dónde estoy; cada sitio tiene un olor particular. No puedo oler
si voy dentro del coche. y desde aquí oigo los diferentes ruidos que
hacen los neumáticos al pisar el suelo; también eso me dice mucho con
respecto al terreno.
Debéis fijaros atentamente en los gestos que yo haga para guiaros.
Con la mano izquierda señalo que debéis ir hacia la izquierda; con la
derecha, que debéis ir hacia la derecha. Las dos manos levantadas son
para que aceleréis, las dos manos extendidas lateralmente quieren
decir que paréis, y para reducir la velocidad, agitaré ambas manos en
el aire. También necesito ayuda de todos vosotros. (Yo iba acompañado
por Daniele y por mi ayudante, Philippe.) No habléis mientras
conducís, y mirad detenidamente el paisaje que os rodea.
-¿Por qué? -pregunté, sabiendo la respuesta pero deseando oírsela
decir.
-Porque también eso me ayuda a ver dónde estoy -dijo.
No era fácil conducir con Iken sentado en el capó, tapando la vista.
Siguiendo las instrucciones que me daba, yo tenía que ir zigzagueando
con cuidado entre los obstáculos naturales: arenas movedizas, enormes
rocas volcánicas, dunas, profundas grietas excavadas por antiguos
ríos. (…)Pese a estos problemas de índole técnica, Iken seguía
mereciendo toda mi confianza.
Un día, las manos de Iken ordenaron parar el coche. Le ayudamos a
bajar del capó. Se sentó sobre los talones y tomó un puñado de arena
que olió intensamente durante largo rato. Luego acarició la arena y
jugueteó con los granos, estudiando cuidadosamente su textura. Al
cabo se irguió y libre de toda preocupación dijo:
-Ahora sé dónde estamos. Debemos proseguir en esta misma dirección.
Y su mano indicaba el camino.
Una noche buscábamos desesperadamente un pozo porque estábamos
escasos de agua. Lejos de encontrarlo, dimos de bruces con un enorme
arbusto reseco, de más de un metro de alto.
Iken acarició las ramas muertas, olió todo lo que crecía o estaba
seco alrededor de él y por fin dio instrucciones. Pocas horas después
encontramos agua.
Llegamos a Tombouctou según lo previsto. Era imposible perderse
llevando a Iken de guía. En lo que concierne a sus facultades, podría
argüirse que no todas pertenecen al ámbito de fa telepatía, que
algunas están más cercanas a la clarividencia. Pero lo importante es
que Iken sintonizaba con una parte del cerebro que le permitía
guiamos a través del desierto.

(…)Otros tuareg que luego hicieron de guías para nosotros, también
rehusaron ir dentro del coche, pero por razones diferentes.
Acostumbrados a viajar en camello, no podían reconocer los puntos
sobresalientes del paisaje desde el interior del vehículo, ya que la
configuración del relieve del terreno estaba dibujada en su memoria
tal como la veían desde su perspectiva a lomos del camello. Por
tanto, viajaban en el techo del coche, que aproximadamente tenía la
misma altura de la silla de montar puesta sobre la joroba del animal.
Pero esto era fuente de problemas: yo no podía ver al guía, y con el
ruido del motor resultaba imposible oír sus indicaciones. En
consecuencia, Philippe tenía que sentarse sobre la rueda de recambio
del capó y actuar de intermediario entre el guía y yo, transmitiendo
sus mensajes e instrucciones.
Había aún otro problema con estos guías: el de conducir por la noche
con los faros encendidos. Como estaban habituados a viajar con la luz
de las estrellas y la luna, no sabían orientarse de noche porque la
luz de los faros distorsionaba la apariencia del terreno. Yo debía
conducir entonces con las luces apagadas. Sin embargo, debo admitir
que es una experiencia extraordinaria, verdaderamente mágica,
conducir a la luz de la luna y las estrellas, con la sensación de
estar suspendido entre lo ignoto y lo misterioso, formando parte, al
fin, de la realidad cósmica donde todo, hasta lo imposible, podría
ocurrir.
Estos relatos reflejan mis experiencias personales con los tuareg. En
el desierto australiano y en el Kalahari, estando con los
bosquimanos, he oído muchas historias que también atestiguan que las
gentes de los grandes desiertos -donde es necesario recorrer
larguísimas distancias para poder encontrar a otros seres humanos-
parecen estar más sintonizadas con esa parte del cerebro que da
cabida a la telepatía, porque ello es necesario para asegurar la
supervivencia.
Son muchos los fenómenos de esta índole que he conocido gracias a los
pueblos de tradición. No pueden ser mera coincidencia. A veces
pienso, no obstante, que algunos son producto de la intuición, para
la que estos pueblos parecen tener predisposición al verse forzados a
valerse de ella para sobrevivir. (…)En nosotros esta facultad
tiende a atrofiarse por falta de utilización en la vida cotidiana.
Llamar por teléfono o escribir una carta es mucho más común y más
fácil que concentrarse para enviar un mensaje a alguien.
Me he dado cuenta de que muchos pueblos de tradición viven más
acordes consigo mismos que nosotros. Han desarrollado la intuición y
los sentimientos animales primitivos más que el razonamiento.
Viviendo en estrecha relación con la naturaleza, implicándose íntima
y profundamente en ella, han aprendido su lenguaje. Quizá porque no
tienen opción para sobrevivir de otra manera, se han visto obligados
a sintonizar con aquellos aspectos del cerebro que les permiten
adquirir niveles de consciencia más altos.

Concepciones cosmogónicas en la antigua Mesopotamia

Mesopotamia

El drenaje de las marismas situadas entre los ríos Tigris y Eúfrates, permitió el cultivo sistemático de cereales y legumbres, el crecimiento demográfico, la proliferación de ciudades y el mantenimiento de individuos dedicados a tareas no productivas tales como la plasmación en tablillas de las creencias de sus contemporáneos, algunas de ellas expresadas en poemas de gran belleza lírica.

Mesopotamia se convirtió en una floreciente región, tanto desde el punto de vista económico, como desde el punto de vista cultural. Cuna de nuestra civilización, atrajo a multitud de gentes a sus tierras. Y fue en estas tierras donde sumerios, acadios y babilonios se asentaron y desarrollaron sus espléndidas culturas. Las creencias, las prácticas rituales y las divinidades de estos tres pueblos parecen estar vinculadas entre sí y remitirnos a una misma visión cosmogónica, o por lo menos una concepción del mundo similar. Se trata de una foto en la se muestra una fotografía de las ruinas de la ciudad de Babilonia, que fue uno de los núcleos principales de la civilización entre el II y el I milenio a. C. [Fuente:Encarta].

El desciframiento de las escrituras sumeria y acadia, y los métodos de datación de las tablillas encontradas, han permitido una reconstrucción bastante aproximada del universo mitológico mesopotámico y de su evolución a lo largo de los milenios tercero y segundo a.C. Se trata de una imagen en la que podemos apreciar una tablilla con el tipo de escritura cuneiforme, que muy posiblemente surgió en Sumer y que era realizada sobre tablas de arcilla húmeda con una cuña, de ahí su nombre. [Fuente:Encarta].

En las primeras tablillas el dios principal era Anu, responsable del destino y de mantener en su sitio al «cielo» (en sumerio, «an»), entendiendo como tal tanto la bóveda azulada que domina el día como el negro manto tachonado de estrellas que define la noche.

Por debajo del cielo, y jerárquicamente en un segundo plano, se situaba Enlil, la personificación de la tierra, pero también de la tormenta, de la violencia descontrolada que rasga la noche con su rayo, que ensordece con su trueno y que con sus vientos huracanados arrasa cuanto halla a su paso.

El tercero en importancia era Enki (en acadio, Ea), el agua que fertiliza la tierra.

Los astros más conspicuos también disponían de un lugar en el panteón mesopotámico.

De entre ellos destacaba, evidentemente, el Sol, Utu para los sumerios y Samas para los acadios, que además personificaba la justicia.

La Luna era llamada Nanna por los sumerios y Sin por los acadios. Se trata de una imagen en la que podemos ver uno de los más fabulosos ejemplos de arquitectura religiosa sumeria; se trata del templo de dicado al culto de la divinidad lunar sumeria Nanna; fue construido en torno al 2100 a. C. por el rey sumerio Ur-Nammu. [Fuente:Encarta].

También tenían identificado al planeta Venus, que los sumerios llamaban Inanna y los acadios Istar.

Dumuzi era el dios mortal de la vegetación, que era ritualmente enterrado en la época de la siembra, en otoño, para volver a resucitar en la siguiente primavera.

Personificadas las fuerzas elementales de la naturaleza, el siguiente paso consistía en integrarlos en un todo coherente, en un mito o «teoría» que los relacionara y permitiera explicar el devenir de los fenómenos naturales.

Uno de los primeros pasos en esa dirección viene representado por el ritual de apareamiento primaveral entre Dumuzi, la vegetación, personificado en el rey o señor principal de la ciudad, e Inana o Istar, encarnada en la gran sacerdotisa del culto a esa diosa. Dichas nupcias ejercían el papel de catalizador de la gigantesca reacción cósmica que permitía la renovación estacional de la fertilidad de los campos y del mantenimiento de la vida de los humanos que los poblaban.

Los poemas cosmogónicos mesopotámicos

El Poema de Atrahasis

La relación entre las fuerzas de la naturaleza fue ganando en complejidad, hasta cristalizar literariamente en el poema acadio Atrahasis, escrito a principios del segundo milenio a.C. El poema comienza evocando el inicio de los tiempos, cuando los dioses menores, bajo la dirección del violento Enlil, tenían que excavar los canales, levantar los diques, reparar ambos y labrar la tierra.

Cansados del arduo trabajo de drenar las marismas, represar las aguas y arar los campos con el fin de cultivar lo necesario para alimentarse a sí mismos y a los dioses mayores, quemaron sus picos y palas, renunciaron a trabajar y amenazaron a Enlil, el capataz.

Los tres máximos dioses, Anu, Enlil y Ea, es decir, el cielo, la tierra y las aguas, se reunieron con urgencia para tratar no sólo de resolver el conflicto, sino de sentar las bases para que no volviera a presentarse.

Ea, el más astuto de ellos, propuso la ingeniosa solución de crear unos seres, los humanos, que trabajaran en lugar de los dioses y para ellos, entregándoles parte del alimento que produjeran.

Esos nuevos seres habrían de ser formados a partir de arcilla mezclada con la sangre de uno de los dioses menores, el que había encabezado la rebelión.

A partir de la masa original de arcilla y sangre se crearon siete hombres y siete mujeres, que fueron el inicio del linaje de los humanos.

A partir de entonces los dioses no tuvieron que trabajar más, limitándose a vivir de las ofrendas de los humanos.

Sin embargo, tanto trabajaban estos, tanto alimento producían, que se multiplicaron con rapidez, y doce siglos después de su creación eran ya tan numerosos que el ruido que hacían resultaba insoportable a los dioses.

El violento Enlil, irritado, reunió a los grandes dioses y con su consentimiento envió una epidemia que causó estragos entre los humanos, amenazando acabar con ellos.

El sagaz Ea, preocupado por la suerte de sus criaturas, les hizo saber que debían dirigir sus plegarias al dios de la muerte, Namtar, que finalmente se apiadó de ellos y acabó con la plaga.

Los supervivientes volvieron a multiplicarse y, transcurridos otros mil doscientos años, importunaron con sus gritos a Enlil, que de nuevo les castigó, secando todas las fuentes.

Aconsejados por Ea, su protector, los humanos dirigieron sus plegarias al dios de la lluvia torrencial, Adad, que llegó a tiempo para salvar a algunos famélicos representantes del género humano.

Por tercera vez volvieron los humanos a molestar a los dioses, y ahora Enlil decidió usar al mismo Adad para provocar un diluvio de tal magnitud que ahogara definitivamente a los humanos.

Esta vez Ea sólo pudo salvar a una familia, la de Atrahasis (quien da nombre al poema), el más sabio y bondadoso de los humanos. Aconsejado a tiempo de la conspiración de los otros dioses, Atrahasis construyó un barco e introdujo en él a su familia (en el sentido extenso: mujer, hijos y parientes próximos), y con ellos diferentes parejas de animales, tanto domésticos como salvajes.

Mientras en las anteriores ocasiones los dioses habían seguido recibiendo alimento de quienes no enfermaban ni enflaquecían en exceso, ahora pasaron hambre, ya que sólo sobrevivían los pasajeros de la barca, incapaces de cultivar la tierra.

Ante la perspectiva de tener que volver a trabajar se replantearon la magnitud de sus castigos y llegaron a un punto de equilibrio, en el que aceptarían la existencia de humanos, pero limitando su número mediante las siguientes disposiciones: crearon un demonio cuya misión sería la de incrementar la mortalidad infantil tras los partos, parte de las mujeres sería estéril y otra fracción de las mismas renunciaría a tener hijos, asumiendo la virginidad como un valor reconocido socialmente con el cargo de sacerdotisas de determinadas diosas. Se trata de una imagen que presenta a una figura del demonio Panzuzu de la mitología mesopotámica fechado entre el 800 y el 600 a. C.[Fuente:Exploring Ancient World Cultures].

De esa forma, la mortalidad neonatal (y en su caso el infanticidio), la esterilidad y la virginidad eran no sólo reconocidas como mecanismos de control demográfico, sino que, situadas en la esfera de las decisiones divinas, permitían transferir a estos la responsabilidad de aquellas acciones y fenómenos.

El Enuma Elis

A mediados del segundo milenio a.C. se habían producido variaciones sustanciales en la situación política de la zona, regida ahora de manera indiscutible por Babilonia, cuyo dios Marduk, pasó evidentemente a tener un papel preponderante en la cosmogonía mesopotámica. Imagen que presenta a una figura de la diosa de la fertilidad Ishtar; esta estatua fue realizada en el periodo neobabilónico, en torno al 2000 a. C. [Fuente: Artehistoria.com].

Esas novedades quedan recogidas en un poema que empieza así:
Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado,
no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme,
nada más había que el Apsu primordial, su progenitor,
(y) Mummu-Tiamat, la que parió a todos ellos,
mezcladas sus aguas como un solo cuerpo.
No había sido trenzada ninguna choza de cañas, no había aparecido
marisma alguna,
cuando ningún dios había recibido la existencia,
no llamados por un nombre, indeterminados sus destinos,
sucedió que los dioses fueron formados en su seno.
Lahmu y Lahamu fueron hechos, por un nombre fueron llamados.
Durante eternidades crecieron en edad y estatura.
Anshar y Kishar fueron formados, superando a los otros.
Prolongaron sus días, acumularon años.
Anu fue su hijo, rival de sus propios padres,
sí, Anu, primogénito de Anshar, fue su igual.
Anu engendró a su imagen a Nudimmud.
Nudimmud se hizo de sus padres dueño,
sabio sin par, perspicaz, fuerte y poderoso,
mucho más fuerte que su abuelo Anshar.
No tenía rival entre los dioses sus hermanos.
Juntos iban y venían los hermanos divinos,
alteraban a Tiamat al agitarse de un lado para otro,
sí, alteraban el talante de Tiamat
con sus risas en la morada del cielo.
No podía acallar Apsu sus clamores
y Tiamat estaba sin habla ante su conducta.
Sus actos eran odiosos hasta […]
Aborrecible era su conducta; se hacían insufribles.
Entonces Apsu, progenitor de los grandes dioses,
gritó, dirigiéndose a Mummu, su visir:
«Oh Mummu, mi visir, que alegras mi espíritu,
ven junto a mí y vayamos a Tiamat».
Fueron y se sentaron ante Tiamat,
deliberando acerca de los dioses, sus primogénitos.
Apsu, abriendo su boca,
dijo a la resplandeciente Tiamat:
«Su conducta me resulta muy odiosa.
De día no encuentro alivio ni reposo de noche.
Los destruiré, aniquilaré sus obras,
para restaurar la calma. ¡Tengamos descanso!».
Tan pronto como Tiamat lo oyó,
se sintió irritada y gritó a su esposo.
Gritó llena de enojo, sola en su furor,
poniendo amenaza en su tono:
«¿Qué? ¿Vamos a destruir lo que hemos edificado?
Su conducta, ciertamente, es enojosa, pero esperaremos con paciencia».
Entonces respondió Mummu y aconsejó a Apsu.
Malicioso y desgraciado fue el consejo de Mummu:
«Destruye, padre mío, la conducta rebelde.
Así tendrás quietud de día y reposo de noche».
Cuando Apsu lo oyó, su rostro se puso radiante,
por el mal que maquinaba contra los dioses sus hijos.
Mummu lo abrazó por el cuello,
sentándose en sus rodillas para besarle.
Pero cuanto habían tramado entre ellos
fue repetido entre los dioses, sus primogénitos.
Cuando los dioses oyeron todo aquello, se agitaron,
cayeron luego en silencio y quedaron sin habla.
Soberano en saber, perfecto, ingenioso,
Ea, sapientísimo, adivinó su conjura.
Un designio dominador formuló y envió,
capaz hizo su conjuro contrario, soberano y santo.
Lo recitó e hizo que subsistiera en lo profundo,
derramando el sueño sobre él, despierto del todo permanece.
Cuando a Apsu tuvo postrado, cargado de sueño,
Mummu, el consejero, ya no pudo excitarlo.
Aflojó su banda, se despojó de la tiara,
dejó su aura y se la puso él.
Después de encadenar a Apsu, lo mató.
Ató a Mummu y lo encadenó.
Después de haber así establecido su morada sobre Apsu,
se apoderó de Mummu, anillándolo por la nariz.
Después de vencer y pisotear a sus enemigos,
Ea, asegurado su triunfo sobre los adversarios,
descansó en su cámara sagrada sumido en paz profunda.
«Apsu» la llamó al asignar los santuarios.
Allí mismo su choza de culto estableció.
Ea y Damkina, su esposa, allí moraron en esplendor.
En la cámara de los destinos, morada de los hados,
un dios fue engendrado, poderoso y sabio más que los dioses.
En el corazón de Apsu fue Marduk creado.
El que le engendró fue Ea, su padre,
la que lo concibió fue Damkina, su madre.
Al pecho de la diosa fue amamantado.
La nodriza que lo crió lo hizo terrible,
Seductora era su figura, la luz brillaba en sus ojos.
Señorial era su paso, soberano desde antiguo.
Cuando lo vio Ea, el padre que lo engendró,
exultó y se iluminó su rostro, su corazón lleno de gozo.
Perfecto lo hizo y doble divinidad le otorgó.
Exaltado fue entre todos ellos, en todo excelente.
Perfectos eran sus miembros sin medida,
imposible de comprender, difícil de percibir.
Cuatro eran sus ojos, cuatro eran sus oídos.
Cuando movía sus labios, fuego escapaba de ellos.
Grandes eran sus órganos para oír,
y los ojos, en número igual, escrutaban todo.
Era el más alto de los dioses, soberana era su estatura,
enormes sus miembros, era alto sobremanera.
«¡Hijito mío, hijito mío!
Mi hijo, el Sol, ¡Sol de los cielos!».
Revestido del halo de diez dioses, era fuerte
cual ninguno, con todos sus terribles destellos.
………………………………………
Turbada estaba Tiamat, desvelada noche y día.
Los dioses, maliciosos, aumentaban la tormenta.
Después de haber maquinado el mal en su intimidad,
a Tiamat dijeron los hermanos:
«Cuando dieron muerte a Apsu, tu consorte,
no le ayudaste, y te estuviste quieta.
Aunque él creó el hacha terrible,
tus entrañas se han disuelto y no tenemos reposo.
¡Permanezca en tu ánimo Apsu, tu consorte,
y Mummu, que ha sido derrotado! Sola has quedado».
………………………………………
[…]
De entre los dioses, sus primogénitos, que formaban su asamblea,
elevó ella a Kingu, entre ellos lo hizo jefe.
Dirigir las huestes, presidir la asamblea,
alzar las armas para el encuentro, encabezar el combate,
ordenar como jefe la batalla,
todo esto puso en sus manos mientras ella lo entronizaba en el
consejo:
«Para ti he pronunciado el conjuro, exaltándote en la asamblea
de los dioses.
Todo poder te he dado para aconsejar a los dioses.
¡Tú eres el mayor de todos, mi consorte eres tú!
¡Tus sentencias serán firmes entre todos los Anunnaki!».
Le entregó las tablillas del destino, atadas a su pecho:
«Tu mandato será inmutable, tu palabra permanecerá».
Tan pronto como Kingu fue exaltado a la jerarquía de Anu,
sobre los dioses, hijos de ella, decretaron el destino:
«Vuestra palabra hará remitir el fuego,
humillará al ‘arma del poder’, tan potente es su golpe».
[…]
Humillado llegó ante su padre, Anshar,
Y le habló de este modo, como si fuera Tiamat:
«No me basta mi mano para someterte».
Sin habla estaba Anshar, fija la mirada en el suelo,
ceñudo y moviendo la cabeza ante Ea.
Todos los Anunnaki allí se congregaron.
Apretando los labios, se sentaron en silencio.
«Ningún dios, pensaban, podrá darles batalla,
enfrentarse con Tiamat y salir con vida».
El Señor Anshar, padre de los dioses, se alzó majestuoso,
y después de meditar en su corazón, dijo a los Anunnaki:
«Aquel cuyo vigor es poderoso nos vengará,
el fuerte en la batalla, Marduk, el héroe».
[…]
«Anshar, no te inquietes; relaja tus labios.
Iré y lograré el deseo de tu corazón…
¿Es un varón el que se apresta a combatirte?
¡No es más que Tiamat, una mujer, quien te opone sus armas!
¡Oh padre mío y creador, alégrate y llénate de gozo;
pronto hollarás la cerviz de Tiamat!».
………………………………………
«Hijo mío, que posees toda sabiduría,
calma a Tiamat con tu sagrado conjuro.
Avanza pronto sobre la carroza de la tormenta.
¡De su presencia no te echarán! ¡Hazlos retroceder!».
El señor se alegró por las palabras de su padre.
Exultante su corazón, dijo a su padre:
«Creador de los dioses, destino de los grandes dioses,
si yo ciertamente, como vengador tuyo,
he de vencer a Tiamat y salvar vuestras vidas,
¡convoca la asamblea, fija para mí un destino supremo!
Cuando juntos en Ubshukinna, alegres os hayáis sentado,
que mi palabra en vez de la tuya fije los destinos.
Inmutable será cuanto yo haga existir.
Ni revocado ni cambiado habrá de ser el mandato de mis labios».
[…]
Cuando esto oyeron Lahmu y Lahamu, gritaron con fuerza,
todos los Igigi « se lamentaron descorazonados:
«¡Qué extraño que hayan tomado tal decisión!
No podemos comprender las obras de Tiamat».
Se dispusieron a emprender el viaje,
todos los grandes dioses que fijan los destinos.
Llegaron a presencia de Anshar, llenando Ubshukinna.
Se besaron unos a otros en la asamblea.
Hablaban entre sí mientras se acomodaban para el banquete.
Tomaron el pan festivo, compartieron el vino,
henchidos de suave licor.
Bebían y el fuerte brebaje embebía sus cuerpos.
Iban languideciendo al paso que sus ánimos se exaltaban.
Fijaron los decretos sobre Marduk, su vengador.
Le erigieron un trono principesco.
Frente a sus padres él se sentó, presidiendo.
«El más venerado eres entre los grandes dioses,
tu decreto no tiene rival, tu mandato es Anu.
Tú, Marduk, eres el más venerado de todos los dioses.
………………………………………
Sobre todo el universo te confiamos el reinado.
Cuando tomes asiento en la asamblea, prevalecerá tu palabra.
No fallarán tus armas, aniquilarán a tus enemigos.
¡Oh Señor, perdona la vida al que en ti confía,
pero quítasela al dios que eligió el mal!».
En medio pusieron un paño,
a Marduk, su primogénito, hablaron:
«Señor, en verdad tu decreto prevalece entre los dioses.
Si decides crear o destruir, así se hará.
Abre tu boca, desaparecerá este paño,
habla otra vez, y el paño estará entero».
A la palabra de su boca desapareció el paño.
Habló de nuevo y se rehízo el paño.
Cuando los dioses, sus padres, vieron el fruto de su palabra,
gozosos le rindieron homenaje: « ¡Marduk es rey!».
Le entregaron cetro, trono y palu;
armas invencibles le dieron, para ahuyentar al adversario.
Fijado así el destino de Bel, los dioses, sus padres,
le pusieron en el camino del éxito y la victoria.
Él se hizo un arco, que marcó como arma suya,
añadió además la flecha, fijó la cuerda.
Alzó la maza, la empuñó con su diestra.
Arco y carcaj fijó a su costado.
Ante sí envió el relámpago,
de llama abrasadora llenó su cuerpo.
Hizo luego una red para envolver en ella a Tiamat.
Los cuatro vientos sujetó para que nada de ella escapara,
el viento sur, el viento norte, el viento este, el viento oeste.
Al costado apretó la red, regalo de su padre Anu.
Soltó a Imhullu, «el viento malo», el torbellino, el huracán,
el viento cuádruple, el viento séptuble, el ciclón, el viento incontenible;
luego soltó los vientos que había sujetado, los siete,
para remover las entrañas de Tiamat se alzaron a su zaga.
El señor agitó entonces la tempestad, su arma poderosa.
Montó en la carroza de la tormenta, terrible e irresistible.
Una cuadriga enjaezó y le unció,
Matador, Implacable, Hollador, Veloz.
Afilados, ponzoñosos eran sus dientes.
Diestros en asolar, hábiles en destruir.
………………………………………
Circundada de halo terrible aparecía su cabeza,
avanzó el señor y siguió su camino,
contra Tiamat furiosa dirigió su rostro.
En sus labios llevaba un… de pasta roja;
su mano empuñaba una planta para vencer al veneno.
Entonces en torno a él se arremolinaron los dioses.
El señor se dirigió a escrutar el costado de Tiamat,
(y) de Kingu, su consorte, para conocer la trama
cuya maldición, ante su mirada, queda deshecha,
su voluntad se dispersa y su acción se confunde.
Y cuando los dioses, sus auxiliares, que marchaban a su lado,
vieron al héroe valeroso, su vista se turbó.
Lanzó un grito Tiamat, sin volver el cuello,
con un brutal desafío en sus labios:
«¡Demasiado importante eres para el señor de los dioses como
para alzarse contra ti!
¿Se han congregado en su lugar o en el tuyo?».
Pero el señor, suscitando la tormenta, su arma poderosa,
a la furiosa Tiamat lanzó estas palabras:
«Con fuerza te alzaste, mucho te has exaltado;
en tu corazón te propusiste provocar la lucha,
de forma que los hijos rechacen a sus padres,
y tú misma que los engendraste, odias […].
Engrandeciste a Kingu para que fuera (tu) consorte,
su mando, que en derecho no le pertenece, opusiste al de Anu.
Contra Anshar, rey de los dioses, maquinas el mal;
contra los dioses, mis padres, afirmaste tu maldad.
Por mucha que sea tu fuerza, por afiladas que sean tus armas,
¡Ponte en pie, para que tú y yo trabemos singular combate!».
Cuando esto oyó Tiamat,
se volvió como posesa, como si perdiera la razón.
Con fuerza gritó Tiamat furiosa.
Hasta las raíces temblaron sus piernas.
Recitó un conjuro, lanzó su encantamiento,
mientras los dioses guerreros aguzaban sus armas.
Entonces entablaron la lucha Tiamat y Marduk, el más sabio entre
los dioses,
trabaron combate singular, se atenazaron en la pelea.
Desplegó su red el señor para atraparla,
el viento malo, que seguía detrás, le soltó en el rostro.
Cuando Tiamat abría su boca para devorarlo,
por ella le lanzó el viento malo para que no cerrara los labios.
Cuando los vientos salvajes llenaron su vientre,
su cuerpo quedó hinchado, la boca abierta.
Lanzó él su flecha, que atravesó su vientre,
le desgarró las entrañas, le destrozó el corazón.
Dominándola así, acabó con su vida.
Arrojó su carcaj para alzarse sobre ella.
Después de dar muerte a Tiamat, el señor,
su banda quedó destrozada, su tropa desbaratada.
[…]
Pero a Kingu, que había sido hecho su jefe,
lo ató y entregó a Uggae.
Las tablillas del destino, que en derecho no eran suyas,
le arrebató, las selló con un sello y las apretó contra su pecho.
Cuando hubo derrotado y sometido a sus adversarios,
………………………………………
Y se volvió a Tiamat, a la que había atado.
Holló el señor las piernas de Tiamat,
con su maza despiadada destrozó su cráneo.
Cortó las arterias de su sangre
que el viento norte llevó a lugares ignorados.
Al ver todo esto, sus padres se llenaron de gozo y exultaron,
y a él acudieron con presentes, para rendirle homenaje.
Se detuvo entonces el señor para ver el cuerpo muerto,
porque iba a desmembrar al monstruo y hacer obras estupendas.
La partió como una concha en dos partes;
una mitad alzó y la puso como un techo, el cielo,
fijó una barrera y puso guardianes
a los que mandó que no dejaran escapar las aguas.
Cruzó los cielos y revisó (sus) regiones.
Escuadró el cuartel de Apsu, la morada de Nudimmud,
según medía el señor las dimensiones de Apsu.
La Gran Morada, su semejanza, fijó como Esharra,
la Gran Morada, Esharra, que hizo como el firmamento.
Anu, Enlil y Ea recibieron sus lugares.
[…]
Cuando oye Marduk las palabras de los dioses,
su corazón le impulsa a realizar obras estupendas.
Abre su boca y se dirige a Ea,
para comunicar sus planes habla a Ea,
para comunicar el plan que ha concebido en su corazón:
«Amasaré la sangre y haré que haya huesos.
Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará.
Cierto, crearé un hombre salvaje.
Tendrá que estar al servicio de los dioses,
para que ellos vivan sin cuidado.
Con maña cambiaré la vida de los dioses.
Venerados por igual, en dos grupos estarán divididos».
Ea respondió, y le dirigió una palabra,
para exponerle un plan en beneficio de los dioses:
«Que sea entregado uno sólo de sus hermanos;
sólo éste perecerá para que sea formada la humanidad.
Que se junten aquí los grandes dioses en asamblea,
que el culpable sea entregado para que ellos permanezcan».
Convocó Marduk en asamblea a los grandes dioses;
graciosamente los presidía y daba instrucciones.
A sus sentencias prestaron atención los dioses.
El rey dirigió una palabra a los Anunnaki:
«Si vuestra declaración fue sincera,
decid ahora la verdad y por mí juradla.
¿Quién provocó la revuelta,
provocó a Tiamat a rebeldía y azuzó el combate?
Sea entregado el que maquinó la rebelión.
¡Con su culpa le haré cargar para que viváis en paz!».
Los Igigi, los grandes dioses, le replicaron,
a Lugaldimmerankia, consejero de los dioses, su señor:
«Fue Kingu quien maquinó la rebelión,
quien hizo rebelde a Tiamat, quien azuzó el combate».
Lo ataron y llevaron a presencia de Ea.
Le cargaron con su culpa y cortaron (los vasos de) su sangre.
De su sangre formaron la humanidad,
a la que él impuso la servidumbre, dejando libres a los dioses.
[…]
Después de ordenar todas las normas,
a los Anunnaki del cielo y de la tierra asignó sus porciones,
los Anunnaki abrieron su boca
y dijeron a Marduk, su señor:
«Ahora, señor, ya que nos has liberado,
¿qué homenaje te rendiremos?
Edificaremos un santuario en tu honor, que se llamará
‘La cámara de nuestro reposo nocturno’; ¡que en él reposemos!
¡Edifiquemos un santuario, un lugar para su morada!
El día en que lleguemos, reposaremos en él».
Cuando Marduk lo oyó,
sus facciones brillaron como el día:
«Como el de la alta Babilonia, cuya edificación solicitasteis,
su obra de ladrillo sea realizada. ‘El Santuario’ se llamará».
A la obra se pusieron los Anunnaki,
durante un año fabricaron ladrillos.
Al llegar el segundo año,
levantaron el tope de Esagila igual a Apsu.
Después de levantar una torre escalonada tan alta como Apsu,
pusieron allí una morada para Marduk, Enlil (y) Ea.
En su presencia la adornaron con esplendor.
Hacia abajo miran sus cuernos, a la base de Esharra.
Cuando concluyeron la obra de Esagila,
los mismos Anunnaki levantaron sus santuarios.
… todos se reunieron,
… edificaron para su morada.
A los dioses sus padres, sentó en su banquete:
«Esta es Babilonia, lugar de vuestra casa.
Festejad en su recinto, llenad sus anchas plazas».
Ocuparon sus tronos los grandes dioses.
A beber y a banquetear se pusieron.
Después de festejar allí,
en Esagila, el espléndido, celebrados sus ritos,
habiendo establecido las leyes (y) sus portentos,
todos los dioses repartieron las estancias del cielo y de la tierra.
Los cinco grandes dioses ocuparon sus tronos.
Los siete dioses del destino pusieron a los trescientos en el cielo.
Enlil alzó el arco, su arma, y lo puso ante ellos.
Los dioses, sus padres, vieron la red que había hecho.
Cuando contemplaron el arco, y su forma tan hábil,
sus padres alabaron la obra que había realizado.
Empuñándolo, Anu habló en la asamblea de los dioses,
mientras besaba el arco:
[…]

[Fuente: E. A. Speiser, Ancient Near Eastern Texts (Princeton 1950), reproducido en I. Mendelsohn (ed.), Religions of the Ancient Near East (Nueva York 1955) 19-46.]

Las palabras que inician este poema acadio son «Enuma elis» («cuando en lo alto»), y ese es el nombre con el que se le conoce.

La fusión de los diferentes caos iniciales, de Apsu y Tiamat, dio origen a la segregación de las fuerzas primigenias de la naturaleza, ahora identificables mediante nombres propios, los dioses.

De la relación entre ellos surgieron nuevos dioses de menor rango, cuyos juegos y alegría exultantes, es decir, los continuos experimentos y creaciones derivados del uso de sus poderes, irritaron a Apsu de tal manera que decidió acabar con aquellos.

El astuto Ea, en desacuerdo con los criminales propósitos de su padre, le hizo dormir mediante encantamientos y le mató.

Sobre el cadáver de su progenitor, Ea edificó un templo y se unió a una diosa, Damkina, de la que tuvo a Marduk, ornado de tales virtudes que pronto fue reconocido como superior por los dioses jóvenes.

Decidida a vengar la muerte de Apsu, Tiamat organizó un ejército con seres monstruosos que había creado para la ocasión y con la mayor parte de sus hijos, poniendo a su frente a uno de ellos, Quingu, a quien otorgó las tabletas del Destino que previamente había arrebatado al celestial Anu.

Los dioses más jóvenes pidieron a Marduk que los dirigiera a la inminente batalla, si bien ésta no llegó a producirse debido a que el enfrentamiento se resolvió mediante un combate singular entre Tiamat, símbolo del caos primigenio, y Marduk, la racionalidad ordenadora.

La victoria de Marduk fue acompañada del descuartizamiento de Tiamat, el desangramiento de Quingu y el perdón de los dioses que les habían acompañado.

Marduk, dueño ahora de todo lo formado, devolvió a Anu las tabletas del Destino y, con su apoyo, se dispuso a organizar el cosmos.

En primer lugar, asignó las moradas de los dioses en el cielo, reservándose para sí el planeta Júpiter, el más majestuoso de todos ellos.

Creó el Sol, responsable de la duración del día (y de la noche), y la Luna, y organizó con detalle las fases de ésta, lo que le permitió establecer el calendario (calendario mesopotámico), dividiendo el año en doce «lunas» o meses (meses mesopotámicos), cada uno de los cuales bajo los auspicios de una constelación.

Con los despojos de Tiamat construyó la Tierra: las anfractuosidades de la cara dieron lugar al relieve, mientras que los pechos sirvieron para modelar las altas montañas; las lágrimas que brotaban de sus ojos alimentaron el Tigris y el Eúfrates, y así sucesivamente.

Por último, y tras construir su morada en el centro del mundo, Babilonia, encargó a su padre Ea la creación de seres que se encargaran de proporcionarles el alimento.

Y como en el poema anterior, la sangre de un dios, en este caso Quingu, sirvió para dar forma a la arcilla con la que fueron moldeados los primeros humanos.

Pese a los avatares políticos de la región, la cosmogonía de Enuma Elis sobrevivió durante siglos en sus líneas esenciales, bien con pequeñas modificaciones onomásticas (como la sustitución de Marduk por Assur cuando Babilonia cayó en manos de Asiria), bien a través de la creación y desarrollo de nuevos mitos inspirados en aquél, como las dos tradiciones que confluyeron en la mitología hebrea y que conformaron el primero de los libros del Pentateuco, el Génesis.

Los aborigenes australianos

Introducción

Fotografía realizada en 1912 a varios aborígenes posando con sus pinturas corporalesDentro de Oceanía, un continente dominado por el agua, Australia con sus 4.000 kilómetros, emerge como la única isla cuya extensión nos hace olvidar su carácter insular. Para facilitar el estudio del resto de las islas de este continente, fue necesario agruparlas bajo unos términos más amplios como son los de Micronesia, Melanesia y Polinesia. La población aborigen llegó a Australia hace unos 40.000 años, aunque hay estudiosos que atrasan su llegada hasta los 60.000. Utilizando canoas y toscas embarcaciones, estos primitivos viajeros arribaron a las costas australianas en varias oleadas, desde distintos lugares de la vecina Asia. Tal vez uno de estos lugares de partida, pudo ser la India, ya que con la población india comparten ciertos rasgos como su nariz ancha y algo aplastada o tez oscura. Su increíble capacidad de adaptación al medio les permitió alcanzar una población aproximada de un millón de habitantes a la llegada de los europeos a principios del siglo XVII, en la actualidad sólo quedan unos 200.000 primitivos australianos.

Imagen de un aborígen lanzando un boomerang [Fuente: Enciclopedia Encarta] Estos colonos Pintura rupestre realizada por los aborígenes [Fuente: Enciclopedia Encarta] originales desarrollaron una nueva civilización con una serie de rasgos comunes que nos permite identificar esta particular cultura: una economía basada en la recolección y en la caza y la pesca, sin prácticas ganaderas o agrícolas; útiles de madera como el valioso bumerang, arma de caza conocida en todo el mundo; vida al aire libre, sin presencia de una arquitectura civil o religiosa; manifestaciones artísticas valiosísimas con un arte rupestre muy rico y complejo acompañado de una impresionante pintura sobre el cuerpo, de gran expresividad; organización tribal y agrupación en torno a clanes y grupos familiares, vinculados a un tótem o a varios tótems.

Un par de aborígenes con los cuerpos pintados [Fuente: Enciclopedia Encarta]

A pesar de estos rasgos comunes, el tiempo y la distancia han ido configurando importantes diferencias regionales entre la población aborigen australiana, tanto desde el punto de vista lingüístico, como desde el punto de vista religioso o artístico. Esta diversidad queda patente al comprobar que en la Australia aborigen se pueden contar hasta 250 dialectos diferentes. Paulatinamente los dialectos fueron asociados a parcelas de territorio, hasta que las agrupaciones más reconocidas fueron aquellas designadas por el dialecto.

Ejemplo de pintura rupestre primitiva procedente de la región de Queensland [Fuente: Aboriginal Art Online] En términos generales podemos establecer hasta 17 ó 18 regiones culturales al hablar de la población aborigen australiana. En primer lugar hallamos la zona norte, en la que destaca la pintura rupestre, y en la que encontramos numerosas tribus: Gunwinggu, Nunggubuyu, Rembarnga, Yolngu, Gurindji, Jawoyn, Ngarinman, Wik, Kuku-yalanji, Gayardilt, Kaiadilt, Lardil, Waanyi, Yanuwa, Gooniyandi, Ngarinyin, Gagudju, Larrakia, Tiwi, Djabugay, y los Yidinjdji.

En segundo lugar una región sur, donde los aborígenes se autodenominan «nunga», con grupos como los adnyamathanha, los kaurna, y los ngarrindjeri. Otra región es la del este, donde encontramos varias tribus: Boonwurrung, Bundjalung, Darug, Eora, Gunditjmara, Kurnai, Ngunawal, Woiworung, Yugembeh, Barkindji, Kamilaroi, Wiradjuri, Yorta Yorta, Badtjala, Gubbi Gubbi, Quandamooka, o Yuggera.

En la región oeste, la población del área más septentrional se hace llamar «yamtji», mientras que el pueblo más meridional se autodenomina «nyungars»; los grupos que podemos encontrara en zona son los bibbulman, ngyungar, wajuk, watjarri, y yindjibarndi. La zona central es una zona tremendamente árida, en la que se encuentra alguno de los desiertos más secos de la Tierra, en ella se ubican tribus como los arrernte, los pintupi, los pitjantjatjara, los warlpiri, los wongath, los arabana, y los kalkadoon.

La isla de Tasmania es otra región dentro de la cultura aborigen australiana, si bien es cierto que tiene características especiales que la diferencian del resto de la cultura aborigen australiana; esta zona incluye los grupos de Nuenonne y Paredarerme.

Por último la zona de las Islas de Torres Strait con las tribus de Meriam Mir y Muralag.

Esta larga lista de nombres no debe de quedar como una simple enumeración, sino que debe de servir para mostrar la gran diversidad y la gran variedad de matices que puede ofrecernos la cultura aborigen australiana.

Grupo de aborígenes practicando una danza ritual con el instrumento mágico o didgeridoo [Fuente: Enciclopedia Encarta] Durante siglos Australia permaneció aislada, evolucionando y cultivando una rica cultura, respetuosa con la naturaleza y con la Tierra, alejada de cualquier influjo exterior. Parece ser que pudo haber algún contacto con Nueva Guinea, con China y con Malasia y que hasta las costas del norte de Australia llegaron navegantes árabes en torno al siglo XV. Los primeros europeos en llegar a la isla fueron navegantes tan avezados como Magallanes o Saavedra. Sin embargo, fueron los holandeses los primeros en establecer recaladas definitivas en estas latitudes. Les siguieron luego ingleses y franceses. Pero Australia permaneció inexplorada hasta el siglo XVIII. Y en 1829 Gran Bretaña se anexionó toda Australia. El impacto que supuso para la cultura aborigen la llegada y el asentamiento de estas gentes extranjeras fue enorme. Los europeos importaban unas costumbres que escapaban a la comprensión de los aborígenes y que chocaban con su concepción del mundo, desde la explotación de la tierra y de los animales, mediante la agricultura, la ganadería o la minería, hasta la construcción de grandes edificios, fábricas y casas, pasando por el uso de ropa que tapaba todo el cuerpo y de extraños utensilios. En Australia, los aborígenes sufrieron la enfermedad, la violencia, la desposesión y el desarraigo, principalmente desde el siglo XIX; su población descendió desde el millón de habitantes a la llegada de los europeos, hasta los 200.000 de hoy en día, en torno al 1’5 de la población de Australia. A mediados del siglo XX consiguieron que la ley les concediera derechos sobre la tierra, sin embargo esto no fue suficiente. Para solventar la situación desastrosa en que se hallaba esta población, durante los años 80 y 90 del siglo XX, los distintos gobiernos australianos desarrollaron una serie de medidas destinadas a la mejora de las condiciones de vida de la población aborigen. En la actualidad la población aborigen australiana, más integrada ya en el modo de vida occidental, mantiene viva su tradición y su cultura, mediante la práctica de sus rituales y la producción artística, tanto literaria como pictórica, que deja bien patente la fuerza y la recuperación de esta rica civilización.

Mitos relacionados con el origen y ordenación del Mundo
La cosmovisión de los aborígenes australianos

Uno de los elementos que destaca en esta cultura es la fuerte conexión que los aborígenes sienten con la naturaleza. Esa intensa unión sienta las bases de su visión particular del mundo y del papel que cumple el ser humano en la Tierra y también impregna todos los aspectos de su vida diaria. Creen que el ser humano forma parte de una esencia superior que es la Naturaleza, de la cual forman parte los seres vivos y los muertos, desde la roca, la lluvia, la lombriz, o los árboles, hasta los canguros y los hombres. De acuerdo con esta concepción, el hombre no es un ser superior, sino que comparte el medio ambiente con el resto de los seres de la Tierra, y tan necesaria es la existencia de los lagartos como la suya propia. Para comprender mejor este gran aprecio y respeto que sienten por la naturaleza, debemos de considerar que estamos ante una sociedad de recolectores y cazadores, cuya supervivencia dependía exclusivamente de los bienes que obtuviesen de la naturaleza, de ahí la necesidad de preservarla y de mantener su equilibrio. Para preservar ese equilibrio, todos los elementos de la naturaleza debían ser tenidos en cuenta y todos tenían su función.

La función del ser humano es la de honrar a la Naturaleza y a sus elementos, mediante la práctica de rituales; se establece así una relación simbiótica, ya que el hombre recibe cobijo y sustento de la Naturaleza, y a cambio, ayuda a mantener el orden mediante rituales. Siguiendo este planteamiento, podemos entender que el aborigen australiano nunca perjudique el medio, sino que lo proteja. Esa veneración y esa unión que sienten con la Naturaleza la manifiestan materialmente mediante los tótems, que están vinculados con algún elemento o algún aspecto de la Naturaleza, al que una tribu, una casa o un individuo aborigen rinde culto. Mediante este sistema totémico, los aborígenes podían venerar a cualquier aspecto o elemento de la Naturaleza: la roca, la lluvia, la lanza, el lago, las flores, los animales o las plantas. Además, los aborígenes realizaron una clasificación de tótems desde los que eran de culto individual, hasta los de índole local, pasando por los vinculados con el sexo o con la familia.

Este orden fundamentado en tótems favoreció el desarrollo de una organización social basada en clanes, que a su vez se dividieron en casas, con lo cual se difundió una gran variedad de relatos, mitos, héroes y creencias particulares, que nos son imposibles conocer en su totalidad. Sin embargo, a pesar de esa enorme diversidad, la mayoría de los aborígenes australianos comparten un conjunto de creencias a cerca del Universo, su origen, la Naturaleza o el papel del ser humano. Así, la mayoría de su mitología está relacionada con la Naturaleza y con la Tierra, mostrada como antítesis al cielo y al océano.

La creación y la ordenación del Mundo, en la mitología de los pueblos nativos australianos, se explica mediante relatos mitológicos que tienen como protagonistas a seres legendarios, dioses y héroes ancestrales. Del mismo modo que ocurría con los mitos africanos o con la cosmogonía clásica, el origen del mundo y su forma, tal y como la conocemos, se debe a la intervención de seres mágicos y dioses primitivos, cuya actuación permite, no sólo que exista nuestro mundo, sino también la vida en él. De igual modo, estos relatos mitológicos ayudan a comprender el origen de ciertos fenómenos naturales o el origen de ciertas costumbres y normas sociales, justificándolas. De forma que estos mitos, acompañados de los correspondientes rituales, ayudaban a conservar este orden establecido, tanto desde el punto de vista natural como desde el punto de vista social. En este trabajo nos centraremos en esas leyendas y creencias comunes a la mayor parte de los aborígenes australianos: la estructura del Universo, leyendas sobre el origen de algunos cuerpos celestes, el «Tiempo del Sueño», la historia de Biame o el relato de la Madre Serpiente.

El Tiempo del Sueño

Figura de madera que representa a un ser ancestral [Fuente: The Universe of the Aborigine] Dentro de la mitología aborigen australiana, los mitos de la creación ocupan un lugar muy importante. La creación y ordenación del mundo tuvo lugar en un periodo mitológico y sobrenatural, conocido como «Alchera», Dreaming o Dreamtime, cuya traducción literal es «Tiempo del Sueño». En este tiempo mágico, la Tierra tomó forma y la vida surgió en ella. En la mayor parte de las leyendas que hablan del Dreaming, se relatan los viajes de los espíritus ancestrales, llamados Wondjina, que crearon el mundo tal y como lo conocemos, con sus ríos y sus rocas, las estrellas y dieron vida al ser humano, a las plantas y a los animales. Posteriormente, durante el Dreamtime, estos espíritus, viajaron libremente por Australia y después de transmitir a lo seres humanos los conocimientos necesarios para su supervivencia y para el mantenimiento del orden establecido, los Wondjina desaparecieron dentro de la Tierra y habitan en las formas del mundo natural que crearon: rocas, pájaros, ríos, etc…

En la mayoría de estos mitos, la Tierra surgió de la materia preexistente y el paisaje fue paulatinamente transformado por la acción de unas criaturas con forma parecida a la de gigantes serpientes. Estas «serpientes» fueron levantando, horadando y retorciendo, el terreno existente, y a medida que lo hacían iban configurando el paisaje actual. Estos seres ancestrales, que dieron forma a la Tierra, surgieron de la propia Tierra. Posteriormente dedicamos un epígrafe al mito de la «Madre Serpiente»

Pintura que representa el Tiempo del Sueño, con serpientes gigantes Al «Tiempo del Sueño», también se puede entrar en el presente mediante la práctica de ciertos rituales, utilizando tótems. Así, la conservación de los mitos y la práctica de los rituales se mantiene en cierto modo, la continuidad de este tiempo sobrenatural, tan importante en la mitología aborigen, y garantiza también la continuidad de la vida.

Estructura del Universo y origen de algunos elementos celestes

En este sistema de creencias, donde la Tierra y la Naturaleza ocupaban un lugar privilegiado, el firmamento era poco atendido de manera que la mayor parte de su cosmología estaba basada en la mitología y en observaciones astronómicas muy generales.

La estructura del Universo varía poco de un pueblo aborigen a otro. En general para estos nativos, en el Universo había tres planos: la Tierra, el cielo y el subsuelo. La Tierra, cuya forma es circular, está cubierta por el cielo que se estrecha en el horizonte. El cielo es el hogar de los héroes ancestrales y de los seres sobrenaturales. Además, el cielo era descrito como el lugar donde iba el alma de una persona cuando esta moría, curiosamente como explica el Cristianismo, salvando las muchas diferencias, claro está. Como su Tierra (Australia) era un espacio bastante seco, donde el agua no era muy abundante, a los ojos del aborigen australiano, el cielo se imaginó como un espacio verde, donde el suministro de agua era mayor que en la tierra, resultando una morada digna de los dioses y de esas almas que abandonaban el cuerpo al morir. La luz, el brillo de las estrellas era visto como las hogueras de los seres que residían en el cielo. Algunos mitos explican que el cielo era sostenido por unos apoyos gigantescos situados en los extremos de la Tierra sujeto. Esta idea de grandes pilares o apoyos que sujetan el cielo, también es recogida por otras mitologías, por ejemplo, la china. Los aborígenes australianos sentían un gran respeto por la figura del chamán, de quien se decía era capaz de viajar del plano terrestre al plano celeste, mediante una serie de rituales y utilizando ciertas semillas de árboles que se hallaban entre el cielo y la tierra.

El plano subterráneo, era un plano inferior a la Tierra con la cual tenía un mayor parecido que el cielo. En este plano, situado por debajo del terrestre, estaba ocupado por gente que se parecía bastante a la que ocupaba la Tierra. Otros relatos sostenían que el subsuelo es un plano más oscuro y que está vacío, deshabitado. Una leyenda aborigen cuanta que el hombre luna y la mujer sol, atravesaban cada día este plano subterráneo para volver al horizonte este, desde el oeste. De este modo, explicaban la desaparición tanto del sol como de la luna en el horizonte oeste, y su aparición en el este cada día.

Como ya hemos apuntado en el párrafo anterior, para los aborígenes australianos, la luna era identificado con una figura masculina, mientras que el sol era considerado una figura femenina, justa al revés que en muchas otras culturas, como puede ser la clásica. Esto puede deberse a la importancia que los nativos australianos otorgaban a la figura femenina, sin la cual no era posible la vida. Del mismo modo, la vida en la Tierra no es posible sin el sol, con lo cual pudo establecerse una relación entre la feminidad y el astro rey. El mito que nos narra el origen del sol, nos cuenta que éste surgió de la propia Tierra en un lugar concreto, señalado por una gran roca; cada día el sol se alza en el cielo y vuelve a la Tierra cada noche, justo al mismo lugar del que surgió por vez primera. Existe otra narración, completamente distinta, que también explica la aparición del sol en el cielo cada día. Según esta leyenda, una mujer dejó a su hijo en el interior de una cueva mientras buscaba comida; cuando anocheció, la mujer se perdió y entró en la región celeste, que comenzó a recorrer con una antorcha; la mujer aún sigue perdida y cada día cruza el cielo con su antorcha, iluminándolo mientras busca a su hijo perdido.

También es curioso el relato mitológico que explica el origen de la luna, que como ya hemos indicado era una entidad masculina. Según este mito, un miembro del tótem de la zarigüeya tenía un fabuloso cuchillo con la luna dentro, de modo que podía cazar por la noche con la luz que proyectaba. En cierta ocasión, un miembro de otro tótem se lo arrebató y huyó. El dueño del cuchillo, corrió tras él, sin éxito. Como no pudo alcanzarlo, se dirigió a él vociferando y propuso al ladrón que dejase la luna en el cielo para que todos pudiesen sacar provecho de su luz y pudieran cazar de noche. Existe otro mito distinto, pero igual de interesante, que explica las fases de la luna. El relato cuenta cómo un miembro del tótem de la zarigüeya murió y poco después se alzó de su tumba, volviendo a ser un hombre; nuevamente envejeció y murió otra vez; en determinados puntos, se vuelve a levantar como un hombre joven, para ir envejeciendo y volver a morir.

Pero en la mitología de los aborígenes australianos, no solamente se recogen mitos sobre el sol y la luna, sino que otros cuerpos celestes también merecieron su atención. Entre ellos destaca el mito de las Pléyades y de Orión, que fueron importantes grupos de estrellas para los nativos de Australia. Las Pléyades eran siete hermanas que iban siempre juntas a cualquier sitio y un día aterrizaron todas en su lugar favorito, donde encontraron a un grupo de hombres llamados Yayarr. Estos hombres acompañaron y ayudaron a las hermanas, hasta que se cansaron. Solamente uno se quedó con ellas. Cuando las estrellas se fueron al cielo, el hombre las siguió también hasta el firmamento y se convirtió en Orión.

Las estrellas de Escorpio también tienen su propio mito, según el cual un recién iniciado fue seducido por una mujer y mantuvo relaciones sexuales antes de haber sido purificado. Los maestros del joven querían castigarle por haber roto las normas, pero la pareja huyó al cielo. Los maestros les persiguieron arrojándoles bumeranes, pero fallaron. Entonces todos se transformaron en estrellas para mostrara que el iniciado jamás podría finalizar su formación.

Otros fenómenos celestes también fueron explicados mediante mitos que ayudaban a comprender hechos, que, de otra forma, eran inexplicables. Así sucedía con los eclipses de sol; para los nativos australianos los eclipses de sol, eran debidos a la intromisión de un demonio, Arungquilta, que quería introducirse en el sol para vivir en él. Cada vez que tenía lugar un eclipse, el chamán debía de realizar un ritual, para expulsar al demonio Arungquilta y expulsarle lejos del sol.

Biame, el Gran Dios Espíritu y otros dioses creadores

Dentro de los mitos de creación, puede que el más extendido entre los pueblos nativos australianos sea el de el dios Baiame, también conocido bajo los nombres de Balame, Byamee o Biame, que procede del vocablo biai, «hacer». Este dios ancestral es conocido como «El más Grande» o «El Creador» y es el responsable de haber creado por primera vez la Tierra.

Uno de estos relatos sobre Biame resulta tener cierto contenido moral, además de justificar la necesidad de que todos los seres de la Tierra permanezcan unidos, siendo todos iguales. Este relato, nos cuenta que Biame estableció tres tribus diferentes de seres vivos para poblar la Tierra. En primer lugar creó la tribu de los animales y habitantes del suelo; en este grupo encontramos seres de tamaños y formas diversas, desde los reptiles que se arrastran por el suelo, hasta los canguros y los koalas. En segundo lugar, creó a la tribu de los pájaros, integrada por curiosas aves de todas las dimensión y colores. En último lugar, dió vida la tribu de los peces que poblaron los ríos, los lagos, las charcas y los amplios mares. En medio de estas tribus vivía una extraña criatura, llamada platypus que compartía cualidades con cada una de esos grupos; así, tenía piel como los animales, ponía huevos como los pájaros y nadaba como los peces. Este ser tenía amistad con las tres tribus, que pronto sintieron una gran admiración y respeto por él. Según cuenta la leyenda, un desafortunado día las tribus empezaron a discutir sobre cuál de ellas era la mejor. La discusión se volvió tan enérgica, que la lucha estalló y los grupos se separaron. Cada una de las tres tribus invitó a platypus a que se uniera a ella; primero la de los animales, con el gran canguro Bagaray a la cabeza, después la de los pájaros liderada por Buntil, el gran águila y finalmente los peces, con Goodoo al frente. Platypus agradeció a todos su interés y tras meditar unos instantes, respondió: «Animales, me gustaría unirme a vosotros, ya que tengo fur como vosotros; pájaros, pongo huevos como vosotros y como gusanos y me gustaría unirme a vuestra tribu; peces, nado con vosotros diariamente y somos grandes amigos. Es una decisión muy difícil, pero he considerado que no me uniré a ninguna como tribus separadas; sin embargo me uniré a todos vosotros como parte que sois de mí, del mismo modo que yo soy parte de todos vosotros, por lo tanto ningún grupo o tribu es mejor que otra, ni yo tampoco. Cada uno de vosotros sois especiales y únicos en vuestra existencia». Como hemos indicado al comienzo del relato, esta leyenda tiene un contenido moral muy importante en la vida aborigen australiana: todos los seres de la Tierra son iguales y deben permanecer unidos.

Otra leyenda de Baiame, nos cuenta como el dios después de crear la Tierra, creó al primer hombre y a la primera mujer a partir del barro y el polvo. Según cuenta este relato legendario, antes de desaparecer, el dios indicó a la pareja, aquellas plantas que podían comer, advirtiéndoles que tenían prohibido comer animales y les dejó en un lugar muy bueno. La lluvia y el sol daban vida a las plantas, cuyo fruto servía de alimento a esta pareja y a su creciente prole. Pero un día la lluvia cesó y, por vez primera, en la Tierra se supo lo que era el hambre. En un momento de desesperación, el hombre se atrevió a matar a un animal, un canguro, que compartió con su hambrienta esposa. La pareja ofreció parte del novedoso sustento a un amigo enfermo y debilitado por la falta de alimento. Sin embargo, el hombre rechazó la oferta y, advirtiéndoles de su error, se marchó. Por su parte, la pareja continuó con su festín, tras lo cual siguieron las hullas tambaleantes de su pobre amigo. Le encontraron a los pies de un eucalipto al otro lado de un río de fuerte corriente. Desde la otra orilla la pareja, contemplaba a su amigo y, cuando estaba a punto de marcharse, quedó estupefacta y aterrorizada ante la visión de una figura negra, mitad humana, mitad bestia, que saltando de las ramas de aquel árbol, se abalanzó sobre el cuerpo de su inmóvil amigo. Aterrorizados el hombre y su esposa, vieron como aquella figura horrible, se llevaba a su amigo y desaparecía. De repente, una gran humareda salió del árbol, tras lo cual se escuchó un ruido desgarrador, como si el árbol se rompiese sólo y sus raíces se despegaran de la tierra. El árbol se levantó y se alejó de la pareja volando hacia el sur. Así es como, según la mitología de los aborígenes australianos, por primera vez en la Tierra, la muerte llegó a un hombre. Un ser humano había perdido la vida a manos de una criatura llamada Yowee que es el Espíritu de la Muerte. En este relato vuelve a ser interesante el matiz moral de su contenido, ya que la primera vez que muere un ser humano, puede ser vista como un castigo por haber matado un animal, incumpliendo las normas establecidas por el creador. Ciertamente es un final triste, porque el mundo ideado por Baiame se ve repentinamente truncado por la ruptura del equilibrio inicial y se abre camino una nueva creación.

Además del dios Baiame, dada la gran diversidad de tribus que encontramos en la cultura aborigen australiana, podemos hallar una importante lista de divinidades ancestrales vinculadas con la creación y ordenación del mundo. Incluso puede ocurrir que tantos nombres diferentes aludan al mismo ser superior que creó el Mundo. Entre algunas tribus de Australia Central, por ejemplo, Altjira es considerado el padre del cielo y el dios del «Tiempo del Sueño», que creó la Tierra, retirándose después a lo más alto del cielo, donde aún permanece. Por otro lado, los bagadjimbiri son dos hermanos a los que los karadjeri del noroeste de Australia, atribuyen la creación del mundo, indicando que con anterioridad al ascenso de ellos desde el suelo, no había nada. Para las tribus de los kulin y los wurunjerri de Australia, Bunjil es el dios supremo y creador y ambas tribus se refieren a él como « Padre Nuestro» e igual que sucede en el resto de mitos, después de terminar su tarea en la Tierra, marchó al cielo. En Australia Central, los aranda creen que Mangar-kunjer-kunja, es el dios creador; se trataba de un dios lagarto que encontró seres primigenios sin desarrollar, a los que separó y con su cuchillo les abrió los orificios para los ojos, la nariz, la boca y los oídos y además les mostró el fuego, el cuchillo, el boomerang y el matrimonio. Waramurungundi es considerada por los gunwinggu como la primera mujer, la madre de Australia que dió a luz a la Tierra, dictó las normas de todas las criaturas vivientes y enseñó al hombre a hablar.

La Serpiente Arco Iris o la Madre Serpiente
(Rainbow Serpent)

Pintura tradicional de la diosa serpiente [Fuente: Aboriginal Art Online] Otro de los mitos de creación más extendidos y conocidos entre los aborígenes australianos es el de la «Madre Serpiente», también llamada «Serpiente Arco Iris». Esta divinidad ancestral es la personificación de la fertilidad, la diosa de la lluvia y tiene poderes para dar vida. Según cuenta la leyenda, al principio la Tierra era un espacio vacío y llano, en cuyo interior descansaba la «Gran Madre Serpiente» que permaneció en un profundo sueño durante muchísimo tiempo. Repentinamente se despertó y reptó por el interior de la Tierra hasta llegar a la desierta superficie. Comenzó a recorrer la Tierra y, a medida que avanzaba, tal era su poder, que provocó una gran lluvia, formándose lagos, ríos y pozos de agua. Cada sitio que visitó lo nutrió con la leche de sus pechos rebosantes, haciéndolo fértil y una frondosa vegetación creció en la Tierra antes yerma. Grandes árboles con frutos de muchos colores y formas brotaron de la tierra.

La diosa introdujo su nariz en el suelo, levantando cadenas montañosas y abriendo profundos valles, mientras que otras partes las dejó lisas y desiertas. La «Madre Serpiente» regresó entonces a la Tierra y despertó a los animales, a los reptiles y a los pájaros que poblaron por vez primera la Tierra, y finalmente creó a los peces. Por último, según cuenta la leyenda, la diosa extrajo de las entrañas de la propia Tierra a la última de las criaturas, el ser humano. De la «Madre Serpiente» los seres humanos aprendieron a vivir en paz y armonía con todos las criaturas de la creación, ya que eran sus primos espirituales. Además, la diosa enseñó al hombre la vida tribal, a compartir y tomar de la Tierra solamente aquellos bienes que necesitasen, respetando y honrando a la Naturaleza.

Según esta leyenda, gracias a la «Diosa Serpiente», hombres y mujeres aprendieron a convivir como hermanos con la naturaleza y también aprendieron que cada elemento había sido colocado por la diosa en equilibrio. El ser humano entendió que su papel era el de guardián y protector de ese equilibrio y que debía transmitir este conocimiento de generación en generación. Antes de desaparecer, la «Madre Serpiente» advirtió que si el hombre abusaba y mataba por placer o por gula, encontraría al culpable y le castigaría.

En algunas variantes de este mito, la «Madre Serpiente», llamada «Madre Eingana» vivía, y aún vive, en el «Tiempo del Sueño», de donde regresa en algunas ocasiones para crear más vida. Según esta versión, la serpiente primigenia, que carecía de vagina, se sentía torturada por su embarazo, por lo cual empezó a girar y a revolverse. El dios Barraiya, que la vió, la pinchó cerca del ano para que pudiese dar a luz y todas las criaturas que llevaba en su vientre pudiesen nacer. Del mismo modo es considerada como la «Madre Muerte» y según este mito, la diosa Eingana tiene un nervio conectado o atado a cada una de sus criaturas y cuando lo deja marchar esa vida se detiene. Siguiendo este planteamiento, si esta diosa muriese, todo dejaría de existir.

Yhi, la diosa creadora de los karraur

En la mitología de los karraur, Yhi es una divinidad de primer orden, ya que es la diosa creadora. Según cuenta una leyenda de estos aborígenes australianos, la diosa permanecía dormida en el «Tiempo del Sueño» antes de la creación de nuestro mundo, en un lugar pacífico y de montañas tranquilas. Un susurro repentino, desveló a la diosa que dió un gran bostezo y abrió sus ojos, inundando al mundo con nueva luz. Yhi descendió a esta nueva Tierra iluminada por su luz, recorriéndola de este a oeste y de norte a sur. A medida que la diosa caminaba, las plantas brotaban bajo sus pies y no descansó hasta que hubo recorrido cada centímetro de tierra y todo quedó cubierto por un manto verde. Cuando terminó, la diosa fue a descansar y mientras contemplaba su reciente creación, se percató de que las plantas no podían moverse y en aquel momento le apeteció ver algo que pudiese agitarse graciosamente.

Con la idea de crear estas nuevas criaturas, la diosa descendió a la Tierra y tuvo que enfrentarse a unos espíritus malignos que intentaron acabar con su vida. La diosa, más poderosa y fuerte, derrotó a estos espíritus y la calidez de la diosa se mezcló con la oscuridad, surgiendo unas diminutas formas de vida que empezaron a moverse por allí. Esas formas de vida se transformaron en danzarinas mariposas, juguetonas abejas y otros insectos que comenzaron a revolotear en torno a la diosa. Pero en este mundo luminoso y vivo, aún había cuevas oscuras y heladas; sobre ellas la diosa esparció también su mágica luz y en el interior de las cuevas formó agua. Pronto vió como aparecían nuevas criaturas: peces y lagartos que se deslizaban por el agua. La diosa había derrotado definitivamente a la oscuridad y el nuevo mundo se llenó de pájaros y animales que poblaron la Tierra, llenándola de vida.

Por otro lado, el mito de los karraur sirve para explicar la salida y la puesta del sol. Cuando el mundo estuvo lleno de luz y de vida, Yhi dijo a las criaturas que ella se marchaba, bendiciéndoles con el cambio de las estaciones, y prometiéndoles que cuando muriesen se encontrarían con ella. Entonces, la diosa se transformó en una potente bola de luz y se alzó en el cielo, para desaparecer después en el horizonte. Todas las criaturas de la Tierra se asustaron porque a medida que Yhi desaparecía, la oscuridad llenaba la Tierra. Poco a poco, las criaturas fueron quedándose dormidas en la nueva oscuridad de la noche, para ir despertando lentamente ante la luz de un nuevo amanecer. Lo que pronto supieron las criaturas, es que Yhi nunca iba a abandonar totalmente su creación y que tras anochecer, volvería a aparecer por el este, día tras día.

Sin embargo, la diosa tuvo que regresar una vez más a la Tierra, ya que los animales empezaron a estar descontentos con sus formas, a ser infelices y a pedir a la diosa que satisficiese sus deseos. Así, según cuenta la leyenda, Yhi descendió sobre la superficie terrestre y preguntó a las criaturas qué necesitaban: el murciélago quería alas, la foca quería nadar… Yhi les dijo que cumpliría sus deseos, sólo por esta vez y a cada uno le concedió lo que deseaba. Así es como, de los seres ancestrales con formas bellas de la anterior creación, surgieron las extrañas criaturas de nuestra Tierra.

A esta diosa también le atribuyen los karraur la creación del hombre y de la mujer. Yhi había creado primero al hombre, que rodeado de plantas y animales, vagaba por la Tierra y se sentía sólo ya que ni bestias ni vegetales se parecían a él. Una mañana la diosa se acercó a él, mientras descansaba ceca de un árbol y tenía insólitos sueños. A medida que se despertaba de su profundo sueño, vió la flor del árbol brillando a la luz del sol. Atónito el hombre pudo contemplar el auténtico poder de Yhi actuando sobre el tallo de la resplandeciente flor. Repentinamente el tallo empezó a moverse y tomó aliento. De improviso, la flor mudó de forma y se convirtió en una mujer, que emergió pausadamente desde la luz. Así apareció la primera mujer de la creación.

Después de aproximarnos a este conjunto de relatos legendarios ligados a la creación y ordenación del Mundo, según la mitología aborigen australiana, podemos apuntar una serie de rasgos comunes entre tanta diversidad. En primer lugar, en la mayoría de dichos relatos, la creación tiene lugar en un período mítico, llamado «Dreamtime» («Tiempo del Sueño»), en el cual habitan los espíritus ancestrales encargados de la creación. En segundo lugar, en estos mitos, ya sea el de Baiame o el de Yhi, el dios protagonista es el autor de toda la creación: Tierra, animales y ser humano; es decir: da forma a la Tierra, la llena de vida vegetal y animal, y crea al ser humano. Por otro lado, puede desprenderse otro rasgo común a muchos de estos mitos, que es el desarrollo de la creación y ordenación del Mundo en distintas fases, más o menos marcadas según el relato. Así, en un primer momento la divinidad creadora, da forma a la Tierra, levantando montañas, creando la lluvia y disponiendo lagos y ríos. Después da vida a los seres que pueblan la Tierra, también siguiendo un orden evidente: primero crea el manto vegetal de la Tierra, surgiendo espacios verdes con frondosos árboles, seguidamente crea a los animales, después a los pájaros y finalmente a los peces. Por último, crea al ser humano, primero al hombre y después a la mujer.

Para finalizar señalamos otro aspecto común en todos los relatos mitológicos, fundamental para comprender el modo de vida tradicional de los aborígenes australianos. En la mayoría de estos mitos se aprecia un contenido moral de vital importancia: el respeto y la vinculación con la Naturaleza, de la que todos forman parte. Al final de cada relato podemos apreciar que la divinidad creadora, transmite al hombre una serie de conocimientos: el fuego, el uso de algunas herramientas (cuchillo o boomerang), normas de convivencia (matrimonio, modo de vida tribal…). Entre el conjunto de conocimientos, se halla esa admiración por la naturaleza y la idea de que todos los seres son de igual importancia para el equilibrio natural y todos forman parte de una entidad mayor, la Naturaleza. De estas enseñanzas se extrae el papel que debe cumplir el ser humano, honrar a la Naturaleza y mantener su equilibrio, mediante la práctica de rituales y transmisión de esos conocimientos. Estos mitos y ritos garantizan el mantenimiento del orden establecido y permiten al aborigen australiano descubrir su lugar en el Mundo.

Las culturas del África sursahariana

Las culturas del África sursahariana

Introducción
Explicación
El relato de los yoruba
El relato de los boshongo
Lista de pueblos africanos
Recursos y bibliografía

Introducción

El continente africano es un vasto territorio, en el cual hallamos una gran variedad de pueblos y culturas. Entre ellas, destaca, sin duda, por su especial protagonismo histórico, la egipcia. Por ello, la cultura del Nilo será estudiada aparte en nuestra web, en una sección exclusiva. Teniendo en cuenta esta particularidad, podríamos realizar una primera diferenciación entre la región del norte del Sahara, caracterizada por el predominio de la lengua y la cultura árabes y la religión musulmana, y la zona sursahariana, el «África Negra». En el presente apartado analizaremos la cosmogonía de esta peculiar región; una zona poblada por pueblos con diferentes lenguas y culturas (los batusi, los tutsi, los pigmeos, los zulúes, los mandinga, los masai, etc.), que, sin embargo, coinciden en un rasgo común, es la piel negra.

Dentro de esta diversidad hallamos también otros rasgos comunes que otorgan a este extenso territorio cierta homogeneidad. El matiz más destacable -y al mismo tiempo preocupante- de los pueblos que viven en el África Negra es su integración en el «Tercer Mundo»; salvo contadas excepciones, se trata de pueblos que no han alcanzado los niveles mínimos de desarrollo económico (tienen una base agropecuaria) y de modernización, y la mayor parte de sus componentes viven por debajo del umbral de la pobreza. Este subdesarrollo se manifiesta principalmente en la escasez de alimentos y en carencias sanitarias y educacionales, y ha llevado actualmente a dichos pueblos a depender en gran medida de las ayudas humanitarias exteriores.

Desde el punto de vista histórico, dos han sido los procesos que más han marcado el devenir africano: la colonización, primero, y después la descolonización. A finales del siglo XIX, las grandes potencias europeas se reunieron en la Conferencia de Berlín para realizar el «reparto de África». Dichos países únicamente tuvieron en cuenta sus intereses, de manera que a la hora de dividir el territorio separaron pueblos y etnias, del mismo modo que agruparon a tribus tradicionalmente enfrentadas. Tras la Segunda Guerra Mundial, una serie de acontecimientos dieron inicio a la descolonización y desencadenaron el proceso de independencia de las colonias, que culminó con la aparición de la mayor parte de los estados africanos actuales. La configuración de dichos países ha venido causando tensiones políticas y tribales más o menos frecuentes, que han derivado en inestabilidad política e, incluso, en endémicos conflictos armados.

Así, los dos factores apuntados, los problemas económicos y los políticos, han tenido una gran influencia social, que se ha traducido en la formación de grandes flujos migratorios; corrientes que hoy en día siguen afectando considerablemente tanto a las áreas emisoras de población como a las receptoras.

Explicación

En el «África Negra», se hace difícil distinguir claramente las distintas tribus y pueblos y sus tradiciones. Así, diferentes nombres se utilizan para definir a un mismo dios o a una entidad con las mismas atribuciones, y los distintos mitos se entremezclan.

El origen del mundo, así como la vida, están siempre en manos de algún dios, igual que sucede entre muchas otras religiones de cualquier continente. Vamos a exponer varios ejemplos de cosmogonías de estos pueblos, destacando la mitología yoruba (Nigeria) y la de los boshongo.

El relato de los yoruba

Los yoruba está asentados en el territorio que actualmente conocemos como Nigeria y en la república de Benin desde el siglo XI. La religión yoruba es, como la de muchos pueblos nativos africanos, politeísta; cuenta con 400 dioses o más. Tradicionalmente los yoruba se centran en torno al panteón de deidades llamadas «Orisha». Cuando nace un bebé, un adivino o «babalawo», es consultado para que indique a la familia y al niño qué «orisha» debe seguir el niño. De adultos, los yoruba adoran a varias de estas divinidades. Según cuenta la mitología yoruba, los primeros reyes de su pueblo fueron los descendientes del dios creador Oduduwa. Un objeto principal en la mitología yoruba es la corona del rey yoruba. La corona identifica su status y además da al rey el poder de conectar con el espíritu de la tierra para ayudar a su gente. Un velo de pedrería, una cara grande y un grupo de pájaros son los símbolos que normalmente aparecen en la corona de un rey yoruba.

Hemos encontrado dos versiones distintas del relato yoruba del origen del mundo, que coinciden en cuanto a personajes, pero tienen algunos matices distintos. En la primera interpretación hallada, el gran dios Olorun, pidió a Orishala que bajase del cielo y crease la primera tierra en Ile-Ife. Orishala se retrasó y fue su hermano Oduduwa quien cumplió esta tarea. Afortunadamente, más tarde otros dieciséis orisha descendieron de los cielos para crear al ser humano y vivir con él en la Tierra. Entre ellos, Obatala, uno de los dioses más importantes para los yoruba; Obatala es el creador del cuerpo humano, en el cual su padre Olorun introdujo el alma. La tradición señala además que son los descendientes de cada una de esas divinidades (orisha) los que se encargaron de difundir la cultura y los principales elementos de la religión yoruba por el resto del territorio yoruba.

En la segunda versión, Olorun, el dios del cielo, lanzó una gran cadena desde el cielo hacia las antiguas aguas. Por esa cadena descendió su hijo Oduduwa. Oduduwa en llevó consigo un puñado de tierra, una gallina especial con cinco dedos y una simiente. Entonces Oduduwa arrojó el puñado de tierra sobre el agua original y colocó a la gallina de cinco dedos sobre la tierra; la gallina comenzó a rascar la tierra y la esparció y dispersó hasta que formó el primer espacio de tierra seco. En el centro de este nuevo mundo, Oduduwa fundó el magnífico reino de Ife y plantó la simiente que creció hasta convertirse en un estupendo y gran árbol con 16 ramas, que simbolizan los 16 hijos y nietos de Oduduwa.

Parece que en el caso de la cosmogonía yoruba estamos ante un mito compuesto por varias fases, en una de las cuales fue creado el ser humano. También aparece el agua como la materia primitiva existente antes de nuestro mundo y es la intervención divina la que permite la aparición de Universo tal y como lo conocemos. Oduduwa, hijo del dios primigenio, fue el primer gobernante del reino y el padre de todos los yoruba. A lo largo de los tiempos, él coronó a sus 16 hijos y nietos y los envió a fundar sus propios reinos yoruba. Como descendientes del dios del cielo, estos primeros gobernantes de los yoruba y sus descendientes inmediatos, fueron reyes divinizados. Solamente ellos podían portar coronas veladas que eran símbolos de su poder sagrado.

Respecto a la primacía ritual de la ciudad sagrada de Ife, es necesario indicar que legitima, al mismo tiempo, la jerarquía real y el panteón básico de las divinidades yoruba, que se estima puede llegar hasta los 400 dioses, más o menos. Algunas divinidades son las principales que ya existían cuando Oduduwa creó la primera tierra; otras divinidades son héroes y heroínas que dejaron una huella muy importante en estas gentes. Las divinidades de los yoruba también pueden ser fenómenos naturales, como por ejemplo colinas, ríos… que han influenciado de forma decisiva en la historia y vida de este pueblo. De los cientos de dioses mencionados por los yoruba, los más conocidos son Sango (dios del trueno y del relámpago), Ifa (también conocido como Orunmila, dios de la adivinación), Ogun (dios del hierro y de la guerra) y Eshu (el mensajero de los dioses conocido como Exu en Brasil, Eleggua en Cuba y Esu en el oeste de África).

El relato de los boshongo

Los boshongo son una tribu del actual Zaire y en su cosmogonía está también presente la idea de la oscuridad preexistente y el agua original. En este mito es nuevamente la voluntad de un dios, Bumba, la que permite la aparición del mundo. También podemos considerar que este mito se desarrolla en varias fases, ya que son los hijos de este dios los que finalizan la creación.

Según el relato de los boshongo, al principio, sólo había oscuridad y Bumba estaba sólo. Un día Bumba se sentía atormentado por su terrible dolor de estómago. A continuación sintió nauseas y al realizar un esfuerzo vomitó el sol; y así la luz se difundió por todas partes. El calor del sol hizo que parte de las aguas primitivas se secasen, de manera que en algunas zonas empezó a aparecer tierra seca. Después Bumba vomitó la luna y las estrellas, de forma que la noche tuvo también su luz.

Nuevamente Bumba se sintió mal y realizó otro esfuerzo, tras lo cual aparecieron nueve criaturas vivas: el leopardo, el águila, el cocodrilo, un pez, la tortuga, el rayo (llamado Tsetse), la garza blanca, un escarabajo y un cabrito. Por último apareció el ser humano; había muchos hombres, pero sólo uno era blanco como Bumba: Loko Yima. Esas criaturas crearon a su vez nuevas criaturas.

Entonces, los tres hijos de Bumba (Nyonye Ngana, Chongannda y Chedi Bumba) dijeron a su padre que ellos terminarían de hacer el mundo. De todas las criaturas solamente Tsetse, el rayo, creaba problemas. Tanto mal hizo que Bumba lo atrapó y lo encerró en el cielo. La humanidad se quedó entonces sin fuego, hasta que Bumba enseño al hombre cómo sacar fuego de los árboles.

Cuando finalmente la obra de la creación estuvo acabada, Bumba se paseó entre los pueblos y dijo a los hombres: «Mirad todas estas maravillas. Os pertenecen». Del dios Bumba, el creador, el «Primer Antepasado», proceden todas las cosas y todos los seres.

Lista de pueblos africanos

En este apartado incluimos una breve lista de pueblos y tribus de los cuales no hemos podido recopilar más datos. Esperamos ampliar la información y ofrecer las cosmogonías completas. Todos estos pueblos cuentan con divinidades creadoras y la creación, en la mayoría de los casos, parece haberse realizado en varias fases. En estos mitos, o en la referencia que de ellos tenemos, el dios creador, lo es también del ser humano.

Entre las tribus alur de Uganda y Zaire está arraigada la creencia de que el mundo está lleno de espíritus, djok, y consideran que sus antecesores se les manifiestan en la forma de serpientes y de grandes rocas. Cuando los alur necesitan lluvia realizan un sacrificio en honor a Jok. El significado literal de su nombre es «creador»; él es conocido además como Jok Odudu, «dios del nacimiento».

Asa es uno de los dioses principales para los akampa de Kenia. A este dios también se le conoce como «Mulungu», que significa «creador». Este dios tiene un doble aspecto; por un lado tiene el nombre de «el señor fuerte», por encima de los espíritus, pero, por otro lado, también es considerado como un dios piadoso.

Faro es el dios del cielo y del agua de los bambara (Mali, en África occidental). Según narra la mitología bambara, Faro se quedó embarazado por la roca del Universo, y dio a luz a varios gemelos, los antecesores del ser humano. Además, Faro está continuamente revisando y reorganizando el cosmos y cada cuatrocientos años vuelve a la Tierra para comprobar que todo funciona con armonía. Faro dio agua a todas las criaturas vivientes y enseñó a la humanidad a usar las palabras, las herramientas, la agricultura y la pesca. Los espíritus omnipresentes le sirven como mensajeros y representantes.

En la mitología de los banyarwanda el dios creador y el apoyo de toda la gente banyarwanda fue Imana, visto como un dios generoso y piadoso. Los banyarwanda vivían en los viejos distritos de Ankole y Kigezi, bordeando Ruanda. Su territorio es muy montañoso y frío. Él gobernó sobre todos los seres vivos y les dio la inmortalidad, dando caza a un ser conocido como «Muerte». Según cuenta la legenda banyarwanda, la Muerte era un animal salvaje y despiadado que representaba el estado de la muerte. Mientras Imana estaba de caza, todo el mundo se resguardaba o escondía, de manera que la Muerte no encontrase a nadie a quien cazar o en quien refugiarse. Pero un día, mientras cazaba, una mujer mayor fue hasta el jardín para recoger algunas verduras. La Muerte se escondió rápidamente bajo su piel y fue conducida al interior de la casa de la mujer, escondida en ella. La mujer murió; tres días después del funeral, su hija política, que la odiaba, vio grietas donde ella fue enterrada, como si hubiese salido y pudiese vivir de nuevo. La chica rellenó las grietas con más tierra, golpeó el suelo con un pesado mortero y gritó: «¡Quédate muerta!». Dos días después, hizo lo mismo al ver más grietas en la tumba de la difunta. Tres días más tarde no había ninguna grieta para que ella la sellase con tierra. Esto significó el final de la posibilidad para el ser humano de volver a la vida. La Muerte se había convertido en algo siempre presente. Otra leyenda dice que Imana castigó a la mujer dejando que la muerte viviera con el hombre.

En África occidental encontramos al pueblo basari de Togo, cuya divinidad creadora es Unumbotte.

Kaang es considerado como el creador de todas las cosas entre los bosquimanos africanos. Pero según la mitología bosquimana, Kaang se marchó del mundo por la oposición que encontró en él; así, recibiendo desobediencia de los primeros seres humanos que creó, Kaang envió fuego y destrucción a la Tierra y se marchó al final del cielo. Kaang es el dios de los fenómenos naturales y está presente en todas las cosas, pero especialmente en la mantis religiosa y en el gusano. Además este dios está relacionado con muchos mitos y figura como un héroe mitológico en muchas ocasiones. Sin embargo, entre los bosquimanos herero de Namibia, Mukuru es el dios primitivo y creador de su pueblo. El dios Mukuru se encontraba solo, sin padres ni compañeros, y mostró su amabilidad dando la lluvia de la vida, sanando a los débiles y sosteniendo a los ancianos. Los herero creen que sus jefes son reencarnaciones de Mukuru y que continúan la obra de Mukuru.

El pueblo dinka es un pueblo nativo de la República de Sudán y actualmente se asienta en el Valle del Nilo, en la zona sur de Sudán. El dios creador de los dinka es Deng y, además, es el dios del cielo, al tiempo que la deidad de la fertilidad y de la lluvia. Deng es hijo del dios Abuk.

Los efik se sitúan en el área sureste de Nigeria; su lengua, el «ef-ik», es utilizado por cuatro millones de personas. En la mitología efik, Abassi es el dios creador y la esposa de Abassi, Atai, le ordenó que permitiera vivir en la tierra a una pareja humana, pero les prohibió procrear o trabajar, por miedo a que pudieran superar a Abassi en sabiduría. Por algún tiempo la pareja respetó esta regla, pero comenzaron a realizar algún trabajo y a tener hijos, por lo cual Atai castigó al hombre y a su esposa, y causó discordia y luchas entre sus hijos.

En la zona oeste de Bantu se encuentra el pueblo fen. En la mitología fen Mbere es el creador. Según cuenta la leyenda él creó al hombre del barro, pero originalmente su creación fue un lagarto, a quien colocó en el gran mar de agua durante cinco días. Al quinto día, Mbere miró y vio al lagarto; volvió a mirar al octavo día y el lagarto había desaparecido. Pero cuando el lagarto emergió del agua, era un ser humano, «Gracias» le dijo el hombre a Mbere.

El pueblo ibo se ubica en el distrito de Calabar, en la zona este de Nigeria; sin embargo el reino ibo no desarrolló una administración tan avanzada y tan centralizada, como la de otros pueblos de Nigeria, por ejemplo, los yoruba. En la mitología de los ibo, Chuku es el dios supremo y su símbolo es el sol. Él es el creador y los ibo creen que todo lo bueno procede de él. Chuku es el creador y el que hace que caiga la lluvia que hace crecer a las plantas. Algunos árboles están dedicados a este dios y debajo de los árboles se hacen sacrificios en su honor. Su esposa es Ala, quien también es en ocasiones tenida por su hija. Es interesante la leyenda que cuenta cómo Chuku envió a la tierra a un perro mensajero para enseñar al hombre cómo, una vez muerto, podía regresar a la vida. El mensaje indicaba que una vez muerto, el cuerpo debía de ser tendido en el suelo y cubierto con cenizas, después de lo cual resucitaría. Pero el perro se retrasó y Chuku envió entonces a una oveja. La oveja también se entretuvo por el camino y al llegar, había olvidado el mensaje. La oveja comunicó al hombre un mensaje equivocado: para volver a la vida, debían enterrar el cuerpo en la tierra. Cuando el perro llegó con el mensaje correcto, ya era demasiado tarde y la muerte se había instalado en la Tierra para siempre.

Al sur de Nigeria hallamos al pueblo isoko. La divinidad suprema del panteón isoko es Cghene. Es considerado como un dios alejado de los acontecimientos humanos y, por lo tanto, es poco adorado y carece de templos y sacerdotes.

Para los kavirondo (los vusugu) asentados en Kenia, Wele es el dios supremo de su panteón. Este dios primero creó los cielos, el sol y la luna, así como los otros cuerpos celestes. Finalmente creó la tierra y a la humanidad. El mito de creación del pueblo kavirondo es claramente un mito desarrollado en varias fases. Nuevamente nos encontramos ante un ejemplo de divinidad con doble aspecto, ya que Wele aparece de dos maneras: como Omuwanga, el dios «blanco» bondadoso, y como Gumali, el dios «negro» que trae el infortunio.

Para los lugbara, que moraron en la zona entre Zaire y Uganda, Adroa es el gran dios creador. Este dios es el creador del cielo y de la tierra y tiene dos aspectos: el bien y el mal. Según la mitología del pueblo lugbara, Adroa se aparecía a las personas que estaban a punto de morir. Adroa era representado como un personaje alto y blanco, con sólo medio cuerpo: un ojo, una pierna, un brazo, etc.

Originalmente Kalunga fue el dios ancestral de los lunda de Angola, Zaire y Zambia. Más tarde, se convirtió en un ser supremo, dios del cielo y de la creación. Él es el que todo lo ve y el que todo lo sabe, y es el juez de los muertos, cuyas decisiones se caracterizan por su compasión y sabiduría. Como dios de los muertos está relacionado con el inframundo y el mar.

El dios creador y primitivo de los mongo del norte de Zaire es Mbomba. Mbomba es también el señor de la vida y de la muerte. Y el sol, la luna y la humanidad son sus niños. También se le conoce con el nombre de «Nzakomba».

Entre los mundang del Congo, Massim-Biambe es el omnipotente dios creador.

Los ovambo se ubican en la zona norte de la sabana del suroeste africano, en concreto en Angola y Namibia. En la mitología de los ovambo Pamba es el creador y el sustento de la vida.

Los pigmeos son uno de los pueblos más conocidos del África Negra, mencionados en textos de autores clásicos como Homero o Herodoto. Su principal rasgo, es su reducida estatura, inferior a los 1’52 centímetros. En la actualidad los pigmeos africanos se sitúan en los bosques tropicales de África central. Su población oscila entre los 150.000 y 300.000 habitantes. En la cosmogonía de los pigmeos, es Arebati el dios creador. Creó al hombre cubriendo al barro con piel, proporcionándole sangre y vida. Es el dios del cielo y de la luna de los pigmeos de Zaire. Sin embargo, entre los pigmeos de África central, Khonvoum es el dios creador; Khonvoum gobierna sobre los cielos y durante la noche, recoge trocitos de estrellas y los arroja al sol para que éste pueda emerger el día siguiente con todo su esplendor. Además, Khonvoum creó al hombre blanco y al hombre negro, a partir del barro blanco y del barro negro, y a los pigmeos los creó del barro rojo. Khonvoum también es el gran cazador y lleva un arco hecho con dos serpientes que se aparece ante los mortales como un arco iris. Para ellos, además, creó la jungla con su abundante vegetación y vida animal.

En Zimbawue encontramos a los shaona, cuya divinidad creadora es Dziva. Esta deidad femenina es generalmente de carácter benévolo, pero, como sucede en otras divinidades (dios Adroa de los lugbara), tiene también un aspecto oscuro en su naturaleza.

Litografía del jefe zulú Shaka [1816-1828], realizada por W. Bagg en 1836. [Fuente: Enciclopedia Británica]. Uno de los pueblos africanos más Fotografía con una casa típica del pueblo zulú. [Fuente: Enciclopedia Encarta]. conocidos es el zulú. Actualmente alcanza una población de ocho millones de habitantes y la mayoría reside en la provincia de Kwazulu-Natal, en el sur de África. De este pueblo es conocida la casa tradicional de forma circular y hecha con cañas; sin embargo, la mayoría de la población zulú se ha urbanizado. En su mitología, Umvelinqangi es el dios creador y omnipresente, que se manifiesta en forma de trueno y terremoto. Él es el creador de los primeros juncos de los cuales emergió el dios supremo Unkulunkulu.

Leza fue el dios supremo de África central y es el dios que creó el mundo; la lluvia fue también creada por Leza. El cielo era gobernado por él. Hacía viento cuando él soplaba, y había truenos cuando él golpeaba. Leza dio a la gente del África central sus costumbres.

En todo el este de África, desde los kamba en el norte hasta los zambesi en el sur, Mulumgu es el nombre extendido del dios creador. Muchas personas, como los nyamwezi de Tanzania, le consideran el dios del cielo, cuya voz es el trueno.

1 2 3