La llave de la realización del ser

La llave de la realización del ser

LA VERDADERA FELICIDAD

    En este mundo, toda criatura viva, humana o animal, se esfuerza en encontrar la felicidad, pero esto no es más que un remedio a la miseria y al sufrimiento, y aunque el hombre sea la única criatura capaz de discriminar el bien del mal, ignora lo que es la verdadera felicidad.

            El ciervo que, víctima de un espejismo, ha corrido todo el día para encontrar agua, se siente infeliz cuando se pone el sol. De igual forma, el hombre lucha toda su vida por conseguir una felicidad ilusoria antes de morir con sufrimiento. Todos los seres humanos creen poder alcanzar la felicidad gracias a personas o a objetos exteriores, pero es en vano. Un perro, por ejemplo, puede obstinarse con un hueso, hasta el punto de hacerse sangre en las encías, pero, por lo menos, quedará satisfecho del gusto de su propia sangre. Es totalmente imposible alcanzar la felicidad por medio de personas o de objetos exteriores, y el mismo hecho de buscarla en el exterior, nos demuestra claramente que no es la verdadera felicidad.

            ¿ Por qué buscar en el exterior lo que está en nosotros? “La felicidad se encuentra en el interior de sí mismo”, yo lo he comprendido gracias a mi maestro Sri Siddharameshwar Maharaj, el más gran sabio, poco conocido, de nuestro tiempo. El siempre deseó que los hombres fueran felices, pero él no enseñó más que a los que se consagraban a él, pues nunca buscó la celebridad. La presencia del Ser es la única felicidad y alegría auténtica que brota del interior.

            Me inclinaré ante mi maestro mientras viva y por su gracia, me permito decir que mostraré el camino a todos los que deseen alcanzar este conocimiento.

Ranjit Maharaj

PREFACIO

SHri Samartha Siddharameshwar Maharaj nació en agosto del 1888 en Pathri, un pueblecito del distrito de Sholapur, en la India. Seis días antes de su nacimiento, el sabio Siddheshwar visitó en sueños a su abuela, a la que le anunció que el niño era su reencarnación. Le pidió que llamara al niño Siddheshwar y le declaró que un día este niño llegaría a ser un gran sabio. Así pues fue llamado “Sidharamappa”, conocido más tarde bajo el nombre de “Siddharameshwar Maharaj”.

Desde su infancia, fue un niño de espíritu muy vivo y dotado de una gran capacidad de comprensión. Abandona muy pronto los pupitres de la escuela para hacerse contable, a pesar de su juventud (16 años), de una empresa de Bijapur, que pertenecía a la comunidad de los Marwadi. Su trabajo honesto y su sentido de la responsabilidad le hicieron ganar una buena reputación. Se instaló en Bijapur donde encuentra a su maestro, Shrî Bhausaheb Maharaj, el cual había comenzado en 1885 la construcción de un monasterio en el pueblo de Inchgiri (estado de Karnataka).

De acuerdo con el estilo de vida y las capacidades de comprensión de sus contemporáneos, Shrî Bhausaheb Maharaj no enseñaba a sus discípulos más que un solo método para alcanzar la Realidad última: la meditación. En la filosofía hindú, la meditación se llama “pilipika marg” o “camino de la hormiga”, ya que es un largo camino que conduce a la Realidad suprema.

Después de la muerte de Shrî Bhausaheb Maharaj en 1914, Shrî Siddharameshwar Maharaj meditó sobre la enseñanza de su maestro. En 1918 renunció al mundo y se une a cuatro condiscípulos para transmitirlas enseñanzas de su maestro. En 1920 siente que se podía superar la fase de la meditación, ya que esta no era más que un primer paso en el camino de la Realidad. Sus condiscípulos le mostraron su desacuerdo, afirmando que Shrî Bhausaheb Maharaj no les había enseñado eso. “Es verdad”, les dijo “pero ¿no podemos ir nosotros más lejos?” Decidió, pues, emprender solo ese difícil camino y volvió a su casa de Bijapur. Se instaló en una terraza y, sentado en un viejo cañón, meditó sin interrupción durante nueve meses. No tenía otra alternativa para alcanzar su meta, su maestro no le había enseñado más que la meditación. Por la gracia de su maestro, sus esfuerzos no fueron en vano y enseguida comenzó a enseñar que se puede alcanzar la meta suprema por medio del “vihangam marg” o “camino del pájaro”, que quiere decir por medio de la reflexión mental. Es a través del mental que la ignorancia nos es transmitida de generación en generación, por tanto no es sino escuchando y practicando las enseñanzas del maestro y por medio de la reflexión profunda cómo se alcanza la Realidad suprema, y cómo un pájaro que vuela de árbol en árbol, el buscador alcanzará rápidamente su meta. Es el camino más corto hacia el despertar.

Sea cual sea el método (meditación o conocimiento), el grado a alcanzar es el de “laya”, es decir la disolución en el Ser. La ignorancia se produce por medio de los pensamientos, pero si los pensamientos se concentran en la Realidad, se puede alcanzar la Realidad última. Siddharameshwar Maharaj se esforzó sin tregua en alcanzar la Realidad. “Alcanzaré la meta incluso al precio de mi vida” decía, y por la gracia de su maestro, llegó a la realización del ser.

Luego enseñó “el camino del pájaro” a sus discípulos, es decir el camino del pensamiento. Este método consiste, en primer lugar, en exponer el conocimiento de la Realidad. Luego se pide al discípulo que renuncie al mundo, después que renuncie a la renunciación. A continuación, el conocimiento supremo (vignyana) le es desvelado.

Siddharameshwar Maharaj enseñaba con un lenguaje muy sencillo, sirviéndose de ejemplos de la vida cotidiana, pues para él, “parmatha” o la comprensión de la Realidad debía de ser explicada con sencillez, utilizando un vocabulario accesible a todos. Enseñó desde 1925 hasta 1936 y murió el 9 de noviembre del 1936 en Bombay después de haber dado la plena comprensión a sus discípulos.

Así pues, este libro es “La llave de la realización del ser”. El no explica más que uno de los caminos que conducen a la Realidad final que implica, en primer lugar, que comprendamos que somos los diferentes cuerpos o velos, y después que el orgullo engendrado por el conocimiento debe de ser disuelto en la Realidad (“laya” o absorción).

Shrî Dattatray Dharmayya Poredi ha desarrollado uno de los discursos de Shrî Siddharameshwar Maharaj, titulado “La llave de la realización del ser”. Discípulo de Siddharameshwar Maharaj, vivió en Sholapur (estado de Maharastra) y escribió numerosos poemas sobre el conocimiento enseñado por su maestro.

Escrito en Marathi, “La llave de la realización del ser” ha sido traducido al inglés por el doctor  Damayanti Dungaji, discípulo de Nisargadatta Maharaj, cuyo maestro era, igualmente, Siddharameshwar Maharaj.

Las enseñanza de Siddharameshwar Maharaj, expuestas de una manera sencilla y progresiva, han sido publicadas en marathi bajo el título de “Amrut Laya” (Absorción del néctar). La traducción inglesa de este libro está en camino y pronto será publicado.

Capítulo I

LA IMPORTANCIA DEL CONOCIMIENTO DEL SI[1]

Saludamos, primero, a Shrî Ganesh, luego a Shrî Sarasvati y por último al Maestro(Sadguru). ¿Por qué razón? ¿Acaso un cambio en el orden del saludo reverencial sería una fuente de confusión? Así es, esto produciría confusión, pues Shrî Ganesh es la divinidad de la meditación y de la contemplación, Shrî Sarasvati es la divinidad de la palabra. Con la ayuda de estas dos divinidades, la divinidad que crece en el corazón del discípulo no es otra que el Sadguru bajo la forma de la luz del Si. El estudio de los textos nos revela el sujeto y no es más que cuando él es bien comprendido que la gracia del Si nos es concedida. Sin embargo, el discípulo no puede alcanzar su meta solo estudiando los textos, también debe de venerar a la vez a Shrî Ganesh y a Shrî Sarasvati.

Habiendo realizado el secreto del principio enunciado por los sabios, que dice: “En primer lugar ver la manifestación, luego alabar el Vedanta, después la voz debe de cantar la mantra (el nombre sutil) para que su sentido se imprima en el interior”, el Maestro explica primero el sujeto, luego indica sus características que después son examinadas detalladamente.
En nuestros días, en la mayor parte de las escuelas, para enseñar algo a los niños, se les pone en las manos  el objeto y luego se les dice: “Este es el objeto”. Es lo que se llama el método kindergarten[2], es decir, el aprendizaje directo. De igual forma, el método del  Maestro consiste primero en dar al discípulo, de forma verbal la idea de la Realidad (mantra), antes de darle las enseñanzas necesarias para que su espíritu se impregne de su significación. El discípulo alcanzará resultados con este método de la tradición del Maestro.

Cuando el Maestro expone la verdad (el sujeto tratado), un discípulo de inteligencia ordinaria comprende la esencia de sus palabras y de su enseñanza. Pero la dificultad principal consiste en realizar lo que ha comprendido intelectualmente. El discípulo comprende lo que es el Atman, pero la duda puede persistir en su espíritu: “¿Cómo puedo ser yo el Alma o el Si?” Y mientras que el mental permanezca en la duda y el escepticismo, se puede decir que existe comprensión intelectual pero no realización. La solución está en la práctica y el estudio asiduo de la mantra, pues no puede haber impregnación más que si el estudio es constante.

Los cuadernos de caligrafía proponen unos modelos de letras muy bonitas, pero no podemos reproducirlas de la misma manera. No obstante, si nos ejercitamos con constancia, pronto podremos hacer letras muy bonitas sin esfuerzo. Se puede uno preguntar durante cuánto tiempo se debe practicar para que esto de fruto. El estudio y la práctica deben de perseguirse asiduamente, en función de la capacidad de cada uno, hasta la plena comprensión.

Se puede decir, que en general, un hombre de inteligencia ordinaria puede comprender una cosa después de dos o tres explicaciones. Si la repite diez o veinte veces se vuelve algo familiar, después de cien veces, es una costumbre y después de mil veces, esta se vuelve inherente a su naturaleza. Las fibras del yute, por ejemplo, son tan delicadas y tan finas que se dispersan en todos los sentidos al menor golpe de viento, pero si están trenzadas, forman una cuerda tan sólida que puede servir para atar un elefante a una piqueta. El estudio y la práctica juntos, son iguales de poderosos.

Es verdad, en efecto, que Parabrahman[3] es omnipresente y siempre libre, pero a causa de las prácticas y estudios erróneos en nuestras sucesivas vidas, el mental se ha hecho tan fuerte en nosotros, que ha hecho prisionero al eternamente libre Brahman dentro del pensamiento de identificación del cuerpo. Es el resultado sorprendente de una práctica sostenida. “Todo lo que no es realizable, se vuelve realizable por medio de la virtud del estudio, de la repetición, de la práctica”. Reconociendo esta importancia, el discípulo debe de venerar a Ganesh y a Sarasvati, esto quiere decir que él debe de realizarse a través de la meditación y el estudio profundo de la Verdad que se le ha enseñado.

Antes de iniciar este estudio, el discípulo tendrá interés en conocer varios puntos que tienen relación con este sujeto. ¿Por qué ha aparecido en el hombre la ilusión “yo soy el cuerpo”?   ¿Cuál es el estado del hombre al nacer? ¿Cómo ha desarrollado la idea de “yo y mío”?  ¿Ha nacido libre de cualquier miedo? ¿Si no, cómo y por quién puede liberarse de él? Es importante que el discípulo conozca las respuestas a todas estas cuestiones.

Antes de nacer, el ser humano estaba completamente acurrucado y aislado en el vientre de su madre, luego se encuentra proyectado en un mundo ilimitado. Abre los ojos y mira a su alrededor. A la vista de esta luz cegadora y de este espacio inmenso, parpadea aturdido. “¿Dónde he llegado yo solo? ¿Quién me protegerá? ¿Qué me va a pasar?” Estos son los temores que surgen en él y en cuanto nace, su primer golpe, él llora. Para reconfortarlo se le da un poco de miel o de leche, entonces piensa que todo va bien, ya que hay alguien que lo cuida. Pero este primer miedo queda tan aferrado en su siquismo, que se estremece al menor ruido, luego se calma de nuevo cuando mama del pecho de su madre. La vida de este ser humano depende enteramente del cuidado que recibe de sus padres.

Cuando crece, sus padres y profesores le enseñan las cosas del mundo. En la escuela aprende: la ciencia física, la geografía, la geometría y la geología, pero todos estos conocimientos no tienen un valor real. Después viene la fase de la juventud. Mira de nuevo a su alrededor buscando algo que lo reconforte y, tal y cómo está preestablecido en el mundo, lo busca en el matrimonio y el dinero. Está convencido que son las únicas cosas que sostienen su vida, pero pierde el tiempo, dejándose acaparar cada vez más por el deseo de renombre, de erudición, de poder y de autoridad.

Su mujer, sus riquezas, su estatuto social, la juventud y la belleza son sus principales posesiones y todo su soporte. Está tan orgulloso de sí mismo, que deja de lado el conocimiento de su naturaleza real. Cuando todas estas posesiones desaparecen una a una, según la ley de la naturaleza, el recuerdo del primer golpe surge a la superficie y totalmente quebrantado se siente frustrado. Entonces le invade la angustia: ¿Qué haré ahora? ¿He perdido todo lo que me sostenía, que me va a pasar?

Este ignorante no comprende que todas estas posesiones no tenían más que una base sólida, que es su Sí, su hecho de ser. No es más que a causa de eso, que el dinero tenía su valor, la mujer sus atractivos, el honor su mérito y la autoridad su poder. “¡Hombre, tú existes antes que todas estas riquezas de las que acabamos de hablar! ¿No es una paradoja el sentir que son ellas quienes te sostienen?” Si, además, la suerte le es desfavorable, ¿con qué riman los actos de este hombre? Un poeta, observando el comportamiento absurdo del ser humano, comparó las travesuras del mental a: “Un mono que se emborracha y termina dejándose picar por un escorpión”. Este poeta pudo estar tentado incluso a abandonar la escritura…

El acto de devoción del ateo consiste en alimentar su cuerpo y su única liberación es la muerte del cuerpo. Aquél cuya única meta, en esta vida, es la de alimentar su cuerpo, no podrá superar el cuerpo. ¡No hay nada extraño en eso! Si, por mala suerte, este hombre pierde toda su fortuna, pedirá dinero para continuar bebiendo y comiendo, y se declarará insolvente para alejar a sus acreedores. Al final, cuando la muerte le golpea, muere como ha venido. ¿Puede haber una tragedia peor? La mujer que complace a su marido porque quiere ponerse un pendiente de oro en la nariz, no piensa en el Señor que le ha dado una nariz para que ponga en ella un aro. De la misma manera, ¿cómo podrían los seres humanos, que únicamente viven en el plano animal y no ven más que el cuerpo como meta y fin, ver a Dios?

¡Aquél, cuyo poder ha dado vida al sol, a la luna y a los dioses, ese Todo Poderoso que es el soporte de todo, que está presente en el corazón de todos los seres, este se ha vuelto invisible para el hombre!

El hombre cuyos ojos son atraídos por el exterior, no ve más que el exterior. Existe un sinónimo para “ojo” en marathi: aksha. “A” es la primera letra del alfabeto, “ksha” es la antepenúltima. Eso quiere decir que, lo que el ojo ve es lo que hay en el espacio entre estas dos letras. No le informará más que de los objetos exteriores. Los objetos “groseros” serán visualizados por el ojo grosero y lo sutil será captado por los sentidos que, igualmente, son “groseros”. La letra que viene después de “ksha” es “gnya” que significa “conocimiento”  (gnyana). Este conocimiento no puede ser “visto” ni por el ojo grosero (exterior), ni por el ojo sutil del intelecto. Así pues se denomina al ojo por el sinónimo “aksha”.

Como el ojo, los otros órganos de los sentidos (oído, olfato, tacto étc) están dirigidos al exterior y existen debido a la fuerza de los objetos exteriores.  El rey del Conocimiento, “Yo soy”, impregna los sentidos y parece concederles un valor divino. Es a causa de esta exteriorización por lo que la evidencia de la anterioridad de “Yo soy” sobre los sentidos, no llama la atención de nadie. Durante numerosas vidas, el mental y el intelecto han adquirido la costumbre de no ver más que el exterior y así se ha hecho difícil el volverse hacia el interior. Este camino que se llama “el camino de vuelta”, o “dirección inversa”, es el camino que siguen los sabios. Ellos se vuelven en dirección opuesta y, observando el mental, abandonan todo apego a la visión exterior. Cuando el hombre ordinario duerme, los sabios están despiertos y cuando está despierto, los sabios se adormecen.

Todos los seres son extremadamente atentos a los objetos exteriores y se han vuelto muy hábiles en el campo de esta conciencia. Los sabios, al contrario, dan la espalda a las cosas exteriores y concentran toda su atención en el Si, al cual el hombre ordinario es indiferente.

El que gana un millón de rupias se pregunta cómo doblar la suma al día siguiente. Está obsesionado con la idea de adquirir cada vez más, mientras que los sabios le aconsejan: “¡No sigas, hombre, no sigas! Caerás dentro de un torbellino y esta ilusión (Maya) es un maremoto que se te llevará”. El modernismo, que arrastra a este mundo dentro de su cortejo de novedades incesante, forma el ciclón de la gran ilusión (maha Maya). Podéis estar seguros de que caeréis prisioneros de él y nadie sabe a dónde puede ir a parar el hombre atrapado por este ciclón. Cuando el sabio ve a este ser, cuya atención está cogida por el movimiento de la modernidad, corriendo de aquí para allá, luchando sin descanso, hace todo lo que puede por despertar el conocimiento del Si en él. ¡Bendito sea el día en que el mundo salga de su torpeza!

Un día, Ramdas y Toukaram se encontraron en riberas opuestas de un río. Ramdas hizo primero un gesto a Toukaram preguntándole cuantos seres había conducido al despertar en este mundo. Toukaran le respondió, igualmente, haciendo un gesto, con el puño cerrado se tocó los labios, indicaba así que no había encontrado a nadie interesado en el conocimiento del Si. Después él planteó la misma pregunta a Ramdas, que le respondió de la misma forma. Luego cada uno siguió su camino. A pesar de esto, los santos, por compasión, siempre han continuado su tarea. “¿Cómo puedo describir la dicha de los santos? Sin descansar, ellos me arrancan del sueño.” Dijo Toukaram.

Los dos han abandonado su cuerpo, pero nos han dejado su mensaje en los “ Abhangas” y el “Dasbodh”. Todas sus riquezas nos las han legado en estos libros, y si alguien se declara su heredero se le darán esas riquezas, pero antes deberá abandonar el nefasto deseo de riquezas mundanas. Para estar preparado para avanzar por el camino interior, deberá, igualmente, renunciar a todo lo que él cree que ha acabado o realizado, a todo lo que sea querido en su corazón. Es la condición sine qua non de esta empresa. El hombre está totalmente sumergido en el orgullo de cuerpo, de la posición social, de la familia, del pertenecer a una comunidad, un país y todo lo que constituye su naturaleza. Este orgullo mora en él, y hasta que no se libere de él, ¿cómo podrá considerarse un heredero de este tesoro que los santos han dejado? Este tesoro pertenece a aquél en cuyo corazón existe un arrepentimiento sincero. Aquél que se pregunta si podrá deshacerse de todo este orgullo acumulado nacimiento tras nacimiento y que así ha llegado a ser su segunda naturaleza, no debería inquietarse por si su arrepentimiento es sincero, pues el esclavo, que toma consciencia de su estado, busca instantáneamente la vía de la liberación. El esclavo satisfecho de su estado y que actúa para perpetuarlo, ni siquiera puede pensar que exista la vía de la liberación.

Un hombre puede tener la suerte de comprender que la ambición de superar al otro le hace retroceder. A partir de ese día entrevé el otro camino indicado por los sabios y, sea cual sea su ritmo, avanza por esta vía. Puede que el orgullo no lo deje de golpe, pero está determinado a liberarse de él, el Señor infinitamente bueno no dejará de tenderle una mano compasiva.

Aquél que se enorgullece de sus actos perversos puede poner fin a esta tendencia cultivando la altivez que dan los actos justos. Así, por medio de la práctica, pueden suprimirse todos los defectos. Se debe animar las cualidades, pero no se deben apegarse a ellas, pues el orgullo que suscitan es pernicioso y también debe de ser abandonado. Aquí puede surgir una duda: ¿cómo es que también debe uno desapegarse de las cualidades? ¿Después de todo, las cualidades no son siempre buenas? “Querido discípulo, aunque sea preferible tener cualidades antes que vicios o defectos, cuando se quiere alcanzar el conocimiento del Sí, el hecho de tener cualidades apreciadas por el hombre es cien veces peor.” Merecen ser rechazadas. “Mira como el hombre, aconsejado por los sabios, se esfuerza en suprimir sus defectos a causa del sentimiento de vergüenza que crean en la sociedad o en el espíritu de cada uno, pero aquél que posee cualidades siempre es alabado en este mundo, esto le produce tanto orgullo que le es muy difícil deshacerse de él.”

Mientras que es relativamente fácil abandonar toda arrogancia en lo que concierne a los defectos, es diferente cuando se trata de cualidades. A nadie le gusta admitir que ha cometido una falta, pero aquél que ha alimentado a miles de personas, que ha visitado los lugares santos, creado albergues para los peregrinos o rezado a Dios un millón de veces, está lleno de un orgullo tan profundo, que le es casi imposible renunciar a él. Por medio del arrepentimiento, el pecador pronto encuentra a su Maestro, mientras que aquél que ha realizado actos meritorios es cubierto de tantos elogios que, por ellos, pierde el camino hacia el Maestro.

Cuando se comprende esto, podemos sacar la conclusión de que el orgullo concerniente a los defectos es tolerable, mientras que el que es producido por las cualidades, se debe absolutamente evitar. Los dos son espinas en el camino del conocimiento del Sí, y si nos sacamos una espina con la ayuda de la otra que guardamos (el orgullo de las buenas acciones) en el bolsillo de nuestra camisa, ¿no terminaremos clavándonosla en el pecho? Un ladrón puede estar atado con cadenas de hierro y un rey con cadenas de oro, pero ¿significa eso que el rey no es un prisionero? El hombre que tiene cadenas de hierro estará    agradecido a quién le libere, mientras que el hombre que tiene cadenas de oro saltará a la garganta de aquél que intente desatarlo, hará todo lo posible por conservar sus cadenas de oro. ¿Por qué razón? ¿Cuál es este enemigo que vuelve al hombre feliz en su servidumbre? Es el orgullo del bien, de los actos meritorios, quien ahoga al hombre, es su enemigo por excelencia, es él quien pone los obstáculos en su camino espiritual. Es necesario renunciar a este orgullo, incluso si eso nos exige un considerable esfuerzo, pues sin esta renuncia no podemos pretender alcanzar el tesoro del conocimiento.

Es admitido que las riquezas de un hombre, descritas antes (dinero, bonita esposa, posición social étc), son el resultado de acciones meritorias efectuadas en vidas precedentes. Pero como son obstáculos en el camino del conocimiento último (Parmatha), podemos decir que son los resultados de malas acciones. Aquél que se glorifica de sus posesiones, también es él mismo poseído y entonces le es imposible alcanzar el camino del conocimiento.

Al contrario, tomemos un hombre que no tiene un duro en su bolsillo, ni mujer, ni posición social y es tan pobre que mendiga para alimentarse. No tiene ningún lazo con su comunidad, su familia, ni sus amigos. Desprovisto de todo y considerado por todos como un pecador, este hombre puede ser más digno de recibir el Conocimiento del Si, ya que ignora lo que es el orgullo. En efecto, está mucho más dispuesto a escuchar al Maestro que aquél que se preocupa mucho más de las adulaciones y no tiene tiempo de escuchar los consejos del Maestro.

Todos los seres humanos están encadenados desde su nacimiento, además se han creado cadenas artificiales bajo la forma del bienestar material debido al progreso. Para vivir en sociedad deben de doblegarse a las tradiciones, a las convecciones sociales y a las reglas del país. Numerosos son los que creen que cada vez tienen más libertad, mientras que no hacen más que seguir modas. Quien no bebe té o no se afeita todos los días es considerado como un palurdo. El hombre que se hunde en la servidumbre de la sociedad, aceptando ciegamente sus prejuicios, no hace sino alienarse más y acrecentar su orgullo por las cosas sin interés. Si quiere liberarse de las ataduras, deberá rechazar completamente este orgullo, a riesgo de ser tratado como un loco por los bien-pensantes.

La única meta del buscador es la de aniquilar su orgullo y su identificación con el cuerpo. Si esta tarea le parece demasiado ardua o si no está preparado a renunciar a su vida en el mundo, puede comenzar por la renuncia interior, lo que significa la renunciación gracias a la reflexión. Cuando esta se establece, la renunciación exterior se vuelve posible poco a poco. Por ejemplo, le cuesta poco a quién tiene la costumbre de herir a los demás con palabras, el no decir más que cosas amables y aquél que miente inútilmente, debería reservar sus mentiras únicamente para los casos en que estas permitieran evitar catástrofes. El hombre tampoco debería envidiar la prosperidad de su vecino. ¿Tan difícil es tomar esta decisión? Cuando se renuncia a las malas inclinaciones, se adquiere la fuerza de renunciar también a las cosas exteriores.

El mundo es como un sueño y en este mundo de sueños, el bien o el mal, la piedad (dharma)[4] o la impiedad (adharma), mérito o desmérito no tienen importancia para despertar al Si. Por tanto es necesario renunciar a lo que es bueno como a lo que es malo para alcanzar el conocimiento del Si. Sin embargo, aunque lo que acabamos de decir sea cierto, los hombres siempre tienen dificultades para deshacerse del dominio del orgullo. Poco importa cuantas veces se les repita el precepto “¡Renuncia, renuncia!”, el orgullo no disminuirá por ello, pero si se descubre la causa de este orgullo y si esta puede ser suprimida, la renuncia se conseguirá automáticamente.

La principal causa por la que se enorgullece de alguna cosa es porque considera esta cosa como que es verdad. Si se está convencido intelectualmente de la inutilidad de un objeto o si se comprende que es un señuelo, la realidad del objeto desaparece y entonces se vuelve posible desapegar su corazón de este objeto. Una imitación del tamarindo no da el verdadero fruto del tamarindo, no es más que un objeto del bosque, pero mientras que el hombre no ejercite su espíritu de discriminación, la vista del tamarindo silvestre le hará salivar pues está convencido que tiene el fruto verdadero. ¡Sin embargo, cuando sabe que es un tamarindo silvestre, aprecia el aspecto estético sin salivar! Esta actitud se llama desapego.

Todo esto, nos conduce a la conclusión de que la razón del desapego hacia una cosa es el resultado de la comprensión de la verdadera naturaleza de esa cosa. Hasta que la futilidad de este mundo no esté impresa en el mental del hombre de forma definitiva, es difícil alcanzar el Conocimiento del Si. Mientras no se dé cuenta de la falsa naturaleza de una cosa, no aspirará a algo verdadero. No se puede renunciar a lo que es falso, mientras el intelecto lo considere absolutamente verdadero.

El día en que el conocimiento deformado del mundo es aniquilado por la gracia del Maestro, el hombre comprende que todo no es más que apariencia. Después de esta transformación, podrá ver y apreciar el mundo como si fuera un film o una fuente de diversión, pero el desapego que ha alcanzado permanecerá. El desapego sin el conocimiento del Si es una experiencia estéril. Sin conocimiento del Si, no puede haber verdadera renuncia y sin renuncia, no puede haber conocimiento del Si, es una paradoja. Los Sabios nos han propuesto varios métodos para salir de esta espiral: el camino de la devoción al Maestro, a Dios, los salmos, los peregrinajes, la caridad. También han sugerido a la humanidad un gran número de obligaciones.

La naturaleza humana es de tal manera que, si el hombre es desposeído de alguna cosa, sufre intensamente, y hará todo lo posible por recuperar lo que ha perdido, pero si escoge libremente separarse de esta cosa, su sacrificio le otorga un inmenso gozo. El hombre que bajo coacción rechaza gastarse un céntimo, se gastará miles para alimentar las multitudes en Pandharpur (lugar santo de Maharashtra), si así lo ha decidido. Aquél cuyo orgullo impide doblegarse ante la voluntad de los demás, puede someterse totalmente a un ser más humilde, después de haber estado en compañía de santos o de haber entonado cantos devocionales. Olvida el orgullo de su casta o de su posición social. Un Rao Saheb (grado honorífico del estado), que tenía vergüenza de ponerse pasta de sándalo en su frente (ritual religioso), ahora se deja embadurnar toda la cara de Buka (un polvo negro), que simboliza el abandono de su máscara, así ensombrece el rostro del orgullo. Este mismo, para quien cantar y bailar eran obscenos, se olvida totalmente y gira de gozo como un torbellino aclamando el nombre de Dios. Sabiendo que es así como el hombre sacrifica su orgullo, los santos han instaurado la práctica cotidiana de Bhajans (cantos de devoción) y de Pujas (rituales). Y de esta manera han indicado un camino progresivo hacia el Conocimiento del Sí, que muestra al hombre hasta que punto es fácil renunciar y cómo el mental puede ser purificado de todo orgullo.

El Conocimiento del Si significa el conocimiento de uno mismo, y cuando hemos comprendido quienes somos, la discriminación entre lo permanente y lo transitorio se hace automáticamente. La renuncia a lo transitorio y la aceptación de lo que es permanente resulta natural. El miedo a la decepción es inevitable debido a la naturaleza transitoria de las cosas. El hombre dominado por el miedo a la muerte se esfuerza continuamente en conservar lo que tiene, hace todo lo posible por guardar su dinero, por conservar la juventud y la belleza de su mujer y lucha por mantener su posición social, pero nada ocurre según sus deseos, pues todo muere. Nadie puede escapar a su destino y cada uno, un día u otro, será triturado por él, incluso los Dioses como Brahma[5] no están liberados del miedo a la muerte.

Si se le diera todo al hombre atormentado por la muerte, ¿suprimiría eso su miedo? Él debe de encontrar lo que le libere definitivamente del miedo, el tesoro del “no-temor”. Este mendigo ha perdido el tesoro de su Si y canta continuamente: “yo soy el cuerpo, yo soy el cuerpo”; nunca satisfecho repite: “yo quiero esto, yo quiero aquello”, anda errante de aquí para allá, siempre buscando alguna cosa. Dominado por el miedo, no piensa más que una sola cosa: “¿Qué me va a suceder? ¿Qué le ocurrirá a mi mujer, a mis hijos, a mi dinero y a todo lo que me pertenece?”. Nunca está en paz. Solo el Maestro podrá concederle el más noble de todo los dones, el “no-temor”, ni los reyes ni los Dioses pueden darle eso pues, aunque todas las riquezas del mundo estén a sus pies, el emperador vive con el temor al enemigo. El mismo Señor Indra está atormentado día y noche por la idea de que su posición podría ser trastornada por los Sabios que siguen la vía de la austeridad y de la penitencia.

Meditar esto profundamente: ¿Cómo podrían liberar a los demás aquellos que no están liberados del miedo? Solo los sabios que, centrados en el Si, han desarraigado el miedo de las profundidades de su ser, destruyendo así la identificación con el cuerpo, son capaces de transmitir esta cualidad de “no-temor”, de quietud. Todos los demás, ya sean dioses, demonios u hombres, no so más que pobres mendigos. Ellos nunca tendrán este don de la quietud hasta que no se refugien en el Maestro espiritual. Los Dioses mantienen el orgullo de su riqueza divina y los demonios el de su riqueza perversa, el ser humano es aplastado por su propio tormento. Los Dioses como los coolis (porteadores), llevan el fardo de los tormentos de los demás sobre sus cabezas. ¿Qué se puede decir del ser humano? Solo el Maestro tiende la mano para liberar al hombre de su fardo y concederle la joya de la quietud, el estado de no-temor.

De todos los conocimientos, el conocimiento del Sí es el más noble; de todos los dharmas[6], leyes del mundo, el swadharma (ley del Ser) es la más noble. Los Sabios difunden el conocimiento del Si entre los hombres y enseñan el sentido de swadharma.

En este mundo podemos estudiar toda clase de ciencias y de artes, pero estos conocimientos son vanos, los sabios rehusan conocerlos y  se consagran a enseñar el conocimiento del Si, que es el único verdadero conocimiento.

Muchos misioneros rivalizan unos con otros y declaran que su religión es la más noble y que las otras conducen al hombre a la perdición. No contentos con dar consejos, piensan cumplir con su deber sagrado de convertir a los hombres, utilizando, si es necesario, la corrupción o las amenazas de los peores males. Es lo que aún hoy se puede observar. Esta estafa religiosa, coactiva y tiránica, no tiene por meta el bienestar de los hombres.

El Santo Ramdas decía: “Si existe una religión en el mundo, que sea verdaderamente noble, es la del swadharma, es decir la ley de nuestra propia naturaleza”. Swadharma significa residir en su propia naturaleza sea cual sea la condición del hombre, su casta, su religión o su país. Para comprender el swadharma, es necesario darse cuenta de que esta naturaleza del Si es inherente a todas las formas de vida, ya se trate de una hormiga o de un hombre.

Solo esto es swadharma, y los otros cultos que se presentan como religiones son paradharma, es decir, religiones de lo que no es “el Si”. Estas religiones han establecido reglas y métodos que son extraños a nuestra naturaleza real. De esta forma es como definimos swadharma y paradharma. Pero si admitimos el sentido corriente de swadharma puede producir absurdos. Tomemos, por ejemplo, el caso de una prostituta que cree seguir su propia naturaleza ejerciendo su oficio. Ella enseñará la misma vía a su hija, que tendrá la misma convicción de seguir su propia naturaleza. ¿Quién sabe si, un día, alguien amante de las mujeres no incluirá la vida de esta mujer en un libro sobre la vida de los santos?

El Señor nos ha aconsejado en la Bhagavad Gita: “es preferible morir dentro de swadharma antes de seguir la vía extraña al Si, llena de peligros”. La erradicación de la identificación al cuerpo es el signo del conocimiento del Sí y los Sabios experimentan esta clase de muerte mientras que aún están en vida. Es esta muerte la que se debe de buscar. “He visto mi propia muerte, ¿cómo puedo describir este suceso que es único?” dice Toukaram. ¿Cómo podrá el tibio, que vive en paradharma y que para él todo acaba con la muerte del cuerpo, comprender este proceso de muerte, mientras que aun se está en vida? El desdichado piensa en la muerte solo en términos de pira, bambúes o sarcófagos, según los ritos que correspondan a su religión. Estos dharmas, sólidamente fundados en la identificación con el cuerpo, contienen el deseo de paraíso y el miedo al infierno, las nociones de mérito y de pecado, de esclavitud y de liberación.

Todo ser humano tiene derecho a seguir el swadharma, su propia naturaleza, donde no existe ni la atracción por los placeres divinos ni el miedo al dolor del purgatorio, y donde la alienación y la liberación no tiene ningún sentido. Estas pseudo religiones resplandecen y se extienden gracias a la novedad, pero la dolorosa máxima sigue estando ahí: “Todo lo que nace debe de morir”. ¡Estas pseudo religiones desaparecerán en su momento y solo la gloria y la victoria de swadharma brillarán!

El Señor Krishna dio este consejo a Arjuna: “Abandona toda religión y toma refugio en mí. Las religiones son un obstáculo en el camino que lleva a mí, toma refugio en Paramatma, la vía del Si, que es el verdadero Conocimiento. Tendrás plenitud cuando me hayas alcanzado, y ya nada quedará por hacer. Todo el karma[7], ¡oh hijo de Prutha! se disolverá en el conocimiento del Si”. Con el pretexto de guiar a Arjuna, el Señor Krishna ha enseñado esto a todos los hombres, y aceptando sus palabras, ellas se cumplirán.

Nada en el mundo es más importante que el conocimiento del Sí, ninguna otra actividad ni ninguna otra tarea tiene sentido. Eso no quiere decir que las otras clases de conocimientos o actividades, fuera del conocimiento del Sí, sean inútiles, ineficaces y sin valor, simplemente ellas no son ninguna ayuda para la realización del Si. Realizando sacrificios es posible obtener resultados, ganar el paraíso o tener un hijo, por ejemplo; igualmente se puede apaciguar a las divinidades venerándolas. El estudio de las Escrituras sagradas también permite adquirir competencias. Todas estas acciones son consideradas como meritorias en este mundo práctico, pero ellas no dejan de ser obstáculos por eso, hasta que el Si no se abra en el hombre y difunda Su Gracia. Las cualidades, consideradas como las mejores en este mundo, se muestran como impedimentos y los remedios como trabas. Los Sabios son muy conscientes de eso y no les conceden ninguna atención, aunque ellos puedan conquistar los tres mundos[8]. Para ellos, la posición del Señor Indra, dominado por la codicia, no vale mucho más, que el excremento de un cuervo.