Inbecilidad

Cuando se le preguntaba por su Iluminación, el Maestro siempre se mostraba reservado, aunque los discípulos intentaban por todos los medios hacerle hablar.
Todo lo que sabían al respecto era lo que en cierta ocasión dijo el Maestro a su hijo más joven, el cual quería saber cómo se había sentido su padre cuando obtuvo la Iluminación. La respuesta fue: “Como un imbécil”.
Cuando el muchacho quiso saber por qué, el Maestro le respondió: “Bueno, verás…, fue algo así como hacer grandes esfuerzos por penetrar en una casa escalando un muro y rompiendo una ventana… y darse cuenta después de que estaba abierta la puerta”.

las cuatro vasijas del buda

LAS CUATRO VASIJAS DEL BUDA

Nos aferramos a nuestro punto de vista del mundo. Nos aferramos al punto de vista de cómo vamos a ser felices. Tal vez nos aferramos a la opinión de quién creó este universo. Sea lo que sea a lo que nos aferremos, hasta cómo el gobierno debería manejar el país, todo eso hace extremadamente difícil ver las cosas como realmente son. Ser abiertos. Y es solamente una mente abierta la que puede tomar nuevas ideas y entendimiento.

El Buda comparó a los oyentes con cuatro clases diferentes de vasijas de barro. La primera vasija de barro es una que tiene hoyos en el fondo. Si tu viertes agua dentro de ella, se vacía de inmediato. En otras palabras, cualquier cosa que le enseñes a esa persona, es inútil. La segunda vasija de barro, él la comparó con una que tiene grietas en ella. Si tu viertes agua dentro de ella, el agua se filtra. Estas personas no pueden recordar. No pueden colocar dos más dos juntos. Grietas en el entendimiento. El tercer oyente, él lo comparó con una vasija que estaba completamente llena. No se puede verter agua en ella porque está llena hasta el tope. Una persona así, ¡está tan llena de opiniones que no puede aprender nada nuevo! Pero afortunadamente, nosotros somos la cuarta clase. Las vasijas vacías, sin ningún hoyo o grietas – completamente vacías.

Estar vacíos así, de puntos de vista y opiniones, significa una carencia de apegos. Aun la falta de adherencia a lo que creemos que es la realidad. Cualquier cosa que nosotros pensamos que es la realidad, ciertamente no lo es, porque si lo fuera, nosotros no estaríamos infelices ni por un sólo momento. Nunca sentiríamos una carencia de nada. Nunca sentiríamos una falta de compañía, de posesión. Nunca nos sentiríamos frustrados, aburridos. Si alguna vez lo hacemos, aquello que pensamos que es real, no lo es. Lo que es verdaderamente real es completamente satisfactorio. Si no estamos completamente satisfechos, no estamos viendo completamente la realidad.

(Fragmento de “Meditating on Non-Self”, de Ayya Khema-Buddhist Publication Society, P.O. Box 61, 54, Sangharaja Mawatha, Kandy Sri Lanka / Traductor: Rutty Bessoudo

Transitoriedad

El Maestro sentía alergia hacía aquellas personas que prolongaban excesivamente su estancia en el monasterio. Más tarde o más temprano, todos los discípulos oían de sus labios las temidas palabras: “Ha llegado el momento de que te vayas. Si no lo haces, el Espíritu no vendrá a ti”
Un discípulo reacio a marchar quiso saber qué era ese “Espíritu”.
Y el Maestro le dijo: “El agua solo se mantiene viva y libre si fluye. Tú sólo permanecerás vivo y libre si te marchas. Si no huyes de mi, te estancarás y morirás…. contaminado”.

El reparto de Dios

En un lugar de la India, dos campesinos discutían.Las manzanas de un árbol que pertenecían al primero habían caído en las tierras del segundo.Viejos contenciosos campesinos :los dos hombres pretendían que las manzanas eran suyas.
Pasó un brahman,que tenía la reputación de ser un hombre santo.Los dos hombres le pidieron que dirimiera la disputa.El hombre santo le preguntó:
– Preferis un reparto según el juicio de los hombres o según el juicio de Dios?
Los dos campesinos contestaron al unísono
– Según el juicio de Dios
– Seguros que no discutireis la decisión?
– Seguro.
Entonces el brahman recogió las manzanas.Colocó un montón en un lado y en el otro una sola manzana.Tras lo cual le dio el montón a uno de los campesinos y la manzana al otro, sin ni siquiera mirar quién era quién.
Y se fue, sin pronunciar palabra.

Cuento sufi

Se cuenta que un faquir que quería aprender sin esfuerzo, abandonó después de un tiempo el círculo del sheikh Shah Gwath Shattar. Cuando Shattar se estaba despidiendo de él, el faquir dijo: ” ¡Tienes fama de poder enseñar toda la sabiduría en un abrir y cerrar de ojos y, sin embargo, pretendes que yo pase mucho tiempo contigo!”

“Todavía no has aprendido a aprender cómo aprender; pero descubrirás lo que quiero decir”, dijo el sufi.
Aunque el faquir había anunciado su marcha, se deslizaba a hurtadillas en la tekkia todas las noches para escuchar lo que decía el sheikh.

No mucho tiempo después, una noche, vio cómo Shah Gwath sacaba una joya de un cofre de metal tallado. Sostuvo la joya sobre las cabezas de sus discípulos diciendo: “Este es el receptáculo de mi conocimiento, y no es otro que el Talismán de la Iluminación. ”

“Así que éste es el secreto del poder del sheikh”, pensó el faquir.

Avanzada la noche, entró en la sala de meditación y robó el talismán. Pero en sus manos la joya, por mucho que lo intentó, no producía ni poder ni secretos. Se llevó una amarga decepción. Se estableció como maestro y consiguió discípulos. Con la ayuda del talismán, intentó una y otra vez iluminarse a sí mismo y a sus discípulos, pero sin resultado alguno. Un día estaba sentado en su santuario, después de que sus discípulos se hubieran acostado, concentrado en sus problemas, cuando Shattar apareció ante él.

“¡Oh, faquir!”, dijo Shah Gwath, “siempre puedes robar algo, pero no siempre puedes conseguir que funcione. Podrás robar incluso el conocimiento, pero tal vez te resulte inútil, como le pasó al ladrón que robó la cuchilla del barbero, que estaba fabricada con el conocimiento del forjador, pero que carecía del conocimiento del barbero. El ladrón se estableció como barbero y murió en la miseria porque no fue capaz de afeitar ni una barba, pero, sin embargo, sí cortó varias gargantas. ”

“Pero yo tengo el talismán, y tú no”, dijo el faquir.

“Sí, tú tienes el talismán, pero yo soy Shattar”, dijo el sufi. “Yo, con mis facultades, puedo hacer otro talismán. Tú, con el talismán, no puedes convertirte en Shattar. ”

“¿Entonces, por qué has venido?, ¿sólo para torturarme?”, gritó el faquir.

“Vengo para decirte que si no hubieras sido tan ingenuo como para pensar que tener una cosa es lo mismo que poder ser transformado por ella, habrías estado preparado para aprender cómo aprender. ”

Pero el faquir pensó que el sufi sólo estaba tratando de recuperar su talismán, y como no estaba preparado para aprender cómo aprender, decidió continuar con sus experimentos. Sus discípulos continuaron haciéndolo: y sus seguidores, y los seguidores de sus seguidores. De hecho, los rituales que se originaron en sus incansables experimentaciones, constituyen hoy en día la esencia de su religión.

Nadie podría imaginar, tan santificadas están por el tiempo estas prácticas, que su origen se encuentra en los hechos que acabamos de relatar. A los ancianos practicantes de esta fe, además, se les tiene por tan venerables e infalibles, que estas creencias nunca morirán.

Infeccion

Andrés Caicedo era colombiano, de una ciudad caliente que apenas conozco que se llama Cali. Se suicidó hace tiempo, a los 25 años. Y este cuento lo escribió a los 15. Me acuerda de mi niñéz, de cuando era chiquita, o mejor dicho de cuando era más chiquita, porque la primera vez que lo leí tenía creo que 14. Les recomiendo que lo lean.
Att. Sonia. Pérez

INFECCION
Andrés Caicedo

                               
                               

            Bienaventurados los imbéciles,
            porque de ellos es el reino de la tierra.
            Yo.

           

            El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por se extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.

              -Mira, allá viene la negra esa.

            Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pase ella. ¡Ja! Ser igual a todo el mundo.

            Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repsan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo,  toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No, nada. Como siempre.

            (Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se luchar. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan en ella. Odio los buses que  cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas  que se frustran a toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los desesperados.)

            Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en la cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por alla… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es  que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación sn lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira  todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita, pero la muy estúpida no sabe, no se imagina siquiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas  creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amacizar a la novia de su amigo… piensan  en Dios y se defecan con toda calma mientras piensan en poder quitársela.

            (Si, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas; un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la casa del frente. Odio  a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con sus crueldades y su balón mal inflado  tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Si, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansa de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo ¡todo! Odio a mis vecinos quienes creen  encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar; si, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita Dios.)

            Conozco un amigo  que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que el mismo es una mentira, pero nunca ha podido -puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede,  no, lo imposibilita su cobardía.

            (Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañan conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos. Las odio porque ninguna sabe bailar mejor go-go que yo, o porque todavía no he conocida a ninguna de  15 años que valga la pena  para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantiades mayores  que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se los dejo de hacer, porque las quiero, y aún no he aprendido a amarlas.)

            No sé, pero a mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno que todo lo que hace no sirve para nada. Estar cuno convencido de que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que no se avanza terreno, que se estanca, que se patina. Rrrrrrrrrrrrrrrrrr-rrrrrrrrrrrr-rrrrrrrr-rrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.No poder uno multiplicar los talentos, estar uno convencido  que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso. ¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentra? Ah, no. Lo únoc que hace usted es comer mierda. ¡Vamos, hombre! No importa en qué forma se encuentre su estómago, piense en su salvación, en su destino, ¡Por Dios, en su destino! Pero está bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase: por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo, es que usted se puede quedar tranquilamente, suavemente, defecándose, pudriéndose, poco a poco, tómelo con calma… ¡Calma!¡Por Dios, tómelo con calma!

            (Odio a la Avenida Sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio al Club Campestre por ser a la vez un lugar tan estúpido, artificial e hipócrita. Odio al teatro Calima por estar siempre los sábado lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado, perdió  al fin  del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudios por conseguir una buena nota. Odio a todos aquellos que se cagan la juventuds todos los días.)

            (¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿qué hago? No he nacido en esta clase social por eso es que te digo que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esa clase social que yo combato ¿qué hago? Si, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por Dios, ahora casi no puedo salirme de él.  Dices que ¿por qué vivo yo todo angustiado y pesimista?¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé que voy a poder hacer. Pero apesar de todo, la gloria está al final del camino, si no importa.)

            (La odio a ella por no haber podido vencer a su conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demsotró demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue cargando con ellas para su cama. Yo la quiero, muchacha estúpida, ¿no se da cuenta? Pero  apartándonos de eso, la odio porque me originó un problema el berraco y porque siempre se iba con mis palabras, mis gestos  y mis caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez,  para nosotros exista otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién sabe…

            Odio a todas las putas por andar vendiendo  añoraciones falsas en todas sus casa y sus calles. Odio las mismas mal oídas… odio todas las mías. Me odio, por  no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio… y a ustedes ¿les importa?

            Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y  lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprende  a amar. ¿Me entienden? Lo odio, porque no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada

            a nada
            a nadie
            ¡sin excepción!)

Los tres consejos

Una pareja de recién casados, era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior.  Un día, el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:
–    “Querida yo voy a salir de la casa.  Voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna.  No sé cuanto tiempo voy a estar lejos; sólo te pido una cosa: que me esperes y mientras yo esté lejos, seas fiel a mí, pues yo te seré fiel a ti”.

Así, siendo joven aún, caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda.  El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado.  Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también.  El pacto fue el siguiente:
–    “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones.  Yo no quiero recibir mi salario.  Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorros hasta el día en que me vaya.  El día que yo salga, usted me dará el dinero que yo haya ganado”.

Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso.  Después de veinte años, se acercó a su patrón y le dijo:
–    “Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa”.
El patrón le respondió:
–    “Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo.  Sólo que antes quiero hacerte una propuesta: Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas.  Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa.  Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”.

Él hombre pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo:
–    “Quiero los tres consejos”
El patrón le recordó:
–    “Si te doy los consejos, no te doy el dinero”.
Y el empleado respondió:
–    “Quiero los consejos”.

El patrón entonces le aconsejó:
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Después de darle los consejos, el patrón le dijo al hombre:
–    “Aquí tienes tres panes; dos para comer durante en viaje y el tercero es para comer con tu esposa, cuando llegues a tu casa”.

El hombre, tomó su camino de vuelta a su casa, a la que había dejado hacía veinte años y donde estaba su esposa a la que él tanto amaba.  Después del primer día de viaje,  encontró una persona que lo saludó y le preguntó:
–    “¿Para dónde vas?”
Él le respondió:
–    “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”.
La persona le dijo:
–    “Este camino es muy largo.  Yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días”.
El hombre contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo.  Entonces se devolvió y continuó por el camino normal.  Días después, supo que el atajo llevaba a una emboscada.

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, donde poder hospedarse. Pagó la tarifa por día y, después de tomar un baño, se acostó a dormir.  De madrugada se levantó asustado con un grito aterrador.  Se levantó de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir a donde escuchó el grito.  Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo.  Regresó y se acostó a dormir.  Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si había escuchado el grito y él le contestó que sí lo había escuchado.
El dueño de la posada le preguntó:
–    ¿Y no sintió curiosidad?
Él le contestó:
–    No.
A lo que el dueño le respondió:
–    Usted es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura; grita durante la noche y cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el matorral.

El hombre siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa.  Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles salir humo de la chimenea de su pequeña casa.  Caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa.  Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.  Anduvo un poco más y vio que ella tenía sobre su regazo, un hombre al que estaba acariciando los cabellos.  Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad.  Respiró profundo, apresuró sus pasos, cuando recordó el tercer consejo.  Entonces se paró, reflexionó y decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión.
Al amanecer, ya con la cabeza fría, él dijo:
–    No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi patrón y le pediré que me acepte de vuelta, sólo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel”.

Se dirigió a la puerta de la casa y tocó.  Cuando la esposa le abrió la puerta y lo reconoció, se colgó de su cuello y lo abrazó afectuosamente.  Él trató de quitársela de encima, pero no lo consiguió.  Entonces, con lágrimas en los ojos le dijo:
–    “Yo te fui fiel y tú me traicionaste”.
Ella espantada le respondió:
–    “¿Cómo? Yo nunca te he traicionado.  Te he esperado durante veinte años”
Él entonces le preguntó:
–    “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?”
Y ella le contestó:
–    “Aquel hombre es nuestro hijo.  Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada.  Hoy él tiene veinte años de edad”

Entonces, el marido entró, conoció, abrazó a su hijo y les contó toda su historia, mientras su esposa preparaba la cena.  Luego se sentaron a comer el último pan juntos.  Después de la oración de agradecimiento, con lágrimas de emoción, el hombre partió el pan, y al abrirlo, y al abrirlo, encontró el dinero de sus veinte años de trabajo.

la rana que queria ser rana

La rana que quería ser una rana auténtica

Augusto Monterroso

Había una vez una rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo

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